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ArribaAbajoLa peregrinación a la Meca

PEDRO.-  La otra es en fin de octubre, que llaman de los peregrinos que van a la Meca, la cual ellos celebran allá.

JUAN.-  ¿Qué, usan también como nosotros peregrinaje?

PEDRO.-  Y muy solemne. Hallan escrito en sus libros que quien una vez va a la Meca en vida, Dios no permite que se condene, por lo cual ninguno que puede lo deja de hacer; y porque es largo el camino se parten seis meses antes para poderse hallar allá a tiempo de celebrar esta su fiesta, y conciértanse muchos de ir juntos, y los pobres, mezclados con los ricos, dan consigo en el Cairo, y de allí van por un camino muy desierto, llano y arenoso en tanta manera, que el viento hace y deshace montañas del arena y peligran muchos, porque los toma debajo, y de aquí se hace la carne momia, según muchos que la traen me contaban, que en Constantinopla todas las veces que quisiéredes comprar doscientos y trescientos cuerpos de estos hombres los hallaréis como quien compra rábanos. Han menester llevar camellos cargados de agua y provisión, porque a las veces en tres días no hallan agua; son los desiertos de Arabia, y ningún otro animal se puede llevar por allí sino el camello, porque sufre estar cuatro y cinco días sin beber ni comer, lo que no hacen los otros animales.

MATA.-  Por mi vida que estoy por asentar esa; cinco días sin comer ni beber y trabajar.

PEDRO.-  Tiempo del año hay en el invierno que sufren cuarenta días, porque os espantéis de veras; y porque he sido señor de cinco camellos que del Gran Turco tenía para mi recámara, y si fuese menester salir en campo, os quiero contar, pues no es fuera de propósito, qué carguerío es el del camello, y también porque pienso haber visto tantos como vosotros ovejas, que mi amo solo tenía para su recámara dos mil, y no le bastaban.

MATA.-  Camaleones diréis, de los que se mantienen del viento; porque camellos comerán mucha cebada siendo tantos.

PEDRO.-  No acabaremos hogaño; sea como vos quisiéredes, decídoslo vos todo.

JUAN.-  Dejadle ahora decir.

MATA.-  Por mí diga lo que quisiese.

PEDRO.-  Ningún carguerío por tierra hay mejor que el del camello, porque tiene estas propiedades: aunque la jornada sea de aquí a Jerusalén, no tenéis de cargarle más de una vez.

MATA.-  ¿Nunca se descarga?

PEDRO.-  Jamás en toda la jornada, sino él se echa a dormir con su carga y se levanta cuando se lo mandaren, pero no le habéis de echar más carga de aquella con que se pueda bien levantar; ni tenéis a qué ir al mesón, sino en el campo se echan cuando se lo mandéis; andan recuas de diez y doce mil, y en casa de los señores, camellero mayor no es de los menores cargos.

MATA.-  Por cuanto tengo, que no es nada, no quisiera dejar de saber ese secreto.

PEDRO.-  Pues callad y direos otro mayor al propósito que se levantó; si le habéis de dar dos celemines de cebada cada día, y le dais de una vez media hanega, la comerá como vos una pera, y por aquellos tres días no tengáis cuidado de darle nada, y a beber lo mismo, y si queréis probar con una entera, maldito el grano deje, y si dos le saliesen, que no les huirían el campo; allá tienen ciertas bolsas de donde lo tornan a rumiar como cabras; y no habléis más sobre esto, que es más viejo y común que el repelón entre los que han visto camellos y tratádolos. Llegan por sus jornadas los peregrinos a la Medina, que es una ciudad tres jornadicas de la Meca, y allí los salen a recibir y hay muchos persianos e indios que han venido por las otras partes. Otro día que han llegado y la pascua se acerca, hacen reseña de toda la gente, porque dicen que no se puede celebrar la pascua si son menos de sesenta mil, y la víspera de la pascua o tres días antes van todos a una montaña cerca de la Meca y desnúdanse, y aunque vean algún piojo o pulga no le pueden matar, y llámase la montaña Arafet Agi; y métense en un río, el agua hasta la garganta, y están allí entre tanto que les dicen ciertas oraciones.

JUAN.-  ¿A qué propósito?

PEDRO.-  Porque Adán, después que pecó, en aquel río hizo otro tanto, y Dios le perdonó; y vestidos van a la Meca de mañana, y lo primero tocan los que pueden el «Alcoram» a la sepultura de Mahoma, y dicen sus solemnes oficios, que tardan tres horas, y luego todos los que han podido tocar el sepulcro van corriendo a la montaña como bueyes cuando les pica la mosca.

