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Una noche en la torre de Mesía, en Galicia

Cuento del país

Antonio Neira de Mosquera

María José Alonso Seoane (ed. lit.)

I

-Que levanten el puente y que los ballesteros cubran sus puestos. ¡Ea!, ¡¡al arma!! -grita una robusta voz desde la barbacana de la torre, y luego las pesadas cadenas del puente levadizo crujen con violencia, y los pecheros aprestan sus armas, dirigiéndose a ocupar las puertas del castillo- ¡¡Al arma!! -repite el caballero blandiendo su diestra, porque está cercano el peligro, y las tropas de los rebeldes llegarán aquí para atacarnos a todo trance.

¿Quién era este caballero?, ¿quiénes eran los rebeldes?, ¿por qué estos venían a combatir el castillo de Mesía? Son todas estas preguntas que se harán nuestros lectores al concluir estas mal hilvanadas líneas y procuraremos contestar a ellas con nuestros humillos de cronista y largas puntas de trovador.

El decidido caballero que así animaba a los peones de esta antigua fortaleza, era el Alcaide a quien confiara Don Alonso Gómez de Deza, más conocido por el Churruchao, la defensa de la torre. Avezado a los combates, no temía los furores de la guerra, y miraba con imperturbable tranquilidad estas terribles escenas que siembran la destrucción en todas partes. Cuando el viejo Churruchao marchara a Castilla con D. Pedro el Cruel, ya predestinara que Galicia iba pronto a proclamar por Rey al bastardo de Trastámara, y encargara severamente a Rui Martín la defensa de esta fortaleza, que tan grande influencia ejercía en la rica y floreciente jurisdicción de Mesía.

El 11 de Junio de 1366 el Arzobispo de Santiago Don Suero Gómez, hermano del Alcaide de Toledo, acérrimo defensor de D. Enrique, instiga a los nobles que odiaban en secreto al Cruel D. Pedro, y levantan en la antigua Compostela el grito de rebelión contra el fugitivo de Monterrey. Aquella misma noche pegan fuego al antiguo castillo de los Churruchaos que estaba en frente de la catedral por el lado del exquisito y tan admirado pórtico de la Gloria, y en tanto que Fernán Gómez, el hijo de Alonso Gómez de Deza huye de la ciudad para dar parte en Monterrey a D. Pedro y sus partidarios del atentado con que acababan de manchar sus blasones, muchos peones y gente de a caballo se apresta para marchar al romper el día con dirección a Mesía. He aquí los rebeldes y la razón porque venían en actitud hostil hacia la torre que fundara el infanzón Pero Mesía. Y ahora que está satisfecha la curiosidad del lector, que siempre es hombre que lo entiende, pues sabe lo uno e ignora lo otro, viento en popa y siga el cuento.

II

Era una noche oscura y tenebrosa; el aire rugía como un león en las bóvedas de la torre, y los exploradores con hachas de paja que estaban en los lejanos montes para espiar al enemigo, se parecían a fantasmas que vagaban perdidas y colgadas del horizonte. La bélica corneta suena por tres veces, y a su eco cien flecheros y ballesteros se apiñan en la plaza de armas. El Alcaide los anima con sus palabras, todos le contestan con entusiasmo, y juran antes morir que entregarse cobardemente a sus enemigos. A la media hora ya no hay tronera ni ventana que no esté erizada de una acerada punta de ballesta o flecha.

La campana de la capilla toca a rebato al desaparecer las fantasmas de las luces, pues es señal que ya están cerca los enemigos, y la alarma cunde por todas partes. En la cárcel que estaba unida a la fortaleza y de la cual hoy solo nos quedó un recuerdo sin inscripción, se redoblan las guardias, y se intima a los primeros la severa orden de que pagarán con la cabeza las desgracias que ocasionen los rebeldes de D. Suero.

Al eco de la campana los vecinos de Mesía se juntan puliendo armas, y bajan en pelotón por el monte donde se levantaba la torre, y se parapetaron a orillas del riachuelo de Vascas, que aún hoy viene a recoger las ruinas de aquella antigua fortaleza. Avístanse las antorchas que precedían a la mesnada enemiga, y solo falta una chispa para incendiarse aquel terrible combustible de valor y de venganzas.

III

-¡Abajo la torre de Mesía!, ¡¡mueran los traidores!!, ¡¡mueran los impíos!!

Estos eran los gritos que salían de la mesnada invasora, y aunque no llegasen a oídos del lector, créanos bajo nuestra palabra de honor, que esto fue tan real y verdadero como el sol.

