 El
naufragio
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PEDRO.- Ya no tengo memoria en dónde
quedó la plática principal.
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MATA.- Yo sí. Cuando en Santa Laura el
prior os dijo que si queríais ir a trabajar con los
hermanos, y respondisteis que erais casado.
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PEDRO.- Gran deseo es el que Mátalas
Callando tiene de saber, pues tiene tanta atención al
cuento. Yo determiné, harto falto de paciencia y desesperado
de verme traer de Anás a Caifás, de no me descubrir
más a ningún hombre ni por pensamiento; sino, pues
sabía ya tan bien todas sus ceremonias y vida frailesca, que
aquel que vino conmigo los dos días me había
enseñado, estarme en cada monasterio los tres días
que los otros peregrinos estaban por huéspedes, y hacerles
entender que era tan buen fraile como ellos todos; cuanto
más que sabía ciertos salmos en griego, de coro, y
otras cosillas con las cuales los espantaba y me llamaban
«didascalos», que quiere decir doctor; todo el pan que
podía ahorrar escondido lo guardaba para tener qué
comer en el bosque cuando me quisiese ir a estar algún
día para detenerme más, por si acaso en aquel tiempo
pasase algún navío que me llevase. Salí de
aquel monasterio con otro fraile de guía y fui a otro que se
llama Agio Pablo, donde me estuve mis tres días y cantaba
con ellos en el coro, y no se contentaban poco, y la comida era
como las pasadas. Acabados mis tres días fui al monasterio
Rúsico, que es de rusios, cierta gente que confina con los
tártaros, y está sujeta a la Iglesia griega, y estuve
los mismos, y fui a San Jerónimo, donde pasé un
grandísimo trago; porque estaban unos turcos que
habían aportado allí, y preguntáronme
dónde era, y dije que del Chío; y acertó que
el uno era de allá, renegado, y luego me preguntó
cuyo hijo y en qué calle; y yo en mi vida había
estado allá; pero Dios me dio tal gracia, que estuve
hablando con él más de una hora, dando razón a
cuanto me preguntaba sin discrepar ni ser tomado en mentira, y
aún oían la plática otros dos frailes
naturales de allá.
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MATA.- Eso no me lo engargantaréis con
una cuchara. ¿Qué razón podíais vos dar
de lo que nunca visteis?
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PEDRO.- Andad vos como yo por el mundo y
sabreislo. Dábale a todo respuestas comunes; a lo que me
preguntó cúyo hijo era, dije que de Verni, que es
nombre que muchos le tienen, y si me preguntaba de cuál,
decía que del viejo; ¿y cómo está
Fulano?, es muerto; el otro no está allí, Fulano,
está malo; el Tal armó una barca cargada de limones
para Constantinopla; y otras cosas así;
¿paréceos que me podía eximir?, y aun os
prometo que quedó bien satisfecho.
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MATA.- Paréceme que no les faltaba
razón a los que decían que teníais demonio,
porque tales cosas aun el diablo no las urdiera.
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PEDRO.- Pues hombre que había ya sido dos
meses o cerca fraile, ¿no queréis que urda cosas que
el diablo no baste? El último monasterio adonde fui se
llamaba Sero Potami, estando en el cual dos días, en
vísperas vi entrar un marinero griego, y preguntele de
dónde venia y díjome que de la isla de Lemno, y
tornaba allá. Como no veía la hora de salir de
allí, que se me acababa la candela, díjele si desde
allí podían ir al Chío, que me iría con
él; díjome que muy bien. Igualeme en medio escudo, y
embarqueme con mi compañero, y de aquel monasterio donde yo
salí se embarcaron seis frailes, los cuales metieron harto
bastimento, principalmente, vino. Comenzamos de alzar vela y
navegar, y era cuasi noche y dieciséis de hebrero.
Comenzó a avivar el viento y dije al patrón del
navío: «Mirad, señor, que es invierno y la
noche larga, y el navío, pequeño; mejor será
que nos quedemos aquí esta noche, porque el viento refresca
y podrá ser que nos veamos en aprieto». Como iban
él y los frailes bebiendo y borracheando lo que
habían metido, no hicieron caso ninguno de lo que yo
decía, antes se rieron, y cuasi todos beodos; a las once de
la noche alborotose la mar, no así como quiera, sino la
más brava e hinchada que en mi vida la vi; los marineros,
parte por lo poco que sabían, parte por el vino, perdieron
el tino de tal manera, que no sabían dónde se estaban
y no hacían sino vomitar. Quiso Dios que cayeron en la
cuenta que echásemos en la mar todo cuanto llevábamos
para aliviar el navío; esforzando más el viento
llevonos el árbol y antena con sus velas; ya era el
día y halláronse menos borrachos, pero perdidos;
comenzó de divisarse tierra, y no sabían qué
era. Unos decían que Salonique, otros que Lemno, otros que
Monte Santo; yo reconocí, como había estado otra vez
allí, que era el Sciatho, y díjeselo; mas ya
desesperados, viendo que íbamos a dar en unas peñas
dijeron: «Agora, por Dios verdadero, nos ahogamos todos;
señores, ¿qué haremos sin vela ni nada?»
Dejó el patrón el timón ya por desesperado, e
hincáronse de rodillas y comenzaron de invocar a San
Nicolás, y tornaron a preguntarme a mí:
«¿Qué haremos?» Respondí con
enojo: «Na mas pari o diávolos olus»: Que nos
lleven todos los diablos; y salto donde estaba un pedazo de vela
viejo, y hago de dos pedazos una vela chica, y pongo en cruz dos
varas largas que acerté a hallar, y díjeles:
«Tened aquí, tirá de estas cuerdas, y tirando
llamad cuantos santos quisiéredes; no penséis que los
santos os ayudarán si vos no os ayudáis
también». Comenzó de caminar nuestro
navío con aquel trinquete, como la fuerza del viento era tan
grande, que cada hora serían bien tres leguas; y fuenos la
vida que durase la fortuna, porque si estonces cesara y nos
quedábamos en calma, todos perecíamos de hambre,
porque estábamos en medio del golfo, y el bizcocho todo
había ido a la mar por salvar las vidas, y no
podíamos caminar sin viento. Llegamos a distancia de tierra
por tres o cuatro leguas y allí avivó de tal modo el
viento, que nos llevó el trinquete, que del todo
desesperó a todos. Dijo el patrón:
«Señores, todo el mundo se encomiende a Dios, porque
nuestro navío va a dar en aquellas peñas, adonde
todos pereceremos». Y comenzó de mantener cuanto
podía el navío, que ni anduviese atrás ni
adelante, y decía: «Si alguno tiene dineros delos a
estos marineros, que saben muy bien nadar, que por ventura se
salvará y hará algún bien por el
ánima». Yo les dije, aunque ciertamente no faltaban
una docena y dos de ducados, que no tenía blanca; mas aunque
la tuviese, ¿qué se me daba a mí,
perdiéndome yo, que también la mar se sorbiera el
dinero? En esto quiso Dios que nos acercáramos a tierra
mucho más; y con la grandísima furia que la mar
tenía no se pudo dejar de dar al través en aquella
isla, y fuenos llevando la mar; y como yo me vi cuasi en tierra,
sin saber nadar, acudicieme a saltar, y si no me sacaran dos
marineros, yo me quedaba allí; los demás no quisieron
saltar por el peligro, y ensoberbeciose la mar más y dio con
el navío más de un cuarto de legua fuera del agua,
junto a una ermita de Nuestra Señora que allí estaba,
y asentad ésta por cabecera entre todas las mercedes que de
Dios he recibido; que aquella isla del Schiatho donde dimos al
través, tiene de cerco treinta y cinco leguas y en ninguna
parte de todas ellas podíamos dar al través que no
pereciéramos todos, porque es por todas partes peña
viva, sino adonde dimos, que había un río
pequeño que daba en la mar y era arena todo, y allí
embocó el navío, que no sería de ancho cien
pasos.
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JUAN.- ¿Qué llamáis dar al
través? ¿Por ventura es lo que dice San Pablo padecer
naufragio?
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PEDRO.- Eso mismo; y éste fue tal, que a
la mañana, que la mar había sosegado, el navío
estaba hasta medio enterrado en la arena. Cayó aquella noche
una nieve de media vara en alto, y todos nos acogimos a la ermita,
que estaba llena de unos cepos muy grandes de tea, la cual se
embarca desde allí para llevar a Sidero Capsia, donde se
hacen el oro y la plata.
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JUAN.- ¿Pues qué, tanto camino
teníais aventajado en tanto tiempo que no salíais de
esa Sidero Capsia?
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 Otra vez en la isla de Skiathos
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PEDRO.- ¿No os tengo dicho que me
volvió la fortuna a la isla donde dejé al sastre, que
en mes y medio, con cuanto había caminado y trabajado, no me
hallé haber aventajado una legua? Ciento y cincuenta leguas
que a pie, cargado de alforjas, había caminado en mes y
medio, torné en una noche y un día hacia
atrás, con otras tantas más de rodeo, de tal manera
que en cincuenta días no me hallé más de cien
leguas de Constantinopla. El frío que aquella noche
hacía no se puede aquí escribir, pero tomome tan
falto de ropa que no tenía sino estameña acuestas,
porque una ropa morada que la sultana me había dado, que
traía debajo el hábito, con sus martas, troqué
en Monte Santo con aquel fraile que habló por mí, a
una túnica vieja llena de piojos que tenía al
rincón.
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MATA.- ¿A qué propósito el
trueco del topo?
