Capítulo XI |
En el monte Athos
|
JUAN.-
¿Qué uso es el suyo? |
PEDRO.-
En toda la Iglesia griega no se hincan de rodillas,
y las orationes particulares, como no sean misa ni horas
de la Iglesia, son a la apostólica, muy breves: haçen
tres vezes una cruz como quien se persina, tan larga como
es el hombre, de manera que como nosotros llegamos al pecho
con la cruz, ellos a la garganta del pie, y dicen: Agios
o Theos. Agios schiros, Agios athanatos, eleison imas. Esto,
como digo, tres vezes o cuatro, y en la iglesia añaden
un pater noster. |
MATA.-
¿Qué quieren deçir
aquellas palabras? |
PEDRO.-
Sancto Dios, Sancto fuerte, Sancto
immortal, ten misericordia de nosotros. |
MATA.-
En verdad
que es linda oratión. |
JUAN.-
A vos porque es breve
os agrada. |
PEDRO.-
También tienen un Chirie eleison,
la más común palabra. Quando se maravillan
de algo. Chirie eleison: quando se ven en fortuna de mar
o de tierra, Chirie eleison. Estarse a un griego media hora
diziendo: Chirie eleison; que es: Señor, miserere.
Entramos ya en el monesterio y fuimos a la iglesia a hazer
primero la oratión que llaman prosquinima, y quando
me preguntaban adónde iba, o de dónde venía
aquellos fraires, con deçirles que era prosquinitis,
que quiere deçir como peregrino que va a cumplir alguna
romería, atajaba muchas preguntas; diéronme
luego a beber en la despensa y el prior mostró buena
cara. |
MATA.-
Esas siempre las muestran hasta saber si les
dan algo o no. |
PEDRO.-
Deso estaba bien seguro; y era ya
una hora antes que el sol se pusiese, [cuando] vinieron luego
todos los fraires que estaban fuera y tocaron a bísperas,
y entramos en el coro donde vi, çierto, una iglesia
muy buena y bien adornada de imágenes y çera. |
MATA.-
A todo esto, ¿nunca se hazía caso del compañero,
ni hablaba, ni preguntaban cómo no hablaba? |
PEDRO.-
Cada
paso; mas yo luego respondía que era sordo y no entendía
lo que dezíamos. ¿Cómo había de hablar?,
lo qual bían por la experiençia. Los ofiçios
eran tan largos como maitines de la Noche Buena y çiertamente,
sin mentir, duraron quatro horas; al cabo salimos, que nunca
lo pensé, y fuímonos al refitorio a cenar. |
JUAN.-
¿Qué rezan que tanto tardan? |
PEDRO.-
El Salterio,
del primer psalmo hasta el postrero. |
JUAN.-
¿Cada día?
|
PEDRO.-
Dos vezes, una a bísperas, otra a maitines. |
JUAN.-
¿Cantado o rezado? |
PEDRO.-
Cantado reçando. |
MATA.-
¿Cómo es eso?, ¿cantar y rezar junto? |
PEDRO.-
No,
sino que lo cantan tan de corrida, que paresçe que
rezan. |
MATA.-
¡Ah! ¿Cómo acá los clérigos
en los mortuorios de los pobres? |
PEDRO.-
Ansí es. |
JUAN.-
Largo ofiçio es ése. ¿Qué tiempo
les queda si han de olgar? |
PEDRO.-
Lo que pluguiese a Dios
sobrase a los fraires todos de acá. |
JUAN.-
¿Qué
es? |
PEDRO.-
Después lo sabréis; dexadme agora.
El refictorio tenía las mesas de mármol todas,
sin manteles ningunos, mas de la viva piedra, y un agujero
en medio y algo cóncava, para en acabando de comer
labarla y cae el agua por aquel agujero. |
MATA.-
¿Con qué
se limpian? |
PEDRO.-
¿De qué? |
MATA.-
De la comida.
|
PEDRO.-
¿Pues aún no nos hemos sentado a la mesa
y ya os queréis limpiar? Era día de Sancto
Mathía, y en cada mesa se sentaban seis y había
seis jarrillos de plomo de a quartillo llenos de un vino
que no sabe mal, hecho de orujo y miel con çierta
hierba que le echan dentro y un poco de agua de azar que
le da sabor. Verdaderamente salta y emborracha, y si no os
dizen qué es, paresçeros ha buen vino blanco,
y un platico de queso molido, que en aquellas partes quajan
mucho queso, como manteca de bacas, y métenlo en cueros
como la mesma manteca, y sécase allí; después
está como sal, y esto se come amasando el bocado de
pan primero entre los dedos para que adquiera alguna humidad,
y pegue el queso en ello quando untare el pan. Teníamos
olla de unas como arbejas que llaman fasoles, y azitunas
como las pasadas y a casco y medio de zebolla. El pan era
algo durillo, pero no malo. |
MATA.-
Duro tenerlo hían
para que no se comiese tanto. |
PEDRO.-
Açertastes;
luego a la ospedería a dormir, la qual era, como agora
os pintaré, una camaraza antiquíssima con muchos
paramentos naturales. |
JUAN.-
¿Qué son naturales?
|
MATA.-
¡Echadle paja! ¿No sabéis qué son telarañas?
|
PEDRO.-
Las camas sobre un tablado; una manta que llaman
esclabina, que de más de la infinita gente que dentro
tenía, habría una carga de polvo en ella. Una
almohadilla de pluma que si la dexaran se fuera por su pie
a la pila. |
MATA.-
¿Había más? |
PEDRO.-
No.
|
MATA.-
¿Luego para ir a maitines y madrugar, no había
neçesidad de despertadores? Y las camas dellos ¿son
ansí? |
PEDRO.-
Sin faltar punto, salbo la de alguno
que se la compra él. Con ser la noche larga, a las
dos fuimos a maitines; salimos a las siete. Aún estaba
confuso qué había de ser de mí; lleguéme
al prior, y díxele que le quería en confesión
deçir dos palabras, y túbolo por bien. Digo,
pues: Padre santo, yo os hago saver que no somos fraires,
ni aun griegos tampoco; somos españoles y venimos
huidos del poder de los turcos y para mejor nos salvar hemos
tomado este vuestro sancto ábito. Apóstoles
sois de Christo; hazed conforme al ofiçio que tenéis,
que por solamente querernos hazer renegar somos huidos, y
a ser tomados, por no ser maltratados, quizá haremos
algún desatino, el qual, no usando vos de piedad y
misericordia, seréis causa y llebaréis sobre
vos. Yo traigo graçias a Dios, dineros que gastar
estos dos meses, si fuere menester; no quiero más
de que me tengáis aquí fasta que benga algún
nabío que me llebe de aquí y pagaré
cortésmente la costa toda que entre tanto haré. |
JUAN.-
Justa petiçión era por çierto.
|
PEDRO.-
Tan justa era quan injusta me respondió. Començó
de santiguarse y hazer melindres, y espantosos escrúpulos,
diziendo: Chirie eleison, ¿y esta traiçión
teníais encubierta? ¿queréis, por ventura,
vos ser el tiçón con que toda nuestra casa
se abrase, y aun la horden? Luego sin dilaçión
os id con Dios, que a esta mar no biene nabío ninguno
de los que vos queréis, sino idos a Santa Laura, que
era otro monesterio, que allí hay un portiçuelo
donde se hallan algunas vezes esos nabíos: y no os
detengáis más aquí, porque como éste
es el monesterio más çerca de donde están
los turcos, cada día vienen aquí a visitarnos
y luego os verán; yo no lo puedo hazer, andá
con Dios. |
MATA.-
Pues ¡maldiga Dios el mal fraire! ¿tan pequeño
era el monesterio que, aunque viniesen mill turcos, no os
podían esconder quanto más sin venir a buscaros?
|
PEDRO.-
El menor, de veintidós que son, es como Sant
Benito de Valladolid y mayor mucho, como están en
desierto, que paresçe cada uno un gran castillo; y
más que todo es muy espeso monte de castaños
y otros árboles, que ya que algo fuera me podía
salir al bosque entre tanto que me buscaban. |
MATA.-
¿Qué
buscar? ¿Qué bosque ni espesura? Yos prometo que si
fuerais donçellas, aunque fueran çiento cupieran
en casa con todas sus santidades. |
PEDRO.-
Yo le demandé
un fraire que me mostrase el camino hasta otro monesterio,
renegando de la paçiencia, que sería ocho leguas
de allí por el más áspero camino que
pienso haber en el mundo, y diómele de buena gana,
mas con tal condiçión que le pagase su trabajo,
porque eran pobres; yo lo puse en sus manos y mandó
medio ducado; admitílo, aunque era mucho, mas con
condiçión que porque yo estaba cansado y el
viejo no podía, que llebase él las alforjas
acuestas, que de camisas y beinte baratijas pesaban bien;
no quiso, sino a ratos él y yo; escoxí del
mal lo menos, por tener a quien hablar que supiese que no
era fraire, para que me avisase de todas las cosas que había
de hazer y zerimonias que en la orden había, para
mejor saber fingir el ábito, lo qual fue una de las
cosas que más me dieron la vida para salvarme, porque
yo çierto lo deprendí a saberlo tan bien como
quantos había en el Monte. Pasamos por un monesterio
que se llamaba Psimeno sin entrar dentro, y fuimos a dormir
en otro muy de los prinçipales que se llama Batopedi,
adonde ya sabía yo el modo de las çeremonias
de fraire, y no fui conosçido por otro, y fuimos huéspedes
aquella noche; y dimos con nosotros en otro, que es también
prinçipal, que se diçe Padocrátora,
en donde almorçamos, y pasamos a otro, que se llama
Hibérico, en donde comimos, y queriendo pasar adelante
me preguntaron qué era la causa que pues todos los
peregrinos en cada monesterio estaban tres días, nosotros
íbamos tan deprisa. Yo respondí porque en Santa
Laura tenía nueba que estaba un nabío que se
partía para Chío, y por llegar antes que se
partiese a escribir una carta, y embiar cierta cosa que nuestro
patriarca me había dado en Constantinopla, mas que
luego había de dar la buelta y hazer mi oratión
como era obligado; y con esto los aseguré ya; pasé
a otro, que se llama Stabronequita, y de allí a Sancta
Laura, donde pensaba había de haber fin mi esperança;
y hecha la oratión y çerimonias fuimos a hablar
al prior, al qual hize el mesmo raçonamiento que al
primero, y él los mesmos milagros y respuestas que
el otro, y dixo que allí jamás había
nabío semejante, sino de turcos, que me conosçerían
y sería la ruina de todos. El mejor remedio era ir
al Xilandari, que era el primero de todos, y allí
solían acudir aquellos nabíos. Yo digo: Señor,
he estado allá y remitiéronme acá; mirad
que conmigo no habéis de gastar nada. No aprobechando,
procuré de saber si había algún fraire
letrado para comunicar con él, y contentándole,
que se me afiçionase y rogase por mí, y había
uno solo que se llamaba el papa Nicola, y començéle
de hablar en griego, latino y cosas de letras, el qual m'entendía
tanto, que con una ayuda de agua fría le hizieran
echar quanto sabía. En fin como diçe el italiano:
en la terra de li orbi, beato chi ha un ochio: en la tierra
de los çiegos, beato el tuerto; afiçionóseme
un poco y habló por mí, y lo que pudo alcançar
era que nos quedásemos allí por fraires de
veras, y que él nos enviaría adentro el bosque,
donde tenían una granja, y yo cabaría las viñas
y mi compañero guardaría un hato de obejas;
y si esto no queríamos, desde luego desembarazásemos
la casa; yo respondí agradesçiéndoselo
que holgara dello, pero no podíamos por respecto que
teníamos mugeres y hijos, que de otra manera Dios
sabía nuestro muy buen propósito. |
JUAN.-
Pues
¿el fraire mesmo había de cabar ni guardar ovejas?
|
PEDRO.-
Quiéroos aquí pintar la vida del Monte
Sancto, para que no vais tropezando en ello, y después
acordarme dónde quedó la plática. |
MATA.-
Yo
tomo el cargo deso. |
PEDRO.-
Los veintidós monesterios
que os he dicho, todos, sino dos, están en la mesma
ribera de la mar, y cada uno tiene una torre y puertas de
yerro, y puentes levadiças, no más ni menos
que una fortaleza, y no se abre hasta que salga el sol. Tiene
ansí mismo cada monesterio su artillería, y
fraires que son artilleros, [y] una cámara de arcos
y espadas. |
JUAN.-
¿Para qué esas armas? |
PEDRO.-
Para
defenderse de los cosarios, que podrían hazer algún
salto. La distançia de un monesterio a otro no será
de dos leguas adelante. En el punto que sueltan una pieza
de artillería, concurrirán al menos tres mill
fraires armados y aun muchos dellos a caballo, y resistirán
a un exérçito si fuere menester. |
JUAN.-
Si
esos están debajo el Turco, ¿quién les haze
mal? |
PEDRO.-
Cosarios, que no obedesçen a nadie; son
como salteadores o bandoleros en tierra. |
MATA.-
¿No será
mejor a repique de campana? |
PEDRO.-
En todo el imperio del
Gran Turco no las hay ni las consiente. Unos diçen
que porque es pecado; mas yo creo a los que diçen
que, como hay tantos christianos, teme no se le alzen o le
hagan alguna traiçión; porque el repique de
campana junta mucha jente: ni órgano tampoco no le
hay en ninguna iglesia, que con trompetas se dize en Constantinopla
algún día solemne la misa. |
JUAN.-
¿Pues cómo
tañen los fraires o los clérigos a misa? |
PEDRO.-
Campanas
tienen de palo y de hierro que tocan como acá. |
MATA.-
Eso
no entiendo cómo pueda ser. |
PEDRO.-
Una tabla delgada,
estrecha y larga cuanto seis varas; por enmedio tiene una
asa como de broquel y tráenla en el aire en la una
mano, que no toque a rropa ni a nada, y en la otra un maçico,
con el qual va repicando en su tabla por todo el monesterio
y haze todas las differençias de sones que acá
nosotros con las nuestras. |
JUAN.-
¿Como acá los Viernes
Sanctos? |
PEDRO.-
Quasi. Las de yerro son una barra ancha
y a manera de herradura o media luna, colgada de modo que
no toque a ninguna parte, y allí con dos maçicos
de yerro hazen también sus diferençias de repiquetes
los días de fiesta. |
MATA.-
¿Qué, es posible
que en tan grande miseria están los pobres christianos?
