
Teoría gramatical y modelo educativo: análisis crítico del verbo en Eduardo Benot
José Antonio Hernández Guerrero
Como ya es sabido, el verbo constituye un factor fundamental en la comunicación lingüística. Su importancia -reconocida tradicionalmente por gramáticos y lingüístas- se debe a la peculiar función sintáctica que ejerce en la frase y a la riqueza de sus valores significativos. Su mismo nombre -resulta y aun tópico cansino- y las imágenes que describen simbólicamente su naturaleza1 sirven de argumentos ilustrativos para probar que universalmente ha sido considerado como la «palabra por excelencia»2.
Debemos advertir también que el interés de los tratadistas por esta «parte de la oración» está determinado, además, por la dificultad que entraña su definición, debido, sobre todo, a su denso sincretismo semántico, funcional y formal3.
Pero nosotros pensamos que las múltiples, y a veces irreductibles, definiciones que se han formulado y las vehementes polémicas que han enfrentado a muchos teóricos, poseen fundamentos de carácter extra-lingüístico. En muchos casos, al menos, las raíces de estas disputas gramaticales se hunden en estratos filosóficos e ideológicos diferentes. En última instancia son las convicciones religiosas referidas, sobre todo al origen del lenguaje, las que determinarán la noción del verbo. Mientras que unos, apoyados en una interpretación literal del texto bíblico, prefieren demostrar la intervención directa de Dios en la adquisición de las palabras, otros, por el contrario, defienden que el lenguaje oral es el resultado de una larga evolución del lenguaje «de acción». La concepción del verbo, elemento fundamental de la oración, se convierte de esta manera en clave para explicar la naturaleza genética del lenguaje.
En trabajos anteriores, hemos analizado las teorías de Alberto Lista, director del Colegio San Felipe Neri de Cádiz4 y las de su discípulo y sucesor Juan José Arbolí5. En esta ocasión nos proponemos definir la postura que adopta Eduardo Benot y, sobre todo, identificar la teoría que defiende, valorando el carácter de sus argumentos y siguiendo el hilo de sus reflexiones6.
Eduardo Benot, discípulo y sucesor de Juan José Arbolí como profesor de Filosofía en el citado Centro, fue político, lingüista, poeta y pedagogo7 perteneciente a la llamada «Generación del 68», junto a figuras de la talla de Pi y Margall y Giner de los Ríos. Ideológicamente encuadrado en el republicanismo federal, defensor de la libertad de enseñanza y de la reforma educativa general, partidario del laicismo en la enseñanza, es un precursor del estructuralismo lingüístico8.
En el «Análisis crítico del verbo», elaborado en su Arquitectura de las lenguas9, tras efectuar un resumen sistemático y valorativo de todas las definiciones que él conoce, esboza una noción original que explica y justifica con argumentos exclusivamente lingüísticos10.
Nuestra aportación consistirá en identificar las autorías de las definiciones analizadas, el fundamento de sus críticas y la analogía de su definición con teorías posteriores.
Benot expone, analiza y critica siete definiciones y, a continuación, formula y define una octava, que es la suya. Veamos cada una de ellas.
La primera definición tiene dos modalidades que corresponden, con leves cambios en la formulación, a las definiciones de la Gramática de la Real Academia.
La primera (a) sigue un criterio meramente significativo:
«Verbo es una parte de la oración que significa la existencia, esencia, acción, estado, designio o pasión, de los seres vivientes y de las cosas inanimadas».
En la primera (b) añade, además, un elemento formal:
«El verbo expresa la idea de acción, existencia o estado, con la de persona y tiempo»11.
Las gramáticas de la Real Academia formulan de manera alternativa estas mismas definiciones. La primera edición (1771) propone una de carácter semántico; en la cuarta (1796) introduce el elemento formal, que posteriormente vuelve a excluir en la de 1854; en la duodécima edición (1870) vuelve a unirlos y los mantiene así hasta la edición de 1931.