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PEDRO.- Porque como iba por aquellas espesuras,
alguna mata o retama me asía de la estameña y
llevábame un jirón, y por allí se
parecía luego lo azul y podía ser descubierto, porque
no era cosa decente a fraile.
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MATA.- ¿Y en aquella ermita no
podíais encender buen fuego con aquellas teas y calentaros?
No fuera mucho con esa poca ropa y con el frío que
hacía quedaros allí.
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PEDRO.- Los marineros y los otros frailes eran
tan escrupulosos que no osaban llegar a tomar de la tea, diciendo
ser sacrilegio, y como ellos no saltaron en la mar como yo, no
estaban mojados, y mediano fuego les bastaba, al cual yo no me
osaba llegar por no me arremangar para calentarme, y ser conocido
por las calzas que debajo traía, y camisa, que no era de
fraile.
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MATA.- ¿No podíais tomar
juntamente con el hábito todos los demás vestidos de
frailes al principio?
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PEDRO.- Como yo nunca me había huido otra
vez, y el espía me engañó, que dijo bastar
aquello, me curé más de echarme el hábito
sobre la ropa que yo me tenía; si yo fuera plático
como agora, tampoco saliera en hábito que fuesen menester
tantas hipocresías ni no comiesen carne; en hábito de
turco me podía venir cantando.
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JUAN.- O de judío.
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PEDRO.- También, pero es peligroso; que
en pudiéndole coger en descampado le roban y le matan por
hacerlo. Si no fuera por el peligro que había, siendo
tomado, de ser turco, mejor hábito de todos era el
turquesco.
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MATA.- ¿Qué remedio tuvisteis
aquella noche?
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PEDRO.- Pesábame de haber escapado tan
grande peligro y morir muerte tan rabiosa. Como la
compañía toda se durmió junto al fuego, yo
tomé una hachuela e hice pedazos un cepo de aquellos, y
desnudeme y mudé camisa, y hago un fuego tan grande, que
quería quemarse la ermita, y con todo no bastaba a tornar en
mí. Cuando los otros despertaron dijeron:
«Verdaderamente, éste es diablo, y no es posible ser
cristiano, pues tan poco temor ha tenido de Dios en hurtar lo ajeno
aunque pereciera». Dijo otro: «¿No os
acordáis cuando hoy, en la mayor fortuna de la mar, dijo que
nos llevasen todos los diablos, y otras veinte cosas que le hemos
visto hacer?» Yo estaba tal que no se me daba nada ser
descubierto, por no morir así, y no se me dio tampoco de lo
que decían. Otro día vinieron allí dos
clérigos de la tierra, que para dar gracias a Dios
habíamos llamado que dijesen misa, los cuales cerraron la
iglesia, poniendo por grandísimo escrúpulo la noche
que allí habíamos dormido, y nos hicieron dormir
otras dos noches fuera. Los marineros se fueron a dormir al
navío, y a mí y el compañero no nos dejaron
entrar por el pecado pasado, y fue necesario dormir debajo de un
árbol aquella noche.
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MATA.- ¿Con toda la nieve y frialdad?
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PEDRO.- Y aun hielo harto.
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MATA.- ¿Y no os vais adonde
sirváis a Dios de tal manera que venialmente no le
ofendáis, habiendo recibido tan particulares mercedes?
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PEDRO.- Plegue a Él que conforme al deseo
que yo de servirle tengo me ayude, para que lo haga. Como estaba el
navío enterrado en la arena, los marineros quisieron sacarle
y forzáronme que les ayudase, pues también
había yo venido dentro, y no osé hacer otra cosa
porque eran muchos y cierto me mataran. Comencé con gran
fatiga de cavar y hacer lo que me mandaban; entraron todos en una
barca para ir a buscar una áncora que se les había
caído en la mar, que ya sabían dónde estaba, y
mandaron que entre tanto yo y mi compañero cavásemos.
Como yo vi el laberinto tan grande y la poca gente que
éramos para ello, pregunté a uno de la tierra que
descargaba allí tea cuánto había de
allí al primer lugar y cuál era el camino, y
mostrómelo; dije a mi compañero si sería para
seguirme y llevaría yo nuestra alforja y nos les
huyésemos. Era un viejo enjuto que caminaba más que
yo, y dijo de sí. Voy donde estaba el hato y húrtoles
un pedacillo de bizcocho y tomé mi alforja, y
metímonos por el bosque, yendo con harto más miedo de
ellos que de los turcos; y quiso Dios que llegamos a una aldea, y
en la taberna almorzaban unos griegos, y convidáronnos a pan
y buen vino, con lo cual Dios sabe el refrigerio que hubimos, y
contamos nuestra desventura y pedimos consejo de lo que
haríamos para ir a Chío. Dijéronnos que diez
leguas de allí, aunque por grandes montañas, estaba
el puerto de mar, donde muchas veces había navíos en
que pudiésemos ir, y si queríamos nos darían
un mozo que por un real no más nos enseñaría
todo aquel camino. Respondiles, agradeciéndoselo mucho, que
era muy contento de ello aunque lo dejase de comer, y fuimos aquel
día tres leguas, y hallamos una «metoxia» de un
monasterio de Monte Santo, en la cual nos recibieron aquella noche,
como dijo Vasco Figueira, «muyto» contra su voluntad.
Todavía hubo pan y vino y sendos huevos, que fue la mayor
comida que había hasta allí habido; y a la
mañana dijéronnos que fuésemos presto, porque
la nieve estaba helada y si ablandaba no era posible pasar.
Caminamos con nuestro moco para hacer seis leguas de sierra
despoblada que nos faltaban, y caminamos las tres lo mejor del
mundo por sobre la nieve; mas estando en medio del camino en un
altísimo monte vino una niebla que nos enterneció la
nieve y no podíamos ir atrás ni adelante; cayendo y
levantando, quiso Dios que anduviésemos una legua más
y topamos en un valle una casilla pequeña, donde
había dos moradores que labraban ciertas viñas, y
diéronnos pan y vino, vinagre y unas nueces e higos, que yo
dudo si en el mundo, cuan grande es, las hay mejores, de lo cual
hinchimos bien los estómagos; y el mozo determinó de
que caminásemos adelante, y yo bien quisiera quedarme
allí; en fin, las dos leguas que restaban se caminaron en
medio día, con la nieve siempre hasta los muslos, cayendo de
cuatro en cuatro pasos, y acabándose cierto la paciencia,
que era de lo que más me pesaba; tuvimos consejo mi
compañero y yo que valía más ser esclavos que
no padecer de aquella manera; y Dios lo permitía así,
quizá que se le hacía mayor servicio de serlo; por
tanto, en llegando a la villa, preguntásemos por el
gobernador turco y le dijésemos cómo éramos
dos esclavos de Zinan Bajá y nos habíamos huido, por
tanto nos volviese a nuestro dueño, que todo lo hacía
cada cien palos y no padecer tantas muertes como habíamos
pasado; y lo que más me incitaba para ello era ver que, pues
Dios no quería que pasásemos adelante, señal
era que se servía más de que volviésemos a
Constantinopla, que aun los pecados que en el cautiverio se
habían de pasar no debían de ser acabados de purgar;
ya llegábamos con esta fatiga al pueblo, y entrando
queríamos preguntar por casa del «baivoda», y vi
a deshora en una botiquilla el sastrecillo que había
llevádome allí desde la Caballa.
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MATA.- ¿Era ese el pueblo donde el
mercader os había dicho que os llevaban engañado y
que os fueseis de allí, que estaba en un alto?
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PEDRO.- El mismo.
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MATA.- Yo digo que, aunque la paciencia se os
acababa, si estonces os moríais estabais bien con Dios,
porque muy grandes requiebros y labores son esos que os daba.
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PEDRO.- Como yo vi mi sastre, arremetí
para abrazarle con grande alegría, y estuve en su botica un
grande rato, y dile cuenta de todo lo pasado, y él me dijo
que por amor de Dios me fuese de allí, porque él se
estaba bien, y buscase una posada y no le hablase como que le
conocía. Yo le rogué que me tuviese allí
escondido, pues yo tenía qué gastar, que aún
duraban los dineros, gracias a Dios. Dijo que en ninguna manera lo
haría; por tanto, que luego me saliese de su botica.