Nunca lo pensara. ¿Y tantos hay desos fraires? |
PEDRO.-
Ya
os he dicho que en cada monesterio doçientos o tresçientos,
ansí como los monesterios de acá y las perrochias;
todo es una manera de çelebrar allá; dígolo
para que los que oyerdes de Monte Sancto se entiende de toda
Greçia. |
MATA.-
¿El comer? |
PEDRO.-
Ya os he dicho cómo
comimos aquellos días de fiesta. Ellos tienen la mayor
abstinençia que imaginarse puede. Primeramente no
comen carne, ni huebos, ni leche, sino es obra de treinta
o quarenta días en todo el año; iten tienen
quatro Quaresmas. |
JUAN.-
¿Los fraires, o todos los griegos?
|
PEDRO.-
Todos las tienen; pero más abstinençia
tienen los fraires. El Adviento es la una, en el qual comen
pescado si le tienen; luego la nuestra Quaresma, que la llaman
ellos grande, la qual toman ocho días antes que nosotros
y en aquéllos bien pueden comer todos huebos y leche
y pescado. El domingo de nuestras Carnestolendas las tienen
ellos de pescado y huebos y leche, si no fuere pescado sin
sangre, como es ostrias, caracoles, calamares, pulpos, gibias,
veneras y otras cosas. Ansí, los fraires añaden
más abstinençia, que no comen lunes, miércoles
y viernes açeite, diçiendo que es cosa de gran
nutrimento, ni beben vino; gisan unas ollas de hinojo y fasoles,
con un poco de vinagre; habas remojadas con sal de la noche
antes tienen muy en uso y algunas açitunas. |
JUAN.-
¿Pasáis
por tal cosa? ¿Y pueden resistir a guardarlo de esa manera?
|
PEDRO.-
Como testigo de vista os diré lo que pasa
en eso. No digo yo fraire, ni en Quaresma, sino un plebeyo
en viernes, que esté malo, que se purgue, no comerá
dos tragos de caldo de abe, ni un huebo, si pensase por ello
morir o no morir, y aun irse al infierno; en eso no se hable,
que entre un millón que curé de griegos jamás
lo pude acabar, sino unas pasas o un poco de aquel pan cocto
de Italia. El Domingo de Ramos y el día de Nuestra
Señora de março comen pescado y se emborrachan
todos los seglares, y aun de los otros algunos, y darán
las capas por tener para aquel día pescado. |
JUAN.-
¿Celebran
ellos la Pascua como nosotros? |
PEDRO.-
Como nosotros, y quando
nosotros tienen todas las fiestas del año, y la mañana
de Pascua es la mejor fiesta del mundo, que se besan quantos
se topan por la calle y se conosçen, unos a otros,
y el que primero vesa dice: O Theos anesti. El otro responde:
Allithos anesti. Christo resuscitó. Y el otro: Verdaderamente
resucitó . |
MATA.-
¿Y a las damas también? |
PEDRO.-
Ni más ni menos, si las conosçen; aunque
yo, para deçir la verdad, aquel día si me paresçía
bien, aunque no la conosçiese, le daba las pascuas
en la calle y me lo tenía a mucho por ser español,
y aun cobraba amistades de nuebo por ello. |
MATA.-
¿Hay hermosas
griegas allá? |
PEDRO.-
Mucho, como unas deas. |
JUAN.-
Dexaos
agora deso; ¡mira adónde salta! ¿Quál es la
terçera Quaresma? |
MATA.-
No querría Juan de
Voto a Dios oír hablar de damas burlando, mas de veras.
Dios os guarde de todos los de tal nombre en achaque de sanctos.
|
PEDRO.-
Desde principio de junio hasta Sant Juan; y ésta
no hay abstinencia de pescado, aunque tenga sangre. La última
desde primero de agosto hasta Nuestra Señora, y aun
hay muchos que tienen otra quinta de 25 días, a San
Dimitre; mas ésta no es de preçepto. |
JUAN.-
Y
en el sacrificar ¿en qué difieren de nosotros? |
PEDRO.-
En
el baptiçar diçen que somos herejes, porque
es grande soberbia que diga un hombre: Ego te baptizo, sino
Dulos Theu se baptizi: el sierbo de Dios te baptiza. Yo,
hablando muchas vezes con el patriarca y algunos obispos,
les deçía que por falta de letrados estaban
diferentes su Iglesia y la nuestra romana; porque esto del
baptismo todo era uno dezir: Yo te bautizo en el nombre del
Padre, etc. y El siervo de Dios te baptiza. No echan el agua
de alto, sino tómanle por los pies y zapúzanle
todo dentro la pila. En la misa no hay pan senzeño,
ni curan de hostia como nosotros, sino un pedaçillo
de pan algo creçido. Las mugeres que lleban pan a
la iglesia para ofresçer hazen una cruz a un lado
del panezillo, para que de allí tome el sacristán
para sacrificar, y en un platico lo tienen en el altar. La
casulla es a manera de manto de fraire hasta en pies, con
muchos pliegues; no le verán deçir la misa,
porque el altar está detrás de una pared a
manera de cançel con dos puertas a los lados. El saçerdote
sobre la una diçe la Epístola al pueblo, y
muchas orationes que nuestra Iglesia diçe el Viernes
Sancto, ellos en todas sus misas las tienen. En la otra puerta
diçe el Evangelio. El credo y el pater noster no le
diçe el saçerdote, sino un muchacho a boces
en medio de la iglesia. |
JUAN.-
¿Qué causa dan para
que se ha de sacrificar con pan levado? |
PEDRO.-
Porque el
pan sin levadura es como cuerpo sin ánima, y habiéndose
de convertir en Christo aquéllo, no puede si no tiene
ánima. Son todos una jente quasi tan sin razón
como los turcos. |
JUAN.-
Ansí me paresçe a mí
por lo que dellos me contáis. ¿Y cómo alçan
el sacramento? |
PEDRO.-
Tiénele el sacerdote en su
plato cubierto con un belo negro y sale por una puerta, y
da vuelta por todo el coro a manera de proçessión
y torna por la otra; y otro tanto al cáliz, y de como
sale hasta que torna ninguno mira haçiallá,
sino todos, inclinadas las cabezas hasta las rodillas, y
más si más pueden, están haçiendo
cruçes, y diçiendo: Chirie eleison, Chirie
eleison. En fin de la misa el saçerdote da por su
mano a todos el pan bendito, que llaman andidero, y algunos
entonçes ofresçen algo, y no creáis
que habrá griego que almuerçe el domingo antes
que coma el pan bendito. Las más vezes hay en fin
de la misa psichico, que es limosna que algunos dan de pan
y sendas vezes de vino a toda la jente que hay en misa, sentados
por su orden. Como no conosçen nuestro Papa, tienen
por superior un patriarca, el qual reside en Constantinopla,
y éste pone otros dos: uno en Antiochía y otro
en Alexandría. |
JUAN.-
¿Qué renta tiene? |
PEDRO.-
La
que tubiesen muchos perlados de acá; solamente aquello
que por su persona allega pidiendo seis meses del año
limosna en cada pueblo; es verdad que se lo tienen allegado,
pero conviene ir en persona; lo que estando yo allá
cada año allegaba eran treze mill ducados, de los
quales daba ocho mill al Gran Turco de tributo porque le
dexe tener la fe de Christo en peso y hazer justiçia
en lo eclesiástico; y de los çinco o seis mill
ducados se mantiene a sí y a los otros dos patriarcas. |
JUAN.-
¿Y ese es fraire o clérigo? |
PEDRO.-
No puede
él ni obispo ni ninguno ser clérigo, porque
los clérigos todos son casados a ley y a bendiçión.
Ha de ser por fuerça de los de Monte Sancto. |
MATA.-
Eso
de casados los clérigos, me deçid: ¿Cómo
casados? ¿Qué cosa es casados? |
PEDRO.-
¿No os tengo
dicho que se vibe allá a la apostólica, y no
están debaxo de nuestra Iglesia Romana? Cada clérigo
se llama papa: el papa Juan, el papa Nicola, etc., y su muger,
la paparia. |
MATA.-
¡Cónmo se holgaría Juan
de Voto a Dios que acá se usase eso; digo a ley y
a vendiçión, que sin ley y a maldiçión,
de las de a pan y cuchillo, no falta, por la graçia
de Dios. Tres vezes ha parido la señora después
que vos faltáis. |
JUAN.-
Para éstas que yo sepa
de aquí adelante de quién me guardar. |
MATA.-
No
tenéis por qué os picar más vos que
los otros, que yo no dixe sino de los clérigos y theólogos
de acá en comparaçión de los de allá;
sé que vos no sois obligado a responder por todos. |
JUAN.-
Ello está bien. ¿Los obispos no ternán,
a esa quenta, mucha renta? |
PEDRO.-
La que les basta para
servir a Dios: dosçientos o tresçientos ducados
el que más; y llámanse metropollitas; los obispados,
como en renta, son pequeños también en jurisdiçión;
quasi cada pueblo, como sea de doçientas casas, tiene
él su metropollita y no puede salir de su obispado
si no es a la electión del patriarca, que es por mano
destos y eligen a uno dellos. |
JUAN.-
¿Y éstos elígelos
el mesmo patriarca de los de Monte Sancto? |
PEDRO.-
Sí. |
JUAN.-
Y los clérigos ¿qué renta tienen? ¿Hay
canonicatos o dignidades como acá? |
PEDRO.-
Ni aun
benefiçios tampoco; no penséis que es allá
la sumptuosidad de las iglesias como acá; son pequeñas,
como cosa que está entre enemigos, y herédanse
como cosa de patrimonio; es como hay acá çiertas
abadías en ermitas o encomiendas de Sant Juan. Tengo
agora yo esta iglesia como cura della; tomo quatro o seis
papas que me ayudan, y parto con ellos la ganancia toda que
los perrochianos me dieren, que es harta miseria, si no tienen
otras cosas de que se sustentar ansí el cura como
los otros. |
JUAN.-
¿Confiésanse? |
PEDRO.-
Como nosotros;
no hay más diferençia entre su Iglesia y la
nuestra de lo que os he dicho; en lo demás, entended
que lo que vos hazéis en latín el otro lo haze
en griego. |
MATA.-
Acabemos si os paresçe a Monte Sancto,
que después daremos una mano a lo que desto quedare.
En ese monte scabroso, donde ni hay hombre ni muger ni pueblo
en diez leguas alrrededor, ¿qué comen?, ¿de qué
se mantienen?, ¿quién les da limosna? |
PEDRO.-
¿Limosna
o qué? ¿Luego a huçia de la limosna se tienen
de meter en las religiones teniendo sus miembros sanos? Cada
mañana, en amanesçiendo, que se abre la puerta
y vaxan la puente, veréis vuestros fraires todos salir
con unos sayos de sayal hasta la espinilla, y unos bicoquis
como éste; veinte por aquí con sus azadas a
cabar las viñas; otros tantos por acullá con
las yubadas; por la otra parte otros tantos con sus hachas
al monte a cortar leña o madera; çinquenta
otros están haziendo aquel cuarto de casa, enyesando,
labrando tablas, y todo en fin que ninguno hay de fuera.
Maestros hay de hazer barcas y nabíos pequeños;
otros van con sus remos a pescar para la casa; otros a guardar
ovejas; los de ofiçios mecánicos quedan en
casa, como çapateros, sastres y calçeteros,
herreros; de tal manera que, si no es el prior y el que ha
de diçir la misa, y algún impedido, no queda
hasta una hora antes que el sol se ponga hombre en casa.
Yo me espantaba quando no lo sabía; y caminando de
un monesterio a otro veía aquéllos, que çierto
paresçen hombre salvajes, con aquellos cabellazos
y barbas. |
MATA.-
No paresçéis vos menos en
verdad. |
PEDRO.-
Y preguntábanme. Po paí ¿iagiosini
su pater agiotate? Sanctísimo padre, dónde
va vuestra santidad? Yo muerto de hambre y con mis alforjaças
a cuestas respondía primero entre dientes: ¡La puta
que os parió con vuestras sanctidades! |
JUAN.-
¿Pues
por qué os llamaban ansí? |
PEDRO.-
Úsase
entre ellos, aunque sea al cozinero y al herrero, llamar
sanctidad. |
MATA.-
¿Y cómo llaman al patriarca? |
PEDRO.-
Ni
más ni menos. ¿Cómo queréis subir más
arriba? Dentro el mesmo Monte hay muy buenos pedaços
de viñas y olivares y heredades, a donde me querían
enviar a mí a trabajar, que son muchos dellos de particulares,
y lo venden. |
JUAN.-
Eso no entiendo. |
PEDRO.-
Digo que hay
caserías, como digamos, con sus viñas y olivares;
y el fraire que tiene dineros compra una de aquéllas,
y escoje quatro o çinco compañeros que se lo
labren y dales su mesa y mantiénense de aquéllo. |
JUAN.-
¿No comen en refitorio? |
PEDRO.-
Esos tales no, si
no tienen muchos quartos en la casa apartados que corresponden
a aquellas caserías y son anejos a ellas, y allí
se están y ban a sus horas como los otros; mas no
son obligados a trabajar nada para la casa. |
JUAN.-
Y ésa
¿quién la vende? |
PEDRO.-
El monesterio; porque quando
muere se queda otra vez en el monesterio, aunque en vida
bien la puede vender. Ansí hay muchos labradores que
son viudos o de otros ofiçios, y hazen dinero lo que
tienen y métense fraires allí. |
MATA.-
¿Y lo
que lleban es nuestro, como acá? |
PEDRO.-
No, sino
suyo propio, que nadie se lo puede tomar. |
JUAN.-
¿Y esos
no saben letras? |
PEDRO.-
De diez partes las nuebe no saben
leer ni escrebir, y gramática griega de mill uno,
y aquélla bien poca. |
JUAN.-
Pocos saçerdotes
habrá a esa quenta. |
PEDRO.-
Muy pocos. Quando a la
noche llegaban del trabajo veníanme algunos a hablar;
y yo no sabía de qué me conosçían.