JUAN.-  ¿Para qué?

PEDRO.-  Porque con aquel sudor caen los pecados, y para dar lugar los que han tocado a los que no.

JUAN.-  ¿Muéstranles el cuerpo?

PEDRO.-  No más del sepulcro, y un zapato dorado suyo, llamado «isaroh», que está colgado, y cada uno va a tirar dos piedras en un lugar redondo, que está allí cerca, donde dicen que el diablo apareció a Ibrahim cuando edificaba aquel templo, por ponerle miedo y que no lo edificase. Y el Abraham le tiró tres piedras y le hizo huir; y encima el monte hacen grandes sacrificios de carneros, y si acaso entrase algún esclavo allí, era libre. Tornaron otra vez a la Meca, y hacen grandes oraciones, rogando a Dios que los perdone y ayude como hizo a Ibrahim cuando edificaba aquel templo; y con esto se parten y van a Jerusalén, que en su lengua dice Cuzum Obarech, y hacen allí otra oración a su modo donde está el sepulcro de Cristo.

JUAN.-  ¿Pues qué tienen ellos allí que hacer?

PEDRO.-  ¿No os tengo dicho que le tienen también en mucha veneración? No tendrían por acepto el peregrinaje si no fuesen allá.

JUAN.-  ¿Abraham dicen que edificó aquel templo?

PEDRO.-  Hallan escrito en sus libros que Dios le mandó a Abraham que le edificase allí una casa donde viniesen los pecadores a hacer penitencia, y lo hizo; y más que las montañas le traían la piedra y lo que era menester. A una esquina de la Meca está un mármol que dicen que mandó Dios a Abraham traer y poner allí, medio blanco medio negro, el cual todos adoran y tocan los ojos y algunos librillos a él como reliquias.

JUAN.-  ¿Qué misterio tiene?

PEDRO.-  Dicen que es el ángel de la guardia de Adán y Eva, y porque los dejó pecar y no los guardó bien, Dios le convirtió en mármol, y estará allí haciendo penitencia hasta el día del Juicio.

JUAN.-  ¿Cómo está el sepulcro?

PEDRO.-  Sus mismos discípulos le hicieron muy hondo, y metido en una caja le pusieron dentro; después hicieron una como tumba de mármol, con una tabla de lo mismo a la cabecera y otra a los pies, escrito en ellas cómo aquélla es su sepultura, y allí adoran todos. Está cubierta encima con un chamelote verde. Los armenos habían una vez hecho una mina de más de media legua para hurtarles el cuerpo, y fueron descubiertos y justiciados, lo cual cuentan por gran milagro que hizo Mahoma.

JUAN.-  Mejor cuento fuera si le cogieran su profeta.

PEDRO.-  Y por esto le hicieron unos hierros que ciñen toda la sepultura por abajo y arriba. Dejó dicho cuando murió que no había de estar allí más de mil años y éstos no había de durar la secta, sino que habría fin, y de allí se había de subir al cielo. De estos que vuelven de la Meca muchos toman por devoción andar con unos cueros muy galanes que hacen aposta, llenos de agua, que cabrán dos cántaros, acuestas y con una taza de fuslera muy limpia, dando a beber a todos cuantos topan y convidándolos a que lo quieran hacer por fuerza, porque en acabando de beber digan gracias a Dios.

MATA.-  ¿Qué les dan por eso?

PEDRO.-  No, nada quien no quiere, mas algunos les dan y lo toman.

JUAN.-  ¿Hacen cuando mueren, en sus testamentos, mandas grandes como acá, de hospitales, o no saben qué cosa son?

