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  -51-  

ArribaAbajoCoser y cantar

PERSONAJES
 

 
SASTRE.
OFICIAL.
MARGARITA.
PADRE DE MARGARITA.



Cuadro I

 

Mientras se levanta el telón se oye la voz del OFICIAL, que canta lánguidamente. Se mantendrá la conversación sin interrumpir el trabajo.

 
OFICIAL

 (Cantando.) 

No se va la paloma, no;
no se va, que la traigo yo.
Si se va la paloma, ya volverá,
que dejó los pichones a medio criar.
-52-
No se va la paloma, no;
no se va, que la traigo yo.

SASTRE.-  No, no. Esos cantos no le van a nuestro oficio, Porque si cantas despacio, también coses despacio.

OFICIAL.-  Y si cantas mal, también coses mal.

SASTRE.-   (Sin dejar de coser.)  No, no. ¿Me oyes, bribón? Apenas has terminado el aprendizaje, porque te ves oficial, ya te crees maestro. Aquí el maestro soy yo. Y tú tienes que hacer lo que yo diga, porque si no hay un poco de orden en las cosas, no se hace nada bueno.

OFICIAL.-  Desde luego, señor. Pero a mí eso de coser y cantar no me va. Puedo coser igualmente sin necesidad de estar cantando.

SASTRE.-  ¡Ah! Desagradecido. Por cierto que habrá que adelantar trabajo hoy, porque vendrá Raimundo a ver si está ya el vestido de su hija Margarita.

OFICIAL.-   (Señalando el vestido.)  Ya está bastante adelantado. Yo creo que podrá estar acabado dos días antes de las fiestas.

SASTRE.-  ¡Qué te sabes tú! Eso es cosa mía. Venga, a cantar, que con tanta charlatanería ya me estás contagiando.

OFICIAL.-  Tururú.

SASTRE.-  ¿Cómo que tururú?

OFICIAL.-  Tururú, tururú.

SASTRE.-  Ahora entiendo. A ti te gusta que cantemos esa del «tururú». Venga, venga. A cantar.

  -53-  
OFICIAL Y SASTRE

 (A la vez. Cosiendo de prisa, mecánicamente. El SASTRE, ridículamente, y el OFICIAL, con sorna, cantan.) 

Ya se murió el burro
que acarreaba la vinagre,
ya lo llevó Dios
de esta vida miserable.
   Que tururururú,
   que turururúrú  (bis) 
Todas las vecinas
fueron al entierro,
la tía María
tocaba el cencerro.
   Que turururúrú....
Él era valiente,
él era mohíno,
él era el alivio
de todos los vecinos.
   Que turururúrú....

 

(Llegan MARGARITA y su PADRE ante el taller y oyen la cantilena final.)

 
SASTRE Y OFICIAL
Que tururururú, que tururururú....

OFICIAL.-  ¡So!

SASTRE.-   (Parando de coser y cantar.)  ¿Cómo que so? ¿Es una burla?

  -[54]-  
  -55-  

OFICIAL.-  Ahí están los clientes.  (Aparte.)  Los tiene ante las narices y no los ve.

SASTRE.-   (Alborozado.)  Buenos días, amigo Raimundo. Pero qué guapetona está tu hija. Vamos a ver cómo está el vestido.

MARGARITA.-  ¿Estará terminado para las fiestas?

OFICIAL.-  Claro que estará.

SASTRE.-   (Con gesto imperativo y señalando el lugar del trabajo, al lado opuesto de la escena.)  Tú, a coser y a cantar.

 

( El OFICIAL se va, malhumorado, hacia la derecha y se pone a trabajar. Quedan en el centro los otros tres. MARGARITA mirando significativamente al OFICIAL.)

 

PADRE.-   (Por lo que esconde bajo la capa.)  Mi hija ha querido que....

SASTRE.-  ¡Chitón!  (Atrayéndole hacia la izquierda.)  Moros en la costa. Que no nos oiga el Oficial.

 

(MARGARITA queda en el centro, perpleja, mientras su PADRE enseña al SASTRE lo que esconde bajo la capa. MARGARITA se coloca del lado del OFICIAL y la escena queda repartida entre los dos extremos. Deben permanecer fijos en un extremo el OFICIAL, y en el otro, el SASTRE. MARGARITA se acercará al centro con movimientos graciosos, y su PADRE, con movimientos pesados, que contrasten con los   -56-   de ella, para hacerse confidencias, componiendo la escena como con ritmo de danza.)

 
OFICIAL.-

¡Hum! A cantar.

  (Cantando.) 

No se va la paloma, no....

PADRE.-  Mi hija ha querido que te traiga esta bota de moscatel....

SASTRE.-  Muy bien  (Tomándola.) , muy bien.

PADRE.-  Para ti y para el Oficial.

OFICIAL

 (Cantando.) 

No se va que la traigo yo...

¿Has traído el moscatel?


MARGARITA.-  Sí. Lo tiene el Sastre.

SASTRE.-

 (Se esconde un poco para echar un trago.)  Marcelino, a cantar lo otro.  (Por el vino.)  ¡Qué rico!

 (Cantando.) 

Que tururururú, que tururururú,
que tururururú, que tururururú.

OFICIAL.-   (A MARGARITA.)  ¡Es un borrachín! De seguro que se beberá él todo el vino y a mí no me dejará ni olerlo.

MARGARITA.-  No me digas. Yo lo he traído sobre todo para ti. Porque sé que el vestido lo coses tú.

OFICIAL

 (Cantando.) 

Si se la paloma, ya volverá....

SASTRE.-  Si tu hija quiere al Oficial, déjala. Es un buen muchacho.  (Trago.)  Pero no tiene una perra.

PADRE.-  ¿No?

SASTRE

 (Trago.)  No, ni una.  (Al OFICIAL.)  A cantar.

 (Cantando.) 

Que tururururú, que turururú,
que tururururú, que tururururú

  -57-  
OFICIAL

 (Después de hablar por lo bajo con MARGARITA, queda muy sorprendida, canta.) 

Pues deja los pichones a medio criar.

MARGARITA Y OFICIAL

 (MARGARITA, disimulando. Cantan.) 

No se va la paloma, no.
 

(MARGARITA al centro, con su PADRE.)

 
No se va, que la traigo yo.

MARGARITA.-   (A su PADRE.)  Dice Marcelino que al Sastre, después de beber un poco, le dan ataques de locura.

SASTRE

 (Trago.) 

Que tururururú, que tururururú,
que tururururú, que tururururú.

 

(Desde ahora miran al SASTRE con recelo. Y el PADRE tratará de impedirle beber cada vez que lo intente.)

 

MARGARITA.-   (Al OFICIAL.)  ¿Y cómo se sabe cuándo le empiezan los ataques?

OFICIAL.-   (A MARGARITA.)  Al principio canta, canta mucho.

SASTRE

 (Con entusiasmo.) 

-58-
Que tururururú, que tururururú,
que tururururú, que tururururú.  (Trago.) 

OFICIAL.-  Y luego hace cosas raras.