Viéndome perdido, preguntele dónde vivía el
gobernador. Díjome que para qué le quería. Yo
le descubrí el consejo que habíamos tomado de querer
más ser cautivos que morir muertes rabiosas. Dijo que para
qué queríamos levantar la liebre ni desesperarnos
así. Digo: «Por ver que en el mundo no hay fe ni
verdad; que yo pensaba haber topado la libertad en veros; mas agora
que os veo olvidado del bien que os hice y los dineros que os di,
yo determino que tan ingrato hombre no viva en el mundo, y pues no
habéis querido encubrirme, iremos juntos a Constantinopla,
porque yo diré que vos me sacaste, pues sois espía, y
vengarme he de vuestra ingratitud, que en fin a mí menester
me han y tengo muchos amigos, que no seré muy maltratado; y
quedad con Dios de aquí a que el gobernador envíe por
vos»; e íbame a salir; él, muy turbado, viendo
ya la muerte al ojo, arremetió conmigo para no me dejar
salir y echóseme a los pies puestas las manos,
rogándome que por amor de Dios le perdonase, y que él
se determinaba de tenerme allí y darme de comer hasta que
hubiese navíos donde fuese a mi placer, y echaba por rogador
a mi compañero. Comenzó a puerta cerrada, que
hacía frío, a encender fuego, que estaba bien
proveído de leña, y descalzarme y hacerme regalos. Yo
le aseguré y dije que le ponía por juez de la
razón que yo tenía, y si podía darme libertad
¿por qué lo había de dejar? Y si quería
venirse conmigo, le daría más que ganase en toda su
vida. Allí estuve y no le dejaba gastar ocho días,
hasta que entraron las Carnestolendas, y los de la tierra que iban
a cortar ropas y nos veían allí, como no
salíamos de casa, comenzaron a murmurar y sospechar lo que
era, y avisaron al sastre que se apartase de nuestra
compañía si no quería que sus días
fuesen pocos. Él les respondió que éramos muy
buenos religiosos, y si no salíamos era porque habiendo dado
al través el día de la gran fortuna, estábamos
desnudos y mojados; no contentos con esto, vinieron, para
más de veras tentar, los clérigos del pueblo, y como
que venían a visitar, rogáronme que fuésemos
el primer día de Cuaresma a la iglesia ayudarles a los
oficios. Yo respondí que era sacerdote y letrado, y
quería hacerles este servicio al pueblo de confesarlos todos
y decir la misa mayor el día de Cuaresma. Como me vieron
hablar tan bien y tan osadamente su lengua, creyéronlo, y
dijeron, porque era cosa de mucha ganancia lo que aquel día
se ofrece, que la misa no era menester, que allí estaba el
cura, mas que el confesor, ellos lo aceptaban. Yo dije que no
quería sino todo, y la ganancia daría yo al cura. No
aprovechó, que aún pensaban que le había de
sisar, y rogáronme que confesase mucha gente del pueblo
honrada, aunque por tentar creo que; yo concedí lo que
demandaban, y aquella noche el sastrecillo me dijo: «Yo os
prometo, si acertáis a confesarlos la ganancia será
bien grande»; bien quisiera yo deshacer la rueda, aunque me
parecía que, según son de idiotas, lo supiera hacer.
Y avisáronme que para el segundo día de Cuaresma yo
estuviese a punto para ello, y el primer día era de ayuno
hasta la noche, que no se podía comer; y yo determiné
que nos bajásemos con un pan a la mar y un pañizuelo
de higos y nueces, diciendo que íbamos a traer ostras para
la noche, y teníamos muchos griegos que querían cenar
con el padre confesor; y en la mar metime entre unas peñas,
y representándoseme dónde estaba y cómo, y los
trabajos pasados, no pude estar sin llorar, y de tal manera vino el
ímpetu de las lágrimas a los ojos, que no las
podía restañar, sino que parecían dos fuentes;
quedé el más consolado del mundo de puro
desconsolado, y otro tanto creo hizo mi compañero, que
entrambos nos escondimos a espulgarnos, que había razonables
días que no lo habíamos hecho.
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MATA.- ¡Hi de puta, cuál
estaría la túnica que os trocó el otro a la
ropa!
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PEDRO.- Esa yo no la espulgué, porque
tenía tanta cantidad que no aprovechara matar un
celemín. Los ojos tenía quebrados y deslumbrados de
mirar si parecía algún navío donde me meter,
como no fuese a Constantinopla, para huir de aquellas calumnias que
la gente de aquel pueblo me traía. Como fuese tarde y no
parecía nada, fuímonos al pueblo que esperaban para
cenar, con la determinación de por no ser descubierto
confesar y hacer lo que me mandaran.
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JUAN.- ¡Buena conciencia era ésa!
Mejor fuera descubriros que cometer tal error.
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PEDRO.- ¿No miráis la
hipocresía española?
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MATA.- Ruin sea yo si no creo que lo hiciera
mejor que vos. Yo al menos antes confesara veinte pueblos que
volver a Constantinopla; mas si después fuera sabido, era el
peligro.
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PEDRO.- ¿Qué peligro? Tornaba a
ser esclavo.
|
MATA.- No digo sino por haber hecho aquello.
|
PEDRO.- Siendo esclavo no estimara
cuántos griegos ni judíos había en lo que
huello; antes si cogiera alguno de ellos le moliera a palos y me
saliera con ello, no me la fueran a pagar al otro mundo los que me
descubrieran.
|
JUAN.- Como no teníais ya más que
perder, yo lo creo.
|
PEDRO.- Hízolo Dios mejor, que cenamos
bien, aunque de cuaresma, temprano, y pusiéronme en cabecera
de mesa para el bendecir del comer y beber.
|
JUAN.- ¿No es todo uno?
|
PEDRO.- No, que primero se bendice la mesa;
después cada uno que tiene de beber la primera vez dice con
la copa en la mano: «Eflogison eflogimene»,
«Echad la bendición, padre bendito». Entonces
él comienza, entre tanto que el otro bebe, a decir aquella
su común oración: «Agios o Theos os», y
otro tanto a cuantos bebieron las primeras veces, aunque haya mil
de mesa.
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MATA.- Trabajo es. ¿Y si no hay fraile ni
clérigo?
|
PEDRO.- Ellos entre sí la gente vulgar, y
aun cuando el fraile o clérigo bebe, también echan
los otros la bendición. Y acabada la cena, vimos despuntar
dos velas por detrás de una montaña y
acercáronse, y eran dos navíos cargados de trigo que
venían a tomar allí bastimento para pasar adelante.
Como yo los vi, Dios sabe lo que me holgué, y luego los
patrones subieron al pueblo a comprar lo que les faltaba; y yo le
hice al uno llamar en secreto, y preguntele adonde iba.
Díjome que a la isla de Medellín, a buscar naves de
venecianos que venían a buscar trigo, y si no las hallaban
allí, que pasarían al Chío. Pediles de merced
que nos llevasen allá pagándoles su trabajo.
|
JUAN.- ¿Eran cristianos o turcos?
|
PEDRO.- Cristianos. ¡Ojalá fueran
turcos! No querían, por más ruegos, hacerlo, porque
cuantos marineros hay tienen esta superstición, que todo el
mundo no se lo desencalabazará, acá y allá en
toda la mar: que cuando llevan frailes o clérigos dentro el
navío, todas las fortunas son por ellos.
|
JUAN.- Callad, no digáis eso.
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PEDRO.- Dios no me remedie si no es tan verdad
como os lo digo; y no así como quiera, sino en toda la mar
cuan espaciosa es; y aun en Barcelona ha menester más favor
un fraile para embarcarse que cien legos; y si es clérigo o
fraile, sin que tenga favor, así se puede ahorcar que no le
llevarán si no los engaña con vestirse en
hábito de soldado.
|
JUAN.- La cosa más nueva oigo que
jamás oí.
|
PEDRO.- Preguntádselo a cuantos han
estado en la mar y saben de estas cosas. Fue tanta la
importunación y ruegos, que lo concedió el uno, y
díjome que me embarcase luego, porque se partirían a
media noche. Yo compré de presto una sartaza de aquellos
higos buenos, que pesaría media arroba, y obra de un
celemín de nueces y pan; y en anocheciendo bajamos a la mar
y embarcámosnos, y a media noche comenzamos de caminar.
Habiendo andado como tres leguas llegaron dos galeras de turcos,
que iban en seguimiento de los navíos, y mandaron
amainar.
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JUAN.- ¿Qué es amainar?
|
PEDRO.- Quitar las velas para que no camine
más; y saltan dentro de nuestros navíos, y prenden
los patrones de ellos y pónenlos al remo, y
llevábannos a todos.
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MATA.- ¿Pues cómo o por
qué? ¿No había amistad con los turcos?
|
PEDRO.- Sí; pero había
premática que nadie sacase trigo para llevar a vender, y
para eso estaban aquellas dos galeras. Considerad lo que
podía el pobre Pedro de Urdimalas sentir. Yo luego hice de
las tripas corazón, y como me vi cobré ánimo.
Y en verdad que el capitán turco y muchos de los suyos me
conocían bien en Constantinopla, pero no en aquel
hábito. Yo les dije: «Señores: yo conozco que
estos pobres cristianos han pecado contra el mandato de nuestro
Gran Señor; pero, en fin, la pobreza incita a los hombres
muchas veces a hacer lo que no deben. Obligados sois en vuestra ley
a tener misericordia y no hacer mal a nadie. Bien tengo entendido
que tomarnos a todos podéis lícitamente, y hacer lo
que fuéredes servidos; pero también sé que,
idos en Constantinopla, ningún interés se os sigue,
porque habéis de dar por cuenta todo lo que los patrones
confesaren que traían en sus navíos, y la gente; de
manera que solamente os habéis vosotros de ello el hacer mal
y pensar que el Gran Turco recibe servicio, y no por eso se le
acuerda de vosotros. No sabéis en lo que os habéis de
ver. Pídoos por merced, que dándoos con qué
hagáis un par de ropas de grana, los dejéis ir y
aquello os ganaréis, y tenernos heis a todos como vuestros
esclavos». Respondiome sabrosamente que por haberlo tan bien
dicho determinaban dejarlos, pero que el dinero que daban era poco.
Yo repliqué que no era sino muy mucho para ellos, pues daban
lo que tenían todo y eran pobres. Yo lo hice en fin por
cincuenta ducados, que no pensaron los otros pobres se hiciera con
mil, y soltáronnos y dejáronnos ir. Luego vinieron a
mí los patrones entrambos, y me lo agradecieron como era
razón.
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MATA.- ¡Mirad cuánto hace hacer
bien sin mirar a quién! Tan esclavos eran ésos, si
vos no os hallabais allí, como vos lo habíais
sido.
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PEDRO.- Eso bien lo podéis creer.
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JUAN.- De allí adelante bien os trataran
en sus navíos.
|
PEDRO.- Muy bien si durara; mas aína me
dieran el pago si Dios no me tuviera de su mano.