PEDRO.-  No menos soberbias mandas hacen que nosotros, sino más, y en vida son más limoneros. Los cuatro emperadores que ha habido, donde están enterrados han dejado aquellas cuatro mezquitas, tan magníficas, con sus hospitales, como os dije: otros bajás, sin éstos, han hecho muchos hospitales; hacen también mesones por todos los pueblos y desiertos, que llaman «carabanzas», por amor de Dios. Aderezan caminos, traen fuentes adonde ven que hay falta de agua, necesarias para andar del cuerpo las han hecho tan vistosas, que pensaréis ser algunos palacios, diciendo que es limosna si por allí toma la prisa a alguno, hallar donde lo hacer a su placer; y no es posible que no diga después: bien haya quien te hizo. No solamente tienen por mucho mérito hacer bien a los prójimos, pero aun a los animales salvajes, de donde muchos se paran a echar pan a los peces en la mar, diciendo que Dios lo recibe en servicio. Toda Constantinopla está llena de perros que no son de nadie, sino por detrás de aquellas cercas, junto al palacio del Gran Turco, hay tantos como hormigas; porque si una perra pare tienen por pecado matarle los hijos, y de esta manera multiplican como el diablo. Lo mismo hay de gatos, y todos como no son de nadie, ni duermen en casa, están llenos de sarna. La limosna que muchos hacen es comprar una docena o dos de asaduras o de panes y ponerse a repartírselos. Cuando está alguno malo, meten dentro una jaula muchos pájaros, y para aplacar a Dios ábrenla y déjanlos salir a todos. Otras muchas limosnas hacen harto más que nosotros, sino que como cada uno que viene de la feria cuenta según que le va en ella, disfámanlos si no lo hicieron bien con ellos, y dicen que son crueles y bárbaros y mil males.

JUAN.-  ¿Cómo se han en los mortuorios?

PEDRO.-  Ya os dije en el enterramiento de mi amo lo que había. Si es hombre, lávanle hombres; si mujer, mujeres, y envuelto en una sábana limpia le meten en un ataúd y llévanle cantando; y si es pobre, pónenle en una parte donde pasa gente, y allí piden a cuantos pasan limosna para pagar a los que cantan y le entierran en el campo, y como es así, le ponen los mármoles en la sepultura. Las mujeres no van con el cuerpo, mas acostumbran ir muchas veces entre año a visitar las sepulturas, y allí lloran.



ArribaAbajoLas bodas

MATA.-  A propósito vendrían tras los mortuorios las bodas, digo si a ellos les parece.

JUAN.-  Sea así.

PEDRO.-  A mí no se me da más uno que otro, si todo se tiene de decir. Llámase en su lengua el matrimonio «eulemet», y es muy al revés de lo que acá usamos; porque él tiene de dar el dote a ella, como quien la compra, y los padres de ella ninguna cosa a él más de lo que heredara, y si tiene algo de suyo que se lleva consigo; y sobre todo esto, no la tiene de haber visto hasta que no se pueda deshacer el matrimonio y haya pagádole todo el dote, el cual recibe el padre de la novia antes que salga de casa, y cómprale a la hija vestidos y joyas de ello. La madre va de casa en casa convidando mujeres para la boda, cuantas su posibilidad basta. Llevan una colación muy grande a casa de la novia, con trompetas y tambores, donde hallan que están llegadas ya todas las mujeres, las cuales salen a recibir el presente que el esposo envía, y otro día de mañana tornan y comen en la boda con la esposa; porque el esposo no se halla allí en ninguna fiesta, sino se está en casa.

MATA.-  ¿De manera que sin él se hace la boda?

PEDRO.-  Toda mi fe. Acabado el banquete que tienen entre sí las mujeres, la llevan al baño y lávanla toda muy bien, y con haleña le untan los cabellos como hacen acá las colas y crines de los caballos, y las uñas y manos todas labradas de escaques con la misma haleña, y las piernas hasta la rodilla; y las mujeres, por librea, en lugar de guantes, se untan con la haleña el dedo pulgar de la mano derecha, y la media mano que llevan de fuera, que parecen rebaño de ovejas almagradas. Quitada la haleña desde una hora queda un galán color de oro; cuando viene la esposa de la estufa siéntanla en medio y comienzan de cantar mil canciones y sonetos amorosos y tocar muchos instrumentos de música, como harpas y guitarras y flautas, y entended que no puede haber en esta fiesta hombre ninguno.

MATA.-  ¿Pues quién tañe?

PEDRO.-  Ellas mismas son muy músicas; dura esta fiesta de bailar y voltear hasta media noche, y en oyendo el gallo cantar, todas alzan un alarido que dice: «cachialum», «huyamos», y vanse a dormir y vuelven a la mañana a esperar el pariente del novio más cercano, que es el padrino que viene por la esposa para llevarla a casa del marido.

JUAN.-  ¿Cómo se llama el padrino en turquesco?