 

(MARGARITA y PADRE al centro. Mismo juego.)

 

SASTRE.-  Este oficial es un parlarchín.  (Trago.)  Pero ¡qué rico!

OFICIAL.-   (A MARGARITA.)  Y además....  (Sigue por gestos.) 

SASTRE.-

Para que no charle, le hago cantar.

 (Cantando.) 

Que tururururú, que tururururú.

 

(MARGARITA y PADRE al centro. Mismo juego.)

 

MARGARITA.-   (A PADRE.)  Y luego pide el jaboncillo y las tijeras a gritos.

PADRE.-   (Ridículamente confidencial.)  Eso, después. Ahora ya canta.

OFICIAL.-   (A MARGARITA, intrigada.)  Y se pone muy furioso, y hay que sujetarlo bien.  (Gestos exagerados.)  Y sobre todo hay que sacudirle muy fuerte.

SASTRE.-

Venga a cantar, Marcelino, a cantar.

 (Iniciando.) 

Ya se murió el burro....

OFICIAL.-   (A MARGARITA.)  Lo mejor es cantar con él.

 

(MARGARITA y PADRE, al centro. Mismo juego.)

 
  -59-  

MARGARITA.-   (A PADRE.)  A cantar.

PADRE.-   (Sorprendido.)  ¿Cantar?

OFICIAL.-

 (Cantando.) 

Ya se murió el burro....
 

(MARGARITA y PADRE se suman al canto.)

 
que acarreaba la vinagre....

SASTRE.-   (Trago.)  No es vinagre, no. ¡Qué va!

TODOS

 (Cantando.) 

Ya lo llevó Dios
de esta vida miserable.
   Que tururururú, que tururururú,
   que tururururú, que tururururú.

MARGARITA.-   (Al OFICIAL.)  Y esos ataques, ¿cómo se le pasan.

OFICIAL.-  Ya te lo digo, sacudiéndole fuerte. Cuantos más golpes, mejor. Después se queda como un guante.

SASTRE.-   (Habla por lo bajo al PADRE, ríe y bebe.)  ¡Hala, a cantar!

TODOS

 (Cantando.) 

Él era valiente, él era mohíno.
-60-

 

(MARGARITA y PADRE, al centro. Mismo juego. Gestos. Mientras, el OFICIAL esconde el jaboncillo y las tijeras.)

 
El era el alivio
de todos los vecinos.
   Que tururururú, que tururururú,
   que tururururú, que tururururú.

SASTRE.-   (Último trago y esconde la bota. Al PADRE.)  Bueno, bueno, tú querrás ver cómo le cae el vestido a tu hija, ¿no?

OFICIAL.-   (A MARGARITA.)  ¡Cuidado! Ahora es cuando le viene lo de las tijeras. Cuando me llame a mí, fuerte, dadle fuerte.

SASTRE.-  Creo que ya podemos hacer la prueba. Es un vestido precioso. Vamos a ver, póntelo.  (Ayudándola.)  Así, así.

 

(MARGARITA se pone el vestido. La observan. MARGARITA espera las señales del ataque, pendiente del Oficial.)

 

PADRE.-  ¿Le cae bien?

SASTRE.-  Bien de manga. Bien de hombros.  (A MARGARITA.)  Levanta el brazo y manténlo así. Y el otro  (Levantándoselo.)  así.

OFICIAL.-   (A MARGARITA.)  Ya han empezado las cosas raras. Luego, las tijeras.  (Se va.) 

  -61-  

MARGARITA.-   (Al PADRE.)  ¡Cosas raras!

SASTRE.-  No. Aquí no está bien. Habrá que entrarle un poquito.  (Se vuelve.)  ¡El jaboncillo! ¿Dónde está el jaboncillo?

MARGARITA.-   (Nerviosa.)  Padre, que ya está en lo del jaboncillo.

SASTRE.-   (Palpando a manotazos sobre la mesa.)  ¡El jaboncillo! ¿Y las tijeras?  (Sigue palpando fuerte.) 

MARGARITA.-  Padre, ¡las tijeras!

SASTRE.-  ¡El jaboncillo! ¡Las tijeras! ¡Marcelino, las tijeras!

MARGARITA.-  Ya, padre, ya. Antes que sea tarde.

SASTRE.-  ¡¡Marcelino!! ¡¡Marcelino!!

MARGARITA.-   (Echa a correr.)  ¡Aaay! ¡El ataque!

PADRE.-   (Agarra al SASTRE por los brazos y le sacude.)  ¡Ayudadme! ¡Ayudadme!

SASTRE.-  ¡Ay! ¿Qué pasa?

MARGARITA.-  ¡Marcelino! ¡Marcelino! Ya le dio el ataque.

OFICIAL.-   (Apareciendo con sigilo.)  ¡Cuidado, que muerde!

PADRE.-   (Sigue sacudiéndole.)  ¿Morderme a mí?

OFICIAL.-   (Por lo bajo.)  ¡Duro! ¡Duro con él!  (Hipócrita.)  Es por su bien.

MARGARITA.-   (Agarrando la escoba.)  ¿Le doy yo también?

PADRE.-  Avisad a los vecinos.

 

Al armarse este gran jaleo en el que se entremezclan las voces de «¡Ay!» «¡Socorro!»,   -62-   «El ataque», «¡Que muerde!», etcétera, hay que procurar dar a la escena aire irreal. Para ello se podrá bajar la luz y exagerar los gestos o producirlos a un ritmo determinado como si fueran muñecos articulados los que actúan. Al final se zafa el SASTRE subiéndose a la mesa.

 
 

Le rodean los otros tres a distancia y van dando la vuelta a la mesa con más calma mientras habla.

 

SASTRE.-  Pero, ¿qué pasa aquí? ¿Habéis perdido la cabeza? ¿A qué vienen estas sacudidas? ¿Y esta falta de cordura? Si yo soy la persona más pacífica y complaciente.  (El monólogo es lento. Los tres, poco a poco irán mirándole, sonriendo y haciendo gestos como si dijeran: «Ya está volviendo a la calma.» No lo entiendo. Ahora cuando me disponía a hacer el más hermoso vestido que haya cortado sastre alguno, os ponéis furiosos y me atacáis. Primero me hacéis regalos, y de pronto....

MARGARITA.-   (A PADRE.)  Ya se está poniendo como un guante.

SASTRE.-  No hagáis caso de los maldicientes que me calumnian y dicen contra mí toda clase de mentiras: que soy avariento, que no pago bien a mi oficial, que soy glotón, que me gusta el vinillo.... (Esto último coincide con que el OFICIAL está echando un trago a hurtadillas. El SASTRE lo ve. Reacciona. De un salto baja y arrebata la bota al   -63-   oficial y los cuatro mecánicamente se ponen a cantar.) 

TODOS
Ya se murió el burro
que acarreaba la vinagre.
Ya lo llevó Dios
de esta vida miserable.

 (Trago del SASTRE a escondidas, mientras siguen cantando.) 

Que tururururú, quetururururú,
que tururururú, que tururururú.

 (Y siguen cantando mientras desciende el telón.) 