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MATA.- ¿También deshicisteis la
amistad, como con los turcos y judíos solíais
hacer?
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 En
Lemnos
|
PEDRO.- Y aún más de veras, porque
no hubiera sido la riña de palabra. Caminamos por nuestra
mar adelante con razonable viento, y ya que estábamos junto
a Medellín, donde iban, revolvió un viento contrario
y dio con nosotros en la isla de Lemno, no con menor fortuna que la
pasada. Tuvieron consejo para ver cómo podrían salvar
las vidas, que se veían ir todos a perecer. Dijeron que si
no echaban los frailes en la mar no cesarían jamás,
porque no hallaban causa otra por donde se moviese semejante
fortuna. Ya todos muy determinados de lo hacer, inspiró Dios
en los patrones, y dijeron: «Por el bien que nos han hecho,
mátelos Dios, y no nosotros»; ya no se excusa que no
demos al través. Cuando si Dios quisiese nos vamos de
aquí, los dejaremos y no irán con nosotros; y en esto
la mar echó fuera nuestros navíos, y quiso Dios que
no peligraron cosa ninguna, más de quedar en seco. La
fortuna duró ocho días, en los cuales, con mucho
mayor frío, nos hicieron dormir fuera de los navíos,
y aun ojalá hubiera alguna mata a donde nos acoger o pan
siquiera que comer. Esta isla es muy abundantísima de pan y
vino y ganado; pero de árboles no, porque es toda
páramo; no tiene en veinte leguas al derredor más de
un olmo, que está junto a una fuente.
|
MATA.- ¿Pues con qué se
calientan?
|
PEDRO.- Por mar traen la leña de otra
parte, y los sarmientos que de las viñas tienen y algunas
aliagas. El viento que hacía, cierzo que acá
llamáis, era terrible, ya que no se podía resistir,
porque si no es un rimero de piedras que los pastores tenían
hecho para ponerse detrás de ellas, ninguna otra pared,
árbol ni mata había allí. Hartos de pacer
hierba, nos metíamos a espulgarnos, y lavamos nuestras
camisas y zaragüelles; y después de seco, cuando fui
por ello, vilo tan manchado como si no lo hubiera lavado, y no
sabía qué pudiese ser, pues yo bien lo había
fregado, y hallé que eran muchos millones de rebaños
de piojos, que como no se había echado agua caliente, cuando
estaban las camisas mojadas no se parecían, pero con el sol
habían revivido.
|
MATA.- Grande crueldad era la de aquellos
perros, que así se pueden llamar, y el trabajo de no comer
sino hierba, no menor.
|
PEDRO.- Cuanto más que como era mes de
hebrero había pocas y pequeñas, y como el hambre
acusaba, comiendo de prisa y no advirtiendo, topaba con alguna que
amargaba, otra que espinaba y otra que abrasaba la boca.
|
JUAN.- ¿Pues no había pueblos en
esa isla?
|
PEDRO.- Sí; había más de
treinta, a cuatro leguas de distancia; pero no osaba apartarme de
los navíos, por saber cuándo se iban, que las cosas
de mar son inciertas. Dentro de un instante se alza la mar, y se
amansa; y quería probar a ver si usaran de misericordia; ya
como la fortuna fue adelante, determinaron los patrones de irse al
primer pueblo a borrachear, y nosotros fuímonos tras ellos,
por comprar pan que comer. Y era tanto el frío, que, con
caminar medio corriendo y cargado, no sentía miembro de todo
el cuerpo, y los ojos estaban que no los podía menear, cuasi
como paralítico. Llegados al pueblo, en la primera casa de
él estaban borracheando muchos griegos en un desposorio, y
como yo preguntase si hallaría por los dineros un poco de
pan, ellos nos hicieron, movidos a compasión, sentar, y como
era cuaresma no tenían sino habas remojadas y pasas; y como
vieron que no podía tomar el pan con las manos mandaron
sacar a la mesa un poco de fuego, y al primer bocado que
comí, luego el escanciador me dio una copa de agua ardiente,
que aunque en mi vida lo había bebido, me supo tan bien que
no fue menester más brasero, y quedé todo
confortado.
|
MATA.- ¿Aguardiente a comer? ¿A
qué propósito?
|
PEDRO.- Tan usado es en todas las comidas de
conversación en Grecia y toda Turquía el beber dos o
tres veces, las primeras de aguardiente, que lo llaman
«raqui», como acá vino blanco.
|
JUAN.- ¿No los abrasa los hígados
y boca?
|
PEDRO.- No, porque lo tienen en costumbre, y
tampoco es lo primero que es demasiado de fuerte, sino lo segundo
que llaman.
|
JUAN.- ¿Hácenlo a falta de vino
blanco?
|
PEDRO.- No, por cierto, que no falta
malvasía y moscatel de Candia; antes tienen más
blanco que tinto; sino porque la mayor honra que en tales tiempos
hay es el que primero se emborracha y se cae a la otra parte
dormido, y como medio en ayunas, con los primeros bocados, beben el
«raqui», luego los comienza a derribar; y aun las
mujeres turcas y griegas, cuando entre sí hacen fiestas,
luego anda por alto el «raqui».
|
MATA.- ¿Tan gente bebedora es la
griega?
|
PEDRO.- Como los alemanes y más. Salvo
que en esto difieren, que los alemanes beberán pocas veces y
un cangilón cada vez; mas los griegos, aunque beben mucho,
comen muy poco y beben tras cada bocado con pequeñita taza.
Podéis creer que de como el que escancia toma la copa en la
mano, aunque no sean más de tres de mesa, hasta que se
vayan, que no cesará la copa ni pondrá los pies en
suelo aunque dure la comida dieciséis horas, como suele.
|
MATA.- ¿Que, dieciséis horas una
sola comida? Pues aunque tuviesen todos los manjares que hay en el
mundo bastaban tres.
|
PEDRO.- Por no tener manjares muchos son largas,
que si los tuviesen presto se enfadarían. Con un platico de
aceitunas y un tarazón de pescado salado, crudo, entre diez,
hay buena comida, y antes que se acabe beberán cada seis
veces; luego, si hay huevos con cada sendos asados,
tardándolos en comer dos horas, beberán otras tantas
veces.
|
MATA.- ¿Pues en qué tardan
tanto?
|
PEDRO.- Como no va nadie tras ellos, y son tan
habladores que con el huevo o la taza en la mano contará uno
un cuento y escucharán cuatro.
|
MATA.- ¿Parleros son al comer como
vizcaínos?
|
PEDRO.- Con mucha más crianza, que
ésos parlan siempre a troche moche y ninguno calla, sino
todos hablan; mas los griegos, en hablando uno, todos callan, y le
están escuchando con tanta atención que
tendrían por muy mala crianza comer entre tanto; y no os
maravilléis de dieciséis horas, porque si es algo de
arte el convite, será manteniendo tela dos días con
sus noches; agora sacan un palmo de longaniza; de aquí a una
hora ostras, que es la cosa que más comen; tras
éstas, un poco de hinojo cocido con garbanzos o espinacas;
de allí a cuatro horas un pedacillo de queso; luego sendas
sardinas; si es día de carne, un poco de cecina cruda, y de
esta manera alargan el convite cuanto quieren.
|
MATA.- ¿Cómo pueden resistir?
|
PEDRO.- Yo os lo diré: uno duerme a este
lado, otro a este otro; cuando despiertan comen y
levántanse; otros que van a mear o hacer de sus personas, y
así anda la rueda y nunca para el golondrino.
|
MATA.- ¿Qué llaman golondrino?
|
PEDRO.- Unos barriles de estaño que en
toda Grecia usan por jarros, hechos al torno, muy galanes, de dos
asas, que se dan en dotes, y la que lleva cuatro no es de las menos
ricas.
|
MATA.- ¿Qué fue del convite de la
isla de Lemno?
|
PEDRO.- El desposado luego me trajo presentado
un grande jarro de vino de una pipa que había comenzado, y
pan no faltaba; comí hasta que me harté y conteles el
cómo había dado al través, y compré en
el pueblo una docena de panes; y dije a mi compañero que nos
volviésemos a estar junto a los navíos aunque
pereciésemos de frío, porque si se iban sin nosotros
no teníamos qué comer y en mil años no
hallaríamos quien nos llevase. Partímonos a media
noche, consolados con el comer y desconsolados de no haber, con el
frío que hacía, donde meter la cabeza que se
defendiese del aire, y metímonos junto a un arroyo que
bajaba a la mar, algo hondo de donde atalayábamos los
navíos cuando aparejaban de irse. Como no cesaba la fortuna,
los marineros, desesperados, determinaron de irse de allí,
porque había nueva de cosarios, adonde la ventura los
llevase, y comenzaron a sacar las áncoras. Fuimos presto a
que nos tomasen y echáronnos con el diablo. Yo
comencé de aprovecharme del hábito que traía,
que hasta allí no lo había hecho.
|
JUAN.- ¿Cómo aprovechar?
