 El
ejército
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JUAN.- He oído que en las cosas de la
guerra no gasta dinero como nuestros reyes.
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PEDRO.- ¿Ya queréis que entremos
en la guerra? Pues sea así. Digamos primero de los
señores y capitanes. Tras los tres bajás, la mayor
dignidad es «beguelerbai», que es como quien dice
señor de señores. Capitán general de
éstos hay uno en Grecia, el cual tiene debajo de sí
cuarenta «santjaques».
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MATA.- ¿Qué es
«santjaque»?
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PEDRO.- Como acá maestres de campo o
coroneles: «sangac», en su lengua, quiere decir
bandera, y ciento y cincuenta «subagis», que son
gobernadores. El «beglerbai» tiene treinta mil ducados
de paga, sin sus provechos, que son mucho más. Los
«santjaques bais» tienen de cuatro a seis mil ducados;
los «subaxis», de mil a dos mil; el segundo
«beglerbai» es de la Anotolia, y tiene treinta
«santjaques» y cien «subaxis» cuasi de la
misma paga. Tiene también ocho mil «espais», y
el de la Grecia otros tantos y más. El tercero es el
«beglerbai» de la Caramania; no es tan grande como
estos otros. Tiene diez «santjaques», y entre
«subagis» y «espais», obra de diez mil. El
cuarto es el «beglerbai» de Amacia. Tiene como
éste la paga y gente. El quinto es el de Arbecha, en
Mesopotamia. Danle más partido que a los otros porque
está en la frontera del Sofi. Tiene veinte
«santjaques» con quince mil caballos; tiene sobre todo
esto un virrey en las tierras que tomó al Aduli y otro en el
Cairo, que le envían cada año grandes tesoros. En el
campo es preferido el «beglerbai» de la Grecia, y no
puede nadie tener las tiendas colocadas ni junto a la del gran
señor sino los tres bajás, y éstos, y si hay
algún hijo del Gran Turco es obligado a estar debajo de lo
que éstos ordenaren, en paz y en guerra. Paga muy bien toda
esta gente. Cada luna veis aquí un ejército. Tras
éstos es un señor que es mayor que todos si quiere,
que es el «genízaro aga», el general de los
genízaros, el cual tiene debajo de sí
comúnmente doce mil genízaros, que hacen temblar a
toda Turquía y en quien está toda la esperanza del
campo y las victorias más que en todo junto, como nuestro
rey en los españoles.
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JUAN.- ¿Qué cosas son esos
genízaros?
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PEDRO.- Todos son hijos de cristianos
tributarios del Gran Turco, como griegos, búlgaros y
esclavones en los cuales son obligados los padres a dar de cinco
uno, no en todas partes, porque en muchas son privilegiados; y
demás de todo esto, aunque os parece que gasta mucho el
Turco con tener el ejército en paz y guerra tan grande,
hágoos saber que es poco; porque de cada cabeza que hay en
la casa de cualquier cristiano o judío, de catorce
años arriba, son obligados a pagar un ducado cada
año. Mirad cuántos millones salen, y los hijos que le
diezman tómanlos pequeños y pónenlos a oficios
y a deprender leer y a trabajar, para que se hagan fuertes, y de
éstos eligen los genízaros. Llámanse, antes
que los hagan genízaros, «axamoglanes». Traen
por insignia los genízaros unas cofias de fieltro blanco, a
manera de mitras con una cola que vuelve atrás y hasta en
medio labrada de hilo de oro, y un cuerno delante de plata tan
grande como la cofia, lleno de piedras los que las tienen.
Éstos son gente de a pie, y si no es los capitanes de ellos,
que son diez principales de a mil, y ciento menores de a cada
ciento, no puede en la guerra nadie ir a caballo.
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JUAN.- ¿Qué es la paga de
ésos?
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PEDRO.- De real y medio hasta tres cada
día, y una ropa larga azul cada año. Los
«axamoglanes» tienen de medio real hasta tres
cuartillos y otra ropa; su insignia es una cofia de fieltro
amarillo, de la misma hechura que un pan de azúcar;
también les dan una ropa de paño más grosero y
del mismo color cada un año, y de éstos y de los
genízaros envían siempre en todos los navíos
del gran Señor cada y cuando que salen fuera para el mar
Mayor y al Cairo y Alejandría.
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MATA.- ¿Dónde tienen esos
genízaros su asiento?
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PEDRO.- Las fortalezas principales todas
están guarnecidas de éstos, porque aunque sean
malhechores no los matan, sino envíanlos fuera de
Constantinopla, en un lugar apartado de Constantinopla, cuasi en
medio de ella, que se llama «Iaibaza». Están
más de mil cámaras, donde ellos viven diez por cada
cámara, y el más antiguo de aquellos diez se llama
«oddobaxi», al cual están los otros sujetos, y
cuando van en campo es obligado de buscar un caballo en que lleven
sus ajuares. Danle a cada cámara un
«axamoglán» para que los sirva de guisarles de
comer.
