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ArribaAbajoCapítulo XI

En el monte Athos


JUAN.-  ¿Qué uso es el suyo?

PEDRO.-  En toda la Iglesia griega no se hincan de rodillas, y las orationes particulares, como no sean misa ni horas de la Iglesia, son a la apostólica, muy breves: haçen tres vezes una cruz como quien se persina, tan larga como es el hombre, de manera que como nosotros llegamos al pecho con la cruz, ellos a la garganta del pie, y dicen: Agios o Theos. Agios schiros, Agios athanatos, eleison imas. Esto, como digo, tres vezes o cuatro, y en la iglesia añaden un pater noster.

MATA.-  ¿Qué quieren deçir aquellas palabras?

PEDRO.-  Sancto Dios, Sancto fuerte, Sancto immortal, ten misericordia de nosotros.

MATA.-  En verdad que es linda oratión.

JUAN.-  A vos porque es breve os agrada.

PEDRO.-  También tienen un Chirie eleison, la más común palabra. Quando se maravillan de algo. Chirie eleison: quando se ven en fortuna de mar o de tierra, Chirie eleison. Estarse a un griego media hora diziendo: Chirie eleison; que es: Señor, miserere. Entramos ya en el monesterio y fuimos a la iglesia a hazer primero la oratión que llaman prosquinima, y quando me preguntaban adónde iba, o de dónde venía aquellos fraires, con deçirles que era prosquinitis, que quiere deçir como peregrino que va a cumplir alguna romería, atajaba muchas preguntas; diéronme luego a beber en la despensa y el prior mostró buena cara.

MATA.-  Esas siempre las muestran hasta saber si les dan algo o no.

PEDRO.-  Deso estaba bien seguro; y era ya una hora antes que el sol se pusiese, [cuando] vinieron luego todos los fraires que estaban fuera y tocaron a bísperas, y entramos en el coro donde vi, çierto, una iglesia muy buena y bien adornada de imágenes y çera.

MATA.-  A todo esto, ¿nunca se hazía caso del compañero, ni hablaba, ni preguntaban cómo no hablaba?

PEDRO.-  Cada paso; mas yo luego respondía que era sordo y no entendía lo que dezíamos. ¿Cómo había de hablar?, lo qual bían por la experiençia. Los ofiçios eran tan largos como maitines de la Noche Buena y çiertamente, sin mentir, duraron quatro horas; al cabo salimos, que nunca lo pensé, y fuímonos al refitorio a cenar.

JUAN.-  ¿Qué rezan que tanto tardan?

PEDRO.-  El Salterio, del primer psalmo hasta el postrero.

JUAN.-  ¿Cada día?

PEDRO.-  Dos vezes, una a bísperas, otra a maitines.

JUAN.-  ¿Cantado o rezado?

PEDRO.-  Cantado reçando.

MATA.-  ¿Cómo es eso?, ¿cantar y rezar junto?

PEDRO.-  No, sino que lo cantan tan de corrida, que paresçe que rezan.

MATA.-  ¡Ah! ¿Cómo acá los clérigos en los mortuorios de los pobres?

PEDRO.-  Ansí es.

JUAN.-  Largo ofiçio es ése. ¿Qué tiempo les queda si han de olgar?

PEDRO.-  Lo que pluguiese a Dios sobrase a los fraires todos de acá.

JUAN.-  ¿Qué es?

PEDRO.-  Después lo sabréis; dexadme agora. El refictorio tenía las mesas de mármol todas, sin manteles ningunos, mas de la viva piedra, y un agujero en medio y algo cóncava, para en acabando de comer labarla y cae el agua por aquel agujero.

MATA.-  ¿Con qué se limpian?

PEDRO.-  ¿De qué?

MATA.-  De la comida.

PEDRO.-  ¿Pues aún no nos hemos sentado a la mesa y ya os queréis limpiar? Era día de Sancto Mathía, y en cada mesa se sentaban seis y había seis jarrillos de plomo de a quartillo llenos de un vino que no sabe mal, hecho de orujo y miel con çierta hierba que le echan dentro y un poco de agua de azar que le da sabor. Verdaderamente salta y emborracha, y si no os dizen qué es, paresçeros ha buen vino blanco, y un platico de queso molido, que en aquellas partes quajan mucho queso, como manteca de bacas, y métenlo en cueros como la mesma manteca, y sécase allí; después está como sal, y esto se come amasando el bocado de pan primero entre los dedos para que adquiera alguna humidad, y pegue el queso en ello quando untare el pan. Teníamos olla de unas como arbejas que llaman fasoles, y azitunas como las pasadas y a casco y medio de zebolla. El pan era algo durillo, pero no malo.

MATA.-  Duro tenerlo hían para que no se comiese tanto.

PEDRO.-  Açertastes; luego a la ospedería a dormir, la qual era, como agora os pintaré, una camaraza antiquíssima con muchos paramentos naturales.

JUAN.-  ¿Qué son naturales?

MATA.-  ¡Echadle paja! ¿No sabéis qué son telarañas?

PEDRO.-  Las camas sobre un tablado; una manta que llaman esclabina, que de más de la infinita gente que dentro tenía, habría una carga de polvo en ella. Una almohadilla de pluma que si la dexaran se fuera por su pie a la pila.

MATA.-  ¿Había más?

PEDRO.-  No.

MATA.-  ¿Luego para ir a maitines y madrugar, no había neçesidad de despertadores? Y las camas dellos ¿son ansí?

PEDRO.-  Sin faltar punto, salbo la de alguno que se la compra él. Con ser la noche larga, a las dos fuimos a maitines; salimos a las siete. Aún estaba confuso qué había de ser de mí; lleguéme al prior, y díxele que le quería en confesión deçir dos palabras, y túbolo por bien. Digo, pues: Padre santo, yo os hago saver que no somos fraires, ni aun griegos tampoco; somos españoles y venimos huidos del poder de los turcos y para mejor nos salvar hemos tomado este vuestro sancto ábito. Apóstoles sois de Christo; hazed conforme al ofiçio que tenéis, que por solamente querernos hazer renegar somos huidos, y a ser tomados, por no ser maltratados, quizá haremos algún desatino, el qual, no usando vos de piedad y misericordia, seréis causa y llebaréis sobre vos. Yo traigo graçias a Dios, dineros que gastar estos dos meses, si fuere menester; no quiero más de que me tengáis aquí fasta que benga algún nabío que me llebe de aquí y pagaré cortésmente la costa toda que entre tanto haré.

JUAN.-  Justa petiçión era por çierto.

PEDRO.-  Tan justa era quan injusta me respondió. Començó de santiguarse y hazer melindres, y espantosos escrúpulos, diziendo: Chirie eleison, ¿y esta traiçión teníais encubierta? ¿queréis, por ventura, vos ser el tiçón con que toda nuestra casa se abrase, y aun la horden? Luego sin dilaçión os id con Dios, que a esta mar no biene nabío ninguno de los que vos queréis, sino idos a Santa Laura, que era otro monesterio, que allí hay un portiçuelo donde se hallan algunas vezes esos nabíos: y no os detengáis más aquí, porque como éste es el monesterio más çerca de donde están los turcos, cada día vienen aquí a visitarnos y luego os verán; yo no lo puedo hazer, andá con Dios.

MATA.-  Pues ¡maldiga Dios el mal fraire! ¿tan pequeño era el monesterio que, aunque viniesen mill turcos, no os podían esconder quanto más sin venir a buscaros?

PEDRO.-  El menor, de veintidós que son, es como Sant Benito de Valladolid y mayor mucho, como están en desierto, que paresçe cada uno un gran castillo; y más que todo es muy espeso monte de castaños y otros árboles, que ya que algo fuera me podía salir al bosque entre tanto que me buscaban.

MATA.-  ¿Qué buscar? ¿Qué bosque ni espesura? Yos prometo que si fuerais donçellas, aunque fueran çiento cupieran en casa con todas sus santidades.

PEDRO.-  Yo le demandé un fraire que me mostrase el camino hasta otro monesterio, renegando de la paçiencia, que sería ocho leguas de allí por el más áspero camino que pienso haber en el mundo, y diómele de buena gana, mas con tal condiçión que le pagase su trabajo, porque eran pobres; yo lo puse en sus manos y mandó medio ducado; admitílo, aunque era mucho, mas con condiçión que porque yo estaba cansado y el viejo no podía, que llebase él las alforjas acuestas, que de camisas y beinte baratijas pesaban bien; no quiso, sino a ratos él y yo; escoxí del mal lo menos, por tener a quien hablar que supiese que no era fraire, para que me avisase de todas las cosas que había de hazer y zerimonias que en la orden había, para mejor saber fingir el ábito, lo qual fue una de las cosas que más me dieron la vida para salvarme, porque yo çierto lo deprendí a saberlo tan bien como quantos había en el Monte. Pasamos por un monesterio que se llamaba Psimeno sin entrar dentro, y fuimos a dormir en otro muy de los prinçipales que se llama Batopedi, adonde ya sabía yo el modo de las çeremonias de fraire, y no fui conosçido por otro, y fuimos huéspedes aquella noche; y dimos con nosotros en otro, que es también prinçipal, que se diçe Padocrátora, en donde almorçamos, y pasamos a otro, que se llama Hibérico, en donde comimos, y queriendo pasar adelante me preguntaron qué era la causa que pues todos los peregrinos en cada monesterio estaban tres días, nosotros íbamos tan deprisa. Yo respondí porque en Santa Laura tenía nueba que estaba un nabío que se partía para Chío, y por llegar antes que se partiese a escribir una carta, y embiar cierta cosa que nuestro patriarca me había dado en Constantinopla, mas que luego había de dar la buelta y hazer mi oratión como era obligado; y con esto los aseguré ya; pasé a otro, que se llama Stabronequita, y de allí a Sancta Laura, donde pensaba había de haber fin mi esperança; y hecha la oratión y çerimonias fuimos a hablar al prior, al qual hize el mesmo raçonamiento que al primero, y él los mesmos milagros y respuestas que el otro, y dixo que allí jamás había nabío semejante, sino de turcos, que me conosçerían y sería la ruina de todos. El mejor remedio era ir al Xilandari, que era el primero de todos, y allí solían acudir aquellos nabíos. Yo digo: Señor, he estado allá y remitiéronme acá; mirad que conmigo no habéis de gastar nada. No aprobechando, procuré de saber si había algún fraire letrado para comunicar con él, y contentándole, que se me afiçionase y rogase por mí, y había uno solo que se llamaba el papa Nicola, y començéle de hablar en griego, latino y cosas de letras, el qual m'entendía tanto, que con una ayuda de agua fría le hizieran echar quanto sabía. En fin como diçe el italiano: en la terra de li orbi, beato chi ha un ochio: en la tierra de los çiegos, beato el tuerto; afiçionóseme un poco y habló por mí, y lo que pudo alcançar era que nos quedásemos allí por fraires de veras, y que él nos enviaría adentro el bosque, donde tenían una granja, y yo cabaría las viñas y mi compañero guardaría un hato de obejas; y si esto no queríamos, desde luego desembarazásemos la casa; yo respondí agradesçiéndoselo que holgara dello, pero no podíamos por respecto que teníamos mugeres y hijos, que de otra manera Dios sabía nuestro muy buen propósito.

JUAN.-  Pues ¿el fraire mesmo había de cabar ni guardar ovejas?

PEDRO.-  Quiéroos aquí pintar la vida del Monte Sancto, para que no vais tropezando en ello, y después acordarme dónde quedó la plática.

MATA.-  Yo tomo el cargo deso.

PEDRO.-  Los veintidós monesterios que os he dicho, todos, sino dos, están en la mesma ribera de la mar, y cada uno tiene una torre y puertas de yerro, y puentes levadiças, no más ni menos que una fortaleza, y no se abre hasta que salga el sol. Tiene ansí mismo cada monesterio su artillería, y fraires que son artilleros, [y] una cámara de arcos y espadas.

JUAN.-  ¿Para qué esas armas?

PEDRO.-  Para defenderse de los cosarios, que podrían hazer algún salto. La distançia de un monesterio a otro no será de dos leguas adelante. En el punto que sueltan una pieza de artillería, concurrirán al menos tres mill fraires armados y aun muchos dellos a caballo, y resistirán a un exérçito si fuere menester.

JUAN.-  Si esos están debajo el Turco, ¿quién les haze mal?

PEDRO.-  Cosarios, que no obedesçen a nadie; son como salteadores o bandoleros en tierra.

MATA.-  ¿No será mejor a repique de campana?

PEDRO.-  En todo el imperio del Gran Turco no las hay ni las consiente. Unos diçen que porque es pecado; mas yo creo a los que diçen que, como hay tantos christianos, teme no se le alzen o le hagan alguna traiçión; porque el repique de campana junta mucha jente: ni órgano tampoco no le hay en ninguna iglesia, que con trompetas se dize en Constantinopla algún día solemne la misa.

JUAN.-  ¿Pues cómo tañen los fraires o los clérigos a misa?

PEDRO.-  Campanas tienen de palo y de hierro que tocan como acá.

MATA.-  Eso no entiendo cómo pueda ser.

PEDRO.-  Una tabla delgada, estrecha y larga cuanto seis varas; por enmedio tiene una asa como de broquel y tráenla en el aire en la una mano, que no toque a rropa ni a nada, y en la otra un maçico, con el qual va repicando en su tabla por todo el monesterio y haze todas las differençias de sones que acá nosotros con las nuestras.

JUAN.-  ¿Como acá los Viernes Sanctos?

PEDRO.-  Quasi. Las de yerro son una barra ancha y a manera de herradura o media luna, colgada de modo que no toque a ninguna parte, y allí con dos maçicos de yerro hazen también sus diferençias de repiquetes los días de fiesta.

MATA.-  ¿Qué, es posible que en tan grande miseria están los pobres christianos? Nunca lo pensara. ¿Y tantos hay desos fraires?

PEDRO.-  Ya os he dicho que en cada monesterio doçientos o tresçientos, ansí como los monesterios de acá y las perrochias; todo es una manera de çelebrar allá; dígolo para que los que oyerdes de Monte Sancto se entiende de toda Greçia.

MATA.-  ¿El comer?

PEDRO.-  Ya os he dicho cómo comimos aquellos días de fiesta. Ellos tienen la mayor abstinençia que imaginarse puede. Primeramente no comen carne, ni huebos, ni leche, sino es obra de treinta o quarenta días en todo el año; iten tienen quatro Quaresmas.

JUAN.-  ¿Los fraires, o todos los griegos?

PEDRO.-  Todos las tienen; pero más abstinençia tienen los fraires. El Adviento es la una, en el qual comen pescado si le tienen; luego la nuestra Quaresma, que la llaman ellos grande, la qual toman ocho días antes que nosotros y en aquéllos bien pueden comer todos huebos y leche y pescado. El domingo de nuestras Carnestolendas las tienen ellos de pescado y huebos y leche, si no fuere pescado sin sangre, como es ostrias, caracoles, calamares, pulpos, gibias, veneras y otras cosas. Ansí, los fraires añaden más abstinençia, que no comen lunes, miércoles y viernes açeite, diçiendo que es cosa de gran nutrimento, ni beben vino; gisan unas ollas de hinojo y fasoles, con un poco de vinagre; habas remojadas con sal de la noche antes tienen muy en uso y algunas açitunas.

JUAN.-  ¿Pasáis por tal cosa? ¿Y pueden resistir a guardarlo de esa manera?

PEDRO.-  Como testigo de vista os diré lo que pasa en eso. No digo yo fraire, ni en Quaresma, sino un plebeyo en viernes, que esté malo, que se purgue, no comerá dos tragos de caldo de abe, ni un huebo, si pensase por ello morir o no morir, y aun irse al infierno; en eso no se hable, que entre un millón que curé de griegos jamás lo pude acabar, sino unas pasas o un poco de aquel pan cocto de Italia. El Domingo de Ramos y el día de Nuestra Señora de março comen pescado y se emborrachan todos los seglares, y aun de los otros algunos, y darán las capas por tener para aquel día pescado.

JUAN.-  ¿Celebran ellos la Pascua como nosotros?

PEDRO.-  Como nosotros, y quando nosotros tienen todas las fiestas del año, y la mañana de Pascua es la mejor fiesta del mundo, que se besan quantos se topan por la calle y se conosçen, unos a otros, y el que primero vesa dice: O Theos anesti. El otro responde: Allithos anesti. Christo resuscitó. Y el otro: Verdaderamente resucitó .

MATA.-  ¿Y a las damas también?

PEDRO.-  Ni más ni menos, si las conosçen; aunque yo, para deçir la verdad, aquel día si me paresçía bien, aunque no la conosçiese, le daba las pascuas en la calle y me lo tenía a mucho por ser español, y aun cobraba amistades de nuebo por ello.

MATA.-  ¿Hay hermosas griegas allá?

PEDRO.-  Mucho, como unas deas.

JUAN.-  Dexaos agora deso; ¡mira adónde salta! ¿Quál es la terçera Quaresma?

MATA.-  No querría Juan de Voto a Dios oír hablar de damas burlando, mas de veras. Dios os guarde de todos los de tal nombre en achaque de sanctos.

PEDRO.-  Desde principio de junio hasta Sant Juan; y ésta no hay abstinencia de pescado, aunque tenga sangre. La última desde primero de agosto hasta Nuestra Señora, y aun hay muchos que tienen otra quinta de 25 días, a San Dimitre; mas ésta no es de preçepto.

JUAN.-  Y en el sacrificar ¿en qué difieren de nosotros?

PEDRO.-  En el baptiçar diçen que somos herejes, porque es grande soberbia que diga un hombre: Ego te baptizo, sino Dulos Theu se baptizi: el sierbo de Dios te baptiza. Yo, hablando muchas vezes con el patriarca y algunos obispos, les deçía que por falta de letrados estaban diferentes su Iglesia y la nuestra romana; porque esto del baptismo todo era uno dezir: Yo te bautizo en el nombre del Padre, etc. y El siervo de Dios te baptiza. No echan el agua de alto, sino tómanle por los pies y zapúzanle todo dentro la pila. En la misa no hay pan senzeño, ni curan de hostia como nosotros, sino un pedaçillo de pan algo creçido. Las mugeres que lleban pan a la iglesia para ofresçer hazen una cruz a un lado del panezillo, para que de allí tome el sacristán para sacrificar, y en un platico lo tienen en el altar. La casulla es a manera de manto de fraire hasta en pies, con muchos pliegues; no le verán deçir la misa, porque el altar está detrás de una pared a manera de cançel con dos puertas a los lados. El saçerdote sobre la una diçe la Epístola al pueblo, y muchas orationes que nuestra Iglesia diçe el Viernes Sancto, ellos en todas sus misas las tienen. En la otra puerta diçe el Evangelio. El credo y el pater noster no le diçe el saçerdote, sino un muchacho a boces en medio de la iglesia.

JUAN.-  ¿Qué causa dan para que se ha de sacrificar con pan levado?

PEDRO.-  Porque el pan sin levadura es como cuerpo sin ánima, y habiéndose de convertir en Christo aquéllo, no puede si no tiene ánima. Son todos una jente quasi tan sin razón como los turcos.

JUAN.-  Ansí me paresçe a mí por lo que dellos me contáis. ¿Y cómo alçan el sacramento?

PEDRO.-  Tiénele el sacerdote en su plato cubierto con un belo negro y sale por una puerta, y da vuelta por todo el coro a manera de proçessión y torna por la otra; y otro tanto al cáliz, y de como sale hasta que torna ninguno mira haçiallá, sino todos, inclinadas las cabezas hasta las rodillas, y más si más pueden, están haçiendo cruçes, y diçiendo: Chirie eleison, Chirie eleison. En fin de la misa el saçerdote da por su mano a todos el pan bendito, que llaman andidero, y algunos entonçes ofresçen algo, y no creáis que habrá griego que almuerçe el domingo antes que coma el pan bendito. Las más vezes hay en fin de la misa psichico, que es limosna que algunos dan de pan y sendas vezes de vino a toda la jente que hay en misa, sentados por su orden. Como no conosçen nuestro Papa, tienen por superior un patriarca, el qual reside en Constantinopla, y éste pone otros dos: uno en Antiochía y otro en Alexandría.

JUAN.-  ¿Qué renta tiene?

PEDRO.-  La que tubiesen muchos perlados de acá; solamente aquello que por su persona allega pidiendo seis meses del año limosna en cada pueblo; es verdad que se lo tienen allegado, pero conviene ir en persona; lo que estando yo allá cada año allegaba eran treze mill ducados, de los quales daba ocho mill al Gran Turco de tributo porque le dexe tener la fe de Christo en peso y hazer justiçia en lo eclesiástico; y de los çinco o seis mill ducados se mantiene a sí y a los otros dos patriarcas.

JUAN.-  ¿Y ese es fraire o clérigo?

PEDRO.-  No puede él ni obispo ni ninguno ser clérigo, porque los clérigos todos son casados a ley y a bendiçión. Ha de ser por fuerça de los de Monte Sancto.

MATA.-  Eso de casados los clérigos, me deçid: ¿Cómo casados? ¿Qué cosa es casados?

PEDRO.-  ¿No os tengo dicho que se vibe allá a la apostólica, y no están debaxo de nuestra Iglesia Romana? Cada clérigo se llama papa: el papa Juan, el papa Nicola, etc., y su muger, la paparia.

MATA.-  ¡Cónmo se holgaría Juan de Voto a Dios que acá se usase eso; digo a ley y a vendiçión, que sin ley y a maldiçión, de las de a pan y cuchillo, no falta, por la graçia de Dios. Tres vezes ha parido la señora después que vos faltáis.

JUAN.-  Para éstas que yo sepa de aquí adelante de quién me guardar.

MATA.-  No tenéis por qué os picar más vos que los otros, que yo no dixe sino de los clérigos y theólogos de acá en comparaçión de los de allá; sé que vos no sois obligado a responder por todos.

JUAN.-  Ello está bien. ¿Los obispos no ternán, a esa quenta, mucha renta?

PEDRO.-  La que les basta para servir a Dios: dosçientos o tresçientos ducados el que más; y llámanse metropollitas; los obispados, como en renta, son pequeños también en jurisdiçión; quasi cada pueblo, como sea de doçientas casas, tiene él su metropollita y no puede salir de su obispado si no es a la electión del patriarca, que es por mano destos y eligen a uno dellos.

JUAN.-  ¿Y éstos elígelos el mesmo patriarca de los de Monte Sancto?

PEDRO.-  Sí.

JUAN.-  Y los clérigos ¿qué renta tienen? ¿Hay canonicatos o dignidades como acá?

PEDRO.-  Ni aun benefiçios tampoco; no penséis que es allá la sumptuosidad de las iglesias como acá; son pequeñas, como cosa que está entre enemigos, y herédanse como cosa de patrimonio; es como hay acá çiertas abadías en ermitas o encomiendas de Sant Juan. Tengo agora yo esta iglesia como cura della; tomo quatro o seis papas que me ayudan, y parto con ellos la ganancia toda que los perrochianos me dieren, que es harta miseria, si no tienen otras cosas de que se sustentar ansí el cura como los otros.

JUAN.-  ¿Confiésanse?

PEDRO.-  Como nosotros; no hay más diferençia entre su Iglesia y la nuestra de lo que os he dicho; en lo demás, entended que lo que vos hazéis en latín el otro lo haze en griego.

MATA.-  Acabemos si os paresçe a Monte Sancto, que después daremos una mano a lo que desto quedare. En ese monte scabroso, donde ni hay hombre ni muger ni pueblo en diez leguas alrrededor, ¿qué comen?, ¿de qué se mantienen?, ¿quién les da limosna?

PEDRO.-  ¿Limosna o qué? ¿Luego a huçia de la limosna se tienen de meter en las religiones teniendo sus miembros sanos? Cada mañana, en amanesçiendo, que se abre la puerta y vaxan la puente, veréis vuestros fraires todos salir con unos sayos de sayal hasta la espinilla, y unos bicoquis como éste; veinte por aquí con sus azadas a cabar las viñas; otros tantos por acullá con las yubadas; por la otra parte otros tantos con sus hachas al monte a cortar leña o madera; çinquenta otros están haziendo aquel cuarto de casa, enyesando, labrando tablas, y todo en fin que ninguno hay de fuera. Maestros hay de hazer barcas y nabíos pequeños; otros van con sus remos a pescar para la casa; otros a guardar ovejas; los de ofiçios mecánicos quedan en casa, como çapateros, sastres y calçeteros, herreros; de tal manera que, si no es el prior y el que ha de diçir la misa, y algún impedido, no queda hasta una hora antes que el sol se ponga hombre en casa. Yo me espantaba quando no lo sabía; y caminando de un monesterio a otro veía aquéllos, que çierto paresçen hombre salvajes, con aquellos cabellazos y barbas.

