 Los embajadores
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JUAN.- ¿Tantos embajadores hay en
Constantinopla?
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PEDRO.- Del rey de Francia, por la amistad que
con el turco tiene, hay siempre uno, que se llamaba Mos de Ramundo,
y el de agora Mos de Codoñat; del rey de Hungría hay
otro, que se llamaba Juan María, y deciros he, porque viene
a propósito de éste, lo que vi en Constantinopla, por
lo cual podréis juzgar cuán cautelosos son los turcos
en el consejo de guerra y qué avisados. Este Juan
María había estado muchos años por embajador,
y rompiose la guerra el año de 52 con el turco, el cual
mandó prender y poner en una torre al Juan María.
Anduvo un año la guerra, y al cabo vinieron a tratar de
conciertos y el Gran Señor envió al Juan María
que fuese a tratar la paz, porque tenía necesidad de ir
contra el Sofi. Como el Juan María fue en Hungría,
trató los capítulos todos que cumplían a la
paz y suplicó al rey que, atento que él le
había servido muchos años en aquel cargo y estaba
enfermo de la orina, que aun yo mismo le había curado en la
prisión, le diese de comer en otro cargo, porque
aquél no le aceptaba. El rey lo tuvo por bien y envió
con los capítulos al obispo de Viena, y como llegó e
hizo su embajada al Gran Turco, luego preguntó por Juan
María. El obispo le respondió que estaba enfermo y
impedido y por eso venía él. Dijo el Gran Turco:
«Pues yo no firmaré capítulo de todos esos, y
así se lo escribid a vuestro rey, si no viene el Juan
María por embajador». El obispo lo escribió
así al rey, el cual tornó a responder que no
había lugar, pero que él enviaba un embajador muy
principal en el obispo y a quien su majestad holgaría
conocer y tratar. Tornó a decir que por ninguna manera
aceptaría nada si él no venía; por eso, que
bien se podía volver. Los bajás le reprehendieron
diciendo: «¿Cómo, señor, por una cosa
que tan poco importa como que venga aquél o no venga, quiere
vuestra majestad dejar de hacer la paz que por el presente tanto le
importa, principalmente viniendo un tan cabal hombre como
éste, que pocos de tal suerte debe de tener el rey de
Hungría en su corte?» A lo cual medio airado,
respondió el Gran Turco: «Pésame que tenga yo
en mi Consejo gente tan necia como vosotros y que ignore una cosa
semejante y que tanto me va. ¿Paréceos, decid, que es
bien que en el Consejo de mi enemigo haya un hombre tan
plático en nuestros negocios que ha estado tanto tiempo
entre nosotros y sabe mejor todos los negocios de acá que
nosotros mismos, y de allá guiará hágase la
cosa de esta manera y de esta, por tal y tal inconveniente, porque
los turcos son de esta suerte y tienen esta costumbre? No me
habléis más, que no firmaré capítulo
ninguno si no viene Juan María muerto o vivo». Lo que
con él se pudo acabar fue que firmase con esta
condición, que dentro de un cierto tiempo viniese en
Constantinopla por embajador, donde no quedaban las paces por
ningunas.
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MATA.- Y aun con eso ganan cada día y
jamás pierden. El más alto consejo me parece que fue
el del Gran Turco en eso, que de cabeza de ningún
príncipe podía salir. Sin más oír del
Gran Turco, yo para mí tengo que es hombre de buen juicio y
de tal consejo se debe de servir; cosa es ésa que no se mira
acá ni se hace caso, sino que por favor hay muchos que
alcanzan a ser capitanes y consejeros en la guerra no habiendo en
toda su vida oído tambor ni pífano, sino tamboril,
guitarra y salterio. ¡Mirad qué consejo puede
aquél dar en la guerra!
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JUAN.- Cuando los ciegos guían
¡guay de los que van detrás! De mi voto gente
tendría yo de experiencia y no se me daría nada de
toda su ciencia.
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PEDRO.- ¿No sabéis qué
respondió el príncipe Aníbal cuando en Atenas
le llevaron andando a ver las escuelas, a oír un
filósofo el de mayor fama que allí tenían y
más docto?
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JUAN.- No me acuerdo.
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PEDRO.- Estando leyendo aquel filósofo
entró el príncipe Aníbal a oír un
hombre de tanta fama, y como le avisaron quién era el que le
entraba a oír, dejó la plática que
tenía entre manos y comenzó de hablar de cosas de la
guerra; cómo se habían de haber los reyes, los
generales; el modo de ordenar los escuadrones, el arremeter y el
retirar; en fin, leyó una lección tan bien
leída que todos quedaron muy contentos y satisfechos.
Salidos de allí preguntaron al príncipe qué le
parecía de un tan eminente varón. Respondió:
«Habeisme engañado, que me dijisteis que tenía
de oír un gran filósofo, lo cual no es éste,
sino grande necio e idiota, que aquella lección el
príncipe Aníbal la tenía de leer, que ha
vencido tantas batallas, y no un viejo que en toda su vida vio
hombre armado, cuanto más ejércitos ni
escuadrones». A todos pareció bien la respuesta, como
le vieron algo airado y la razón que tenía.
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MATA.- Y a mí también me
satisface, que bien hay entre cristianos algunos que hablan mucho
de la guerra y en su vida vieron armados sino el jueves de la cena
o en alguna justa.
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PEDRO.- Y aun muchos que justan, y puestos en el
escuadrón se les olvida con cuál mano han de tomar la
lanza.
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JUAN.- Remédielo Dios, que puede.
¿También los venecianos y florentines tienen su
embajador?
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PEDRO.- Todos los reyes, príncipes y
señorías que tienen paz con el turco los tienen
allá. Los de Venecia y Florencia se llaman
«bailos»; éstos son como priores de los
mercaderes que están en Galata y allí viven.
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MATA.- ¿Hay muchos mercaderes de
ésos?
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PEDRO.- Bien creo que de florentines y
venecianos habrá más de mil casas.
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MATA.- ¿Hacen algún bien a los
cautivos?
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PEDRO.- Más mal les hacen que bien, y aun
a nuestro rey también; en viendo el hombre con cadena, huyen
de él y no le hablarán palabra, y si de acá
les envían dineros para que los rescaten, tómanlos y
tratan con ellos sin darles las cartas ni cosa ninguna, y desde a
dos o tres años torna a enviar los dineros diciendo que es
muerto o que no le quieren dar por tan poco. No penséis que
hablo en esto de oídas, que más de cuatro negocios de
estos averigüé yo, y si más allá
estuviera yo los hiciera andar derechos. De tres en tres
años estas señorías envían nuevo baile,
y siendo yo intérprete con Zinan Bajá y teniendo la
familiaridad tan grande con él, vi dos cosas, las cuales os
quiero contar: la una es el orden que la señoría de
Venecia tiene en proveer un cargo. El «baile» de nuevo
que fue llevaba en pergamino la provisión que decía
de esta manera: «Marcus Antonius Triuisano, Dei gratia
venetiarum dux, etc. Magnífico Illmo. ac
potenti domino Zinan baxa potentissimi otomanorum imperatoris
beglerbai maris nec non eiusdem locum tenenti Constantinopoli,
salutem ac sincere felicitatis affectum. Mandamo
bailo lo serenissimo gran signore el dilecto nobil nostro Antonio
Herizo in luogo de Dominico Trivissano, il qual fará
residentia de lui, si como conviene a la bona amicitia que con la
sua imperial magestate habiamo, a le parole dil quale pregamo la
magnifiçentia et excellentia vostra sia contenta prestar
fede non altrimenti que ela faria a noaitri medesimi. Et li sui ani
siano molti et felichi. Datis in hoc ducali palatio anno a Christo
nato 1554 mensis aprilis die 16 indictione 12.»
Veis aquí cuán brevemente negocia la
señoría de Venecia.
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MATA.- Yo no veo nada ni entiendo esa jerigonza
si no habláis más claro.
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PEDRO.- Decid a Juan de Voto a Dios que os lo
declare.
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MATA.- No pasó por Venecia cuando fue a
Jerusalén, como el pintor del duque de Medinaceli.
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PEDRO.- Dice así: «Marco Antonio
Trivisano, por la gracia de Dios, duque de Venecia, etc. Al
magnífico, ilustrísimo y poderoso señor Zinan
Bajá, almirante de la mar del potentísimo emperador
de turcos, y su lugarteniente en Constantinopla, salud y deseada
felicidad. Enviamos "baile" al serenísimo gran señor
nuestro querido Antonio Herizo, en lugar de Domingo Trivisano, y
residirá en su lugar, así como conviene a la buena
amistad que tenemos con su imperial majestad, a las palabras del
cual suplicamos a vuestra magnificencia y excelencia dé
crédito, no de otra manera que haría a nosotros
mismos; y sus años sean muchos y felices. Dada en este ducal
palacio a dieciséis de abril, año del nacimiento de
Cristo de 1554 y en la indicción
duodécima».
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MATA.- Harto es breve y compendiosa. No
había más que decir.
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PEDRO.- Mas pensé que había de
llevar, como nosotros usamos, un proceso este «baile»,
y estadme atentos que no lo saben ni lo alcanzan acá: es
obligado cada mes de enviar mensajeros que van por mar y por tierra
a Venecia, como acá correos, y en fin del mes, en recibiendo
cartas de Venecia va el bajá que está en lugar del
Gran Señor cuando no está ahí, y estando a
él mismo, y lleva un papel en el cual dice: «El rey de
España está en tal parte, con tanta gente; quiere
hacer esto y esto. El de Francia está con tanta en tal
parte; han habido tal refriega; venció fulano. El papa hace
esto y trata estotro, y tal príncipe se ha rebelado»,
de tal manera, que ninguna cosa pasa en todos los consejos de
acá, secretos y públicos de que no tenga el Gran
Señor aviso, y si me preguntáis cómo lo
sé pensaréis que de oídas. Yo mismo, cuando el
Gran Turco estaba en Persia, se los leía en italiano y lo
convertía en turquesco para ir en Persia.
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JUAN.- Grande maldad y poca cristiandad y menos
temor de Dios usan si así lo hacen.
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MATA.- También deben nuestros reyes tener
otros tantos avisos del turco por los mismos venecianos.
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PEDRO.- Eso no; más recatados son que
tanto los turcos; no hayáis miedo que pueda saber el
veneciano lo que se determina en consejo real; tanto se guardan de
los mismos turcos como de los cristianos, y otra no menor
delicadeza suya os quiero decir que las pasadas, todo de vista. El
mismo capitán general de la armada y almirante de toda la
mar, habiendo de salir con galera fuera, no sabe cuántas
tiene de sacar hasta el día que sale, ni adónde tiene
de ir hasta que ya está allá.