Como precedentes de este tipo de definiciones tenemos que mencionar a la formulada por Dionisio Tracio que se hizo clásica:
«Parte de la oración sin inflexiones de caso, que admite las de tiempo, persona y numero y que expresa una actividad o un estado afectivo»12.
Los gramáticos latinos aceptaron la definición de los alejandrinos. Desde Varrón, que clasificaba las palabras morfológicamente en razón de los casos y tiempos, hasta Donato y Prisciano, que consideraron también su aspecto significativo, todas están en la misma línea. Como ejemplo podemos citar la de Donato:
«pars orationis, cum tempore et persona, sine casu, aut agere aliquid aut pati aut neutrum significans»13.
De esta definición el Brócense sólo retiene la primera parte de carácter más morfológico que semántico.
Este modelo de definición alcanzó amplia difusión y, entre otras muchas gramáticas, podemos recordar las de Braulio Amezaga (1850), Manuel de la Iglesia y Diego (1901) y Rufino Blanco y Sánchez (1919), todos ellos contemporáneos del lingüista gaditano14.
Eduardo Benot rechaza esta definición ya que los contenidos semánticos que se asignan al verbo pueden ser igual o mejor expresados por las palabras pertenecientes a otras categorías gramaticales:
«¿qué palabra -se pregunta- puede significar existencia, esencia, acción, estado, designio y pasión, mejor que estos mismos vocablos?»15.
La persona y el tiempo también pueden ser expresados por medio de otros términos que como los pronombres y adverbios no pueden ser analizados como verbos.
El segundo tipo de definiciones que, a simple vista, puede resultar casi idéntico al primero, se diferencia cualitativamente de él porque añade la noción de sujeto como elemento integrante. Verbo -dice textualmente- «es aquella palabra con la cual se expresa que una persona o cosa (el sujeto de la cláusula) se encuentra en cierto estado o condición, o ejecuta una acción, o recibe»16.
Definiciones similares a la anterior hemos visto repetidas en gramáticas escolares de la segunda mitad del siglo XIX, muchas de las cuales, al glosar las nociones académicas anteriormente expuestas, ponen singular énfasis en el agente o paciente de la acción.
Benot la rechaza por razones fundamentalmente antropológicas. Admitir esta definición, según él, supondría un retroceso al antropomorfismo de las edades primitivas, en que «el Río era un Dios que vaciaba el agua en una urna; los vientos, seres aprisionables en una odre; etc. El gran proceso de las lenguas consiste en su moderno tesoro de voces que suponen lo impersonal»17.
Incluso llega a proponer la conveniencia de que los verbos poseyeran cuatro, en vez de tres, formas personales: la primera, la segunda, la tercera y la impersonal.
Tercera definición: «El verbo es la palabra con la cual significamos que un sujeto se encuentra, se encontró o se encontrará en un estado, o en una evolución o en una actividad, o en una pasión especial y determinada»18.
Este tercer tipo de definición completa los dos anteriores mediante la inclusión del término u objeto de la noción expresada en el verbo. La actividad implica el paso del sujeto al objeto, del nominativo al acusativo: «El verbo expresa que una cosa hace algo».
El fundamento de esta definición podemos rastrearlo en la que dio Villalón (1558):
«Verbo es una boz que significa hazer, o padecer (que llama el latino action, o passio) alguna obra en alguna diferencia de tiempo. Con este vocablo o boz, enseño que significa azer yo esta obra o enseñar en este tiempo presente. Y esta voz, padezco, que significa padecer yo en este tiempo presente»19.
Pero Benot muestra de tal manera su desacuerdo con esta teoría que llega a desechar incluso el término complemento:
«la idea de complemento, es, por tanto, una de las más desdichadas que han podido introducirse en la definición del VERBO, porque ha hecho creer (hasta á hombres muy eminentes), que el concepto consignado por los vervos expresivos de una cierta clase de actos o modificaciones es incompleto o deficiente, y que sólo resulta íntegro cuando se oye el acusativo»20.
