
Viaje de Turquía
Cristóbal de Villalón
Antonio García de Solalinde (ed. lit.)
Todo viaje, aunque sea en una galera turquesca y bajo el látigo del cómitre, aprovecha al que lo hace; y así, Pedro de Urdemalas, nombre bajo el cual se oculta el héroe de este Viaje de Turquía, ha sacado de él -según los interlocutores de este diálogo- mayor temor de Dios, algunos conocimientos médicos, la práctica de ciertos idiomas y una postura crítica ante lo que ha visto por las tierras de su peregrinación y ante los defectos de que adolecían los españoles de su tiempo.
Algo oye de lo que por aquel entonces se decía por el mundo, y a esto obedecen sus preocupaciones en materia religiosa y los deseos de que clérigos y feligreses ajustasen sus prácticas a una disciplina más severa.
Esta crónica minuciosa de la vida que llevaban en Constantinopla los cautivos del siglo XVI llega a interesar vivamente, por ser su autor hombre avisado, que aprovechó cuanto pudo su desventura, y que supo trasladarnos sus impresiones, sin desechar detalle, en un diálogo animado, donde no faltan ni la amenidad ni el «gracioso» de las comedias antiguas.
Desde el momento en que le apresan los turcos, cuando bogaba en la armada de Andrea Doria por aguas italianas, hasta que logra escapar del cautiverio para arrastrar aún su infortunio en una huida cuajada de peligrosos accidentes, va guardando este aventurero en su memoria, como en un diario, no sólo cuanto a él atañe, sino cuanto escudriña, valiéndose de su privilegiada y fingida condición de médico de un bajá.
Las páginas del Viaje de Turquía están lejos de ser una entretenida novela de aventuras, como la que años más tarde había de darnos Cervantes en su Persiles y Segismunda. Son más bien un relato, lleno de veracidad, de útiles observaciones y de noticias curiosas. No podrán ser muy distintas las memorias de un espía de nuestro tiempo un poco dado a la literatura.
Y, en efecto, ya observa su autor, en la dedicatoria, que escribió la obra con fina política: había que enterar al rey de España del poder y de las flaquezas del Turco; de paso convenía ponerle sobre aviso de alguna que otra inmoralidad de sus ejércitos y de la ineficacia del dinero que se gastaba en los rescates. Todo mezclado con episodios de su vida y de la de los turcos, desde la religión hasta las excelencias del caviar o del yogurt.
No faltaban tampoco las noticias literarias; pero hemos de echar la culpa a la Inquisición de la pérdida de unas páginas dedicadas a los libros de caballería, que fueron arrancadas del manuscrito primitivo.
Es lastimoso que el autor y héroe del Viaje sea insensible ante las bellezas artísticas que por fuerza contempló en Santa Sofía de Constantinopla y en los monumentos griegos e italianos. Donatello no existe para él, y de las puertas de Ghiberti, del Baptisterio de Florencia, sólo se le ocurre decir que son «muy soberbias, de metal y con figuras de bulto».
¿No nos obligaría esta muestra de profunda insensibilidad a dudar de la atribución del Viaje de Turquía a Cristóbal de Villalón, autor de la Ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo presente, en la que se diserta sobre las artes y se describen las obras principales de la arquitectura, de la estatuaria y de la pintura de España y de fuera de España?