MATA.-  No paresçéis vos menos en verdad.

PEDRO.-  Y preguntábanme. Po paí ¿iagiosini su pater agiotate? Sanctísimo padre, dónde va vuestra santidad? Yo muerto de hambre y con mis alforjaças a cuestas respondía primero entre dientes: ¡La puta que os parió con vuestras sanctidades!

JUAN.-  ¿Pues por qué os llamaban ansí?

PEDRO.-  Úsase entre ellos, aunque sea al cozinero y al herrero, llamar sanctidad.

MATA.-  ¿Y cómo llaman al patriarca?

PEDRO.-  Ni más ni menos. ¿Cómo queréis subir más arriba? Dentro el mesmo Monte hay muy buenos pedaços de viñas y olivares y heredades, a donde me querían enviar a mí a trabajar, que son muchos dellos de particulares, y lo venden.

JUAN.-  Eso no entiendo.

PEDRO.-  Digo que hay caserías, como digamos, con sus viñas y olivares; y el fraire que tiene dineros compra una de aquéllas, y escoje quatro o çinco compañeros que se lo labren y dales su mesa y mantiénense de aquéllo.

JUAN.-  ¿No comen en refitorio?

PEDRO.-  Esos tales no, si no tienen muchos quartos en la casa apartados que corresponden a aquellas caserías y son anejos a ellas, y allí se están y ban a sus horas como los otros; mas no son obligados a trabajar nada para la casa.

JUAN.-  Y ésa ¿quién la vende?

PEDRO.-  El monesterio; porque quando muere se queda otra vez en el monesterio, aunque en vida bien la puede vender. Ansí hay muchos labradores que son viudos o de otros ofiçios, y hazen dinero lo que tienen y métense fraires allí.

MATA.-  ¿Y lo que lleban es nuestro, como acá?

PEDRO.-  No, sino suyo propio, que nadie se lo puede tomar.

JUAN.-  ¿Y esos no saben letras?

PEDRO.-  De diez partes las nuebe no saben leer ni escrebir, y gramática griega de mill uno, y aquélla bien poca.

JUAN.-  Pocos saçerdotes habrá a esa quenta.

PEDRO.-  Muy pocos. Quando a la noche llegaban del trabajo veníanme algunos a hablar; y yo no sabía de qué me conosçían. Como venían con sus capas de coro, largas, de chamelote o estameña, y las barbas algo más peinadas, preguntábales quiénes eran o de qué me conosçían. Decían: ¿Vuestra santidad no se acuerda que me preguntó por el camino estando yo cabando en tal parte? Yo luego le deçía: ¿Vuestra sanctidad es? ya cayo en la quenta, si mala pascua le dé Dios.

MATA.-  ¿Cómo es posible haber pan y vino y todo lo neçesario para tantas personas y tan grandes monesterios en solo pedaços del Monte?

PEDRO.-  ¿No dixe primero que tenían sus metoxias o granjas fuera? Cada monesterio tiene una o dos o más metoxias fuera del Monte, junto a Sidero Capsia, y en las islas del arçipiélago algunas, como son en la isla de Lemno y del Schiatho, donde yo estube, y Eschiro, que son de distançia de Monte Sancto quinze leguas por mar; y en estas metoxias tienen sus mayordomos, con tantos fraires que basten a labrar las viñas y heredades, y con aquellos nabíos pequeños que hazen van y bienen y benden lo que les sobra, y allí tienen ganado y gallinas para los huebos, porque carne no la comen, y otras granjerías de fraires; de la lana del ganado hazen de bestir para la casa a todos.

MATA.-  ¿Y ésos trabajan mucho?

PEDRO.-  Como los mayores ganapanes que hay por acá; lo que seis obreros cabarán en un día, ellos largamente lo harán quatro. ¿Qué pensáis? Antes que fuesen fraires, no eran más deso tampoco; ellos al paresçer tienen vida con que se pueden bien salvar, y no piden a nadie nada ni son importunos.

MATA.-  Si en nuestras fronteras de moros hubiese monesterios desa manera, no se deserbiría Dios ni el Rey, porque a Dios le defenderían su fe y le servirían, y al Rey su reino, y que la jente de guerra que allí está se fuese al exérçito donde anda su persona.

JUAN.-  Dezid vos eso y pelaros han los fraires.

PEDRO.-  No me ayude Dios si no creo que irían de tan buena voluntad la mayor parte dellos como a ganar los perdones de más indulgengias que la Cruçada conçede, y aunque cortase tanto la espada de algunos como las de los soldados.

MATA.-  Estaba pensando qué se me olvidaba de preguntar, y agora me acuerdo: ¿Qué hábito traen los clérigos griegos o papas?

PEDRO.-  Unas ropas moradas por la mayor parte, aunque algunos las traen negras, y en la cabeza un barretín morado y una benda azul por la frente que le da tres o quatro bueltas a la cabeza. Ya no tengo memoria en dónde quedó la plática prinçipal.

MATA.-  Yo sí. Quando en Santa Laura el prior os dixo que si queríais ir a trabajar con los hermanos y respondistes que erais casado.

PEDRO.-  Gran deseo es el que Mátalas Callando tiene de saver, pues tiene tanta atençión al quento. Yo determiné, harto falto de paçiençia y desesperado de verme traer de Anás a Caiphás, de no me descubrir más a ningún hombre ni por pensamiento; sino, pues sabía ya tan bien todas sus çerimonias y vida frairesca, que aquél que vino conmigo los dos días me había enseñado, estarme en cada monesterio los tres días que los otros peregrinos estaban por huéspedes, y hazerles entender que era tan buen fraire como ellos todos; quanto más que sabía çiertos psalmos en griego, de coro, y otras cosillas, con las quales los espantaba y me llamaban didascalos, que quiere decir doctor; todo el pan que podía ahorrar escondido lo guardaba para tener qué comer en el bosque quando me quisiese ir a estar algún día para detenerme más, por si acaso en aquel tiempo pasase algún nabío que me llebase. Salí de aquel monasterio con otro fraire de guía y fui a otro que se llama Agio Pablo, donde me estube mis tres días y cantaba con ellos en el coro, y no se contentaban poco, y la comida era como las pasadas. Acabados mis tres días fui al monasterio Rúsico, que es de rusios, çiertas jente que confina con los tártaros, y está subjeta a la Iglesia griega, y estube los mesmos, y fui a Sant Gerónimo, donde pasé un grandissímo trago; porque estaban unos turcos que habían aportado allí, y preguntáronme [de] dónde era, y dixe que del Chío; y açertó que el uno era de allá, renegado, y luego me preguntó cúyo hijo y en qué calle; y yo en mi vida había estado allá; pero Dios me dio tal gracia, que estube hablando con él más de una hora, dando razón a quanto me preguntaba sin discrepar ni ser tomado en mentira, y aun oían la plática otros dos fraires naturales de allá.

MATA.-  Eso no me lo engargantaréis con una cuchar. ¿Qué razón podíais vos dar de lo que nunca vistes?

PEDRO.-  Andad vos como yo por el mundo y sabréislo. Dábale a todo respuestas comunes; a lo que me preguntó cúyo hijo era, dixe que de Verni, que es nombre que muchos le tienen, y si me preguntaba de quál, deçía que del viejo; ¿y cómo está fulano?: es muerto; el otro no está allí; fulano, está malo; el tal armó una barca cargada de limones para Constantinopla; y otras cosas ansí; ¿parésçeos que me podía eximir?, y aun os prometo que quedó bien satisfecho.



ArribaAbajoCapítulo XII

La ruta por el mar Egeo


MATA.-  Parésçeme que no les faltaba rrazón a los que deçían que teníais demonio, porque tales cosas aun el diablo no las urdiera.

PEDRO.-  Pues hombre que había ya sido dos meses o çerca fraire ¿no queréis que urda cosas que el diablo no baste? El último monasterio adonde fui se llamaba Sero Pótami, estando en el qual dos días, en vísperas vi entrar un marinero griego, y preguntéle de dónde venia y díxome que de la isla de Lemno, y tornaba allá. Como no vía la hora de salir de allí, que se me acababa la candela, díxele si desde allí podían ir al Chío que me iría con él; díxome que muy bien. Igualéme en medio escudo, y embarquéme con mi compañero, y de aquel monesterio donde yo salí se embarcaron seis fraires, los quales metieron harto bastimento, prinçipalmente, vino. Comenzamos de alzar vela y navegar, y era quasi noche y dieziséis de hebrero. Començó a abibar el viento y dixe al patrón del nabío: Mirad, señor, que es imbierno y la noche larga, y el nabío pequeño; mejor será que nos quedemos aquí esta noche, porque el viento refresca y podrá ser que nos veamos en aprieto. Como iban él y los fraires bebiendo y borracheando lo que habían metido, no hizieron caso ninguno de lo que yo dezía, antes se reyeron, y quasi todos beodos; a las onçe de la noche alborotóse la mar, no así como quiera, sino la más braba y hinchada que en mi vida la vi; los marineros, parte por lo poco que sabían, parte por el vino, perdieron el tino de tal manera que no sabían dónde se estaban y no haçían sino bomitar. Quiso Dios que cayeron en la quenta que echásemos en la mar todo quanto llebábamos para alivianar el nabío; esforzando más el viento llebónos el árbol y antena con sus velas; ya era el día y halláronse menos borrachos, pero perdidos; comenzó de divisarse tierra, y no sabían qué era. Unos deçían que Salonique, otros que Lemno, otros que Monte Sancto; yo reconosçí, como había estado otra vez allí, que era el Sçiatho, y díxeselo; mas ya desesperados, viendo que íbamos a dar en unas peñas dixeron: Agora, por Dios verdadero, nos ahogamos todos; señores, ¿qué haremos sin vela ni nada? Dexó el patrón el timón ya por desesperado, y hincáronse de rodillas y començaron de invocar a Sant Nicolás, y tornaron a preguntarme a mí: ¿Qué haremos? Respondí con enojo: Na mas pari o diávolos olus: Que nos lleven todos los diablos; y salto donde estaba un pedazo de vela viejo, y hago de dos pedazos una bela chica, y pongo en cruz dos baras largas que acerté a hallar, y díxeles: Tened aquí, tirá destas cuerdas, y tirando llamad quantos santos quisiéredes; no penséis que los sanctos os ayudarán si vos no os ayudáis también. Començó de caminar nuestro nabío con aquel trinquete, como la fuerça del viento era tan grande, que cada hora serían bien tres leguas; y fuenos la vida que durase la fortuna, porque si estonçes çesara y nos quedábamos en calma, todos peresçíamos de hambre, porque estábamos en medio del golfo, y el vizcocho todo había ido a la mar por salvar las vidas, y no podíamos caminar sin viento. Llegamos a distancia de tierra por tres o cuatro leguas y allí abibó de tal modo el viento, que nos llebó el trinquete, que del todo desesperó a todos. Dixo el patrón: Señores, todo el mundo se encomiende a Dios, porque nuestro nabío va a dar en aquellas peñas, adonde todos peresçeremos; y començó de mantener quanto podía el nabío, que ni andubiese atrás ni adelante, y dezía: Si alguno tiene dineros délos a estos marineros, que saben muy bien nadar, que por ventura se salvará y hará algún bien por el ánima. Yo les dixe, aunque çiertamente no faltaban una doçena y dos de ducados, que no tenía blanca; mas aunque la tubiese, ¿qué se me daba a mí, perdiéndome yo, que también la mar se sorbiera el dinero? En esto quiso Dios que nos açercáramos a tierra mucho más; y con la grandíssima furia que la mar tenía no se pudo dexar de dar al trabés en aquella isla, y fuenos llebando la mar; y como yo me vi quasi en tierra, sin saber nadar, acudiçiéme a saltar, y si no me sacaran dos marineros, yo me quedaba allí; los demás no quisieron saltar por el peligro, y ensoberveçióse la mar más, y dio con el nabío más de un quarto de legua fuera del agua, junto a una ermita de Nuestra Señora que allí estaba, y asentad ésta por cabezera entre todas las merçedes que de Dios he resçibido; que aquella isla del Schiatho donde dimos al trabés, tiene de çerco treinta y çinco leguas y en ninguna parte de todas ellas podíamos dar al trabés que no peresciéramos todos, porque es por todas partes peña viba, sino adonde dimos, que había un río pequeño que daba en la mar y era arena todo, y allí embocó el nabío, que no sería de ancho çient pasos.

JUAN.-  ¿Qué llamáis dar al trabés? ¿Por ventura es lo que dize Sant Pablo padesçer naufragio?

PEDRO.-  Eso mesmo; y éste fue tal, que a la mañana, que la mar había sosegado, el nabío estaba hasta medio enterrado en el arena. Cayó aquella noche una niebe de media vara en alto, y todos nos acoximos a la hermita, que estaba llena de unos çepos muy grandes de tea, la qual se embarca desde allí para llebar a Sidero Capsia, donde se hazen el oro y la plata.

JUAN.-  ¿Pues qué, tanto camino teníais aventajado en tanto tiempo que no salíais desa Sidero Capsia?

PEDRO.-  ¿N'os tengo dicho que me bolvió la fortuna a la isla donde dexé al sastre, que en mes y medio, con quanto había caminado y trabajado, no me hallé haber aventajado una legua? Çiento y çinquenta leguas que a pie, cargado de alforjas, había caminado en mes y medio, torné en una noche y un día hacia atrás, con otras tantas más de rodeo, de tal manera que en çinquenta días no me hallé más de çient leguas de Constantinopla. El frío que aquella noche haçía no se puede aquí escribir, pero tomóme tan falto de ropa que no tenía sino estameña acuestas, porque una ropa morada que la Soltana me había dado, que traía debaxo el ábito, con sus martas, troqué en Monte Sancto con aquel fraire que habló por mí, a una túnica vieja llena de piojos que tenía al rincón.

MATA.-  ¿A qué propósito el trueco del topo?

PEDRO.-  Porque como iba por aquellas espesuras, alguna mata o retama me asía de la estameña y llebábame un girón, y por allí se paresçía luego lo azul y podía ser descubierto, porque no era cosa deçente a fraire.

MATA.-  ¿Y en aquella ermita no podíais ençender buen fuego con aquellas teas y calentaros? No fuera mucho con esa poca ropa y con el frío que hazía quedaros allí.

PEDRO.-  Los marineros y los otros fraires eran tan scrupulosos que no osaban llegar a tomar de la teda, diçiendo ser sacrilegio, y como ellos no saltaron en la mar como yo, no estaban mojados, y mediano fuego les bastaba, al qual yo no me osaba llegar por no me arremangar para calentarme, y ser conosçido por las calças que debajo traía, y camisa, que no era de fraire.

MATA.-  ¿No podíais tomar juntamente con el ábito todos los demás vestidos de fraires al principio?

PEDRO.-  Como yo nunca me había huido otra vez, y el espía m'engañó, que dixo bastar aquello, me curé más de echarme el ábito sobre la ropa que yo me tenía; si yo fuera plático como agora, tampoco saliera en ábito que fuesen menester tantas ipocresías ni no comiesen carne; en ábito de turco me podía venir cantando.

JUAN.-  O de judío.

PEDRO.-  También, pero es peligroso; que en pudiéndole cojer en descampado le roban y le matan por hazerlo. Si no fuera por el peligro que había, siendo tomado, de ser turco, mejor hábito de todos era el turquesco.

MATA.-  ¿Qué remedio tubistes aquella noche?

PEDRO.-  Pesábame de haber escapado tan grande peligro y morir muerte tan rabiosa. Como la compañía toda se durmió junto al fuego, yo tomé una hachuela y hize pedazos un çepo de aquellos, y desnudéme y mudé camisa y hago un fuego tan grande, que quería quemarse la ermita, y con todo no bastaba a tornar en mí. Quando los otros despertaron dixeron: Verdaderamente este es diablo, y no es posible ser çhristiano, pues tan poco themor ha tenido de Dios en hurtar lo ajeno aunque peresçiera. Dixo otro: ¿N'os acordáis quando hoy, en la mayor fortuna de la mar dixo que nos llebasen todos los diablos, y otras veinte cosas que le hemos visto hazer? Yo estaba tal que no se me daba nada ser descubierto, por no morir ansí, y no se me dio tampoco de lo que decían. Otro día vinieron allí dos clérigos de la tierra, que para dar graçias a Dios habíamos llamado que dixesen misa, los quales çerraron la iglesia, poniendo por grandíssimo escrúpulo la noche que allí habíamos dormido, y nos hizieron dormir otras dos noches fuera. Los marineros se fueron a dormir al nabío, y a mí y el compañero no nos dexaron entrar por el pecado pasado, y fue necesario dormir debaxo de un árbol aquella noche.

MATA.-  ¿Con toda la nieve y frialdad?

PEDRO.-  Y aun yelo harto.

MATA.-  ¿Y no os vais adonde sirváis a Dios de tal manera que venialmente no le ofendáis, habiendo resçibido tan particulares merçedes?

PEDRO.-  Plegue a él que conforme al deseo que yo de servirle tengo, me ayude para que lo haga. Como estaba el nabío enterrado en la arena, los marineros quisieron sacarle y forçáronme que les ayudase, pues también había yo venido dentro, y no osé hazer otra cosa porque eran muchos y çierto me mataran. Començé con gran fatiga de cabar y hazer lo que me mandaban; entraron todos en una barca para ir a buscar una ánchora que se les había caído en la mar, que ya sabían dónde estaba, y mandaron que entre tanto yo y mi compañero cabásemos. Como yo vi el laberinto tan grande y la poca jente que éramos para ello, pregunté a uno de la tierra que descargaba allí tea, quánto había de allí al primer lugar y quál era el camino, y mostrómelo; dixe a mi compañero si sería para siguirme y llebaría yo nuestra alforxa y nos les huyésemos. Era un viejo enjuto que caminaba más que yo, y dixo de sí. Voy donde estaba el hato y húrtoles un pedaçillo de vizcocho y tomé mi alforxa, y metímonos por el bosque, yendo con harto más miedo dellos que de los turcos; y quiso Dios que llegamos a una aldea, y en la taberna almorzaban unos griegos, y combidáronnos a pan y buen vino, con lo qual Dios sabe el rrefrigerio que hubimos, y contamos nuestra desventura y pedimos consejo de lo que haríamos para ir a Chío. Dixéronnos que diez leguas de allí, aunque por grandes montañas, estaba el puerto de mar, donde muchas vezes había nabíos en que pudiésemos ir, y si queríamos nos darían un moço que por un real no más nos enseñaría todo aquel camino. Respondíles, agradesçiéndoselo mucho, que era muy contento dello aunque lo dexase de comer, y fuimos aquel día tres leguas, y hallamos una metoxia de un monasterio de Monte Sancto, en la qual nos reçibieron aquella noche, como dixo Basco Fig[u]eira, muyto contra su voluntad. Todavía hubo pan y vino y sendos huebos, que fue la mayor comida que había fasta allí habido; y a la mañana dixéronnos que fuésemos presto, porque la niebe estaba elada y si ablandaba no era posible pasar. Caminamos con nuestro moço para hazer seis leguas de sierra despoblada que nos faltaban, y caminamos las tres lo mejor del mundo por sobre la niebe; mas estando en medio el camino, en un altísimo monte, vino una niebla que nos enternesçió la niebe y no podíamos ir atrás ni adelante; cayendo y levantando, quiso Dios que anduviésemos una legua más y topamos en un valle una casilla pequeña, donde había dos moradores que labraban çiertas viñas, y diéronnos pan y vino, vinagre y unas nueçes y higos, que yo dubdo si en el mundo, quan grande es, las hay mejores, de lo qual hinchimos bien los estómagos; y el moço determinó de que caminásemos adelante, y yo bien quisiera quedarme allí; en fin, las dos leguas que restaban se caminaron en medio día, con la niebe siempre hasta los muslos, cayendo de quatro en quatro pasos, y acabándose çierto la paçiencia, que era de lo que más me pesaba; tubimos consejo mi compañero y yo que valía más ser esclabos que no padesçer de aquella manera; y Dios lo permitía ansi, quizá que se le hazía mayor serviçio de serlo; por tanto, en llegando a la villa, preguntásemos por el governador turco y le dixésemos cómo éramos dos esclabos de Zinán Baxá y nos habíamos huido, por tanto nos volviese a nuestro dueño, que todo lo hazía cada çient palos y no padesçer tantas muertes como habíamos pasado; y lo que más me inçitaba para ello era ver que, pues Dios no quería que pasásemos adelante, señal era que se servía más de que volviésemos a Constantinopla, que aún los pecados que en el cautiverio se habían de pasar no debían de ser acabados de purgar; ya llegábamos con esta fatiga al pueblo, y entrando queríamos preguntar por casa del baivoda, y vi a deshora en una botiquilla el sastreçillo que había llebádome allí desde la Caballa.

MATA.-  ¿Era ese el pueblo donde el mercader os había dicho que os llebaban engañado y que os fueseis de allí, que estaba en un alto?

PEDRO.-  El mesmo.

MATA.-  Yo digo que, aunque la paçiençia se os acababa, si estonçes os moríais, estabais bien con Dios, porque muy grandes requiebros y labores son esos que os daba.

PEDRO.-  Como yo vi mi sastre, arremetí para abraçarle con grande alegría, y estube en su botica un grande rato, y dile quenta de todo lo pasado, y él me dixo que por amor de Dios me fuese de allí, porque él se estaba bien, y buscase una posada y no le hablase como que le conosçía. Yo le rogué que me tubiese allí escondido, pues yo tenía qué gastar, que aún duraban los dineros, graçias a Dios. Dixo que en ninguna manera lo haría; por tanto que luego me saliese de su botica. Viéndome perdido, preguntéle dónde vivía el governador. Díxome que para qué le quería. Yo le descubrí el consejo que habíamos tomado de querer más ser cautivos que morir muertes rabiosas. Dixo que para qué queríamos levantar la liebre ni desesperarnos ansí. Digo: Por ver que en el mundo no hay fe ni verdad; que yo pensaba haber topado la livertad en veros; mas agora que os veo olvidado de el bien que os hize y los dineros que os di, yo determino que tan ingrato hombre no viba en el mundo, y pues no habéis querido encubrirme, iremos juntos a Constantinopla, porque yo diré que vos me sacastes, pues sois espía, y vengarme he de vuestra ingratitud, que en fin a mí menester me han y tengo muchos amigos, que no seré muy maltratado; y quedad con Dios de aquí a que el governador enbíe por vos; y íbame a salir; él muy turbado, viendo ya la muerte al ojo, arremetió conmigo para no me dexar salir y echóseme a los pies puestas las manos, rogándome que por amor de Dios le perdonase, y que él se determinaba de tenerme allí y darme de comer hasta que hubiese nabíos donde fuese a mi plazer, y echaba por rogador a mi compañero. Comenzó a puerta zerrada, que hazía frío, a ençender fuego, que estaba bien probeído de leña, y descalzarme y hazerme regalos. Yo le aseguré y dixe que le ponía por juez de la razón que yo tenía, y si podía darme livertad ¿por qué lo había de dexar? Y si quería venirse conmigo, le daría más que ganase en toda su vida. Allí estube y no le dexaba gastar ocho días, fasta que entraron las Carnestollendas, y los de la tierra que iban a cortar ropas y nos vían allí, como no salíamos de casa, començaron a murmurar y sospechar lo que era, y avisaron al sastre que se apartase de nuestra compañía si no quería que sus días fuesen pocos. Él les respondió que éramos muy buenos religiosos, y si no salíamos era porque habiendo dado al trabés el día de la gran fortuna, estábamos desnudos y mojados; no contentos con esto, vinieron, para más de veras tentar, los clérigos del pueblo, y como que venían a visitar, rogáronme que fuésemos el primer día de Quaresma a la iglesia ayudarles a los ofiçios. Yo respondí que era sacerdote y letrado, y quería hazerles este servicio al pueblo de confesarlos todos y dezir la misa mayor el día de Quaresma. Como me vieron hablar tan bien y tan osadamente su lengua, creyéronlo, y dixeron, porque era cosa de mucha ganancia lo que aquel día se ofresçe, que la misa no era menester, que allí estaba el cura, mas que el confesar, ellos lo açeptaban. Yo dixe que no quería sino todo, y la ganancia daría yo al cura. No aprobechó, que aún pensaban que le había de sisar, y rogáronme que confesase mucha jente del pueblo onrrada, aunque por tentar, creo que; yo conçedí lo que demandaban, y aquella noche el sastreçillo me dixo: Y'os prometo, si acertáis a confesarlos, la ganancia será bien grande; bien quisiera yo deshazer la rueda, aunque me paresçía que, según son de idiotas, lo supiera hazer. Y avisáronme que para el segundo día de Quaresma yo estubiese a punto para ello, y el primer día era de ayuno fasta la noche, que no se podía comer; y yo determiné que nos baxásemos con un pan a la mar y un pañizuelo de higos y nuezes, diziendo que íbamos a traer ostras para la noche, y teníamos muchos griegos que querían çenar con el padre confesor; y en la mar metíme entre unas peñas, y representándoseme dónde estaba y cómo y los trabajos pasados, no pude estar sin llorar, y de tal manera vino el ímpetu de las lágrimas a los ojos, que no las podía restañar, sino que paresçían dos fuentes: quedé el más consolado del mundo de puro desconsolado, y otro tanto creo hizo mi compañero, que entrambos nos escondimos a espulgarnos, que había razonables días que no lo habíamos hecho.