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MATA.- ¿Qué tan grande es la
cámara?
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PEDRO.- Cuanto puedan caber todos a la larga
echados.
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MATA.- ¿Y los que son casados?
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PEDRO.- No puede genízaro ninguno ser
casado.
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JUAN.- ¿Cómo duermen?
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PEDRO.- En el suelo, como esclavos; no hay
hombre de ellos que en paz ni en guerra tenga más cama de
una alfombra y una manta en que se envolver, y sin jamás se
desnudar, aunque esté enfermo.
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JUAN.- ¿Ninguno puede ser casado?
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PEDRO.- Siendo genízaro, no; pero suelen
ascender a capitán o a «espai» o algún
otro cargo, y salen de aquel monasterio. La más fuerte gente
son que en ningún ejército hay de espada, arco y
escopeta y partesana, y no creo que les hace cosa ninguna ser
fuertes sino el estar sujetos y no regalados.
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MATA.- Decid, por amor de mí, a un
soldado de los nuestros que no duerma en cama, y si es a costa
ajena, pudiéndolo hurtar o tomar por fuerza del pobre
huésped, que deje de comer gallinas y aun los viernes, y que
no ande cargado de una puta.
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JUAN.- Hartas veces duermen también en el
campo sin cama.
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PEDRO.- Será por no la tener.
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MATA.- ¿Llevan putas?
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PEDRO.- En todo el ejército de ochenta
mil hombres que yo vi, no había ninguna. Es la verdad que,
como son bujarrones y llevan pajes hartos, no hacen caso de
mujeres.
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JUAN.- ¿Ordenan bien su ejército
como nosotros?
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PEDRO.- ¿Por qué no? Y mejor. No
son gente bisoña los que gobiernan, sino soldados viejos, y
no tienen necesidad de hacer gente ninguna como acá, sino
envía a llamar tal «beglerbai» que venga luego a
tal parte; luego éste llama sus «santjaques
bais», y los «santjaques» sus capitanes; y en paz
están tan apercibidos como en guerra, de manera que dentro
de tercero día que el «beglerbai» recibe la
carta del emperador tiene allegados veinte mil hombres pagados, que
no tiene que hacer otro sino partirse, y el que dentro de tercero
día no pareciese le sería cortada sin remisión
ninguna la cabeza, diciendo que ha tantos años que el
señor le paga y el día que le ha menester se esconde.
Ochenta mil hombres vi que se juntaron dentro de quince días
de como el Gran Turco determinó la ida de Persia.
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MATA.- ¿No tocan tambores?
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PEDRO.- Para hacer gente, no; mas en el campo
traen sus tambores y bien grandes, que no puede llevar un camello
más de uno, y tócanle dos hombres, y cierto parece
que tiembla la tierra. También hay trompetas y
pífanos.
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JUAN.- ¿Qué ordenanza llevan
cuando el Gran Turco sale en campo?
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PEDRO.- De los genízaros escogen para
lacayos trescientos, que este emperador tiene los más
gentiles hombres de todos, y muy bien aderezados, que se llaman
«solaques»; lo cuales traen en la cabeza una mitra
blanca a modo de pan de azúcar, y encima un muy rico penacho
y grande de garzotas blanco. Muy soberbia cosa cierto es ver cuando
sale en campo, que los genízaros van todos hechos una rueda
dentro de la cual va, y los solaques la mitad atrás y la
otra delante, y todos los bajás y beglerbais junto a
él, delante de los cuales todos los santjaques van con sus
banderas cada uno, y no las dan a los mocos, como acá, sino
ellos mismos se la llevan. En cuanto os he dicho hay hombre, sino
en los genízaros, que vaya vestido menos de seda o brocado
hasta en pies. No curéis de más sino que más
soberbio príncipe en ese caso no le hay en el mundo ni
más rico, porque con cuanta costa tiene en lo que os he
dicho, gana y no pierde en las jornadas, agora sea por mar, agora
por tierra; porque en queriendo salir, luego echa un repartimiento
así a turcos como judíos y cristianos, para ayuda de
defender sus tierras contra cristianos, y saca más de lo que
gasta por más gente que lleve.
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JUAN.- Bien sé que no se puede contar ni
saber la renta que tiene de cierto; pero, a lo que
comúnmente se dice, ¿qué tanta
será?