Como venían con sus capas de coro, largas, de chamelote
o estameña, y las barbas algo más peinadas,
preguntábales quiénes eran o de qué
me conosçían. Decían: ¿Vuestra santidad
no se acuerda que me preguntó por el camino estando
yo cabando en tal parte? Yo luego le deçía:
¿Vuestra sanctidad es? ya cayo en la quenta, si mala pascua
le dé Dios. |
MATA.-
¿Cómo es posible haber pan
y vino y todo lo neçesario para tantas personas y
tan grandes monesterios en solo pedaços del Monte?
|
PEDRO.-
¿No dixe primero que tenían sus metoxias o
granjas fuera? Cada monesterio tiene una o dos o más
metoxias fuera del Monte, junto a Sidero Capsia, y en las
islas del arçipiélago algunas, como son en
la isla de Lemno y del Schiatho, donde yo estube, y Eschiro,
que son de distançia de Monte Sancto quinze leguas
por mar; y en estas metoxias tienen sus mayordomos, con tantos
fraires que basten a labrar las viñas y heredades,
y con aquellos nabíos pequeños que hazen van
y bienen y benden lo que les sobra, y allí tienen
ganado y gallinas para los huebos, porque carne no la comen,
y otras granjerías de fraires; de la lana del ganado
hazen de bestir para la casa a todos. |
MATA.-
¿Y ésos
trabajan mucho? |
PEDRO.-
Como los mayores ganapanes que hay
por acá; lo que seis obreros cabarán en un
día, ellos largamente lo harán quatro. ¿Qué
pensáis? Antes que fuesen fraires, no eran más
deso tampoco; ellos al paresçer tienen vida con que
se pueden bien salvar, y no piden a nadie nada ni son importunos. |
MATA.-
Si en nuestras fronteras de moros hubiese monesterios
desa manera, no se deserbiría Dios ni el Rey, porque
a Dios le defenderían su fe y le servirían,
y al Rey su reino, y que la jente de guerra que allí
está se fuese al exérçito donde anda
su persona. |
JUAN.-
Dezid vos eso y pelaros han los fraires.
|
PEDRO.-
No me ayude Dios si no creo que irían de tan
buena voluntad la mayor parte dellos como a ganar los perdones
de más indulgengias que la Cruçada conçede,
y aunque cortase tanto la espada de algunos como las de los
soldados. |
MATA.-
Estaba pensando qué se me olvidaba
de preguntar, y agora me acuerdo: ¿Qué hábito
traen los clérigos griegos o papas? |
PEDRO.-
Unas ropas
moradas por la mayor parte, aunque algunos las traen negras,
y en la cabeza un barretín morado y una benda azul
por la frente que le da tres o quatro bueltas a la cabeza.
Ya no tengo memoria en dónde quedó la plática
prinçipal. |
MATA.-
Yo sí. Quando en Santa Laura
el prior os dixo que si queríais ir a trabajar con
los hermanos y respondistes que erais casado. |
PEDRO.-
Gran
deseo es el que Mátalas Callando tiene de saver, pues
tiene tanta atençión al quento. Yo determiné,
harto falto de paçiençia y desesperado de verme
traer de Anás a Caiphás, de no me descubrir
más a ningún hombre ni por pensamiento; sino,
pues sabía ya tan bien todas sus çerimonias
y vida frairesca, que aquél que vino conmigo los dos
días me había enseñado, estarme en cada
monesterio los tres días que los otros peregrinos
estaban por huéspedes, y hazerles entender que era
tan buen fraire como ellos todos; quanto más que sabía
çiertos psalmos en griego, de coro, y otras cosillas,
con las quales los espantaba y me llamaban didascalos, que
quiere decir doctor; todo el pan que podía ahorrar
escondido lo guardaba para tener qué comer en el bosque
quando me quisiese ir a estar algún día para
detenerme más, por si acaso en aquel tiempo pasase
algún nabío que me llebase. Salí de
aquel monasterio con otro fraire de guía y fui a otro
que se llama Agio Pablo, donde me estube mis tres días
y cantaba con ellos en el coro, y no se contentaban poco,
y la comida era como las pasadas. Acabados mis tres días
fui al monasterio Rúsico, que es de rusios, çiertas
jente que confina con los tártaros, y está
subjeta a la Iglesia griega, y estube los mesmos, y fui a
Sant Gerónimo, donde pasé un grandissímo
trago; porque estaban unos turcos que habían aportado
allí, y preguntáronme [de] dónde era,
y dixe que del Chío; y açertó que el
uno era de allá, renegado, y luego me preguntó
cúyo hijo y en qué calle; y yo en mi vida había
estado allá; pero Dios me dio tal gracia, que estube
hablando con él más de una hora, dando razón
a quanto me preguntaba sin discrepar ni ser tomado en mentira,
y aun oían la plática otros dos fraires naturales
de allá. |
MATA.-
Eso no me lo engargantaréis
con una cuchar. ¿Qué razón podíais vos
dar de lo que nunca vistes? |
PEDRO.-
Andad vos como yo por
el mundo y sabréislo. Dábale a todo respuestas
comunes; a lo que me preguntó cúyo hijo era,
dixe que de Verni, que es nombre que muchos le tienen, y
si me preguntaba de quál, deçía que
del viejo; ¿y cómo está fulano?: es muerto;
el otro no está allí; fulano, está malo;
el tal armó una barca cargada de limones para Constantinopla;
y otras cosas ansí; ¿parésçeos que me
podía eximir?, y aun os prometo que quedó bien
satisfecho. |
Capítulo XII |
La ruta por el mar Egeo
|
MATA.-
Parésçeme
que no les faltaba rrazón a los que deçían
que teníais demonio, porque tales cosas aun el diablo
no las urdiera. |
PEDRO.-
Pues hombre que había ya sido
dos meses o çerca fraire ¿no queréis que urda
cosas que el diablo no baste? El último monasterio
adonde fui se llamaba Sero Pótami, estando en el qual
dos días, en vísperas vi entrar un marinero
griego, y preguntéle de dónde venia y díxome
que de la isla de Lemno, y tornaba allá. Como no vía
la hora de salir de allí, que se me acababa la candela,
díxele si desde allí podían ir al Chío
que me iría con él; díxome que muy bien.
Igualéme en medio escudo, y embarquéme con
mi compañero, y de aquel monesterio donde yo salí
se embarcaron seis fraires, los quales metieron harto bastimento,
prinçipalmente, vino. Comenzamos de alzar vela y navegar,
y era quasi noche y dieziséis de hebrero. Començó
a abibar el viento y dixe al patrón del nabío:
Mirad, señor, que es imbierno y la noche larga, y
el nabío pequeño; mejor será que nos
quedemos aquí esta noche, porque el viento refresca
y podrá ser que nos veamos en aprieto. Como iban él
y los fraires bebiendo y borracheando lo que habían
metido, no hizieron caso ninguno de lo que yo dezía,
antes se reyeron, y quasi todos beodos; a las onçe
de la noche alborotóse la mar, no así como
quiera, sino la más braba y hinchada que en mi vida
la vi; los marineros, parte por lo poco que sabían,
parte por el vino, perdieron el tino de tal manera que no
sabían dónde se estaban y no haçían
sino bomitar. Quiso Dios que cayeron en la quenta que echásemos
en la mar todo quanto llebábamos para alivianar el
nabío; esforzando más el viento llebónos
el árbol y antena con sus velas; ya era el día
y halláronse menos borrachos, pero perdidos; comenzó
de divisarse tierra, y no sabían qué era. Unos
deçían que Salonique, otros que Lemno, otros
que Monte Sancto; yo reconosçí, como había
estado otra vez allí, que era el Sçiatho, y
díxeselo; mas ya desesperados, viendo que íbamos
a dar en unas peñas dixeron: Agora, por Dios verdadero,
nos ahogamos todos; señores, ¿qué haremos sin
vela ni nada? Dexó el patrón el timón
ya por desesperado, y hincáronse de rodillas y començaron
de invocar a Sant Nicolás, y tornaron a preguntarme
a mí: ¿Qué haremos? Respondí con enojo:
Na mas pari o diávolos olus: Que nos lleven todos
los diablos; y salto donde estaba un pedazo de vela viejo,
y hago de dos pedazos una bela chica, y pongo en cruz dos
baras largas que acerté a hallar, y díxeles:
Tened aquí, tirá destas cuerdas, y tirando
llamad quantos santos quisiéredes; no penséis
que los sanctos os ayudarán si vos no os ayudáis
también. Començó de caminar nuestro
nabío con aquel trinquete, como la fuerça del
viento era tan grande, que cada hora serían bien tres
leguas; y fuenos la vida que durase la fortuna, porque si
estonçes çesara y nos quedábamos en
calma, todos peresçíamos de hambre, porque
estábamos en medio del golfo, y el vizcocho todo había
ido a la mar por salvar las vidas, y no podíamos caminar
sin viento. Llegamos a distancia de tierra por tres o cuatro
leguas y allí abibó de tal modo el viento,
que nos llebó el trinquete, que del todo desesperó
a todos. Dixo el patrón: Señores, todo el mundo
se encomiende a Dios, porque nuestro nabío va a dar
en aquellas peñas, adonde todos peresçeremos;
y començó de mantener quanto podía el
nabío, que ni andubiese atrás ni adelante,
y dezía: Si alguno tiene dineros délos a estos
marineros, que saben muy bien nadar, que por ventura se salvará
y hará algún bien por el ánima. Yo les
dixe, aunque çiertamente no faltaban una doçena
y dos de ducados, que no tenía blanca; mas aunque
la tubiese, ¿qué se me daba a mí, perdiéndome
yo, que también la mar se sorbiera el dinero? En esto
quiso Dios que nos açercáramos a tierra mucho
más; y con la grandíssima furia que la mar
tenía no se pudo dexar de dar al trabés en
aquella isla, y fuenos llebando la mar; y como yo me vi quasi
en tierra, sin saber nadar, acudiçiéme a saltar,
y si no me sacaran dos marineros, yo me quedaba allí;
los demás no quisieron saltar por el peligro, y ensoberveçióse
la mar más, y dio con el nabío más de
un quarto de legua fuera del agua, junto a una ermita de
Nuestra Señora que allí estaba, y asentad ésta
por cabezera entre todas las merçedes que de Dios
he resçibido; que aquella isla del Schiatho donde
dimos al trabés, tiene de çerco treinta y çinco
leguas y en ninguna parte de todas ellas podíamos
dar al trabés que no peresciéramos todos, porque
es por todas partes peña viba, sino adonde dimos,
que había un río pequeño que daba en
la mar y era arena todo, y allí embocó el nabío,
que no sería de ancho çient pasos. |
JUAN.-
¿Qué
llamáis dar al trabés? ¿Por ventura es lo que
dize Sant Pablo padesçer naufragio? |
PEDRO.-
Eso mesmo;
y éste fue tal, que a la mañana, que la mar
había sosegado, el nabío estaba hasta medio
enterrado en el arena. Cayó aquella noche una niebe
de media vara en alto, y todos nos acoximos a la hermita,
que estaba llena de unos çepos muy grandes de tea,
la qual se embarca desde allí para llebar a Sidero
Capsia, donde se hazen el oro y la plata. |
JUAN.-
¿Pues qué,
tanto camino teníais aventajado en tanto tiempo que
no salíais desa Sidero Capsia? |
PEDRO.-
¿N'os tengo
dicho que me bolvió la fortuna a la isla donde dexé
al sastre, que en mes y medio, con quanto había caminado
y trabajado, no me hallé haber aventajado una legua?
Çiento y çinquenta leguas que a pie, cargado
de alforjas, había caminado en mes y medio, torné
en una noche y un día hacia atrás, con otras
tantas más de rodeo, de tal manera que en çinquenta
días no me hallé más de çient
leguas de Constantinopla. El frío que aquella noche
haçía no se puede aquí escribir, pero
tomóme tan falto de ropa que no tenía sino
estameña acuestas, porque una ropa morada que la Soltana
me había dado, que traía debaxo el ábito,
con sus martas, troqué en Monte Sancto con aquel fraire
que habló por mí, a una túnica vieja
llena de piojos que tenía al rincón. |
MATA.-
¿A
qué propósito el trueco del topo? |
PEDRO.-
Porque
como iba por aquellas espesuras, alguna mata o retama me
asía de la estameña y llebábame un girón,
y por allí se paresçía luego lo azul
y podía ser descubierto, porque no era cosa deçente
a fraire. |
MATA.-
¿Y en aquella ermita no podíais ençender
buen fuego con aquellas teas y calentaros? No fuera mucho
con esa poca ropa y con el frío que hazía quedaros
allí. |
PEDRO.-
Los marineros y los otros fraires eran
tan scrupulosos que no osaban llegar a tomar de la teda,
diçiendo ser sacrilegio, y como ellos no saltaron
en la mar como yo, no estaban mojados, y mediano fuego les
bastaba, al qual yo no me osaba llegar por no me arremangar
para calentarme, y ser conosçido por las calças
que debajo traía, y camisa, que no era de fraire. |
MATA.-
¿No podíais tomar juntamente con el ábito
todos los demás vestidos de fraires al principio?
|
PEDRO.-
Como yo nunca me había huido otra vez, y el
espía m'engañó, que dixo bastar aquello,
me curé más de echarme el ábito sobre
la ropa que yo me tenía; si yo fuera plático
como agora, tampoco saliera en ábito que fuesen menester
tantas ipocresías ni no comiesen carne; en ábito
de turco me podía venir cantando. |
JUAN.-
O de judío.
|
PEDRO.-
También, pero es peligroso; que en pudiéndole
cojer en descampado le roban y le matan por hazerlo. Si no
fuera por el peligro que había, siendo tomado, de
ser turco, mejor hábito de todos era el turquesco. |
MATA.-
¿Qué remedio tubistes aquella noche? |
PEDRO.-
Pesábame
de haber escapado tan grande peligro y morir muerte tan rabiosa.