  -[64]-     -65-  

ArribaLos pasteleros

PERSONAJES
 

 
SEBASTIÁN,   pícaro.
LIBORIO,   pícaro.
SEVERO,   pastelero.
CATALINA,   su mujer.



Cuadro I

 

Luz mortecina. Es de noche, apenas se ve. Pero se distingue el rótulo Pastelería. Hay una luz encendida dentro, lo que da a entender que los dueños no se han acostado todavía.

 

SEBASTIÁN.-   (Aparece sigilosamente por la derecha y como tanteando con las manos.)  Yo creería que es por aquí.  (Adelanta cautelosamente.)  Y pensar que ha sido casi una revelación, porque estaba yo durmiendo bajo el puente de San Juan y de pronto me ha venido un sueño. Un sueño delicioso:   -66-   estaba comiéndome una tarta de almendra, una tarta riquísima, toda entera para mí. Y me he despertado y me he dicho: «Sebastián, no puedes desperdiciar esta ocasión...».

 

(Se oyen voces de dentro, como que están echando las cuentas del día.)

 

VOZ DE CATALINA.-  Veintidós, veintitrés y veinticuatro.

VOZ DE SEVERO.-  ¡Magnífico! Veinticuatro. Esto va pero que muy bien.

 

(SEBASTIÁN se ha quedado inmovilizado a unos pasos de la puerta.)

 

LIBORIO.-   (Aparece sigilosamente por la izquierda en actitud semejante a la de SEBASTIÁN y repitiendo simétricamente gestos y posiciones.)  Yo creería que es por aquí.  (Adelanta cautelosamente.)  Y pensar que ha sido casi una revelación, porque estaba yo durmiendo bajo el puente de San Pedro y de pronto me ha venido un sueño. Un sueño delicioso: estaba comiéndome un pastel de hojaldre, un pastel riquísimo, todo entero para mí. Y me he despertado y me he dicho: «Liborio, no puedes desperdiciar esta ocasión...».

 

(Se oyen voces de dentro, como que están echando las cuentas del día.)

 
  -67-  

VOZ DE CATALINA.-  Veintidós, veintitrés y veinticuatro.

VOZ DE SEVERO.-  ¡Magnífico! Veinticuatro. Esto va pero que muy bien.

 

(LIBORIO se ha quedado como inmovilizado a unos pasos de la puerta.)

 

SEBASTIÁN.-  Ciertamente no me falta valor para venir a esta hora y....  (Sin moverse de su sitio y como con miedo.) 

LIBORIO.-  Ciertamente no me falta valor para venir a esta hora y....  (Sin moverse de su sitio y como con miedo.) 

SEBASTIÁN Y LIBORIO.-   (A la vez, como autómatas, adelantan hacia la puerta, dispuestos a golpear con los nudillos. Lo hacen los dos a la vez y gritan.)  ¡Ah, de la casa!  (Se vuelven los dos espantados de su propio grito y dicen, mirándose.)  ¡Ah!  (Y se alejan unos pasos.) 

SEVERO.-   (Desde dentro.)  ¿Quién importuna a estas horas?

CATALINA.-   (Desde dentro.)  ¿Quién se atreve a interrumpir nuestra calma?

SEVERO.-  ¿Quién?

CATALINA.-  ¿Quién?

SEBASTIÁN Y LIBORIO.-   (A la vez, cada uno desde su posición.)  El hambre, señores, el hambre.

SEVERO Y CATALINA.-   (Al mismo tiempo, desde dentro y más fuerte que las otras veces.)  ¡Veintidós,   -68-   veintitrés, veinticuatro! ¡Esto va pero que muy bien!  (Se apaga la luz de la casa.) 

 

(Oscuro.)

 
 

(Luz fantasmagórica. Aparecen SEVERO y CATALINA con aire festivo, y en el centro del escenario ritman unos pasos de danza al compás de la música, mientras cantan a coro:)

 
SEVERO Y CATALINA
Tú tienes un pastel  (Bis.) 
y yo una tarta.
Y para ser feliz  (Bis.) 
¿que más nos falta?

 

(Lo repiten dos veces. La escena se iluminará progresivamente, para ir oscureciéndose progresivamente también. Ha de conseguirse que se vea en los dos extremos del escenario a SEBASTIÁN y a LIBORIO, que mirarán a los danzarines como sorprendidos al oír cantar lo del pastel y la tarta. Desaparecerán los DANZARINES y los dos MENDIGOS, mientras irá disminuyendo progresivamente la melodía y se hará el oscuro.)

 
 

(En conjunto, todo lo sucedido hasta aquí ha de dar la impresión de un sueño.)

 

  -69-  

Cuadro II

 

Mismo escenario. Luz normal.

 

SEBASTIÁN.-   (Aparece en escena como discutiendo con alguien que viene detrás.)  ¿Y yo? ¿Te crees tú que yo estoy mejor? Tengo hambre, tengo sed, tengo frío y no tengo ni una triste moneda en el bolsillo.

 (Aparece LIBORIO.) 

Y lo que es peor, no veo manera de obtenerla. ¿Qué voy a tener que hacer hoy? ¿Bostezar nuevamente?

LIBORIO.-  Desde luego, tendremos que seguir bostezando. No hay más remedio.  (Pausa. Rascándose la cabeza.)  Oye, ¿y si trabajáramos?

SEBASTIÁN.-  ¿Trabajar? ¿Trabajar? ¿En qué?

LIBORIO.-  Es verdad. No había caído en la cuenta. ¿En qué podríamos trabajar nosotros? (De pronto mira hacia la pared y ve una serie de rótulos que ponen Zapatería, Carnicería, Pescadería, Sastrería, Pastelería. Se quedan como atónitos mirando los rótulos.) 

SEBASTIÁN.-  Si supiéramos leer, nos enteraríamos de lo que dicen esos carteles, y a lo mejor....

LIBORIO.-  Pues es verdad. Si por lo menos hubiera alguien aquí que nos los quisiera leer.  (Dirigiéndose al público y señalando el primer cartel.)  ¿Qué dice aquí?

VOCES DEL PÚBLICO.-  ¡Zapatería!

 

(LIBORIO y SEBASTIÁN se miran el uno al otro. Se les ilumina el rostro de satisfacción   -[70]-     -71-   a los dos. Se sientan en un poyo o banco. Luego alegremente empiezan a hacer gestos como de golpear con el martillo y clavar clavos. Hasta que SEBASTIÁN se sacude la mano como si se hubiera dado un martillazo. Acaban los dos haciendo con la cabeza un gesto negativo y levantándose.)

 

SEBASTIÁN.-   (Señala otro letrero.)  Y aquí, ¿qué dice?

VOCES DEL PÚBLICO.-  ¡Carnicería!

 

(Mismo juego de LIBORIO y SEBASTIÁN. Gestos alusivos al cuchillo que corta, a lo que comen y engordan. Ahora es LIBORIO quien finge cortarse un dedo, y SEBASTIÁN se lo venda. Mismo gesto negativo.)

