Tres cuartos de siglo de crítica mironiana
Ricardo L. Landeira
Desde que sus primeros escritos, los «Paisajes tristes», aparecieron en el periódico alicantino El Ibero (16 de septiembre, 1901-16 de febrero, 1902), Gabriel Miró ha contado no sólo con un público lector devoto sino también con un número apreciable de críticos que han venido estudiando sus obras concienzuda e ininterrumpidamente. Dos páginas, de la 43 a la 45, en el tomo Colección de artículos biográficos (Alicante: sin ed., 1901) de su amigo Francisco Figueras Pacheco, inauguran una bibliografía crítica que setenta y ocho años más tarde supera las dos mil trescientas fichas1.
En la década 1900-1910, años de La mujer de Ojeda (1901), Hilván de escenas (1903), Del vivir (1904), Nómada (1908), La novela de mi amigo (1908) y Amores de Antón Hernando (1909), se dieron sesenta y ocho artículos sobre Miró. Una veintena son de índole biográfica, el resto trata variados temas literarios. Gran parte de la primera categoría comenta el nombramiento de Miró como cronista oficial de la ciudad de Alicante y el viaje realizado a la isla de Tabarca en compañía de Salvador Rueda y Emilio Costa en abril de 1908. Estos artículos apenas si merecen la pena hoy, meros reportajes de la prensa local donde se informa sobre las actividades del joven escritor, de interés a los suscriptores del Diario de Alicante.
El mayor número de ensayos acerca de las publicaciones de Miró versa sobre Del vivir, La novela de mi amigo y Nómada. Azorín, ya por aquel entonces el literato más conocido de Alicante, reseñó positivamente la primera nada menos que en el ABC de Madrid (27 de septiembre, 1905). Titulada «El espíritu de Grecia», la recensión ensalza el paisaje plasmado en el libro, tierra tan conocida por Azorín como oriundo de la región. La novela de mi amigo recibió más bien reseñas breves y anónimas en la prensa alicantina. Los laureles los recogió Nómada, la novelita premiada por «El Cuento Semanal». Los rotativos de habla hispana, desde Madrid hasta Buenos Aires (por ej., El Mundo, 16 de febrero, 1908), dieron noticia sobre el acontecimiento, llegando muchos de ellos a incluir una foto del autor agasajado. Fue este el primer gran éxito de Miró, obscurecido desgraciadamente por la muerte de su padre el mismo día en que se editó la obra. No obstante, la publicidad resultante sin duda influyó en que el ayuntamiento de Alicante advirtiese la creciente importancia de Miró señalándole un sueldo y un puesto más elevado en el municipio.
Otro artículo más tardío sobre Del vivir de Cristóbal de Castro (Heraldo de Madrid, 5 de agosto, 1907) confirma la anterior e intuitiva crítica azoriniana acerca del significado clave del paisaje en la obra. Concretamente, el tema del estudio es el panteísmo mironiano. Ambos leit-motifs llegarían a constituir concurridos segmentos en la bibliografía de Gabriel Miró.
En los años que van desde 1910 a 1920 disminuye al medio centenar el número de artículos a pesar de que los libros logrados en esta época son Las cerezas del cementerio (1910), Del huerto provinciano (1912), El abuelo del rey (1915), Dentro del cercado (1916), los dos tomos de las Figuras de la Pasión del Señor (1916 y 1917), Libro de Sigüenza (1917), y El humo dormido (1919). Dos cosas, sin embargo, puedan explicar la aparente pérdida de interés en Miró.
A un nivel biográfico, casi todos los artículos -aunque apareciesen con creciente frecuencia en los periódicos capitalicios - procedían del Diario de Alicante, de El Correo o de El Día, todos ellos del pueblo natal del autor. Mas, no hallando remedio a una situación económica dificultosa, casado y con dos hijas, Miró abandona Alicante. Va a Barcelona, gran ciudad donde pocos le conocen, pero en la cual espera mejorar su fortuna. Pasando revista a los artículos de esta época, como «Altamira y Miró», «Valle Inclán y Gabriel Miró», «Azorín. Gabriel Miró» y otros parecidos, es evidente que se creía entonces que Miró todavía necesitaba de otros para tenérsele en cuenta, que no era tan bien conocido como aquellos con quienes se fotografiaba o guardaba amistad. Ello bien pudiera ser cierto, pero así y todo, Miró, figura solitaria e independiente por convicción, jamás buscó la notoriedad ni tampoco pensó en disfrutar de ella cuando pudo hacerlo.