¿No habíais sido dos meses fraile?
|
PEDRO.- Digo a ser importuno, y pedir por amor
de Dios.
|
MATA.- También las mata Pedro algunas
veces callando.
|
JUAN.- Sí, que Ebro lleva la fama y Duero
el agua.
|
PEDRO.- Ya como no aprovechaba nada y se
partían, dije que no quería ir con ellos; pero por el
bien que a los patrones había hecho les rogaba que me
escuchasen dos palabras. Respondieron que no había
qué, porque ellos ya no iban al Chío, sino a buscar
naves de cristianos de acá a quien vender su trigo, y que si
fueran al Chío holgaran de llevarme. Tanto los
importuné, que saltaron en un batel a ver qué secreto
les quería decir. Y tómolos detrás de un
peñasco y digo: «Señores, la causa por que no
queréis que vaya con vosotros es por ser frailes; pues sabed
que ni lo soy ni aun querría, sino somos dos
españoles que venimos de esta y de esta manera, y para que
lo creáis...»; arremangué el hábito y
mostreles el jubón y la camisa labrada de oro, que junta con
las carnes traía, y unas muy buenas calzas negras que debajo
de estos borceguilazos traía. «Y en lo que
decís que vais a buscar naos de cristianos, eso mismo busco
yo. Hoy podéis redimir dos cautivos; mirad lo que
hacéis». Enternecióseles algo el corazón
y dijeron: «¿Por qué no lo habíais dicho
hasta agora?» Díjeles que por qué sabía
que todos los griegos prendían los cautivos que se
huían y no los querían encubrir. Tomáronme
entonces de buena gana y metiéronme en sus navíos, y
dijeron que no me descubriese a ningún marinero, y caminamos
con tanta fortuna que me holgara de haberme quedado en tierra,
porque comenzó a entrar tanta agua dentro, que no lo
podíamos agotar. Llegamos en Medellín, en un puerto
que llaman Sigre, adonde pensaban hallar naos, y como no hubiese
ninguna, pasaron con toda su fortuna al Chío.
|
MATA.- ¿No podían esperar en aquel
puerto a que pasase la fortuna?
|
 En
Chíos
|
PEDRO.- Había gran miedo de infinitos
cosarios que por allí andan; y también la fortuna,
aunque grande, era favorable en llevar hacia allá. A media
noche fue Dios servido, con grandísimo peligro, que llegamos
en el Delfín, que es un muy buen puerto de la misma isla del
Chío, seguros de la mar, mas no de los cosarios, que hay
más por allí que en todo el mundo, porque no hay
pueblo que lo defienda, y de allí a la ciudad son siete
leguas. Rogué a los patrones que nos echasen en tierra, y
eché mano a la bolsa y diles obra de un ducado que bebiesen
aquel día por amor de mí. Y no le queriendo tomar,
les dije que bien podían, porque ido yo a la ciudad
sería más rico que ellos. Tomáronlo y
avisáronme que, por cuanto había tantos corsarios por
allí que tenían emboscadas hechas en el bosque por
donde yo había de ir, para coger la gente que pasase, mirase
mucho cómo iba. Yo fui por un camino orillas del mar,
más escabroso y montañoso que en Monte Santo
había visto, y de tanto peligro de los corsarios que
había dos meses que de la ciudad nadie osaba ir por
él; y aún os digo más, que cuando llegamos al
pueblo todos nos dijeron que diésemos gracias a Dios por
todos los peligros de que nos había sacado, y más por
aquél, que era mayor y más cierto que todos, porque
en más de un año no pasó nadie que no fuese
muerto o preso.
|
MATA.- ¿Y allí estabais en tierra
de cristianos seguros?
|
PEDRO.- No mucho, porque aunque es de
cristianos, y los mejores que hay de aquí allá, cada
día hay muchos turcos que contratan con ellos, y si fuesen
conocidos los cautivos que han huido, se los harán luego dar
a sus patrones; porque en fin, aunque están por sí,
son sujetos al turco y le dan parias cada un año.
|
JUAN.- ¿Adónde cae esa isla?
|
PEDRO.- Cien leguas más acá de
Constantinopla y otras tantas de Chipre, y las mismas del Cairo y
Alejandría y Candia; a todas éstas está en
igual distancia, y cincuenta leguas de Rodas. Es escala de todas
las naves que van y vienen desde Sicilia, Esclavonia, Venecia y
Constantinopla al Cairo y Alejandría.
|
MATA.- ¿Qué llamáis
escala?
|
PEDRO.- Que pasan por allí y son
obligados a pagar un tanto, y allí toman cuanto bastimento
han menester y compran y venden, que la ciudad es de muchos
mercaderes.
|
JUAN.- ¿Qué, tan grande es la
isla?
|
PEDRO.- Tiene treinta y seis leguas al
derredor.
|
JUAN.- ¿Cúya es?
|
PEDRO.- Como Venecia, es señoría
por sí, y rígese por siete señores que cada
año son elegidos.
|
JUAN.- ¿De qué nación
son?
|
PEDRO.- Todos genoveses, gentiles hombres que
llaman de casas las principales de Génova, y hablan griego e
italiano. Solía esta isla ser de Génova en el tiempo
que mandaban gran parte del mundo, y aun agora le conoce esta
superioridad, que la ciudad nombra estos siete señores y
Génova los confirma.
|
JUAN.- ¿Hay más de una ciudad?
|
PEDRO.- No; mas villas y pueblos más de
ciento.
|
JUAN.- ¿Qué tan grande es la
ciudad?
|
PEDRO.- De la misma manera que Burgos, y
más galana; no solamente la ciudad, pero toda la isla es un
jardín, que tengo para mí ser un paraíso
terrenal. Podrá proveer a toda España de naranjas y
limón y cidras, y no así como quiera, sino que todo
lo de la vera de Plasencia y Valencia puede callar con ello.
Entrando un día en un jardín os prometo que vi tantas
caídas que de solas ellas podían cargar una nao, y
así valen en Constantinopla y toda Turquía muy
baratas por la grandísima abundancia. La gente en sí
está sujeta a la Iglesia romana, y entrado dentro, en el
traje y usos, no diréis sino que estáis dentro de
Génova; mas difieren en bondad, porque, aunque los genoveses
son razonable gente, éstos son la mejor y más
caritativa que hay de aquí allá. Aunque saben que
serían castigados y quizás destruidos del turco por
encubrir cautivos que se huyen de acoger y regalar, y
dándoles bastimento necesario los meten en una de las naves
que pasan para que vengan seguros. Tienen fuera de la ciudad un
monasterio, que se llama santo Sidero, en el cual hay un fraile no
más, y allí hacen que estén los que se huyen
todos escondidos, y del público erario mantienen un hombre
que tenga cuenta de llevarles cada día pan y vino, carne,
pescado y queso lo necesario, y el que estando yo allí lo
hacía se llamaba maestre Pedro el Bombardero.
|
JUAN.- ¿Qué tributo pagan
ésos al Gran Turco?
|
PEDRO.- Catorce mil ducados le dan cada
año, y están por suyos con tal que no pueda en toda
la isla vivir ningún turco; sino como venecianos,
están amigos con todos, y reciben a cuantos pasan sin mirar
quién sea, y tratan con todos.
|
JUAN.- Estos dineros, ¿cómo se
pagan? ¿De algún repartimiento?
|
PEDRO.- No, sino Dios los paga por ellos, sin
que les cueste blanca.
|
MATA.- ¿Cómo es eso?
|
PEDRO.- Hay un pedazo de terreno que será
cuatro leguas escasas, donde se hace el almástica, y de
allí salen cada año 15 ó 20 mil ducados para
pagar sus tributos.
|
MATA.- ¿Qué es almástica?
¿Cómo es?
|
JUAN.- ¿Nunca habéis visto uno
como incienso, sino que es más blanco, que hay en las
boticas?
|
PEDRO.- Es una goma que llora el lentisco, como
el pino trementina.
|
MATA.- Pues de ésos acá hay
hartos, mas no veo que se haga nada de ellos, sino mondar los
dientes.
|
PEDRO.- También hay allá hartos,
que no lo traen en lo que mucho se engrandece la potencia del
Criador, que en solamente aquel pedazo que mira derecho a
mediodía se hace, de tal manera que en toda la isla, aunque
está llena de aquellos árboles, no hay señal
de ella. Y más os digo, que si este árbol que trae
almástica le quitan de aquí y le pasan dos pies
más adelante o atrás de donde comienza el
término de las cuatro leguas, no traerá más
señal de almástica; y al contrario, tomando un
salvaje, que nunca la tuvo, y trasplantándole allí
dentro, la trae como los otros.
|
MATA.- Increíble cosa me
contáis.
|
PEDRO.- Podéisla creer, como
creéis que Dios está en el cielo; porque lo he visto
con estos ojos muy muchas veces.
|
MATA.- ¿Y cómo lo hacen?
|
PEDRO.- El pueblo como por veredas es obligado a
labrarlo y tener el suelo limpio como el ojo, porque cuando lloran
los árboles y cae no se ensucie; todos los árboles
están sajados y por allí sale, y ningún
particular lo puede tomar para vender, so pena de la vida, sino la
misma señoría lo mete en unas cajas y da con parte de
ello a Génova y otra parte a Constantinopla; y tienen otra
premática que no se puede vender cada caja, que ellos
llaman, menos de cien ducados, sino que antes la derramen en la mar
y la pierdan toda.
|
JUAN.- ¿Pues no la hay en otra parte?
|
PEDRO.- Agora no, ni se escribe que la haya
habido, sino allí y en Egipto; mas agora no parece la otra,
antes el Gran Señor ha procurado lo más del mundo en
todas las partes de su imperio probar a poner los árboles
sacados de allí, y jamás aprovecha.
|
JUAN.- ¡Qué tiene de aprovechar, si
en la misma isla aún no basta fuera de aquel
término!
|
MATA.- ¿De qué sirve?
|
PEDRO.- De muchas cosas: en medicina, y a muchos
mandan los médicos mascarla para desflemar, y siempre se
está junta, y por eso se llama almástica, porque
masticar es mascar. Los turcos, como la tienen fresca, la usan
mucho para limpiar los dientes, que los deja blancos y limpios.