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MATA.- ¿Cómo se parte sin saber
adónde?
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 Las comidas
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MATA.- ¡Cuán poco nos hemos
acordado del comer de los turcos, habiendo pasado por tantas cosas
que acostumbran!
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PEDRO.- No penséis que hay menos que
decir de eso que de lo que está dicho.
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JUAN.- ¿Sírvense con aquella
majestad en el comer que nuestros cortesanos, al menos el Gran
Turco?
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PEDRO.- Deciros he cómo comía
Zinan Bajá, y así entenderéis qué usan
todos los príncipes; y con otro ejemplo particular
sabréis de la gente común; y sabido acá
cómo come un príncipe, podréis pensar que
así hace el rey, añadiendo más fausto.
Así como es su usanza sentarse en bajo, acostumbran
también comer en suelo, y ponen por manteles, para que las
alfombras no se ensucien, un cuero colorado y grueso, como de
guadamecí de caballo, y por pañizuelos de mesa una
toalla larga al derredor de todos, como hacen en nuestras iglesias
cuando comulgan. El cuero del caballo se llama «zofra»;
fruta, ni cuchillo, ni sal, ni plato pequeño no se pone en
la mesa de ningún señor en aquella tierra.
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MATA.- ¿No comen fruta?
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PEDRO.- Sí comen harta, pero no a las
comidas ni de principio ni postre.
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JUAN.- ¿Con qué cortan?
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PEDRO.- El pan son unas tortas que llaman
«pitas». A cada una dan tres cuchilladas en la
botillería antes que la lleven a la mesa, y éstas
sirven de platos pequeños, porque cada uno toma su pedazo de
carne y le pone encima; la sal es impertinente, porque tienen tan
buenos cocineros que a todo lo que guisan dan tan buen temple que
ni tiene más ni menos sal de la que tiene menester.
Tenía Zinan Bajá cuarenta gentiles hombres que llaman
«chesineres», y el principal de éstos se llama
«chesiner baxa»; sirve de maestre sala, y éstos
tienen de paga real y medio cada día, los cuales de ninguna
otra cosa servían sino de llevar el plato a la comida del
bajá. Vestíanse de pontifical todos para sólo
llevar el plato, con ropas de sedas y brocados, las cuales el
bajá les daba cada año una de seda y otra de grana
fina, y en la cabeza se ponen unas cofias de fieltro, como aquellas
de los genízaros, con sus cuernos, salvo que son
coloradas.
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MATA.- ¿Qué tanto valdrá
cada una de esas?
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PEDRO.- Cincuenta escudos, si no lleva alguna
pedrería en el cuerno de plata.
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MATA.- ¿Y para sólo llevar la
comida se le ponen?
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PEDRO.- Y para ir algunas veces con el
bajá cuando va fuera; llevan demás de todo esto unas
cintas que llaman «cuxacas», de plata, anchas de un
palmo, y todas de costillas o columnicas de plata a manera de
corazas; la que menos de éstas pesa son cincuenta
ducados.
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JUAN.- ¿Parecen bien de esa manera?
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PEDRO.- Aunque sea una albarda, si es de oro o
de plata parece mucho bien; estos todos iban con su capitán
a la cocina y tomaban la comida en unas fuentes.
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MATA.- ¿De plata?
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PEDRO.- Antes quiero que sepáis que
ningún turco, por su ley, puede comer ni beber en plata ni
tener salero, ni cuchara de ello, ni el Gran Turco, ni
príncipe, ni grande, ni chico en toda su secta cuan grande
es.
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MATA.- ¿Qué decís?
¿Estáis en vuestro seso? ¿El Gran Turco no
tiene vajilla de plata?
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PEDRO.- Sí tiene, y muy rica y caudalosa,
y candeleros bien grandes, no que la haya hecho él, sino que
se la presentan de Venecia, Francia y Hungría, y aun de
Esclavonia; pero tiénela en la cámara del tesoro, sin
aprovecharse de ella. Otro tanto tenía Zinan Bajá de
muchos presentes que le habían hecho, mas tampoco se
servía de ella ni podía aunque quisiese.
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MATA.- ¿Quién se lo estorbaba?
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PEDRO.- Su ley, que otro no.
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MATA.- ¿En qué se funda para
eso?
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PEDRO.- No en más de que si en este mundo
comiese en plata, en el otro no comería en ella, y no cale
pedirles la razón más adelante de esto.
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MATA.- Pues, ¿en qué comen?
¿De qué son aquellas fuentes?
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PEDRO.- En cobre, que como ellos lo labran es
más lindo que el peltre de Inglaterra; así como
nosotros el boj o cualquier otro palo labramos al torno, haciendo
de ello cuanto queremos, labran los turcos el cobre, y
después lo estañan y queda como plata y las piezas
todas hechas de la misma manera que quieren, y en las mesas del
Gran Turco y los príncipes cuanto se sirve es en estas
fiestas de cobre estañado con sus cobertores, y en
envejeciéndose un poco tórnanlo a poca costa a
estañar y parece cada vez nuevo.
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MATA.- ¿Cómo lo estañan?
¿Como acá los cazos y sartenes?
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PEDRO.- Es una porquería eso; no, sino
con muy fino estaño y con sal amoníaco, en cuatro
horas estañará un oficial toda la vajilla del gran
señor. Como van a la cocina, cada uno de aquellos gentiles
hombres tomaba su fuente con su cobertor y con la mayor orden que
podían iban todos, unos a una parte y otros a otra, de
manera que hacían dos hileras; cada uno iba por su
antigüedad, y llegados los primeros todos se paraban quedando
la misma ordenanza, y el «chesiner baxa» ponía
su fuente en la mesa y tomaba la del que estaba junto a él,
para ponerla, y aquél tomaba la del otro y el otro la del
otro; de modo que sin menearse nadie de su lugar pasaban las
fuentes todas de mano en mano hasta la mesa del bajá, y,
dada la comida se volvían, entretanto que era hora de quitar
la mesa.
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MATA.- ¿Qué llevaban en aquellos
platos? ¿Qué es lo que más acostumbran
comer?
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PEDRO.- Asado, por la mayor parte comen muy poco
o nada; todo es cocido y hecho «miniestras», que dicen
en Italia, y ellos las llaman «sorbas»; es como
acá diríamos potajes, de tal manera que se pueden
comer con cuchara.
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MATA.- ¿De qué era tanto
plato?
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PEDRO.- Los manjares que usaban llevarle cada
día era arroz hecho con caldo de carnero y manteca de vacas,
no nada húmedo, sino seco, que llaman ellos
«pilao», o mezcladas con ello pasas negras de
Alejandría, que son muy pequeñas y no tienen simiente
ninguna dentro; para con esto, en lugar del polvoraduque o miel,
hacían otro potaje de pedazos de carnero gordo, y pasas y
ciruelas pasas, con algunas almendras; otro modo de arroz guisaban
que llevaba al cocer gran cantidad de miel y estaba tieso y
amarillo, que se llama «zerde». Tercero plato de arroz
es de «tauc sorba», gallina hecha pedazos y guisado el
arroz con ella, con pimienta y su manteca. De una cosa os quiero
advertir: que ningún guisado hay que hagan sin manteca de
vacas; ni asar, ni cocer, ni adobado, ni lentejas y garbanzos, ni
otra cosa de cuantas comen, hasta en el pan. El mejor de todos los
platos que a la mesa del bajá se ponía era de carnero
hecho pedazos de a libra, y guisado con hinojo, garbanzos y
cebollas; y otro plato había bueno de espinacas, cosa muy
usada entre ellos; otro es de trigo quitados los hollejos, con su
carnero y manteca, y otro de lentejas con zumo de limón y
guisadas con el caldo de carne, a las cuales les meten dentro unos
que llaman acá fideos, que son hechos de masa. Al tiempo de
las hojas de parras, usan otro potaje de picar muy menudo el
carnero, y meterlo dentro la hoja de la parra y hacerlo a modo de
albóndiga, y cuando hay berenjenas o calabazas
sácanles lo de dentro y rellénanlas de aquel carnero
picado y hácenlas como morcillas; cuando no hay hojas, ni
calabazas, hacen de masa una torta delgada como papel, y en ella
envuelven el mismo bocadillo del carnero muy picado, y hacen un
potaje a modo de cuescos de duraznos. Salsas no se las
pidáis, que no las usan, antes por el comer son tan poco
viciosos que más creo que comen para sólo vivir que
por deleite que de ello tengan; como se les parece en el comer que
cada uno toma su cuchara y come con tanta prisa que parece que el
diablo va tras él y tienen muy buena crianza en el comer,
que sin hablar palabra, como esté uno satisfecho, se levanta
y entra alguno otro en su lugar. Cuando mucho, dice: «Gracias
a Dios»; y son comunes entre ellos los bienes, al menos del
comer, porque, aunque no conozca a nadie, si ven comer les es
lícito descalzarse y tomando su cuchara ayudarles; no son
habladores cuando comen; acabado de comer, el bajá daba
gracias a Dios y mandaba quitar la mesa.
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MATA.- ¿También dan ellos gracias
como nosotros?
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PEDRO.- Bien que como nosotros.
¿Cuándo las damos nosotros ni nos acordamos de Dios
una vez en el año?
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JUAN.- ¿Qué decían en las
gracias?
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PEDRO.- «Helamdurila choc jucur iarabi,
Alat, Ala padixa bir guiun bin eilesen». «Bendito sea
Dios; mejor lo hace conmigo de lo que merezco. Dios prospere
nuestro rey de manera que por cada día le haga
mil».
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JUAN.- Muy buena oración en verdad, y que
todos nosotros la teníamos de usar, y nos habían de
forzar a ello por justicia o por excomunión.
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PEDRO.- Creed que no hay turco que no haga a
cada vez que coma esta misma, aunque sean cuatro veces.
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MATA.- ¿Puede cada uno llevar un plato a
cuestas o llévanle de cinco en cinco?
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PEDRO.- No os entiendo. ¿Cinco tienen de
llevar un plato?
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MATA.- Dígolo porque dijisteis al
principio que los gentiles hombres eran cuarenta, y no
habéis contado más de siete o nueve platos.