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PEDRO.- Dejadme acabar el escuadrón de la
guerra, que todo se andará para que no dejemos rastro. Estos
espais, que son como acá caballos ligeros de la guarda del
rey, le hacen siempre, cuando está en el campo, de
quinientos en quinientos, la centinela al derredor del
pabellón, y los que duermen también tienen de estar
allí; detrás de todos estos van los silitarios en
escuadrón, que son dos mil, los cuales llevan los caballos
del Gran Señor para cuando quisiere trocar caballo, que es
como acá pajes de caballeriza; luego van los
«ulufagos», que son mil cuasi, como espais, y hacen la
centinela al rey de día y noche; luego va el
escuadrón de los cazadores, que son tantos como el
ejército de algún rey a caballo y a pie.
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JUAN.- De manera que sirven de soldados y
cazadores.
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PEDRO.- No cale a nadie decir no soy obligado a
pelear, que mozos de cocina y todos van cuando el rey sale. Bien
son los cazadores mil de caballo, y más de otros tantos a
pie, y tiénelos bien menester, porque tiene gran multitud de
halcones, azores y girifaltes que le traen sus tributos y
presentes; perros de todas suertes un buen rebaño hay como
de ovejas, de más de dos mil. Los lebreles y alanos tienen
paga de genízaro cada día; los podencos, galgos y
perdigueros, paga de «axamoglan», y aun mantas cada un
año, así para echarse como para traer, porque los
usan allá traer enmantados como caballos. Mil
genízaros y «axamoglanes» tienen cargo de solos
los perros, y no les falta en qué entender.
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MATA.- ¿Y gente de a pie no hay?
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PEDRO.- Demás de los genízaros y
solaques, que van a pie, hay otro escuadrón que llaman
«cariplar», como quien dice el de los pobres, que por
la mayor parte es de tres o cuatro mil. El postrero es de azapes,
como quien dice libres, los cuales son hijos de turcos y naturales,
y éstos se allegan como acá los soldados, y cuando se
acaba la guerra los despiden.
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JUAN.- Con todo eso no me parece que llega el
ejército a ochocientos mil y a cuatrocientos mil, como
acá nos cuentan que trae el gran señor en campo.
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PEDRO.- Una muy grande cantera o mina
habéis descubierto que no os la sabrá nadie soltar si
no es muy visto en aquellas partes; y si nuestro invictísimo
César tuviese tiempo de poder ir contra este
ejército, con sólo el diezmo de gente que llevase
quebraría los dientes al lobo, sino que, parte él
estar impedido en estas guerras de acá, que no le dejan
ejecutar su deseo, parte también nuestra cobardía y
poco ánimo, por las ruines informaciones que los de
allá nos dan sin saber lo que se dicen, les da a ellos
ánimo y victorias; de manera que el miedo que nosotros
tenemos los hace a ellos valientes, que de otra manera más
gente somos de guerra sesenta mil de nosotros que seiscientos mil
de ellos, y más son diez mil caballos nuestros que cien mil
de los suyos.
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MATA.- ¿Cómo pueden ser más
setenta que ochocientos?
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PEDRO.- Decíroslo he, si estáis
muy atentos a oír la cosa, que hallaréis poco o
ninguno que os sepa decir ciertamente. Suele haber en el campo del
Gran Turco ordinariamente quinientos mil hombres, y no más
tampoco, porque siempre se dice más de lo que es, de los
cuales ojalá sean el diezmo para armas tomar; cien mil
caballos cada vez los lleva sin duda ninguna; mas tened por
averiguado que no son treinta mil, ni aun veinte.
¿Pensáis que por caballo se ha de entender un caballo
de los hombres de armas de acá? Pues engañado
estáis, que de aquéllos pocos hay.
¿Acuérdaseos que os dije ayer cuando me quise huir
que compré dos caballos en cinco ducados, razonables?
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MATA.- Muy bien.
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PEDRO.- Pues haced cuenta que de seis partes de
los que hay en el campo del Gran Turco, los cinco son de
aquéllos.
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MATA.- ¿Y de qué sirven?
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PEDRO.- Yo os lo diré: de dos mil espais
que hay que tienen a medio ducado de paga al día, cada uno
es obligado a tener tres caballos consigo y tres hombres en ellos;
y otros que tienen un ducado de paga son obligados a mantener seis
caballos, y cada uno conforme a la paga que tiene; allende de esto,
como no son gente regalada ni duermen jamás en poblado, cada
uno lleva un caballo cargado con la tienda y una cama en que
duerme, y otro con arroz y bizcocho y calderas en que guisar de
comer, y otro para los vestidos y ajuar; además de todo
esto, en casa no dejan más de las mujeres; no hay quien no
tenga media docena de esclavos, pajes y otros cuatro para los
caballos, y todo esto que digo mantiene cada día con medio
real de pan y otro tanto de arroz; vino no lo beben; pues los
caballos los más días comen heno. Finalmente, que
cada espai lleva al menos ocho caballos, y entre ellos uno que vale
algo, y diez esclavos, y con dos reales de costa al día el
que más gasta. Así mismo cada ulofegi otro tanto, y
todos cuantos tiran de paga un ducado llevan doce criados y otros
tantos caballos; y si tiene de paga dos ducados lleva doblados
caballos y esclavos.