MATA.-  ¡Hi de puta, quál estaría la túnica que os trocó el otro a la ropa!

PEDRO.-  Esa yo no la espulgué, porque tenía tanta quantidad que no aprobechara matar un celemín. Los ojos tenía quebrados y deslumbrados de mirar si paresçía algún nabío donde me meter, como no fuese a Constantinopla, para huir de aquellas calumnias que la jente de aquel pueblo me traía. Como fuese tarde y no paresçía nada, fuímonos al pueblo que esperaban para çenar, con la determinaçión de por no ser descubierto confesar y hazer lo que me mandaran.

JUAN.-  ¡Buena conçiençia era esa! Mejor fuera descubriros que cometer tal error.

PEDRO.-  ¿No miráis la hipocresía española?

MATA.-  Ruin sea yo si no creo que lo hiziera mejor que vos. Yo al menos antes confesara veinte pueblos que bolver a Constantinopla; mas si después fuera sabido, era el peligro.

PEDRO.-  ¿Qué peligro? Tornaba a ser esclabo.

MATA.-  No digo sino por haber hecho aquello.

PEDRO.-  Siendo esclabo no estimara quantos griegos ni judíos había en lo que huello; antes si cojiera alguno dellos le moliera a palos y me saliera con ello, no me la fueran a pagar al otro mundo los que me descubrieran.

JUAN.-  Como no teníais ya más que perder, yo lo creo.

PEDRO.-  Hízolo Dios mejor, que çenamos bien, aunque de quaresma, temprano, y pusiéronme en cabezera de mesa para el bendeçir del comer y beber.

JUAN.-  ¿No es todo uno?

PEDRO.-  No, que primero se vendiçe la mesa; después cada uno que tiene de beber la primera vez dize con la copa en la mano: Eflogison eflogimene, Echad la vendiçión, padre vendito. Estonçes él comiença, entre tanto que el otro bebe, a deçir aquella su comun oraçión: Agios o Theos os, y otro tanto a quantos vebieren las primeras vezes, aunque haya mill de mesa.

MATA.-  Trabajo es. ¿Y si no hay fraire ni clérigo?

PEDRO.-  Ellos entre sí la jente bulgar, y aun quando el fraire o clérigo bebe, también echan los otros la vendiçión. Y acabada la çena vimos despuntar dos velas por detrás de una montaña y açercáronse, y eran dos nabíos cargados de trigo que venían a tomar allí bastimento para pasar adelante. Como yo los vi, Dios sabe lo que me holgué, y luego los patrones subieron al pueblo a comprar lo que les faltaba; y yo le hize al uno llamar en secreto, y preguntéle adonde iba. Díxome que a la isla de Metellín, a buscar nabes de veneçianos que venían a buscar trigo, y si no las hallaban allí, que pasarán al Chío. Pidíles de merçed que nos llebasen allá pagándoles su trabajo.

JUAN.-  ¿Eran christianos o turcos?

PEDRO.-  Christianos. ¡Oxalá fueran turcos! No querían, por más ruegos, hazerlo; porque quantos marineros hay tienen esta superstiçión, que todo el mundo no se lo desencalabazará, acá y allá en toda la mar: que quando lleban fraires o clérigos dentro el nabío, todas las fortunas son por ellos.

JUAN.-  Callad, no digáis eso.

PEDRO.-  Dios no me remedie si no es tan verdad como os lo digo; y no así como quiera, sino en toda la mar quan espaçiosa es; y aun en Barçelona ha menester más fabor un fraire para embarcarse que çient legos; y si es clérigo o fraire, sin que tenga fabor, así se puede ahorcar que no le llebarán si no los engaña con bestirse en ábito de soldado.

JUAN.-  La cosa más nueba oyo que jamás oí.

PEDRO.-  Preguntádselo a quantos han estado en la mar y saben destas cosas. Fue tanta la importunaçión y ruegos, que lo conçedió el uno, y díxome que me embarcase luego, porque se partirían a media noche. Yo compré de presto una sartaza de aquellos higos buenos, que pesaría media arroba, y obra de un çelemín de nuezes y pan; y en anocheçiendo baxámonos a la mar y embarcámonos, y a media noche començamos de caminar. Habiendo andado como tres leguas llegaron dos galeras de turcos, que iban en seguimiento de los nabíos, y mandaron amainar.

JUAN.-  ¿Qué es amainar?

PEDRO.-  Quitar las velas para que no camine más; y saltan dentro de nuestros nabíos, y prenden los patrones dellos y pónenlos al remo, y llebábannos a todos.

MATA.-  ¿Pues cómo o por qué? ¿No había amistad con los turcos?

PEDRO.-  Sí; pero había premática que nadie sacase trigo para llebar a vender, y para eso estaban aquellas dos galeras. Considerad lo que podía el pobre Pedro de Urdimalas sentir. Yo luego hize de las tripas coraçón, y como me vi cobré ánimo. Y en verdad que el capitán turco y muchos de los suyos me conosçían bien en Constantinopla, pero no en aquel hábito. Yo les dixe: Señores, yo conozco que estos pobres christianos han pecado contra el mandado de nuestro Gran Señor; pero, en fin, la pobreza inçita a los hombres muchas vezes a hazer lo que no deben. Obligados sois en vuestra ley a tener misericordia y no hazer mal a nadie. Bien tengo entendido que tomarnos a todos podéis líçitamente, y hazer lo que fuéredes servidos; pero también sé que, idos en Constantinopla, ningún intherese se os sigue, porque habéis de dar por quenta todo lo que los patrones confesaren que traían en sus nabíos, y la jente; de manera que solamente os habéis vosotros dello el hazer mal y pensar que el Gran Turco resçibe serviçio, y no por eso se le acuerda de vosotros. No sabéis en lo que os habéis de ver. Pidos por merçed que, dandos con qué hagáis un par de ropas de grana, los dexéis ir, y aquello os ganaréis, y tenernos heis a todos como vuestros esclabos. Respondiéme sabrosamente que por haberlo tan bien dicho determinaban dexarlos, pero que el dinero que daban era poco. Yo repliqué que no era sino muy mucho para ellos, pues daban lo que tenían todo y eran pobres. Yo lo hize: en fin por çinquenta ducados, que no pensaron los otros pobres se hiziera con mill, y soltáronnos y dexáronnos ir. Luego vinieron a mí los patrones entrambos, y me lo agradesçieron como era raçón.

MATA.-  ¡Mirad quánto haze hazer bien sin mirar a quién! Tan esclabos eran esos, si vos no os hallabais allí, como vos lo habíais sido.

PEDRO.-  Eso bien lo podéis creer.

JUAN.-  De allí adelante bien os trataran en sus nabíos.

PEDRO.-  Muy bien si durara; mas aína me dieran el pago si Dios no me tubiera de su mano.

MATA.-  ¿También deshizistes la amistad, como con los turcos y judíos solíais hazer?

PEDRO.-  Y aun más de beras, porque no hubiera sido la riña de palabra. Caminamos por nuestra mar adelante con razonable viento, y ya que estábamos junto a Metellín, donde iban, revolvió un viento contrario y dio con nosotros en la isla de Lemno, no con menor fortuna que la pasada. Tubieron consejo para ver cómo podrían salvar las vidas, que se veían ir todos a peresçer. Dixeron que si no echaban los fraires en la mar no çesarían jamás, porque no hallaban causa otra por donde se moviese semejante fortuna. Ya todos muy determinados de lo hazer, inspiró Dios en los patrones y dixeron: Por el bien que nos han hecho, mátelos Dios y no nosotros; ya no se excusa que no demos al trabés. Quando si Dios quisiere nos vamos de aquí, los dexaremos y no irán con nosotros; y en esto la mar echó fuera nuestros nabíos, y quiso Dios que no peligraron cosa ninguna, más de quedar en seco. La fortuna duró ocho días, en los quales, con mucho mayor frío, nos hizieron dormir fuera de los nabíos, y aun oxalá hubiera alguna mata a donde nos acojer o pan siquiera que comer. Esta isla es muy abundantíssima de pan y vino, y ganado; pero de árboles no, porque es toda páramo; no tiene en veinte leguas al derredor más de un olmo, que está junto a una fuente.

MATA.-  ¿Pues con qué se calientan?

PEDRO.-  Por mar traen la leña de otra parte, y los sarmientos que de las viñas tienen y algunas ailagas. El viento que hazía, çierço que acá llamáis, era terrible, ya que no se podía resistir, porque si no es un rimero de piedras que los pastores tenían hecho para ponerse detrás dellas, ninguna otra pared, árbol ni mata había allí. Hartos de pazer yerba, nos metíamos a espulgarnos, y labamos nuestras camisas y zaragüelles; y después de seco, quando fui por ello, vilo tan manchado como si no lo hubiera lavado, y no sabía qué pudiese ser, pues yo bien lo había fregado, y hallé que eran muchos millones de rebaños de piojos, que como no se había echado agua caliente, quando estaban las camisas mojadas no se paresçían, pero con el sol habían rebibido.

MATA.-  Grande crueldad era la de aquellos perros, que ansí se pueden llamar, y el trabajo de no comer sino yerba, no menor.

PEDRO.-  Quanto más que como era mes de hebrero había pocas y pequeñas, y como la hambre acusaba, comiendo de prisa y no advirtiendo, topaba con alguna que amargaba, otra que espinaba y otra que abrasaba la boca.

JUAN.-  ¿Pues no había pueblos en esa isla?

PEDRO.-  Si había más de treinta, a quatro leguas de distançia; pero no osaba apartarme de los nabíos, por saber quándo se iban, que las cosas de mar son inçiertas. Dentro de un instante se alza la mar, y se amansa; y quería probar a ver si usaran de misericordia; ya como la fortuna fue adelante, determinaron los patrones de irse al primer pueblo a borrachear, y nosotros fuímonos tras ellos, por comprar pan que comer. Y era tanto el frío que, con caminar medio corriendo y cargado, no sentía miembro de todo el cuerpo, y los ojos estaban que no los podía menear, quasi como paralítico. Llegados al pueblo, en la primera casa dél estaban borracheando muchos griegos en un desposorio, y como yo preguntase si hallaría por los dineros un poco de pan, ellos nos hizieron, movidos a compasión, sentar, y como era quaresma no tenían sino habas remojadas y pasas; y como vieron que no podía tomar el pan con las manos mandaron sacar a la mesa un poco de fuego, y al primer bocado que comí, luego el escanciador me dio una copa de agua ardiente, que aunque en mi vida lo había bebido, me supo tan bien que no fue menester más brasero, y quedé todo confortado.

MATA.-  ¿Aguardiente a comer? ¿a qué propósito?

PEDRO.-  Tan usado es en todas las comidas de conversaçión en Greçia y toda Turquía el beber dos o tres vezes, las primeras de aguaardiente, que lo llaman raqui, como acá vino blanco.

JUAN.-  ¿No los abrasa los hígados y boca?

PEDRO.-  No, porque lo tienen en costumbre, y tampoco es lo primero que es demasiado de fuerte, sino lo segundo que llaman.

JUAN.-  ¿Házenlo a falta de vino blanco?

PEDRO.-  No por çierto, que no falta malbasía y moscatel de Candía; antes tienen más blanco que tinto; sino porque la mayor honrra que en tales tiempos hay es el que primero se emborracha y se cae a la otra parte dormido; y como medio en ayunas, con los primeros bocados, veben el raqui, luego los comienza a derribar; y aun las mugeres turcas y griegas, quando entre sí hazen fiestas, luego anda por alto el raqui.

MATA.-  ¿Tan jente bebedora es la griega?

PEDRO.-  Como los alemanes y más. Salbo, que en esto difieren, que los alemanes beberán pocas vezes y un cangilón cada vez; mas los griegos, aunque beben mucho, comen muy poco y beben tras cada bocado con pequeñita taza. Podéis creer que de como el que escançia toma la copa en la mano, aunque no sean más de tres de mesa, hasta que se bayan, que no cesará la copa ni porná los pies en suelo aunque dure la comida dieçiséis horas, como suele.

MATA.-  ¿Que dieçiséis horas una sola comida? Pues aunque tubiesen todos los manjares que hay en el mundo bastaban tres.

PEDRO.-  Por no tener manjares muchos son largas, que si los tubiesen, presto se enhadarían. Con un platico de azitunas y un taraçón de pescado salado, crudo, entre diez, hay buena comida; y antes que se acabe beberán cada seis vezes; luego si hay huebos con cada sendos asados, tardándolos en comer dos horas, beberán otras tantas vezes.

MATA.-  ¿Pues en qué tardan tanto?

PEDRO.-  Como no va nadie tras ellos, y son tan habladores que con el huebo o la taza en la mano contará uno un quento y escucharán quatro.

MATA.-  ¿Parleros son al comer como vizcaínos?

PEDRO.-  Con mucha más criança, que esos parlan siempre a troche moche y ninguno calla, sino todos hablan; mas los griegos, en hablando uno, todos callan, y le están escuchando con tanta atençión que ternían por muy mala criança comer entre tanto; y no os marabilléis de dieçiséis horas, porque si es algo de arte el combite, será manteniendo tela dos días con sus noches; agora sacan un palmo de longaniza; de aquí a una hora hostrias, que es la cosa que más comen; tras éstas, un poco de hinojo cozido con garbanços o espinacas; de allí a quatro horas un pedaçillo de queso; luego sendas sardinas; si es día de carne, un poco de zezina cruda, y desta manera alargan el combite quanto quieren.

MATA.-  ¿Cómo pueden resistir?

PEDRO.-  Yos lo diré: uno duerme a este lado, otro a estotro; quando despiertan comen y levántanse; otros que van a mear o hazer de sus personas, y ansí anda la rueda y nunca para el golondrino.

MATA.-  ¿Qué llaman golondrino?

PEDRO.-  Unos barriles de estaño que en toda Greçia usan por jarros, hechos al torno, muy galanes, de dos asas, que se dan en dotes, y la que lleba quatro no es de las menos ricas.

MATA.-  ¿Qué fue del combite de la isla de Lemno?

PEDRO.-  El desposado luego me trajo empresentado un grande jarro de vino de una pipa que había començado y pan no faltaba; comí fasta que me harté y contéles el cómo había dado al trabés, y compré en el pueblo una dozena de panes; y dixe a mi compañero que nos volviésemos a estar junto a los nabíos aunque peresçiésemos de frío, porque si se iban sin nosotros no teníamos qué comer y en mill años no hallaríamos quien nos llebase. Partímonos a media noche, consolados con el comer y desconsolados de no haber, con el frío que hazía, donde meter la cabeza que se defendiese del aire, y metímonos junto a un arroyo que baxaba a la mar, algo hondo, de donde atalayábamos los nabíos quando aparejaban de irse. Como no çesaba la fortuna, los marineros, desesperados, determinaron de irse de allí, porque había nueba de cosarios, adonde la ventura los llebase, y començaron a sacar las ánchoras. Fuimos presto a que nos tomasen y echáronnos con el diablo. Yo començé de aprovecharme del ábito que traía, que hasta allí no lo había hecho.

JUAN.-  ¿Cómo aprobechar? ¿No habíais sido dos meses fraire?

PEDRO.-  Digo a ser importuno, y pidir por amor de Dios.

MATA.-  También las mata Pedro algunas vezes callando.

JUAN.-  Sí, que Hebro lleba la fama y Duero el agua.

PEDRO.-  Ya como no aprobechaba nada y se partían, dixe que no quería ir con ellos; pero por el bien que a los patrones había hecho les rogaba que m'escuchasen dos palabras. Respondieron que no había qué, porque ellos ya no iban al Chío, sino a buscar nabes de christianos de acá a quien vender su trigo, y que si fueran al Chío olgaran de llebarme. Tanto los importuné, que saltaron en un batel a ver qué secreto les quería dezir. Y tómolos detrás de un peñasco y digo: Señores, la causa porque no queréis que vaya con vosotros es por ser fraires; pues sabed que ni lo soy ni aun querría, sino somos dos españoles que venimos desta y desta manera; y para que lo creáis arremangué el hábito y mostréle el jubón y la camisa labrada de oro, que junta con las carnes traía, y unas muy buenas calzas negras que debaxo estos borçeguilazos traía. Y en lo que dezís que vais a buscar naos de christianos, eso mesmo busco yo. Hoy podéis redimir dos cautibos; mirad lo que hazéis. Enternescióseles algo el coraçón y dixeron: ¿Por qué no lo habíais dicho hasta agora? Díxeles que porque sabía que todos los griegos prendían los cautibos que se huían y no los querían encubrir. Tomáronme entonçes de buena gana y metiéronme en sus nabíos, y dixeron que no me descubriese a ningún marinero, y caminamos con tanta fortuna que me holgara de haberme quedado en tierra; porque començó a entrar tanta agua dentro, que no lo podíamos agotar. Llegamos en Metellín, en un puerto que llaman Sigre, adonde pensaban hallar naos, y como no hubiese ninguna, pasaron con toda su fortuna al Chío.

MATA.-  ¿No podían esperar en aquel puerto a que pasase la fortuna?

PEDRO.-  Había gran miedo de infinitos cosarios que por allí andan; y también la fortuna, aunque grande, era favorable en llebar hacia allá. A media noche fue Dios servido, con grandíssimo peligro, que llegamos en el Delfín, que es un muy buen puerto de la mesma isla del Chío, seguros de la mar, mas no de los cosarios, que hay más por allí que en todo el mundo, porque no hay pueblo que lo defienda, y de allí a la çibdad son siete leguas. Rogué a los patrones que nos echasen en tierra, y eché mano a la bolsa y diles obra de un ducado que bebiesen aquel día por amor de mí. Y no le queriendo tomar, les dixe que bien podían, porque ido yo a la çibdad sería más rico que ellos. Tomáronlo y abisáronme que, por quanto había tantos cosarios por allí que tenían emboscadas hechas en el bosque por donde yo había de ir, para cojer la jente que pasase, mirase mucho cómo iba. Yo fui por un camino orillas del mar, más escabroso y montañoso que en Monte Santo había visto, y de tanto peligro de los cosarios que había dos meses que de la çibdad nadie osaba ir por él; y aun os digo más, que cuando llegamos al pueblo todos nos dixeron que diésemos graçias á Dios por todos los peligros de que nos había sacado, y más por aquél, que era mayor y más çierto que todos, porque en más de un año no pasó nadie que no fuese muerto o preso.

MATA.-  ¿Y allí estabais en tierra de christianos seguros?

PEDRO.-  No mucho, porque aunque es de christianos, y los mejores que hay de aquí allá, cada día hay muchos turcos que contratan con ellos, y si fuesen conosçidos los cautivos que han huido, se los harán luego dar a sus patrones; porque en fin, aunque están por sí, son subjetos al turco y le dan parias cada un año.

JUAN.-  ¿A dónde cae esa isla?

PEDRO.-  Çien leguas más acá de Constantinopla y otras tantas de Chipre, y las mesmas del Cairo y Alexandría y Candía; a todas estas está en igual distancia, y çinquenta leguas de Rodas. Es escala de todas las nabes que van y vienen desde Siçilia, Esclabonia, Veneçia y Constantinopla al Cairo y Alexandría.

MATA.-  ¿Qué llamáis escala?

PEDRO.-  Que pasan por allí y son obligadas a pagar un tanto, y allí toman quanto bastimento han menester y compran y venden, que la çibdad es de muchos mercaderes.

JUAN.-  ¿Qué, tan grande es la isla?

PEDRO.-  Tiene treinta y seis leguas al derredor.

JUAN.-  ¿Cúya es?

PEDRO.-  Como Veneçia, es señoría por sí, y ríjese por siete señores que cada año son elegidos.

JUAN.-  ¿De qué naçión son?

PEDRO.-  Todos ginobeses, gentiles hombres que llaman, de casas las prinçipales de Génova, y hablan griego y italiano. Solía esta isla ser de Génoba en el tiempo que mandaban gran parte del mundo, y aun agora le conosçe esta superioridad, que la çibdad nombra estos siete señores y Génoba los confirma.

JUAN.-  ¿Hay más de una çibdad?

PEDRO.-  No; mas villas y pueblos más de çiento.

JUAN.-  ¿Qué tan grande es la çibdad?

PEDRO.-  De la mesma manera que Burgos, y más galana; no solamente la çibdad, pero toda la isla es un jardín, que tengo para mí ser un paraíso terrenal. Podrá prober a toda España de naranjas, y limón y çidras, y no ansí como quiera, sino que todo lo de la Vera de Plasençia y Balençia puede callar con ello. Entrando un día en un jardín os prometo que vi tantas caídas que de solas ellas podían cargar una nao, y ansí valen en Constantinopla y toda Turquía muy baratas por la grandíssima abundançia. La jente en sí está subjeta a la Iglesia romana; y entrado dentro, en el traje y usos, no diréis sino que estáis dentro de Génova; mas difieren en bondad, porque aunque los ginoveses son raçonable jente, éstos son la mejor y más caritativa que hay de aquí allá. Aunque saben que serían castigados y quiçás destruidos del turco por encubrir cautivos que se huyen, por estar la más cercana tierra de christianos, no los dexarán de acoxer y regalar, y dándoles bastimento neçesario los meten en una de las nabes que pasan para que vengan seguros. Tienen fuera de la çibdad un monasterio, que se llama Sancto Sidero, en el qual hay un fraire no más, y allí hazen que estén los que se huyen todos escondidos, y del público herario mantienen un hombre que tenga quenta de llebarles cada día pan y vino, carne, pescado y queso lo neçesario, y el que estando yo allí lo hazía se llamaba mastre Pedro el Bombardero.

JUAN.-  ¿Qué tributo pagan esos al Gran Turco?

PEDRO.-  Catorçe mill ducados le dan cada año, y están por suyos con tal que no pueda en toda la isla bibir ningún turco; sino como veneçianos, están amigos con todos, y resçiben á quantos pasan sin mirar quién sea, y tratan con todos.

JUAN.-  Estos dineros ¿cómo se pagan? ¿De algún repartimiento?

PEDRO.-  No, sino Dios los paga por ellos, sin que les cueste blanca.

MATA.-  ¿Cómo es eso?

PEDRO.-  Hay un pedazo de terreno que será quatro leguas escasas, donde se haze el almástica, y de allí salen cada año 15 ó 20 mill ducados para pagar sus tributos.

MATA.-  ¿Qué es almástica? ¿Cómo es?

JUAN.-  ¿Nunca habéis visto uno como ençienso, sino que es más blanco, que hay en las boticas?

PEDRO.-  Es una goma que llora el lentisco, como el pino termentina.

MATA.-  Pues desos acá hay hartos; mas no veo que se haga nada dellos, sino mondar los dientes.