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PEDRO.- Cuanto habláis siempre tiene de
ir fundado sobre malicia. Mirad, por amor de Dios, que estaba
aguardando. No se tiene de entender que todos cuarenta se hallen
presentes a cada comida, aunque lleven el salario basta la mayor
parte; pero del pilao no se pone una fuente sola, sino dos o tres,
y del cerdo así mismo, y del carnero otro tanto. Comen a la
flamenca, en dejar primero poner toda la comida en la mesa que
ellos se sienten.
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MATA.- ¿Qué gente comía con
Zinan Bajá?
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PEDRO.- Todos cuantos querían, si no
fuesen esclavos suyos, aunque tenía muchos honrados
gobernadores de provincias, pero por ser esclavos suyos no lo
permiten; si son de fuera de casa, aunque sean los mozos de cocina,
se sientan con él.
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JUAN.- ¿Y nadie de su casa lo hace,
siquiera el contador o tesorero o la gente más de
lustre?
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PEDRO.- El mayordomo mayor y el cocinero mayor
tienen esta preeminencia de comer cuando el señor de lo
mismo que él; mas no a su mesa, sino aparte. Tenía
veinte y cuatro criados turcos naturales, que no eran sus esclavos,
con cada dos reales de paga al día para que remasen en un
bergantín cuando él iba por la mar, los de mayores
fuerzas que hallaba, y llamábanlos «caiclar», y
sólo éstos comían de sus criados con
él.
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MATA.- ¿Para remar no fueran mejor
esclavos?
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PEDRO.- No se osa nadie fiar de esclavos en
aquellos bergantines, porque cuando le tienen dentro pueden hacer
de él lo que quisieren, y ha miedo que le traerán a
tierra de cristianos. Alzada la mesa, los mismos gentiles hombres
toman los platos por la misma orden que los pusieron, y cuasi tan
llenos como se estaban, y llévanlos a la mesa del tesorero,
camarero, que era yo, y pajes de cámara y eunucos que los
guardaban, que en todos seríamos cincuenta, y allí
comíamos y dábamos las fuentes, que aun no eran a
mediadas, fuera a los gentiles hombres, y comían ellos; y
levantados de la mesa, sentábanse los oficiales de casa,
como sastres, zapateros, herreros, armeros, plateros y otros
así, los cuales ya no hallaban de lo mejor nada, como aves
ni buen carnero, habiendo pasado por tantas manos. El plato del
mayordomo mayor andaba también, después de él
comido, por otra parte las estaciones, y el del cocinero mayor.
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MATA.- ¿Qué tanto cabría
cada fuente de esas?
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PEDRO.- Un celemín de arroz.
¿Decislo porque sobraba tanto en todas las mesas?
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MATA.- No lo digo por otro.
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PEDRO.- Sabed, pues, que de cada comida, andado
lo que se guisa de comer por toda la casa a no dejar hombre, es
menester que sobre algo que derramar para los perros y gatos y aves
del cielo, lo cual tendrían por gran pecado y agüero si
no sobrase.
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MATA.- ¿Son grandes las ollas en que
aderezan de comer?
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PEDRO.- Tan grandes como baste a cumplir con la
casa. Son a manera de caldero sin asas, un poco más estrecha
la boca, y llámanse «tenger», de cobre gruesa y
labrada al torno, como las fuentes que llaman
«tepzi».
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JUAN.- ¿No beben vino?
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PEDRO.- Ni agua cuando comen, sino, como los
bueyes se van después de comer a la fuente o donde tienen el
agua. En lugar del vino tenía Zinan Bajá muchas
sorbetas, que ellos llaman, que son aguas confeccionadas de
cocimientos de guindas y albaricoques pasados como ciruelas pasas,
y ciruelas pasas, agua con azúcar o con miel, y éstas
cada día las hacían, porque no se corrompiesen.
Cuando hay algún banquete no dejan ir la gente sin beber
agua con azúcar o miel.
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MATA.- ¿Acostumbran hacer banquetes?
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PEDRO.- Dos hizo Zinan Bajá a Dargute que
no se hicieran mejor entre nosotros, donde hubo toda la
volatería que se pudo haber y frutas de sartén,
cabritos, conejos y corderos.
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MATA.- ¿Saben hacer manjar blanco?
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PEDRO.- Y aun una fruta de sartén a
manera de buñuelos llenos de ello, salvo que no lo hacen tan
duro como nosotros, sino quede tan líquido que se come con
cuchara, y por comer ellos todas las cosas así
líquidas no tienen tanta sed como los señores de
España, que por solamente beber más, comen asado, y
los potajes llenos de especias que asa las entrañas, y por
esto, si miráis en ello, beben poco.
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JUAN.- En ninguna comida ni banquete os he
oído nombrar perdices; no las debe de haber.
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PEDRO.- Muchas hay, sino que están lejos
y no hay quien las cace, porque en Constantinopla sólo el
Gran Señor lo puede hacer. Fuera en aquellas islas del
archipiélago hay más que acá gorriones; donde
yo estuve, en el Schiatho, venían como manadas de gallinas a
comer las migajas de bizcocho que se nos caían de la mesa;
en la isla del Chío las tienen tan domésticas como
las palomas mansas que se van todo el día al campo y a la
noche se recogen a casa. Los griegos en estas islas no las matan,
porque para sí más quieren un poco de cabiari, y si
las quieren vender no hay a quién.
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MATA.- ¿Qué llamáis
cabiari?
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PEDRO.- Una mixtura que hacen en la Mar Negra de
los sesos de los pescados grandes y de la grosura, y gástase
en todo Levante para comer, tanto como acá aceite y
más. Es de manera de un jabón si habéis visto
ralo.
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JUAN.- Harto hay por acá de eso.
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MATA.- ¿Y cómenlo
aquéllos?
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PEDRO.- Con un áspero comerá toda
una casa de ello. Los griegos son los que lo comen; sabe con ello
muy bien el beber, a manera de sardina arencada fiambre y puesta
entre pan. En el mar el mejor mantenimiento que pueden llevar es
éste, porque se puede comer todos los días sin fuego,
aunque sea Cuaresma ni Carnal. Díjele un día a Zinan
Bajá que hiciese traer para sí algunas perdices; y
como era general de la mar, todas estas islas donde las hay eran
suyas, y avisó a sus gobernadores que se las enviasen; y os
prometo que comenzaron cada día de venir tantas, que las
teníamos más comunes que pollos; llámanse en
turquesco «checlic», y el capón
«iblic», y más de cien turcos no os lo
sabrán decir.
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MATA.- ¿No mudan comida, sino todos los
días eso mismo que habéis dicho?
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PEDRO.- Muchas veces comen asado y otras
adobados, pero lo más continuo es lo que os tengo dicho.
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JUAN.- ¿Ningún día dejan de
comer carne, habiendo tan buenos pescados frescos, aunque su ley lo
permita?
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PEDRO.- Muy enemigos son del pescado. No lo vi
comer dos veces en casa del bajá.
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MATA.- ¿Por qué?
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PEDRO.- Como no pueden beber vino, dicen que
reviviría en el cuerpo con el agua, y tiénenlo por
tan averiguado que todos lo creen. Tampoco son amigos de
huevos.
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MATA.- ¿Por qué comen tanto
arroz?
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PEDRO.- Dicen que los hace fuertes, así
como ello y el trigo lo es. Tabernas públicas muchas hay de
turcos donde venden todas aquellas sorbetas para beber los que
quieren gastar y bien barato; por un maravedí os
hartarán.
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JUAN.- ¿En qué bebía Zinan
Bajá, que se nos había olvidado?
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PEDRO.- Lo que más usan los
señores es porcelanas, por la seguridad que les hacen
entender de no poder sufrir el veneno, y vale diez escudos cada
una. También hacen de cobre estañado unas como
escudillas sin orejas, con su pie de taza, y cabrán medio
azumbre y de estas usan todos los que no pueden alcanzar las
porcelanas y aun los que pueden.
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JUAN.- ¿Y vidrios no?
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PEDRO.- Haylos muy finos de los venecianos; mas
por no nos parecer en nada si pudiesen, no los quieren para beber
en ellos, y también, quien no tiene de beber vino,
¿para qué quiere vidrio? No los dejan de tener para
conservas y otras delicadezas.
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MATA.- ¿Es verdad eso de las porcelanas,
que por acá por tal se tiene?
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PEDRO.- A esa hucia no querría que me
diesen ninguna cosa que me pudiese hacer mal en ellas a beber; los
que las venden que digan eso no me maravillo, por sacar dinero; mas
¿quién no tendrá por grandes bestias a los que
dan crédito a cosas que tan poco camino llevan? Eso me
parece como las sortijas de uña para mal de corazón,
y piedras preciosas y oro molido que nos hacen los ruines
físicos en creer ser cosa de mucho provecho.
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JUAN.- ¿Las sortijas de uña de la
gran bestia me decís? La más probada cosa que en la
gota coral se hace son, como sean verdaderas; por mi verdad os juro
que tenía un corregidor una, que yo mismo la vi más
de cincuenta veces hacer la experiencia.
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PEDRO.- ¿De qué manera?
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JUAN.- Estando caído un pobre
dándose de cabezadas, llegó el corregidor y
metiósela en el dedo y tan presto se levantó.
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PEDRO.- Otro tanto se hiciera si le tocara con
sus propias uñas el corregidor.
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JUAN.- ¿Cómo había de
levantarse por eso? ¿Qué virtud tenían para
eso sus uñas?
|
PEDRO.- ¿No acabáis de decir que
tiene de ser la uña de la gran bestia?
|
JUAN.- Sí.
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PEDRO.- Pues ¿qué mayor bestia que
vos y el corregidor, y cuantos lo creyeren? No creo yo que esa gran
bestia que decís sea tan grande como ellos.
¿Qué hombre hay de tan poco juicio en el mundo que
crea haber cosa tan eficaz y de tanta virtud que por tocarla a los
artejos de los dedos haga su efecto? Vemos que el fuego, con cuan
fuerte es, no podrá quemar un leño seco, ni un copo
de estopa, si no le dan tiempo y se lo ponen cerca, y
queréis que una uña de asno haga, puesta por de
fuera, lo que no bastan todas las medicinas del mundo.
|
JUAN.- ¡También es recio caso que
me queráis contradecir lo que yo mismo me he visto!
|
PEDRO.- Puédolo hacer dándoos la
causa de ello.
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MATA.- De esa manera sí.