El catedrático de Zaragoza D. Manuel Serrano y Sanz1 fue quien primero habló de este Viaje, atribuyéndoselo -también desde el primer momento- al bachiller Cristóbal de Villalón. Y ciertamente supo encontrar razones para ello, aunque algunas sean discutibles. Pero no podemos detenernos a rebatir sus argumentos. Baste decir que, aparte de pequeñas coincidencias del Viaje con otras obras indudables de Villalón, se funda en las semejanzas que éste tiene con El Crotalón, obra asimismo atribuida al citado bachiller. Claro es que nada se opone documentalmente a que Cristóbal de Villalón, estudiante en Salamanca por el año 1525, el preceptor en Valladolid de los hijos de los condes de Lemos desde 1532 hasta 1534, y que todavía permanecía en la antigua corte en 1539, el autor de El scholástico y de la Tragedia de Mirra, impresa en 1536; de la Ingeniosa comparación entre lo antiguo y lo presente (1539), del Provechoso tractado de cambios y contrataciones de mercaderes y reprobación de la usura (1541) y de la Gramática castellana (1558)2, nada se opone documentalmente a que éste -y no sus homónimos el Cristóbal de Villalón mercader, ni el borceguilero, ni el que con igual nombre figura como testigo en la información de Argel abierta por Cervantes en 1580-3 escribiese el Viaje de Turquía en 1557, ni a que realizase éste por los años de 1552 a 1555.
Y tendría interés en saber a ciencia cierta quién es el autor del Viaje de Turquía, pues éste contiene el relato de tantas hazañas loables, que convendría no regalárselas a un señor que pudo no moverse en esos años de la aldea desde donde escribió su Gramática castellana.
También debemos al Sr. Serrano y Sanz la identificación de los otros dos interlocutores: Juan de Voto a Dios podría ser Alonso de Portillo, y Mátalas Callando, el clérigo Granada, fundadores del hospital de la Resurrección, de Valladolid.
ANTONIO G. SOLALINDE.
Aquel insaciable y desenfrenado deseo de saber y conocer que natura puso en todos los hombres, César invictísimo, sujetándonos de tal manera que nos fuerza a leer sin fruto ninguno las fábulas y ficciones, no puede mejor ejecutarse que con la peregrinación y ver de tierras extrañas, considerando en cuánta angustia se encierra el ánimo y entendimiento que está siempre en un lugar sin poder extenderse a especular la infinita grandeza de este mundo, y por esto Homero, único padre y autor de todos los buenos estudios, habiendo de proponer a su Ulises por perfecto dechado de virtud y sabiduría, no sabe de qué manera se entona más alto que con estas palabras:
Andra moi e)\nnepe, Mosu=a, polu/tropon, o(/z ma/la polla/ pla/gxqh. |
«Ayúdame a cantar, ¡oh musa!, un varón que vio muchas tierras y diversas costumbres de hombres». Y si para confirmar esto hay necesidad de más ejemplos, ¿quién puede con mejor título ser presentado por nuestra parte que Vuestra Majestad como testigo de vista a quien este virtuoso deseo tiene tan rendido, que en la primera flor de su juventud, como en un espejo, le ha representado y dado a conocer lo que en millones de años es difícil alcanzar, de lo cual España, Italia, Flandes y Alemania dan testimonio?
Conociendo, pues, yo, cristianísimo príncipe, el ardentísimo ánimo que Vuestra Majestad tiene de ver y entender las cosas raras del mundo con sólo celo de defender y aumentar la santa fe católica, siendo el pilar de los pocos que le han quedado en quien más estriba y se sustenta, y sabiendo que el mayor contrario y capital enemigo que para cumplir su deseo Vuestra Majestad tiene -dejando aparte los ladrones de casa y perros del hortelano- es el Gran Turco, he querido pintar al vivo en este comentario, a manera de diálogo, a Vuestra Majestad el poder, vida, origen y costumbres de su enemigo, y la vida que los tristes cautivos pasan, para que conforme a ello siga su buen propósito; para lo cual ninguna cosa me ha dado tanto ánimo como ver que muchos han tomado el trabajo de escribirlo, y son como los pintores que pintan a los ángeles con plumas, y a Dios Padre con barba larga, y a San Miguel con arnés a la marquesota, y al diablo con pies de cabra, no dando a su escritura más autoridad del dizque y que oyeron decir a uno que venía de allá; y como hablan de oídas las cosas dignas de consideración, unas se les pasan por alto, otras dejan como casos reservados al Papa. Dice Dido en Virgilio: «Yo que he probado el mal, aprendo a socorrer a los míseros»; porque cierto es cosa natural dolernos de los que padecen calamidades semejantes a las que por nosotros han pasado.