El verbo no es completado por el acusativo, sino que relaciona, «conexiona», a dos objetos independientes. Para Benot «hacer», «producir» es una de las múltiples relaciones que unen al sujeto con el objeto, modificante con lo modificado.
La cuarta definición la formula así:
«la idea de tiempo es la esencia del verbo»21.
Esta noción cuenta con una antigua tradición. Ya Aristóteles define el verbo, en oposición del nombre, como la palabra que significa con determinación de tiempo, y Varrón también se sitúa en esta misma línea.
Scalígero rechazó la definición según el significado y dijo que la mejor era la siguiente:
«Verbum est nota rei sub tempore»22.
y Jaime Balmes también es partidario de esta teoría que expone así:
«El verbo es una forma gramatical que expresa una idea bajo la modificación variable del tiempo»23.
Estos últimos conceptos constituyen la base de concepciones más elaboradas de lingüistas modernos como las de Larochette, Guillaume, Pottier, Lamíquiz.
Eduardo Benot tampoco la acepta y aduce los siguientes argumentos:
- -esa modificación variable de tiempo también la expresan otros elementos,
- -las formas verbales no poseen significados temporales permanentes y, por esta razón, con frecuencia, unos tiempos se usan por otros,
- -en ocasiones, las formas verbales en vez de expresar variación temporal, poseen otros valores significativos como certeza, duda, probabilidad, mandato, etc.
- -y, finalmente, considera carente de fuerza probatoria en favor de esta cuarta definición, la llamada «ingeniosa y filosófica» teoría de los tiempos absolutos y relativos ya que sus valores dependen, en la mayoría de los casos, de los contextos en los que van incluidas.
Quinta definición:
«El verbo es la palabra que expresa lo que ocurre en oposición a lo permanente»24.
Eduardo Benot señala que esta definición moderna procede en su fondo de Julio César Scalígero. Los gramáticos escolásticos, como p.e. Tomás de Erfurt, consideran que el modo esencial de significar del verbo indica la cosa por su ser y distancia de la sustancia. El modo de significar por el ser se origina de lo que fluye y de la sucesión, y el modo por la distancia se origina de una propiedad de la esencia determinada.
Próxima a esta concepción está una noción que alcanzó gran difusión a mitad del siglo XIX y cuyos autores más conocidos son Gómez Hermosilla y Vicente Salva25.
«Verbos son las palabras destinadas a significar tanto los movimientos que se obran fuera de nosotros, como los que de ellos resultan en nuestros sentidos».
A ella se oponen otros muchos autores entre los que podemos mencionar a Mata y Araujo y Arbolí. Modernamente, la consideración del verbo como «proceso» ha tomado amplia difusión a partir de Meillet, para quien el verbo es el instrumento que expresa lo que se produce, lo que «comporte» un agente o un paciente o ambos.
Tesnière asume esta misma definición y la toma como base para establecer la división de verbos de estado y verbos de acción. Fourquet señala dos objeciones a esta teoría:
- -en primer lugar, la palabra proceso, empleada para designar un contenido específicamente verbal, abarca nombres y verbos. Los nombres representan proceso y especies, mientras que los verbos sólo representan procesos.
- -en segundo lugar, el verbo «ser» copulativo no tiene sentido semántico y no entraría bajo la denominación de proceso26.
El verbo, según Fourquet, no puede ser definido por su contenido semántico. Es preciso intentar definirlo por su función:
«Le verbe est porteur d'índices qui con ernent la phrase en tant quelle évoque un proces, c'ést à diré, un segment de la ligne du temps»27.
Benot acepta que esta definición sea aplicable a los verbos impersonales, a los personales y a los transitivos que exigen o admiten el acusativo o el ablativo, verbos que expresan «lo que ocurre» y que «conexionan» al sujeto con el objeto pero advierte que sólo es válida cuando aparece en forma de tesis, en forma enunciativa, y no cuando su construcción es «anetéutica», imperativa o interrogativa, por ejemplo.