|
MATA.- Ya la he visto; agora cayó en la
cuenta; un oidor nuestro vecino, la mascaba cada día.
|
JUAN.- Esa misma es. ¿Y cómo
llegasteis en la ciudad? Seríais el bien venido.
|
PEDRO.- Llegar me dejaron a la puerta, mas no
entrar dentro.
|
MATA.- ¿Por qué?
|
PEDRO.- Por la grande diligencia que tienen de
que los que vienen de parte donde hay pestilencia no comuniquen con
ellos y se la peguen; y como yo no pude negar dónde
venía, mandáronme ir a santo Sidero, y allí
envió la señoría uno de los siete que me
preguntase quién era y qué quería; y como le
conté el caso, díjome que me estuviese quedo en aquel
monasterio y allí se me sería dado recado de todo lo
necesario; mas de una cosa me advertía de parte de la
señoría: que no saliese adonde fuese visto de
algún turco; porque si me conocían y me demandaban no
podían dejar de darme, pues por un hombre no tenía de
perderse toda la isla. Llamábase éste Nicolao
Grimaldo.
|
JUAN.- ¿Qué quiere decir
Grimaldo?
|
PEDRO.- Es nombre de una casa de genoveses
antiguos. Hay tres casas principales en Chío: Muneses,
Grimaldos, Garribaldos. Para aquella noche no faltó de
cenar, porque mi compañero tenía allí un
cirujano catalán pariente, que se llamaba maese Pedro,
hombre valeroso así en su arte como por su persona, bien
amigo de amigos, y, lo que mejor, tenía bien quisto en toda
la ciudad. Yo rogué a uno de aquellos señores que me
llamasen allí a uno de los del año pasado que la
señoría había enviado por embajador a
Constantinopla, para que le quería hablar, el cual a la hora
vino.
|
JUAN.- ¿Qué tanto es el monasterio
de la ciudad?
|
PEDRO.- Un tiro de ballesta; y conociome, aunque
no a «prima facie»; porque estando
yo en Constantinopla camarero de Zinan Bajá, todos los
negociantes habían de entrar por mi mano; y como arriba
dije, procuraba siempre de estar bien con todos, y cuando
venían negocios de cristianos yo me les aficionaba, deseando
que todos alcanzasen lo que deseaban. Cada vez que aquel embajador
quería hablar con mi amo le hacía entrar. Allende de
esto, como yo era intérprete de todos los negocios de
cristianos, llevaba una carta de la Señoría de
Chío, para Zinan Bajá, y no iba escrita con aquella
crianza y solemnidad que a tal persona se requería; y
ciertamente, si yo la leyera como iba, él no negociara nada
de lo que quería.
|
MATA.- ¿Pues allá se mira en
eso?
|
PEDRO.- Mejor que acá. En el sobrescrito
le llamaban capitán general, que es cosa que ellos estiman
en poco, sino almirante de la mar, que en su lengua se dice
«beglerbei»; tratábanle de
señoría, y habíanle de llamar excelencia; y
esto de cuatro en cuatro palabras. Como yo vi la carta, con deseo
que alcanzasen lo que pedían, leíla a mi
propósito, supliendo como yo sabía tan bien sus
costumbres, de manera que quedó muy contento y hubo consejo
conmigo de lo que había de hacer, y le hice despachar como
quería, avisándole que otra vez usasen de más
crianza con aquellos bajás; y él quedó con
toda la obligación posible, así por el buen despacho
como por la brevedad del negociar; y como me vio y nos hablamos,
fue a la ciudad y juntada la señoría les dijo
quién yo era y lo que había hecho por ellos, y que me
podrían llamar liberador de la patria, y como a tal me
hiciesen el tratamiento. De tal manera lo cumplieron, que en 28
días que allí estuve fui el más regalado de
presentes de todo el mundo, tanto que no consentían que
comiese otro pan sino rosquillas. Podía mantener treinta
compañeros con lo que allí me sobraba. Mandaron
también, para más me hacer fiesta, que los siete
señores se repartiesen de manera que cada día uno
fuese a estar conmigo en el monasterio a mantenerme
conversación. Pues de damas, como era cuaresma, que iban a
las estaciones, tampoco faltó. Allí hallé un
mercader que iba en Constantinopla, el cual llevaba comisión
de un caballero de los principales de España para que me
rescatase, y pedile dineros y no me dio más de cinco escudos
y otros tantos en ropa para vestirme a mí y a mi
compañero.
|
MATA.- ¿Pues qué vestidos
hicisteis con cinco escudos dos compañeros?
|
PEDRO.- Buenos, a la marineresca; que claro es
que no habían de hacerse de carmesí.
|
MATA.- ¿Y en hábito de frailes os
festejaban las damas?
|
PEDRO.- Al principio sí; porque un
día, el segundo que llegamos, yo estaba al sol tras una
pared, y llegaron cuatro señoras principales en riqueza y
hermosura, y como vieron a mi compañero, fueron a besarle la
mano. Él, de vergüenza, huyó y no se la dio,
sino escondiose. Quedaron las señoras muy escandalizadas, y
como yo las sentí, salí y vilas santiguándose.
Pregunteles en griego que de qué se maravillaban. Dijo una
no sé cuasi, que no le alcanzaba un huelgo u otro:
«Estaba aquí un fraile y quisímosle besar la
mano y huyó; creemos que no debe de ser digno que se la
besemos». Digo: «No se maravillen vuestras mercedes de
eso, que no es sacerdote; yo lo soy». En el punto que lo
dije, arremetieron a porfía sobre cuál ganaría
primero los perdones. Yo a todas se la di liberalmente, y a cada
una echaba la bendición, con la cual pensaban ir
santificadas, como lo contaron en la ciudad. Ya andaba el rumor que
se habían escapado dos cristianos en hábito de
frailes y estaban en Santo Sidero. Halláronse tan corridas,
que fueron otro día allá, y cuando yo salí a
saludarlas y darles la mano, una llevaba un palillo con que me dio
un golpe al tiempo que extendí la mano, y armose grande
conversación sobre que yo no tenía ojos de fraile; y
ningún día faltaron de allí adelante que no
fuesen a visitarme con mil presentes y a danzar. Al cabo de un mes
partíase una nave cargada de trigo, y el capitán de
ella era ciudadano, y había también otros doce
cristianos que se habían de los turcos rescatado, de ellos
huido, y mandole la señoría que nos trajese
allí hasta Sicilia, dándoles a todos bizcocho y
queso, pero a mí no nada, sino mandaron al capitán
que no solamente me diese su mesa, mas que me hiciese todos los
regalos que pudiese, haciendo cuenta que traía a uno de los
siete señores del Chío; y así me
embarqué y fuimos a un pueblo de Troya, allí cerca,
que se llama Smirne, de donde fue Homero, a acabar de cargar trigo
la nave para partirnos.
|
 Hacia Italia
|
JUAN.- ¿De Troya, la misma de quien
escriben los poetas?
|
PEDRO.- De la misma.
|
MATA.- ¿Pues aún es viva la ciudad
de Troya?
|
PEDRO.- No había ciudad que se llamase
Troya, sino todo un reino, como si dijéramos España o
Francia; que la ciudad principal se llamaba el Ilio, y había
otras muchas, entre las cuales fui a ver una que se llama
Pérgamo, de donde fue natural el Galeno, que está en
pie y tiene dos mil vecinos; pedazos de edificios antiguos hay
muchos; pueblos, muy muchos, pero no como Pérgamo, ni donde
parezca rastro de lo pasado. Los turcos, cuando ven edificios
viejos, los llaman «esqui Estambol, la vieja
Constantinopla»; y para los edificios que el Gran Turco hace
en Constantinopla llevan toda cuanta piedra hallan en estas
antiguallas.
|
JUAN.- ¿Era buena tierra aquella?
|
PEDRO.- Una de las muy buenas que he visto,
abundosa de pan, vino, carne y ganado, y lo que demás
quisiéredes.
|
JUAN.- Y qué, ¿aquella es la
ciudad de Troya?
|
PEDRO.- Todo lo demás que oyéredes
es fábula.
|
MATA.- ¿No decían que tenía
tantas leguas de cerco?
|
PEDRO.- Es verdad que Troya tiene más de
cien leguas de cerco; ¿mas en qué seso cabe que
había de haber ciudad que tuviese esto? Solamente el Ileo
era la más populosa ciudad y cabeza del reino, y cae en la
Asia Menor, y Abido es una ciudad de Troya que la batía la
mar, enfrente de Sexto.
|
MATA.- En fin, eso lleva camino, y hase de dar
crédito al que lo ha visto, y no a poetas que se traen el
nombre consigo. Y, porque viene a propósito, quiero
preguntar de Athenas si la viste.
|
PEDRO.- Muy bien.
|
MATA.- ¿Y es como decían o como
Troya? ¿O no hay agora nada?
|
PEDRO.- La ciudad está en pie, no como
solía, sino como Pérgamo; de hasta dos mil casas, mas
labradas no a la antigua, sino pobremente, como a la morisca.
|
JUAN.- ¿Y hay todavía
escuelas?
|
PEDRO.- Ni en Athenas ni en toda Grecia hay
escuela ni rastro de haber habido letras entre los griegos, sino la
gente más bárbara que pienso haber habido en el
mundo. El más prudente de todos es como el menos de tierra
de Sayago. La mayor escuela que hay es como acá los
sacristanes de las aldeas, que enseñan leer y dos
nominativos; así, los clérigos que tienen iglesia,
tienen encomendados muchachos que, después que les han
enseñado un poco leer y escribir, les muestran cuatro
palabras de gramática griega y no más, porque tampoco
ellos lo saben.