PEDRO.-  «Sagdich», el cual va con grande acompañamiento de caballos, y entre ellos lleva uno vacío, el más gentil de todos y mejor enjaezado, en que ella venga, y muchas acémilas en que venga su ajuar, que todavía les dan los padres, y las mujeres que están con ella no le dejan entrar en casa si no hace primero cortesía de una buena colación; y toma su novia, acompañada de gran caballería, así de mujeres como de hombres, y muchos instrumentos de músicas. La novia lleva un velo colorado en el rostro, y llegados a casa del esposo se apean sobre alfombras y ricos paños, y déjanla allí y vuélvense a la noche. El «segdich» desnuda a él, y una mujer a ella, y métenlos en la cama; lleva ella unos calzones con muchos nudos, los cuales no se deja desatar si primero no le promete las arras, a la mañana los llevan al baño a lavarse.

JUAN.-  ¿No hay más bendiciones de esas ni cosas eclesiásticas?

PEDRO.-  No más de que el «cadi» hace una carta de dote, en que da fe que Ulano se casó con Ulana tal día, y le da tanto de «chibin» que es el dote, y por esto les pasa un ducado. Los parientes, como se usa acá en algunas partes, les presentan algunos dineros o ropas a los recién casados.

JUAN.-  Paréceme que el esposo hace pocas fiestas.

PEDRO.-  Hasta un día después de la boda es verdad; pero después pone muchos premios y joyas para los que mejor corrieren a pie y a caballo. El padrino hace poner un árbol, como acá mayo, el más alto que halla, a la puerta del novio, y encima un jarro de plata, y que todos los que quisieren le tiren con los arcos, y el que le acertare primero con la saeta es suyo.

JUAN.-  ¿Permiten divorcio?

PEDRO.-  Habiendo causa manifiesta sí; pero es obligado el marido a darle todo el dote y arras que le mandó y cuanto ella trajo consigo, y vase con esto casa de sus padres; y no puede ser tornada a demandar otra vez de él si no fuere haciendo nuevo dote, y con todo esto, si la quiere, ha de tener un turco primero que hacer con ella delante de él.

MATA.-  Pocos las querrán de esa manera segunda vez.

PEDRO.-  Entre los mismos cristianos que están allá se permite una manera de matrimonio al quitar, como censo, la cual hallaron por las grandes penas que les llevaban los turcos si los topaban amancebados; y es de esta manera: que si yo me quiero casar, tomo la mujer cristiana que me parece; digo si ella quiere también, y vamos los dos casa del cadi, y dígole: «Señor, yo tomo ésta por mujer y le mando de quibin cincuenta escudos», o lo que quiero, según quien es; y el cadi pregunta a ella si es contenta, y dice que sí; háceles luego su carta de dote y danle un ducado y llévala a casa. Están juntos como marido y mujer hasta que se quieran apartar o se arrepientan, por mejor decir. Si él la quiere dejar, hale de dar aquel dote que le mandó, y váyase con Dios; si ella le quiere dejar a él, pierde aquello y vase sin nada, comido por servido, y de esta manera están casados cuantos mercaderes venecianos y florentines hay allá, y cristianos muchos que han sido cautivos y son ya libres, viendo que hay mejor manera de ganar de comer allá que acá, luego toman sus mujeres y hacen casa y hogar; hacen esta cuenta, que aunque vengan acá como están pobres, no los conocerá nadie. El embajador de Francia se casó, estando yo allí, de esta manera.

MATA.-  ¿Y vos, padre, por qué no os casasteis?

PEDRO.-  Porque me vine al mejor tiempo, que de otra manera creed que lo hiciera por gozar del barato, que hartas me pedían.

MATA.-  ¡Hi de puta, si acá viniese una bula que dispensase eso, cómo suspendería a la Cruzada!

PEDRO.-  Más querría ser predicador entonces que arzobispo de Toledo.

JUAN.-  Pocos son los que las dejarían de tomar, y aun dobladas para si la una se perdiese. ¿Esos cristianos no se casan por el patriarca suyo?

PEDRO.-  Los que se casan a ley a bendición sí, porque lo hacen como acá nosotros; pero los forasteros que están ahí, más lo hacen por las penas que les llevan si los topan que por otra cosa.



ArribaAbajoLa justicia

JUAN.-  Vámonos poco a poco a la justicia, si no hay más que decir del matrimonio.