Como los marineros, después de los tempestuosos trabajos, razonan de buena gana entre sí de los peligros pasados, quién el escapar de Scila, quién el salvarse en una tabla, quién el dar al través y naufragio de las sirtes, otros de las ballenas y antropófagos que se tragan los hombres, otros el huir de los corsarios que todo lo roban, así a mí me ayudará a tornar a la memoria, la cautividad peor que la de Babilonia, la servidumbre llena de crueldad y tormento, las duras prisiones y peligrosos casos de mi huida; y no mire Vuestra Majestad el ruin estilo con que va escrito, porque no como erudito escritor, sino como fiel intérprete y que todo cuanto escribo vi, he abrazado antes la obra que la apariencia, supliendo toda la falta de la retórica y elegancia con la verdad, por lo cual no ha de ser juzgada la imperfección de la obra, sino el perfecto ánimo del autor; ni es de maravillar si entre todos cuantos cautivos los turcos han tenido después que son nombrados, me atreva a decir que yo solo vi todo lo que escribo, porque puedo con gran razón decir lo que San Juan por San Pedro en el 18 capítulo de su escritura: «discipulus autem ille erat notus pontifici et introivit cum Iesu in atrium pontificis, Petrus autem stabat ad ostium foris».
Dos años enteros después de las prisiones estuve en Constantinopla, en los cuales entraba, como es costumbre de los médicos, en todas las partes donde a ninguno otro es lícito entrar, y con saber las lenguas todas que en aquellas partes se hablan y ser mi habitación en las cámaras de los mayores príncipes de aquella tierra, ninguna cosa se me escondía de cuanto pasaba.
No hay a quien no mueva risa ver algunos casamenteros que dan en sus escrituras remedios y consejos, conforme a las cabezas donde salen, cómo se puede ganar toda aquella tierra del turco, diciendo que se juntasen el Papa y todos los príncipes cristianos, y a las dignidades de la Iglesia y a todos los señores quitasen una parte de sus haciendas, y cada reino contribuyese con tanta gente pagada, y pareciéndoles decir algo encarecen el papel, no mirando que el gato y el ratón, y el perro y el lobo no se pueden uncir para arar con ellos.
Ningún otro aviso ni particularidad quiero que sepa Vuestra Majestad de mí más de que si las guerras de acá civiles diesen lugar a ello y no atajasen al mejor tiempo el firme propósito de servir a Dios, no menos se habría Solimán con Filipo que Darío con Alejandro, Xerse con Temístocles, Antioco con Judas Macabeo. Esto he conocido por la experiencia de muchos años y de esta opinión son los míseros cristianos que debajo la sujeción del turco están, cuyo número excede en gran cantidad al de los turcos, tienen grande esperanza que su deseo ha de haber efecto, esperan que Vuestra Majestad tiene de ser su Esdra y su Josué, porque semejantes profecías hay no solamente entre los cristianos, más aún entre los mesmos turcos, los cuales entre muchas tienen ésta: «padixa omoz guieliur chaferum memelequet alur, quizil almaalur capçeiler, iedigil chiaur quelezi isic maze, oniquiil onlarum bigligeder, eue yapar, bagi dequier embaglar, ogli quiezi olur, oniqui gilden zora, christianon quielechi chicar, turqui cheresine tuscure»: «vendrá nuestro rey y tomará el reino de un príncipe pagano y una manzana colorada, la cual reducirá en su ser, y si dentro de siete años no se levantare la espada de los cristianos, reinará hasta el duodécimo, edificará casas, plantará viñas y cercarlas ha, hará hijos; después del duodécimo año aparecerá la espada de los cristianos, la cual hará huir el turco». Llámannos ellos a nosotros paganos y infieles. La manzana colorada entienden por Constantinopla, y por no saber desde cuándo se han de comenzar a contar estos doce años y ver ya la ciudad en tanta pujanza y soberbia que no puede subir más, tienen por cierto que el tiempo es venido, y todas las veces que leen esta profecía acaban con grandes suspiros y lágrimas, y preguntándoles yo muchas veces por qué lloraban me decían la profecía; y lo que por muy averiguado tienen los modernos es que brevemente y presto el rey cristiano los tiene de destruir y ganar todo su imperio, y el Gran Turco con la poca gente que le quedare se tiene de recoger en la Meca y allí hacerse fuerte, y después tornará sobre los cristianos y vencerlos ha, y allí será el fin del mundo.