 

SEBASTIÁN.-   (Señala otro letrero.)  Esto no nos convence. Y aquí, ¿qué dice?

VOCES DEL PÚBLICO.-  ¡Pescadería!

LIBORIO.-  Anda. Pescadería. A pescar.

 

(Se sientan al estilo moruno, con las piernas cruzadas, o en las candilejas con las piernas colgando al público. Mismo juego de los dos. Gestos como si echaran el anzuelo y estuvieran pescando con caña. Tienen que estar algo ladeados o de espaldas. Tras el gesto de tirar de la caña, SEBASTIÁN se lleva el sombrero o gorra de Liborio, y LIBORIO, al   -72-   sacar la suya, engancha a SEBASTIÁN por un pie. Aspavientos. Gesto negativo como antes.)

 

SEBASTIÁN.-  Está visto que nada de todo esto nos va.

LIBORIO.-   (Señalando el otro letrero.)  Y aquí, ¿qué dice?

VOCES DEL PÚBLICO.-  ¡Sastrería!

 

(LIBORIO se sienta y empieza a «coser». SEBASTIÁN se queda de pie y «corta» con tijeras imaginarias tela imaginaria. De pronto el primero se pincha en un dedo y el otro se corta. Tras los aspavientos de rigor de los dos, gesto negativo.)

 

 (Mira el letrero restante y señala simplemente con gesto desengañado. Si el público no reacciona formulará la pregunta consiguiente.) 

VOCES DEL PÚBLICO.-  ¡Pastelería! ¡Pastelería!

SEBASTIÁN Y LIBORIO.-  ¿Pastelería? ¿Pastelería?  (Se relamen los labios como si estuvieran gustando de los pasteles y exclaman sucesivamente.) 

SEBASTIÁN.-  ¡Pastelería!

LIBORIO.-  ¡Pastelería!

SEBASTIÁN.-  ¡Pasteles!

LIBORIO.-  ¡Tartas!

 

(Crujido de la puerta de la pastelería que se abre. Sale CATALINA y, sin prestarles atención ninguna, cuelga un cartel que dice: Se   -73-   necesita aprendiz. Se retira CATALINA. Ellos miran el cartel desconcertados y hacen gestos para pedir auxilio al público.)

 

VOCES DEL PÚBLICO.-  ¡Se necesita aprendiz! ¡Se necesita aprendiz!

SEBASTIÁN.-   (Rascándose la cabeza.)  ¿Se necesita aprendiz?  (Empieza suave la musiquilla de «Tú tienes un pastel».) Oye, ¿por qué no vas y te ofreces como aprendiz?

LIBORIO.-  Eso... eso mismo estaba pensando yo. ¿Por qué no vas y te ofreces como aprendiz?

SEBASTIÁN.-  Sí. ¿Pero entonces tú cómo te las arreglarías para comer pasteles?

LIBORIO.-  Eso mismo estaba pensando yo. Pero no es ninguna dificultad, porque tú me los pasarías cuando la dueña no lo viera.

SEBASTIÁN.-  ¡Ay qué tonto! ¿Y cómo has podido pensar eso? Es justamente lo que pensaba yo.

LIBORIO.-  Entonces no hay más remedio que echar suertes.

SEBASTIÁN.-  Eso, vamos a echar suertes. El que pierda trabajará, y el que gane no trabajará y comerá pasteles.

LIBORIO.-  ¡Oye, oye! Hay una cosa que no entiendo. Si a mí me toca trabajar, ¿no comeré?

SEBASTIÁN.-  Hombre, por descontado, comerás pasteles y me los darás a mí.

LIBORIO.-  De acuerdo. Pues echemos suertes. Saca una moneda y nos lo jugamos a cara o cruz.

  -74-  

SEBASTIÁN.-  No tenemos ninguna moneda. ¿No lo sabes?

LIBORIO.-  Los dados.

SEBASTIÁN.-  ¿No te acuerdas que los dados los cambiamos por dos raciones de cacahuetes la semana pasada?

LIBORIO.-  Pues, la taba.

SEBASTIÁN.-  ¡Ay, qué desmemoriado eres! La taba la perdimos jugando a las tabas con Lupercio y con Grimaldo.

LIBORIO.-  Pues no sé qué decirte. Busquemos pajitas y nos los jugamos a las pajitas.

SEBASTIÁN.-   (Mira por el suelo.)  Nada. La ciudad está tan limpia que no hay pajitas.

LIBORIO.-   (Mira a SEBASTIÁN y se mira las manos.)  Pues nos lo jugamos a la morra.

SEBASTIÁN.-  Vale. A la morra.

 

(Se colocan algo a distancia. Ponen las manos atrás y echan la suerte.)

 

LIBORIO.-  ¡Dos!

SEBASTIÁN.-   (A la vez.)  ¡Tres!

 

(Quedan mostrándose los dedos. Han salido tres por LIBORIO y cuatro por SEBASTIÁN. Repiten otra vez.)

 

LIBORIO.-   (Repiten el juego.)  ¡Tres!

SEBASTIÁN.-   (A la vez.)  ¡Cinco!

  -75-  
 

(Quedan mostrándose los dedos: Han salido: dos por LIBORIO y tres por SEBASTIÁN.)

 

SEBASTIÁN.-  ¡Bravo! ¡Bravo! He ganado.

LIBORIO.-   (Con resignación.)  Bueno. Me sacrificaré. Pero tendré los pasteles más cerca.

SEBASTIÁN.-  Pero lo pactado, pactado. Venga esa mano.

 

(Se estrechan las manos.)

 

LIBORIO.-  Lo pactado, pactado. ¡Adelante!

 

(Adelantan hacia la puerta de la pastelería. Miran el cartel con satisfacción y ansia y golpean los dos la puerta con los nudillos, mientras vuelve la musiquilla de «Tú tienes un pastel».... Vuelve a golpear.)

 

VOZ DE CATALINA.-  ¡Ya voy!

 

(LIBORIO se queda junto a la puerta y SEBASTIÁN se escapa furtivamente. Se para y observa. Sube de tono la música. SEBASTIÁN hace mutis cuando aparece CATALINA para recibir a LIBORIO.)

 
 

(Oscuro.)

 


Cuadro III

 

Misma decoración que el anterior. Pero han desaparecido los letreros y tiene que haber algunos elementos escenográficos   -76-   que den la impresión de estar dentro de la pastelería. Sobre una mesa, pasteles y tartas. Entre ellos tiene que destacar un gran pastel y una gran tarta.

 
 

SEVERO y CATALINA adoctrinarán a LIBORIO con aplomo y dando vueltas a su alrededor. LIBORIO permanece boquiabierto, pero no convencido.

 

SEVERO.-  El primer deber del aprendiz de pastelero es saber que los pasteles son veneno. (Cara de sorpresa de LIBORIO.) 

CATALINA.-  Porque una indigestión de pasteles es lo peor que le puede suceder a una persona.

SEVERO.-  Y hay que pensar lo que dice el refrán que «comer y rascar todo es empezar».

CATALINA.-  Y, claro, se empieza por un poquito.