A un nivel literario, la mutilación sufrida por Las cerezas del cementerio en su primera edición contribuyó asimismo al bajón de ventas de esta novela, aunque los críticos madrileños José María Tenreiro de La Lectura (marzo de 1911), José López Prudencio de ABC (17 de junio, 1911) y alguno extranjero como Marcel Robin del parisino Mercure de France (16 de septiembre, 1911) la alabaron sin reserva. Del huerto provinciano desapareció tras una única primera edición. Nunca reeditado en forma de libro y excluido de las obras completas, algún trozo, transformado, reapareció más tarde en el Libro de Sigüenza2. El humo dormido, una obra difícil y arcana, tan sólo últimamente ha encontrado provecho entre críticos y lectores.
Consabido es que la obra de Miró que más llamó la atención en esta década fueron los dos tomos de las Figuras de la Pasión del Señor, libro al que la iglesia trató de retirar de los escaparates y hasta de prohibir su venta. La interpretación heterodoxa y mayormente estética de personajes y situaciones bíblicas elevó a Miró a una prominencia nacional e internacional que le causó muchos sinsabores: el encarcelamiento del Sr. Valdés Prida, editor del diario El Noroeste de Gijón, por haber reproducido en su periódico un capítulo del libro el 6 de abril, 1917, Viernes Santo; su exclusión de la archiconservadora Real Academia Española aun siendo respaldado por Azorín, Ricardo León y Palacio Valdés; la pérdida del premio «Fastenrath» en dos ocasiones; y la infamia de aparecer denunciado como hereje por algunos católicos reaccionarios cuando, de hecho, los personajes de las Figuras, si bien estilizados por una perspectiva estrictamente literaria, son tratados con el respeto debido a la hagiografía cristiana.
Los años veinte representan la Edad de Oro de Gabriel Miró en vida. Más de trescientos artículos sobre biografía y obras demuestran su consagración como escritor de valor permanente en la literatura española. El ángel, el molino, el caracol del faro (1921), Nuestro Padre San Daniel (1921), Niño y grande (1922), El Obispo leproso (1926) y Años y leguas (1928) iluminan la última década de la vida de Miró. Estas obras, así como las Figuras publicadas anteriormente, son foco de la gran mayoría de la crítica de esta época.
Por el lado biográfico se discierne claramente la ascensión de Miró a aquel plano reservado hasta entonces para autores vivientes semejantes a Azorín y el resto de la Generación del 98. En artículos de José Alfonso, Ángel Cruz Rueda y Melchor Fernández Almagro, a Miró se le considera como igual de los noventaiochistas, sobre todo igual de Azorín, con quien se le compara una y otra vez dado su paisanismo. Nueve ensayos subrayan este ligamen. Valéry Larbaud de La Nouvelle revue française (julio de 1920) menciona a Francis Jammes y a Gabriel D'Annunzio cuando escribe sobre Miró, mientras que Raimundo de los Reyes en La Verdad (23 de enero, 1927) de Murcia sugiere un paralelo con Vicente Blasco Ibáñez.
Junto con la atención que le dedican los críticos españoles, Miró empieza a ser estudiado por investigadores y ensayistas extranjeros. En Francia, además del citado Larbaud quien tradujo El humo dormido al francés, tenemos a Marcel Carayon, Georges Pillement, Jean Sarraihl y Jean Cassou; en los Estados Unidos, Nicholas B. Adams y Ángel del. Río; en Italia, Mario Puccini, Alberto Martini y Gino Tamburini; en Costa Rica, Ernesto Giménez Caballero y A. Gerchunoff; en la Argentina, A. Pesqueira; en Colombia, Camacho Montoya; en Méjico, Juan Gil Albert; y otros en Alemania, Dinamarca e Inglaterra. Mas, aun en vista de semejante reconocimiento, la Real Academia siguió empeñada en regatearle un sillón, negativa que se convirtió en la cause célèbre de los círculos y tertulias literarias madrileñas y que mereció un número abultado de artículos en diarios de prestigio debatiéndose la cuestión larga y tendidamente.