Como la compañía toda se durmió junto
al fuego, yo tomé una hachuela y hize pedazos un çepo
de aquellos, y desnudéme y mudé camisa y hago
un fuego tan grande, que quería quemarse la ermita,
y con todo no bastaba a tornar en mí. Quando los otros
despertaron dixeron: Verdaderamente este es diablo, y no
es posible ser çhristiano, pues tan poco themor ha
tenido de Dios en hurtar lo ajeno aunque peresçiera.
Dixo otro: ¿N'os acordáis quando hoy, en la mayor
fortuna de la mar dixo que nos llebasen todos los diablos,
y otras veinte cosas que le hemos visto hazer? Yo estaba
tal que no se me daba nada ser descubierto, por no morir
ansí, y no se me dio tampoco de lo que decían.
Otro día vinieron allí dos clérigos
de la tierra, que para dar graçias a Dios habíamos
llamado que dixesen misa, los quales çerraron la iglesia,
poniendo por grandíssimo escrúpulo la noche
que allí habíamos dormido, y nos hizieron dormir
otras dos noches fuera. Los marineros se fueron a dormir
al nabío, y a mí y el compañero no nos
dexaron entrar por el pecado pasado, y fue necesario dormir
debaxo de un árbol aquella noche. |
MATA.-
¿Con toda
la nieve y frialdad? |
PEDRO.-
Y aun yelo harto. |
MATA.-
¿Y
no os vais adonde sirváis a Dios de tal manera que
venialmente no le ofendáis, habiendo resçibido
tan particulares merçedes? |
PEDRO.-
Plegue a él
que conforme al deseo que yo de servirle tengo, me ayude
para que lo haga. Como estaba el nabío enterrado en
la arena, los marineros quisieron sacarle y forçáronme
que les ayudase, pues también había yo venido
dentro, y no osé hazer otra cosa porque eran muchos
y çierto me mataran. Començé con gran
fatiga de cabar y hazer lo que me mandaban; entraron todos
en una barca para ir a buscar una ánchora que se les
había caído en la mar, que ya sabían
dónde estaba, y mandaron que entre tanto yo y mi compañero
cabásemos. Como yo vi el laberinto tan grande y la
poca jente que éramos para ello, pregunté a
uno de la tierra que descargaba allí tea, quánto
había de allí al primer lugar y quál
era el camino, y mostrómelo; dixe a mi compañero
si sería para siguirme y llebaría yo nuestra
alforxa y nos les huyésemos. Era un viejo enjuto que
caminaba más que yo, y dixo de sí. Voy donde
estaba el hato y húrtoles un pedaçillo de vizcocho
y tomé mi alforxa, y metímonos por el bosque,
yendo con harto más miedo dellos que de los turcos;
y quiso Dios que llegamos a una aldea, y en la taberna almorzaban
unos griegos, y combidáronnos a pan y buen vino, con
lo qual Dios sabe el rrefrigerio que hubimos, y contamos
nuestra desventura y pedimos consejo de lo que haríamos
para ir a Chío. Dixéronnos que diez leguas
de allí, aunque por grandes montañas, estaba
el puerto de mar, donde muchas vezes había nabíos
en que pudiésemos ir, y si queríamos nos darían
un moço que por un real no más nos enseñaría
todo aquel camino. Respondíles, agradesçiéndoselo
mucho, que era muy contento dello aunque lo dexase de comer,
y fuimos aquel día tres leguas, y hallamos una metoxia
de un monasterio de Monte Sancto, en la qual nos reçibieron
aquella noche, como dixo Basco Fig[u]eira, muyto contra su
voluntad. Todavía hubo pan y vino y sendos huebos,
que fue la mayor comida que había fasta allí
habido; y a la mañana dixéronnos que fuésemos
presto, porque la niebe estaba elada y si ablandaba no era
posible pasar. Caminamos con nuestro moço para hazer
seis leguas de sierra despoblada que nos faltaban, y caminamos
las tres lo mejor del mundo por sobre la niebe; mas estando
en medio el camino, en un altísimo monte, vino una
niebla que nos enternesçió la niebe y no podíamos
ir atrás ni adelante; cayendo y levantando, quiso
Dios que anduviésemos una legua más y topamos
en un valle una casilla pequeña, donde había
dos moradores que labraban çiertas viñas, y
diéronnos pan y vino, vinagre y unas nueçes
y higos, que yo dubdo si en el mundo, quan grande es, las
hay mejores, de lo qual hinchimos bien los estómagos;
y el moço determinó de que caminásemos
adelante, y yo bien quisiera quedarme allí; en fin,
las dos leguas que restaban se caminaron en medio día,
con la niebe siempre hasta los muslos, cayendo de quatro
en quatro pasos, y acabándose çierto la paçiencia,
que era de lo que más me pesaba; tubimos consejo mi
compañero y yo que valía más ser esclabos
que no padesçer de aquella manera; y Dios lo permitía
ansi, quizá que se le hazía mayor serviçio
de serlo; por tanto, en llegando a la villa, preguntásemos
por el governador turco y le dixésemos cómo
éramos dos esclabos de Zinán Baxá y
nos habíamos huido, por tanto nos volviese a nuestro
dueño, que todo lo hazía cada çient
palos y no padesçer tantas muertes como habíamos
pasado; y lo que más me inçitaba para ello
era ver que, pues Dios no quería que pasásemos
adelante, señal era que se servía más
de que volviésemos a Constantinopla, que aún
los pecados que en el cautiverio se habían de pasar
no debían de ser acabados de purgar; ya llegábamos
con esta fatiga al pueblo, y entrando queríamos preguntar
por casa del baivoda, y vi a deshora en una botiquilla el
sastreçillo que había llebádome allí
desde la Caballa. |
MATA.-
¿Era ese el pueblo donde el mercader
os había dicho que os llebaban engañado y que
os fueseis de allí, que estaba en un alto? |
PEDRO.-
El
mesmo. |
MATA.-
Yo digo que, aunque la paçiençia
se os acababa, si estonçes os moríais, estabais
bien con Dios, porque muy grandes requiebros y labores son
esos que os daba. |
PEDRO.-
Como yo vi mi sastre, arremetí
para abraçarle con grande alegría, y estube
en su botica un grande rato, y dile quenta de todo lo pasado,
y él me dixo que por amor de Dios me fuese de allí,
porque él se estaba bien, y buscase una posada y no
le hablase como que le conosçía. Yo le rogué
que me tubiese allí escondido, pues yo tenía
qué gastar, que aún duraban los dineros, graçias
a Dios. Dixo que en ninguna manera lo haría; por tanto
que luego me saliese de su botica. Viéndome perdido,
preguntéle dónde vivía el governador.
Díxome que para qué le quería. Yo le
descubrí el consejo que habíamos tomado de
querer más ser cautivos que morir muertes rabiosas.
Dixo que para qué queríamos levantar la liebre
ni desesperarnos ansí. Digo: Por ver que en el mundo
no hay fe ni verdad; que yo pensaba haber topado la livertad
en veros; mas agora que os veo olvidado de el bien que os
hize y los dineros que os di, yo determino que tan ingrato
hombre no viba en el mundo, y pues no habéis querido
encubrirme, iremos juntos a Constantinopla, porque yo diré
que vos me sacastes, pues sois espía, y vengarme he
de vuestra ingratitud, que en fin a mí menester me
han y tengo muchos amigos, que no seré muy maltratado;
y quedad con Dios de aquí a que el governador enbíe
por vos; y íbame a salir; él muy turbado, viendo
ya la muerte al ojo, arremetió conmigo para no me
dexar salir y echóseme a los pies puestas las manos,
rogándome que por amor de Dios le perdonase, y que
él se determinaba de tenerme allí y darme de
comer hasta que hubiese nabíos donde fuese a mi plazer,
y echaba por rogador a mi compañero. Comenzó
a puerta zerrada, que hazía frío, a ençender
fuego, que estaba bien probeído de leña, y
descalzarme y hazerme regalos. Yo le aseguré y dixe
que le ponía por juez de la razón que yo tenía,
y si podía darme livertad ¿por qué lo había
de dexar? Y si quería venirse conmigo, le daría
más que ganase en toda su vida. Allí estube
y no le dexaba gastar ocho días, fasta que entraron
las Carnestollendas, y los de la tierra que iban a cortar
ropas y nos vían allí, como no salíamos
de casa, començaron a murmurar y sospechar lo que
era, y avisaron al sastre que se apartase de nuestra compañía
si no quería que sus días fuesen pocos. Él
les respondió que éramos muy buenos religiosos,
y si no salíamos era porque habiendo dado al trabés
el día de la gran fortuna, estábamos desnudos
y mojados; no contentos con esto, vinieron, para más
de veras tentar, los clérigos del pueblo, y como que
venían a visitar, rogáronme que fuésemos
el primer día de Quaresma a la iglesia ayudarles a
los ofiçios. Yo respondí que era sacerdote
y letrado, y quería hazerles este servicio al pueblo
de confesarlos todos y dezir la misa mayor el día
de Quaresma. Como me vieron hablar tan bien y tan osadamente
su lengua, creyéronlo, y dixeron, porque era cosa
de mucha ganancia lo que aquel día se ofresçe,
que la misa no era menester, que allí estaba el cura,
mas que el confesar, ellos lo açeptaban. Yo dixe que
no quería sino todo, y la ganancia daría yo
al cura. No aprobechó, que aún pensaban que
le había de sisar, y rogáronme que confesase
mucha jente del pueblo onrrada, aunque por tentar, creo que;
yo conçedí lo que demandaban, y aquella noche
el sastreçillo me dixo: Y'os prometo, si acertáis
a confesarlos, la ganancia será bien grande; bien
quisiera yo deshazer la rueda, aunque me paresçía
que, según son de idiotas, lo supiera hazer. Y avisáronme
que para el segundo día de Quaresma yo estubiese a
punto para ello, y el primer día era de ayuno fasta
la noche, que no se podía comer; y yo determiné
que nos baxásemos con un pan a la mar y un pañizuelo
de higos y nuezes, diziendo que íbamos a traer ostras
para la noche, y teníamos muchos griegos que querían
çenar con el padre confesor; y en la mar metíme
entre unas peñas, y representándoseme dónde
estaba y cómo y los trabajos pasados, no pude estar
sin llorar, y de tal manera vino el ímpetu de las
lágrimas a los ojos, que no las podía restañar,
sino que paresçían dos fuentes: quedé
el más consolado del mundo de puro desconsolado, y
otro tanto creo hizo mi compañero, que entrambos nos
escondimos a espulgarnos, que había razonables días
que no lo habíamos hecho. |
MATA.-
¡Hi de puta, quál
estaría la túnica que os trocó el otro
a la ropa! |
PEDRO.-
Esa yo no la espulgué, porque tenía
tanta quantidad que no aprobechara matar un celemín.
Los ojos tenía quebrados y deslumbrados de mirar si
paresçía algún nabío donde me
meter, como no fuese a Constantinopla, para huir de aquellas
calumnias que la jente de aquel pueblo me traía. Como
fuese tarde y no paresçía nada, fuímonos
al pueblo que esperaban para çenar, con la determinaçión
de por no ser descubierto confesar y hazer lo que me mandaran. |
JUAN.-
¡Buena conçiençia era esa! Mejor fuera
descubriros que cometer tal error. |
PEDRO.-
¿No miráis
la hipocresía española? |
MATA.-
Ruin sea yo
si no creo que lo hiziera mejor que vos. Yo al menos antes
confesara veinte pueblos que bolver a Constantinopla; mas
si después fuera sabido, era el peligro. |
PEDRO.-
¿Qué
peligro? Tornaba a ser esclabo. |
MATA.-
No digo sino por haber
hecho aquello. |
PEDRO.-
Siendo esclabo no estimara quantos
griegos ni judíos había en lo que huello; antes
si cojiera alguno dellos le moliera a palos y me saliera
con ello, no me la fueran a pagar al otro mundo los que me
descubrieran. |
JUAN.-
Como no teníais ya más
que perder, yo lo creo. |
PEDRO.-
Hízolo Dios mejor,
que çenamos bien, aunque de quaresma, temprano, y
pusiéronme en cabezera de mesa para el bendeçir
del comer y beber. |
JUAN.-
¿No es todo uno? |
PEDRO.-
No, que
primero se vendiçe la mesa; después cada uno
que tiene de beber la primera vez dize con la copa en la
mano: Eflogison eflogimene, Echad la vendiçión,
padre vendito. Estonçes él comiença,
entre tanto que el otro bebe, a deçir aquella su comun
oraçión: Agios o Theos os, y otro tanto a quantos
vebieren las primeras vezes, aunque haya mill de mesa. |
MATA.-
Trabajo
es. ¿Y si no hay fraire ni clérigo? |
PEDRO.-
Ellos
entre sí la jente bulgar, y aun quando el fraire o
clérigo bebe, también echan los otros la vendiçión.