SEVERO.-  Y un pellizquito de la masa.

CATALINA.-  Y un pellizquito de la pasta. (Inicia LIBORIO una sonrisa de satisfacción que irá aumentando a medida que le van hablando como si estuviera paladeando lo que le prohíben. El ritmo se va acelerando según lo pida la enumeración.) 

SEVERO.-  Y un pellizquito del hojaldre.

CATALINA.-  Y un pellizquito de la crema.

SEVERO.-  Y un poquitito de azúcar.

CATALINA.-  Y un poquitito de miel.

SEVERO.-  Y un mordisquito del gurullo.

CATALINA.-  Y un mordisquito del carquiñol.

SEVERO Y CATALINA.-   (A la vez.)  Y muchos pocos....

  -77-  

LIBORIO.-   (Interrumpiendo.)  Un momento. ¿Puede saberse qué es eso del gurullo y del carquiñol?

SEVERO.-  Todo se andará.

CATALINA.-  Que no se ganó Zamora en una hora.

SEVERO Y CATALINA.-   (A la vez.)  Y muchos pocos hacen un mucho.

LIBORIO.-  No entiendo.

SEVERO.-  ¿Cómo que no entiendes? A buen entendedor media palabra basta.

CATALINA.-  Eso, eso. Media palabra.   (A SEVERO.)  Cuéntale lo que le pasó a la tía Sinforosa. (LIBORIO se pone receloso.) 

SEVERO.-  No; será mejor que le cuentes tú lo que le pasó al desgraciado de Guillermo.

CATALINA.-  ¡Ay, no! Lo del pobre Guillermo, el anterior aprendiz que murió de un cólico miserere, no. Es demasiado terrible. Cuéntale tú el triste caso de Mariana.

SEVERO.-    (Exagerando.)  ¿Pero cómo quieres que relate la triste historia de Mariana, nuestra criada, que falleció de un vómito prieto por haber comido a destiempo una empanadilla y un bartolillo?

 

(Crece la sorpresa de LIBORIO.)

 

CATALINA.-  ¿Y el caso de Baldomero que se atragantó con un barquillo?  (Señala al cuello.) 

SEVERO.-   (Mismo juego.)  ¿Y el de Filemoncio, al que se le clavó una aguja?

CATALINA.-  ¡Ay, no! Si acaso el de Casimiro que se ahogó con un fajardo.

  -78-  

SEVERO.-  Casi preferiría el de Rigoberto, que quedó sin respirar por causa de un mostachón.

CATALINA.-  Y aquel del polvorón, ¿quién fue?

SEVERO.-  Y el de la gloria, ¿te acuerdas?

CATALINA.-  ¿Y el que se quedó perlático?  (Gestos de tal.) 

SEVERO.-   (Mismo juego.)  ¿Y el que cogió el baile de San Vito?

LIBORIO.-   (Con cara de asco.)  Oigan, oigan. Entonces, ¿no se puede comer ningún pastel?

CATALINA.-  ¿Pero no has oído, desgraciado?

SEVERO.-  ¿No te das cuenta de lo peligroso que es, infeliz?

LIBORIO.-   (Con gesto de falsa resignación.)  Desde luego esto es terrible. Habrá que aguantarse.... Pero, y, entonces, ¿para qué se fabrican pasteles?

SEVERO Y CATALINA.-  ¡Para comerlos...!

LIBORIO.-    (Cortando, perplejo.)  ¿Eh?

SEVERO Y CATALINA.-   (Recalcando.)  ¡Para comerlos... en las comidas!

 

(Música. Y sobre los rostros satisfechos de SEVERO y CATALINA y sorprendido de LIBORIO, se hace el oscuro.)

 

  -79-  

Cuadro IV

 

LIBORIO se pasea picando de los distintos pasteles y en las distintas vasijas.

 

LIBORIO.-  Lo que yo no entiendo es que por un poquito de gurullo me pueda pasar algo malo. El gurullo, total, es pasta de harina, agua y aceite.  (Lo prueba sacando un poco de una vasija.)  No vale la pena. ¿Y el carquiñol?  (Prueba.)  Esto ya es mejor: harina, con huevos y almendra machacada.... Y un poquito de mazapán....  (Lo toma.)  Porque yo creo que del mazapán no me dijeron nada.  (Lo engulle.)  Caramba, aunque uno tuviera que quedar perlático  (Gestos alusivos.) , o fuera víctimas del baile de San Vito  (Nuevos gestos.) , valdría la pena exponerse. Y esto es realmente arriesgado. ¡Ay, si lo supiera el pobre Sebastián! ¡De buena se ha librado! ¿Y estas ensaimaditas?  (Va a echar mano.) 

CATALINA.-   (Apareciendo.)  ¡Liborio!  (Retira la mano sorprendido.)  ¿Qué es eso?

LIBORIO.-   (Disimulando.)  Nada, señora, nada. Que había una mosca que se iba a llevar una guinda confitada y yo la espantaba..., no vaya a caer enferma.

CATALINA.-  ¿Quién?

LIBORIO.-  La pobre mosca, señora, la pobre mosca. Porque yo así de repente me he acordado de Casimiro, de Rigoberto, de Mariana, de Filemoncio, de Baldomero... y de casi todos los difuntos.

  -80-  

CATALINA.-  Menos mal.

LIBORIO.-  Sí, señora, sí, menos mal.

CATALINA.-  Liborio, otra cosa que has de tener en cuenta es que en este oficio de pastelero, cuando uno trabaja en distinta habitación que sus amos, es costumbre que se ponga a cantar.

LIBORIO.-  ¿Cantar? ¿Por qué? Yo no sé cantar.

CATALINA.-  Se canta porque así los pasteles saben mejor. La pasta cuaja más, la masa se cuece mejor..., el azúcar endulza más, y....

LIBORIO.-   (Cortando.)  Basta, basta. ¿Entonces tendré que cantar?

CATALINA.-  Claro.

LIBORIO.-  Es que yo desafino bastante. Cuando era pequeño me echaron del coro de la parroquia porque decían que yo hacía llover.

CATALINA.-  No importa. Mira, ahora yo me marcho hacia adentro, pues tú, a trabajar y cantar. Eso.

LIBORIO.-  Huy, huy.... Yo no me acuerdo de ninguna canción, y... estas guindas....

CATALINA.-   (Retirándose.)  A lo dicho. A cantar hasta que vuelva....

LIBORIO.-  Lo que uno tiene que hacer. (Aparece a escondidas SEBASTIÁN. El rostro de LIBORIO se ilumina.) 

VOZ DE CATALINA.-   (Desde dentro, imperativa.)  ¡Liborio, a cantar!

LIBORIO.-  Vamos a cantar.  (Lo hace horrorosamente. Gestos a SEBASTIÁN para que se aleje.) 

  -81-    

(Cantando.)

 
Sebastián, Sebastián, Sebastián,
no te acerques por este lugar,
que el pastel es veneno que mata
y la tarta es veneno mortal.

Vaya, me ha salido bastante bien.


SEBASTIÁN.-   (Sigilosamente.)  Liborio, acuérdate de lo prometido.