El 25 de marzo de 1925 fue anunciado el premio «Mariano de Cavia» auspiciado por el ABC. El autor galardonado había sido Gabriel Miró por su cuento «Huerto de cruces» incorporado algo después a la novela Años y leguas. Al igual que ocurriera antes con el premio de «El Cuento Semanal», Miró se convirtió nuevamente en tema de interés para periódicos y revistas de todo el mundo español. Esta vez, no obstante, el prestigio del premio junto con la fama del recipiente convirtieron la ocasión en un suceso de gran resonancia cuyas repercusiones se hicieron sentir notablemente. El Heraldo de Madrid (18 de enero, 1927) publicó un número homenaje a Miró en el que participaron catorce de sus contemporáneos, entre ellos Juan Ramón, Valle Inclán y Pérez de Ayala, aportando comentarios acerca de la personalidad y del trabajo del escritor levantino. Se le hizo una veintena de entrevistas en estos años en las cuales Miró destaca como un hombre sosegado, amable y al mismo tiempo humilde, y como un artista totalmente consciente de su estética y de sus fines literarios. Como resultado de una entrevista en particular, salida en el Diario de Alicante (26 de marzo, 1927), Miró, queriendo echarle una mano al nervioso y joven reportero José Castellón, le entregó una sucinta autobiografía reproducida muchas veces después y de fácil acceso en el homenaje hecho por la Gaceta literaria el 1 de junio de 1931. Otras entrevistas sumamente interesantes son la anónima del ABC (16 de junio, 1927) donde con toda candidez habla de sus menoscabos como escritor y su poca vocación para el teatro3, y la que hizo con Cipriano Rivas Cherif para el Heraldo de Madrid (18 de enero, 1927) que es en realidad una animada conversación entre dos amigos interesados en hablar de todo.
Dentro del recinto de lo estrictamente literario, aunque muchos trabajos sigan tratando el tema de las Figuras (en casi sesenta periódicos desde Buenos Aires a Melbourne y desde Toronto a Dublín), el ensayo más citado de la década fue y sigue siendo la adversa recensión de El Obispo leproso por Ortega y Gasset. Publicada por vez primera en El Sol, el 19 de enero de 1927, pasando después a formar parte de las Obras completas (vol. III, 3.ª ed., Madrid: Revista de Occidente, 1955) del pensador, el ensayo se mantiene desgraciadamente como el más conocido comentario de los fallos novelísticos de Miró. A pesar de que las tesis de Ortega han sido desprestigiadas rotundamente, un número desproporcionado de investigadores parece no haberse percatado de ello. Ocupados asimismo de El Obispo leproso, aunque menos de sus virtudes y fallos como género novela y más de la prosa de su autor nos encontramos con «El estilo leproso» y «Más sobre el estilo leproso» de Luis Astrana Marín, los dos aparecidos en El Imparcial (27 de febrero y 6 de marzo, 1927). Los artículos, propios de la crítica de lápiz a la oreja, son típicos del vilipendio dirigido en contra de Miró en severas críticas, subjetivas a ultranza y promovidas por la obstinada oposición al uso de temas religiosos en obras de imaginación sin miras al mérito intrínseco de éstas. Irónicamente, tanto las severidades de Ortega como los insultos extraliterarios de Astrana Marín, suscitaron suficiente atención entre la crítica como para que, entre la morralla a la que aludí antes, se produjese un número nada despreciable de estudios valiosos sobre los temas comentados. Entre éstos, los tres de Ricardo Baeza titulados todos ellos «Gabriel Miró, prosista» escritos para El Sol y luego parte del libro La comprensión de Dostoiewsky y otros ensayos (Barcelona: Juventud, 1935), y el de Mariano Baquero Goyanes «La prosa neomodernista de Gabriel Miró», de fácil consulta en su obra Prosistas españoles contemporáneos (Madrid: Rialp, 1956). Igual de notables son los primeros cuatro artículos escritos sobre el personaje Sigüenza, el primero de todos por Miguel Fuster, titulado «Evocación de Sigüenza», en Octubre (12 de junio, 1927), y los otros tres por José Francés Berenguer, Benjamín Jarnés y Eduardo Gómez de Baquero.
Aunque la década 1930-1940 trajo consigo la mayor cosecha de signaturas bibliográficas, representa a la vez una triste colección de páginas, puesto que más de la mitad de las ochocientas veinticuatro que he contado tratan directa o indirectamente de la muerte prematura del escritor el 27 de mayo de 1930. El tema de su enfermedad, muerte, entierro y legado ocupan unos trescientos cincuenta artículos, ensayos y elegías en el espacio de unos días escasos. Gran parte de ellos no guarda mayor importancia, aunque los números homenaje de El Imparcial (27 de mayo, 1930), Heraldo de Madrid (29 de mayo, 1930), y La Gaceta literaria (1 de junio, 1931) recogen opiniones de muchas figuras literarias del día que encierran al menos un interés personal. Más mérito indudablemente lo tiene el número de la Revista Hispánica Moderna (vol. 2, núm. 3, abril de 1936) dedicado a Miró, que además de dos trabajos serios de Margarita de Mayo («Gabriel Miró: Vida y obra») y de Antonio Oliver Belmás («Naturaleza y poesía en la obra de Gabriel Miró»), contiene la primera bibliografía completa de Miró llevada a cabo por Sidonia Rosembaum y Juan Guerrero Ruiz.