Y acabada la çena vimos despuntar dos velas por detrás
de una montaña y açercáronse, y eran
dos nabíos cargados de trigo que venían a tomar
allí bastimento para pasar adelante. Como yo los vi,
Dios sabe lo que me holgué, y luego los patrones subieron
al pueblo a comprar lo que les faltaba; y yo le hize al uno
llamar en secreto, y preguntéle adonde iba. Díxome
que a la isla de Metellín, a buscar nabes de veneçianos
que venían a buscar trigo, y si no las hallaban allí,
que pasarán al Chío. Pidíles de merçed
que nos llebasen allá pagándoles su trabajo. |
JUAN.-
¿Eran christianos o turcos? |
PEDRO.-
Christianos. ¡Oxalá
fueran turcos! No querían, por más ruegos,
hazerlo; porque quantos marineros hay tienen esta superstiçión,
que todo el mundo no se lo desencalabazará, acá
y allá en toda la mar: que quando lleban fraires o
clérigos dentro el nabío, todas las fortunas
son por ellos. |
JUAN.-
Callad, no digáis eso. |
PEDRO.-
Dios
no me remedie si no es tan verdad como os lo digo; y no así
como quiera, sino en toda la mar quan espaçiosa es;
y aun en Barçelona ha menester más fabor un
fraire para embarcarse que çient legos; y si es clérigo
o fraire, sin que tenga fabor, así se puede ahorcar
que no le llebarán si no los engaña con bestirse
en ábito de soldado. |
JUAN.-
La cosa más nueba
oyo que jamás oí. |
PEDRO.-
Preguntádselo
a quantos han estado en la mar y saben destas cosas. Fue
tanta la importunaçión y ruegos, que lo conçedió
el uno, y díxome que me embarcase luego, porque se
partirían a media noche. Yo compré de presto
una sartaza de aquellos higos buenos, que pesaría
media arroba, y obra de un çelemín de nuezes
y pan; y en anocheçiendo baxámonos a la mar
y embarcámonos, y a media noche començamos
de caminar. Habiendo andado como tres leguas llegaron dos
galeras de turcos, que iban en seguimiento de los nabíos,
y mandaron amainar. |
JUAN.-
¿Qué es amainar? |
PEDRO.-
Quitar
las velas para que no camine más; y saltan dentro
de nuestros nabíos, y prenden los patrones dellos
y pónenlos al remo, y llebábannos a todos. |
MATA.-
¿Pues cómo o por qué? ¿No había
amistad con los turcos? |
PEDRO.-
Sí; pero había
premática que nadie sacase trigo para llebar a vender,
y para eso estaban aquellas dos galeras. Considerad lo que
podía el pobre Pedro de Urdimalas sentir. Yo luego
hize de las tripas coraçón, y como me vi cobré
ánimo. Y en verdad que el capitán turco y muchos
de los suyos me conosçían bien en Constantinopla,
pero no en aquel hábito. Yo les dixe: Señores,
yo conozco que estos pobres christianos han pecado contra
el mandado de nuestro Gran Señor; pero, en fin, la
pobreza inçita a los hombres muchas vezes a hazer
lo que no deben. Obligados sois en vuestra ley a tener misericordia
y no hazer mal a nadie. Bien tengo entendido que tomarnos
a todos podéis líçitamente, y hazer
lo que fuéredes servidos; pero también sé
que, idos en Constantinopla, ningún intherese se os
sigue, porque habéis de dar por quenta todo lo que
los patrones confesaren que traían en sus nabíos,
y la jente; de manera que solamente os habéis vosotros
dello el hazer mal y pensar que el Gran Turco resçibe
serviçio, y no por eso se le acuerda de vosotros.
No sabéis en lo que os habéis de ver. Pidos
por merçed que, dandos con qué hagáis
un par de ropas de grana, los dexéis ir, y aquello
os ganaréis, y tenernos heis a todos como vuestros
esclabos. Respondiéme sabrosamente que por haberlo
tan bien dicho determinaban dexarlos, pero que el dinero
que daban era poco. Yo repliqué que no era sino muy
mucho para ellos, pues daban lo que tenían todo y
eran pobres. Yo lo hize: en fin por çinquenta ducados,
que no pensaron los otros pobres se hiziera con mill, y soltáronnos
y dexáronnos ir. Luego vinieron a mí los patrones
entrambos, y me lo agradesçieron como era raçón.
|
MATA.-
¡Mirad quánto haze hazer bien sin mirar a
quién! Tan esclabos eran esos, si vos no os hallabais
allí, como vos lo habíais sido. |
PEDRO.-
Eso
bien lo podéis creer. |
JUAN.-
De allí adelante
bien os trataran en sus nabíos. |
PEDRO.-
Muy bien si
durara; mas aína me dieran el pago si Dios no me tubiera
de su mano. |
MATA.-
¿También deshizistes la amistad,
como con los turcos y judíos solíais hazer?
|
PEDRO.-
Y aun más de beras, porque no hubiera sido
la riña de palabra. Caminamos por nuestra mar adelante
con razonable viento, y ya que estábamos junto a Metellín,
donde iban, revolvió un viento contrario y dio con
nosotros en la isla de Lemno, no con menor fortuna que la
pasada. Tubieron consejo para ver cómo podrían
salvar las vidas, que se veían ir todos a peresçer.
Dixeron que si no echaban los fraires en la mar no çesarían
jamás, porque no hallaban causa otra por donde se
moviese semejante fortuna. Ya todos muy determinados de lo
hazer, inspiró Dios en los patrones y dixeron: Por
el bien que nos han hecho, mátelos Dios y no nosotros;
ya no se excusa que no demos al trabés. Quando si
Dios quisiere nos vamos de aquí, los dexaremos y no
irán con nosotros; y en esto la mar echó fuera
nuestros nabíos, y quiso Dios que no peligraron cosa
ninguna, más de quedar en seco. La fortuna duró
ocho días, en los quales, con mucho mayor frío,
nos hizieron dormir fuera de los nabíos, y aun oxalá
hubiera alguna mata a donde nos acojer o pan siquiera que
comer. Esta isla es muy abundantíssima de pan y vino,
y ganado; pero de árboles no, porque es toda páramo;
no tiene en veinte leguas al derredor más de un olmo,
que está junto a una fuente. |
MATA.-
¿Pues con qué
se calientan? |
PEDRO.-
Por mar traen la leña de otra
parte, y los sarmientos que de las viñas tienen y
algunas ailagas. El viento que hazía, çierço
que acá llamáis, era terrible, ya que no se
podía resistir, porque si no es un rimero de piedras
que los pastores tenían hecho para ponerse detrás
dellas, ninguna otra pared, árbol ni mata había
allí. Hartos de pazer yerba, nos metíamos a
espulgarnos, y labamos nuestras camisas y zaragüelles;
y después de seco, quando fui por ello, vilo tan manchado
como si no lo hubiera lavado, y no sabía qué
pudiese ser, pues yo bien lo había fregado, y hallé
que eran muchos millones de rebaños de piojos, que
como no se había echado agua caliente, quando estaban
las camisas mojadas no se paresçían, pero con
el sol habían rebibido. |
MATA.-
Grande crueldad era
la de aquellos perros, que ansí se pueden llamar,
y el trabajo de no comer sino yerba, no menor. |
PEDRO.-
Quanto
más que como era mes de hebrero había pocas
y pequeñas, y como la hambre acusaba, comiendo de
prisa y no advirtiendo, topaba con alguna que amargaba, otra
que espinaba y otra que abrasaba la boca. |
JUAN.-
¿Pues no
había pueblos en esa isla? |
PEDRO.-
Si había
más de treinta, a quatro leguas de distançia;
pero no osaba apartarme de los nabíos, por saber quándo
se iban, que las cosas de mar son inçiertas. Dentro
de un instante se alza la mar, y se amansa; y quería
probar a ver si usaran de misericordia; ya como la fortuna
fue adelante, determinaron los patrones de irse al primer
pueblo a borrachear, y nosotros fuímonos tras ellos,
por comprar pan que comer. Y era tanto el frío que,
con caminar medio corriendo y cargado, no sentía miembro
de todo el cuerpo, y los ojos estaban que no los podía
menear, quasi como paralítico. Llegados al pueblo,
en la primera casa dél estaban borracheando muchos
griegos en un desposorio, y como yo preguntase si hallaría
por los dineros un poco de pan, ellos nos hizieron, movidos
a compasión, sentar, y como era quaresma no tenían
sino habas remojadas y pasas; y como vieron que no podía
tomar el pan con las manos mandaron sacar a la mesa un poco
de fuego, y al primer bocado que comí, luego el escanciador
me dio una copa de agua ardiente, que aunque en mi vida lo
había bebido, me supo tan bien que no fue menester
más brasero, y quedé todo confortado. |
MATA.-
¿Aguardiente
a comer? ¿a qué propósito? |
PEDRO.-
Tan usado
es en todas las comidas de conversaçión en
Greçia y toda Turquía el beber dos o tres vezes,
las primeras de aguaardiente, que lo llaman raqui, como acá
vino blanco. |
JUAN.-
¿No los abrasa los hígados y boca?
|
PEDRO.-
No, porque lo tienen en costumbre, y tampoco es lo
primero que es demasiado de fuerte, sino lo segundo que llaman. |
JUAN.-
¿Házenlo a falta de vino blanco? |
PEDRO.-
No
por çierto, que no falta malbasía y moscatel
de Candía; antes tienen más blanco que tinto;
sino porque la mayor honrra que en tales tiempos hay es el
que primero se emborracha y se cae a la otra parte dormido;
y como medio en ayunas, con los primeros bocados, veben el
raqui, luego los comienza a derribar; y aun las mugeres turcas
y griegas, quando entre sí hazen fiestas, luego anda
por alto el raqui. |
MATA.-
¿Tan jente bebedora es la griega?
|
PEDRO.-
Como los alemanes y más. Salbo, que en esto
difieren, que los alemanes beberán pocas vezes y un
cangilón cada vez; mas los griegos, aunque beben mucho,
comen muy poco y beben tras cada bocado con pequeñita
taza. Podéis creer que de como el que escançia
toma la copa en la mano, aunque no sean más de tres
de mesa, hasta que se bayan, que no cesará la copa
ni porná los pies en suelo aunque dure la comida dieçiséis
horas, como suele. |
MATA.-
¿Que dieçiséis horas
una sola comida? Pues aunque tubiesen todos los manjares
que hay en el mundo bastaban tres. |
PEDRO.-
Por no tener manjares
muchos son largas, que si los tubiesen, presto se enhadarían.
Con un platico de azitunas y un taraçón de
pescado salado, crudo, entre diez, hay buena comida; y antes
que se acabe beberán cada seis vezes; luego si hay
huebos con cada sendos asados, tardándolos en comer
dos horas, beberán otras tantas vezes. |
MATA.-
¿Pues
en qué tardan tanto? |
PEDRO.-
Como no va nadie tras
ellos, y son tan habladores que con el huebo o la taza en
la mano contará uno un quento y escucharán
quatro. |
MATA.-
¿Parleros son al comer como vizcaínos?
|
PEDRO.-
Con mucha más criança, que esos parlan
siempre a troche moche y ninguno calla, sino todos hablan;
mas los griegos, en hablando uno, todos callan, y le están
escuchando con tanta atençión que ternían
por muy mala criança comer entre tanto; y no os marabilléis
de dieçiséis horas, porque si es algo de arte
el combite, será manteniendo tela dos días
con sus noches; agora sacan un palmo de longaniza; de aquí
a una hora hostrias, que es la cosa que más comen;
tras éstas, un poco de hinojo cozido con garbanços
o espinacas; de allí a quatro horas un pedaçillo
de queso; luego sendas sardinas; si es día de carne,
un poco de zezina cruda, y desta manera alargan el combite
quanto quieren. |
MATA.-
¿Cómo pueden resistir? |
PEDRO.-
Yos
lo diré: uno duerme a este lado, otro a estotro; quando
despiertan comen y levántanse; otros que van a mear
o hazer de sus personas, y ansí anda la rueda y nunca
para el golondrino. |
MATA.-
¿Qué llaman golondrino?
|
PEDRO.-
Unos barriles de estaño que en toda Greçia
usan por jarros, hechos al torno, muy galanes, de dos asas,
que se dan en dotes, y la que lleba quatro no es de las menos
ricas. |
MATA.-
¿Qué fue del combite de la isla de Lemno?
|
PEDRO.-
El desposado luego me trajo empresentado un grande
jarro de vino de una pipa que había començado
y pan no faltaba; comí fasta que me harté y
contéles el cómo había dado al trabés,
y compré en el pueblo una dozena de panes; y dixe
a mi compañero que nos volviésemos a estar
junto a los nabíos aunque peresçiésemos
de frío, porque si se iban sin nosotros no teníamos
qué comer y en mill años no hallaríamos
quien nos llebase. Partímonos a media noche, consolados
con el comer y desconsolados de no haber, con el frío
que hazía, donde meter la cabeza que se defendiese
del aire, y metímonos junto a un arroyo que baxaba
a la mar, algo hondo, de donde atalayábamos los nabíos
quando aparejaban de irse. Como no çesaba la fortuna,
los marineros, desesperados, determinaron de irse de allí,
porque había nueba de cosarios, adonde la ventura
los llebase, y començaron a sacar las ánchoras.
Fuimos presto a que nos tomasen y echáronnos con el
diablo. Yo començé de aprovecharme del ábito
que traía, que hasta allí no lo había
hecho. |
JUAN.-
¿Cómo aprobechar? ¿No habíais
sido dos meses fraire? |
PEDRO.-
Digo a ser importuno, y pidir
por amor de Dios. |
MATA.-
También las mata Pedro algunas
vezes callando. |
JUAN.-
Sí, que Hebro lleba la fama
y Duero el agua. |
PEDRO.-
Ya como no aprobechaba nada y se
partían, dixe que no quería ir con ellos; pero
por el bien que a los patrones había hecho les rogaba
que m'escuchasen dos palabras. Respondieron que no había
qué, porque ellos ya no iban al Chío, sino
a buscar nabes de christianos de acá a quien vender
su trigo, y que si fueran al Chío olgaran de llebarme.