Y no lo tenga Vuestra Majestad a burla, que no hay día que todos los príncipes no hacen leer en sus cámaras todas estas profecías y se hartan de llorar porque el tiempo se les acerca. Verdadero profeta fue Balam fuera de Israel, y entre los paganos hubo muchas Sibilas que predijeron la verdad, y por eso es posible que fuera de los cristianos haya quien tenga espíritu profético, cuanto más que podría ser la profecía que éstos tienen de algún santo y haberla traducido en su lengua. Yo no lo afirmo, pero querría que fuese verdad y ellos adivinasen su mal.
Fuese Dios servido que las cosas de acá dejasen a Vuestra Majestad, y vería cómo todo sucedería tan prósperamente que ninguna edad, ningún seso, ningún orden ni nación desampararía las armas en servicio de Vuestra Majestad. Cada turco tenía en casa un esclavo que le matase y en el campo que le vendiese y en la batalla que le desamparase. Todos los cristianos griegos y armenos estiman en poco la furia del turco, porque le conocen ser fortísimo contra quien huye y fugacísimo contra quien le muestra resistencia.
Levántese, pues, Dios, y rómpanse sus enemigos, huyan delante de él aquellos que le tienen odio. Falten como falta el humo, y regálense delante la cara de Dios como la cera junto al fuego. Plegue a Dios omnipotente, César invictísimo, que con el poder de Vuestra Majestad aquel monstruo turquesco, vituperio de la natura humana, sea destruido y aniquilado de tal manera que torne en libertad los tristes cristianos oprimidos de grave tiranía, pues ciertamente después de Dios en sólo Vuestra Majestad está fundada toda la esperanza de su salud.
Alegremente recibió Artaxerxes, rey de Persia, el agua que con entrambas manos le ofreció un día caminando un pobre labrador, por no tener otra cosa con qué servir, conociendo su voluntad, no estimando en menos recibir pequeños servicios que hacer grandes mercedes. Sola la voluntad de mi bajo estilo, con que muestro las fatigas de los pobres cautivos, reciba Vuestra Majestad, pues conoce el mundo ser sólo el que quiere y puede dar el remedio y en quien está fundada toda la esperanza de su salud. Por muchos años y con aumento de salud conserve Dios a vuestra cesárea Majestad, para que con felices victorias conquiste la Asia y lo poco que de Europa le queda.
A primero de marzo 1557.