Otro importante hito fue la publicación del primer libro sobre Miró. Escrito por José Guardiola Ortiz y titulado Biografía íntima de Gabriel Miró (Madrid: Signo, 1935), el tomo es un estudio muy personal carente de valor crítico pero repleto de inéditos mironianos francamente interesantes. Dos tesis doctorales, también las primeras, son presentadas, la una en la Universidad de Puerto Rico («El sentimiento de la naturaleza en Gabriel Miró») en 1938 por Jorge Luis Porras Cruz, y la otra en la Universidad de Toulousse en 1934. Esta, cuyo descubrimiento por Edmund L. King llevó a su publicación en 1964, titulada «Gabriel Miró: le Style, les moyens d'expression», de Raymond Vidal, es todavía hoy el tratado estilístico más exhaustivo e inteligente que existe sobre la prosa de Miró. Estos son también los años cuando algunos de los más conocidos críticos mironianos de la actualidad se dan a conocer: Ricardo Gullón con motivo del aniversario de la muerte del escritor en el diario La mañana de León (11 de agosto, 1931); Guillermo Díaz Plaja sobre el estilo en La ventana de papel (Barcelona: Apolo, 1939); Clemencia Miró, hija del autor, acerca de Sigüenza en Octubre (12 de junio, 1937); Benjamín Jarnés, sobre la estética, en el primero y último -hasta la fecha- artículo sobre Miró aparecido en la Revista de Occidente (mayo de 1930).
Lo más memorable de la década, según creo, fue la puesta en marcha del proyecto de la «Edición Conmemorativa» de las obras completas. Patrocinada por la asociación «Amigos de Gabriel Miró», el primer tomo de la serie de doce volúmenes fue editado en 1932 (Del vivir. La novela de mi amigo) y el último (Años y leguas) en 1949. Esta «Edición Conmemorativa» es valiosísima en parte por los admirables prólogos que a respectivos tomos dedican Azorín, Unamuno, Salinas, Dámaso Alonso, Madariaga y Gerardo Diego. El cuidado con que fue ordenada -datos bibliográficos, variantes, primor tipográfico, etc. - la convierten asimismo en la versión más deseable de todas las obras completas. Por desgracia, se trata de una edición limitada, de doscientas cincuenta colecciones numeradas y vendidas por subscripción adelantada, de forma que hoy día su consulta es poco menos que imposible.
Los años cuarenta son un período relativamente flaco en estudios mironianos. Alrededor de ciento cuarenta y cinco fichas, treinta y dos de las cuales pertenecen a la biografía, son cuanto hay que ver en estos diez años. Ramón Gómez de la Serna nos ofrece una breve relación impresionista de la vida y obra de Miró en sus Nuevos retratos contemporáneos (Buenos Aires: Sudamérica, 1945); Pío Baroja le recuerda a lo largo de sus memorias, sobre todo en Desde la última vuelta del camino (Obras Completas, vol. III. Madrid: Biblioteca Nueva, 1947); Francisco Figueras Pacheco rememora su íntima amistad con el joven Gabriel en las dos partes del «Orto literario de Gabriel Miró» publicado en Sigüenza (mayo de 1945 y noviembre de 1952); y a Unamuno, Gregorio Marañón, Salinas y Dámaso Alonso les recoge Ínsula (diciembre de 1946) versiones abreviadas de sus ya conocidos prólogos a las obras completas. Más enjundia la tiene el homenaje que le dedica la revista Cuadernos de Literatura Contemporánea (vols. 5-6, 1942) en el cual Gerardo Diego selecciona una antología de la producción de Miró acompañándola con un ensayo que estudia su estética. Otros trabajos de interés en el homenaje son el artículo de Adolfo Lizón Gadea «Léxico y estilo en Gabriel Miró», y una serie de cartas de Miró a sus amigos Andrés Sobejano, José Chápuli, José María Ballesteros, José Ruiz Castillo y Juan Guerrero Ruiz. Este último además colabora con Clemencia Miró, que también nos ofrece un perfil biográfico de su padre en otro ensayo, en la segunda gran bibliografía de Miró. Aunque a veces inexacta e incompleta, esta bibliografía fue durante diez años la más útil que los estudiosos mironianos tuvieron a su disposición.