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JUAN.- Espántame poder sustentar con tan
poco dinero tanta gente.
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PEDRO.- ¿De qué os
espantáis? ¿No miráis que son sus esclavos y
no les dan salario ninguno ni a beber vino, ni vestido, sino de mil
en mil años? También hinchen mucho los que tienen
cargo de apacentar los caballos del Gran Turco y llevarlos de
diestro, que son cristianos.
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MATA.- ¿Y van con él a la
guerra?
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PEDRO.- Y son los que más provecho le
hacen, de Caramania y Blachia, que son tierras de gente medio
salvaje, y de Bulgaria. También se dan muchos tributos al
Gran Turco entre los cuales cada año tienen estas provincias
de enviar dos mil hombres para dar el verde a los caballos del Gran
Señor y llevarlos de diestro cuando van en campo.
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JUAN.- ¿Y qué paga les dan a
ésos?
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PEDRO.- Ninguna; más de que cada uno,
cuando se vuelven, que ha servido un par de años, lleva
consigo una póliza de cómo sirvió y es exento
de no pagar al rey tributo ninguno de un ducado que cada año
había de pagar, y cuando viene la primavera traen su
capitán y vanse a presentar delante del Gran Turco con una
hoz y un haz de heno, cada uno por insignia, y luego les reparten
los caballos.
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MATA.- ¿Pues tantos caballos tiene el
Gran Turco que son menester dos mil hombres?
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PEDRO.- Y aun más de tres mil
también. Es muy rico y tiene granjerías de yeguas y
caballos, y os aseguro que pasan de cinco mil los caballos
regalados y más de cincuenta mil camellos, por no decir de
cien mil. ¿Con qué pensáis que podría
dar a todos los de su corte, que son más de veinte mil, los
caballos y camellos, sino de esta manera? Que si yo tengo por
gentil hombre suyo un escudo de paga, digo de los que sirven en su
corte, les da también tantos caballos y tantos camellos
cuando fuere en campo; por manera que, muy bien contado todo, de
cuatrocientos mil hombres habrá cien mil que peleen, y aun
ojalá ochenta, y esto querría yo que procurasen saber
de raíz nuestros príncipes cristianos, y no creer a
cada chirrichote que se viene a encalabazarles veinte mentiras, que
después no hay quien los saque de ellas. Pues en las cosas
de la mar, me decid; que no hacen sino parlar que puede armar
doscientas galeras, quinientas galeras; yo le concedo que cada vez
que quiera puede echar trescientas en la mar, pero armarlas le es
tan imposible como a mí, porque si tiene guerra en Persia,
si arma setenta hará todo su poder y más de lo que
puede; y si no tiene guerra, ciento y veinte serán las
más que pueda.
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MATA.- ¿Cómo no puede con tanto
dinero armar las que quisiere?
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PEDRO.- Porque no aprovecha el dinero y la
galera sin gente que la gobierne. No hay marineros en todo su
estado para más de ciento; y aunque haya marineros no hay
quien reme, que tiene menester para cada una ciento y sesenta
hombres, y no se pueden haber de tres o cuatro mil adelante, de
aquellos mortales y chacales que vienen a Constantinopla para
alquilarse a remar.
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JUAN.- ¿Qué será la renta
del Gran Turco?
|
PEDRO.- Lo más conforme a la verdad que
pude descubrir es que de sólo el tributo de los cristianos
tiene cada año millón y medio, sin los presentes, que
son más de otro medio; las alcabalas, un millón
escaso; las salinas, medio millón; bien hay otro medio
millón al menos de las cosas que vacan antes que él
las provea y las haciendas de todos los que mueren sin hijos, y
aunque los tengan, si tienen oficios reales, entra por hijo el Gran
Turco a la partición. El estado que fue del Carabogdan paga
cada año millón y medio y harto más; los
venecianos pagan por Chipre y el Zante trece mil ducados, sin lo de
las parias que no sé lo que monta. El Chío le da
catorce mil; Raguza, medio millón dicen; esto no sé
si es tanto. El bajá que está por gobernador del
Cairo y Suria y todo el estado que tenía el sultán,
da un millón y quince mil hombres pagados. Sobre todo esto
tiene aquellas minas que ayer os dije de la Cabala y la isla del
Schiato, que pasan de dos millones. Pues sumadme vos lo que
valdría la décima de todos los frutos del imperio,
que yo no me atrevo.