PERSONAJES |
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JUAN DE VOTO A DIOS. | |
MÁTALAS CALLANDO. | |
PEDRO DE URDEMALAS4. |
PEDRO.- ¿Nunca se acabó aquél que estaba cuasi hecho? |
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JUAN.- Han sido los años, con estas guerras, tan recios, y están todos los señores tan alcanzados, que no hay en España quien pueda socorrer con un maravedí. |
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MATA.- Y también es tanto el gasto que tenemos Juan y yo, que cuasi todo lo que nos dan nos comemos y aún no nos basta. |
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PEDRO.- ¿Pues la limosna que los otros dan para obras pías os tomáis para vosotros? |
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JUAN.- Que no sabe lo que se dice; sino como la obra va tan suntuosa y los mármoles que trajeron de Génova para la portada costaron tanto, no se parece lo que se gasta. |
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PEDRO.- De ésos había bien poca necesidad. Más quisieran los pobres pan y vino y carne a basto en una casa pajiza. |
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MATA.- De eso, gracias a Dios y a quien nos lo da, bien abundante tenemos la casa, que antes nos sobre que falte. |
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PEDRO.- Bien lo creo sin juramento. No digo yo, sino los pobres. «Oh, vanitas vanitatum, et omnia vanitas»: las paredes de mármol y los vientres de viento. |
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JUAN.- Pues qué, ¿decís que es vanidad hacer hospitales? |
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PEDRO.- La mayor del mundo universo si han de ser como ésos, porque el cimiento es de ambición y soberbia, sobre el cual cuanto se armase se caerá. Buen hospital sería mantener cada uno todos los pobres que su posibilidad livianamente pudiese sufrir acuestas, y socorrer a todas sus necesidades, y si no pudiese dar a cuatro, contentásese con uno; si vieseis un hombre caído en un pantano que si no le dabais la mano no se podría levantar, ¿nos parece que sería grande necedad, dejando aquél, ir dando la mano a cuantos topaseis en un buen paso, que no han caído ni tienen peligro de caer? ¡Cuántos y cuántos ricos hay que se andan dando blancas y medios cuartos por el pueblo, y repartiendo las vísperas de Pascuas celemines de trigo a algunas viejas que saben que lo han de pregonar, y tienen parientes dentro de segundo y tercero grado desnudos, muriendo de viva hambre detrás de dos paredes!; y si alguno se lo trae a la memoria, luego dice: «¡Oh, señor!, que es una gente de mala garganta, en quien no cabe hacer ningún bien, que todo lo echa a mal; mil veces lo he probado y no aprovecha». Y esto es porque allí es menester socorrer por más grueso. |
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MATA.- En eso, aunque yo no soy letrado, me parece que hacen mal, porque no se lo dan por amor de ellos, sino de Dios. Después que se les da, que se ahorquen con ello. |
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JUAN.- Volvamos a lo de nuestros hospitales, que estoy algo escandalizado. |
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PEDRO.- Gentil refrigerio es para el pobre que viene de camino, con la nieve hasta la cinta, perdidos los miembros de frío, y el otro que se viene a curar donde le regalen, hallar una salaza de esgrimir y otra de juego de pelota, las paredes de mármol y jaspe, que es caliente como el diablo, y un lugar muy suntuoso donde puede hacer la cama, si trae ropa, con su letrero dorado encima, como quien dice: «Aquí se vende tinta fina»; y que repartidos entre cincuenta dos panes, se vayan acostar, sin otra cena, sobre un poco de paja bien molida que está en las camas, y a la mañana, luego si está sano, le hacen una señal en el palo que trae de cómo ya cenó allí aquella noche; y para los enfermos tienen un asnillo en que los llevan a otro hospital para descartarse de él, lo cual, para los pasos de romería en que voy, que lo he visto en un hospital de los suntuosos de España que no le quiero nombrar; pero sé que es Real. |
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JUAN.- Eso es mal hecho y habían de ser visitados muchas veces. No sé yo cómo se descuidan los que lo pueden hacer. |
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MATA.- Yo sí. |
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PEDRO.- ¿Cómo? |