PEDRO.-  Ni aun tanto. La justicia del turco conoce igualmente de todos, así cristianos como judíos y turcos. Cada juez de aquellos principales tiene en una mesa una cruz, en la cual toma juramento a los cristianos, y una Biblia para los judíos. El «cadilesquier», dejado aparte el Consejo real, es la suprema justicia, medio eclesiástica. Si es cosa clara, examina sus testigos y oye sus partes, y guarda justicia recta; si es caso criminal, remítele al «subaxi», que es gobernador, y así matan al homicida, ahorcan al ladrón, empalan al traidor, y si uno echa mano a la espada para otro, aunque no le hiera, le prenden y, desnudo, le pasan cuatro o cinco cuchillos por las carnes, como quien cose, y le traen a la vergüenza; y de este miedo he visto muchas veces darse de bofetones y tener las espadas en las cintas y no osar echar mano a ellas, y en cerca de cuatro años que estuve en Turquía no vi matar y herir más de a un hombre, que era cristiano y muy principal, llamado Jorge Chelevi. Y este «subaxi» tiene poder sobre todas las mujeres que no son honestas.

JUAN.-  ¿Y si los testigos son falsos, sácanles los dientes?

PEDRO.-  Los dientes no; pero úntanle la cara toda con tinta, y pónenle sobre un asno al revés, y danle por freno la cola, que lleve en la mano, y con esto le traen a la vergüenza, y el asno lleva en la frente un rótulo del delito y vanle tirando naranjas y berenjenas, y vuelto a la cárcel le hierran en tres partes, y no vale más por testigo; en cosas de pena pecuniaria luego os meten en la cárcel; el que debe, de cabeza en un cepo hasta que pague, y otras veces le hacen un cerco con un carbón que no salga de allí sin pagar, so grandes penas. La más común de todas las justicias en casos criminales, como no los hayan de matar ni avergonzar por la tierra, es darles de palos allí luego, frescos, casa del mismo juez; porque riñó, porque se emborrachó, porque blasfemó livianamente, porque de otra manera le queman vivo.

JUAN.-  ¿En dónde le dan los palos?

PEDRO.-  En las plantas de los pies. Toman una palanca y en medio tiene un agujero, del cual está colgado un lazo, y por aquél mete los pies; y échanle en tierra, y dos hombres tienen la palanca de manera que los pies tiene altos y el cuerpo en tierra; cada juez y señor tiene una multitud de porteros, que traen, como acá varas, unos bastones en la mano; y éstos le dan uno de un lado y otro de otro los palos que la sentencia manda; por cada palo que les dan han de pagar un áspero a los que les dan, y así se le dejan después de haber pagado.

JUAN.-  Válgame Dios, ¿y no le mancan?

PEDRO.-  Allá va cojeando y le llevan acuestas; por tiempo se sana, pero muchos veréis que siempre andan derrengados, tal vez hay que se quiebren de aquellos bastones, en uno diez y veinte, como dan medio en vago. Cuando Zinan Bajá, mi año, era virrey, no lo tengáis a burla, que por Dios verdadero así venían cada semana cargas de bastones a casa como de leña, y más se gastaba ordinariamente. Hay cada día muchos apaleados en casa de cada juez. Un día que Zinan Bajá me hizo juez, yo ejecuté la misma justicia.

MATA.-  ¿No había otro más hombre de bien que hacer juez o por qué lo hizo?

PEDRO.-  Era caso de medicina: demandaba una vieja griega cristiana a un médico, el de mejores letras, judío, que allí había, que le pagase a su marido que se le había muerto, lo cual probaba porque un otro médico judío catalán enemigo suyo, decía que él defendería ser así. El bellaco del catalán era el más malquisto que había en la ciudad, y conmigo mismo había reñido un día sobre la cura de un caballero. Por ser muy rico salía con cuanto quería, y todos le tenían miedo. Mi amo remitiome a mí aquella causa, que mirase cuál tenía razón, y senteme muy de pontifical, y llamadas las partes, el catalán alegaba que no sé qué letuario que le había dado era contrario. El otro daba buena cuenta de sí. Como yo vi que iba sobre malicia, mandé llamar a los porteros y un alguacil, que se llama «chauz», y mandele dar cien palos, y que por cada uno pagase un real a los que se los diesen, lo cual fue muy presto ejecutado con la codicia del dinero. Como el bajá oyó las voces que el pobre judío daba, preguntó qué fuese aquello. Dijéronle: «Señor, una justicia que el cristiano ha mandado hacer». Hízome llamar presto, y díjome algo enconado: «¡Perro! ¿Quién te ha mandado a ti dar sentencia?» Yo respondí: «Vuestra Excelencia». Díjome: «Yo no te mandé sino que vieses lo que pasaba para informarme». Yo le dije: «Señor, Vuestra Excelencia, así como así, lo había de hacer, ¿qué se pierde que esté hecho?» Con esto se rio, y quedose con sus palos. Holgáronse tanto los judíos de ver que no había aquel bellaco jamás hallado quien le castigase, que por la calle donde yo iba me besaban los judíos la ropa. En el tiempo que Zinan Bajá gobernaba tenía los mejores descuidos de justicia del mundo todo.