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JUAN.- ¿Los diezmos lleva el Gran
Turco?
|
PEDRO.- ¿Qué pensabais? Todos,
así de cristianos como judíos y turcos, y no
penséis que le valen menos los judíos del tributo que
le dan que los cristianos, que antes es más; porque aunque
creo que son más los cristianos, los tributos de los
judíos son mayores mucho. Cuando tiene de ir en campo, todos
los bajás y beglerbeis y santjaques y los demás
oficiales principales a porfía le hacen cada uno un
presente, el mejor que puede. Yo vi uno que Zinan Bajá le
hizo que valía cien mil ducados de plata y oro y sedas.
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JUAN.- Un mal orden veo en el pagar del tributo
de los cristianos que decís.
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PEDRO.- ¿Qué es?
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JUAN.- Que paga uno de catorce años
arriba un ducado; ¡qué barbarería es tratar a
los pobres y a los ricos de una misma forma!
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PEDRO.- No tocáis mal punto, y por eso os
tengo dicho que preguntándome me haréis acordar
muchas cosas. El pobre y el rico, en tocando los años
catorce, es empadronado en el libro que llaman del
«aracho», y si es pobre paga un escudo, y el rico
tres.
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JUAN.- Eso bien.
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PEDRO.- Y aun hay algunos, particularmente
privilegiados, que no pagan nada, mas son obligados de hacer un
presente que valga treinta ásperos.
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MATA.- ¿De artillería es bien
proveído?
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PEDRO.- No lo solía ser, ni tenía
maestros que los enseñasen, principalmente el encabalgar las
piezas en carretones, hasta que echaron los judíos de
España, los cuales se lo han mostrado, y el tirar de
escopetas, y hacer de fuertes y trincheras y todos cuantos ardides
y cautelas hay en la guerra, que no eran antes más que unas
bestias. Hanse en el campo de esta manera, que si se quema la
tienda de alguno, so pena de la vida no puede gritar ni hacer
alboroto, sino matarlo si puede buenamente, por no de asosegar el
campo, y aunque vengan a matar algunos a otro, no puede
aquél tal gritar, sino defenderse y callar, so la misma
pena, y aunque se le suelte el caballo no puede ir tras él
gritando, sino bonicamente si le puede coger, y si no, que se
pierda.
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JUAN.- ¿Qué maceros lleva el Gran
Señor? Porque otros reyes llevan los que hagan lugar para
pasar.
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PEDRO.- Llámase el «chauz
baxí», un capitán que sirve como de sargento,
de poner la gente en orden, y tiene debajo de sí, que tengan
el mismo oficio, trescientos «chauzes», que van
haciendo lugar por donde ha de pasar.
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MATA.- ¿Hay allá postas como
acá?
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PEDRO.- Donde quiera que va el Gran Señor
le siguen los correos de a caballo; pero no hay caballos deputados
para eso, porque son tan celosos que les podrían dar avisos
a los cristianos por donde urdiesen alguna traición.
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MATA.- ¿Pues corren sin caballos?
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PEDRO.- Cada uno es menester que lleve una
cédula del Gran Turco para que le den caballos por donde
fuere, con la cual hacen dos mil bellaquerías, tomando
cuantos topan por el camino sin que se les pueda decir de no, y
algunos rescatan por dineros. Verdad sea que no corren allá
de noche; los mejores correos son de a pie, que van siempre donde
quiera que va el Gran Señor junto a él cien
persianos, que llaman «peics», los cuales dicen por muy
averiguado que no tienen bazo. Yo no lo creo, pero ellos mismos me
decían que era verdad, y no querían decir el secreto
cómo se le sacaban. Éstos van cantando y saltando
siempre delante el caballo del señor, sin calzas, vestidos
de unas ropas de seda verdes y cortas hasta las espinillas; en la
cabeza una mitra como pan de azúcar de terciopelo colorado,
llena de muchas plumas y muy galanas, y colgadas de la cinta unas
campanillas como de buhonero, de plata, que cuando caminan van
sonando; en la una mano un pedazo de azúcar cande y en la
otra una redomica de agua rosada, con que van rociando la gente, y
en el punto que algo quiere el señor, despachan uno de
aquéllos.
|
JUAN.- ¿Qué tanto caminan cada
día?
|
PEDRO.- Veinticinco leguas y treinta si fuere
menester. Zinan Bajá tenía uno que de Constantinopla
a Andrinópoli iba en un día y venía en otro,
que son treinta leguas.