PEDRO.-  También hay allá hartos, que no lo traen en lo que mucho se engrandesçe la potençia del Criador, que en solamente aquel pedaço que mira derecho a mediodía se haze, de tal manera que en toda la isla, aunque está llena de aquellos árboles, no hay señal della. Y más os digo, que si este árbol que trae almástica le quitan de aquí y le pasan dos pies más adelante o atrás de donde comiença el término de las quatro leguas, no traerá más señal de almástica; y al contrario, tomando un salvaje, que nunca la tubo, y trasplantándole allí dentro, la trae como los otros.

MATA.-  Increíble cosa me contáis.

PEDRO.-  Podéisla creer, como créis que Dios está en el çielo; porque lo he visto con estos ojos muy muchas vezes.

MATA.-  ¿Y cómo lo hazen?

PEDRO.-  El pueblo como por veredas es obligado a labrarlo y tener el suelo limpio como el ojo, porque quando lloran los árboles y cae no se ensuçie; todos los árboles están sajados y por allí sale, y ningún particular lo puede tomar para vender, so pena de la vida, sino la mesma Señoría lo mete en unas cajas y da con parte dello a Génoba y otra parte a Constantinopla; y tienen otra premática que no se puede vender cada caja, que ellos llaman, menos de çient ducados, sino que antes la derramen en la mar y la pierdan toda.

JUAN.-  ¿Pues no la hay en otra parte?

PEDRO.-  Agora no, ni se escribe que la haya habido, sino allí y en Egipto; mas agora no paresçe la otra, antes el Gran Señor ha procurado lo más del mundo en todas las partes de su imperio probar a poner los árboles sacados de allí, y jamás aprobecha.

JUAN.-  ¡Qué tiene de aprobechar, si en la mesma isla aún no basta fuera de aquel término!

MATA.-  ¿De qué sirbe?

PEDRO.-  De muchas cosas: en mediçina, y a muchos mandan los médicos mascarla para desflemar, y siempre se está junta, y por eso se llama almástica, porque masticar es mascar. Los turcos, como la tienen fresca, la usan mucho para limpiar los dientes, que los dexa blancos y limpios.

MATA.-  Ya la he visto; agora cayo en la quenta; un oidor, nuestro vezino, la mascaba cada día.

JUAN.-  Esa mesma es. ¿Y cómo llegastes en la çibdad? Seríais el bien venido.

PEDRO.-  Llegar me dexaron a la puerta, mas no entrar dentro.

MATA.-  ¿Por qué?

PEDRO.-  Por la grande diligençia que tienen de que los que vienen de parte donde hay pestilençia no comuniquen con ellos y se la peguen; y como yo no pude negar dónde venía, mandáronme ir a Sancto Sidero, y allí embió la Señoría uno de los siete que me preguntase quién era y qué quería; y como le conté el caso, díxome que m'estubiese quedo en aquel monasterio y allí se me sería dado recado de todo lo necesario; mas de una cosa me advertía de parte de la Señoría: que no saliese adonde fuese visto de algún turco; porque si me conosçían y me demandaban no podían dexar de darme, pues por un hombre no tenía de perderse toda la isla. Llamábase éste Nicolao Grimaldo.

JUAN.-  ¿Qué quiere deçir Grimaldo?

PEDRO.-  Es nombre de una casa de ginoveses antiguos. Hay tres casas principales en Chío: Muneses, Grimaldos, Garribaldos. Para aquella noche no faltó de çenar, porque mi compañero tenía allí un çirujano catalán pariente, que se llamaba mase Pedro, hombre valeroso ansí en su arte como por su persona, bien amigo de amigos, y, lo que mejor, tenía bien quisto en toda la çibdad. Yo rogué a uno de aquellos señores que me llamasen allí a uno de los del año pasado que la Señoría había embiado por embaxador a Constantinopla, para que le quería hablar, el qual a la hora vino.

JUAN.-  ¿Qué tanto es el monesterio de la çibdad?

PEDRO.-  Un tiro de vallesta; y conosçióme, aunque no a prima façie; porque estando yo en Constantinopla camarero de Çinán Baxá, todos los negoçiantes habían de entrar por mi mano; y como arriba dixe, procuraba siempre destar bien con todos, y quando venían negoçios de christianos yo me les afiçionaba, deseando que todos alcançasen lo que deseaban. Cada vez que aquel embaxador quería hablar con mi amo le hazía entrar. Allende desto, como yo era intérprete de todos los negoçios de christianos, llevaba una carta de la Señoría de Chío para Çinán Baxá, y no iba escrita con aquella criança y solemnidad que a tal persona se requería; y çiertamente, si yo la leyera como iba, él no negoçiara nada de lo que quería.

MATA.-  ¿Pues allá se mira en eso?

PEDRO.-  Mejor que acá. En el sobreescrito le llamaban capitán general, que es cosa que ellos estiman en poco, sino almirante de la mar, que en su lengua se dije beglerbei; tratábanle de señoría, y habíanle de llamar exçelencia; y esto de quatro en quatro palabras. Como yo vi la carta, con deseo que alcançasen lo que pidían, leíla a mi propósito, supliendo como yo sabía tan bien sus costumbres, de manera que quedó muy contento y hubo consejo conmigo de lo que había de hazer, y le hize despachar como quería, abisándole que otra vez usasen de más criança con aquellos Baxás; y él quedó con toda la obligagión posible, ansí por el buen despacho como por la brevedad del negoçiar; y como me vio y nos hablamos, fue a la çibdad y juntada la señoría les dixo quién yo era y lo que había hecho por ellos, y que me podrían llamar liberador de la patria, y como a tal me hiziesen el tratamiento. De tal manera lo cumplieron, que en 28 días que allí estube fui el más regalado de presentes de todo el mundo, tanto que no consentían que comiese otro pan sino rosquillas. Podía mantener 30 compañeros con lo que allí me sobraba. Mandaron también, para más me hazer fiesta, que los siete señores se repartiesen de manera que cada día uno fuese a estar conmigo en el monesterio a mantenerme conversaçión. Pues de damas, como era quaresma, que iban a las estaciones, tampoco faltó. Allí hallé un mercader que iba en Constantinopla, el qual llebaba comisión de un caballero de los prinçipales d'España para que me rescatase, y pidíle dineros y no me dio más de çinco escudos y otros tantos en ropa para vestirme a mí y a mi compañero.

MATA.-  ¿Pues qué bestidos hizistes con çinco escudos dos compañeros?

PEDRO.-  Buenos, a la marineresca; que claro es que no habían de hazerse de carmesí.

MATA.-  ¿Y en hábito de fraires os festejaban las damas?

PEDRO.-  Al principio sí; porque un día, el segundo que llegamos, yo estaba al sol tras una pared, y llegaron quatro señoras prinçipales en riqueza y hermosura, y como vieron a mi compañero, fueron a besarle la mano. Él, de vergüenza huyó y no se la dio, sino escondióse. Quedaron las señoras muy escandalizadas, y como yo las sentí, salí y vilas santiguándose. Preguntéles en griego que de qué se maravillaban. Dixo una no sé quasi, que no le alcançaba un huelgo a otro: «Estaba aquí un fraire y quisímosle vesar la mano y huyó; creemos que no debe de ser digno que se la besemos.» Digo: No se maravillen vuestras merçedes deso, que no es saçerdote; yo lo soy. En el punto que lo dixe, arremetieron a porfía sobre quál ganaría primero los perdones. Yo a todas se la di liberalmente, y a cada una echaba la vendiçión, con la qual pensaban ir sanctificadas, como lo contaron en la çibdad. Ya andaba el rumor que se habían escapado dos christianos en hábito de fraires y estaban en Sancto Sidero. Halláronse tan corridas, que fueron otro día allá, y quando yo salí a saludarlas y darles la mano, una llevaba un palillo con que me dio un golpe al tiempo que estendí la mano, y armóse grande conversaçión sobre que yo no tenía ojos de fraire; y ningún día faltaron de allí adelante que no fuesen a visitarme con mill presentes y a dançar. Al cabo de un mes partíase una nabe cargada de trigo, y el capitán della era çibdadano, y había también otros doçe christianos que se habían de los turcos rescatado, dellos huido, y mandóle la señoría que nos traxese allí hasta Siçilia, dándoles a todos bizcocho y queso, pero a mí no nada, sino mandaron al capitán que no solamente me diese su mesa, mas que me hiziese todos los regalos que pudiese, haziendo cuenta que traía a uno de los siete señores del Chío; y ansí me embarqué y fuimos a un pueblo de Troya, allí çerca, que se llama Smirne, de donde fue Omero, a acabar de cargar trigo la nabe para partirnos.

JUAN.-  ¿De Troia, la mesma de quien escriben los poetas?

PEDRO.-  De la mesma.

MATA.-  ¿Pues aún es biba la çibdad de Troya?

PEDRO.-  No había çibdad que se llamase Troya, sino todo un reino, como si dixésemos España o Françia; que la çibdad principal se llamaba el Ilio, y había otras muchas, entre las quales fui a ver una que se llama Pérgamo, de donde fue natural el Galeno, que está en pie y tiene dos mill vezinos; pedaços de edifiçios antiguos hay muchos; pueblos, muy muchos, pero no como Pérgamo, ni donde parezca rastro de lo pasado. Los turcos, quando ven edifiçios viejos, los llaman esqui Estambol, la vieja Constantinopla; y para los edifiçios que el Gran Turco haze en Constantinopla lleban toda quanta piedra hallan en estas antiguallas.

JUAN.-  ¿Era buena tierra aquella?

PEDRO.-  Una de las muy buenas que he visto, abundosa de pan, vino, carne y ganado, y lo que demás quisiéredes.

JUAN.-  ¿Y qué, aquella es la çibdad de Troya?

PEDRO.-  Todo lo demás que oyéredes es fábula.

MATA.-  ¿No deçían que tenía tantas leguas de çerco?

PEDRO.-  Es verdad que Troya tiene más de çient leguas de çerco; ¿mas en qué seso cabe que había de haber çibdad que tubiese esto? Solamente el Ileo era la más populosa çibdad y cabeza del reino, y cae en la Asia Menor, y Abido es una çibdad de Troya que la batía la mar, enfrente de Sexto.

MATA.-  En fin, eso lleba camino, y hase de dar crédito al que lo ha visto, y no a poetas que se traen el nombre consigo. Y, porque viene a propósito, quiero preguntar de Athenas si la vistes.

PEDRO.-  Muy bien.

MATA.-  ¿Y es como dezían o como Troya? ¿0 no hay agora nada?

PEDRO.-  La çibdad está en pie, no como solía, sino como Pérgamo; de hasta dos mill casas, mas labradas no a la antigua, sino pobremente, como a la morisca.

JUAN.-  ¿Y hay todavía escuelas?

PEDRO.-  Ni en Athenas ni en toda Greçia hay escuela ni rastro de haber habido letras entre los griegos, sino la jente más bárbara que pienso haber habido en el mundo. El más prudente de todos es como el menos de tierra de Sayago. La mayor escuela que hay es como acá los sacristanes de las aldeas, que enseñan leer y dos nominatibos; ansí, los clérigos que tienen iglesia, tienen encomendados muchachos que, después que les han enseñado un poco leer y escribir, les muestran quatro palabras de gramática griega y no más, porque tampoco ellos lo saben.

MATA.-  ¿Hay alguna diferençia entre griego y gramática griega?

PEDRO.-  Griego es su propia lengua que hablan comúnmente, y gramática es su latín griego, como lo que está en los libros.

JUAN.-  ¿Hay mucha diferençia entre lo uno y lo otro?

PEDRO.-  Como entre la lengua italiana y la latina. En el tiempo del floresçer de los romanos la lengua común que en toda Italia se hablaba era latina, y esa es la que Çiçerón sin estudiar supo y el vulgo todo de los romanos la hablaba. Vino después a barbariçarse y corromperse, y quedó ésta, que tiene los mesmos bocablos latinos, mas no es latina, y ansí solían llamarse los italianos latinos. En el tiempo de Demósthenes y Eschines, Homero y Galeno y Platón y los demás, en Greçia se hablaba el buen griego, y después vino a barbariçarse y corrompióse de tal manera que no la saben; y guardan los mesmos bocablos, salbo que no saben la gramática, sino que no adjetivan. En lo demás, sacados de dos docenas de bocablos bárbaros que ellos usan, todos los demás son griegos. Dirá el buen griego latino: blepo en aanthropon, veo un hombre; dirá el bulgar: blepo en antropo. Veis aquí los mesmos bocablos sin adjetivar.

JUAN.-  De manera que solamente en la congruidad del hablar difieren, que es la gramática. Pregunto: Uno que acá ha estudiado griego, como vos hizistes antes que os fueseis, ¿entenderse ha con los que hablan allá?

PEDRO.-  No es mala la pregunta. Sabed que no, ni él a ellos ni ellos a él; porque primeramente ellos no le entienden, por no saber gramática, y tampoco él sabe hablar, porque acá no se haze caso sino de entender los libros; ni éstos entenderán a los otros, porque como no adjetivan y mezclan algunos bocablos bárbaros, parésceles algarabía, y también como no tienen uso del hablar griego, acá no abundan de bocablos. Eso mesmo es en la italiana, que los latinos que desde acá ban, si no lo deprenden no lo entienden, no obstante que algunas palabras les son claras; ni los italianos que no han estudiado entienden sino qualque palabra latina. Bien es berdad que el que sabe el griego vulgar deprende más en un año que uno de nosotros en beinte porque ya se tiene la abundancia de bocablos en la cabeza, y no ha menester más de componerlos como han de destar. También el que sabe la gramática deprenderá más presto vulgar que el que no la sabe, por la costumbre que ya tiene de la pronunçiación. Yo por mí digo que sin estudiarla más de como fui de acá, por deprender la vulgar me hallé que cada vez que quiero hablar griego latín lo hago también como lo vulgar.

MATA.-  Debéis de saber tan poco de uno como de otro.

PEDRO.-  De todas las cosas sé poco; mas estad satisfecho que hay pocos en Greçia que hablen más elegante y cortesanamente su propia lengua que yo, ni aun mejor pronunçiada.

MATA.-  El pronunçiar es lo de menos.

PEDRO.-  No puedo dexar de daros a entender por solo eso la grandíssima falta que todos los bárbaros d'España tienen en lo que más haze al caso en todas las lenguas.

MATA.-  ¿Qué, el pronunçiar?

PEDRO.-  ¡Si vieseis los letrados que acá presumen, idos en Italia, donde es la poliçía del hablar, dar que reír a todos quantos hay, pronunçiando siempre n donde ha de haber m, b por u y u por b, comiéndose siempre las postreras letras! Ninguna cosa hay en que más se manifieste la barbarie y poco saber que en el pronunçiar, de lo qual los padres tienen grandíssima culpa y los maestros más. Veréis el italiano deçir quatro palabras de latín grosero tam bien dichas que aunque el español hable como Çiçerón paresçe todo caçefatones; en respecto dél más valen quatro palabras bien sabidas que quanto supo Salomón mal savido. Una cosa quiero que sepáis de mí, como de quien sabe seis lenguas, que ninguna cosa hay para entender las lenguas y ser entendido más neçesaria y que más importe que la pronunçiaçión, porque en todas las lenguas hay bocablos que pronunçiados de una manera tienen una significaçión y de otra manera otra, y si queréis dezir çesta, diréis vallesta. Tome uno de vosotros en la cabeza seis bocablos griegos, mal pronunçiados, y pregúnteselos a un griego qué quieren deçir, y verá que no le entiende. La mayor dificultad que para la lengua griega tube fue el olvidar la mala pronunçiaçión que de acá llebé, y sabía hablar elegantemente y no me entendían; después, hablando grosero y bien pronunçiado, era entendido. Hay en ello otra cosa que más importa y es que si pasando por un reino sabiendo aquella lengua queréis pasar como hombre del reino, a dos palabras, aunque sepáis muy bien la lengua, sois tomado con el hurto en las manos. Estos son primores que no se habían de tratar con jente como vosotros, que nunca supo salir detrás los tiçones, mas yo querría que salieseis y veríais.

MATA.-  Yo me doy por vençido en eso que deçís todo, sin salir, porque a tan clara razón no hay qué replicar.

PEDRO.-  Si las primeras palabras que a uno enseñan de latín o griego se las hiziesen pronunçiar bien sin que supiese más hasta que aquellas pronunçiase, todos sabrían lo que saben bien sabido; pero tienen una buena cosa los maestros de España: que no quieren que los disçípulos sean menos asnos que ellos, y los disçípulos también tienen otra: que se contentan con saber tanto como sus maestros y no ser mayores asnos que ellos; y con esto se conçierta muy bien la música barbaresca.

JUAN.-  Questión es y muy antigua, prinçipalmente en España, que tenéis los médicos contra nosotros los theólogos, quereros hazer que sabéis más philosofía y latín y griego que nosotros. Cosas son por çierto que poco nos importan. Porque sabemos lógica; latín y griego demasiadamente ¿para qué?

PEDRO.-  En eso yo conçedo que tenéis mucha raçón, porque para entender los libros en que estudiáis poca neçesidad hay de letras humanas.

JUAN.-  ¿Qué libros? ¿Sancto Thomás, Escoto y esos Gabrieles y todos los más escolásticos? ¿Paresçeos mala theología la désos?

PEDRO.-  No por cierto, sino muy sancta y buena; pero mucho me contenta a mí la de Christo, que es el Testamento Nuebo, y en fin, lo positibo, prinçipalmente para predicadores.

JUAN.-  ¿Y esos no lo saben?

PEDRO.-  No sé; al menos no lo muestran en los púlpitos.

JUAN.-  ¿Cómo lo veis vos?

PEDRO.-  Soy contento de deçirlo: todos los sermones que en España se tratan, que aquí está Mátalas Callando que no me dexará mentir, son tan escolásticos que otro en los púlpitos no oiréis sino Sancto Thomás dice esto. En la distinctión 143, en la questión 26, en el artículo 62, en la responsión a tal réplica. Escoto tiene por opinión en tal y tal questión que no. Alexandro de Ales, Nicolao de Lira, Juanes Maioris, Gayetano, diçen lo otro y lo otro, que son cosas de que el vulgo gusta poco, y creo que menos los que más piensan que entienden.

JUAN.-  ¿Pues qué querríais vos?

PEDRO.-  Que no se traxese allí otra doctrina sino el Evangelio, y un Chrisóstomo, Agustino, Ambrosio, Gerónimo, que sobrello escriben; y esotro déxenselo para los estudiantes quando oyen lectiones.

MATA.-  En eso yo soy del vando de Pedro de Urdimalas, que los sermones todos son como él diçe y tiene raçón.

JUAN.-  ¿Luego por tan bobos tenéis vos a los theólogos de España, que no tienen ya olvidado de puro sabido el Testamento Nuebo y quantos expositores tiene?

MATA.-  Olvidado, yo bien lo creo; no sé yo de qué es la causa.

PEDRO.-  Las capas de los theólogos que predican y nunca leyeron todos los Evangelistas plugiese a Dios que tubiese yo, que pienso que sería tan rico como el Rey, quanto más los expositores. ¿No acabastes agora de confesar que no era menester para la Theología Philosofía, latín ni griego?

MATA.-  Eso yo soy testigo.

PEDRO.-  ¿Pues cómo entenderéis a Chrisóstomo y Basilio, Gerónimo y Agustino?

JUAN.-  ¿Luego Sancto Thomás y Escoto no supieron Philosofía?

PEDRO.-  De la sancta mucha.

JUAN.-  No digo sino de la natural.

PEDRO.-  Désa no por çierto mucha, como por lo que escribieron della consta. Pues latín y griego, por los çerros de Úbeda.

JUAN.-  Ya començáis a hablar con pasión. Hablemos en otra cosa.

PEDRO.-  ¿No está claro que siguieron al comentador Aberroes y otros bárbaros que no alcançaron Philosofía, antes ensuçiaron todo el camino por donde la iban los otros a buscar?

MATA.-  ¿Qué es la causa porque yo he oído deçir que los médicos son mejores philósofos que los theólogos?

PEDRO.-  Porque los theólogos siempre van atados tanto a Aristótiles, que les paresçe como si dixesen: El Evangelio lo dize, y no cale irles contra lo que dixo Aristótiles, sin mirar si lleba camino, como si no hubiese dicho mill quentos de mentiras; mas los médicos siempre se van a viba quien vençe por saver la verdad. Quando Platón diçe mejor, refutan a Aristóteles; y quando Aristóteles, diçen libremente que Platón no supo lo que dixo. Deçid, por amor de mí, a un theólogo que Aristóteles en algún paso no sabe lo que diçe, y luego tomará piedras para tiraros; y si le preguntáis por qué es verdad ésto, responderá con su gran simpleza y menos saber, que porque lo dixo Aristóteles. ¡Mirad, por amor de mí, qué philosofía pueden saber!

JUAN.-  Ya yo hago como diçen orejas de mercader, porque me paresçe que jugáis dos al mohino. Acabemos de saver el viaje.

PEDRO.-  Soy dello contento, porque ya me paresçe que os vais corriendo. Acabada de cargar la nabe, fuimos en la isla del Samo, adonde nos tomó una tormenta y nos quedamos allí por tres días, que es del Chío veinte leguas, la qual es muy buena tierra, mas no está poblada.

JUAN.-  ¿Por qué? ¿Qué comíais allí?

PEDRO.-  Gallinas y ovejas comíamos, que hallábamos dentro. Desde el tiempo de Barbarroja començaron a padesçer mucho mal todos los que habitaban en muchas islas que hay por allí, que llaman del Arçipiélago, y hartos de padesçer tanto mal como aquel perro les hazía, dexaron las islas y fuéronse a poblar otras tierras, y como dexaron gallinas y ganados allí, hase ido multiplicando y está medio salvaje, y los que por allí pasan, saltando en tierra hallan bien qué cazar, y no penséis que son pocas las islas, que más he yo visto de çinquenta.

MATA.-  ¿Pues cúyas son esas abes y ganados?

PEDRO.-  De quien lo toma; ¿n'os digo que son despobladas habrá quinçe años?

JUAN.-  ¿Y no lo sabe eso el Gran Turco?

PEDRO.-  Sí; pero, ¿cómo pensáis que lo puede remediar? Algunas cosas habrá hecho Andrea de Oria que aunque las sepa el Emperador son menester disimular. De allí fuimos a Milo, otra isla, y de allí pasamos una canal entre Micolo y Tino, dos islas pobladas, y con un gran viento contrario no podimos en tres días pasar adelante a tomar tierra, y dimos al cabo con nosotros en la isla de Delo, que aunque es pequeña es de todos los escriptores muy çelebrada porque estaba allí el templo de Apolo, adonde concurría cada año toda la Greçia.

JUAN.-  ¿Esa es la isla de Delo? ¿Y hay agora algún rastro de edificio?

PEDRO.-  Más ha habido allí que en toda Greçia, y hoy en día aún hay infinitos mármoles que sacar y los lleba quien quiere, y antiguallas muchas se han hallado y hallan cada día. De allí fuimos a la isla de Sira, donde hay un buen pueblo, y vi las mugeres que no traen más largas las ropas que hasta las espinillas, y quando sienten que hay cosarios todas salen valerosamente con espadas, lanças y escudos, mejor que sus maridos, a defenderse y que no les lleben el ganado que anda paçiendo riberas del mar. Dimos con nosotros luego en Çirigo, y de ahí á Paris y Necsia, dos buenas islas, y pasamos a vista de Candía, y echamos ánchoras en Cabo de Santángelo, que llaman Puerto Coalla por la multitud de las codorniçes que los albaneses toman por allí, que se desembarcan quando van a tierras calientes y se embarcan para venir a criar acá. Luego nos engolfamos en el golfo de Veneçia, que llaman el Sino Adriático, con muy buen tiempo, y veníamos cazando, con mucho pasatiempo.

MATA.-  Tened puncto; ¿qué cazabais en el golfo?

PEDRO.-  Codorniçes, tórtolas, destos pájaros verdes y otras diferençias de abes, que se venían por la mar, siendo mes de abril, para criar acá.

MATA.-  Bien puede ello ser verdad; mas yo no creo que en medio del golpho puedan cazar otro sino mosquitos, ni aun tampoco creo que tengan tanto sentido las abes que una vez van que tornen a bolver acá.