JUAN.-  ¿En qué?

PEDRO.-  Muchas veces se iba disfrazado a los bodegones a comer por ver lo que pasaba; cada noche rondaba toda la ciudad para que no pegase nadie fuego; como las casas son de madera, pequeñas, sería malo de matar; y si después que tocan unos tambores a que nadie salga, topado alguno fuera de casa, luego le colgaba en la misma parte. Hacía barrer las puertas a todos los vecinos; y si pasando por la calle veía alguna puerta sucia, luego hacía bajar allí la señora de la casa, y las mozas y a todas les daba, en medio de la calle, de palos; yendo yo con él un día le vi hacer una cosa de príncipe, y es que vio un judío con unas haldas largas y todo lleno de rabos, como que los tenía del otro año secos, y los zapatos y calzas ni más ni menos, y llamole y preguntole si era vecino del pueblo; dijo que sí; y si era casado; dijo que sí; y si tenía casa; a todo respondió que sí. Dice: «Pues anda allá, muéstrame tu casa que la quiero saber». El judío se fue con él y se la mostró, y mandó llamar a su mujer y preguntole si era aquel su marido; dijo ella: «Sí, señor»; dice: «¿Date de comer y lo que has menester todo?»; respondió: «Por cierto, señor, muy cumplidamente». Volviose después a los porteros, que iban tras él, y díjoles: «Dadle en medio esta calle cien palos a la bellaca, pues dándole todo lo que ha menester su marido, no es para limpiarle las cascarrias». No lo hubo acabado de decir cuando fue puesto por obra.

MATA.-  Ruin sea yo si de cancillería se cuente punto de más recta justicia ni más gracioso. Y a propósito, ¿esa gente llamáis bárbara? Nosotros lo somos más en tenerlos por tales.

PEDRO.-  Su vicio era andarse todo el día solo por las calles, disfrazado, mirando lo que pasaba para cogerlos en el hurto, visitando muy a menudo los pesos y medidas.

JUAN.-  ¿Y al que lo tiene falso qué le hacen?

PEDRO.-  Toman una tabla como mesa, y alrededor colgados muchos cencerros y campanillas, y hácenle por medio un agujero, cuanto pueda sacar la cabeza, para que la lleve encima de los hombros, y tráenle así por las calles entiznada la cara y con una cola de raposo en la caperuza.

JUAN.-  Todas son buenas maneras de justicia esas, y agora los tengo por rectos.

PEDRO.-  Mas decidles que no la guarden, veréis cómo les irá; maldito el pecado venial hay que sea perdonado en ningún juez; a fe que allí no aprovechan cartas de favor, y la mejor cosa que tienen es la brevedad en el despachar; no hayáis miedo que dilaten como acá para que, por no gastar, el que tiene la justicia venga a hacer concierto de puro desesperado; en Consejo real y en las otras audiencias hay esta costumbre que ningún juez se puede levantar de la silla si primero no se dice tres veces: «¿quim maz lahatum bar?», «¿quién quiere algo?»

MATA.-  ¿Aunque sea hora de comer?

PEDRO.-  Aunque le amanezca allí otro día.

JUAN.-  ¿Juzgan por sus letrados y escribanos?

PEDRO.-  Sus libros tienen los jueces, y letrados hay como acá; pero no tanta barbarería y confusión babilónica; quien no tiene justicia, ninguno hallará que abogue por él a traer sofísticas razones; pocos libros tienen, lo más es arbitrario.

MATA.-  ¿No habrá allá pleitos de treinta años y cuarenta como acá?

PEDRO.-  No, porque niegan haber más de un infierno; y si eso tuviesen, eran obligados a confesar dos. Cuando el pleito durare un mes, sera lo más largo que pueda ser, y es por el buen orden que en todas las cosas tienen. Si yo quiero pedir una cosa la cual tengo de probar con testigos, es menester que cuando pido la primera vez tenga los testigos allí trabados de la halda, porque en demandando preguntan: ¿tienes testigos?, en el mismo instante se ha de responder: «Sí, señor; helos aquí»; y examínanlos de manera que cuando me voy a comer ya llevo la sentencia en favor o contra mí.

JUAN.-  ¿Cómo lleváis los testigos si primero el juez no los manda llamar?