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MATA.- Mucho es; no camina más la posta.
¿Es verdad que cuando el Gran Señor sale fuera
siempre lleva diez mil caballos que le acompañan?
|
PEDRO.- Más lleva de ochenta mil cuando
va a la guerra.
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MATA.- No digo yo sino a pasear por la ciudad o
a su oración.
|
PEDRO.- Eso es una gran mentira; porque si tiene
de ir a pasear, por la mayor parte va en un bergantín por
mar; si tiene de ir a la oración, sabed que lo que
ésos dicen en su vida vieron doscientos caballos juntos,
porque de otra manera no dirían tan grande necedad; desde el
palacio a Santa Sofía, donde se le dice el oficio,
habrá cuatrocientos o quinientos pasos. Pues metedme en
quinientos pasos diez mil caballos. Aína me haréis
decir que diez mil mosquitos no cabrán por el aire, cuanto
más caballos. La realidad de la verdad es que cuando sale,
así sale como nuestro emperador, con obra de trescientos de
a caballo y otros tantos de a pie, y no creáis otra cosa
aunque os lo juren; lo que podrán afirmar es que son gente
muy lucida todos aquellos, porque traen ropas de brocado y sedas de
mil colores, hasta en pies, y muy lucidos caballos, y aquellos
«solaques» con sus penachos campean mucho y abultan
yendo como van ellos y los genízaros en grande
ordenanza.
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JUAN.- ¿Santa Sofía tienen los
turcos como nosotros?
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 Santa Sofía
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PEDRO.- Justiniano Magno, duodécimo
emperador de Constantinopla, edificó el templo de Santa
Sofía, el más magnífico, suntuoso y soberbio
edificio que pienso haber en Asia, África ni Europa; y
cuando sultán Mahameto tomó a Constantinopla,
hízole hacer, quitando todas las imágenes y figuras,
mezquita suya, adonde el Gran Señor va todos los viernes a
su oración, y quedole el nombre de Santa Sofía. Toda
la han derribado, que no ha quedado más de la capilla
principal y dos claustras, para edificar allí casas.
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JUAN.- ¿Qué más
había de tener de dos claustras?
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PEDRO.- Más de cuatro villas hay en
España menores que solía ser la iglesia; tenía
trescientas puertas de metal y una legua pequeña de
cerco.
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JUAN.- ¿Qué obra tiene? ¿De
qué está hecha?
|
PEDRO.- Yo quería pintárosla
cuando hablase de Constantinopla; pero, pues viene a
propósito, dicho se estará; no puedo decir con verdad
cómo estaba primero, porque yo no la vi, sino de
oídas; mas viendo los cimientos por donde iba y lo que agora
hay, se puede sacar lo que estonces era. Las dos claustras son
todas de mármol blanco, suelo y paredes, y la techumbre, de
obra musaica; tienen dieciocho puertas de metal. El mármol
no está asentado como acá, sino muy pulido, a manera
de tablero de ajedrez.
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MATA.- Eso me da a entender que las paredes se
hagan de aquella hechura.
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PEDRO.- Los mármoles sierran allá
como acá los maderos, y hacen tan lindas y tan delgadas
tablas de él como de box, lo cual es uno de los más
grandes trabajos que a los cristianos les dan.
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MATA.- La sierra debe de ser de requesón,
porque otra cosa no bastar a hender ni cortar los mármoles,
como nos queréis hacer en creer.
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PEDRO.- La sierra, porque hagáis
milagros, corta sin dientes ni aguzarla, y porque me habéis
detenido mucho en esto os lo quiero presto dar a entender. Con
aquellas sierras, en la señal que hacen, echando arena y
agua se corta con la misma arena, y es menester que uno esté
de contino echando arena.
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JUAN.- Donde sacan el jaspe, en Santo Domingo de
Silos, me han dicho que se hace eso.
|
PEDRO.- Créolo; de manera que primero
hacen de obra gruesa la pared; después asientan encima
aquellas losas, no más ni menos que lo escaques en un
tablero de ajedrez, o como acá ladrillos. La capilla
principal no tiene en toda ella mármol ninguno, sino todo es
jaspe y pórfido.
|
MATA.- ¿El suelo también?
|
PEDRO.- Todo.
|
MATA.- ¿No será muy grande de esa
manera?
|
PEDRO.- Cabrán dentro diecisiete mil
ánimas, las cuales cada día de viernes se ven salir,
porque sólo aquel día se dice el oficio con
solemnidad, de que el rey o quien está en su lugar se tiene
de hallar presente.
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MATA.- ¡Ay, ojo! ¡Ay, que me ha
caído no sé qué! ¿En una capilla de
jaspe y pórfido diez y siete mil ánimas? Vos que
estáis más cerca tiradle del hábito y paso,
porque se le romperéis todo.