Tanto los importuné, que saltaron en un batel a ver
qué secreto les quería dezir. Y tómolos
detrás de un peñasco y digo: Señores,
la causa porque no queréis que vaya con vosotros es
por ser fraires; pues sabed que ni lo soy ni aun querría,
sino somos dos españoles que venimos desta y desta
manera; y para que lo creáis arremangué el
hábito y mostréle el jubón y la camisa
labrada de oro, que junta con las carnes traía, y
unas muy buenas calzas negras que debaxo estos borçeguilazos
traía. Y en lo que dezís que vais a buscar
naos de christianos, eso mesmo busco yo. Hoy podéis
redimir dos cautibos; mirad lo que hazéis. Enternescióseles
algo el coraçón y dixeron: ¿Por qué
no lo habíais dicho hasta agora? Díxeles que
porque sabía que todos los griegos prendían
los cautibos que se huían y no los querían
encubrir. Tomáronme entonçes de buena gana
y metiéronme en sus nabíos, y dixeron que no
me descubriese a ningún marinero, y caminamos con
tanta fortuna que me holgara de haberme quedado en tierra;
porque començó a entrar tanta agua dentro,
que no lo podíamos agotar. Llegamos en Metellín,
en un puerto que llaman Sigre, adonde pensaban hallar naos,
y como no hubiese ninguna, pasaron con toda su fortuna al
Chío. |
MATA.-
¿No podían esperar en aquel puerto
a que pasase la fortuna? |
PEDRO.-
Había gran miedo
de infinitos cosarios que por allí andan; y también
la fortuna, aunque grande, era favorable en llebar hacia
allá. A media noche fue Dios servido, con grandíssimo
peligro, que llegamos en el Delfín, que es un muy
buen puerto de la mesma isla del Chío, seguros de
la mar, mas no de los cosarios, que hay más por allí
que en todo el mundo, porque no hay pueblo que lo defienda,
y de allí a la çibdad son siete leguas. Rogué
a los patrones que nos echasen en tierra, y eché mano
a la bolsa y diles obra de un ducado que bebiesen aquel día
por amor de mí. Y no le queriendo tomar, les dixe
que bien podían, porque ido yo a la çibdad
sería más rico que ellos. Tomáronlo
y abisáronme que, por quanto había tantos cosarios
por allí que tenían emboscadas hechas en el
bosque por donde yo había de ir, para cojer la jente
que pasase, mirase mucho cómo iba. Yo fui por un camino
orillas del mar, más escabroso y montañoso
que en Monte Santo había visto, y de tanto peligro
de los cosarios que había dos meses que de la çibdad
nadie osaba ir por él; y aun os digo más, que
cuando llegamos al pueblo todos nos dixeron que diésemos
graçias á Dios por todos los peligros de que
nos había sacado, y más por aquél, que
era mayor y más çierto que todos, porque en
más de un año no pasó nadie que no fuese
muerto o preso. |
MATA.-
¿Y allí estabais en tierra
de christianos seguros? |
PEDRO.-
No mucho, porque aunque es
de christianos, y los mejores que hay de aquí allá,
cada día hay muchos turcos que contratan con ellos,
y si fuesen conosçidos los cautivos que han huido,
se los harán luego dar a sus patrones; porque en fin,
aunque están por sí, son subjetos al turco
y le dan parias cada un año. |
JUAN.-
¿A dónde
cae esa isla? |
PEDRO.-
Çien leguas más acá
de Constantinopla y otras tantas de Chipre, y las mesmas
del Cairo y Alexandría y Candía; a todas estas
está en igual distancia, y çinquenta leguas
de Rodas. Es escala de todas las nabes que van y vienen desde
Siçilia, Esclabonia, Veneçia y Constantinopla
al Cairo y Alexandría. |
MATA.-
¿Qué llamáis
escala? |
PEDRO.-
Que pasan por allí y son obligadas
a pagar un tanto, y allí toman quanto bastimento han
menester y compran y venden, que la çibdad es de muchos
mercaderes. |
JUAN.-
¿Qué, tan grande es la isla? |
PEDRO.-
Tiene
treinta y seis leguas al derredor. |
JUAN.-
¿Cúya es?
|
PEDRO.-
Como Veneçia, es señoría por
sí, y ríjese por siete señores que cada
año son elegidos. |
JUAN.-
¿De qué naçión
son? |
PEDRO.-
Todos ginobeses, gentiles hombres que llaman,
de casas las prinçipales de Génova, y hablan
griego y italiano. Solía esta isla ser de Génoba
en el tiempo que mandaban gran parte del mundo, y aun agora
le conosçe esta superioridad, que la çibdad
nombra estos siete señores y Génoba los confirma. |
JUAN.-
¿Hay más de una çibdad? |
PEDRO.-
No;
mas villas y pueblos más de çiento. |
JUAN.-
¿Qué
tan grande es la çibdad? |
PEDRO.-
De la mesma manera
que Burgos, y más galana; no solamente la çibdad,
pero toda la isla es un jardín, que tengo para mí
ser un paraíso terrenal. Podrá prober a toda
España de naranjas, y limón y çidras,
y no ansí como quiera, sino que todo lo de la Vera
de Plasençia y Balençia puede callar con ello.
Entrando un día en un jardín os prometo que
vi tantas caídas que de solas ellas podían
cargar una nao, y ansí valen en Constantinopla y toda
Turquía muy baratas por la grandíssima abundançia.
La jente en sí está subjeta a la Iglesia romana;
y entrado dentro, en el traje y usos, no diréis sino
que estáis dentro de Génova; mas difieren en
bondad, porque aunque los ginoveses son raçonable
jente, éstos son la mejor y más caritativa
que hay de aquí allá. Aunque saben que serían
castigados y quiçás destruidos del turco por
encubrir cautivos que se huyen, por estar la más cercana
tierra de christianos, no los dexarán de acoxer y
regalar, y dándoles bastimento neçesario los
meten en una de las nabes que pasan para que vengan seguros.
Tienen fuera de la çibdad un monasterio, que se llama
Sancto Sidero, en el qual hay un fraire no más, y
allí hazen que estén los que se huyen todos
escondidos, y del público herario mantienen un hombre
que tenga quenta de llebarles cada día pan y vino,
carne, pescado y queso lo neçesario, y el que estando
yo allí lo hazía se llamaba mastre Pedro el
Bombardero. |
JUAN.-
¿Qué tributo pagan esos al Gran
Turco? |
PEDRO.-
Catorçe mill ducados le dan cada año,
y están por suyos con tal que no pueda en toda la
isla bibir ningún turco; sino como veneçianos,
están amigos con todos, y resçiben á
quantos pasan sin mirar quién sea, y tratan con todos. |
JUAN.-
Estos dineros ¿cómo se pagan? ¿De algún
repartimiento? |
PEDRO.-
No, sino Dios los paga por ellos,
sin que les cueste blanca. |
MATA.-
¿Cómo es eso? |
PEDRO.-
Hay
un pedazo de terreno que será quatro leguas escasas,
donde se haze el almástica, y de allí salen
cada año 15 ó 20 mill ducados para pagar sus
tributos. |
MATA.-
¿Qué es almástica? ¿Cómo
es? |
JUAN.-
¿Nunca habéis visto uno como ençienso,
sino que es más blanco, que hay en las boticas? |
PEDRO.-
Es
una goma que llora el lentisco, como el pino termentina. |
MATA.-
Pues desos acá hay hartos; mas no veo que se
haga nada dellos, sino mondar los dientes. |
PEDRO.-
También
hay allá hartos, que no lo traen en lo que mucho se
engrandesçe la potençia del Criador, que en
solamente aquel pedaço que mira derecho a mediodía
se haze, de tal manera que en toda la isla, aunque está
llena de aquellos árboles, no hay señal della.
Y más os digo, que si este árbol que trae almástica
le quitan de aquí y le pasan dos pies más adelante
o atrás de donde comiença el término
de las quatro leguas, no traerá más señal
de almástica; y al contrario, tomando un salvaje,
que nunca la tubo, y trasplantándole allí dentro,
la trae como los otros. |
MATA.-
Increíble cosa me contáis.
|
PEDRO.-
Podéisla creer, como créis que Dios
está en el çielo; porque lo he visto con estos
ojos muy muchas vezes. |
MATA.-
¿Y cómo lo hazen? |
PEDRO.-
El
pueblo como por veredas es obligado a labrarlo y tener el
suelo limpio como el ojo, porque quando lloran los árboles
y cae no se ensuçie; todos los árboles están
sajados y por allí sale, y ningún particular
lo puede tomar para vender, so pena de la vida, sino la mesma
Señoría lo mete en unas cajas y da con parte
dello a Génoba y otra parte a Constantinopla; y tienen
otra premática que no se puede vender cada caja, que
ellos llaman, menos de çient ducados, sino que antes
la derramen en la mar y la pierdan toda. |
JUAN.-
¿Pues no
la hay en otra parte? |
PEDRO.-
Agora no, ni se escribe que
la haya habido, sino allí y en Egipto; mas agora no
paresçe la otra, antes el Gran Señor ha procurado
lo más del mundo en todas las partes de su imperio
probar a poner los árboles sacados de allí,
y jamás aprobecha. |
JUAN.-
¡Qué tiene de aprobechar,
si en la mesma isla aún no basta fuera de aquel término! |
MATA.-
¿De qué sirbe? |
PEDRO.-
De muchas cosas: en
mediçina, y a muchos mandan los médicos mascarla
para desflemar, y siempre se está junta, y por eso
se llama almástica, porque masticar es mascar. Los
turcos, como la tienen fresca, la usan mucho para limpiar
los dientes, que los dexa blancos y limpios. |
MATA.-
Ya la
he visto; agora cayo en la quenta; un oidor, nuestro vezino,
la mascaba cada día. |
JUAN.-
Esa mesma es. ¿Y cómo
llegastes en la çibdad? Seríais el bien venido.
|
PEDRO.-
Llegar me dexaron a la puerta, mas no entrar dentro. |
MATA.-
¿Por qué? |
PEDRO.-
Por la grande diligençia
que tienen de que los que vienen de parte donde hay pestilençia
no comuniquen con ellos y se la peguen; y como yo no pude
negar dónde venía, mandáronme ir a Sancto
Sidero, y allí embió la Señoría
uno de los siete que me preguntase quién era y qué
quería; y como le conté el caso, díxome
que m'estubiese quedo en aquel monasterio y allí se
me sería dado recado de todo lo necesario; mas de
una cosa me advertía de parte de la Señoría:
que no saliese adonde fuese visto de algún turco;
porque si me conosçían y me demandaban no podían
dexar de darme, pues por un hombre no tenía de perderse
toda la isla. Llamábase éste Nicolao Grimaldo. |
JUAN.-
¿Qué quiere deçir Grimaldo? |
PEDRO.-
Es
nombre de una casa de ginoveses antiguos. Hay tres casas
principales en Chío: Muneses, Grimaldos, Garribaldos.
Para aquella noche no faltó de çenar, porque
mi compañero tenía allí un çirujano
catalán pariente, que se llamaba mase Pedro, hombre
valeroso ansí en su arte como por su persona, bien
amigo de amigos, y, lo que mejor, tenía bien quisto
en toda la çibdad. Yo rogué a uno de aquellos
señores que me llamasen allí a uno de los del
año pasado que la Señoría había
embiado por embaxador a Constantinopla, para que le quería
hablar, el qual a la hora vino. |
JUAN.-
¿Qué tanto
es el monesterio de la çibdad? |
PEDRO.-
Un tiro de
vallesta; y conosçióme, aunque no a prima façie;
porque estando yo en Constantinopla camarero de Çinán
Baxá, todos los negoçiantes habían de
entrar por mi mano; y como arriba dixe, procuraba siempre
destar bien con todos, y quando venían negoçios
de christianos yo me les afiçionaba, deseando que
todos alcançasen lo que deseaban. Cada vez que aquel
embaxador quería hablar con mi amo le hazía
entrar. Allende desto, como yo era intérprete de todos
los negoçios de christianos, llevaba una carta de
la Señoría de Chío para Çinán
Baxá, y no iba escrita con aquella criança
y solemnidad que a tal persona se requería; y çiertamente,
si yo la leyera como iba, él no negoçiara nada
de lo que quería. |
MATA.-
¿Pues allá se mira
en eso? |
PEDRO.-
Mejor que acá. En el sobreescrito
le llamaban capitán general, que es cosa que ellos
estiman en poco, sino almirante de la mar, que en su lengua
se dije beglerbei; tratábanle de señoría,
y habíanle de llamar exçelencia; y esto de
quatro en quatro palabras. Como yo vi la carta, con deseo
que alcançasen lo que pidían, leíla
a mi propósito, supliendo como yo sabía tan
bien sus costumbres, de manera que quedó muy contento
y hubo consejo conmigo de lo que había de hazer, y
le hize despachar como quería, abisándole que
otra vez usasen de más criança con aquellos
Baxás; y él quedó con toda la obligagión
posible, ansí por el buen despacho como por la brevedad
del negoçiar; y como me vio y nos hablamos, fue a
la çibdad y juntada la señoría les dixo
quién yo era y lo que había hecho por ellos,
y que me podrían llamar liberador de la patria, y
como a tal me hiziesen el tratamiento. De tal manera lo cumplieron,
que en 28 días que allí estube fui el más
regalado de presentes de todo el mundo, tanto que no consentían
que comiese otro pan sino rosquillas. Podía mantener
30 compañeros con lo que allí me sobraba. Mandaron
también, para más me hazer fiesta, que los
siete señores se repartiesen de manera que cada día
uno fuese a estar conmigo en el monesterio a mantenerme conversaçión.
Pues de damas, como era quaresma, que iban a las estaciones,
tampoco faltó. Allí hallé un mercader
que iba en Constantinopla, el qual llebaba comisión
de un caballero de los prinçipales d'España
para que me rescatase, y pidíle dineros y no me dio
más de çinco escudos y otros tantos en ropa
para vestirme a mí y a mi compañero. |
MATA.-
¿Pues
qué bestidos hizistes con çinco escudos dos
compañeros? |
PEDRO.-
Buenos, a la marineresca; que
claro es que no habían de hazerse de carmesí. |
MATA.-
¿Y en hábito de fraires os festejaban las damas?
|
PEDRO.-
Al principio sí; porque un día, el
segundo que llegamos, yo estaba al sol tras una pared, y
llegaron quatro señoras prinçipales en riqueza
y hermosura, y como vieron a mi compañero, fueron
a besarle la mano. Él, de vergüenza huyó
y no se la dio, sino escondióse. Quedaron las señoras
muy escandalizadas, y como yo las sentí, salí
y vilas santiguándose. Preguntéles en griego
que de qué se maravillaban. Dixo una no sé
quasi, que no le alcançaba un huelgo a otro: «Estaba
aquí un fraire y quisímosle vesar la mano y
huyó; creemos que no debe de ser digno que se la besemos.»
Digo: No se maravillen vuestras merçedes deso, que
no es saçerdote; yo lo soy. En el punto que lo dixe,
arremetieron a porfía sobre quál ganaría
primero los perdones. Yo a todas se la di liberalmente, y
a cada una echaba la vendiçión, con la qual
pensaban ir sanctificadas, como lo contaron en la çibdad.