PEDRO.-  No solamente volver podéis tener por muy aberiguado, mas aun a la mesma tierra y lugar donde había estado, y no es cosa de poetas ni historias, sino que por experiençia se ha visto en golondrinas y en otras muchas aves, que siendo domésticas les hazen una señal y las conosçen el año adelante venir a hazer nidos en las mesmas casas; pues de las codorniçes no queráis más testigo de que tres leguas de Nápoles hay una isla pequeña, que se diçe Crapi, y el obispo della no tiene de otra cosa quinientos escudos de renta sino del diezmo de las codorniçes que se toman al ir y venir, y no solamente he yo estado allí, pero las he cazado, y el obispo mesmo es mi amigo.

JUAN.-  Muchas vezes lo había oído y no lo creía, mas agora como si lo viese. También diçen que lleban quando pasan la mar alçada el ala por vela, para que, dándoles el viento allí, las llebe como nabíos.

PEDRO.-  La mayor parte del mar que ellas pasan es a buelo. Verdad es que quando se cansan se ponen ençima del agua, y siempre van gran multitud en compañía, y si hay fortunoso viento y están cansadas, alzan como dezís sus alas por vela; y de tal manera habéis de saber que es verdad, que la vela del nabío creo yo que fue inventada por eso, porque es de la mesma hechura; las que cazábamos era porque rebolviéndose una fortuna muy grande en medio el golfo, todas se acojían a la nao, queriendo más ser presas que muertas, y aunque no hubiese fortuna se meten dentro los nabíos para pasar descansadas; los marineros lleban unas cañas largas con un laçico al cabo con que las pescan, y van tan domésticas. Ende más, si hay fortuna que se dexarán tomar a manos; de golondrinas no se podían valer de noche los marineros, que se les asentaban sobre las orejas y nariçes, y cabeza y espaldas, que harto tenían que ojear como pulgas.

MATA.-  No es menos que desmentir a un hombre no creer lo que dice que el mesmo vio, y si hasta aquí no he creído algunas cosas ha sido por lo que nos habéis motejado con razón de nunca haber salido de comer bollos; y al prinçipio paresçen dificultosas las cosas no vistas, mas yo me subjeto a la razón. De aquel golfo ¿adónde fuistes a parar?

PEDRO.-  Adonde no queríamos; mal de nuestro grado, dimos al trabés con la fortuna, tan terrible qual nunca en la mar han visto marineros, un Juebes Sancto, que nunca se me olvidará, en una isla de veneçianos que se llama el Zante, la qual está junto a otra que llaman la Chefalonia, las quales divide una canal de mar de tres leguas en ancho.

MATA.-  ¡Oh pecador de mí! ¿Aún no son acabadas las fortunas?

JUAN.-  Quasi en todas esas partes cuenta Sant Lucas que peligró Sant Pablo en su peregrinaçión.

PEDRO.-  ¿Y el mesmo no confiesa haber dado tres vezes al trabés y sido açotado otras tantas? Pues yo he hado quatro y sido açotado sesenta, porque sepáis la obligaçión en que estoy a ser bueno y servir a Dios. Ayudáronnos otras tres nabes a sacar la nuestra, que quiso Dios que encalló en un arenal, y no se hiziese pedazos, y tubimos allí con gran regoçijo la Pasqua, y el segundo día nos partimos para Siçilia, que tardamos otros seis días con razonable tiempo, aunque fortunoso; pero aquello no es nada, que, en fin, en la mar no pueden faltar fortunas a cuantos andan dentro. Llegamos en el Faro de Meçina, donde está Çila y Caribdi, que es un mal paso y de tanto peligro que ninguno, por buen marinero que sea, se atrebe a pasar sin tomar un piloto de la mesma tierra, que no viben de otro sino de aquello.

JUAN.-  ¿Qué cosa es Faro?

PEDRO.-  Una canal de mar de tres leguas de ancho que divide a Siçilia de Calabria, llena de remolinos tan diabólicos que se sorben los nabíos, y tiene éste una cosa más que otras canales: que la corriente del agua una va a una parte y otra a otra, que no hay quien le tome el tino, y Çila es un codo que haze junto a la çibdad la tierra, el qual, por huir de otro codo que haze a la parte de Calabria, como las corrientes son contrarias, dan al trabés y se pierden los nabíos.

JUAN.-  ¿Y las otras canales no son también ansí?

PEDRO.-  No, porque todas las otras, aunque tienen corriente, no es diferente, sino toda a un lado. ¿No os espantaría si vieseis un río que la mitad dél, cortándole a la larga, corra hazia bajo y el otro haçia riba?

MATA.-  ¿Eso es lo de Çilla y Caribdin?

PEDRO.-  Eso mesmo.

JUAN.-  Espantosa cosa es y digna que todos fuesen a verla solamente. Díçese de Aristótiles que por sólo verla fue de Athenas allá.

MATA.-  ¿Qué tanto hay?

PEDRO.-  No es mucho; serán trescientas leguas.

MATA.-  A mí me paresçe que iría quinientas por ver la menor cosa de las que vos habéis visto, si tubiese seguridad de las galeras de turcos.



ArribaAbajoCapítulo XIII

A través de Italia


JUAN.-  Llegados ya en salvamento en Siçilia ¿grande contentamento temíais por ver que ya no había más peligros que pasar?

PEDRO.-  ¿Cómo no? El mayor y más venturoso estáis por oír. En todas las çibdades de Siçilia tienen puestos guardianes, que llaman de la sanidad, y más en Meçina, donde yo llegué; para que todos los que vienen de Levante, adonde nunca falta pestilençia, sean defendidos con sus mercançías entrar en poblado, para que no se pegue la pestilençia que diçen que traen; y éstos, quando viene alguna nabe, van luego a ella y les ponen grandes penas de parte del Virrey que no se desembarque nadie; si tiene de pasar adelante embía por terçera persona a comprar lo que ha menester, y vase. Si quiere descargar allí el trigo, algodón o cueros que comúnmente traen, habida liçençia que descargue, lo tiene de poner todo en el campo, para que se oree y exhale algún mal humor si trae, y todas las personas ni más ni menos.

MATA.-  Cosa me paresçe esa muy bien hecha, y en que mucho serviçio hazen los governadores a Dios y al Rey.

PEDRO.-  Muchas cosas hay en que se sirviría Dios y la república si fuesen con buen fin ordenadas; mas quando se hazen para malo, poco meresçen en ello. No hay nabe que no le cueste esto que digo quatroçientos ducados, que podrá ser que no gane otros tantos.

JUAN.-  Pues ¿en qué?

PEDRO.-  En las guardas que tiene sobre sí para que no comuniquen con los de la tierra.

MATA.-  ¿Y esas no las paga la mesma çibdad?

PEDRO.-  No, sino el que es guardado.

MATA.-  Pues ¿en qué ley cabe que pague yo dineros porque se guarden de mí? ¿Qué se me da a mí que se mueran ni biban?

PEDRO.-  Ahí podréis ver lo que yo os digo. ¿Ha visto ninguno de bosotros buena fruta de sombrío donde nunca alcança el sol?

MATA.-  Yo no.

JUAN.-  Ni yo tampoco.

PEDRO.-  Pues menos veréis justicia recta ni que tenga sabor de justiçia donde no está el Rey; porque si me tengo de ir a quexar de un agrabio 500 leguas, gastaré doblado que el principal, y ansí es mejor perder lo menos. Ante todas cosas tiene de pagar cada día ocho reales a ocho moros que rebuelban la mercançía y la descarguen.

MATA.-  ¿Para qué la han de rebolver?

PEDRO.-  Para que se oree mejor y no quede escondida la landre entre medias. Tras esto otros dos guardianes, que les hagan hazerlo, a dos reales cada día, que son cuatro, y un escudo cada día a la guarda mayor, que sirbe de mirar si todos los demás hazen su ofiçio.

JUAN.-  ¿Y quántos días tiene esa costa hasta que le den Iiçençia que entre en la çibdad?

PEDRO.-  El que menos ochenta, si trae algodón o cueros; si trigo, la mitad.

MATA.-  Bien empleado es eso en ellos, porque no gastan quanto tienen en informar al Rey dello.

PEDRO.-  También quiero que sepáis que no es mejor guardado el monumento de la Semana Sancta, con más chuzones, broqueles y guazamalletas, y aunque alguno quiera desembarcarse sin liçencia, éstos no le dexan. No teniendo yo mercançías, ni qué tomar de mí, no me querían dexar desembarcar, y el capitán de mi nao determinó venir a Nápoles con el trigo y otras tres nabes de compañía, y como yo había de venir a Napoles díxome que me venía bien haber hallado quien me traxese çient leguas más sin desembarcarme. Yo se lo agradesçí mucho, y comenzaron a sacar las ánchoras para nos partir. Pasó por junto a la nao un bergantín, y no sé qué se me antojó preguntarle de dónde venía. Respondió que de Nápoles. Dixele qué nueba había. Respondió que diez y nuebe fustas de turcos andaban por la costa. Como soy razonable marinero, dixe al capitán que dónde quería partirse con aquella nueba tan mala. Díxome que donde había quatro nabes juntas qué había que temer. Conosçiendo yo que los rogoçeses, veneçianos y ginoveses valían poco para la batalla, y que necesariamente, si nos topaban, éramos presos, hize como que se me había olvidado de negoçiar, una cosa que mucho importaba en la çibdad, y pídile de merçed, sobre todas las que me había hecho, que me diese un batel de la nabe para ir en tierra a encomendar a aquéllos que guardaban que nadie se desembarcase que los negoçiasen por mí, y que luego en la hora me bolvería sin poner el pie en tierra.

MATA.-  ¿Qué cosa es batel, que muchas veces he oído nombrar?

PEDRO.-  Como la nabe y la galera son tan grandes, no pueden estar sino adonde hay mucho hondo, y quando quieren saltar en tierra, en ninguna manera puede açercarse tanto que llegue adonde haya tierra firme, y por eso cada nabío grande trae dos barcas pequeñas dentro, la una mayor que la otra, con las quales quando están gerca de tierra ban y vienen a lo que han menester, y éstas se llaman bateles. Fue tanta la importunaçión que yo tube porque me diese el batel, que aunque çierto le venía muy a trasmano, lo hubo de hazer con condiçión que yo no me detubiese. Sería un tiro de arcabuz de donde la nao estaba a tierra, y dixe a mi compañero y a otros dos que habían sido cautibos que se metiesen conmigo dentro el batel, y caminamos; quando yo me vi tres pasos de tierra no curé de aguardar que nos açercásemos más, sino doy un salto en la mar y luego los otros tras mí; quando las guardias me vieron, vienen luego con sus lançones a que no me desembarcase sin liçençia, y quisieron hazerme tornar a embarcar por fuerça. Yo dixe a los marineros que se fuesen a su nabe y dixesen al capitán que le vesaba las manos, y por çierto impedimento no podía por el presente partirme, que en Nápoles nos veríamos; como tanto porfiaban las guardas fue menester hazerles fieros, y dezir que aunque les pesase habíamos d'estar allí. Fueron presto a llamar los jurados, que son los que goviernan la çibdad, y vinieron los más enojados del mundo, y quando yo los vi tan soberbios, determiné de hablarles con mucho ánimo; y en preguntando que quién me habla dado liçençia para desembarcarme, respondí que yo me la había tomado, que siendo tierra del Emperador y yo su vasallo, podía estar en ella tan bien como todos ellos. Donosa cosa, digo, es que si yo tengo en esta çibdad algo que negoçiar, que no lo pueda hazer sino irme a Nápoles y dexarlo. Dixeron que estaban por hazerme luego ahorcar. Yo les dixe que podían muy bien, mas que sus cabezas guardarían las nuestras; fuéronse gruñendo, y mandaron que so pena de la vida no saliésemos de tanto espaçio como dos eras de trillar, hasta que fuese por ellos mandada otra cosa, y ansí estube allí junto a los otros que tenían sus mercaderías en el campo, con muy mayor guarda y más mala vida y más hambre que en todo el cautiberio.

MATA.-  ¿Quántos días?

PEDRO.-  Veinte y ocho.

JUAN.-  ¿Y en qué dormíais?

PEDRO.-  Dos cueros de vaca de aquellos que tenían los mercaderes me sirvieron todo este tiempo de cama y casa, puestos como cueba, de suerte que no podía estar dentro más de hasta la çintura, dexando lo demás fuera al sol y al aire.

MATA.-  ¿Pues la çibdad, siquiera por lismosna, no os daba de comer?

PEDRO.-  Maldita la cosa, sino que padesçí más hambre que en Turquía; y para más encubrir su bellaquería, a quantos traían cartas que dar en Meçina, se las tomaban y las abrían, y quitándoles el hilo con que venían atadas y tendiéndolas en tierra roçiábanlas con vinagre diçiendo que con aquello se les quitaba todo el veneno que traían, y la mayor vellaquería de todas era que a los que no tenían mercadurías y eran pobres solíanles dar liçençia dentro de ocho días; pero a mí, por respecto que los mercaderes no se quexasen diçiendo que por pobre me dexaban y a ellos por ricos los detenían más tiempo, me hizieron estar como a ellos y cada día me hazían labar en la mar el capote y camisa y a mí mesmo.

JUAN.-  Si queríais traer algo del pueblo, ¿no había quien lo hiziese?

PEDRO.-  Aquellos guardianes lo hazían mal y por mal cabo, sisando como yo solía.

MATA.-  ¿Qué os guardaban esos?

PEDRO.-  ¿No tengo dicho que no se juntase nadie conmigo a hablar? Si me venía algún amigo de la çibdad a ver, no le dexaban por espaçio de doce pasos llegar a mí, sino a bozes le saludaba y él a mí.

JUAN.-  ¿De modo que no podía haber secreto?

PEDRO.-  Y las mesmas guardas tampoco se juntaban a mí, sino tiraba el real como quien tira una piedra y deçíale a boçes: traedme esto y esto. El terçero día que estaba en esta miseria, que voy a la mayor de todas las venturas, vino a mi un hermano del capitán de la nabe en que había yo venido, y díxome: Habéis habido buena ventura. Dígole: ¿Cómo? Diçe: Porque las fustas de los turcos han tomado la nabe y otras tres que iban con ella, y veis aquí esta carta que acabo de resçibir de mi hermano Rafael Justiniano, el capitán, que le probea luego mill ducados de rescate. Ya podéis ver lo que yo sintiera.

MATA.-  Grande plaçer, por una parte, de veros fuera de aquel peligro, y pesar de ver presos a vuestros amigos, sabiendo el tratamiento que les habían de hazer.

JUAN.-  ¡Oh poderoso Dios, quán altos son tus secretos! Y, como dice Sant Pablo, tienes misericordia de quien quieres y enduresçes a quien quieres.

PEDRO.-  Sin Sant Pablo, lo dixo primero Christo a Nicodemus, aquel prínçipe de judíos: Spiritus ubi vult, spirat. Luego fue en el Chío y en Constantinopla la nueva de cómo yo era preso, que no dio poca fatiga y congoxa a mis amigos, según ellos me contaron quando vinieron.

JUAN.-  ¿Cómo supieron la nueba?

PEDRO.-  Como el capitán era de Chío y la nabe también, y me había metido a mí dentro, viendo tomada la nao, señal era que había yo de ser tomado también. ¿Quién había de imaginar que yo me había de quedar en Sililia sin tener que hazer y dejar de venir en la nabe que de tan buena gana y tan sin costa me traía?

MATA.-  ¿Después vinistes por mar a Nápoles?

PEDRO.-  No, sino por tierra. ¿Por tan asno me tenéis que habla por entonçes de tentar más a Dios?

JUAN.-  ¿Quántas leguas son?

PEDRO.-  Çiento, toda Calabria.

MATA.-  ¿A tal anda don Garçía o en la mula de los fraires?

PEDRO.-  No, sino a caballo con el percacho.

MATA.-  ¿No deçíais agora poco ha que no teníais blanca?

PEDRO.-  Fióme una señora, muger de un capitán que habla estado preso conmigo, que en llegando a Nápoles pagaría, porque allí tenía amigos.

MATA.-  ¿Qué es percacho?

PEDRO.-  La mejor cosa que se puede imaginar; un correo, no que va por la posta' l, sino por sus jornadas, y todos los viernes del mundo llega en Nápoles, y parte los martes y todos los viernes llega en Meçina.

MATA.-  ¿Çien leguas de ida y otras tantas de buelta haze por jornadas en ocho días?

PEDRO.-  No habéis de entender que es uno sino cuatro que se cruzan, y cada vez entra con treinta o quarenta caballos, y vezes hay que con çiento, porque aquella tierra es montañosa, toda llena de bosques y andan los salteadores de çiento en çiento, que allá llaman fuera exidos 12, como si acá dixésemos encartados o rebeldes al rey; y este percacho da cabalgaduras a todos quantos fueren con él por seis escudos cada una, en estas çient leguas, y van con éste seguros de los fuera exidos.

JUAN.-  Y si los roban percachoy todo, ¿qué seguridad tienen?

PEDRO.-  El pueblo más çercano adonde los roban es obligado a pagar todos los daños, aunque sean de gran quantía.

JUAN.-  ¿Qué culpa tiene?

PEDRO.-  Es obligado cada pueblo a tener limpio y muy guardado su término dellos, que muchos son de los mesmos pueblos; y porque saben que sus parientes, mujeres y hijos lo tienen de pagar no se atreben a robar el percacho, y si esto no hiziesen ansí, no sería posible poder hombre ir por aquel camino.

MATA.-  ¿Qué dan a esos percachos porque tengan ese oficio?

PEDRO.-  Antes él da mill ducados cada año porque se le dexen tener, que son derechos del correo mayor de Nápoles, el qual de solos percachos tiene un quento de renta.

JUAN.-  ¿Tan grande es la ganançia que se sufre arrendar?

PEDRO.-  De sólo el porte de las cartas saca los mill ducados, y es el quento que si no lleba porte la carta no hayáis miedo que os la den, si no dexársela en la posada.

JUAN.-  Grande trabajo será andar a dar tantas cartas en una çibdad como Nápoles o Roma.

PEDRO.-  El mayor descanso del mundo, porque se haze con gran orden, y todas las cosas bien ordenadas son fáçiles de hazer; en la posada tiene un escribano que toma todos los nombres de los sobreescritos para quien vienen cartas, y pónelos por minuta, y en cada carta pone una suma de guarismo, por su orden, y pónelas todas en un cajón hecho aposta como barajas de naipes, y el que quiera saber si tiene cartas mira en la minuta que está allí colgada y hallará: Fulano, con tanto de porte, a tal número, y va al escribano y díçele: Dadme una carta. Pregúntale: ¿A quántas está? Luego diçe: A tantas; y en el mesmo puncto la halla.

MATA.-  En fin, acá todos somos bestias, y en todas las habilidades nos exçeden todas las naciones extranjeras; ¡dadme, por amor de mí, en España, toda quan grande es, una cosa tan bien ordenada!

PEDRO.-  No hay caballero ni señor ninguno que no se preçie de ir con el percacho, y a todos los que quieren haze la costa, porque no tengan cuidado de cosa ninguna más de cabalgar y apearse, y no les lleba mucho, y dales bien de comer.

JUAN.-  ¿Y solamente es eso en Calabria?

PEDRO.-  En toda Italia, de Nápoles a Roma, de Génoba a Veneçia, de Florençia a Roma, toda la Apulla y quanto más quisiéredes.

JUAN.-  ¿Deben de ser grandes los tratos de aquella tierra?

PEDRO.-  Sí son, pero también son grandes los de acá, y no lo hazen; la miseria de la tierra lo lleba, a mi paresçer, que no los tratos.

JUAN.-  ¿Mísera tierra os paresçe España?

PEDRO.-  Mucho en respecto de Italia; ¿parésçeos que podría mantener tantos exércitos como mantiene Italia? Si seis meses andubiesen çinquenta mill hombres dentro la asolarían, que no quedase en ella hanega de pan ni cántaro de vino, y con esto me paresçe que nos vamos a acostar, que tañen los fraires a media noche, y no menos cansado me hallo de haberos contado mi viaje que de haberle andado.

JUAN.-  ¡O, pecador de mí! ¿Y a medio tiempo os queréis quedar como esgrimidor?

PEDRO.-  Pues, señores, ya yo estaba en libertad, en Nápoles. ¿Qué más queréis?

MATA.-  Yo entiendo a Juan de Voto a Dios; quiere saber lo que hay de Nápoles aquí para no ser cojido en mentira, pues el propósito a que se ha contado el viaje es para ese efecto, después de la grande consolaçión que hemos tenido con saberlo; gentil cosa sería que dixese haber estado en Turquía y Judea y no supiese por dónde van allá y el camino de enmedio; diríanle todos con razón que había dado salto de un estremo a otro, sin pasar por el medio, por alguna negromançia o diabólica arte que tienen todos por imposible; a lo menos conviene que de todas esas çibdades prinçipales que hay en el camino hasta acá digáis algunas particularidades comunes, entretanto que se escalienta la cama para que os vais a reposar, y yo quiero el primero sacaros a barrera. ¿Qué cosa es Nápoles? ¿Qué tan grande es? ¿Quántos castillos tiene? ¿Hay en ella muchas damas? ¿Cómo habéis prosiguido el viaje hasta allí? ¡Llebadle al cabo!

PEDRO.-  Con que me déis del codo de rato en rato, soy dello contento.

MATA.-  ¿Tanto pensáis mentir?

PEDRO.-  No lo digo sino porque me carga el sueño; hallé muchos amigos y señores en Nápoles, que me hizieron muchas merçedes, y allí descansé, aunque caí malo, siete meses; y no tenía poca neçesidad dello, según venía de fatigado; es una muy gentil çibdad, como Sevilla del tamaño, probeída de todas las cosas que quisiéredes, y en buen preçio; tiene muy grande caballería y más prinçipes que hay en toda Italia.

MATA.-  ¿Quiénes son?

PEDRO.-  Los que comúnmente están ahí que tienen casas, son: el prínçipe de Salerno, el príncipe de Vesiñano, el prínçipe d'Estillano, el prínçipe de Salmona, y muchos duques y condes; ¿para qué es menester tanta particularidad? tres castillos prinçipales hay en la çibdad: Castilnobo, uno de los mejores que hay en Italia, y San Telmo, que llaman Sant Martín, en lo alto de la çibdad, y el castillo del Ovo, dentro de la mesma mar, el más lejos de todos.

MATA.-  Antes que se nos olvide, no sea el mal de Gerusalem, ¿llega allí la mar?

PEDRO.-  Toda Nápoles está en la mesma ribera, y tiene gentil puerto, donde hay nabes y galeras, y llámase el muelle; los napolitanos son de la más pulida y diestra jente a caballo que hay entre todas las naçiones, y crían los mejores caballos, que lo de menos que les enseñan es hazer la reberençia y vailar; calles comunes, la plazuela del Olmo, la rúa Catalana, la Vicaría, el Chorillo.

MATA.-  ¿Es de ahí lo que llaman soldados chorilleros?

PEDRO.-  Deso mesmo; que es como acá llamáis los bodegones, y hay muchos galanes que no quieren poner la vida al tablero, sino andarse de capitán en capitán a saver quándo pagan su jente para pasar una plaza y partir con ellos, y beber y borrachear por aquellos bodegones; y si los topáis en la calle tan bien vestidos y con tanta criança, os harán picar pensando que son algunos hombres de bien.

MATA.-  ¿Qué frutas hay las más mejores y comunes?

PEDRO.-  Melocotones, melones y moscateles, los mejores que hay de aquí a Hierusalem, y unas mançanas que llaman peraças, y esto creed que vale harto barato.

MATA.-  ¿Qué vinos?

PEDRO.-  Vino griego de la montaña de Soma, y latino y brusco, lágrima y raspada.

MATA.-  ¿Qué carnes?

PEDRO.-  Volatería hay poca, si no es codorniçes, que esas son en mucha quantidad, y tórtolas y otros pájaros; perdiçes pocas, y aquéllas a escudo; gallinas y capones y pollos harto barato.

MATA.-  ¿Hay carnero?

JUAN.-  ¡Oh, bien haya la madre que os parió, que tan bien me sacáis de vergüença en el preguntar, agora digo que os perdono quanto mal me habéis hecho y lo por hazer!

PEDRO.-  No es poca merced que os haze en eso.