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PEDRO.- Habréis de saber que aquel
paroxismo le viene de cuando en cuando, como a otros una tertiana,
y es burla que venga del corazón ni de aquella gota sobre
él, que dicen las viejas, sino es un humor que ocupa el
cerebro y priva de todos los sentidos, sino es del movimiento,
hasta que le expele fuera, que es aquella espuma que al cabo le
veis echar por la boca, y no hay más diferencia entre el
estornudar y eso que llamáis gota coral, de que para el
estornudo hay poca materia de aquel humor y para esto otro hay
mucho, lo cual veréis si miráis en ello claramente en
algunos que con dificultad estornudan, que hacen aquellos mismos
gestos que a los que le toma la gota coral, que es mal de luna.
|
MATA.- Es tan clara filosofía esa, que la
tengo entendida yo muy bien.
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PEDRO.- Como aquel accidente dura, según
su curso, un cuarto de hora y media a lo más largo, acierta
a pasar el corregidor ya que comienza a echar la espuma por la
boca, y en poniéndole la sortija, señor, luego se
levantó de allí a media hora. El probar de ella era
que el mismo paciente la trajese de contino y vendría el mal
así como así. ¿Vosotros, señores,
pensáis que yo no he visto uñas y la misma bestia de
qué son? Un caballero de San Juan, bailío de Santa
Femia, conozco, que trae unas manoplas de esas sortijas y otras
monedas que dicen que aprovechan, y piedras muy exquisitas, que le
han costado mucho dinero; mas al pobre señor ninguna cosa le
alivian su mal más que si no lo trajese; y si os
queréis informar de esto, sabed que se llama don Fabricio
Piñatelo, hermano del conde de Monte León, en
Calabria.
|
JUAN.- ¿No es cierto que están las
virtudes en piedras y en hierbas y palabras?
|
PEDRO.- No mucho, que ese refrán es de
viejas y de los más mentirosos; porque a los que dicen que
están en palabras y salen de las cosas comunes del
Evangelio, y de lo que nuestra Iglesia tiene aprobado, ya
podéis ver cuáles los para la Inquisición, la
cual no castiga lo que es bueno, sino lo que no lo es; y pues pone
pena a los que curan por palabras, señal es que no es bueno
«latet amus in esca», aunque
las veis buenas palabras; «sepe angelus
Sathane transfigurat se in angelum lucis», dice
la Escritura 18. A los que creen en piedras, mirad cómo los
castigan los lapidarios y alquimistas en las bolsas,
haciéndoles dar por un diamante o esmeralda ocho mil
escudos, y treinta mil, y a las veces es falso; y que sea
verdadero, maldita la virtud tiene, más de que costó
tanto y no hay otro tal en esta tierra. Dadme uno que por piedras
haya sido inmortal, o que estando malo haya por ellas escapado de
un dolor de costado, o que por llevar piedras consigo entrando en
la batalla no le hayan herido, o que por tener piedras no coma, o
que las piedras le excusen de llegarse al fuego el invierno y
buscar nieve y salitre el verano para beber frío, o que se
excuse de ir al infierno, adonde estaba condenado, por tener
piedras. A la fe haced en piedras vivas, si queréis andar
camino derecho, y si los otros quieren ser necios, no lo
seáis vos.
|
JUAN.- Decid cuanto quisiéredes, que yo
la he visto echar en medicinas y usarlas a médicos tan
buenos como vos debéis de ser y mejores, y las loan
mucho.
|
PEDRO.- Hartos médicos debe de haber
mejores que yo; pero en verdad que de los que usan esas cosas
ninguno lo es, ni merecen nombre de tales; ésos se llaman
charlatanes en Italia, porque si leen cien veces los autores todos
que hay de medicina, no hallarán receta donde entren esas
piedras, y si dicen que sí, serán algunos cartapacios
y trapacetas, pero no autores. Corales y guijas son los más
usados, y éstos son buenos, y algún poco de
aljófar para cuando hay necesidad de desecar algunas
humedades; por parecer que hacen algo, siendo un señor, le
ordenan esas borracherías, pensando que si no son preciosas
cosas las que tiene de tomar no podrá haber efecto la
medicina, como si el señor y el albardero no fuesen dos
animales compuestos de todos cuatro elementos. Los metales y
elementos ningún nutrimento dan al cuerpo, y si
coméis una onza de oro, otra echaréis por bajo cuando
hagáis cámara, que el cuerpo no toma nada para
sí.
|
JUAN.- ¿El oro no alegra el
corazón? Decid también que no.
|
PEDRO.- Digo que no, sino la posesión de
él. Yo, si paso por donde están contando dinero,
más me entristezco que alegrarme por verme que no tenga yo
otros tantos; y comido o bebido el oro, ¿cómo
queréis que lo vea?; ¿el corazón tiene ojos,
por dicha? Cuando les echan en el caldo destilado, los
médicos bárbaros, doblones, ¿para qué
pensáis que lo hacen? Pensando que el señor tiene de
decir: dad esos doblones al señor doctor; que si los pesan,
tan de peso salen como los echaron, no dejando otra cosa en el
caldo sino la mugre que tenían. Si tenéis piedras
preciosas, creedme y trocadlas a piedras de molino, que son
más finas y de más provecho, y dejaos de burlas.
|
MATA.- Tal sea mi vida como tiene razón
en eso.
|
PEDRO.- Cuanto más que un hombre para lo
del mundo, más luce con un buen vestido de seda o fino
paño que con un anillo en el dedo que valga diez mil
ducados. Todas estas cosas que estos médicos bárbaros
hacen, ¿dónde pensáis que las sacan?,
¿de los autores? No, sino de las viejas, que se lo dicen,
como aquello de que el oro alegra el corazón, y que
esté la virtud en piedras y hierbas y palabras. Muy
ruinmente estaría la virtud aposentada si no tuviese otra
mejor casa que las piedras, hierbas y palabras.
|
MATA.- ¿Sabéis qué digo yo,
Juan de Voto a Dios?
|
JUAN.- ¿Y es?
|
MATA.- Que no nos demos a filosofar con Pedro de
Urdimalas, que ninguna honra con él ganaremos, por
más que hagamos, porque viene hábil como el diablo.
Volvamos a rebuscar si hay algo que preguntar que ya no sé
qué. ¿Deléitanse de truhanes y músicos
los turcos?
|
PEDRO.- Algunas guitarras tienen sin trastes, en
que tañen a su modo canciones turquescas, y los
«leventes» traen unas como cucharones de palo con tres
cuerdas, y tienen por gala andarse por las calles de día
tañendo.
|
JUAN.- ¿Qué llaman
«leventes»?
|
PEDRO.- Gente de la mar, los que nosotros
decimos corsarios; truhanes también tienen, que los llaman
mazcara, aunque lo que dijo sultán Mahameto, el que
ganó a Constantinopla, bisabuelo de este que agora es, es lo
mejor de éstos para haber placer.
|
JUAN.- ¿Qué decía?
|
PEDRO.- Dijéronle un día que por
qué no usaba truhanes como otros señores, y él
preguntó que de qué servían. Dijéronle
que para alegrarle y darle placer. Dice: «Pues para eso
traedme un moro o cristiano que comience a hablar la lengua
nuestra, que aquel es más para reír que todos los
truhanes de la Tierra»; y tuvo grande razón, porque
ciertamente, como la lengua es algo oscura y tiene palabras que se
parecen unas a otras, no hay vizcaíno en Castilla más
gracioso que uno que allá quiere hablar la lengua, lo cual
juzgo por mí, que tenían más cuentos entre
sí que conmigo habían pasado, que nunca los acababan
de reír; entre los cuales os quiero contar dos: Curaba un
día una señora muy hermosa y rica, y estaban con ella
muchas otras que la habían ido a visitar, y estaba ya mejor,
sin calentura. Preguntome qué cenaría. Yo, de puro
agudo, pensando saber la lengua, no quise esperar a que el
intérprete hablase por mí, y digo: Ya, señora,
vuestra merced está buena, y comerá esta noche unas
lechugas cocidas y echarles ha encima un poco de aceite y vinagre,
y sobre todo esto «pirpara zequier».
|
MATA.- ¿Qué es
«zequier»?
|
PEDRO.- El azúcar se llama
«gequier», y el acceso que el hombre tiene a la mujer,
«zequier»; como no difieren en más de una letra,
yo le quería decir que echase encima azúcar a la
ensalada, y díjole que se echase un hombre a cuestas. Como
el intérprete vio la deshonestidad que había dicho,
comenzome a dar el codo y yo tanto más hablaba cuanto
más me daba. Las damas, muertas de risa, nunca hacían
sino preguntarme: «¿ne?», que quiere decir
«¿qué?». Yo replicar:
«Señora, zequier»; hasta que el
intérprete les dijo: «Señoras, vuestras
mercedes perdonen, que él quiere decir azúcar, y no
sabe lo que se dice». En buena fe, dijeron ellas, mejor habla
que no vos. Y cuando de allí en adelante iba, luego se
reían y me preguntaban si quería
«zequier».
|
MATA.- El mejor alcahuete que hay para con damas
es no saber su lengua; porque es lícito decir cuanto
quisiéredes, y tiene de ser perdonado.
|
PEDRO.- Iba otro día con aquel cirujano
viejo mi compañero y entro a curar un turco de una llaga que
tenía en la pierna; y teniéndole descubierta la
llaga, díjome, porque no sabía la lengua, que le
dijese que había necesidad de una aguja para coser una
venda. Yo le dije: «Inchir yerec» (el higo se llama
«inchir» y la aguja «icne»). Yo quise decir
«icne», y dije «inchir»; el pobre del turco
levantose y fue con su llaga descubierta medio arrastrando por la
calle abajo a buscar sus higos que pensó que serían
menester para su mal, y cuando menos me cato hele a donde viene
desde a media hora con una haldada de higos, y diómelos. Yo
comencé de comer, y como vio la prisa que me daba, dijo:
«¿Pues para eso te los traigo?» El cirujano
nunca hacía sino por señas pedir la aguja, y yo comer
de mis higos sin caer en la malicia; al cabo, ya que lo
entendió, quedó el más confuso que
podía ser, no sabiendo si se enojar o reír de la
burla, hasta que pasó un judío y le hizo que me
preguntase a qué propósito le había hecho ir
por los higos estando cojo, que si algo quería podía
pedirle dineros. Yo negué que nunca tal había dicho,
hasta que me preguntaron cómo se llama la aguja en su
lengua, y dije que «hinchir», «higos»; y
estonces se rieron mucho y me tuvieron por borrico, y con gran
razón. Otros muchos cuentos pasaba cada día al tono,
y yo mismo se los ayudaba a reír, y me holgaba que se riesen
de mí, porque siempre me daban para vino.