|
MATA.- ¿Hay alguna diferencia entre
griego y gramática griega?
|
PEDRO.- Griego es su propia lengua que hablan
comúnmente, y gramática es su latín griego,
como lo que está en los libros.
|
JUAN.- ¿Hay mucha diferencia entre lo uno
y lo otro?
|
PEDRO.- Como entre la lengua italiana y la
latina. En el tiempo del florecer de los romanos la lengua
común que en toda Italia se hablaba era latina, y esa es la
que Cicerón sin estudiar supo y el vulgo todo de los romanos
la hablaba. Vino después a barbarizarse y corromperse, y
quedó ésta, que tiene los mismos vocablos latinos,
mas no es latina, y así solían llamarse los italianos
latinos. En el tiempo de Demóstenes y Eschines, Homero y
Galeno y Platón y los demás, en Grecia se hablaba el
buen griego, y después vino a barbarizarse y corrompiose de
tal manera que no la saben; y guardan los mismos vocablos, salvo
que no saben la gramática, sino que no adjetivan. En lo
demás, sacados de dos docenas de vocablos bárbaros
que ellos usan, todos los demás son griegos. Dirá el
buen griego latino: «blepo en aanthropon», «veo
un hombre»; dirá el vulgar: «blepo en
antropo». Veis aquí los mismos vocablos sin
adjetivar.
|
JUAN.- De manera que solamente en la congruidad
del hablar difieren, que es la gramática. Pregunto: Uno que
acá ha estudiado griego, como vos hicisteis antes que os
fueseis, ¿entenderse ha con los que hablan allá?
|
PEDRO.- No es mala la pregunta. Sabed que no, ni
él a ellos ni ellos a él: porque primeramente ellos
no le entienden, por no saber gramática, y tampoco él
sabe hablar, porque acá no se hace caso sino de entender los
libros; ni éstos entenderán a los otros, porque como
no adjetivan y mezclan algunos vocablos bárbaros,
paréceles algarabía, y también como no tienen
uso del hablar griego, acá no abundan de vocablos. Eso mismo
es en la italiana, que los latinos que desde acá van, si no
lo deprenden no lo entienden, no obstante que algunas palabras les
son claras; ni los italianos que no han estudiado entienden sino
cualquier palabra latina. Bien es verdad que el que sabe el griego
vulgar deprende más en un año que uno de nosotros en
veinte porque ya se tiene la abundancia de vocablos en la cabeza, y
no ha menester más de componerlos como han de estar.
También el que sabe la gramática deprenderá
más presto vulgar que el que no la sabe, por la costumbre
que ya tiene de la pronunciación. Yo por mí digo que
sin estudiarla más de como fui de acá, por deprender
la vulgar me hallé que cada vez que quiero hablar griego
latín lo hago también como lo vulgar.
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MATA.- Debéis de saber tan poco de uno
como de otro.
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PEDRO.- De todas las cosas sé poco; mas
estad satisfecho que hay pocos en Grecia que hablen más
elegante y cortesanamente su propia lengua que yo, ni aun mejor
pronunciada.
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MATA.- El pronunciar es lo de menos.
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PEDRO.- No puedo dejar de daros a entender por
sólo eso la grandísima falta que todos los
bárbaros de España tienen en lo que más hace
al caso en todas las lenguas.
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MATA.- ¿Qué, el pronunciar?
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PEDRO.- ¡Si vieseis los letrados que
acá presumen, idos en Italia, donde es la policía del
hablar, dar que reír a todos cuantos hay, pronunciando
siempre n donde ha de haber m, b por v y
v por b, comiéndose siempre las postreras
letras! Ninguna cosa hay en que más se manifieste la
barbarie y poco saber que en el pronunciar, de lo cual los padres
tienen grandísima culpa y los maestros más.
Veréis el italiano decir cuatro palabras de latín
grosero tan bien dichas que aunque el español hable como
Cicerón parece todo cacefatones; en respecto de él
más valen cuatro palabras bien sabidas que cuanto supo
Salomón mal sabido. Una cosa quiero que sepáis de
mí, como de quien sabe seis lenguas, que ninguna cosa hay
para entender las lenguas y ser entendido más necesaria y
que más importe que la pronunciación, porque en todas
las lenguas hay vocablos que pronunciados de una manera tienen una
significación y de otra manera otra, y si queréis
decir cesta, diréis ballesta. Tome uno de vosotros en la
cabeza seis vocablos griegos, mal pronunciados, y
pregúnteselos a un griego qué quieren decir, y
verá que no le entiende. La mayor dificultad que para la
lengua griega tuve fue el olvidar la mala pronunciación que
de acá llevé, y sabía hablar elegantemente y
no me entendían; después, hablando grosero y bien
pronunciado, era entendido. Hay en ello otra cosa que más
importa y es que si pasando por un reino sabiendo aquella lengua
queréis pasar como hombre del reino, a dos palabras, aunque
sepáis muy bien la lengua, sois tomado con el hurto en las
manos. Estos son primores que no se habían de tratar con
gente como vosotros, que nunca supo salir detrás los
tizones, mas yo querría que saliese y veríais.
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MATA.- Yo me doy por vencido en eso que
decís todo, sin salir, porque a tan clara razón no
hay qué replicar.
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PEDRO.- Si las primeras palabras que a uno
enseñan de latín o griego se las hiciesen pronunciar
bien sin que supiese más hasta que aquellas pronunciase,
todos sabrían lo que saben bien sabido; pero tienen una
buena cosa los maestros de España: que no quieren que los
discípulos sean menos asnos que ellos, y los
discípulos también tienen otra: que se contentan con
saber tanto como sus maestros y no ser mayores asnos que ellos; y
con esto se concierta muy bien la música barbaresca.
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JUAN.- Cuestión es y muy antigua,
principalmente en España, que tenéis los
médicos contra nosotros los teólogos, quereros hacer
que sabéis más filosofía y latín y
griego que nosotros. Cosas son por cierto que poco nos importan.
Porque sabemos lógica; latín y griego demasiadamente,
¿para qué?
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PEDRO.- En eso yo concedo que tenéis
mucha razón, porque para entender los libros en que
estudiáis poca necesidad hay de letras humanas.
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JUAN.- ¿Qué libros? ¿Santo
Tomás, Escoto y esos Gabrieles y todos los más
escolásticos? ¿Paréceos mala teología
la de ésos?
|
PEDRO.- No por cierto, sino muy santa y buena;
pero mucho me contenta a mí la de Cristo, que es el
Testamento Nuevo, y en fin, lo positivo, principalmente para
predicarse.
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JUAN.- ¿Y ésos no lo saben?
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PEDRO.- No sé; al menos no lo muestran en
los púlpitos.
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JUAN.- ¿Cómo lo veis vos?
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PEDRO.- Soy contento de decirlo: todos los
sermones que en España se tratan, que aquí
está Mátalas Callando que no me dejará mentir,
son tan escolásticos que otro en los púlpitos no
oiréis sino santo Tomás dice esto. En la
distinción 143, en la cuestión 26, en el
artículo 62, en la responsión a tal réplica.
Escoto tiene por opinión en tal y tal cuestión que
no. Alejandro de Ales, Nicolao de Lira, Juanes Maioris, Gayetano,
dicen lo otro y lo otro, que son cosas de que el vulgo gusta poco,
y creo que menos los que más piensan que entienden.
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JUAN.- ¿Pues qué querríais
vos?
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PEDRO.- Que no se trajese allí otra
doctrina sino el Evangelio, y un Crisóstomo, Agustino,
Ambrosio, Jerónimo, que sobre ello escriben; y esotro
déjanselo para los estudiantes cuando oyen lecciones.
|
MATA.- En eso yo soy del bando de Pedro de
Urdimalas, que los sermones todos son como él dice y tiene
razón.
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JUAN.- ¿Luego por tan bobos tenéis
vos a los teólogos de España, que no tienen ya
olvidado de puro sabido el Testamento Nuevo y cuantos expositores
tiene?
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MATA.- Olvidado, yo bien lo creo; no sé
yo de qué es la causa.
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PEDRO.- Las capas de los teólogos que
predican y nunca leyeron todos los evangelistas pluguiese a Dios
que tuviese yo, que pienso que sería tan rico como el rey,
cuanto más los expositores. ¿No acabasteis agora de
confesar que no era menester para la Teología,
Filosofía, latín ni griego?
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MATA.- Eso yo soy testigo.
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PEDRO.- ¿Pues cómo
entenderéis a Crisóstomo y Basilio, Jerónimo y
Agustino?
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JUAN.- ¿Luego Santo Tomás y Escoto
no supieron Filosofía?
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PEDRO.- Pero de la santa mucha.
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JUAN.- No digo sino de la natural.
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PEDRO.- De ésa no por cierto mucha, como
por lo que escribieron de ella consta. Pues latín y griego,
por los cerros de Úbeda.
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JUAN.- Ya comenzáis a hablar con
pasión. Hablemos en otra cosa.
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PEDRO.- ¿No está claro que
siguieron al comentador Averroes y otros bárbaros que no
alcanzaron filosofía, antes ensuciaron todo el camino por
donde la iban los otros a buscar?
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MATA.- ¿Qué es la causa por que yo
he oído decir que los médicos son mejores
filósofos que los teólogos?