«Miró y la Generación del 98» de Emma Napolitano de Sanz, ensayo de la Revista de la Universidad de Buenos Aires (núm. 6, abril-junio de 1948), y el de Mariano Baquero Goyanes «Tiempo y tempo en la novela», salido en Arbor (núms. 33-34, septiembre-octubre de 1948) son ambos análisis excelentes de la técnica novelística mironiana. El primero resalta la importancia del detallismo en la novela interiorizada de Miró, y el segundo es un ensayo teórico de la temporalidad narrativa según la captan Miró y Marcel Proust. La firma de Vicente Ramos aparece por vez primera, y también la de Enrique Anderson Imbert, en tres artículos por el poeta y crítico levantino («Melodía literaria de Gabriel Miró», Información [6 de junio, 1944], el inaugural de los tres), y uno del narrador y crítico argentino («Gabriel Miró», Occidental, vol. II, 1949). Melchor Fernández Almagro identifica decididamente criatura y creador en «Gabriel Miró-Sigüenza», un capítulo fragmentario de su libro En torno al 98 (Madrid: Jordán, 1948). Actitud ésta que otros críticos continuarán asumiendo y explorando con mayor provecho y acierto.
El segundo y tercero de los libros sobre Miró también salieron a la luz en los cuarenta. Gabriel Miró y los de su tiempo (Madrid: Galo Sáez, 1944) por Adolfo Lizón Gadea, resulta ser el primer estudio competente de los libros dedicados al tema. Es mucho más objetivo y útil que la adulatoria primera biografía de Guardiola Ortiz. Franco Meregalli en su Gabriel Miró (Milano: Inst. Edit. Cisalpino di Varese, 1949) nos presenta un delgado pero nutrido tomo de ensayos sugeridores escritos con un punto de mira intrínsecamente literario.
Al mismo tiempo que seguía en vilo la impresión de la «Edición Conmemorativa», cuyos tomos aparecían con regularidad anunciada, la editorial madrileña Biblioteca Nueva puso a la venta en 1943 las Obras Completas en un tomo. Esta edición fue preparada bajo la dirección de Clemencia Miró quien contribuyó asimismo al prefacio y la cronología del autor. Cinco ediciones más tarde (1969), este grueso tomo, encuadernado esmeradamente, se ha convertido en la versión standard de las obras completas a la cual echa mano todo investigador para cualquier cita crítica.
El período de 1950 a 1960 viene a ser la primera década significativa en estudios mironianos desde el punto de vista erudito. Nos encontramos con trabajos magistrales en cada una de las categorías que rigen una bibliografía de doscientas once fichas. Bajo el rótulo vida del autor, los recuerdos de Heliodoro Carpintero «Perfil humano de Gabriel Miró», escritos para Ínsula (febrero y mayo-junio de 1958), poseen la cariñosa sinceridad de un admirador amigo. A esta misma categoría biográfica pertenecen casi todos los trabajos que integran El lugar hallado, un Festschrift editado en Polop de la Marina en 1952 y en el cual colaboran más de treinta escritores para honrar la memoria de Miró. Los ensayos, poemas y selecciones son de un valor desigual, pero el tomo en conjunto representa un tributo emocionante por parte de críticos, amigos y lectores del narrador alicantino. Ilustrado con profusión de grabados y repleto de fotografías, El lugar hallado contiene además una extensa bibliografía, publicaciones periodísticas inclusive, ordenada por Clemencia Miró. En su último ensayo, «Miró y América» aparecido en la Revista Nacional de Cultura de Caracas (vol. XIV, núm. 98, 1953), Clemencia describe el atractivo que Hispanoamérica guardaba para su padre a través de sus amistades y simpatías literarias suramericanas, pese a que él no llegó a cruzar el Atlántico.