LIBORIO.-   (Con recelo.)  Ya te contaré luego, márchate ahora. Luego, cuando nos veamos solos.

SEBASTIÁN.-  ¿Y lo prometido? Pásame algo ahora mismo, que tengo mucha hambre.

LIBORIO.-  No puedo, vete, no puedo. Tengo que cantar.

SEBASTIÁN.-  ¿Cantar?

LIBORIO.-   (Canta.)  Sebastián, Sebastián, Sebastián....  (Con gestos para que se vaya.)  Luego, luego, no seas remolón.

SEBASTIÁN.-  Venga, date prisa. Aunque sólo sea una aguja y un bartolillo.

LIBORIO.-  Desgraciado, ¿quieres que te pase lo que a Filemoncio y a Marina?  (Canta.)  ...No te acerques por este lugar.

SEBASTIÁN.-  Déjate de monsergas y pásame un barquillo.

VOZ DE CATALINA.-  Liborio, canta para que cuaje la masa.

 (Con satisfacción al verse liberado. Gestos de excusa por CATALINA.) 

  -82-  

  (Canta.) 

Sebastián, Sebastián, Sebastián,
no te acerques por este lugar,

   (Sigilosamente.)  Vete, ya te lo contaré...

 (Canta.) 

...que el pastel es veneno que mata....

   (Con cuidado, pero algo irritado.)  Pero, vete, so ganso, que nos pillan.

 (Canta.) 

...y la tarta es veneno mortal.

 (SEBASTIÁN se aleja mascullando algo entre dientes.) 

 (Canta de nuevo.) 

Sebastián, Sebastián Sebastián....

 

(Oscuro.)

 


Cuadro V

 

Una campana de un campanario cercano da once campanadas. LIBORIO está sentado, con mandil de trabajo, pero sin trabajar, como dándose importancia, mientras CATALINA y SEVERO van trabajando y le escuchan atentos.

 

SEVERO.-  ¿Y dices que de esa manera se curan los callos?

LIBORIO.-  Tan cierto como que acaban de dar las once. ¿O no eran las once?

CATALINA.-  Sí, eran. Pero veamos, repítelo otra vez porque mi marido padece de callos hace mucho tiempo y no hemos encontrado pedicuro que se los quite.

  -83-  

LIBORIO.-  Se toman un par de ajos puerros y se les cortan unas cuantas hojas. El resto se puede comer.

CATALINA.-  ¿Pero no pican?

SEVERO.-  ¿Y eso que hace al caso, mujer?

LIBORIO.-  No pican. Bueno en realidad un poco sí, por el ácido, pero no mucho. Se comen bien.

CATALINA.-  ¿Ácido? ¿Qué ácido?

SEVERO.-   (Impaciente.)  Mujer, ya preguntarás luego. Ahora al ajo.

LIBORIO.-  Eso es, al ajo. Se cortan las hojas verdes y se ponen en vinagre durante cuarenta y ocho horas.

CATALINA.-   (Como quien toma nota.)  Cuarenta y ocho horas.

LIBORIO.-  A las cuarenta y ocho horas se toman las hojas y se colocan alrededor del callo, como si fuera un ventaje.

CATALINA.-  Alrededor del callo.

SEVERO.-  ¿Y cuánto tiempo se mantiene así?

LIBORIO.-  Otras cuarenta y ocho horas.

CATALINA.-  Otras cuarenta y ocho horas.

SEVERO.-  ¿No serán demasiadas cuarenta y ocho horas?

LIBORIO.-  No, no. Son justamente las necesarias, Luego se quita uno las hojas de ajo puerro.

CATALINA.-  ¿Más ajos puerros?

LIBORIO.-  No. Las hojas que se puso en el pie. Y ya está. Y los callos han desaparecido ya. Salen como   -84-   un clavo. ¡Fiú...!  (Ruidito y gesto alusivo. Muy animado en su faena.) 

SEVERO.-  Bueno, ¿y si no han desaparecido?

CATALINA.-  Eso, eso, ¿y si no se marchan?

LIBORIO.-  Pues está muy claro, es que han resistido y hay que repetir la operación.  (Se dispone a contar de nuevo.)  O sea, se toman algunos ajos puerros, se cortan las hojas verdes, el resto....

SEVERO.-  Bueno, ya vale, que ahora viene lo del ácido y te vas a pasar toda la mañana explicando cómo se quitan los callos....

CATALINA.-  Pero, déjale acabar.

SEVERO.-  Nada de acabar. A trabajar.

 (LIBORIO se levanta.) 

Y al repetir la operación, ¿cuánto tiempo hay que tener los ajos puerros en el pie, ¿otras cuarenta y ocho horas?

LIBORIO.-   (Molesto.)  No. Una semana.

CATALINA.-  Dios mío, ¡una semana! (LIBORIO se pone a trabajar. Música.) 

SEVERO.-   (A CATALINA.)  Ya sabes que voy a comer con mi amigo Lorenzo. Es su cumpleaños y quiero obsequiarle con un gran pastel, para después de la comida.

CATALINA.-   (Señala el gran pastel.)  Este, ¿no?

SEVERO.-  Sí. Pero, ¿te acuerdas de la contraseña que te di esta mañana? No sea que venga algún pillo y se aproveche del pastel.

CATALINA.-  Pierde cuidado.

 (LIBORIO escucha visiblemente.) 

Recuerdo todos los pormenores.

  -85-  

SEVERO.-  Y tú, Liborio, ¿cómo podrías hacer para traerme unos ajos puerros para mis callos?

LIBORIO.-  Eso es muy fácil; yo voy a buscarlos ahora.

SEVERO.-  ¿Vas a tardar mucho?

LIBORIO.-  Psé. Lo justo. Si no los encuentro, le digo a un amigo mío que me los traiga.

CATALINA.-  Eso.  (A SEVERO.)  Así no tardará mucho. Yo creo que puede ir ¿no?

 

(Se dispone a salir, mientras al son de «Tú tienes un pastel», se hace el oscuro.)

 


Cuadro VI

 

Ha pasado tiempo. Anochece. La iluminación es escasa. A la izquierda, SEBASTIÁN y LIBORIO, iluminados por un foco, conversan animadamente. A la derecha, junto a la puerta de la casa lo hacen SEVERO y CATALINA. Un foco les ilumina también. Esta iluminación de los focos sobre los grupos se variará para subrayar la intervención del grupo en la acción dramática. Si se ven los pasteles y útiles de la pastelería, ha de estar ausente el gran pastel. Cuídese de destacar la acción paralela en este cuadro.

 
  -86-  

SEBASTIÁN.-  Amigo Liborio. Esto sí que es bueno. Después del pastel, no he probado yo cosa mejor que este vinillo.  (Bebe.) 

LIBORIO.-  Jerez de pura cepa. Y de cosecha fácil. Ja, ja, ja.

SEBASTIÁN.-  Y que lo digas. Todo ha ido sobre ruedas. Me acerqué y le dije a la pastelera lo que tú me explicaste, la contraseña:  (Declamando con burla.) 