MATA.-  Tampoco es muy grande.

PEDRO.-  ¿No? ¿Perdonar lo que está por hazer?

MATA.-  Con quantos con él se confiesan lo suele tener por costumbre hazer quando ve que se le siguirá algún intherese.

PEDRO.-  No puede dexar de quando en quando de dar una puntada.

JUAN.-  Ya está perdonado; diga lo que quisiere.

PEDRO.-  Pues desa manera, yo respondo que no solamente en Nápoles, pero en toda Italia no hay carnero bueno, sino en el sabor como acá carne de cabra; lo que en su lugar allá se come es ternera, que hay muy mucha y en buen preçio y boníssima.

MATA.-  ¿Pescados?

PEDRO.-  Hartos hay, aunque no de los de España, como son congrios, salmones, pescados seçiales; destos no se pueden haber, y son muy estimados si alguno los embía desde acá de presente; sedas valen en buen preçio, porque está çerca de Calabria, donde se haze más que en toda la christiandad, pero paño muy bueno y no muy caro, principalmente raja; de damas, es tierra mal proveída.

MATA.-  ¿Cómo? ¿No hay mugeres?

PEDRO.-  Hartas; pero las más feas que hay de aquí allá, y con esto podréis satisfaçer a todas las preguntas.

MATA.-  ¿Qué iglesias hay prinçipales?

PEDRO.-  Monte Oliveto, Santiago de los Españoles, Pie de Gruta, Sant Laurençio, y otras mil. De ahí vine en Roma, con propósito de holgarme allí medio año, y vila tan rebuelta que quinçe días me paresçió mucho, en los quales vi tanto como otro en seis años, porque no tenía otra cosa que hazer. Desta poco hay que deçir, porque un libro anda escrito que pone las maravillas de Roma. Un día de la Asçensión vi toda la sede apostólica en una proçessión.

MATA.-  ¿Vistes al Papa?

PEDRO.-  Sí, y a los cardenales.

MATA.-  ¿Cómo es el Papa?

PEDRO.-  Es de hechura de una çebolla, y los pies como cántaro. La más neçia pregunta del mundo; ¿cómo tiene de ser sino un hombre como los otros? Que primero fue cardenal y de allí le hizieron Papa. Sola esta particularidad sabed, que nunca sale sobre sus pies a ninguna parte, sino llébanle sobre los hombros, sentado en una silla.

MATA.-  ¿Qué hábito traen los cardenales?

PEDRO.-  En la proçessión unas capas de coro, de grana, y bonetes de lo mesmo. A palacio van en unas mulaças, llenas de chatones de plata; quando pasan por debajo del castillo de Sant Angel les toçan las cherimías, lo que no hazen a otro ningún obispo ni señor; fuera de la proçesión, por la çibdad, muchos traen capas y gorras, con sus espadas.

JUAN.-  ¿Todos los cardenales?

PEDRO.-  No, sino los que pueden servir damas, que los que no son para armas tomare estánse en casa; algunos van disfraçados dentro de un carro triumphial, donde van a pasear damas, de las quales hay muchas y muy hermosas, si las hay en Italia.

MATA.-  ¿De buena fama o de mala fama?

PEDRO.-  De buena fama hay muchas matronas en quien está toda la honestidad del mundo, aunque son como serafines; de las enamoradas, que llaman cortesanas, hay ¿qué tantas pensáis?

MATA.-  No sé.

PEDRO.-  Lo que estando yo allí vi por experiençia quiero deçir, y es que el Papa mandó haçer minuta de las que había, porque tiene de cada una un tanto, y hallóse que había treçe mill, y no me lo creáis a mí, sino preguntadlo a quantos han estado en Roma, y muchas de a diez ducados por noche, las quales tenían muchos negoçiantes echados al rincón de puros alcançados, y haçiendo mohatras, quando no podían simonías; yo vi a muchos arçidianos, deanes y priores, que acá había conosçido con mucho fausto de mulas y moços andar allá con una capa llana y gorra comiendo de prestado, sin moço ni haca medio corriendo por aquellas calles como andan acá los çitadores.

MATA.-  ¿Capa y gorra siendo dignidades?

PEDRO.-  Todos los clérigos, negoçiantes, si no es alguno que tenga largo que gastar, traen capa algo larga y gorra, y plugiese a Dios que no hiziesen otra peor cosa, que bien se les perdonaría.

JUAN.-  ¿De qué proçede que en habiendo estado uno algunos años en Roma luego biene cargado de calongías y deanazgos y curados?

PEDRO.-  Habéis tocado buen puncto; éstos que os digo, que, por gastar más de lo raçonable, andan perdidos y cambiando y recambiando dineros que paguen acá de sus rentas, toman allá de quien los tenga quinientos ducados o mil prestados, por hazerle buena obra, y como no hay ninguno que no tenga, juntamente con la dignidad, alguna calongía o curado anexo, por la buena obra resçibida del otro le da luego el regreso, y nunca más el acredor quiere sus dineros, sino que él se los haze de graçia, y quando los tubiere sobrados se los pagará.

JUAN.-  Esa, simonía es en mi tierra, encubierta.

MATA.-  ¡Oh el diablo! Aunque estotro quiera deçir las cosas con criança y buenas palabras, no le dexaréis.

PEDRO.-  ¿Pues pensabais que traían los benefiçios de amistad que tubiesen con el papa? Hagos saver que pocos de los que de acá van le hablan ni tienen trabaquentas con él.

JUAN.-  ¿Pues cómo consiente eso el papa?

PEDRO.-  ¿Qué tiene de hazer, si es mal informado? ¿Ya no responde: si sic est fiat? más de quatro que vos conosçéis, cuyos nombres no os diré, que tenían acá bien de comer, comerían allá si tubiesen, que yo pensaba que la galera era el infierno abreviado; pero mucho más semejante me paresçió Roma.

MATA.-  ¿Es tan grande como diçen, que tenía quatro leguas de çerco y siete montes dentro?

PEDRO.-  De çerco solía tener tanto, y hoy en día lo tiene; pero mucho más sin conparaçión es lo despoblado que lo poblado. Los montes es verdad que allí se están, donde hay agora huertas y jardines. Las cosas que, en suma hay, insignes son: primeramente, concurso de todas las naçiones del mundo; obispos de a quinçe en libra sin quento. Yo os prometo que en Roma y el reino de Nápoles que pasan de tres mill obispos de doçientos a ochoçientos ducados de renta.

MATA.-  ¿Esos tales serán de Sant Nicolás?

PEDRO.-  Y aun menos, a mi paresçer; porque si no durase tan poco, tanto es obispo de Sant Nicolás como cardenal al menos. Ruin sea yo si no está tan contento como el papa. Las estaçiones en Roma de las siete iglesias es cosa que nadie las dexa de andar, por los perdones que se ganan.

JUAN.-  ¿Quáles son?

PEDRO.-  Sant Pedro y Sant Pablo, Sant Juan de Letrán y Sant Sebastián, Sancta María Mayor, Sant Lorençio, Sancta Cruz. Bien es menester, quien las tiene de andar en un día, madrugar a almorçar, porque hay de una a otra dos leguas; al menos de Sant Juan de Letrán a Sant Sebastián.

JUAN.-  Calles, ¿quáles?

PEDRO.-  La calle del Pópulo, la plaza In agona, los Bancos, la Puente, el Palaçio Sacro, el castillo de Sant Angelo, al qual desde el Palaçio Sacro se puede ir por un secreto pasadiço.

MATA.-  ¿Es en Sant Pedro el palaçio?

PEDRO.-  Sí.

JUAN.-  Sumptuosa cosa será.

PEDRO.-  Soberbio es por çierto, ansí de edifiçios como de jardines y fuentes y plaças y todo lo neçesario, conforme a la dignidad de la persona que dentro se aposenta.

MATA.-  ¿Caros valdrán los bastimentos por la mucha jente?

PEDRO.-  Más caros que en Nápoles, pero no mucho.

MATA.-  ¿Tiene mar Roma o no? Esto nunca se ha de olvidar.

PEDRO.-  Çinco leguas de Roma está la mar, y pueden ir por el río Tíber abajo, que va a dar en la mar, en barcas y en vergantines, que allá llaman fragatas, en las quales traen todo lo neçesario a Roma.

JUAN.-  Cosa de grande magestad será ver aquellas audiençias. ¿Y la Rota?

PEDRO.-  No es más ni aun tanto que la Chançillería y el Consejo Real. Ansí, tienen sus salas donde oyen. De las cosas más insignes que hay en Roma que ver es una casa y güerta que llaman la Viña del papa Julio, en donde se ven todas las antiguallas prinçipales del tiempo de los romanos que se pueden ver en toda Roma, y una fuente que es cosa digna de ir de aquí allá a sólo verla; la casa y huerta son tales que yo no las sabré pintar, sino que al cabo de estar bobo mirándola no sé lo que me he visto; digo, no lo sé explicar. Bien tengo para mí que tiene más que ver que las siete marabillas del mundo juntas.

JUAN.-  ¿Qué tanto costaría?

PEDRO.-  Ochoçientos mill ducados, diçen los que mejor lo saben; pero a mí me paresçe que no se pudo hazer con un millón.

JUAN.-  ¿Y quién la goça?

PEDRO.-  Un pariente del Papa; pero el que mejor la goça es un casero, que no hay día que no gane más de un escudo a sólo mostrarla, sin lo que se le queda de los banquetes que los cardenales, señores y damas cada día hazen allí.

JUAN.-  Pues ¿cómo no la dexó al Pontificado una cosa tan admirable y de tanta costa? Más nombrada fuera si siempre tubiera al Papa por patrón.

PEDRO.-  No sé; más quiso faboresçer a sus parientes que a los ajenos.

MATA.-  ¿Si le había pesado de haberla hecho?

PEDRO.-  Bien podrá ser que sí.

MATA.-  ¡Quánto más triumphante entrara el día del Juiçio ese Papa con un carro, en el qual llebara detrás de sí çinquenta mill ánimas que hubiera sacado del cautiberio donde vos salís y otras tantas pobres huérfanas que hubiera casado, que no haber dexado un lugar adonde Dios sea muy ofendido con banquetear y borrachear y rufianar! Por eso me quieren todos mal, porque digo las verdades; estamos en una era que en diçiendo uno una cosa bien dicha o una verdad, luego le diçen que es satírico, que es maldiçiente, que es mal christiano; si diçe que quiere más oír una misa reçada que cantada, por no parlar en la iglesia, todo el mundo a una voz le tiene por ereje, que dexa de ir el domingo, sobre sus finados, a oír la misa mayor y tomar la paz y el pan bendito; y quien le preguntase agora al papa Julio por quánto no quisiera haber malgastado aquel millón, cómo respondería que por mil millones; y si le dexasen bolver acá, ¿cómo no dexaría piedra sobre piedra? ¿Qué más hay que ver, que se me escalienta la boca y no quiero más hablar?

PEDRO.-  El Coliseo, la casa de Vergilio y la torre donde estubo colgado; las termas y un hombre labrado de metal ençima de un caballo de lo mesmo, muy al bibo y muy antiguo, que diçen que libró la patria y prendió a un Rey que estaba sobre Roma y la tenía en mucho aprieto, y no quiso otro del Senado romano sino que le pusiesen allí aquella estatua por memoria. Casas hay muy buenas.

JUAN.-  El çelebrar del culto divino, ¿con mucho. más magestad será que acá y más sumptuosas iglesias?

PEDRO.-  Por lo que dixe de los obispos habíais de entender lo demás. No son, con mill partes, tan bien adornadas como acá; antes las hallaréis todas tan pobres que paresçen ospitales robados; los edifiçios, buenos son, pero mejores los hay acá. Sant Pedro de Roma se haze agora con las limosnas de España; pero yo no sé quándo se acabará, según ba el edifiçio.

JUAN.-  ¿Es allí donde diçen que pueden subir las bestias cargadas a lo alto de la obra?

PEDRO.-  Eso mesmo. En Sena hay buena iglesia y en Milán y Florençia, pero pobrísimas; los canónigos dellas como raçioneros de iglesias comunes de acá; pobres capellanes, más que acá.

JUAN.-  Con sólo eso basto a çerrar las bocas de quantos de Roma me quisieren preguntar.

PEDRO.-  Aunque sean cortesanos romanos, podréis hablar con ellos; y no se os olvide, si os preguntaren de la aguja que está a las espaldas de Sant Pedro, que es de una piedra sola y muy alta, que será como una casa bien alta, labrada como un pan de açúcar quadrado. Bodegones hay muy gentiles en toda Italia, adonde qualquier Señor de salba puede honestamente ir, y le darán el recado conforme a quien es. Tomé la posta y vine en Viterbo, donde no hay que ver más de que es una muy buena çibdad, y muy llana y grande. Hay una sancta en un monesterio que se llama Sancta Rosa, la qual muestran a todos los pasajeros que la quieren ver, y está toda entera; yo la vi, y las monjas dan unos cordones que han tocado al cuerpo santo, y diçen que aprobecha mucho a las mugeres para empreñarse y a las que están de parto para parir; hanles de dar algo de limosna por el cordón, que de eso biben.

MATA.-  ¿Y vos no traxiste alguno?

PEDRO.-  Un par me dieron, y diles un real, con lo que quedaron contentas; y díxeles: Señoras, yo llebo estos cordones porque no me tengáis por menos christiano que a los otros que los lleban; mas de una cosa estad satisfechas, que yo creo verdaderamente que basta para empreñar una muger más un hombre que quantos sanctos hay en el çielo, quanto más las sanctas. Escandaliçáronse algo, y tubimos un rato de palaçio. Dixéronme que paresçía bien español en la hipocresía. Yo les dixe que en verdad lo de menos que tenía era aquello, y yo no traía los cordones porque lo creyese, sino por haçerlo en creer acá quando viniese, y tener cosas que dar de las que mucho valen y poco cuestan.

JUAN.-  Pues para eso acá tenemos una çinta de Sant Juan de Ortega.

PEDRO.-  ¿Y paren las mugeres con ella?

JUAN.-  Muchas he visto que han parido.

MATA.-  Y yo muy muchas que han ido allá y nunca paren.

JUAN.-  Será por la poca deboçión que lleban esas tales.

MATA.-  No, sino porque no lleva camino que por ceñirse la çinta de un sancto se empreñen.

JUAN.-  Eso es mal dicho y ramo de eregía, que Dios es poderoso de hazer eso y mucho más.

MATA.-  Yo confieso que lo puede hazer, mas no creo que lo haze. ¿Es artículo de fe no lo creer? Si yo he visto sesenta mugeres que después de ceñida se quedan tan estériles como antes, ¿por qué lo he de creer?

JUAN.-  Porque lo creen los theólogos, que saben más que bos.

MATA.-  Eso será los theólogos como bos y los fraires de la mesma casa; pero asnadas que Pedro de Urdimalas, que sabe más dello que todos, que deso y sudar las imágenes poco crea; ¿qué deçís bos?

PEDRO.-  Yo digo que la çinta puede muy bien ser causa que la muger se empreñe si se la saben çeñir.

JUAN.-  Porfiará Mátalas Callando en su neçedad hasta el día del juicio.

MATA.-  ¿Cómo se ha de çeñir?

JUAN.-  ¿Cómo, sino con su estola el padre prior y con aquel debido acatamiento?

PEDRO.-  Desa manera poco aprobechará.

JUAN.-  ¿Pues cómo?

PEDRO.-  El fraire más moço, a solas en su çelda, y ella desnuda, que de otra manera yo soy de la opinión de Mátalas Callando.

JUAN.-  Como sea cosa de maliçias y ruindades, bien creo yo que os haréis presto a una.

PEDRO.-  Más presto nos aunaremos con vos en la hipocresía. Sabed también que en Biterbo se hazen muchas y muy buenas espuelas, más y mejores, y en mejor preçio que en toda Italia, y no pasa nadie que no traiga su par dellas; tiene también unos baños naturales muy buenos, adonde va mucha jente de Roma, aunque yo por mejores tengo los de Puçol, que es dos leguas de Nápoles, en donde hay grandíssimas antiguallas: allí está la Cueba de la Sibila Cumana y el Monte Miseno, y estufas naturales y la laguna Estigia, adonde si meten un perro le sacan muerto al paresçer, y metido en otra agua está bueno, y si un poco se detiene, no quedará sino los huesos mondos; y esto dígolo porque lo vi; sácase allí muy gran quantidad de açufre.

MATA.-  ¿Y eso se nos había pasado entre renglones siendo la cosa más de notar de todas? Pues agora se me acuerda, porque deçís de azufre, ¿qué cosa es un monte que diçen que echa llamas de fuego?

PEDRO.-  Eso es en Siçilia tres o quatro montes; el prinçipal se llama Mongibelo, muy alto, y tiene tanto calor que los nabíos que pasan por junto a él sienten el aire tan caliente que paresçe boca de horno, y una vez entre muchas salió dél tanto fuego que abrasó quanto había más de seis leguas al derredor. De allí traen estas piedras como esponjas, que llaman púmiçes, con que raspan el cuero. Hay otros dos que se llaman Estrómboli y Estrombolillo, y otro Bulcán, que los antiguos llamaban Ethna, donde deçían que estaban los cícoplas y gigantes..

JUAN.-  ¿Pues de los mesmos montes, de la concavidad de dentro, sale el fuego?

PEDRO.-  Perpetuamente están echando humo negro y centellas, como si se quemase algún grandíssimo horno de alcalleres y aquello diçen que es la boca del infierno.

MATA.-  ¿Qué ven dentro subiendo allá?

PEDRO.-  ¿Quién puede subir nunca? Nadie pudo, porque ya que van al medio camino, comiençan a hirmar en tierra quemada como çeniça, y más adelante pueden menos, por el calor grandíssimo, que cierto se abrasarían.

MATA.-  ¿Qué çibdades nombradas tiene Siçilia?

PEDRO.-  Palermo es de las más nombradas y con raçón, porque aunque no es grande, es más probeída de pan y vino y carne y volatería y toda caça que çibdad de Italia; Çaragoza también es buena çibdad, Trapana y Meçina.

JUAN.-  ¿Cae Veneçia haçia esa parte?

PEDRO.-  No; pero diremos della que es la más rica de Italia y la mayor y de mejores casas, y muchas damas; aunque la gente es algo apretada, en el gastar y comer son muy delicados; todo es çenar ellos y los florentines ensaladitas de flores y todas yerbeçitas, y si se halla varata una perdiz la comen o gallina; de otra manera, no.

MATA.-  ¿Es la que está armada sobre la mar?

PEDRO.-  La mesma.

MATA.-  ¿Qué, es posible aquello?

PEDRO.-  Es tan posible que no hay mayor çibdad ni mejor en Italia.

JUAN.-  ¿Pues cómo las edifican?

PEDRO.-  Habéis de saber que es mar muerta, que nunca se ensoberveze, como ésta de Laredo y Sevilla, y tampoco está tan hondo allí que no le hallen suelo. Fuera de la mar hazen unas cajas grandes a manera de arcas sin covertor, y quando más sosegada está la mar métenles dentro algunas piedras para que la hagan ir a fondo, y métenla derecha a plomo, y en tocando en tierra comiençan a toda furia a hinchirla de tierra o piedras o lo que se hallan, y queda firme para que sobre ella se edifique como çimientos de argamasa, y si me preguntáis cómo lo sé, preguntaldo a los que fueron cautibos de Çinán Baxá y Barbarroja, que nos hizieron trabajar en hinchir más de cada çient cajas para hacer sendos jardines que tienen, donde están enterrados, en la canal de Constantinopla, legua y media de la çibdad, y con ser la mar allí poco menos fuerte que la de Poniente, quedó tan perpetuo edifiçio como quantos hay en Veneçia.

JUAN.-  ¿Y qué tantas cajas ha menester para una casa?

PEDRO.-  Quan grande la quisiere tantas y más ha menester.

JUAN.-  ¿Grande gasto será?

PEDRO.-  Una casa de piedra y lodo no se puede acá haçer sin gasto; mas no cuesta más que de cal y canto y se tarda menos.

MATA.-  Y las calles ¿son de mar o tienen cajas?

PEDRO.-  Todo es mar, sino las casas, y adonde quiera que queráis ir os llebarán, por un dinero, en una barquita más limpia y entoldada que una cortina de cama; bien podéis si queréis ir por tierra, por unas cajas anchas que están a los lados de la calle, como si imaginaseis que por cada calle pasa un río, el qual de parte a parte no podéis atravesar sin barca; mas podéis ir río abajo y arriba por la orilla.

MATA.-  Admirable cosa es esa; ¿quién por poco dinero se querrá cansar?

JUAN.-  Mas ¿quién quisiera dexar de haber oído esto de Beneçia por todo el mundo, y entenderlo tan a la clara de persona que tan bien lo ha dado a entender que me ha quitado de la mayor confusión que puede ser? Jamás la podía imaginar cómo fuese cada vez que oía que estaba dentro en la mar.

MATA.-  ¿Acuérdaseos de aquel quento que os contó el duque de Medinaçeli, del pintor que tubo su padre?

JUAN.-  Sí, muy bien, y tubo mucha raçón de ir.

PEDRO.-  ¿Qué fue?

JUAN.-  Contábame un día el Duque, que es mi hijo de confessión, que había tenido su padre un pintor, hombre muy perdido.

MATA.-  No es cosa nueba ser perdidos los pintores; más nueba sería ser ganados ellos y los esgrimidores y maestros de dançar y de enseñar leer a niños. ¿Habéis visto alguno destos ganado en quanto habéis peregrinado?

PEDRO.-  Yo no, dexadle deçir.

JUAN.-  Tan pocos soldados habréis visto ganados; y, como digo, fuese, dexando su muger y hijos, con un bordón en la mano, a Santa María de Loreto y a Roma, biendo a ida y a venida, como no llebaba prisa, las cosas insignes que cada çibdad tenía, y en toda Italia, no dexó de ver sino a Veneçia; estubo por allá tres o quatro años, y volvióse a su casa; y el Duque dábale de comer como medio limosna, y el partido mesmo que antes tenía, y mandóle, como daba tan buena quenta de todo lo que había andado, que cada día mientras comiese le contase una çibdad de las que había visto, qué sitio tenía, qué veçindad, qué cosas de notar. Él lo haçía, y el Duque gustaba mucho, como no lo había visto. Y deçía: Señor, Roma es una çibdad desta y desta manera; tiene esto y esto. Acabado de comer, el Duque le prevenía diçiendo: Para mañana traed estudiada tal çibdad, y traíala, y aquel día le señalaba para otro. Mi fe, un día díxole: Para mañana traed estudiada a Veneçia. El pintor, sin mostrar flaqueza, respondió que sí haría; y salido de casa viose el más corrido del mundo por habérsela dexado. No sabiendo qué se hazer, toma su bordón, sin más hablar a nadie, y camina para Françia y pásase en Italia otra vez, y vase derecho a Veneçia, y mírala toda muy bien y particularmente, y buélvese a Medinaçeli como quien no haze nada, y llega quando el Duque se asentaba a comer muy descuidado, y diçe: En lo que vuestra señoría diçe de Veneçia, es una çibdad de tal y tal manera, y tiene esto y esto y l'otro; y comiença de no dexar cosa en toda ella que no le diese a entender. El Duque quedóse mudo santiguando, que no supo qué se deçir, como había tanto que faltaba.

PEDRO.-  El más delicado quento que a ningún señor jamás acontesció es ése en verdad; él meresçía que le hiziesen mercedes.

JUAN.-  Hízoselas conforme a buen caballero que era, porque le dio largamente de comer a él y a toda su casa por su vida.

MATA.-  Pues a fe que en la era de agora pocos halléis que hagan merçedes de por vida; antes os harán diez merçedes de la muerte que una de bida. De Viterbo ¿adónde vinistes?

PEDRO.-  A Sena y su tierra, la qual no hay nadie que la vea que no haga los llantos que Hieremias por Hierusalem; pueblos todos quemados y destruidos, de edificios admirables de ladrillo y mármol, que es lo que más en todo el Senés hay y no pocos y como quiera, sino de a mill casas y a quatroçientas y en gran número, que no hallarais quien os diera una jarra de agua; los campos, que otro tiempo con su gran soberbia floresçían abundantíssimos de mucho pan, vino y frutas, todos barbechos, sin ser en seis años labrados; los que los habían de labrar, por aquellos caminos pidiendo misericordia, peresçiendo de la viba hambre, hécticos, consumidos.