Principales artículos son aquellos de Joaquín Casalduero, «Miró y el cubismo» de 1957, luego parte de sus Estudios de literatura española (Madrid: Gredos, 1962), donde se desvanece el mito del impresionismo mironiano a medida que se nos provee de un análisis lúcido de La novela de mi amigo; Manuel Fernández Galiano con «El mundo helénico de Gabriel Miró» en Ínsula (mayo de 1950) ofrece un ensayo panorámico ampliamente documentado de las fuentes clásicas que inspiraron a nuestro autor; A. Muñoz Alonso interpreta el arte mironiano como una transubstanciación de la verdad en la belleza en «I presupposti filosofici dello stilo di Miró», Humanitas (vol. IX, núm. 2, 1954); «Les images et leur fonction dans Nuestro Padre San Daniel de Gabriel Miró» aparecido en el Bulletin Hispanique (vol. LVI, núms. 1-2, 1954) es un comentario de L. S. Woodward sobre los supuestos filosóficos acechantes tras el pulido estilo de Miró y su metaforización lírica; y «La creación artística de Gabriel Miró» perteneciente a Filología (vol. V, núms. 1-2, 1959) de Enrique Anderson Imbert estudia con un sesgo lingüístico la metaforización y el impresionismo de la prosa mironiana.
Todos los ensayos de Azorín que tratan de Miró fueron recogidos y ofrecidos de nuevo en el tomo De Valera a Miró (Madrid: Afrodisio Aguado, 1959). Otros libros aparecen ahora: Vicente Ramos y la Vida y obra de Gabriel Miró (Madrid: El Grifón de Plata, 1955), Alfred W. Becker con El hombre y su circunstancia en la obra de Gabriel Miró (Madrid: Revista de Occidente, 1958), y Jacqueline van Praag-Chantraine con Gabriel Miró ou le visage du Levant, terre d'Espagne (París: A. G. Nizet, 1959). Los tres son estudios de erudición rigurosa si bien todos ellos han sido en gran parte superados actualmente. Vicente Ramos, uno de los críticos más asiduos de Miró, produjo el primer libro crítico moderno, obra que, a pesar de su acercamiento entusiasta al tema y de su posterior El mundo de Gabriel Miró (Madrid: Gredos, 1964), retiene hoy su valía. El libro de Alfred W. Becker, originalmente una tesis doctoral escrita en la Universidad de Maryland (EE. UU.) en 1954, estudia la enajenación humana observada a través de los entes de ficción mironianos. La obra realizada por Jacqueline van Praag-Chantraine es un tratado compendioso pero con ciertos deslices que obligan su uso con cautela. Los artículos de la misma, «Gabriel Miró o el rostro de Levante» en Revista Hispánica Moderna (vol. XXIV, núm. 4, octubre de 1958) y «Les poèmes en prose de Gabriel Miró» en Revue des langues vivantes (enero de 1959), ofrecen una visión más condensada de sus tesis, que a su vez han sido analizadas detalladamente por Edmund L. King en una aniquiladora más certera recensión del libro citado, vista en el número de Hispanic Review correspondiente a octubre de 1961.
De notar también en esta década son la nueva edición de las Obras Escogidas (Madrid: Aguilar, 1950; 2.ª ed., 1955; 3.ª ed., 1960; 4.ª ed., 1967) dotada de una introducción por María Alfaro, y la colección de narraciones protagonizadas por Sigüenza, escritas entre 1912 y 1930 pero inéditas, que recogió Clemencia Miró en un resumido tomo bajo el título Glosas de Sigüenza (Buenos Aires: Espasa Calpe Argentina, 1952).
En la década de los sesenta hay otro bajón en el número de críticas que se ocupan de Miró. Empero la reducida cantidad de ciento cincuenta signaturas, la maduración en los estudios mironianos sigue en alza. Vicente Ramos, ya por aquel entonces el crítico mironiano español por antonomasia, publica cuatro artículos más, breves pero interesantes, sobre la vida de Miró. Edmund L. King produce otros tres, de los cuales dos, «Gabriel Miró y "el mundo según es"» y «Gabriel Miró: su pasado familiar», ambos aparecidos en Papeles de Son Armadans (mayo de 1961 y octubre de 1962), debiese leer todo estudioso de Miró. Una explicación extraordinaria de su ideología el primero, y un ameno recorrido del historial familiar el segundo.
Otros artículos en los cuales vale la pena detenerse son: «Watches, Lemons and Spectacles: Recurrent Images in the Works of Gabriel Miró» de Susan O'Sullivan en el Bulletin of Hispanic Studies (vol. XLVI, núm. 2, abril 1967) que descubre el significado psicológico sugerido en varias imágenes; Enrique Moreno Báez en «El impresionismo de Nuestro Padre San Daniel», incluido en el Homenaje ofrecido a Dámaso Alonso, vol. II (Madrid: Gredos, 1961), nos rinde una cuidadosa valoración estilística de esta novela desde una perspectiva estética impresionista; también en el mismo Homenaje nos encontramos con «Palabra, sensación y recuerdo en Gabriel Miró» de Jorge Guillén, unas bien pensadas consideraciones acerca de las alusiones ético-estéticas del estilo mironiano; y Emilio Orozco Díaz, cuyo ensayo «La transmutación de la luz en las novelas de Gabriel Miró» en su libro Paisaje y sentimiento de la naturaleza en la poesía española (Madrid: Prensa Española, 1968) estudia la sensualidad y el plasticismo con que Miró reproduce escenas de luz en sus obras principales.