Me dice Severo
que a la paz de Dios,
que el pastel de hojaldre
me lo llevo yo.

  Y me toqué después dos veces la oreja izquierda  (Lo hace a la vez que lo dice.)  con la mano derecha y una el pelo con la izquierda.

LIBORIO.-  Perfecto, Sebastián, perfecto.

SEVERO.-   (A CATALINA.)  No puede ser. Porque él mandó su criado con la contraseña bien aprendida. Y regresó al cabo de un rato diciendo que tú ya le habías entregado el pastel y las tres botellas a otro criado que había venido antes y había dado la contraseña completa.

CATALINA.-  Desde luego. Entregué el pastel al primero que me dio la contraseña. ¿Qué iba a hacer yo?

SEVERO.-  Y al segundo, ¿qué le dijiste?

  -87-  

CATALINA.-  Ya te lo he dicho: «A buenas horas, mangas verdes. Ya hace casi una hora que se lo llevó el criado de Lorenzo». Y él empezó a exclamarse diciendo que Lorenzo no tenía más criados que él.

SEVERO.-  Esto no puede ser. Aquí tiene que haber truco.

CATALINA.-  Claro que hay truco. ¿No irás a creer que me lo he comido yo? ¡Ay, mi pobre pastel, tan rico, tan doradito, con sus almendritas y sus guindas tan coloraditas y tan redonditas!

SEVERO.-  Déjate de tonterías. A estas horas de seguro que se lo ha comido alguien ya. Y no sé si le habrá hecho provechoso. Esta burla me la pagará el que sea.  (Se queda pensativo.) 

SEBASTIÁN.-  ¿Y tu amo decía que por comer pasteles uno se murió? ¡Qué muerte más dulce! Ahora nosotros tendríamos que empezar a morirnos.

LIBORIO.-  A lo mejor es que se nos ha encallado un barquillo. Ja, ja, ja. Ya verás cuando nos podamos hacer con una de las fabulosas tartas que preparamos allí. Entonces sí que nos morimos... de risa.

SEBASTIÁN.-  ¡Ay, Liborio, no me cuentes más cosas, porque a mí se me hace la boca agua! Y hasta me vienen ganas de hacerme pastelero.

LIBORIO.-  No hace falta. Basta con que estemos atentos. Cuando haya que servir otro encargo yo   -88-   te aviso, y entonces nos damos otro atracón como el de hoy.

SEBASTIÁN.-  Que no tengamos que esperar mucho. Lo que puedas hacer hoy no lo dejes para mañana.

CATALINA.-  Pues si tú dices que vas a descubrir al ladrón, veremos si lo consigues. Pero, ¿por qué no me dices lo que vas a hacer para que yo esté prevenida?

SEVERO.-  Porque esto tiene que ser un secreto. Y el secreto, para que esté bien guardado, lo mejor es no comunicárselo a nadie. Yo cazaré a ese pillo, aunque tenga que ponerle como cebo una tarta.

CATALINA.-  Bien, bien. Veremos qué resultado te dará este secreto.

SEVERO.-  ¡Ay!  (Cojea visiblemente.)  Los callos. Yo no sé lo que tienen estos callos que cuando me acuerdo de ellos me duelen. O al revés, cuando me duelen me acuerdo de ellos.

CATALINA.-  Desde luego no entiendo nada.

 

(Música de «Tú tienes un pastel». Oscuro.)

 

  -89-  

Cuadro VII

 

Sobre la continuación de la música anterior CATALINA y LIBORIO trabajan en silencio. Sale SEVERO con el pie vendado y cojeando.

 

SEVERO.-  Vamos a ver si esto de tus ajos puerros  (Por LIBORIO.)  me cura los callos, porque este pie.... Y más hoy que tengo que ir a casa de mi primo Vicente que celebra su cumpleaños....

 (Gesto de resignación de CATALINA.) 

Y tú ya sabes, Catalina a la contraseña respondes con la tarta y cuatro botellas de rioja.

CATALINA.-   (Sorprendida.)  ¿Cuatro botellas?

 (LIBORIO sonríe por debajo como gozándose ya con el festín.) 

¿Se puede saber a santo de qué, tamaño despilfarro?

SEVERO.-  Catalina, Vicente es mi primo.

 (Nuevo gesto de resignación de CATALINA.) 

Bueno, a lo dicho, me voy.  (Hace como que se va y vuelve.)  ¡Ah! y tú, Liborio, a ver si me buscas más ajos puerros.

LIBORIO.-  ¿Más?

SEVERO.-  Sí, para el otro pie.

LIBORIO.-   (Con satisfacción.)  A mandar, señor.  (Ya empieza a marchar. Silba de alegría.) 

 

(CATALINA queda como enfadada. Cambio de luces. SEVERO se queda escondido en primer término. LIBORIO en segundo término,   -90-   sin ver a SEVERO, ni ser visto por él. Música. Entra SEBASTIÁN tapándose un poco la cara.)

 

CATALINA.-   (Seca.)  ¿Qué quieres? ¿No estuviste tú ayer aquí?

SEBASTIÁN.-  No, señora, no.

CATALINA  Pues yo diría que esa cara....

SEBASTIÁN.-  Sería alguien que se me parece.

CATALINA.-  ¿No eres tú el criado de Lorenzo?

SEBASTIÁN  No, señora.  (Mintiendo.)  Ese es un primo hermano mío. Yo soy el criado de Vicente.

CATALINA.-   (Que ya está convencida de la trampa.)  ¡Ah! De Vicente, el primo de mi marido.

SEBASTIÁN.-   (Sudando tinta.)  Eso es, el primo de mi marido, digo del suyo.

CATALINA.-  ¿Y qué quiere Vicente?

SEBASTIÁN.-

 (Animándose un poco.)  Vicente, no sé; pero su marido.... Bueno:

Me dice Severo
que a la paz de Dios,
que la tarta helada
me la lleve yo.

CATALINA.-   (Observándole escéptica.)  ¿Eso es todo?

SEBASTIÁN.-  Vaya, todo, todo no.  (Y rápidamente se toca la oreja izquierda dos veces con la mano derecha y una el pelo con la izquierda.) 

CATALINA.-   (Sonriente.)  Ya. Muy bien. Muy bien.

  -91-  

SEBASTIÁN.-   (Riendo nerviosamente.)  Muy bien, muy bien....  (Vuelve a repetir el gesto de antes un par de veces.)  Muy bien, ¿verdad?

CATALINA.-  Pues, sí. Hala, vamos por la tarta.  (Se la da y él la toma con las dos manos.)  Pero hay que ver el parecido que tiene con su primo. Se parecen como una rueda a otra rueda.

SEBASTIÁN.-  Es que somos muy primos.

CATALINA.-  No tanto, no tanto. En esto siempre se exagera algo.  (CATALINA toma dos botellas.) 

SEBASTIÁN.-  Sí, sí, muy primos, porque somos primos por parte de padre y primos por parte de madre.

CATALINA.-  Anda. Entonces todo queda en la familia. Y se llamarán igual, ¿no?