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PEDRO.- Porque los teólogos siempre van
atados tanto a Aristóteles, que les parece como si dijesen:
El Evangelio lo dice, y no cale irles contra lo que dijo
Aristóteles, sin mirar si lleva camino, como si no hubiese
dicho mil cuentos de mentiras; mas los médicos siempre se
van a viva quien vence por saber la verdad. Cuando Platón
dice mejor, refutan a Aristóteles; y cuando
Aristóteles, dicen libremente que Platón no supo lo
que dijo. Decid, por amor de mí, a un teólogo que
Aristóteles en algún paso no sabe lo que dice, y
luego tomará piedras para tiraros; y si le preguntáis
por qué es verdad esto, responderá con su gran
simpleza y menos saber que porque lo dijo Aristóteles.
¡Mirad, por amor de mí, qué filosofía
pueden saber!
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JUAN.- Ya yo hago como dicen orejas de mercader,
porque me parece que jugáis dos al mohíno. Acabemos
de saber el viaje.
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PEDRO.- Soy de ello contento, porque ya me
parece que os vais corriendo. Acabada de cargar la nave, fuimos en
la isla del Samo, adonde nos tomó una tormenta y nos
quedamos allí por tres días, que es del Chío
veinte leguas, la cual es muy buena tierra, mas no está
poblada.
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JUAN.- ¿Por qué?
¿Qué comíais allí?
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PEDRO.- Gallinas y ovejas comíamos, que
hallábamos dentro. Desde el tiempo de Barbarroja comenzaron
a padecer mucho mal todos los que habitaban en muchas islas que hay
por allí, que llaman del Archipiélago, y hartos de
padecer tanto mal como aquel perro les hacía, dejaron las
islas y fuéronse a poblar otras tierras, y como dejaron
gallinas y ganados allí, hase ido multiplicando y
está medio salvaje, y los que por allí pasan,
saltando en tierra hallan bien qué cazar, y no
penséis que son pocas las islas, que más he yo visto
de cincuenta.
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MATA.- ¿Pues cúyas son esas aves y
ganados?
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PEDRO.- De quien lo toma; ¿no os digo que
son despobladas habrá quince años?
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JUAN.- ¿Y no lo sabe eso el Gran
Turco?
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PEDRO.- Sí; pero, ¿cómo
pensáis que lo puede remediar? Algunas cosas habrá
hecho Andrea de Oria que, aunque las sepa el Emperador, son
menester disimular. De allí fuimos a Milo, otra isla, y de
allí pasamos una canal entre Micolo y Tino, dos islas
pobladas, y con un gran viento contrario no pudimos en tres
días pasar adelante a tomar tierra, y dimos al cabo con
nosotros en la isla de Delo, que aunque es pequeña, es de
todos los escritores muy celebrada, porque estaba allí el
templo de Apolo, adonde concurría cada año toda la
Grecia.
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JUAN.- ¿Esa es la isla de Delo? ¿Y
hay agora algún rastro de edificio?
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PEDRO.- Más ha habido allí que en
toda Grecia, y hoy en día aún hay infinitos
mármoles que sacar y los lleva quien quiere, y antiguallas
muchas se han hallado y hallan cada día. De allí
fuimos a la isla de Sira, donde hay un buen pueblo, y vi las
mujeres que no traen más largas las ropas que hasta las
espinillas, y cuando sienten que hay corsarios todas salen
valerosamente con espadas, lanzas y escudos, mejor que sus maridos,
a defenderse y que no les lleven el ganado que anda paciendo
riberas del mar. Dimos con nosotros luego en Cirigo, y de
allí a París y Necsia, dos buenas islas, y pasamos a
vista de Candia, y echamos áncoras en Cabo de San
Ángelo, que llaman Puerto Coalla por la multitud de las
codornices que los albaneses toman por allí, que se
desembarcan cuando van a tierras calientes y se embarcan para venir
a criar acá. Luego nos engolfamos en el golfo de Venecia,
que llaman el Sino Adriático, con muy buen tiempo, y
veníamos cazando, con mucho pasatiempo.
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MATA.- Tened punto; ¿qué cazabais
en el golfo?
|
PEDRO.- Codornices, tórtolas, de estos
pájaros verdes y otras diferencias de aves, que se
venían por la mar, siendo mes de abril, para criar
acá.
|
MATA.- Bien puede ello ser verdad; mas yo no
creo que en medio del golfo puedan cazar otro sino mosquitos, ni
aun tampoco creo que tengan tanto sentido las aves que una vez van
que tornen a volver acá.
|
PEDRO.- No solamente volver podéis tener
por muy averiguado, mas aun a la misma tierra y lugar donde
había estado, y no es cosa de poetas ni historias, sino que
por experiencia se ha visto en golondrinas y en otras muchas aves,
que siendo domésticas les hacen una señal y las
conocen el año adelante venir a hacer nidos en las mismas
casas; pues de las codornices no queráis más testigo
de que tres leguas de Nápoles hay una isla pequeña,
que se dice Crapi, y el obispo de ella no tiene de otra cosa
quinientos escudos de renta sino del diezmo de las codornices que
se toman al ir y venir, y no solamente he yo estado allí,
pero las he cazado, y el obispo mismo es mi amigo.
|
JUAN.- Muchas veces lo había oído
y no lo creía, mas agora, como si lo viese. También
dicen que llevan cuando pasan la mar alzada el ala por vela, para
que, dándoles el viento allí, las lleve como
navíos.
|
PEDRO.- La mayor parte del mar que ellas pasan
es a vuelo. Verdad es que cuando se cansan se ponen encima del
agua, y siempre van gran multitud en compañía, y si
hay fortunoso viento y están cansadas, alzan, como
decís, sus alas por vela; y de tal manera habéis de
saber que es verdad, que la vela del navío creo yo que fue
inventada por eso, porque es de la misma hechura; las que
cazábamos era porque revolviéndose una fortuna muy
grande en medio el golfo, todas se acogían a la nao,
queriendo más ser presas que muertas, y aunque no hubiese
fortuna, se meten dentro los navíos para pasar descansadas;
los marineros llevan unas cañas largas con un lacico al cabo
con que las pescan, y van tan domésticas. Ende más,
si hay fortuna que se dejarán tomar a manos, de golondrinas
no se podían valer de noche los marineros, que se les
asentaban sobre las orejas y narices, y cabeza y espaldas, que
harto tenían que ojear como pulgas.
|
MATA.- No es menos que desmentir a un hombre no
creer lo que dice que el mismo vio, y si hasta aquí no he
creído algunas cosas ha sido por lo que nos habéis
motejado con razón de nunca haber salido de comer bollos; y
al principio parecen dificultosas las cosas no vistas, mas yo me
sujeto a la razón. ¿De aquel golfo adónde
fuisteis a parar?
|
PEDRO.- Adonde no queríamos; mal de
nuestro grado, dimos al través con la fortuna, tan terrible
cual nunca en la mar han visto marineros, un Jueves Santo, que
nunca se me olvidará, en una isla de venecianos que se llama
el Zante, la cual está junto a otra que llaman la
Chefalonia, las cuales divide una canal de mar de tres leguas en
ancho.
|
MATA.- ¡Oh, pecador de mí!
¿Aún no son acabadas las fortunas?
|
JUAN.- Cuasi en todas esas partes cuenta San
Lucas que peligró San Pablo en su peregrinación.
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PEDRO.- ¿Y el mismo no confiesa haber
dado tres veces al través y sido acotado otras tantas? Pues
yo he hado cuatro y sido acotado sesenta, porque sepáis la
obligación en que estoy a ser bueno y servir a Dios.
Ayudáronnos otras tres naves a sacar la nuestra, que quiso
Dios que encalló en un arenal, y no se hiciese pedazos, y
tuvimos allí con gran regocijo la Pascua, y el segundo
día nos partimos para Sicilia, que tardamos otros seis
días con razonable tiempo, aunque fortunoso; pero aquello no
es nada, que, en fin, en la mar no pueden faltar fortunas a cuantos
andan dentro. Llegamos en el Faro de Mecina, donde está Cila
y Caribdi, que es un mal paso y de tanto peligro que ninguno, por
buen marinero que sea, se atreve a pasar sin tomar un piloto de la
misma tierra, que no viven de otro sino de aquello.
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JUAN.- ¿Qué cosa es Faro?
|
PEDRO.- Una canal de mar de tres leguas de ancho
que divide a Sicilia de Calabria, llena de remolinos tan
diabólicos que se sorben los navíos, y tiene
éste una cosa más que otras canales: que la corriente
del agua una va a una parte y otra a otra, que no hay quien le tome
el tino, y Cila es un codo que hace junto a la ciudad la tierra, el
cual, por huir de otro codo que hace a la parte de Calabria, como
las corrientes son contrarias, dan al través y se pierden
los navíos.
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JUAN.- ¿Y las otras canales no son
también así?
|
PEDRO.- No, porque todas las otras, aunque
tienen corriente, no es diferente, sino toda a un lado. ¿No
os espantaría si vieseis un río que la mitad de
él, cortándole a la larga, corra hacia bajo y el otro
hacia arriba?
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MATA.- ¿Eso es lo de Cilla y
Caribdin?
|
PEDRO.- Eso mismo.
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JUAN.- Espantosa cosa es y digna que todos
fuesen a verla solamente. Dícese de Aristóteles que
por sólo verla fue de Atenas allá.
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MATA.- ¿Qué, tanto hay?
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PEDRO.- No es mucho, serán trescientas
leguas.
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MATA.- A mí me parece que iría
quinientas por ver la menor cosa de las que vos habéis
visto, si tuviese seguridad de las galeras de turcos.
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JUAN.- Llegados ya en salvamento en Sicilia,
¿grande contentamento tendríais por ver que ya no
había más peligros que pasar?
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