La citada tesis de Raymond Vidal, Gabriel Miró: le Style, les moyens d'expression (Bibliothèque de l'École des Hautes Études Hispaniques, Fasciscule XXXIII. Bordereaux: Féret et Fils, 1964) aparece ahora impresa como libro. Nada nuevo aporta Carlos Sánchez Gimeno con su Gabriel Miró y su obra (Valencia: Castalia, 1960) o Frances T. Field en El paisaje en la obra de Gabriel Miró (Guatemala: Biblioteca de Estudios Literarios de la Universidad de San Carlos de Guatemala, 1963), ni tampoco Elpidio Laguna Díaz con El tratamiento del tiempo subjetivo en la obra de Gabriel Miró (Madrid: Editorial de la Espiritualidad, 1969). Los tres tomos carecen de originalidad, de aparato crítico, y de hondura de pensamiento. Nuevamente es Vicente Ramos quien con su epatante libro El mundo de Gabriel Miró (Madrid: Gredos, 1964; 2.ª ed., 1970) nos presenta otro estudio que complementa admirablemente su anterior Vida y obra de Gabriel Miró. El mundo de Gabriel Miró, un amplio volumen de quinientas y pico de páginas, es un compendio monumental del mundo personal y literario de Gabriel Miró que nadie tendrá necesidad de repetir en el futuro. Si bien ameno en su lectura, el libro es una verdadera obra de consulta indispensable cuyo apéndice encierra una magnífica bibliografía.
Dos ediciones de una misma obra, El humo dormido, por Vicente Ramos (Salamanca: Anaya, 1964) y por Edmund L. King (New York: Dell, 1967) cierran la década. La de Ramos es una sencilla edición popular, con una concisa introducción, una bibliografía fundamental y un número de notas al pie de página suficiente para el alumno español. La del profesor King, una edición crítica concebida para el estudiante de habla inglesa, contiene un aparato crítico sumamente impresionante de quinientas nueve notas explicativas del texto y una introducción de medio centenar de páginas. Es de lamentar que esta última edición sea hoy inasequible, agotada desde hace varios años.
Como era de esperar, el número de estudios aparecido hasta la fecha en los setenta puede fijarse tan sólo muy vaga y aproximadamente. Según mis cálculos ronda el centenar y cuarto, si bien ello es únicamente una cifra sin pretensión alguna de exactitud dada la demora de publicación de la mayoría de nuestras revistas de crítica literaria y la lentitud de recopilación de los registros bibliográficos a nuestra disposición. Por otra parte los trabajos mironianos han de aumentar en mucho con motivo del centenario del nacimiento de Miró que se conmemora este año de 1979.
Señal del fervor y la seriedad con que trabajan los críticos mironianos lo es la multitud de libros editados hasta este momento. R. Landeira en Gabriel Miró: Trilogía de Sigüenza (Chapel Hill: Ediciones de Hispanófila, 1972) estudia este personaje a través de las tres obras protagonizadas por él: Del vivir, Libro de Sigüenza y Años y leguas. Teresa Barbero con su Gabriel Miró (Madrid: Epesa, 1974) da al lector un estudio tipo «vida y obra» de divulgación, sin pretensión crítica de ninguna clase. Yvette E. Miller en La novelística de Gabriel Miró (Madrid: Ediciones y Distribuciones Códice, 1975) ofrece un maduro análisis de los dispositivos y la estructura narrativa pertenecientes a Nuestro Padre San Daniel y El Obispo leproso. El Gabriel Miró: His Private Library and His Literary Background (London: Támesis, 1975) de Ian R. Macdonald es un estudio de fuentes muy útil para futuros investigadores que incluye también un ameno capítulo sobre la génesis y redacción de Del vivir. Joaquín Fuster Pérez con su Gabriel Miró en Polop (Alicante: Caja de Ahorros Provincial, 1975) pretende presentar el panorama levantino que sirvió de escenario a la narrativa sigüencista. Y, por último, en el ámbito bibliográfico, Ricardo Landeira da a la luz An Annotated Bibliography of Gabriel Miró (1900-1978) (Society of Spanish and Spanish-American Studies, 1978) donde por primera vez se anotan en un tomo independiente todos los escritos de Miró junto con una relación completa de las críticas dedicadas a ellos y a su autor.