MATA.-  ¿Y eso todo de qué era?

PEDRO.-  De la guerra de los años de 52, 53, 54, 55, quando por su propia soberbia se perdieron. La çibdad es cosa muy de magestad; las casas y calles todo ladrillo. Una fortíssima fortaleza se haze agora, con la qual estarán subjetos a mal de su grado. Hay que ver en la çibdad, principalmente damas que tienen fama, y es verdad que lo son, de muy hermosas; una iglesia que llaman el Domo, que sólo el suelo costó más que toda la iglesia.

JUAN.-  ¿Es de plata o de qué?

PEDRO.-  De polidíssimo mármol, con toda la sutileza del mundo asentado, y todo esculpido de mill quentos de istorias que en él están grabadas, que verdaderamente se os hará muy de mal pisar ençima. En Ytalia toda no hay cosa más de ver de templo.

MATA.-  Pues ¡qué necedad era hazer el suelo tan galán!

PEDRO.-  Soberbia que reinó siempre mucha en los seneses. Una plaça tiene también toda de ladrillo, que dubdo si hay de aquí allá otra tal; y una fuente, entre muchas, dentro la çibdad, que sale de una peña por tres ojos o quatro, que cada uno basta a dar agua a una rueda de molino.

MATA.-  ¿Está junto a la mar?

PEDRO.-  No, sino doçe leguas hasta puerto Hércules y Orbitelo. Luego fui en Florençia, çibdad, por çierto, en bondad, riqueza y hermosura, no de menos dignidad que las demás, cuyas calles no se pueden comparar a ningunas de Italia. La iglesia es muy buena, de cal y canto toda, junto a la qual está una capilla de Sant Juan, donde está la pila del baptismo, toda de obra musaica de las buenas y costosas pieças de Italia, con quatro puertas muy soberbias de metal y con figuras de vulto.

MATA.-  ¿Qué llaman obra musaica?

PEDRO.-  Antiguamente, que agora no se haze, usaban hazer çiertas figuras todas de piedreçitas quadradas como dados y del mesmo tamaño, unas doradas, otras de colores, conforme a como era menester.

JUAN.-  No lo acabo bien de entender.

PEDRO.-  En la pared ponen un betún blanco.

JUAN.-  Bien.

PEDRO.-  Y sobre él asientan un papel agujerado con la figura que quieren, que llaman padrón, y déxala allí señalada. Ya lo habréis visto esto.

JUAN.-  Muchas vezes los brosladores lo usan.

PEDRO.-  Ansí, pues, sobre esta figura que está señalada asientan ellos sus piezezicas quadradas, como los vigoleros las taraçeas.

JUAN.-  Entiéndolo agora muy bien. ¿Pero será de grandíssima costa?

PEDRO.-  En eso yo no me entremeto, que bien creo que costará.

MATA.-  Muchas vezes había oído deçir obra musaica, y nunca lo había entendido hasta agora; y apostaré que hay más de mill en España que presumen de bachilleres que no lo saben.

PEDRO.-  Con quan ricos son los florentines, veréis una cosa que os espantará, y es que si no es el día de fiesta ninguna casa de prinçipal ni rico veréis abierta, sino todas cerradas con ventanas y todo, que os paresçerá ser inhabitada.

JUAN.-  ¿Pues dónde están? ¿Qué hazen?

PEDRO.-  Todos metidos en casa, ganando lo que aquel día han de comer, aunque sean hombres de quatroçientos mill ducados, que hay muchos dellos; quién escarmenando lana con las manos, quién seda; quién haze esto de sus manos, quién aquello, de modo que gane lo que aquel día ha de comer; que tampoco es menester mucho, porque todo es ensaladillas, como dixe de los veneçianos. De pan y vino, çebada y otras cosas es mal probeída, porque es todo de acarreo y por eso vale todo caro. De sedas, paños y rajas es muy bien basteçida y barato, y otras muchas mercançías. Tiene buen castillo y güertas y jardines. El palaçio del Duque es muy bueno, a la puerta del qual está una medalla de metal con una cabeza de Medusa, cosa muy bien hecha y de ver. Una leonera tiene el Duque mejor que ningún rey ni príncipe, en la qual veréis muchos leones, tigres, leopardos, onças, osos, lobos y otras muchas fieras. Ansí en Florençia como en todas las grandes çibdades de Françia y Ytalia, tienen todos los que tienen tiendas, de qualquiera cosa que sea, unas banderetas a la puerta con una insígnea, la que él quiere, para ser conosçido, porque de otra arte sería preguntar por Pedro en la Corte, y ansí cada uno dice: Señor, yo bibo en tal calle, en la insigna del Cisne, en la del León, en la del Caballo, y ansí.

JUAN.-  ¿Es deso unas figuras que traen todos los libros en los principios, que uno trae la Fortuna, otro no sé qué?

PEDRO.-  Lo mesmo; eso significa que donde se vende o se imprimió tienen aquella insigna.

JUAN.-  Agora digo que tiene raçón Mátalascallando, que nos podrían echar acá en España a todos sendas albardas, que no sabemos tener orden ni conçierto en nada. ¿Qué cosa hay en el mundo mejor ordenada?

PEDRO.-  Pues aun en el relox pusieron los florentines orden, que porque daba 24 y los ofiçiales se detenían en contar, y perdían algo de sus jornales, hizieron que no diese sino por çifra de seis en seis.

JUAN.-  Eso me hazed entender, por amor de Dios, porque dicen algunos de los soldados que de allá pasan y blasonan del arnés: fuimos los nuestros a las quinçe horas a çierta correduría, y hiziéronnos la escolta tantos y bolvimos a las veinte. El relox de Italia y acá ¿no es todo uno o es diverso sol el de allá que el de acá?

PEDRO.-  Uno mesmo es, como la luna de Salamanca deçía el estudiante; pero Ytalia, de lo que los antiguos astrólogos tenían y de lo que agora tenemos en España, Francia y Alemania difieren en la manera del contar el día natural, que se quenta noche y día, son veinte y quatro horas. Éste, nosotros contamos de medio día a medio día, como los mathemáticos; la mitad hazemos hasta media noche y la otra mitad de allí al día, a medio día. Estas veinte y quatro horas los italianos las quentan de como el sol se pone hasta que otro día se ponga, y ansí como nosotros deçimos a medio día que son las doze, que es la mitad de veinte y quatro, ansí ellos, en el puncto que el sol se pone dizen que son las veinte y quatro; y como nosotros una hora después de medio día deçimos que es la una, y quando da las quatro quiere dezir que son quatro horas después de medio día, ansí en Italia, si el relox da una significa que es una hora después de puesto el sol, y si las quatro, quatro horas después de puesto el Sol.

JUAN.-  ¿Y si da veinte, qué significa?

PEDRO.-  Que ha veinte horas que se puso el sol el día pasado.

JUAN.-  Mucha retartalilla es esa.

PEDRO.-  Más tiene çierto que el nuestro.

JUAN.-  Hoy a las dos del día en nuestro relox, ¿quántas serán en el de Italia?

PEDRO.-  Las 21.

JUAN.-  ¿Por qué?

PEDRO.-  Porque agora son quinçe de Henero, y el sol, a nuestra quenta, se pone a las çinco; pues de las dos, a quel, sol se ponga, ¿quántas horas hay?

JUAN.-  Tres.

PEDRO.-  Quitad aquellas de veinte y quatro, ¿quántas quedarán?

JUAN.-  Veinte y una.

PEDRO.-  Pues tantas son.

MATA.-  Yo, con quan asno soy, lo tengo entendido, y vos nunca acabáis. Si no, preguntadme a mí.

JUAN.-  ¿Qué hora es en este punto que estamos?

MATA.-  Las siete y media.

JUAN.-  ¿Cómo?

MATA.-  Porque media hora ha que tañeron los fraires a media noche, y de las çinco que el sol se puso acá son siete horas y media.

PEDRO.-  Tiene razón.

JUAN.-  Ello requiere, como las demás cosas, exerçiçio para ser bien entendido.

PEDRO.-  Aquí no se diçe esto sino para que ansí, en suma, lo sepáis, dando algún rastro de haber estado donde se usa, y para si fuéredes allá tenerlo deprendido.

MATA.-  ¿Qué os paresçe, si yo estudiara, de la abilidad del rapaz?

PEDRO.-  Bien en verdad parésçeme que quando yo me partí començabais a estudiar de Menores en el Colegio de Alcántara.

JUAN.-  ¿No le quitaron un día la capa por el salario y vino en cuerpo como gentil hombre?

MATA.-  Nunca más allá volví. Açerté a llebar aquel día, que nebaba, una capilla vieja, y quedóse por las costas. Decorar aquel arte se me haçía a mí gran pereça y dificultoso como el diablo, prinçipalmente en aquel gurges, merges, verres, sirinx et meninx et inx, que paresçen más palabras de encantamiento que de doctrina. Tan dificultosas se me haçían, después que me las declaraban, como antes. Parésçenme los versos del Antonio como los Salmos del Salterio, que quanto más oscuros, son más claros; mejor entiendo yo, sin saver latín, los versos del Psalterio que en romançe. Dixo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos por escaños de tus pies. En la salida de Isrrael de Egito, la casa de Iacob, del pueblo bárbaro; diçe el Antonio: la hembra y el macho asientan el género sin que ninguno se lo enseñe. Más paresçe que enseñan a hazer corchetes que no latinidad. Machos te serán los quasi machos y hembras las como hembras.

PEDRO.-  Malditos seáis si no me habéis hecho echar tantas lágrimas de risa como esta tarde de pesar con vuestros corchetes.

MATA.-  ¿N'os paresçe que quien tubiese hilo de yerro y unas tenazuelas que podría hazerlos por estos versos?

JUAN.-  ¿Qué entendimiento os le daban a esos versos?

MATA.-  No son ni más ni menos como yo dixe vueltos en romançe, o el liçençiado Alcántara y Pintado mienten.

JUAN.-  El pie de la letra eso es; mas ¿qué inteligençia le daban?

MATA.-  ¿Qué? ¿Por intelligençias tengo yo de estudiar la gramática? ¡Pardiós! La que ellos daban no tenía más que hazer con la significaçión de los versos que agora lluebe.

PEDRO.-  Nunca medre yo si no es más literal sentido el que Mátalas Callando le da, y más arrimado a la letra.

MATA.-  Pues si por esas inteligençias o fantasmas, o como las llamáis, tengo de entender latín, ¿no es mejor nunca lo saver? Mejor entiendo sin saver latín lo que diçe el profeta: Et tu, Bethlem, terra Juda, nequaquam minima es; y el otro: Egrediet virga de radice Jese, que no esas enigmas del Antonio, y aun el mesmo las debía de entender mejor.

PEDRO.-  ¿Pues todavía se lee la gramática del Antonio?

JUAN.-  ¿Pues quál se había de leer?¿Hay otra mejor cosa en el mundo?

PEDRO.-  Agora digo que no me marabillo que todos los españoles sean bárbaros, porque el pecado original de la barbarie que a todos nos ha tinido es esa arte.

JUAN.-  No os salga otra vez de la boca, si no queréis que quantos letrados y no letrados hay os tengan por hombre extremado y aun neçio.

PEDRO.-  ¿Qué agrabio me hará ninguno desos en tenerme por tal como él es? No me tengan por más ruin, que lo demás yo se lo perdono. Gracias a Dios que Mátalas Callando, sin saber gramática, ha descubierto todo el negocio; paresçe cosa de rebelaçión. Entretanto que está el pobre estudiante tres o quatro años decorando aquella borrachería de versos, ¿no podrá saber tanto latín como Çicerón? ¿No ha menester saber tanto latín como Antonio qualquiera que entender quisiere su arte? Doy os por exemplo los mesmos versos que agora os han traído delante; ¿qué es la causa que para la lengua latina, que bastan dos años se gastan çinco, y no saben nada, sino el arte del Antonio?

JUAN.-  Antonio dexó muy buen arte de enseñar, y vosotros dezid lo que quisiéredes, y fue español y hémosle de honrrar.

PEDRO.-  Ya sabemos que fue español y docto, y es muy bien que cada uno procure de imitarle en saber como él; mas si yo lo puedo hazer por otro camino mejor que el que él me dexó para ello, ¿por qué no lo haré?

JUAN.-  No le hay mejor.

PEDRO.-  Esa os niego, y quantas al tono dixéredes; pregunto: italianos, françeses y alemanes, ¿son mejores latinos que nosotros o peores?

JUAN.-  Mejores.

PEDRO.-  ¿Son más hábiles que nosotros?

JUAN.-  Creo yo que no.

PEDRO.-  Pues ¿cómo saben más latín sin estudiar el arte del Antonio?

JUAN.-  ¿Cómo sin estudiarle?; pues ¿no aprenden por él la gramática?

PEDRO.-  No, ni saben quién es; que tienen otras mil artes muy buenas por donde estudian.

JUAN.-  ¿Que no conosçen al Antonio en todas esas partes ni deprenden por él? Agora yo callo y me doy por subjetado a la razón. ¿Qué artes tienen?

PEDRO.-  De Herasmo, de Phelipo Melanthon, del Donato. Mirad si supieron más que nuestro Nebrisense; çinco o seis pliegos de papel tiene cada una, sin versos ni burlerías, sino todos los nombres que se acaban en tal y tal letra, son de tal género, sacando tantos que no guardan aquella regla, y en un mes sabe muy bien todo quanto el Antonio escribió en su Arte. La Grámática griega ¿tenéisla por menos dificultosa que la latina?

JUAN.-  No.

PEDRO.-  Pues en dos meses se puede saber desta manera, con ser mucho más dificultosa. Lo que más haze al caso es el uso del hablar y exerçitar a leer. Luego los cargan acá de media doçena de libros, que de ninguno pueden saver nada.

JUAN.-  ¿Y allá?

PEDRO.-  Uno no más les dan, que es Tulio, porque si aquél saben no han menester más latín, y comiençan también por algunos versos del Virgilio, para differençiar, y poco a poco, en dos años, sabe lo que acá uno de nosotros en treinta; porque su fin no es saver fábulas, como acá, de tantos libros, sino entender la lengua, que después que la saben cada uno puede leer para sí el libro que se le antojare.

MATA.-  Plugiera a Dios que yo hubiera estado lo que en Alcalá, en París o en Bolonia, que a fe que de otra manera hubiera sabido aprobecharme.

JUAN.-  Yo estaba engañado por pensar que no hubiese en todo el mundo otra Arte sino la nuestra; agora digo que aun del maldeçir he sacado algún fruto, apartando lo malo y en perjuiçio de partes.

PEDRO.-  ¿Qué malo, qué maldeçir, qué perjuiçio de partes veis aquí? Lo que yo deçía el otro día: maldeçir llamáis deçir las verdades y el bien de la República; si eso es maldezir, yo digo que soy el más maldiçiente hombre del mundo.

MATA.-  ¿Por quánto quisierais dexar de saber esta particularidad?

JUAN.-  Por ningún dinero; eso es la verdad.

PEDRO.-  Nunca os pese de saber, aunque más penséis que sabéis, y hazed para ello esta quenta, que sin comparaçión es más lo que no sabéis vos y quantos hay que lo que saben, pues quando os preguntan una cosa y no la sabéis olgaos de deprenderla, y hazed quenta que es una de las que no sabíais.

MATA.-  ¿No sabremos por qué se levantó nuestra plática de disputar?

JUAN.-  Por lo del relox de Italia.

MATA.-  ¡Válame Dios cómo se divierten los hombres! Mirad de dónde adónde hemos saltado, aunque no es mucho, que en fin no hemos salido de las cosas insignes de Italia. ¿De manera que los florentines hizieron dar al relox por çifra?

PEDRO.-  Si; de seis en seis.

JUAN.-  ¿Cómo?

PEDRO.-  Quando ha de dar veinte y quatro que no dé sino seis, y quando ha de dar siete da una; sé que yo no me puedo engañar en seis horas, aunque esté borracho, que si me da una a estas horas no he de entender que es una hora después de puesto el sol.

JUAN.-  Es verdad. ¿Y Florençia, cuya es?

PEDRO.-  Del Duque, que es un grande señor; tiene de renta ochoçientos mill ducados, según el común, pero con los tributos que echa a los vasallos bien llega a un millón.

MATA.-  Más tiene él solo que veinte de acá.

PEDRO.-  Hay muy grandes ditados en Italia: el Ducado de Ferrara, el de Milán, el de Saboya, el de Plasençia y Parma; todos éstos son grandíssimos.

JUAN.-  ¿Y el de Veneçia?

PEDRO.-  Ese no es más de por tres años, que es señoría por sí, y eligen a uno dellos, como en Génoba. Todo el toçino, pan y vino que se vende en Florençia diçen que es del Duque, lo qual le renta un Perú. De Florençia vine a Bolonia, por un pueblo que se llama Escarperia, donde todos son cuchilleros, y se haçen muy galanos, y muchos adreços de estuches, labrados a las mill maravillas; y lo que más de todo es que por muy poco dinero lo dan, y no pasa caminante que, apeándose, no lleguen en la posada beinte de aquellos a mostrar muchas delicadezas, y fuerçan, dándole tan barato, a que todos compren. Pasé los Alpes de Bolonia, que son unos muy altos montes, donde está una cuesta que llaman Descarga el Asno.

JUAN.-  ¿Por qué?

PEDRO.-  Porque no pueden baxar las bestias cargadas sin grande fatiga, y ansí todos se apean; y entré en Bolonia, çibdad que no debe nada en grandeza y quanto quisiéredes a todas las de Italia.

JUAN.-  ¿Cúya es?

PEDRO.-  Del Papa.

MATA.-  ¿Está junto al mar?

PEDRO.-  No, ni Florençia tampoco. Hay que ver el Colegio de los españoles, cosa muy insigne y de toda la çibdad venerada, aunque más mal quieran a los españoles.

JUAN.-  ¿Qué hábito traen?

PEDRO.-  Unas ropas negras frunçidas, hechas a la antigua, con unas mangas en punta, que acá llamáis, y unas vecas moradas. El rector dellos suele ser también de la Unibersidad, y estonçes trae la ropa de raso y la veca de brocado, que llaman el capuçio, el qual le dan con tanta honra y triumpho, como en tiempo de los romanos se solía hazer: gastó, porque lo vi, uno en el capuçio ochoçientos ducados, y los que sacaron las libreas cada uno la hizo a su costa por honrrarle, que de otra manera no lo hiziera con seis mill.

JUAN.-  ¿Y qué le dan aquel año que es rector?

PEDRO.-  Quatroçientos ducados le podrá valer y la honrra.

JUAN.-  Y la Escuela ¿qué tal es?

PEDRO.-  Muy excelente, y donde hay varones doctíssimos en todas Facultades.

JUAN.-  ¿Qué estudiantes terná?

PEDRO.-  Hasta mill y quinientos o dos mill.

JUAN.-  ¿Y esa deçís que es buena Universidad? Mal lograda de Salamanca, que suele tener ocho mill.

PEDRO.-  No alabo yo la Universidad porque tenga muchos estudiantes ni pocos, sino por los muchos y grandes letrados que della salen y en ella están; y el exerçiçio de las letras no menos anda que en París, que hay treinta mill, y mas ¿dexa una casa de ser buena porque no viba nadie en ella?

JUAN.-  ¿Todas Facultades se len allí?

PEDRO.-  Y muy bien y curiosamente.

JUAN.-  ¿Es bien probeída?

PEDRO.-  Tanto que la llaman Bolonia la grasa; de quantas cosas pidiéredes por la boca; lo que por acá se trae de allí y se lleba en toda Italia son jabonetes de manos, de la insignia del melón o del león, que son los mejores, aunque muchos los hazen; son tan buenos que paresçen pomas de almizque y ámbar; no se dan manos veinte criados en cada tienda destas a dar recado. Al Rey se le puede acá empresentar una doçena de aquellos.

MATA.-  ¿Cuestan caros?

PEDRO.-  No muy baratos; más de a real cada uno, y dos si son de los cresçidos. Hay también guantes de damas, labrados a las mill maravillas y no caros, todos cortados de cuchillo, con muchas labores. No hay quien pueda pasar sin traer algo desto.

MATA.-  ¿Quién cree que el zurronçillo no trae alguna fiesta destas?

PEDRO.-  Sí traía; mas todo lo he repartido por ahí, que no me ha quedado quasi nada. Todavía habrá para los amigos. Una cosa entre muchas tiene exçelente: que os podéis ir, por más que llueba, por soportales sin mojaros.

MATA.-  ¿Como la calle Mayor de Alcalá?

PEDRO.-  Mirad la mala comparaçión. No hay casa de todas

aquéllas que no sea unos palaçios; tan grande y mayor es que Roma; cada casa tiene su huerta o jardín, empedradas las calles de ladrillo. En aquella plaza son muy de ver las contadinas que llaman, que son las aldeanas que vienen a vender ensaladas, verduras, cosas de leche, frutas cojidas de aquella mañana; hasta los gatillos que le parió la gata viene a la çibdad a bender, quando otra cosa no tenga.

JUAN.-  Cosa real es ésa.

PEDRO.-  Yo os diré; quanto que como todas están puestas en la plaça por su orden, hazen unas calles que toda la plaça, con quan grande es, hinchen; de 300 abaxo no hayáis miedo de ver; junto a una iglesia está una torre que sale toda ladeada, que si la véis no diréis sino que ya se cae, y es una muy buena antigualla.

JUAN.-  ¿En qué iglesia?

PEDRO.-  En Sancto Domingo creo que es, y allí está el cuerpo sancto suyo. Pasa un río pequeño por la çibdad, en medio, en el qual hay muchas invençiones de papelerías, herrerías, sierras de agua y, lo mejor, torçedores de seda.

JUAN.-  ¿Cómo puede el agua torçer la seda?

PEDRO.-  Una canal de agua trae una rueda, la qual tuerçe a otra grande, que trae puestos más de mill y doçientos husos; y pasa una como mano dando bofetones a todos los usos, y antes que se pare ya le ha dado otro y otro, de tal manera que da bien en que entender a quinçe o veinte hombres en dar recado de anudar si algo se quiebra, que es poco, y quitar y poner husadas; una gerigonça es que yo no la sé explicar, mas de que es un sutilíssimo ingenio.

JUAN.-  Yo la medio entiendo ansí, y me paresçe tal.

PEDRO.-  ¿Paresçeos que podréis hablar con esto de Bolonia donde quiera?

JUAN.-  Sí puedo; mas de los grados no hemos hablado.

PEDRO.-  Allá no hay bachilleres ni liçençiados; el que sabe le dan el grado de doctor, y al que no echan para asno, aunque venga cargado de cursos; el coste no es mucho.

MATA.-  Neçio fuistes en no os graduar por allí de doctor, que acá no lo haréis con tanta honrra sin gastar lo que no tenéis, y según me paresçe podeis vibir por vuestras letras tan bien como quantos hay por acá.

PEDRO.-  ¿Qué sabéis si lo hize? Y aún me hizieron los doctores todos de la Facultad mill merçedes, por interçesión de unos colegiales amigos míos; y como yo les hize una plática de suplicaçionero, no les dexé de paresçer tan bien, que perdonándome algunos derechos, me dieron con mucha honrra el doctorado, con el qual estos pocos días que tengo de vibir pienso servir a Dios lo mejor que pudiere; pero avísoos que no me lo llaméis hasta que venga otro tiempo, porque veo la mediçina ir tan cuesta abaxo en España, por nuestros pecados, que antes se pierde honrra que se gane.

MATA.-  Sea para bien el grado, y hazerse ha lo que mandáis; mas hagos saver que como la gente es amiga de novedades todos se irán tras vos con deçir que venís de Italia, aunque no sepáis nada, y las obras han de dar testimonio, aunque acordándose de quien solíais ser, todos no os ternán por muy letrado, pensando que no os habéis mudado; mas como hagáis un par de buenas curas es todo el ganar de la honrra y fama.

PEDRO.-  Subido en una montañica que está fuera de Bolonia, en donde hay un monesterio, se ve el mejor campo de dehesas, prados y heredades, llano como un tablero de ajedrez, a todas partes que miren, que hay en la Europa. Y de Bolonia hasta Susa dura este camino.