|
JUAN.- ¿Alúmbranse de noche con
hachas?
|
PEDRO.- Muy poco salen fuera, y los que salen no
saben qué cosa es hacha, sino unas linternas de hierro de
seis columnas, y vestida una funda encima, de muy delgada tela de
algodón, como lo que traen en las tocas; da más
resplandor que dos hachas, y llámanla
«fener».
|
JUAN.- Decíais antes la oración
que todos hacen después de comer, mas no la que hacen al
principio; ¿o no la hacen?
|
PEDRO.- No sólo al principio de la
comida, sino cuando quieren hacer cualquier cosa dicen estas
palabras: «Bismillair rehemanir rehim»: «en
nombre de Aquel que crió el cielo y la tierra y todas las
cosas». Y a propósito de esto os quiero contar otra
cosa que tienen en la mar; no me certifico si también lo
hacen en tierra. Todas las veces que tienen propósito de ir
algún cabo echan el libro, que dicen, a modo del libro de
las suertes de acá, y si les dice que vayan, por vía
ninguna dejarán de ir, aunque vean que tienen la mitad menos
galeras y gente que los enemigos, y si les dice que no vayan, no
irán si pensasen ganar la cristiandad de aquel viaje.
|
JUAN.- ¿Qué es la causa por que no
beben vino?
|
PEDRO.- Pocos hallaréis que os la sepan
decir como yo, que la procuré saber de muchos letrados, y es
que pasando Mahoma por un jardín un día, vio muchos
mancebos que estaban dentro regocijándose y saltando,
estúvoselos mirando un rato, holgándose de verlos, y
fuese a la mezquita, y cuando volvió tornó por
allí a la tarde y violos que estaban todos borrachos y
dándose muy cruelmente unos con otros tantas heridas, que
cuasi todos estaban de modo que no podrían escapar, sin
haber precedido entre ellos enemistad ninguna antes que se
emborrachasen. Entonces Mahoma lo primero les echó su
maldición, y tras esto hizo ley que ninguno bebiese vino
pues bastaba hacer los hombres bestias. Solamente lo pueden beber
de tres días sacado de las uvas, mas no de cuatro, porque lo
primero es zumo de uvas y lo otro comienza de ser vino.
|
MATA.- ¿Déjanles labrar
viñas a los turcos?
|
PEDRO.- Algunas labran para pasas y para comer
en uva; mas el viñedo para hacer el vino, los cristianos
mismos se lo labran.
|
MATA.- ¿Y el pan?
|
PEDRO.- Eso ellos labran gran parte en la
Notolia, y tienen mucho ganado.
|
MATA.- ¿Son amigos de leche?
|
PEDRO.- Dulce comen muy poca, pero agra comen
tanta que no se hartan.
|
MATA.- ¿Qué llamáis
agra?
|
PEDRO.- Esta que acá tenéis por
vinagrada estiman ellos en más que nuestras más
dulces natas, y llámanla «yagurt»; hay gran
provisión de ella todo el año; cuájase con la
misma como con cuajo, y la primera es cuajada con leche de higos o
con levadura.
|
MATA.- ¿Qué, tan agra es?
|
PEDRO.- Poco menos que zumo de limones, y
cómense las manos tras ella en toda Levante.
|
MATA.- Pues mal hayan las bestias; ¿no es
mejor dulce?
|
PEDRO.- Aquello es mejor que sabe mejor; a
él le sabe bien lo agro, y a vos lo dulce. Toman en una
taleguilla la cuajada, y cuélganla hasta que destila todo el
suero y queda tieso como queso y duro, y cuando quieren comer de
ello o beber, desatan un poco como azúcar en media escudilla
de agua y de aquello beben.
|
MATA.- Ello es una gran porquería.
|
PEDRO.- No les faltan las natas nuestras dulces,
que llaman «caimac»; mas no las estiman como esto, y
cierto os digo que cuando hace calor que es una buena comida, y aun
de esto hacen salsas. Algo parece que están los
señores atajadillos, y que sabe más un sabio
responder que dos necios preguntar; a la oreja os me estáis
hablando.
|
MATA.- Yo digo mi pecado, que no sé
más qué preguntar, si no pasamos a cómo es
Constantinopla.
|
PEDRO.- ¿Qué, también se
tiene de decir eso?
|
MATA.- Y aun había de ser dicho lo
primero.
|
JUAN.- Primero quiero yo saber si se hacen por
allá los chamelotes y si los visten los turcos.
|
PEDRO.- No muy lejos de Constantinopla se hacen,
en una ciudad que se llama Angora.
|
JUAN.- ¿De qué son? ¿llevan
seda?
|
PEDRO.- Chamelotes hay de seda, que se hacen en
Venecia.
|
JUAN.- No digo sino de estos comunes.
|
PEDRO.- No llevan hebra de ello, mas antes son
de lana grosera, que acá llamáis, como de cabra, la
cual se cría en aquella tierra, y no en toda, sino como la
almástica, que en este término paciendo trae lana
buena para chamelote y en el otro no.
|
JUAN.- ¿Cómo está con aquel
lustre que parece seda?
|
PEDRO.- Si tomáis un pellejo de aquellas
ovejas, diréis, aunque es grosera lana, que no es posible
sino que son madejas de seda cruda; y los tienen los turcos en sus
camas.
|
JUAN.- ¿Valen allá baratos?
|
PEDRO.- Vale una pieza doble de color doscientos
ásperos, que son cuatro escudos, y negra tres.
|
JUAN.- ¿Doble?
|
PEDRO.- Sí.
|
JUAN.- Quemado sea el tal barato; no la
hallaréis acá por doce.
|
PEDRO.- Hay también uno que llaman
mocayari, que es como chamelotes sin aguas, y es vistoso y muy
barato.
|
JUAN.- Por tan vencido me doy ya yo como
Mátalas Callando; por eso bien podéis comenzar a
decir de Constantinopla.
|
PEDRO.- Muy en breve os daré toda la
traza de ella y cosas memorables, si no me estorbáis.
|
JUAN.- Estad de eso seguro.
|
Descripción de
Constantinopla
|
PEDRO.- En la ribera del Hellesponto -que es una
canal de mar la cual corre desde el mar Grande, que es el Eugino,
hasta el mar Egeo- está la ciudad de Constantinopla, y
podríase aislar, porque la misma canal hace un seno, que es
el puerto de la ciudad, y dura de largo dos grandes leguas.
Podéis estar seguros que en todo el mar Mediterráneo
no hay tal puerto, que podrán caber dentro todas las naos y
galeras y barcas que hoy hay en el mundo, y se puede cargar y
descargar en la escala cualquier nave sin barca ni nada, sino
allegándose a tierra. La excelencia mayor que este puerto
tiene es que a la una parte tiene a Constantinopla y a la otra a
Galata. De ancho tendrá un tiro de arcabuz grande. No se
puede ir por tierra de la una ciudad a la otra si no es rodeando
cuatro leguas; mas hay gran multitud de barquillas para pasar por
una blanca o maravedí cada y cuando que tuvierdes a
qué. Cuasi toda la gente de mar, como son los arraeces y
marineros, viven en Galata, por respecto del tarazanal, que
está allí, y ya tengo dicho ser el lugar donde se
hacen las galeras, y por el mismo caso todos los cautivos
están allá; los del Gran Turco en la torre grande una
parte, y otra en San Pablo que agora es mezquita; los del
capitán de la mar, en otra torre; cada arráez tiene
los suyos en sus casas. El tarazanal tiene hechos unos arcos donde
puede en cada uno estar una galera sin mojarse. Muchas veces los
conté y no llegan a ciento, mas son pocos menos.
También me acuerdo haber dicho que será una ciudad de
cuatro mil casas, en la cual viven todos los mercaderes venecianos
y florentines, que serán mil casas; hay tres monasterios de
frailes de la Iglesia nuestra latina, San Francisco, San Pedro y
San Benito; en éste no hay más de un fraile viejo,
pero es la iglesia mejor que del tamaño hay en todo Levante,
toda de obra musaica y las figuras muy perfectas. San Pedro es de
frailes dominicos, y tendrá doce frailes. San Francisco bien
tendrá veinticuatro. Hallaréis en estos dos
monasterios misa cada día, a cualquier hora que llegardes,
como en uno de los mejores monasterios de España, rezadas y
cantadas; órgano ni campana ya sabéis que no le hay,
pero con trompetas la dicen solemne los días de grande
fiesta, y para que no se atreva ningún turco a hacer
algún desacato en la iglesia, a la puerta de cada monasterio
de estos hay dos genízaros con sendas porras, que el Gran
Señor tiene puestos que guarden, los cuales cuando
algún turco, curioso de saber, quiere entrar le dan licencia
y dícenle: «Entra y mira y calla, si no con estas
porras te machacaremos esa cabeza». Ningún
judío tiene casa en Galata, sino tienen sus tiendas y
estanse allí todo el día, y a la noche cierran sus
tiendas y vanse a dormir a Constantinopla. Griegos y armenos hay
muchos, y los forasteros marineros todos posan allí. Hay de
los griegos muchos panaderos, y el pan que allá se hace
tiene ventaja cierto a todo lo del mundo, porque el pan
común es como lo regalado que comen por acá los
señores; pues lo floreado, como ellos lo hacen
echándole encima una simiente de alegría, o negrilla
romana, que los griegos llaman «melanthio», no hay a
qué lo comparar.
|
MATA.- Tabernas pocas habrá, pues los
turcos no beben vino.
|
PEDRO.- ¿Qué hace al caso si los
cristianos y judíos lo beben? Mucho hay en muy buen precio,
y muy bueno. Un examen os hará cuando vais por vino en la
taberna. Si queréis blanco o tinto. Si decís blanco
preguntan si malvasía, o moscatel de Candia o blanco de
Gallipol. Cualquiera de éstos que pidáis es tercera
pregunta: ¿De cuántos años?
|
MATA.- No hay tanta cosa en la corte.
|
PEDRO.- ¿Queréis comparar las
provisiones y mantenimientos de España con Grecia ni
Italia?
|
JUAN.- ¿Y es al cabo caro el vino?
|
PEDRO.- El moscatel y malvasía mejor de
todo es a cuatro ásperos el golondrino, que será un
azumbre; haced cuenta que a real si es de cuatro años; si de
uno o dos a tres ásperos, y tenedlo por tan bueno como de
San Martín y mejor.
|
MATA.- ¿El tinto?
|
PEDRO.- El mejor del tinto es el
«tópico», que dicen los griegos; quiere decir el
de la misma tierra. Es muy vivo, que salta y raspa, y medio
clarete. Viene otro más cerrado como acá de Toro, de
Medellín, junto al Chío. Lo primero vale a dos
ásperos el golondrino, y lo segundo a uno y medio. De
Trapisonda carga mucho clarete y de la isla de Mármara.