PEDRO.-  Cada uno de aquellos «cadis» o «subaxis» tiene porteros muchos, como os tengo dicho, y llamadores y citadores, y otros que llaman «cazazes», como acá porquerones, y todos éstos tienen poder, como se lo paguéis, de llevar de los cabezones a cuantos le mandaréis, si no quieren ir de grado.

MATA.-  ¡Oh, bendito sea Dios, que sean los infieles en su secta santos y justicieros y nosotros no, sino que nos contentemos con sólo el nombre!



ArribaAbajoEl sultán

JUAN.-  ¿Cómo se hace el Consejo Real?

PEDRO.-  En Turquía todos son esclavos, sino sólo el Gran Turco, y de éstos, tres más privados hace bajás, que, como dicho tengo, es dignidad de por vida, los cuales tres bajás son los mayores señores que allá hay; tienen de renta para su plato, cada cincuenta mil ducados, sin muchas ciudades y provincias que tienen a cargo, y los presentes que les dan, que valen más de doscientos mil. Dentro el «cerraje» del Gran Turco hay una sala donde se tiene el Consejo, dentro la cual hay un trono, todo hecho de celosías, que cae adentro a los aposentos del emperador, y de allí habla lo que han de hacer, y cuando piensan que está allí no está, y cuando piensan que no está, está. Por manera que ninguno osa hacer otra cosa que la que es de justicia. Los tres bajás son los que gobiernan el imperio, como si dijésemos acá del Consejo de cámara, y con éstos se sientan los dos «cadilesquieres», y a la mano izquierda se sientan los «tephterdes», que es como Contadores mayores, y así hacen su audiencia, que llaman «diván», con toda la brevedad y rectitud que pueden; y si por caso ellos o los otros jueces hacen alguna sin justicia, aguardan a que el Gran Turco vaya el viernes a la mezquita, y ponen una petición sobre una caña por donde ha de pasar, y él la toma y pónesela en la toca que lleva, y en casa la lee y remedia lo que puede, para mal de alguno, y acabado el Consejo se da orden de comer allí donde están, y si acaso hay mala información de algún capitán, mándale presentar el rey una ropa de terciopelo negro, la cual le significa el luto, de manera que sin alboroto en el Consejo secreto le llaman, y el Gran Turco le hace una reprehensión, y para que se enmiende en lo de por venir, luego del pie a la mano le hace cortar la cabeza y envíale a casa. Estos bajás no tienen para qué ir a la guerra sino yendo la misma persona del Gran Señor.

MATA.-  Soberbia cosa será de ver el palacio del Emperador.

PEDRO.-  No le hay en cristianos semejante. En medio tiene un jardín muy grande, y conforme a tan gran señor; está a la orilla del mar, de suerte que le bate por dos partes y allí tiene un corredorcico todo de jaspe y pórfido, donde se embarca para irse a holgar. Dentro el jardín hay una montaña pequeña, y en ella va un corredor con más de doscientas cámaras, a donde solían posar los capellanes de Santa Sofía. Todo esto cercado como una ciudad, y tiene seis torres fuertes llenas de artillería, y aun de tesoro, que no hay tanto en todo el mundo como él sólo tiene; y todo al derredor bien artillado; los aposentos y edificios que hay dentro no hay para qué gastar papel en decirlos.

MATA.-  Quien tan grande cosa tiene, ¿no podrá dejar de tener gran corte?

PEDRO.-  Esa os contaré brevemente; pero sabed primero que todos los señores, así el rey como bajás, tienen dentro de sus casas toda su corte por gran orden puesta, que el cocinero duerme en la cocina, y el panadero en el horno, y el caballerizo en el establo; y todos los oficios mecánicos de sastre, zapateros, herreros y plateros todo se cierra dentro de casa, juntamente con los gentiles hombres, camareros y tesoreros y mayordomos.

JUAN.-  No deben de ser gente muy regalada, si todos caben dentro una casa cuantos habéis nombrado.