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PEDRO.- El contar a bobos como vos tales es
causa del admirar. ¿Habéis nunca estado en
Salamanca?
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MATA.- ¡Pues no! ¿Por qué lo
preguntáis?
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PEDRO.- Qué boquiabierto debíais
de estar cuando visteis el reloj, porque para tales entendimientos
como el vuestro y otros tales aquella es una sutil invención
y grande artificio. Pues más os hago saber, que con ser
cuán grande es, que bien tendrá un tiro de arcabuz de
parte a parte, en medio no tiene pilar ninguno, sino el crucero, de
obra musaica, que parece que llega al cielo; al derredor todo es
corredores de columnas de pórfido y jaspe, sobre que se
sustenta la capilla, uno sobre otro. Estoy por decir que en solas
las ventanas pueden estar más de doce mil ánimas, y
es así.
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JUAN.- ¿Cómo están esos
corredores? ¿Todos al derredor de la capilla?
|
PEDRO.- Sí, y unos sobre otros hasta que
llega a lo más alto.
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JUAN.- Admirable cosa es ésa. ¿Y
dejan entrar a cuantos quieren dentro a verlo?
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PEDRO.- Si no son turcos, no puede otro ninguno
entrar, so pena que le harán turco, salvo si no es privado,
como yo era. Siempre tiene su guarda de genízaros a las
puertas, los cuales por dos reales que les den dejarán
entrar a los que quisieren, sin pena; pero si entran sin licencia
castíganlos como dicho tengo. La capilla tiene nueve puertas
de metal que salen a la claustra, todas por orden en un paño
de pared, cuatro de una parte y otras tantas de la otra; tienen la
mayor en medio y todas son menester, según la gente carga, y
son bien grandes; tienen unas antepuertas de fieltro colorado; la
cubierta de arriba, en lugar de tejas, es toda plomo, como dije de
la casa de Ibrahim Bajá.
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MATA.- Yo callo. Dios lo puede hacer todo.
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PEDRO.- Bien podéis, que ello es como yo
digo, que no me va a mí nada en que sea grande ni
pequeña; mas digo aquello que muchas veces he visto y
palpado.
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 Las armas
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MATA.- ¿No hay allá escobetas?
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PEDRO.- Sí, hartas; pero mucho mejor
limpia el paño la esponja, y el cuero para las guarniciones
del caballo; que en apeándose, entre tanto que negocia, se
las tienen de limpiar los mozos; tanto son de pulidos y limpios.
Para los pies del caballo lleva el mozo de espuelas otra en la
cinta.
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MATA.- No hemos dicho de las armas con que
pelean.
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PEDRO.- Ellos no usan arneses como nosotros;
camisas de malla los que las pueden alcanzar las traen, y unos
morriones guarnecidos de plata muy bien hechos, y éstos son
pocos los que se los ponen, porque el tocado que ellos traen cada
día en lugar de caperuza es tan fuerte como un almete y no
le pasará un arcabuz; la gente de caballo también
lleva cada uno una lanza medio jineta, con una veleta de
tafetán, y como cada caballo tenga una de éstas en la
mano parece lo mejor del mundo, y de muy lejos campea.
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MATA.- No podrá dejar de ser cosa muy de
ver cien mil caballos que cada uno tenga su lanza con bandereta;
pues ¿no usan lanza en cuja, como éstas de nuestros
hombres de armas?
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PEDRO.- ¿Para qué las quieren, no
usando arneses? La gente de a pie son buenos escopeteros, y traen
unas gentiles escopetas que acá son muy preciadas, y con
razón, partesanas y sus cimitarras.
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JUAN.- Muchas veces he oído que cuando
tiene de llevar la artillería, que la hace desbaratar toda,
y a cada uno da tantas libras que lleve y adonde se tiene de
asentar la hace hundir.
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PEDRO.- Asiéntese con las otras
fábulas que por acá cuentan, y no nos detengamos en
eso, que él trae la mejor artillería que
príncipe del mundo, y mejor encabalgada en sus carretones y
con todo el artificio necesario. Teniendo tantos renegados, por
nuestros pecados, que son muchos más que los turcos
naturales, ¿queríais que ignorase todos los ardides
de la guerra? Aína me haréis decir que es más
y mejor la artillería que tiene sobrada en Constantinopla,
sin servirse de ella que la que por acá tenemos aunque sea
mucha. El Sofi es el que no trae artillería ni
escopetería, que si la tuviese, más belicosa gente
son que los turcos.
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JUAN.- El Sofi, ¿es turco o qué
es?
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PEDRO.- Rey de Persia, donde fue el fin de
Mahoma; todos son moros.