Los vecinos de Mesía, parapetados a orillas del riachuelo de Vascas, esperaban con impaciencia el momento de medir sus fuerzas con los pagados del Arzobispo de Santiago, y veían a Rui Martín en la barbacana de la torre que animaba sus soldados, y que juraba moriría primero que sucumbir. Las esposas de los que se lanzaban al terraplén del castillo, recelan que perezcan los aliados y peones de Alonso Gómez de Deza, y los infantes lloran desapiadadamente porque creen no volver a abrazar sus más queridos objetos. El Capellán de la torre dirige sus preces al Todopoderoso, y por doquier hay lágrimas en el sexo de los amores y bravatas en el sexo de los combates.

Contraste de palabras que no dejará de hacer sonreír al lector si es malicioso, y de lo que yo no saldré responsable, porque lo he escrito con la más sana intención y evangélico propósito.

De pronto se avistan los enemigos en el puente miserable que cubría el riachuelo como un lente de piedra a aquel ojo de niño, y se inaugura el encuentro con una reñida escaramuza. Rui Martín no tarda en saberlo: los ánimos se agitan, y los emboscados reciben un considerable refuerzo. Los enemigos se aumentan, toman el puente, y esto hace temblar a los soldados del Churruchao. Falta allí un brazo de hierro que los detenga; son soldados sin jefe, y sin rumbo ni dirección se deciden, presentándose de una manera ventajosa para esas batallas en detalle1, que tanto favor han hecho en esta detallada y venturosa época. La puente vese cubierta de enemigos: desde allí hacen cruda guerra a las tropas de Rui Martín y, a la media hora, caen como un torrente sobre el campo, arrollan a los emboscados y llegan hasta el terraplén del foso donde perecen muchos. El primer paso fue victorioso: ahora es menester serenidad en unos y constancia en otros. ¿Quién vencerá?

Al ver Rui Martín que nada valieron los apostados da orden de que se tiren del castillo toda clase de proyectiles, y luego se ven caer de la torre grandes balas de piedra, arrojadas con violencia, y pedazos de plomo candente.

Nada importa esto; los enemigos no desisten, y reciben a cada instante gran refuerzo de gente armada. Otros no tan valientes, pero más osados, toman el camino cubierto que abandonaron los vecinos de Mesía y se lanzan por dentro de él con la muerte en frente. Mas no todo lo meditara Martín ocupado en dar sus disposiciones y animar a los soldados, no pensara si los súbditos de su señor abandonarían su puesto. Lo cierto es que los soldados del Arzobispo toman una puerta que iba a desembocar cerca de la principal, y que en tanto los sitiadores iban sufriendo continuos descalabros, bajan aquellos el puente levadizo y está decidida la victoria por los sitiadores.

La alarma y el terror suben de punto: Rui Martín al verse perdido se arroja al foso y siguen su ejemplo los más leales compañeros.

Dentro de media hora ocupaban la torre de Mesía los soldados del prelado de Santiago D. Suero Gómez, capitaneados por su caudillo Fernán Gómez, y, cuando aterrados vecinos de este inexpugnable lugar veían con pasmo que se retiraban estos asesinos de sus padres y de sus esposos, contemplan con lágrimas en los ojos que entregaran esta fortaleza a las llamas, pareciendo un infierno el asiento de los nobles descendientes de Pero Mesía.

Conclusión

Hoy solo nos quedó de la antigua torre de Mesía, ruinas y esta dolorosa tradición. Ella descuella como una rasgada cortesana, con el sudario de los años sobre sus rugosas paredes, y en ella se estrella el eco con acento sordo y prolongado.

La torre está desmoronada, y de trecho en trecho salen afuera dentadas piedras como la piel de un erizo que clavaran allí por trofeo. El foso está cegado, y para llegar a él en vano nos cansamos, porque se halla solo una vacilante puerta que nos lleva..., a ruinas. Si conocemos que fue un castillo, es por la cortina que se conserva y que da a conocer las ciclópeas2 y fuertes dimensiones de esta torre feudal. Hay en ella una antigua inscripción, que cubre la ventana interior de la torre; pero nuestra cansada vista, y esto puede decir al lector que no hay metáfora, no ha podido descifrar lo que esculpió allí una mano bien poco inteligente y pendolista3.

A. N. de M.

FUENTE

N. de M., A., «Una noche en la torre de Mesía en Galicia», El Iris de Galicia, n.º 22, 15 de julio de 1857; y, n.º 23, 19 de julio 1837.

Edición: María José Alonso Seoane.