Todos éstos, con lo de Negroponto, haced cuenta que valen a
siete maravedís, de lo cual los cautivos cargan por junto,
yéndose por él a las barcas que lo traen. La
principal calle de Galata es la de San Pedro, que llaman la Lonja,
donde los mercaderes tienen sus tratos y ayuntamientos. El
tarazanal está a la puerta que mira a Occidente, y otra
puerta, que está hacia donde sale el sol, que va la canal de
mar arriba, se llama El Topana, que quiere decir donde se hunde la
artillería. «Top», en turquesco, se dice el
tiro. En medio de aquel campo están tantas piezas sobradas,
sin carretones ni nada, que algún rey las tomará por
principal artillería para todo su ejército;
culebrinas muy grandes, y buenas de las que tomaron en Rodas y de
las de Buda y Belgrado, y cañones muy gruesos, que se
meterá por ellos un hombre, hay muchos.
|
JUAN.- ¿Qué hace allí
aquello?
|
PEDRO.- Está sobrado, para no menester,
que no sabe qué hacer de ello. Cuando falta un buen
cañón en alguna parte, luego le van a buscar
allí.
|
MATA.- ¿Es de hierro todo aquello?
|
PEDRO.- No, sino de muy fino metal de
campanas.
|
MATA.- ¿Qué tantos tendrá
de esos gruesos allí sobrados?
|
PEDRO.- Más de cuatrocientos, aunque yo
no los he contado.
|
MATA.- Mucho es cuatrocientos tiros de
artillería.
|
PEDRO.- Más es el estar sobrados, que es
señal que tiene muchos y no ha menester aquéllos.
Mezquitas y estufas, que llaman baños, no hay pocas por toda
la ciudad, y Constantinopla también, e iglesias de griegos,
que son más de dos mil; y la realeza de aquellos
baños de la una y de la otra parte es muy de notar; parecen
por de fuera palacios muy principales y tienen unas capillas
redondas a manera de media naranja, cubiertas de plomo. Por dentro
todos son mármol, jaspe y pórfido. La ganancia lo
sufre, que no hay ninguno de todos que no rinda cada día
cincuenta escudos.
|
MATA.- ¿Cuánto paga cada uno?
|
PEDRO.- Lo que quiere y como es; unos medio
real, y otros uno, y otros dos; los pobres un áspero.
|
JUAN.- ¿Cuántos se pueden
bañar juntos de una vez?
|
MATA.- Eso quería yo preguntar.
|
PEDRO.- En seis capillas que tiene el que menos
cabrán juntos bañándose ochenta hombres.
|
MATA.- ¿Cómo se bañan?
¿Métense dentro algunas pilas?
|
PEDRO.- Danle a cada uno una toalla azul, que se
pone por la cintura y llega a la rodilla; y metido dentro la estufa
hallará dos o tres pilicas en cada una, en las cuales caen
dos canillas de agua, una muy caliente y otra fría.
Está en vuestra mano templar como quisiéredes, y
allí están muchas tazas de estaño con las
cuales cogéis el agua y os la echáis a cuestas, sin
tener a qué entrar en pila. El suelo, como es todo de
mármol, está tan limpio como una taza de plata, que
no habría pila tan limpia. Los mismos que sirven el
baño os lavarán muy a vuestro placer, y esto no
solamente los turcos lo usan, sino judíos y cristianos, y
cuantos hay en Levante. Yo mismo lo hacía cada quince
días, y hallábame muy bien de salud y limpieza, que
acá hay gran falta. Una de las cosas que más nos
motejan los turcos, y con razón, es de sucios, que no hay
hombre ni mujer en España que se lave dos veces de como nace
hasta que muere.
|
JUAN.- Es cosa dañosa y a muchos se ha
visto hacerles mal.
|
PEDRO.- Eso es por no tener costumbre; mas
decidles que lo usen, y veréis que no les ofenderá.
Ningún hombre principal ni mujer se va a bañar, que
lo hacen todos los jueves por la mayor parte, que no deje un escudo
en el baño por sus criados y por sí.
|
JUAN.- ¿No se bañan juntos los
hombres y las mujeres?
|
PEDRO.- ¿Eso habían de consentir
los turcos siendo tan honestos? Cada baño es por sí,
el de los hombres y de las mujeres.
|
MATA.- Mucha agua se gastará en esos
baños.
|
PEDRO.- Cada uno tiene dentro su fuente, que de
eso es bien proveída Constantinopla y Galata, si hay
ciudades en el mundo que lo sean, y aun muchos turcos tienen por
limosna hacer arcas de fuentes por las calles donde ven que
esté lejos el agua, y cada día las hinchen a su
costa, poniéndoles una canilla por fuera de estas de
tornillo, y el que se la dejare destapada para que se vaya el agua
peca mortalmente. Digo que las arcas son artificiales, que no traen
allí las fuentes; y esto de Galata baste. Constantinopla,
que antes se llamaba Bizancio, tiene el mejor sitio de ciudad que
el sol calienta desde Oriente o Poniente, porque no puede padecer
necesidad de bastimentos por vía ninguna, si en alguna parte
del mundo los hay.
|
JUAN.- Eso me declarad, porque aunque tenga mar
no hace al caso, que muchas otras ciudades están junto al
mar y padecen muchas necesidades.
|
PEDRO.- Si tuviesen dos mares, como ésta,
no podrían padecer. La canal de mar tiene de largo, desde el
mar Eugino hasta Sexto y Abido, cincuenta y aun sesenta leguas. En
la misma canal está Constantinopla, cinco leguas más
acá de la mar Negra, que es el mar Eugino. De manera que a
la mano izquierda tiene el mar Eugino, que tiene doscientas leguas
de largo y más de cuatrocientas de cerco; a la mano derecha
está el mar Mediterráneo. Por no haber estado en la
mar no creo que gustaréis nada de esto.
¿Pensáis que es todo carretas de vino y recuas de
garbanzos? Mas no se me da nada.
|
JUAN.- Demasiado lo entenderemos de bien, si no
os escurecéis de aquí adelante.
|
PEDRO.- Antes iré más claro. O
hace viento para que vayan los navíos con bastimento o no;
si no hace ningún viento, caminan las galeras y barcas y
bergantines con los remos a su placer; si hubiere vientos o son de
las partes de Mediodía y Poniente, o de Septentrión y
Oriente, porque no hay más vientos en el mundo, andando los
primeros, caminan las naos y todos los navíos del Cairo y
Alejandría, Suria, Chipre y Candia, y en fin todo el mar
Mediterráneo desde el estrecho de Gibraltar allá; si
los vientos que corren son de la otra parte, son prósperos
para venir de la mar Negra y así veréis venir la
manada de navíos de Trapisonda y toda aquella ribera hasta
Cafa y el río Tanais, que parece una armada. Tres
años estuve dentro que en todos ellos vi subir una blanca el
pan, ni vino, ni carne, ni fruta, ni bastimento ninguno.
|
MATA.- ¿Valen caras todas esas cosas?
|
PEDRO.- Dos panes, que llaman de
«bazar», como quien dice de mercado, que tendrán
dos cuartales, valen un áspero; por manera que saldrá
a tres y medio el cuartal, y de lo otro muy blanco como nieve y
regalado será haced cuenta a siete maravedís el
cuartal, que creo llamáis dos libras y media. Carnero es tan
bueno como el mejor de Castilla, y dan doscientas dragmas al
áspero, que son a cuatro maravedís la libra de doce
onzas y media; ternera al mismo precio; vaca a dos maravedís
la libra de estas. Más barato sale comprando el carnero todo
vivo, que si llegáis en un rebaño y escogiendo el
mejor no cuesta sino medio escudo, y cuando más medio
ducado, que son treinta ásperos, y tienen cinco cuartos,
porque la cola es tan grande que vale por uno.
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MATA.- ¿Qué tanto
pesará?
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PEDRO.- Cola hay que pesará seis y siete
libras.
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JUAN.- ¿De carnero?
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PEDRO.- De carnero, y los más tienen
cuatro cuernos.
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MATA.- Nunca tal oí.
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PEDRO.- Eso es cosa muy común, que todos
los que han estado en África y Cerdeña os lo
dirán. Cabeza y menudo todo lo echan a mal, que no hacen
caso de ello.
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MATA.- ¿De fruta bien proveídos
serán?
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PEDRO.- Cuanto es posible, principalmente de
seca.
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JUAN.- ¿Qué llamáis fruta
seca?
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PEDRO.- Higo, y pasa, almendra, nuez, avellana,
castaña y piñón. Uvas en grande abundancia hay
y muchas diversidades de ellas, sino es moscatel.
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JUAN.- ¿Esa fruta es de la misma tierra o
de acarreo?
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PEDRO.- Gran parte es de la misma tierra, porque
en sí es fertilísima, principalmente las uvas; pero
lo más viene de fuera. Cereza hay en cantidad; guindas,
pocas y aquéllas no las comen, sino pásanlas como
uvas y entre año beben del cocimiento de ellas, que no es de
mal sabor; y en Italia hay también muy pocas guindas, si no
es en Bolonia, y las llaman «marascas», y en otra parte
de Italia «bignas». Salido de Castilla, no
hallaréis camuesa ni ciruela regañada, en parte de
las que hay hasta Jerusalén; pero hay unas manzanas
pequeñas en Constantinopla, que llaman moscateles, que son
tan buenas como las camuesas; pero, manzana y melón grande
es la cantidad que hay allá, y todo ello sin
comparación más barato que acá. Estando Zinan
Bajá por virrey teníamos muchos presentes de frutas,
entre los cuales trajeron un día ocho melones de los que al
Gran Señor suelen traer de veinte jornadas grandes de
Constantinopla por tierra, y aunque os quiera decir el sabor que
tenían no sabré; eran como la maná que Dios
envió, que sabían lo que querían que supiese.
Lo podrido y cortezas que echaban a mal tenía mejor sabor
que los mejores de la Fuente del Sauco. La simiente era como
almendras peladas, y como vi tan celestial cosa pregunté al
que los traía dónde y cómo se hacían, y
díjome que junto a Babilonia, en la ribera de un río
no sé cómo se le llama. No hacían sino
escarbar en la arena y luego salía agua y se hinchía
aquel hoyo, y metían allí dos o tres pepitas y
tornábanlo a cubrir y de allí se hacían.