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JUAN.- ¿Pues a que fin es la guerra entre
él y el Gran Turco?
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PEDRO.- Pretende el Sofi que él es el
legítimo emperador de Constantinopla, Cairo y Trapisonda, y
a él compete la conquista y defensión de Mahoma, como
a más antiguos moros, y que el Gran Turco es medio
cristiano, y desciende de ellos, y todos sus renegados son hijos de
cristianos y malos turcos, como el emperador solía traer
contra los alemanes luteranos la guerra.
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JUAN.- ¿Qué gente trae en campos
ése?
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PEDRO.- Sesenta mil caballos, todos de pelea, y
tan acostumbrados al mal pasar que se estarán dos
años si es menester sin meter la cabeza debajo de
poblado.
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JUAN.- ¿Y a pie?
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PEDRO.- Ninguno, ni un tan solo hombre, y por
eso es más fuerte que el turco, y las más veces le
vence, porque hoy está aquí, mañana amanece
acullá, y toma de sobresalto al Gran Señor muchas
veces. Por donde quiera que va todo lo asuela; en lo poblado no
deja casa ni cimiento; los panes por donde pasa todos los quema; la
gente toda la pasa a cuchillo; porque cuando va el Gran Turco por
allí no hallen qué comer ni dónde se acoger
para hacerse fuerte.
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MATA.- ¿Llevando el Gran Turco mucha
más gente que él no le vence? ¿Y más
con tanta artillería como decís que tiene y el otro
no nada, y la gente de pie que es más?
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PEDRO.- Si el Sofi quisiese esperar batalla
campal, no hay duda, sino que le vencería cada vez, porque
la gente de a pie mucha cosa es para desjarretarles los
caballos.
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JUAN.- Más es la artillería.
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PEDRO.- No os engañéis en eso, que
en batalla campal las manos y arcabucería hacen la guerra y
en la mar también, que la artillería poco estrago
puede hacer. Contra una ciudad es buena, porque derriba un lienzo
de una cerca o una torre, o un fuerte de donde les hacen mal, y
hace lugar por donde pueda entrar el ejército; pero en lo
demás todo es llevar una hila de gente, que en un
ejército no es nada y da muchos cincos, unos de corto, otros
de largo y otros de calles. Líbreos Dios de las pelotillas
pequeñas cuando juega la arcabucería, que parece
enjambre de abejas, y si una no os acierta, viene otra y otra que
no puede errar. Los persianos cabalgan excelentísimamente, y
sesenta mil caballos que el Sofi trae sin duda valen más que
un millón del Gran Turco.
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JUAN.- ¿Pues cómo no le quiere
esperar la batalla?
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PEDRO.- De miedo de la artillería y gente
de a pie, que hacen luego fuertes y trincheras donde se mete la
gente de a pie, y los de caballo no pueden entrar allí ni
ofenderles.
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JUAN.- De esa manera, ¿cómo
decís que por la mayor parte es victorioso el Sofi?
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PEDRO.- Yo lo diré. El Gran Turco le va
siempre rogando que le espere la batalla campal, y el Sofi va
huyendo y no quiere. Al cabo, concédesela y señalan
el lugar donde tiene de ser, y allí cada uno asienta su
real, y el Gran Turco planta su artillería y ordena su
campo, y el otro pone sus tiendas y comienzan luego de escaramuzar,
en las cuales escaramuzas siempre el Sofi gana, porque son lejos de
la artillería, y tiénenles ventaja en la
caballería. Vienen luego a la batalla, y al mejor tiempo,
como se ven ir de vencida, vuelve las espaldas y alza su real y
húyese. El Gran Turco va siguiendo la victoria, y
acógesele a cualquier montaña, y al mejor tiempo
revuelve de noche sobre la retaguardia del turco, que resta a
guardar la artillería, y tomándola sobre alto
desbarátala y destrúyela.
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JUAN.- Por manera que cuando quiere vencer
huye.
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PEDRO.- No puede, si eso no hace, ganar sino
perder; la mejor cosa que él trae es venir así a la
ligera. Si tuviese este Sofi arcabucería, sin duda ninguna
podría conquistarle cuanta tierra tiene, y si nuestros
príncipes cristianos fuesen contra el turco, había de
ser cuando tuviese guerra con éste, que entonces no tiene
fortaleza ninguna.
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MATA.- Mejor sería hacer del ojo al Sofi,
como quien dice; dad vos por allá y yo por acá;
tomarle hemos en medio; mas poco veo que ganamos con todas sus
discordias, como ellos han hecho con las nuestras.
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PEDRO.- Ganaremos si Dios fuere servido, y si no
se tiene de servir no lo queremos.
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