MATA.-  ¿Quántas leguas?

PEDRO.-  Más de çiento. Primeramente vine a Módena, çibdad razonable; de allí a Rezo, otra pequeña, y a dormir en Parma; y por ser español no me dejaban entrar dentro la çibdad. Al cabo entré y la vi: es muy buena y muy grande çibdad, y por estas tierras es menester traer poca moneda, porque de una jornada a otra no corre. De Parma en un día vine en Plasençia, que son doze leguas, la qual tiene la más hermosa muralla que çibdad de quanto he andado; toda nueva, con un gentil foso, que le pueden echar un río caudaloso, que se llama el Po; tiene buena iglesia y es grande çibdad, pero tiene ruines edifiçios de casas pequeñas y baxas, y posadas para los pasajeros ruines; en Parma y Plasençia, con su tierra se haze el queso muy nombrado plaçentino, que son grandes como panes de çera, y aunque allí vale varato, en todas partes es caro. Para venir a Milán, que es doçe leguas, se pasa el Po en una barca allí çerca, y luego se entra en Lombardía, el mejor pedaço de Italia, que no es más caminar por ella que pasear por un jardín; los caminos muy llanos y anchos, y por cada parte del camino corre un río pequeño que riega todo aquel campo, donde se coje pan y vino y leña, todo junto.

JUAN.-  ¿Cómo?

PEDRO.-  Las viñas en Italia son desta suerte: que las heredades están llenas de olmos y por ellos arriba suben las parras, y es tan fértil tierra que aunque la siembren cada año no dexa de traer mucho pan, y cada çepa de aquéllas trae tres o quatro cargas de uba y algunas diez, y los olmos dan harta leña.

JUAN.-  ¿Todo en un mesmo pedazo?

PEDRO.-  Todo; y ver aquellos ingenios que tienen para los regadíos, que acontesçe quatro ríos en medio el camino hazer una encruçijada y llebar los unos por ençima de los otros, unos corriendo haçia baxo y otros haçia riba y por toda esta tierra podréis llebar los dineros en la mano y caminar solo, que nadie os ofenderá. Vine en Milán, que ya habréis oído su grandeza; ninguna çibdad tan grande en Italia; buena gente, más amiga de españoles que los otros; dos mesones tiene insignes, adonde qualquier príncipe se puede aposentar, que los llaman osterías: la del Falcón y la de los Tres Reyes; no menos darán de comer a cada uno en llegando que si un Señor le hiziese acá banquete, y ansí, aunque vayan prínçipes ni perlados, no comen ni pueden más de lo que el huésped les da.

JUAN.-  ¿Quánto paga cada día un hombre con su caballo?

PEDRO.-  El ordinario es quatro reales y medio, y no paga más el señor que el particular, porque no le dan más, sea quien quiera, ni hay más que le dar. En cada uno hay un escribano, que tiene bien en qué entender en tomar dineros y asentar el día y hora a que vino, y ansí allí como en toda Francia bien podéis descuidaros del caballo, que os le darán todo recado y os le limpiarán, y no os harán la menor traiçión del mundo; por allá no hay paja, sino heno, ni çebada, sino abena.

MATA.-  ¿El huésped da de comer al caballo?

PEDRO.-  Tiene seis criados de caballeriza, que en ninguna otra cosa entienden sino en darles de comer, y otros tantos de mesa que sirban, y otros tantos cozineros, y otros tantos despenseros.

JUAN.-  ¿Y a ésos que les da?

PEDRO.-  ¿Qué les ha de dar sino el comer? Por solo esto le sirben, y alzan las manos a Dios de que los quiera tener en casa.

JUAN.-  ¿Qué intherese se les sigue?

PEDRO.-  Grande. La buena andada, que llaman; y es que por los servicios que hazen a los huéspedes, quién les da un quarto y quién una tarja, y habiendo tanto concurso de huéspedes es mucho. No es más ni menos la entrada de la casa que uno de los palaçios buenos de España. Pregunté al escribano me dixese en su conçiençia quántos escudos tocaba cada día. Díxome, mostrándome la minuta, que çinquenta, uno con otro.

JUAN.-  Gran cosa es ésa; ¿y no hay más desos?

PEDRO.-  Muchos otros; pero éstos son los nombrados, por estar en lo mejor de la çibdad. El castillo es muy fuerte, y poco menos que una çibdad de las pequeñas de acá. Cosas de armas y joias valen más baratas que en toda Italia y Flandes; espadas muy galanas de atauxía, con sus bolsas y talabartes de la mesma guarniçión, y dagas, çinco escudos cuestan, que sola la daga se lo vale acá.

MATA.-  ¿Qué es atauxía?

PEDRO.-  Graban el yerro, y en la mesma grabadura meten el oro, que nunca se quita como lo que se dora; arneses grabados y muy galanes, 25 escudos, que acá valen 200; plumas, bolsas y estas cosillas, por el suelo. La plaça de Milán es tan bien proveída, que a ninguna hora llegaréis que no podáis hallar todas las perdiçes, faisanes y francolines y todo género de caça y fruta que pidiéredes, y en muy buen preçio todo.

MATA.-  ¡Válame Dios! ¿Qué es la causa que en Florençia y por ahí son tantos los ricos?

PEDRO.-  Por la multitud de pobres que hay.

MATA.-  No lo dexo de creer.

PEDRO.-  En ninguna de todas éstas iréis a misa que seáis señor de la poder oír, que cargarán sobre la persona las manadas dellos, que no caben en la iglesia, y si acaso sacáis un dinero que dar alguno, quantos hay en la iglesia vernán sobre vos que os sacarán los ojos. Ningún remedio tenía yo mayor que no dar a nadie. Cosa muy hermosa es de ver la iglesia mayor, de las mejores de Italia, y harto antigua; vi en ella una particularidad que pocos deben aber mirado: el que diçe la misa, primero diçe el pater noster que el credo, y después del prefaçio, quando quiere tomar la ostia para alçar, se laba las manos, y otras cosillas que no me acuerdo.



ArribaAbajoCapítulo XIV

De Génova a Castilla


JUAN.-  ¿Qué mejor cosa queréis acordaros que désa, que en verdad nunca tal çeremonia oí?

PEDRO.-  Muchas cosas hay por allá que acá no las usan: todos los clérigos y fraires traen barbas largas, y lo tienen por más honestidad, y allá no se alça en ninguna parte la hostia postrera.

JUAN.-  Eso de las barbas me paresçe mal y deshonesta cosa. Dios bendixo la honestidad de los saçerdotes de España con sus barbas raídas cada semana.

PEDRO.-  Más deshonestidad me paresçe a mí eso, y aun ramo de hipocresía pensar que perjudique al culto divino la barba.

JUAN.-  No digáis eso, que es mal dicho.

PEDRO.-  No es sino bien. Veamos; el papa y los cardenales y perlados de Italia ¿no son christianos?

JUAN.-  Sí son, por çierto.

PEDRO.-  Pues creo que si pensasen ofender a Dios, que no lo harían ni lo consintirían a los otros. Deçid que es uso, y yo conçederé con vos; pero pecado, ¿por qué? De Milán me vine en Génoba, pensando de embarcarme allí para venirme por mar, y no hallé pasaje. Es una gentil çibdad, y muy rica; las calles tiene angostas, pero no creo que hay en Italia çibdad que tenga a una mano tantas y tan buenas casas; la ribera de Génoba es la mejor que nadie ha visto en parte ninguna, porque aunque es toda riscos y montañas y no da pan ni vino, cosa de jardines en las vibas peñas hay muchos, que traen naranjas y toda fruta en quantidad, y hay tantas casas soberbias, que los ginobeses llaman vilas, que toda la ribera paresçe una çibdad.

JUAN.-  ¿Qué tan grande es?

PEDRO.-  Desde Sahona a la Espeçia, que serán veinte leguas.

JUAN.-  ¿Y todo eso está lleno de casas?

PEDRO.-  Y qué tales, que la más ruin es mejor que las muy buenas d'España.

MATA.-  ¿Por qué lo hazen eso?

PEDRO.-  No tienen en qué gastar los dineros, y a porfía les dio esta fantasía de edificar y hazer aquellas vilas, donde se ir a holgar. Hazen esta quenta: Fulano gastó en su casa çinquenta mill ducados; pues yo he de gastar sesenta mill; el otro dice: yo ochenta, y ansí hay deste precio casas muy muchas sin quento.

MATA.-  ¿Y en el campo?

PEDRO.-  Y aun quatro y seis leguas de la çibdad.

MATA.-  Gran soberbia es esa; nunca se deben de pensar morir.

PEDRO.-  Tierra es bien sana, y adonde hay más viejos que en quantas çibdades he visto; un capitán de la guarda de la çibdad quiso hazer una casa y no se halló con dineros para ser nombrado, y determinó en una güerta, no de las más galanas que había afuera de la çibdad, de hazer una fuente porque tenía allí el agua, que gastó en ella doze mill ducados, la más delicada cosa que imaginarse puede, y que más honrra ganó, porque no hay que ver sino la fuente del capitán en Jénoba.

JUAN.-  ¿Qué tiene, que costó tanto?

PEDRO.-  No sé sino que si la vieseis con tantos mármoles, corales, nácaras, medallas y otras figuras, paresçerá poco lo que costó; unos gigantes hechos todos de unas guijitas como media uña, tan bien formados que espanta verlo, y quando quieren que manen, por quantas coyunturas tienen les hazen sudar agua en quantidad, y unos cuerbos y otras abes de la mesma manera; es imposible saverlo nadie dar a entender.

JUAN.-  ¿Y en qué parte está esa?

PEDRO.-  Junto a las casas del prínçipe Doria. La iglesia mayor, que se llama Sant Laurençio, no es de las mayores de Italia ni de las buenas, pero tiene dos muy buenas joyas: la una es el plato en que Christo çenó con sus disçípulos el día de la Çena, que es una esmeralda de tanta estima, dexada aparte la grande reliquia, que valdría una çibdad; la otra es la çeniça de Sant Juan Baptista.

JUAN.-  Reliquias son dignas de ser tenidas en beneraçión.

PEDRO.-  De las damas de Milán se me olvidó que son feas como la noche.

MATA.-  ¿Está junto a la mar?

PEDRO.-  No, sino bien lexos. Las damas genobesas son muchas y hermosas; tienen grandíssima quenta con sus cabellos; mas que en toda Italia no dexará ninguna semana del mundo, prinçipalmente el sábado, de labarse y poner los cabellos al rayo del sol, aunque sea verano, por la vida. Yo les dixe hartas veçes que si ansí cumplían los mandamientos como aquello, que bienaventuradas eran. No gastan en tocados nada, porque todas hazen plato de los cabellos: quién los lleba de una manera, quién de otra; menos gastan en bestir, porque ninguna puede traer ropa de seda, con haber allí más seda que en toda Italia; ni anillo, ni arracada, ni otra cosa de oro, sino una cadena que valga de doce ducados abaxo.

JUAN.-  Pues ¿qué se visten?

PEDRO.-  Muchas maneras de chamelotes y de diversos colores, y otras telillas, y muy buen paño finíssimo y bien guarneçido, aunque tampoco pueden echar toda la guarniçión que quieren.

MATA.-  ¿Traen por allá chapines?

PEDRO.-  Ni mantos, si no es en Siçilia.

JUAN.-  ¿Con qué van a la iglesia?

PEDRO.-  En cuerpo, y darán por llebar aquel día una clabellina, jazmín o rrosa, si es por este tiempo, uno y dos ducados.

JUAN.-  Y las viudas, ¿qué traen?

PEDRO.-  Ni más ni menos andan que las otras en cabello, salbo que una redeçica muy rala, que las otras traen de oro, ellas negras.

JUAN.-  Deshonestidad paresçe ésa.

PEDRO.-  Todo es usarse; también andan con vestidos negros, que no traen de color.

MATA.-  ¿Y qué traen calçado?

PEDRO.-  Las piernas no las cubren las ropas más de hasta las espinillas, y, las calças traen de aguja, más estiradas que los hombres, y unas chinelicas.

JUAN.-  Mejor hábito es ése que el de acá.

PEDRO.-  También quiero que sepáis que las mugeres de acá naturalmente son más chicas de cuerpo que las de por allá. Vanse todos los domingos y fiestas a una ribera de un río, que se llama Bisaño, y allí dançan todo el día con quantos quieren.

JUAN.-  Y los hombres, ¿son buena jente?

PEDRO.-  De todo hay; no son muy largos en el gastar.

MATA.-  Algo os han hecho, que no paresçe que estáis muy bien con ellos.

PEDRO.-  Yos diré: en el cautiberio estaba uno, que era prinçipal, y porque le embiaban a trabajar con los otros encomendóseme, y a pesar de todos los guardianes, le hize que no trabajase más de un año, fingiendo que era quebrado, y para cumplir con ellos mandaba a un barbero que cada día le pusiese en la bolsa una clara de huebo, y al tiempo que se hizo la almoneda de los esclabos de mi amo, yo fui parte para que le diesen por doçientos ducados, que no pensó salir por mill y quinientos. Después un día le topé en su tierra y casa, hombre de quenta en la çibdad, y llebáme a un bodegón y combidóme allí, y nunca más me dio nada ni fue para preguntarme si había menester algo.

MATA.-  Eso hiziéralo él de miedo que le dixerais de sí; mas con todo fue gran crueldad.

PEDRO.-  Otros quatro o çinco topé también allí en sus casas, que les había yo allá hecho plazer, y hizieron lo mesmo. Pues éstos son ansí, de creer es que a quien menos bien hiziéredes, menos os hará.

MATA.-  Todavía dice el refrán: «haz bien y no cates a quien; haz mal y guarte».

PEDRO.-  El día de hoy veo, por esperiençia, ser mentiroso ese refrán, y muy verdadero al rebés: «haz mal y no cates á quien; haz bien y guarte». Muy muchos males me han venido por hazer bien, y de los mesmos a quien lo hazía. No digo yo que es mejor hazer mal, pero el dicho es más verdadero. Salido de Génoba, vine a Casar de Monferrar, que es en el Piamonte, y de allí a Alexandría la Palla, y luego a Nohara, y de allí a Berse; todas éstas son çiudadelas del Piamonte, y de allí a Turín, que está por Françia, una muy fuerte tierra, y pasa por ella el Pó, y es llabe de todo el Piamonte; di luego conmigo en Susa, y començé de ir al pie de las montañas, que hasta allí todo era llano, y vi que por aquella tierra las mugeres y muchos de los hombres todos son papudos, y preguntando yo si bibían menos los que tenían aquellos papos, dixéronme que no, porque aquella semana había muerto un hombre de nobenta años, y tenía el papo tan grande, que le echaba sobre el hombro porque no le estorbase.

MATA.-  Válame Dios, ¿pues de qué puede venir eso?

PEDRO.-  Creo que lo hazen las aguas; porque también los vi en Castrovilla y Cosençia, dos çibdades de Calabria. Vine luego por aquellas montañas de Saboya, y por muchos valles bien poblados, pero de pueblos pequeños, con quien no se ha de tener quenta, hasta que vine en León, de Francia, que en grandeza y probisión y mercadería ya veis el nombre que acá tiene, que mucho más es el hecho; tiene dos muy caudalosos ríos, por los quales se puede ir a la mar con muchas barcas que van y vienen; casas muy buenas; tratos de mercançías con todo el mundo; libros hay los más y en mejor preçio que en la christiandad, y todos los bastimentos baratos; mesones en Françia todos son como los que os conté de Milán; la ropa y seda me maravillo que con traerla de otras partes vale mucho más barato que en donde se haze; iglesias hay muchas, y muy buenas; arcabuzicos, que llaman pistoletes, darán por escudo y medio uno, con todo su adreço, que valga acá seis. De León vine en Tolosa y a Burdeos, que no hay que deçir dellas más de que son buenas çibdades y grandes, y muy bien basteçidas. Y de Burdeos a Bayona, una villa de hasta seisçientas casas, muy fuerte, adonde hay un río tan caudal, que van las naves por él y sacan mucha pesca, y la mejor es unas truchas muy grandes, salmonadas. Viénese luego a Sant Juan de Lus y a Fuenterrabía, por toda Guipúzcoa y Álaba a Victoria, y de Victoria aquí, y de aquí a la cama si os plaze.

JUAN.-  Moços, tomad esta vela y alúmbrenle, vaya a reposar.

PEDRO.-  A la mañana no me llamen, porque tengo propósito hasta comer de no me levantar.

MATA.-  En buen hora.

JUAN.-  Bámonos nosotros a hazer otro tanto.

MATA.-  ¿Pasáis por tal cosa? Si lo que ha contado es verdad, como creo que lo es, ¡quántas fatigas, quántas tribulaçiones, quántos millones de martirios ha padesçido y quán emendado y otro de lo que solía ser, y gordo y bueno viene!

JUAN.-  ¿No sabéis que no en sólo pan bibe el hombre, como dixo Christo, y que no hay cosa que más engorde el caballo que el ojo de su amo? Mirad quán a la clara se manifiesta que Dios ha puesto los ojos en él afiçionadamente y particularíssima, como los puso en una Madalena y en un ladrón y en tantos quentos de mártires. De quanto ha dicho no me queda cosa scrupulosa, sino que pornía yo mi mano en una barra ardiendo que antes ha pecado de carta de menos que alargase nada. Conózcole yo muy bien, que quando habla de veras ni quando estaba acá no sabía dezir una cosa por otra. Allende desto, tengo para mí que él biene muy docto en su facultad, porque no es posible menos un hombre que tenía la abilidad que acá vistes, aunque la empleaba mal, y que entiende tan bien las lenguas latina y griega, sin las demás que sabe, y buen filósopho, y el juicio asentado, y lo que más le haze al caso haver visto tantas diversidades de regiones, reinos, lenguajes, complexiones; conversado con quantos grandes letrados grandes hay de aquí a Hierusalem, que uno le daría este abiso, el otro el otro.

MATA.-  Y habrá también visto muchas cosas de mediçinas que por acá no las alcançan, y çertificádose de ellas; y lo que más a mí de todo me contenta es venir escarmentado de haver visto las orejas al lobo, que tiene delante el themor de Dios, que es una bandera que basta para vençer todos los enemigos.

JUAN.-  ¿N'os paresçe que es obligado a quien tanto debe, que en aquellas disputas preguntaba por él, respondía por él, prestábale lenguas con que diese razón de sí, sacábale del brazo en los golphos del mar?

MATA.-  Todos somos obligados a quererle, por quien Él es, sin intherese, quanto más que no hay hora ni momento que no nos haçe mill merçedes. ¿No miráis el orden y conçierto con que lo ha contado todo?

JUAN.-  Agora me paresçe que le haría en creer, si quisiese, que he andado todo lo que él, quanto más a otro.

MATA.-  Quanto más que, sabiendo eso, aunque os pregunten cosas que no hayáis visto, podéis dar respuestas comunes: Pasé de noche; no salí de las galeras; como la çibdad es grande, no bi eso. Esto vi y estotro vi, que era lo que más había que mirar, y con eso os ebadiréis.

JUAN.-  Mañana nos contará, si Dios quisiere, qué vida tienen los turcos, y qué jente son, y qué vestidos traen.

MATA.-  Dexadme vos a mi el cargo de preguntar, que yo os le sacaré los espíritus. ¿Bien no se los he sacado en estotro?

JUAN.-  Muy bien; pero no le habéis de ir a la mano, que creo que se corre.

MATA.-  Al buen pagador no le duelen prendas. Si lo que diçe es verdad, él dará razón dello, como ha hecho siempre; si no, no queremos oír mentiras, que harta nos quentan todos esos soldados que vienen del campo de Su Magestad y los indianos.

MATA.-  Yo estoy tan desvelado, que no sé si podré; pero porfiaré a estarme en la cama hasta las diez, como Pedro, que no le dexaremos estar dos días solos.

JUAN.-  Toda esta semana le haré estar aquí, aunque le pese: la venida ha sido en su mano; la ida, en la nuestra.

***

JUAN.-  Contá.

MATA.-  Siete.

JUAN.-  ¿Habéis contado las otras?

MATA.-  Callad; ocho, nueve, diez dio por çierto.

JUAN.-  Parésçeme que llaman: escuchá.

PEDRO.-  ¡Ah los de abajo! ¡Es hora!

JUAN.-  ¡Ya, ya!

MATA.-  Volveos del otro lado que no es amanesçido.

JUAN.-  Levantémonos y vámosle a tener palaçio en la cama.

MATA.-  Mas no le dexemos levantar, que haze frío, y pues no ha de salir de casa ni ser visto de nadie, mejor se estará allí y podrá también comer, como parida, en la cama.

JUAN.-  Hazedle llebar una ropa aforrada, para si se quiere levantar.

MATA.-  Anoche se la hize poner junto a la cama y un bonete. Cojerle hemos echado y entretanto que se adreza de comer parlaremos.

JUAN.-  ¡Buenjorno!

PEDRO.-  Me rricomando.

JUAN.-  ¿Qué tal noche habéis llebado? Creo que ruin.

PEDRO.-  No ha sido sino buena, aunque no he podido dormir mucho. En despertando antes que amanezca, una vez, ya puedo volber al ristre.

JUAN.-  ¿Debía destar dura la cama?

PEDRO.-  Antes por estar tan blanda, porque no lo tengo acostumbrado..

JUAN.-  Eso me haze a mí dormir más.

PEDRO.-  Todas las cosas consisten en costumbre. Ansí como vos no podéis dormir en duro, yo tampoco en blando. También podría susçeder enfermedad a quien ha dormido en duro y sin cama, al darle una cama regalada, como a mí me acontesçió en Nápoles, que habiendo tres años que no había dormido en cama, sino vestido y en suelo, me dieron una muy buena cama y començáronme a hazer regalos, y yo caí en una enfermedad que estube quatro meses para morir.

JUAN.-  La causa natural deso no alcanzo. ¿Por mejorarse uno venirle mal?

PEDRO.-  Sáltase de un extremo en otro sin pasar por medio, que es malo; y como esto se haze, no se puede dormir, y la vela causa enfermedad. Ansí mismo, con aquella blandura escaliéntanse los riñones, las espaldas, todos los miembros, y la sangre comienza a herbir y alborotarse, y dan con el hombre en tierra. Últimamente, como tenéis costumbre de no os desnudar, no tenéis frío de noche aunque os descubráis; desnudo en la cama, rebolvéisos, como no estáis acostumbrado a estar cubierto, descubrísos, y entra el sereno y frío y la mala ventura, y penetraos.

JUAN.-  Todas son buenas raçones; mas ¿que remedio?

PEDRO.-  El que dixe de pasar por medio: començar a no tener más de un colchón y una manta, y a no quitar más de solo el sayo; luego, de allí a unos días, añadir otro colchón y quitar las calzas, y últimamente, la mejor cama que tubiéredes, quitando jubón y todo. Si durmieseis una noche al sereno sin cama, ¿no pensaríais caer malo?

JUAN.-  Y aun morirme.

PEDRO.-  Pues ansí yo con buena cama.

JUAN.-  Pues quitaremos de aquí adelante, si queréis, de la ropa.

PEDRO.-  No, que ya estoy acostumbrado a camas regaladas otra vez; no lo digo por tanto, que el no dormir más lo ha causado el grande contentamiento que mi spíritu y alma tienen de verme en donde estoy; y el ánima no permite que tan grande plazer se pase en sueño sin que se comunique a todos los sentidos, pues el tiempo que dormimos no vivimos ni somos nadie.

JUAN.-  Ansí dixo el otro philósopho. Preguntado qué cosa era sueño, dixo que retrato de la muerte. La mesma causa, en verdad, he tenido yo para no pegar ojo en toda la noche.

MATA.-  Mirad que la olla esté descozida, y asar no pongáis hasta que os lo mandemos, que yo me subo arriba... ¿Úsase en Turquía madrugar tanto? ¡Buenos días! ¿Cómo lo habéis pasado esta noche?

PEDRO.-  ¿Cómo lo había de pasar sino muy bien? Que me habéis dado una cama con sábanas tan delgadas y olorosas y todo lo demás tan a gusto, que me ha hecho perder el regalo con que me vi en el cautiverio que habéis oído, y de momento a momento doy y he dado mil graçias a Dios que de tanto trabajo me libró; y en tanto, con comenzar...