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JUAN.- Cosa de maravilla es esa. ¿En la
misma agua echaban la simiente?
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PEDRO.- Sí.
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MATA.- ¿Qué vecindad tendrá
Constantinopla? ¿Es mayor que Valladolid?
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PEDRO.- Nunca yo los conté para saberlo
uno más o menos; mas lo que pude alcanzar por las
matrículas que a Zinan Bajá mostraban y de las
personas que tenían cuenta con ello, de solos cristianos
habrá cuarenta mil casas, y de judíos diez mil; de
turcos bien serán más de sesenta mil; de manera que,
para no poner sino quitar de nuestra casa, hacedla de cien mil, y
creed que no hay quien mejor lo sepa ni lo haya procurado saber; y
aun otra cosa más os digo: que no cuento los arrabales, que
están dentro de dos leguas de la ciudad, que son más
de otros diez mil. Fuera de la cerca en la orilla del puerto, sobre
la misma mar, hay más de diez mil casas de griegos y ruines
edificios; todo es casillas de pescadores, de madera.
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JUAN.- ¿Estando dentro de la mar hacen
ruines edificios?
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PEDRO.- Como es puerto aquello, es mar muerta, y
están tan dentro que en habiendo fortuna se mete por las
ventanas. En cada casa tienen una pesquera de red, y porque se la
dejen tener son obligados a pagar cada un año un ducado,
pero en sola una noche toman pescado que lo vale.
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JUAN.- ¿Cuánto tiene de cerco
Constantinopla?
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PEDRO.- Tendrá cinco leguas.
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MATA.- ¿Todo poblado?
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PEDRO.- Todo lo está; mas en unas partes
no tanto como en otras. De largo tiene desde el cerraje del Gran
Turco hasta la puerta de Andrinópoli, donde están los
palacios del emperador Constantino, dos leguas y media.
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MATA.- Bien se cansará quien tiene que
negociar.
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PEDRO.- No hace, porque le llevarán por
mar por cuatro ásperos, y le traerán con toda la
carga que quisiere llevar o traer. Está la ciudad hecha un
triángulo; lo más ancho es a la parte de la canal,
donde está el Gran Turco, y lo que está a la puerta
de Andrinópoli es una punta muy estrecha.
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JUAN.- ¿Qué cosas tiene
memorables?
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PEDRO.- Pocas, porque los turcos, con no ser
amigos de ellas, las han gastado y derribado todas; muy pocas casas
ni edificios hay buenos, sino todo muy común, sacando las
cuatro mezquitas principales y los palacios y algunas casas de los
bajás. El mejor edificio y la casa que más hay que
ver en toda la ciudad es el Baziztan, que es una claustra hecha
debajo de tierra, toda de cal y canto, por miedo del fuego; muy
espaciosa, en la cual están todos los joyeros que hay en la
ciudad y se hacen todas las mercancías de cosas delicadas,
como sedas, brocados, oro, plata, pedrerías.
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MATA.- ¿Todos los que venden eso tienen
allí dentro sus casas?
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PEDRO.- Menester sería para eso hacer
dentro una ciudad. Ninguno tiene otro que la tienda, y este
Baziztan tiene cuatro puertas, a las cuales van a dar cuatro calles
muy largas y anchas, en las cuales consiste todo el trato, no digo
de Constantinopla, sino de todo el imperio; a cualquier hora que
quisiéredes pasar os será tan dificultoso romper como
un ejército; cuanto por allí camináredes tiene
de ser de lado; no tengáis miedo, aunque nieve, de haber
frío.
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MATA.- ¡Qué buen cortar de bolsas
será ahí!
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PEDRO.- Hartas se cortan, pero a los turcos no
hay que cortar sino meterles la mano en la fratiquera, que todos la
traen, y sacar lo que hay. Las joyas y riquezas que allí
dentro hay, ¿quién lo podrá decir? Tiendas
muchas de pedrería fina veréis, que a fe de buen
cristiano las podréis medir a celemines y aun a hanegas.
Hilo de oro y cosas de ello labradas, vale muy barato. Aquella
joyería que veis en la plaza de Medina del Campo verlo heis
todo en una sola tienda. Platería mejor y más
caudalosa que la de nuestra corte, aunque no comen en plata. En fin
no sé qué os decir, sino que es todo oro y plata y
seda y más seda, y no querrá nadie imaginar cosa de
comprar que no la halle dentro. Cosa de paños y telas y
armería, y especiería, se vende en las otras cuatro
calles. A cada puerta de este Baziztan hay dos genízaros de
guarda, que tienen cuenta con los que entran y salen.
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JUAN.- ¿Es grande?
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PEDRO.- Tendrá de cerco media legua.
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JUAN.- Harto es.
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PEDRO.- La mayor grandeza de Constantinopla es
que después de vista toda hay otro tanto que ver debajo.
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JUAN.- ¿En qué?
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PEDRO.- Las bóvedas, que cuasi toda se
puede andar cuan grande es, con columnas de mármol y piedra
y ladrillo dentro, y no tendréis necesidad de bajaros para
andar debajo, que bien tiene de alto cada una treinta y cuarenta
pies, y hay muchas de estas bóvedas que tienen una legua de
largo y ancho y las columnas hacen dentro calles estrechas.
|
JUAN.- Cierto que no sé qué
haría si pensase que lo decíais de veras.
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PEDRO.- No curéis de más, sino
haced cuenta que lo veis todo como os digo.
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JUAN.- ¿A qué propósito se
hizo eso?
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PEDRO.- Allí se tuerce la seda e hilo que
es menester para el servicio de la ciudad, y tienen sus lumbreras
que de trecho en trecho salen a la calle.
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MATA.- En mi vida tal cosa oí.
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PEDRO.- Oídlo agora. Dos puertas
principales sé yo por donde muchas veces entré a
verlo, como si fuesen unos palacios.
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JUAN.- ¿Qué calles tiene las
más principales?
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PEDRO.- No hay turco allá que lo sepa.
Todos van poco más o menos como en las horas del reloj. Lo
que más cuentan es por las cuatro mezquitas principales.
«¿A dónde vive fulano bajá?»
Responderos ha: «En soltán Mahameto», por lo
cual se entiende media legua de más a menos; o en
«Soltán Bayazete», que es otra mezquita. Si
queréis para comprar o vender saber calles, toda las cosas
tienen su orden donde las hay: Taucbazar, donde se venden las
gallinas; Balucbazar, la pescadería; Coinbazar, donde se
venden los carneros, y otras cosas de esta manera.
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MATA.- ¿Valen caras las aves?
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PEDRO.- Una gallina pelada y aderezada vale un
real, y un capón, el mejor que hallen, real y medio. En las
plazas de aquellas mezquitas hay muchos charlatanes que
están con las culebras y lagartos a uso de Italia,
herbolarios muchos, y gente que vende carne momia en tanta cantidad
que podrán cargar naves de solo ello, y muchas tiendas de
viejas que no tienen otra cosa en ellas sino una docena de habas y
ganan largo de comer.
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JUAN.- ¿A qué?
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PEDRO.- A echar suertes con ellas, como las
gitanas que dicen la buena ventura. Son tan supersticiosos los
griegos y turcos, que creen cuanto aquellas dicen. En Atmaidan, que
es la plaza que está enfrente de las casas de Ibraim
Bajá y Zinan Bajá, hay una aguja como la de Roma;
pero es más alta y está mejor asentada, la cual puso
el emperador Teodosio, según dicen unos versos que en ella
están, griegos y latinos. Junto a ésta está
una sierpe de metal con tres cabezas, puesta derecha, tan alta como
un hombre a caballo la toque con la mano. Hay a par de estas otra
aguja más alta, pero no de una pieza, como la otra, sino de
muchas piedras bien puestas. Lo primero que yendo de acá
topamos de Constantinopla se llama Iedicula, las Siete Torres,
donde están juntas siete torres fuertes y bien hechas. Dicen
que solían estar llenas de dinero. Yo entré en dos de
ellas, y no vi sino heno. En aquella parte se mata la mayor parte
de la carne que se gasta en la ciudad, y de allí se
distribuye a las carnicerías, que me haréis decir que
son tantas como casas tiene Burgos. Grande realeza es ver la nieve
que se gasta todo el tiempo que no hace frío, y cuán
barata vale, de lo cual no hay menos tiendas que
carnicerías. Aquellos que tienen las tabernas de las
sorbetas que beben los turcos, cada uno tiene un
peñón de ello en el tablero, y si queréis
beber, por un maravedí os dará la sorbeta que
pidiéredes, agra o dulce o agridulce, y con un cuchillo le
echará la nieve que fuere menester para enfriarla; la
cantidad de un gran pan de jabón de nieve darán por
dos maravedís. Toda la que en una casa de señor se
puede gastar darán por medio real. Esto dura hasta el mes de
septiembre; de allí adelante traen unos tablones de hielo,
como lápidas, que venden al precio de la nieve.
|
JUAN.- ¿Cómo la conservan?
|
PEDRO.- En Turquía hay grandes
montañas, y allí tiene el Gran Señor unas
cuevas todas cubiertas muy grandes; y cada año las hinchen,
y como lo traen por mar, y con poca prisa se deshace, danlo barato,
y no se puede vender otro sino lo del Gran Turco, hasta que no haya
más que vender de ello. Bien le vale, con cuan barato es,
cada año treinta mil ducados. Particulares lo cogen
también en Galata y Constantinopla y ganan bien con ello;
pero aunque es tierra fría, no nieva todos los años.