SEBASTIÁN.-  Los apellidos, sí. El nombre, no. El se llama Liborio, ¿sabe?

SEVERO.-   (Aparte.)  Con que primos, ¿eh?

LIBORIO.-   (Aparte.)  ¡Ay, Dios, que te embrollas!  (Para atraer su atención empieza a silbar la musiquilla de «Sebastián, Sebastián».) 

CATALINA.-   (Dándole dos botellas.)  Vamos a ver. Así, una en cada mano.  (Se las hace tomar por el cuello, de forma que queden simétricas con la tarta.)  Eso. Y ahora dos botellas de clarete.

SEBASTIÁN.-   (Sorprendido.)  ¿Dos más?

CATALINA.-  Sí, porque mi marido es primo de su primo.

SEBASTIÁN.-   (Confuso.)  ¿De cuál?

CATALINA.-  No tema, no tema. De su primo Vicente.   -92-   Así. Levantando un poco los brazos, se pueden llevar estas dos botellas bajo el sobaco.  (Se las coloca.)  Y quedan muy bien colocadas.  (Repara que del bolsillo le salen hojas de ajos puerros. Tira de ellas y saca uno.)  ¿Qué es esto?

SEBASTIÁN.-  Ajos puerros, señora.  (Tiene prisa por irse.)  Adiós.

LIBORIO.-   (Aparte.)  Lo que faltaba: los ajos.

CATALINA.-   (Reteniéndole. Como si no pasara nada.)  ¿Y eso para qué es?

SEBASTIÁN.-   (Escabulléndose.)  Para curar los callos.

CATALINA.-  Oiga, mi marido tiene callos.

SEBASTIÁN.-  Pues lo celebro.  (Se va.) 

LIBORIO.-   (Con cautela.)  Rápido, Sebastián, que te pillan.

SEVERO.-   (Saliendo precipitadamente.)  ¿Conque estas tenemos?

LIBORIO.-  Estamos perdidos.

 

(Se arma gran jaleo en la escena. SEVERO persigue y los otros dos corren dando vueltas.)

 

SEVERO.-  ¡Ah, sinvergüenzas, bribones! Conque primos....

LIBORIO.-  No corra, señor, que le dolerán más los callos.

SEVERO.-  Calla, traidor, criado infiel, horrible aprendiz.

SEBASTIÁN.-  ¡Ay, que se me cae la tarta!

  -93-  

SEVERO.-  La tarta y el pastel, bandidos, embaucadores. (CATALINA se suma a la persecución y a las vueltas. Los gritos inconexos de ellos tienen como fondo la música viva y fuerte de «Tú tienes un pastel». Voces de: «¡Bandidos!», «¡ladrones!», «¡pillastres!», «¡malandrines!», «¡golosos!», «¡menudos primos!», etc., que alternarán con los ayes, y «¡no volveremos más!», «¡no robaremos más!», «¡los callos...!», etc. Hasta que se hace el oscuro.) 



Cuadro VIII

 

Ha vuelto la calma. Los dos PÍCAROS están sentados en el suelo, como de paso, con un saco delante. Luz tenue. LIBORIO habla con entusiasmo algo mezclado con nostalgia. SEBASTIÁN le escucha con nostalgia también, pero con visible escepticismo. No interrumpe el monólogo de LIBORIO, sino que de vez en cuando lo subraya con un «ya» o con un «sí».

 

LIBORIO.-  Y entonces mi amo, que se llama Severo, me dice: «¡Bravo, muchacho! Estoy muy satisfecho de ti porque me has curado los callos. Estoy tan contento que casi me vienen ganas de saltar   -93-   y de bailar. Hacía años que no me sentía tan aliviado como ahora. Esto tenemos que celebrarlo con un buen banquete». Y empezó a obsequiarme con toda clase de pasteles. Yo lo veía y no me lo acababa de creer. Pasteles y más pasteles. Tartas y más tartas. Mazapanes, requesones, carquiñol, agujas, mostachones, bartolillos, palmeras, polvorones, galletas de coco, barquillos, ensaimadas, pastel de liebre, hojaldres, tarta de almendras. ¿Y frutas en confitura? No veas, muchacho. Guindas al coñac, compota de manzanas, melocotón en almíbar, naranjas en azúcar, pomelo con nata, plátanos en macedonia.

Y yo comía y comía. Y mis amos, Severo y Catalina, satisfechos, me decían: «Ánimo, muchacho, un poco más, que todavía quedan más cosas, que todavía no hemos llegado a lo mejor». Y venían luego las cremas, los flanes, el sorbete de frutas, los batidos de fresa.... Y volvían las montañas de merengue, y las bandejas de huevos a la nieve, agujas rellenitas de pescado, y saboyanas al ron, y yemas de Santa Teresa, y unos soberbios brazos de gitano larguísimos que no había por dónde empezar... y arrope de miel muy espumada, y tortas de todas clases, torta de reyes, nochebuenos con piñones, coscaranas, alpistelas con alegría, medianoches, roscones, carlotas a la leche, mojicones, mantecadas, bizcochos, magdalenas, suizos, caracas, bambas, arepitas, trenzas, almojábanas...,   -94-   y tantas y tantas cosas agradables, que ya me atragantaba....  (Tose un poco.) 

SEBASTIÁN.-  Claro, claro  (Con escepticismo.) , con tanta cosa buena....

LIBORIO.-  Parece que no te lo crees. Yo lo único que pensaba....

SEBASTIÁN.-  ¡Ah! O sea que tú con tanto comer todavía tenías tiempo para pensar....

LIBORIO.-  No te burles, Sebastián. Lo único en que pensaba era: «¡Qué lástima que no esté aquí Sebastián, porque de seguro que saca la tripa de mal año!».

SEBASTIÁN.-   (En el colmo de su escepticismo.)  Vaya, hombre, encima eso. ¡Lo que uno tiene que oír!  (Bosteza. Se oyen tres campanadas.)  ¿Seguro que todo esto no lo has soñado?

LIBERIO.-  ¿Soñar? ¡Qué va! Tan cierto como que acaban de dar las cinco.

SEBASTIÁN.-   (Levantándose y tomando el saco.)  Entonces vámonos a hacer la digestión.

LIBORIO.-   (Incorporándose.)  Oye.

SEBASTIÁN.-  Nada, hombre, nada. Vámonos. (Emprenden la marcha. Música de «Tú tienes un pastel», lenta y nostálgica. Sale CATALINA y cuelga el cartel Se necesita aprendiz. Ella ni los observa. Ellos se vuelven y miran el cartel desde lejos.) 

LIBORIO.-  Oye, ¿y si nos decidiéramos a trabajar?

SEBASTIÁN.-  Bueno. Yo creo que alguna vez tendríamos que aprender.

  -96-  

LIBORIO.-  ¿Aprender? ¿Aprender a qué?

SEBASTIÁN.-  Aprender a trabajar.

 

(Música más alta. Ellos se marchan definitivamente. Mientras queda visible el cartel y CATALINA de perfil, retirándose, cae definitivamente el telón.)

 





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