Ya andaba el rumor que se habían escapado dos christianos
en hábito de fraires y estaban en Sancto Sidero. Halláronse
tan corridas, que fueron otro día allá, y quando
yo salí a saludarlas y darles la mano, una llevaba
un palillo con que me dio un golpe al tiempo que estendí
la mano, y armóse grande conversaçión
sobre que yo no tenía ojos de fraire; y ningún
día faltaron de allí adelante que no fuesen
a visitarme con mill presentes y a dançar. Al cabo
de un mes partíase una nabe cargada de trigo, y el
capitán della era çibdadano, y había
también otros doçe christianos que se habían
de los turcos rescatado, dellos huido, y mandóle la
señoría que nos traxese allí hasta Siçilia,
dándoles a todos bizcocho y queso, pero a mí
no nada, sino mandaron al capitán que no solamente
me diese su mesa, mas que me hiziese todos los regalos que
pudiese, haziendo cuenta que traía a uno de los siete
señores del Chío; y ansí me embarqué
y fuimos a un pueblo de Troya, allí çerca,
que se llama Smirne, de donde fue Omero, a acabar de cargar
trigo la nabe para partirnos. |
JUAN.-
¿De Troia, la mesma
de quien escriben los poetas? |
PEDRO.-
De la mesma. |
MATA.-
¿Pues
aún es biba la çibdad de Troya? |
PEDRO.-
No
había çibdad que se llamase Troya, sino todo
un reino, como si dixésemos España o Françia;
que la çibdad principal se llamaba el Ilio, y había
otras muchas, entre las quales fui a ver una que se llama
Pérgamo, de donde fue natural el Galeno, que está
en pie y tiene dos mill vezinos; pedaços de edifiçios
antiguos hay muchos; pueblos, muy muchos, pero no como Pérgamo,
ni donde parezca rastro de lo pasado. Los turcos, quando
ven edifiçios viejos, los llaman esqui Estambol, la
vieja Constantinopla; y para los edifiçios que el
Gran Turco haze en Constantinopla lleban toda quanta piedra
hallan en estas antiguallas. |
JUAN.-
¿Era buena tierra aquella?
|
PEDRO.-
Una de las muy buenas que he visto, abundosa de pan,
vino, carne y ganado, y lo que demás quisiéredes. |
JUAN.-
¿Y qué, aquella es la çibdad de Troya?
|
PEDRO.-
Todo lo demás que oyéredes es fábula. |
MATA.-
¿No deçían que tenía tantas leguas
de çerco? |
PEDRO.-
Es verdad que Troya tiene más
de çient leguas de çerco; ¿mas en qué
seso cabe que había de haber çibdad que tubiese
esto? Solamente el Ileo era la más populosa çibdad
y cabeza del reino, y cae en la Asia Menor, y Abido es una
çibdad de Troya que la batía la mar, enfrente
de Sexto. |
MATA.-
En fin, eso lleba camino, y hase de dar
crédito al que lo ha visto, y no a poetas que se traen
el nombre consigo. Y, porque viene a propósito, quiero
preguntar de Athenas si la vistes. |
PEDRO.-
Muy bien. |
MATA.-
¿Y
es como dezían o como Troya? ¿0 no hay agora nada?
|
PEDRO.-
La çibdad está en pie, no como solía,
sino como Pérgamo; de hasta dos mill casas, mas labradas
no a la antigua, sino pobremente, como a la morisca. |
JUAN.-
¿Y
hay todavía escuelas? |
PEDRO.-
Ni en Athenas ni en
toda Greçia hay escuela ni rastro de haber habido
letras entre los griegos, sino la jente más bárbara
que pienso haber habido en el mundo. El más prudente
de todos es como el menos de tierra de Sayago. La mayor escuela
que hay es como acá los sacristanes de las aldeas,
que enseñan leer y dos nominatibos; ansí, los
clérigos que tienen iglesia, tienen encomendados muchachos
que, después que les han enseñado un poco leer
y escribir, les muestran quatro palabras de gramática
griega y no más, porque tampoco ellos lo saben.
|
MATA.-
¿Hay alguna diferençia entre griego y gramática
griega? |
PEDRO.-
Griego es su propia lengua que hablan comúnmente,
y gramática es su latín griego, como lo que
está en los libros. |
JUAN.-
¿Hay mucha diferençia
entre lo uno y lo otro? |
PEDRO.-
Como entre la lengua italiana
y la latina. En el tiempo del floresçer de los romanos
la lengua común que en toda Italia se hablaba era
latina, y esa es la que Çiçerón sin
estudiar supo y el vulgo todo de los romanos la hablaba.
Vino después a barbariçarse y corromperse,
y quedó ésta, que tiene los mesmos bocablos
latinos, mas no es latina, y ansí solían llamarse
los italianos latinos. En el tiempo de Demósthenes
y Eschines, Homero y Galeno y Platón y los demás,
en Greçia se hablaba el buen griego, y después
vino a barbariçarse y corrompióse de tal manera
que no la saben; y guardan los mesmos bocablos, salbo que
no saben la gramática, sino que no adjetivan. En lo
demás, sacados de dos docenas de bocablos bárbaros
que ellos usan, todos los demás son griegos. Dirá
el buen griego latino: blepo en aanthropon, veo un hombre;
dirá el bulgar: blepo en antropo. Veis aquí
los mesmos bocablos sin adjetivar. |
JUAN.-
De manera que solamente
en la congruidad del hablar difieren, que es la gramática.
Pregunto: Uno que acá ha estudiado griego, como vos
hizistes antes que os fueseis, ¿entenderse ha con los que
hablan allá? |
PEDRO.-
No es mala la pregunta. Sabed
que no, ni él a ellos ni ellos a él; porque
primeramente ellos no le entienden, por no saber gramática,
y tampoco él sabe hablar, porque acá no se
haze caso sino de entender los libros; ni éstos entenderán
a los otros, porque como no adjetivan y mezclan algunos bocablos
bárbaros, parésceles algarabía, y también
como no tienen uso del hablar griego, acá no abundan
de bocablos. Eso mesmo es en la italiana, que los latinos
que desde acá ban, si no lo deprenden no lo entienden,
no obstante que algunas palabras les son claras; ni los italianos
que no han estudiado entienden sino qualque palabra latina.
Bien es berdad que el que sabe el griego vulgar deprende
más en un año que uno de nosotros en beinte
porque ya se tiene la abundancia de bocablos en la cabeza,
y no ha menester más de componerlos como han de destar.
También el que sabe la gramática deprenderá
más presto vulgar que el que no la sabe, por la costumbre
que ya tiene de la pronunçiación. Yo por mí
digo que sin estudiarla más de como fui de acá,
por deprender la vulgar me hallé que cada vez que
quiero hablar griego latín lo hago también
como lo vulgar. |
MATA.-
Debéis de saber tan poco de
uno como de otro. |
PEDRO.-
De todas las cosas sé poco;
mas estad satisfecho que hay pocos en Greçia que hablen
más elegante y cortesanamente su propia lengua que
yo, ni aun mejor pronunçiada. |
MATA.-
El pronunçiar
es lo de menos. |
PEDRO.-
No puedo dexar de daros a entender
por solo eso la grandíssima falta que todos los bárbaros
d'España tienen en lo que más haze al caso
en todas las lenguas. |
MATA.-
¿Qué, el pronunçiar?
|
PEDRO.-
¡Si vieseis los letrados que acá presumen,
idos en Italia, donde es la poliçía del hablar,
dar que reír a todos quantos hay, pronunçiando
siempre n donde ha de haber m, b por u y u por b, comiéndose
siempre las postreras letras! Ninguna cosa hay en que más
se manifieste la barbarie y poco saber que en el pronunçiar,
de lo qual los padres tienen grandíssima culpa y los
maestros más. Veréis el italiano deçir
quatro palabras de latín grosero tam bien dichas que
aunque el español hable como Çiçerón
paresçe todo caçefatones; en respecto dél
más valen quatro palabras bien sabidas que quanto
supo Salomón mal savido. Una cosa quiero que sepáis
de mí, como de quien sabe seis lenguas, que ninguna
cosa hay para entender las lenguas y ser entendido más
neçesaria y que más importe que la pronunçiaçión,
porque en todas las lenguas hay bocablos que pronunçiados
de una manera tienen una significaçión y de
otra manera otra, y si queréis dezir çesta,
diréis vallesta. Tome uno de vosotros en la cabeza
seis bocablos griegos, mal pronunçiados, y pregúnteselos
a un griego qué quieren deçir, y verá
que no le entiende. La mayor dificultad que para la lengua
griega tube fue el olvidar la mala pronunçiaçión
que de acá llebé, y sabía hablar elegantemente
y no me entendían; después, hablando grosero
y bien pronunçiado, era entendido. Hay en ello otra
cosa que más importa y es que si pasando por un reino
sabiendo aquella lengua queréis pasar como hombre
del reino, a dos palabras, aunque sepáis muy bien
la lengua, sois tomado con el hurto en las manos. Estos son
primores que no se habían de tratar con jente como
vosotros, que nunca supo salir detrás los tiçones,
mas yo querría que salieseis y veríais. |
MATA.-
Yo
me doy por vençido en eso que deçís
todo, sin salir, porque a tan clara razón no hay qué
replicar. |
PEDRO.-
Si las primeras palabras que a uno enseñan
de latín o griego se las hiziesen pronunçiar
bien sin que supiese más hasta que aquellas pronunçiase,
todos sabrían lo que saben bien sabido; pero tienen
una buena cosa los maestros de España: que no quieren
que los disçípulos sean menos asnos que ellos,
y los disçípulos también tienen otra:
que se contentan con saber tanto como sus maestros y no ser
mayores asnos que ellos; y con esto se conçierta muy
bien la música barbaresca. |
JUAN.-
Questión
es y muy antigua, prinçipalmente en España,
que tenéis los médicos contra nosotros los
theólogos, quereros hazer que sabéis más
philosofía y latín y griego que nosotros. Cosas
son por çierto que poco nos importan. Porque sabemos
lógica; latín y griego demasiadamente ¿para
qué? |
PEDRO.-
En eso yo conçedo que tenéis
mucha raçón, porque para entender los libros
en que estudiáis poca neçesidad hay de letras
humanas. |
JUAN.-
¿Qué libros? ¿Sancto Thomás,
Escoto y esos Gabrieles y todos los más escolásticos?
¿Paresçeos mala theología la désos?
|
PEDRO.-
No por cierto, sino muy sancta y buena; pero mucho
me contenta a mí la de Christo, que es el Testamento
Nuebo, y en fin, lo positibo, prinçipalmente para
predicadores. |
JUAN.-
¿Y esos no lo saben? |
PEDRO.-
No sé;
al menos no lo muestran en los púlpitos. |
JUAN.-
¿Cómo
lo veis vos? |
PEDRO.-
Soy contento de deçirlo: todos
los sermones que en España se tratan, que aquí
está Mátalas Callando que no me dexará
mentir, son tan escolásticos que otro en los púlpitos
no oiréis sino Sancto Thomás dice esto. En
la distinctión 143, en la questión 26, en el
artículo 62, en la responsión a tal réplica.
Escoto tiene por opinión en tal y tal questión
que no. Alexandro de Ales, Nicolao de Lira, Juanes Maioris,
Gayetano, diçen lo otro y lo otro, que son cosas de
que el vulgo gusta poco, y creo que menos los que más
piensan que entienden. |
JUAN.-
¿Pues qué querríais
vos? |
PEDRO.-
Que no se traxese allí otra doctrina
sino el Evangelio, y un Chrisóstomo, Agustino, Ambrosio,
Gerónimo, que sobrello escriben; y esotro déxenselo
para los estudiantes quando oyen lectiones. |
MATA.-
En eso
yo soy del vando de Pedro de Urdimalas, que los sermones
todos son como él diçe y tiene raçón. |
JUAN.-
¿Luego por tan bobos tenéis vos a los theólogos
de España, que no tienen ya olvidado de puro sabido
el Testamento Nuebo y quantos expositores tiene? |
MATA.-
Olvidado,
yo bien lo creo; no sé yo de qué es la causa.
|
PEDRO.-
Las capas de los theólogos que predican y
nunca leyeron todos los Evangelistas plugiese a Dios que
tubiese yo, que pienso que sería tan rico como el
Rey, quanto más los expositores. ¿No acabastes agora
de confesar que no era menester para la Theología
Philosofía, latín ni griego? |
MATA.-
Eso yo
soy testigo. |
PEDRO.-
¿Pues cómo entenderéis
a Chrisóstomo y Basilio, Gerónimo y Agustino?
|
JUAN.-
¿Luego Sancto Thomás y Escoto no supieron
Philosofía? |
PEDRO.-
De la sancta mucha. |
JUAN.-
No
digo sino de la natural. |
PEDRO.-
Désa no por çierto
mucha, como por lo que escribieron della consta. Pues latín
y griego, por los çerros de Úbeda. |
JUAN.-
Ya
començáis a hablar con pasión. Hablemos
en otra cosa. |
PEDRO.-
¿No está claro que siguieron
al comentador Aberroes y otros bárbaros que no alcançaron
Philosofía, antes ensuçiaron todo el camino
por donde la iban los otros a buscar? |
MATA.-
¿Qué
es la causa porque yo he oído deçir que los
médicos son mejores philósofos que los theólogos?
|
PEDRO.-
Porque los theólogos siempre van atados tanto
a Aristótiles, que les paresçe como si dixesen:
El Evangelio lo dize, y no cale irles contra lo que dixo
Aristótiles, sin mirar si lleba camino, como si no
hubiese dicho mill quentos de mentiras; mas los médicos
siempre se van a viba quien vençe por saver la verdad.
Quando Platón diçe mejor, refutan a Aristóteles;
y quando Aristóteles, diçen libremente que
Platón no supo lo que dixo. Deçid, por amor
de mí, a un theólogo que Aristóteles
en algún paso no sabe lo que diçe, y luego
tomará piedras para tiraros; y si le preguntáis
por qué es verdad ésto, responderá con
su gran simpleza y menos saber, que porque lo dixo Aristóteles.