De índole biográfica es el séptimo volumen, procedente de la pluma de Jorge Guillén. Titulado En torno a Gabriel Miró. Breve epistolario (Madrid: Ediciones de Arte y Bibliofilia, 1970), este manojo de sentimentales ensayos va acompañado de diecinueve cartas, la mayoría de ellas escritas por Guillén y Miró, reveladoras ante todo de la amistad que los unía así como de preocupaciones literarias compartidas. El resto de los trabajos de biografía son todos ellos artículos de no muy elevado interés. Los ensayos de Heliodoro Carpintero, «Salinas y Miró», en Ínsula (noviembre-diciembre de 1971); Edmund L. King, «Azorín y Miró», en Boletín de la Asociación Europea de Profesores de Español (vol. 9, 1973); y Paciencia Ontañón de Lope, «Gabriel Miró, espíritu del 98» en Studia Hispanica in Honorem Lapesa, vol. III (Madrid: Gredos, 1975), constituyen una lectura amena aunque por veces nos recuerdan vagamente de otros por el estilo escritos cuando Miró acaso no fuese tan conocido como sus coetáneos.
Pocos también son los artículos aparecidos en revistas literarias hasta la fecha que abran nuevos caminos en el análisis de las obras maestras de Miró. Sobresalen muy por encima de los demás los de Francisco Márquez Villanueva titulados «Sobre fuentes y estructura de Las cerezas del cementerio» en Homenaje a Casalduero (Madrid: Credos, 1972), descubridor de posibles fuentes, sobre todo francesas, de esta novela, y también su «Sobre fuentes y estructura de El abuelo del rey» en la Nueva Revista de Filología Hispánica (vol. 24, 1975). P. A. López Capestany, Gerald G. Brown y Roberta Johnson estudian las novelas de Oleza: «Nuestro Padre San Daniel: Novela psicológica» en Cuadernos Hispanoamericanos (julio de 1973) del primero viene a ser un análisis agudo de la obra mediante percepciones ajenas a lo estrictamente literario; «The Biblical Allusions in Gabriel Miró's Oleza Novels» en Modern Language Review (octubre de 1975) de Brown es un extenso estudio documentativo de fuentes, al igual que el de Roberta Johnson, «Miró's El Obispo leproso: Echoes of Pauline Theology in Alicante» en Hispania (mayo de 1976), donde se resalta la verdadera importancia de las fuentes bíblicas en la estructura narrativa de la novela. Tanto «Miró: Naturalismo estético-romántico en Niño y Grande» en Hispania (septiembre de 1976) de Matías Montes Huidobro, como «Elementos estilísticos del «Corpus» de Gabriel Miró» en Explicación de Textos Literarios (vol. 6, núm. 1, 1977) comentan iluminadoramente dos obras arrinconadas por la crítica desde hacía más de treinta años. G. R. Coope contribuye algo nuevo en uno de los más zurrados temas mironianos, el del paisaje, con su artículo «Gabriel Miró's Image of the Garden as "Hortus Conclusus" and "Paraíso Terrenal"» publicado en Modern Language Notes (vol. 68, 1973).
Varias de las tesis doctorales en curso muy probablemente se conviertan en libros como ya ha pasado con algunas, entre ellas las de Raymond Vidal, Elpidio Laguna Díaz, Yvette Miller, Alfred Becker y otros. Es de esperar que algunos más contribuyan así a la conmemoración del primer centenario. Los tomos de homenaje que como este que el lector tiene en sus manos, sin duda alguna están todavía en el telar. Mas, grato es, no obstante, saber de fijo que tanto en España como en el extranjero el año 1979 se celebra en amplios círculos literarios como motivo del ciento aniversario del nacimiento de Gabriel Miró. Así el volumen Critical Essays on Gabriel Miró (Society of Spanish and Spanish-American Studies, 1979) editado por Ricardo Landeira, y en el que colaboran Enrique Anderson Imbert, Heliodoro Carpintero, Ricardo Gullón, Roberta Johnson, Edmund L. King, John R. Kirk, Yvette E. Miller, Ernest E. Norden, Paciencia Ontañón de Lope, Vicente Ramos y Henry C. Schwartz, aunque sólo el segundo homenaje del que tengo noticia augura una continuada y merecida atención crítica al insigne narrador alicantino que sigue siendo Gabriel Miró.