PEDRO.-  Haced cuenta que es un monasterio de los frailes de San Francisco, y aun ojalá tuviesen cada uno su celda, que serían muy contentos. Tres pajes son en la cámara del Gran Turco los más privados de todos. El primero, que le da la capa y siempre cuando sale fuera le lleva un fieltro para si lloviere. El segundo, lleva detrás de él un vaso con agua para que se lave donde quiera que se halle para hacer oración. El otro lleva el arco y la espada. Hácenle de noche, cuando duerme, la guarda con dos blandones encendidos. Hay, sin éstos, quince pajes de cámara, que también se mudan para hacer la guarda y cuarenta guardarropas; hay también tres o cuatro tesoreros y otros muchos pajes, que sirven en la contaduría; los más preeminentes oficios, tras éstos, son: portero mayor, que se llama «capichi baxá»; y su teniente de éste; y sin éstos, otros trescientos porteros; cocinero y despensero mayor son tras esto, en casa del rey y los demás príncipes, preeminentes oficios, y tienen en algo razón, pues por su mano ha de pasar lo que comen todo. El cocinero mayor tiene debajo de sí más de ciento y cincuenta cocineros, entre grandes y chicos, y el despensero otros tantos; y llaman al cocinero «aschi baxi», y al despensero «quillergi baxi». El panadero y caballerizo también son de este arte. El sastre, que llaman «terezibaxa», tiene otros tantos.

MATA.-  ¿Cómo tienen tantos?

PEDRO.-  Yo os diré: como, por nuestros pecados, cada día llevan tantos prisioneros por mar y por tierra, del quinto que dan al emperador, y de otros muchos que le presentan, los muchachos luego los reparte para que deprendan oficios a la cocina, tantos y a la botillería, tantos, y así; y la pestilencia también lleva su parte cada año, que no se contenta con el quinto ni aun con el tercio veces hay. El principal cargo en la corte, después de los bajás, es «bostangi baxi», jardinero mayor, por la privanza que tiene con el Gran Turco de hablar con él muchas veces; y cuando va por la mar, éste lleva el timón del bergantín; tiene debajo de sí éste doscientos muchachos, que llaman jardineros, a los cuales no les enseñan leer ni escribir sino esto sólo, y el que de éstos topa el primer fruto para presentar al Turco tiene sus albricias.

MATA.-  ¿Qué ha de hacer de tanto jardinero?

PEDRO.-  Estos doscientos entended que son del jardín de palacio, que de los otros jardines más son de cuatro mil.

MATA.-  ¿Jardineros?

PEDRO.-  Sí; bien nos contentaríamos todos tres si tuviésemos la renta que el Gran Turco de solos los jardines. La primera cosa que cada señor hace es un jardín, el mayor y mejor que puede, con muchos cipreses dentro, que es cosa que mucho usan; y como ha cortado la cabeza a tantos bajás y señores, tómales todas las haciendas y cáenle jardines hartos; y de aquellos «agás» grandes que tiene por guarda de las mujeres y pajes hace grandes señores, y como son capados y no pueden tener hijos, en muriendo queda el Turco por heredero universal. Berzas y puerros y toda la fruta se vende como si fuese de un hombre pobre, y se hacen cada año más de cuatro mil ducados de tres que yo le conozco, que el uno tiene una legua de cerco.

MATA.-  ¿De qué nación son esos mozos?

PEDRO.-  Todos son hijos de cristianos, y los privados que tiene en la cámara y en casa también.

JUAN.-  Espántame decir que todos sean allá esclavos, sino el rey.

PEDRO.-  Todos lo son y muchas veces veréis uno que es esclavo del esclavo del esclavo; acemileros, camelleros y gente de la guarda del Gran Turco y otros oficiales necesarios, entended que hay como acá tienen nuestros Reyes, sin que yo los cuente, médicos, y barberos, y aguadores, y estufas.

JUAN.-  ¿Cuántos serán aquellos eunucos principales que hay dentro el cerraje?

PEDRO.-  Más de ciento, de los cuales hay diez que tienen cada día de paga cuatro ducados, y otros tantos de a dos, y los demás a ducado, y vestidos de seda y brocado.

MATA.-  ¿Y ésos pueden salir a pasear por la ciudad?

PEDRO.-  Ninguno, ni de cuantos pajes he contado, que son más de doscientos, puede salir ni asomarse a ventana más que las mujeres; porque son celosos, y como creo que os dije otra vez ayer, todos, desde el mayor al menor, cuantos turcos hay son bujarrones, y cuando yo estaba en la cámara de Zinan Bajá los veía los muchachos entre sí que lo deprendían con tiempo, y los mayores festejaban a los menores.

JUAN.-  Y cuando esos pajes son grandes, ¿qué les hacen? ¿Múdanlos?

PEDRO.-  Luego los hacen «espais», que son como gentiles hombres de caballo, y les dan medio escudo al día, y caballo y armas, y mándanles salir del cerraje, metiendo en su lugar otros tantos muchachos. Allí les van cada día los maestros a dar lección de leer y escribir y contar.


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