Los turcos son muy amigos de flores, como las damas de
Génova, y darán por traer en los tocados una flor
cuanto tienen, y a este respecto hay tiendas muchas de solas flores
en el verano, que valdrán quinientos ducados. Mirad la
magnificencia de Constantinopla: una columna está muy alta y
gruesa, toda historiada al romano, en una parte de la ciudad que se
llama Abratbazar, donde las mujeres tienen cada semana un mercado,
que yo creo que costó cien mil ducados. Puede por dentro
subirse por un caracol. En resolución, mirando todas las
cualidades que una buena ciudad tiene de tener, digo que, hecha
comparación a Roma, Venecia, Milán y Nápoles,
París y León, no solamente es mala comparación
compararla a éstas, pero paréceme, vistas por
mí todas las que nombradas tengo, que juntas en valor y
grandeza, sitio y hermosura, tratos y provisión, no son
tanto juntas, hechas una pella, como sola Constantinopla; y no
hablo con pasión ni informado de sola una parte, sino
oídas todas dos, digo lo que dicho tengo, y si las
más particularidades os hubiese de decir, había
necesidad de la vida de un hombre que sólo en eso se
gastase. Si algunas otras cosillas rezagadas se os quedan de
preguntad, mirad, señores, que es largo el año, y a
todas os responderé. Habed misericordia entre tanto de
mí. Contentaos de lo hablado, que ya no me cabe la lengua en
la boca, y los oídos me zurrean de llena la cabeza de
viento.
|
MATA.- Si más hay que preguntar no lo
dejo sino por no saber qué, y desde aquí me aparto
dando en rehenes que se me ha agotado la ciencia del preguntar, no
me maravillando que estéis cansado de responder, pues yo lo
estoy de preguntar.
|
JUAN.- En todo y por todo me remito a todo lo
que Mátalas dice, que cierto yo me doy por satisfecho, sin
ofrecerse otra cosa a que me poder responder.
|
PEDRO.- Agora que os tengo a entrambos rendidos,
quiero de oficio, como hacen en Turquía, deciros algunas
cosas de las que vuestros entendimientos no han alcanzado a
preguntar, pasándoseles por alto y no para que haya en ellas
demandas y respuestas, sino con suma brevedad, y lo primero sea de
una manera de hermandad que usan, por la cual se llaman hermanos de
sangre, y es que cuando entre dos hay grande amistad, para
perpetuarla con mucha solemnidad se hieren cada uno un dedo de su
mano cuanto salga alguna sangre, y chupa el uno la sangre de el
otro, y desde aquel punto ya son hermanos y tales se llaman, y no
menos obras se hacen; y esto no sólo turco con turco, sino
turco con cristiano y judío.
|
MATA.- ¿Quién cree que no queda
Pedro bien emparentado en Turquía, cuanto más si al
tiempo del nuevo parentesco había banquetes?
|
JUAN.- Mas si sufría también ser
hermano de las damas, cuántas debe de dejar, y aun plegue a
Dios que no las haya engañado, que tan buen alcahuete me
parece el chupar de la sangre como el no saber las lenguas.
|
PEDRO.- También quiero deciros del luto
de los cerqueses, que es una gente cristiana tal cual dentro la mar
Negra, no lejos del río Tanais, que se venden unos a otros a
precio de cosas viles, como los negros, y aun padres hay que venden
las hijas doncellas. De éstos hay muchos en Constantinopla
que facilísimamente se hacen turcos, y allí vi el
luto; que cuando muere el padre se cortan una oreja, y cuando la
madre o el hermano la otra, y así no es afrenta grande el
estar desorejado.
|
MATA.- Bien queda estaba la liebre si no la
levantara nadie; mas agora se ofrece la postrera pregunta:
¿Si es hacia esa parte el preste Juan de las Indias, de
quien tantas cosas nos dicen por acá los peregrinos de
Jerusalén, y más de su elección milagrosa con
el dedo de Santo Tomás?
|
PEDRO.- Así le ven todos ésos como
Juan nuestro compadre a Jerusalén, ni tiene qué hacer
con el camino. Sabed en dos palabras que es burla llamarle preste
Juan, porque no es sacerdote ni trae hábitos de ello, sino
un rey que se llama el preto Juan, y los que le ponen, describiendo
la Asia en las tablas de ella, no saben lo que se hacen; por una
parte confina con el reino de Egipto y por otra del reino de
Melinde; por la parte occidental confina con los etíopes
interiores; por la de oriente con la mar Bermeja, y de esto da
testimonio el rey Manuel de Portugal en la epístola al papa
León décimo. Difiere de la iglesia romana en algunas
ceremonias, como la griega. El año de 1534 enviaron a
Portugal doctores que aprendiesen la lengua española, los
cuales declararon, cuando la supieron, el uso de sus sacramentos.
Dicen lo primero que San Filipo les predicó el Evangelio, y
que constituyeron los apóstoles que se pudiesen casar los
sacerdotes, y si tomaren algún clérigo o obispo con
hijo bastardo, pierde por el mismo caso todos sus beneficios.
Bautízanse cada año el día de la
Epifanía, no porque lo tengan por necesario, sino por
memoria y conmemoración del bautismo de Jesucristo:
«Et quotidie accipiunt corpus
Christi». Tienen su confesión y
penitencia, aunque no extremaunción ni confirmación.
En el punto que pecan van a los pies del confesor; no comulgan los
enfermos, porque a nadie se puede dar el sacramento fuera de la
iglesia. Los sacerdotes viven de sus manos y sudor, porque no hay
rentas, sino cosa de mortuorios. Dicen una sola misa; santifican el
sábado como los judíos; eligen un patriarca de la
orden de Santo Antonio Eremita, cuyo oficio es ordenar; no tienen
moneda propia, sino peregrina de otros reinos, sino oro y plata por
peso.
|
JUAN.- Ya, ya comenzaba a hacer de mi oficio
como vos del vuestro y cerrar toda nuestra plática, cuando a
propósito del preste Juan, el preto Juan, como decía,
me vino a la memoria el arca de Noé. Deseo saber si cae a
esa parte y qué cosa es, porque todos los que vienen nos la
pintan cada cual de su manera.
|
PEDRO.- La misma pintura y retrato os pueden dar
que los pintores de Dios padre y de San Miguel, a quien nunca
vieron. En Armenia la alta, junto a una ciudad que se llama Agorre,
hay unas altísimas montañas, donde está; pero
es imposible verse ni nadie la vio, tanta es la niebla que sobre
ella está perpetuamente, y nieve tiene sobre sí
veinte picas en alto. Ella, en fin, no se puede ver ni sabemos si
es arca ni armario ni nave; antes mi parecer es que debía de
ser barca, y de allí vino la invención del navegar a
los hombres, y es cosa que lleva camino serlo, pues había de
andar sobre las aguas, y Beroso, escritor antiguo, la llama
así; y cierto yo tengo para mí que fue el primero
Noé que enseñó navegar. Esta tierra cae debajo
el señorío del Sofi, que es rey de Persia. Tiene este
reino muy buenas ciudades, principalmente Hechmeazin, donde reside
su patriarca, como acá Roma; Taurez, donde tiene su corte el
Sofi, que se llama Alaziaquin. Año de 1558 mató su
hijo por reinar; Cara, Hemet, Bidliz tienen cada diez mil casas;
Hazu, cinco mil; Urfa, cinco mil casas, y otras mil ciudades. No
difiere la Iglesia de los armenios de la romana tanto como la
griega, y así nuestro Papa les da licencia que puedan decir
por acá misas cuando vienen a Santiago, porque sacrifican
con hostia y no con pan levado, como los griegos. Cerca de este
está el Gurgistan, que llaman el Gorgi, un rey muy poderoso,
cristiano, sujeto a la Iglesia griega, y tiene debajo de sí
nueve reinos. En este reino ni en el de el Sofi no consienten vivir
judíos. Tampoco me olvido yo de las cosas como
Mátalas. Deseo saber qué es lo que apuntasteis de
vuestro oficio, que yo ya tengo más deseo de escuchar que de
hablar.
|
JUAN.- Por tema del sermón tomo el
refrán del vulgo: que del predicador se ha de tomar lo que
dice, y no lo que hace; y en recompensa de la buena obra que al
principio me hicisteis de apartarme de mi mala vida pasada, quiero,
representando la venidera, que hagáis tal fin cuales
principios habéis llevado, y todo se hará
fácilmente menospreciando los regalos de acá que son
muy venenosos e infeccionan más el alma que todas las
prisiones y ramos de infieles. Puédese colegir de toda la
pasada vida la obligación en que estáis de servir a
Dios y que ningún pecado venial hay que no sea en vos
mortal, pues para conocerlos sólo vos bastáis por
juez. Simónides, poeta, oyendo un día a Pausanias,
rey de Lacedemonia, loarse cuán prósperamente le
habían sucedido todas las cosas, y como burlándose
preguntó alguna cosa dicha sabiamente, aconsejole que no se
olvidase de que era hombre. Esta respuesta doy yo sin
demandármela, Filipo, rey de Macedonia, teniendo nueva de
tres cosas que prósperamente le habían sucedido en un
día, puestas las manos y mirando al cielo dijo:
«¡Oh, fortuna, págame tantas felicidades con
alguna pequeña desventura!», no ignorando la grande
envidia que la fortuna tiene de los buenos sucesos. Teramenes, uno
de los treinta tiranos, habiendo sólo escapado cuando se le
hundió la casa con mucha gente, y teniéndole todos
por beato, con gran clamor: «¡Oh fortuna! -dice-,
¿para cuándo me guardas?» No pasó mucho
tiempo que no le matasen los otros tiranos. Grande ingratitud
usaríais para con Dios si cada día no tuvieseis
delante todas esas mercedes para darle gracias por ellas, y aun me
parece que no hay más necesidad, para quererle y amarle
mucho, de representarlas en la memoria, y será buena
oración y meditación, haciendo de este mundo el caso
que él merece, habiendo visto en tan pocos años por
experiencia los galardones que a los que más le siguen y
sirven da, y cómo a los que le aborrecen es de acero que no
se acaba, y a los que no de vidrio, que falta al mejor tiempo.
Comparaba muy bien Platón la vida del hombre al dado, que
siempre tiene de estar deseando buena suerte, y con todo eso se ha
de contentar con la que cayere. Eurípides jugó del
vocablo de la vida como merecía. La vida, dice, tiene el
nombre; mas el hecho es trabajo. ¿Habéis aprendido,
como San Pablo, contentaros con lo que tenéis, como dice en
la carta a los filipenses? Sé ser humilde y mandar, haber
hambre y hartarme, tener necesidad y abundar de todas las cosas;
todas las cosas puedo en virtud de Cristo, que me da fuerzas;
¿qué guerra ni paz, hambre o pestilencia
bastará a privaros de una quieta y sosegada vida, y que no
estiméis en poco todas las cosas de Dios abajo? Mas como
hablando San Pablo con los romanos: ¿por ventura la
angustia, la aflicción, la persecución, la hambre, el
estar desnudo, el peligro? Persuadido estoy ya, dice, que ni la
muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados y
potestades, ni lo presente ni por venir, ni lo alto ni lo bajo, ni
criatura ninguna nos podrá apartar del amor y afición
que tengo a Dios.
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