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MATA.- Porque aquellos a quienes incumbe hacer esto no son pobres ni tienen necesidad de hospitales: que de otra manera, yo fiador que ellos viesen dónde les daban mejor de cenar las noches y más limpia cama. |
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JUAN.- Ya para eso proveen ellos sus provisiones, mayordomos y escribanos y otros oficiales que tengan cuenta. |
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PEDRO.- Eso es como quien dice ya proveen quien coma la renta que el fundador dejó y lo que los pobres habrían de comer, porque no se pierda. |
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MATA.- Mejor sería proveer sobre provisiones y sobre oficiales. |
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PEDRO.- Vos estáis en lo cierto; pero, volviendo a lo primero, de todos los hospitales lo mejor es la intención del que le fundó, si fue con sólo celo de hacer limosna; y eso sólo queda, porque las raciones que mandó dar se ciernen de esta manera; la mitad se toma el patrón, y lo que queda, parte toma el mayordomo, parte el escribano; al cocinero se le pega un poco, al enfermero otro; el enfermo come sólo el nombre de que le dieron gallina y oro molido si fuese menester. De modo que ciento que estén en una sala comen con dos pollos y un pedazo de carnero; pues al beber, cada día hay necesidad de hacer el milagro de architriclinos, porque como cuando hacen el agua bendita, así a un cangilón de agua echan dos copas de vino. Lleváronme un día en Génova por ver un hospital de los más suntuosos de Italia y de más nombre, y como vi el edificio, que cierto es soberbio, diome gana de estar un día a ver comer, por ver qué limosna era la de Italia; y sentados todos en sus camas, que serían hasta trescientos, de dos en dos, y las camas poco o nada limpias, vino un cocinero con un gran caldero de pan cocto, que ellos llaman, muy usada cosa en aquellas partes, que no es otra cosa sino pan hecho pedazos y cocido en agua hasta que se hace como engrudo, sazonado con sal y aceite, y comienzan de distribuir a todos los que tenían calentura; y a los que no, luego se seguía otro cocinero con otra caldera de vaca diciendo que era ternera, y daba a sendas tajadas en el caldo y poco pan. El médico, otro día que purgaba al enfermo, le despedía diciendo que ya no había a que estar; y como los pobres entonces tenían más necesidad de refrigerio y les faltaba, tornaban a recaer, de lo cual morían muchos. Dicen los filósofos que un semejante ama a otro su semejante. El pobre que toda su vida ha vivido en ruin casa o choza ¿qué necesidad tiene de palacios, sino lo que se gasta en mármoles que sea para mantenimiento, y que la casa sea como aquella que tenía por suya propia? Mas haya esta diferencia; que en la suya no tenía nada y en ésta no le falte hebilleta. |
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MATA.- Gran ventaja nos tienen los que han visto el mundo a los que nunca salimos de Castilla. ¡Mirad cómo viene filósofo y cuán bien habla! Yo por nosotros juzgo lo que dice todo ser mucha verdad, que estamos en una casa, cual presto veréis, muy ruin; pero como comemos tan bien que ni queda perdiz ni capón ni trucha que no comamos, no sentimos la falta de las paredes por de fuera, pues dentro ruin sea yo si la despensa del rey está así. Acabad presto vuestro viaje, que aquí nos estaremos todos, y no hayáis miedo que falte la merced de Dios, y bien cumplida. Algunas veces estamos delgados de las limosnas; pero como se confiesan muchos con el señor Juan y comunican casos de conciencia, danle muchas cosas que restituya, de las cuales algunas se quedan en casa por ser muerta la persona a quien se ha de dar o por no la hallar. |
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JUAN.- ¡Maldiga Dios tan mala lengua y bestia tan desenfrenada, y a mí porque con tal hombre me junté que no sabrá tener para sí una cosa sin pregonarla a todo el mundo! |
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PEDRO.- Esa es su condición, que le es tan natural que le tiene de acompañar hasta la sepultura; no os debéis enojar por eso, que aquí todo se sufre, pues ya sé yo de antes de agora las cosas cómo pasan, y aquí somos como dicen los italianos: Padre, Hijo y pregonero. |
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JUAN.- ¿Pensáis que hiciera más si fuera otro cualquiera el que estaba delante? |