Sexta definición:
«lo propio y exclusivo del verbo es la afirmación»28:
Esta es la definición de la Gramática General y Razonada de Port-Royal29. Los primeros rasgos de la definición lógica del verbo en España los encontramos en el Tratado gramatical del padre escolapio Benito de San Pedro que afirma: «El verbo es una palabra ó parte de la oración cuyo oficio principal es significar la afirmación ó juicio que hacemos de las cosas»30.
Durante el siglo XIX contó con numerosos defensores, recordemos, por ejemplo, los nombres de Mata y Araujo, Salieras, Raimundo de Miguel y muchos más.
Eduardo Benot opone a esta definición cinco razones:
- Frecuentemente se emplea el verbo en frases que no son afirmativas, en todas las formas anetéuticas, en las imperativas, interrogativas, etc.
- Otras veces existen afirmaciones sin la presencia de verbos.
- Todos los demás vocablos que no son verbos también afirman, aunque de manera que Benot llama latente. Son las afirmaciones dato.
La misma definición rechazada le sirve también de argumento: si la oración «el que tiene hambre» posee un valor afirmativo, lo mismo ocurre con el adjetivo «hambriento».
Séptima definición:
«El verbo es la cópula indeclinable ES»31.
Esta es la misma definición anterior pero llevada a una formulación más radical. La defendieron, entre otros, el abate Sicard en Francia y Arbolí en España. Para este autor el elemento invariable es, no se identifica con la tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo ser, sino que por el contrario, esta cópula indeclinable es está incluida en todos los verbos, incluso en ser32.
Benot, además de los argumentos en contra de la definición sexta, que juzga también válidos para la séptima, manifiesta singular animadversión hacia esta última que se niega a aceptar por juzgarla inaplicable a la realidad concreta de cada una de las lenguas conocidas.
Tras la crítica anteriormente expuesta, Benot propone su teoría:
«El verbo es la forma gramatical expresiva del objeto de toda ENUNCIACIÓN»33.
Traza la definición tomando como referencia la función fundamental que para él es la expresión o exteriorización de contenidos mentales. Estos lo mismo pueden ser intelectuales como emotivos o sentimentales. Por eso, la enunciación incluye la TESIS, -la afirmación-, y los diferentes tipos de anéutesis -mandato, interrogación, etc.-.
El verbo es, pues, el elemento principal de la frase que hace que hace que toda ella cumpla de manera eficaz esa función manifestadora o expresiva.
Ciertamente se puede cumplir dicha función sin el verbo o, en otros términos, el verbo no es el único medio posible pero sí el principal, de manera que, cuando en una frase hay un verbo, es éste precisamente el que, integrando en sí múltiples valores, cohesiona a los demás elementos y así forma la frase, el instrumento adecuado para la comunicación.
Esta propiedad verbal no radica, por separado, en ninguno de sus accidentes de tiempo, número y persona, sino que reside en el conjunto de todos ellos. Es función del compuesto, no de los componentes. En resumen, el fin que nos proponemos al hablar puede ser expresado de dos modos principales:
«O la finalidad está esparcida en muchos signos, o está concentrada en un solo vocablo y, si existe esta consideración, solamente al verbo incumbe función tan importante, y esa es su esencia.
Infundir en los accidentes gramaticales la noción fundamental del objeto con que hacemos cualquier enunciación. Concentrar en un foco los fines del hablar»34.
El inventario de definiciones recogido por Benot es amplio y abarca las definiciones de los manuales más conocidos en la segunda mitad del siglo XIX.
Su crítica, excesivamente detallada y reiterativa, repite muchos de los argumentos esgrimidos en las polémicas que, originadas por preocupaciones extralingüísticas, proliferaron a lo largo de todo este siglo.
Su noción, formulada todavía de forma imprecisa, esboza ya las definiciones funcionalistas que aparecerán a mediados de este siglo XX.