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MATA.- El caso es que la verdad es hija de Dios, y yo soy libre, y nadie me ha de coser la boca, que no la dejaré de decir dondequiera y en todo tiempo, aunque amargue por Dios agora que acuerda con algo a cabo de mil años. Mejor será que nos vamos, que ya hace oscuro, y yo quiero ir delante para que se apareje de cenar; y en verdad que cosa no se traiga de fuera, porque vea Pedro si yo miento. Vosotros idos a entrar por la puerta de San Francisco, que es menos frecuentada de gente. |
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JUAN.- ¿No os parece que tengo grande subsidio en tener este diablo acuestas? |
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PEDRO.- No, pues ya le conocéis; lo mejor es darle libertad que diga, quizá por eso dirá menos. |
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JUAN.- Yo quiero tomar vuestro consejo si lo pudiere acabar con mi condición. Esta es la puerta: abajad un poco la cabeza al subir de la escalera. |
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PEDRO.- Bendito sea Dios por siempre jamás, que esta es la primera vez que entro en casa hartos días ha. Buena cuadra está ésta por cierto. |
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JUAN.- Para en corte, razonable. |
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MATA.- Pues mejor la podríamos tener sino porque no barrunten nada de lo que pasa. |
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JUAN.- Badajear y a ello. |
MATA.- Sus, padre fray Pedro, que así os quiero llamar; lo asado se pierde; manda tomar esta silla y ruin sea quien dejare bocado de esta perdiz. |
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PEDRO.- «Agimus tibi gratias, Domine, pro universis denis et beneficiis tuis; qui vivis et regnas per omnia secula seculorum». |
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JUAN.- ¡Válgame Dios!, ¡qué ánimo es ése! ¿Agora os paráis a llorar? ¿Qué más hiciera un niño? Comed y tener buen ánimo, que no ha de faltar la merced de Dios entretanto que las ánimas sustentaren nuestros cuerpos. Bien sabéis que en mi vida yo no os he de faltar. |
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MATA.- Éstas son lágrimas de placer; que no es más en sí de detenerlas que a mí las verdades. |
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PEDRO.- ¿Qué más comida para mí de la merced que Dios este día me ha hecho? |
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JUAN.- Aquel adobado por ventura pondrá apetito de comer, o si no una pierna de aquel conejo con esta salsa. |
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PEDRO.- Una penca de cardo me sabrá mejor que todo; con juramento, que ha seis años que no vi otra. |
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MATA.- Eso será para después; agora, si no queréis nada de lo asado, comed de aquella cabeza de puerco salvaje cocida, y si queréis, a vueltas del cardo o de un rábano. |
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JUAN.- Ya sabéis que en palacio no se da a beber a quien no lo pide. Blanco y tinto hay: escoged. |
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PEDRO.- Probarlo hemos todo, y beberemos del que mejor nos supiere; este blanco es valiente. |
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MATA.- De San Martín y a nueve reales y medio el cántaro, por las nueve horas de Dios; pues probaréis el tinto de Ribadavia, y diréis: ¿qué es esto que cuasi todo es a un precio? |
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JUAN.- Ya me parece que habéis estancado. ¿Qué hacéis? |
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PEDRO.- Yo no comeré más esta noche; estoy satisfecho. |
JUAN.- Una cosa se me acuerda que os quise hoy replicar cuando hablábamos de los hospitales, y habíaseme olvidado, y es: si fuese así que no hubiese hospitales, ¿qué harían tantos pobres peregrinos que van donde vos agora de Francia, Flandes, Italia y Alemania?, ¿dónde se podrían aposentar? |
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PEDRO.- El mejor remedio del mundo: los que tuviesen qué gastar, en los mesones, y los que no, que se estuviesen en sus tierras y casas, que aquélla era buena romería, y que de allí tuviesen todas las devociones que quisiesen con Santiago. ¿Qué ganamos nosotros con sus romerías, ni ellos tampoco, según la intención? Que el camino de Jerusalén ningún pobre le puede ir, porque al menos gasta cuarenta escudos y más, y por allá maldita la cosa les aprovecha pedir ni importunar. |
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MATA.- A fe que fray Pedro, que dice esto, que debe de traer aforrada la bolsa. |
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PEDRO.- Yo no pido, por cierto, limosna; y a trueco de no oír un «Dios te ayude» de quien sé que me puede dar, lo hurtaría si pudiese. |
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MATA.- Si no fuese porque favoreceréis a los de vuestro oficio, no os dejaría de preguntar qué tanto mérito es ir en romería, porque yo, por decir la verdad, no la tengo por la más obra pía de todas. |
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PEDRO.- Por eso no dejaré de decir lo que siento: porque mi romería va por otros nortes. La romería de Jerusalén, salvo el mejor juicio, tengo más por incredulidad que por santidad; porque yo tengo de fe que Cristo fue crucificado en el monte Calvario y fue muerto y sepultado y que le abrieron el costado con una lanza, y todo lo demás que la Iglesia cree y confiesa; pues ¿no tengo de pensar que el monte Calvario es un monte como otros, y la lanza como otras, y la cruz, que era entonces en uso como agora la horca, y que todo esto por si no es nada, sino por Cristo que padeció? Luego si hubiese tantas Jerusalenes y tantas cruces y lanzas y reliquias como estrellas en el cielo y arenas en la mar, todas ellas no valdrían tanto como una mínima parte de la hostia consagrada, en la cual se encierra el que hizo los cielos y la tierra, y a Jerusalén, y sus reliquias, y ésta veo cada día que quiero, que es más; ¿qué se me da de lo menos? Cuanto más que Dios sabe cuán poca paciencia llevan en el camino y cuántas veces se arrepienten y reniegan de quien hace jamás voto que no se pueda salir afuera. Lo mismo siento de Santiago y las demás romerías. |
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JUAN.- No tenéis razón de condenar las romerías, que son santas y buenas, y de Cristo leemos que apareció en ese hábito a Lucas y Cleofás. |
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PEDRO.- Yo no las condeno, ni nunca Dios tal quiera; mas digo lo que me parece y he visto por la luenga experiencia; y a los que allá van no se les muestra la mitad de lo que dicen; porque el templo de Salomón aunque den mil escudos no se le dejarán ver; ni demás de esto a los devotos no faltan algunos frailes modorros que les muestran ciertas piedras con unas pintas coloradas, en el camino del Calvario, las cuales dicen que son de la sangre de Cristo, que aún se está allí, y ciertas piedrecillas blancas, como de yeso, dicen que es leche de Nuestra Señora, y en una de las espinas está también cierta cosa roja en la punta que dicen que es de la misma sangre, y otras cosas que no quiero al presente decir; y éstas, como las sé, antes de muchos días lo sabréis. En lo que decís de la romería de Cristo y los apóstoles es cosa diferente; porque ellos iban la romería breve, y es que no tenían casa ni hogar, sino andarse tras su buen maestro y deprender el tiempo que les cabía; después, enseñar y predicar. Maravíllome yo de un teólogo como vos comparar la una romería con la otra. |
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MATA.- Que tampoco no se mataba mucho para estudiar, sino poco a poco cumplir el curso; para entre nosotros, no sabe tanta Teología como pensáis; mas yo quería saber cuál es la mejor romería. |
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JUAN.- Ninguna, si a Pedro de Urdemalas creemos. |
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PEDRO.- El camino real que lleva al cielo es la mejor de todas, y más breve, que es los diez mandamientos de la ley muy bien guardados a mazo y escoplo; y esto sin caminar ninguna legua se pueden cumplir todos. ¡Cuántos peregrinos reniegan y blasfeman, cuántos no oyen misa en toda la jornada, cuántos toman lo que hallan a mano! |
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MATA.- De manera que haciendo desde aquí lo que hombre pudiere según sus fuerzas, en la observancia de la ley de Dios, sin ir a Jerusalén ni Santiago, ¿se puede salvar? |
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PEDRO.- Muy lindamente. |
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MATA.- Pues no quería saber más de eso para estarme quedo y servir a Dios. |
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JUAN.- Quítese esta mesa y póngase silencio en las cosas de acá, que poco importa la disputa. Sepamos de la buena venida y de la significación del disfraz y de la ausencia pasada y de la merced que Dios nos ha hecho en dejarnos ver. |
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PEDRO.- Tiempo habrá para contarlo. |
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MATA.- Por amor de Dios, no nos tengáis suspensos ni colgados de los cabellos. Sacadnos de duda. |