¡Mirad, por amor de mí, qué philosofía
pueden saber! |
JUAN.-
Ya yo hago como diçen orejas
de mercader, porque me paresçe que jugáis dos
al mohino. Acabemos de saver el viaje. |
PEDRO.-
Soy dello
contento, porque ya me paresçe que os vais corriendo.
Acabada de cargar la nabe, fuimos en la isla del Samo, adonde
nos tomó una tormenta y nos quedamos allí por
tres días, que es del Chío veinte leguas, la
qual es muy buena tierra, mas no está poblada. |
JUAN.-
¿Por
qué? ¿Qué comíais allí? |
PEDRO.-
Gallinas
y ovejas comíamos, que hallábamos dentro. Desde
el tiempo de Barbarroja començaron a padesçer
mucho mal todos los que habitaban en muchas islas que hay
por allí, que llaman del Arçipiélago,
y hartos de padesçer tanto mal como aquel perro les
hazía, dexaron las islas y fuéronse a poblar
otras tierras, y como dexaron gallinas y ganados allí,
hase ido multiplicando y está medio salvaje, y los
que por allí pasan, saltando en tierra hallan bien
qué cazar, y no penséis que son pocas las islas,
que más he yo visto de çinquenta. |
MATA.-
¿Pues
cúyas son esas abes y ganados? |
PEDRO.-
De quien lo
toma; ¿n'os digo que son despobladas habrá quinçe
años? |
JUAN.-
¿Y no lo sabe eso el Gran Turco? |
PEDRO.-
Sí;
pero, ¿cómo pensáis que lo puede remediar?
Algunas cosas habrá hecho Andrea de Oria que aunque
las sepa el Emperador son menester disimular. De allí
fuimos a Milo, otra isla, y de allí pasamos una canal
entre Micolo y Tino, dos islas pobladas, y con un gran viento
contrario no podimos en tres días pasar adelante a
tomar tierra, y dimos al cabo con nosotros en la isla de
Delo, que aunque es pequeña es de todos los escriptores
muy çelebrada porque estaba allí el templo
de Apolo, adonde concurría cada año toda la
Greçia. |
JUAN.-
¿Esa es la isla de Delo? ¿Y hay agora
algún rastro de edificio? |
PEDRO.-
Más ha habido
allí que en toda Greçia, y hoy en día
aún hay infinitos mármoles que sacar y los
lleba quien quiere, y antiguallas muchas se han hallado y
hallan cada día. De allí fuimos a la isla de
Sira, donde hay un buen pueblo, y vi las mugeres que no traen
más largas las ropas que hasta las espinillas, y quando
sienten que hay cosarios todas salen valerosamente con espadas,
lanças y escudos, mejor que sus maridos, a defenderse
y que no les lleben el ganado que anda paçiendo riberas
del mar. Dimos con nosotros luego en Çirigo, y de
ahí á Paris y Necsia, dos buenas islas, y pasamos
a vista de Candía, y echamos ánchoras en Cabo
de Santángelo, que llaman Puerto Coalla por la multitud
de las codorniçes que los albaneses toman por allí,
que se desembarcan quando van a tierras calientes y se embarcan
para venir a criar acá. Luego nos engolfamos en el
golfo de Veneçia, que llaman el Sino Adriático,
con muy buen tiempo, y veníamos cazando, con mucho
pasatiempo. |
MATA.-
Tened puncto; ¿qué cazabais en
el golfo? |
PEDRO.-
Codorniçes, tórtolas, destos
pájaros verdes y otras diferençias de abes,
que se venían por la mar, siendo mes de abril, para
criar acá. |
MATA.-
Bien puede ello ser verdad; mas
yo no creo que en medio del golpho puedan cazar otro sino
mosquitos, ni aun tampoco creo que tengan tanto sentido las
abes que una vez van que tornen a bolver acá. |
PEDRO.-
No
solamente volver podéis tener por muy aberiguado,
mas aun a la mesma tierra y lugar donde había estado,
y no es cosa de poetas ni historias, sino que por experiençia
se ha visto en golondrinas y en otras muchas aves, que siendo
domésticas les hazen una señal y las conosçen
el año adelante venir a hazer nidos en las mesmas
casas; pues de las codorniçes no queráis más
testigo de que tres leguas de Nápoles hay una isla
pequeña, que se diçe Crapi, y el obispo della
no tiene de otra cosa quinientos escudos de renta sino del
diezmo de las codorniçes que se toman al ir y venir,
y no solamente he yo estado allí, pero las he cazado,
y el obispo mesmo es mi amigo. |
JUAN.-
Muchas vezes lo había
oído y no lo creía, mas agora como si lo viese.
También diçen que lleban quando pasan la mar
alçada el ala por vela, para que, dándoles
el viento allí, las llebe como nabíos. |
PEDRO.-
La
mayor parte del mar que ellas pasan es a buelo. Verdad es
que quando se cansan se ponen ençima del agua, y siempre
van gran multitud en compañía, y si hay fortunoso
viento y están cansadas, alzan como dezís sus
alas por vela; y de tal manera habéis de saber que
es verdad, que la vela del nabío creo yo que fue inventada
por eso, porque es de la mesma hechura; las que cazábamos
era porque rebolviéndose una fortuna muy grande en
medio el golfo, todas se acojían a la nao, queriendo
más ser presas que muertas, y aunque no hubiese fortuna
se meten dentro los nabíos para pasar descansadas;
los marineros lleban unas cañas largas con un laçico
al cabo con que las pescan, y van tan domésticas.
Ende más, si hay fortuna que se dexarán tomar
a manos; de golondrinas no se podían valer de noche
los marineros, que se les asentaban sobre las orejas y nariçes,
y cabeza y espaldas, que harto tenían que ojear como
pulgas. |
MATA.-
No es menos que desmentir a un hombre no creer
lo que dice que el mesmo vio, y si hasta aquí no he
creído algunas cosas ha sido por lo que nos habéis
motejado con razón de nunca haber salido de comer
bollos; y al prinçipio paresçen dificultosas
las cosas no vistas, mas yo me subjeto a la razón.
De aquel golfo ¿adónde fuistes a parar? |
PEDRO.-
Adonde
no queríamos; mal de nuestro grado, dimos al trabés
con la fortuna, tan terrible qual nunca en la mar han visto
marineros, un Juebes Sancto, que nunca se me olvidará,
en una isla de veneçianos que se llama el Zante, la
qual está junto a otra que llaman la Chefalonia, las
quales divide una canal de mar de tres leguas en ancho.
|
MATA.-
¡Oh pecador de mí! ¿Aún no son acabadas
las fortunas? |
JUAN.-
Quasi en todas esas partes cuenta Sant
Lucas que peligró Sant Pablo en su peregrinaçión.
|
PEDRO.-
¿Y el mesmo no confiesa haber dado tres vezes al
trabés y sido açotado otras tantas? Pues yo
he hado quatro y sido açotado sesenta, porque sepáis
la obligaçión en que estoy a ser bueno y servir
a Dios. Ayudáronnos otras tres nabes a sacar la nuestra,
que quiso Dios que encalló en un arenal, y no se hiziese
pedazos, y tubimos allí con gran regoçijo la
Pasqua, y el segundo día nos partimos para Siçilia,
que tardamos otros seis días con razonable tiempo,
aunque fortunoso; pero aquello no es nada, que, en fin, en
la mar no pueden faltar fortunas a cuantos andan dentro.
Llegamos en el Faro de Meçina, donde está Çila
y Caribdi, que es un mal paso y de tanto peligro que ninguno,
por buen marinero que sea, se atrebe a pasar sin tomar un
piloto de la mesma tierra, que no viben de otro sino de aquello. |
JUAN.-
¿Qué cosa es Faro? |
PEDRO.-
Una canal de mar
de tres leguas de ancho que divide a Siçilia de Calabria,
llena de remolinos tan diabólicos que se sorben los
nabíos, y tiene éste una cosa más que
otras canales: que la corriente del agua una va a una parte
y otra a otra, que no hay quien le tome el tino, y Çila
es un codo que haze junto a la çibdad la tierra, el
qual, por huir de otro codo que haze a la parte de Calabria,
como las corrientes son contrarias, dan al trabés
y se pierden los nabíos. |
JUAN.-
¿Y las otras canales
no son también ansí? |
PEDRO.-
No, porque todas
las otras, aunque tienen corriente, no es diferente, sino
toda a un lado. ¿No os espantaría si vieseis un río
que la mitad dél, cortándole a la larga, corra
hazia bajo y el otro haçia riba? |
MATA.-
¿Eso es lo
de Çilla y Caribdin? |
PEDRO.-
Eso mesmo. |
JUAN.-
Espantosa
cosa es y digna que todos fuesen a verla solamente. Díçese
de Aristótiles que por sólo verla fue de Athenas
allá. |
MATA.-
¿Qué tanto hay? |
PEDRO.-
No es
mucho; serán trescientas leguas. |
MATA.-
A mí
me paresçe que iría quinientas por ver la menor
cosa de las que vos habéis visto, si tubiese seguridad
de las galeras de turcos.
|
Capítulo XIII |
A través de Italia
|
JUAN.-
Llegados ya en salvamento
en Siçilia ¿grande contentamento temíais por
ver que ya no había más peligros que pasar?
|
PEDRO.-
¿Cómo no? El mayor y más venturoso
estáis por oír. En todas las çibdades
de Siçilia tienen puestos guardianes, que llaman de
la sanidad, y más en Meçina, donde yo llegué;
para que todos los que vienen de Levante, adonde nunca falta
pestilençia, sean defendidos con sus mercançías
entrar en poblado, para que no se pegue la pestilençia
que diçen que traen; y éstos, quando viene
alguna nabe, van luego a ella y les ponen grandes penas de
parte del Virrey que no se desembarque nadie; si tiene de
pasar adelante embía por terçera persona a
comprar lo que ha menester, y vase. Si quiere descargar allí
el trigo, algodón o cueros que comúnmente traen,
habida liçençia que descargue, lo tiene de
poner todo en el campo, para que se oree y exhale algún
mal humor si trae, y todas las personas ni más ni
menos. |
MATA.-
Cosa me paresçe esa muy bien hecha,
y en que mucho serviçio hazen los governadores a Dios
y al Rey. |
PEDRO.-
Muchas cosas hay en que se sirviría
Dios y la república si fuesen con buen fin ordenadas;
mas quando se hazen para malo, poco meresçen en ello.
No hay nabe que no le cueste esto que digo quatroçientos
ducados, que podrá ser que no gane otros tantos.
|
JUAN.-
Pues ¿en qué? |
PEDRO.-
En las guardas que tiene
sobre sí para que no comuniquen con los de la tierra. |
MATA.-
¿Y esas no las paga la mesma çibdad? |
PEDRO.-
No,
sino el que es guardado. |
MATA.-
Pues ¿en qué ley cabe
que pague yo dineros porque se guarden de mí? ¿Qué
se me da a mí que se mueran ni biban? |
PEDRO.-
Ahí
podréis ver lo que yo os digo. ¿Ha visto ninguno de
bosotros buena fruta de sombrío donde nunca alcança
el sol? |
MATA.-
Yo no. |
JUAN.-
Ni yo tampoco. |
PEDRO.-
Pues
menos veréis justicia recta ni que tenga sabor de
justiçia donde no está el Rey; porque si me
tengo de ir a quexar de un agrabio 500 leguas, gastaré
doblado que el principal, y ansí es mejor perder lo
menos. Ante todas cosas tiene de pagar cada día ocho
reales a ocho moros que rebuelban la mercançía
y la descarguen. |
MATA.-
¿Para qué la han de rebolver?
|
PEDRO.-
Para que se oree mejor y no quede escondida la landre
entre medias. Tras esto otros dos guardianes, que les hagan
hazerlo, a dos reales cada día, que son cuatro, y
un escudo cada día a la guarda mayor, que sirbe de
mirar si todos los demás hazen su ofiçio.
|
JUAN.-
¿Y quántos días tiene esa costa hasta
que le den Iiçençia que entre en la çibdad?
|
PEDRO.-
El que menos ochenta, si trae algodón o cueros;
si trigo, la mitad. |
MATA.-
Bien empleado es eso en ellos,
porque no gastan quanto tienen en informar al Rey dello.
|
PEDRO.-
También quiero que sepáis que no es
mejor guardado el monumento de la Semana Sancta, con más
chuzones, broqueles y guazamalletas, y aunque alguno quiera
desembarcarse sin liçencia, éstos no le dexan.
No teniendo yo mercançías, ni qué tomar
de mí, no me querían dexar desembarcar, y el
capitán de mi nao determinó venir a Nápoles
con el trigo y otras tres nabes de compañía,
y como yo había de venir a Napoles díxome que
me venía bien haber hallado quien me traxese çient
leguas más sin desembarcarme. Yo se lo agradesçí
mucho, y comenzaron a sacar las ánchoras para nos
partir. Pasó por junto a la nao un bergantín,
y no sé qué se me antojó preguntarle
de dónde venía. Respondió que de Nápoles.
Dixele qué nueba había. Respondió que
diez y nuebe fustas de turcos andaban por la costa. Como
soy razonable marinero, dixe al capitán que dónde
quería partirse con aquella nueba tan mala. Díxome
que donde había quatro nabes juntas qué había
que temer. Conosçiendo yo que los rogoçeses,
veneçianos y ginoveses valían poco para la
batalla, y que necesariamente, si nos topaban, éramos
presos, hize como que se me había olvidado de negoçiar,
una cosa que mucho importaba en la çibdad, y pídile
de merçed, sobre todas las que me había hecho,
que me diese un batel de la nabe para ir en tierra a encomendar
a aquéllos que guardaban que nadie se desembarcase
que los negoçiasen por mí, y que luego en la
hora me bolvería sin poner el pie en tierra. |
MATA.-
¿Qué
cosa es batel, que muchas veces he oído nombrar? |
PEDRO.-
Como la nabe y la galera son tan grandes, no pueden
estar sino adonde hay mucho hondo, y quando quieren saltar
en tierra, en ninguna manera puede açercarse tanto
que llegue adonde haya tierra firme, y por eso cada nabío
grande trae dos barcas pequeñas dentro, la una mayor
que la otra, con las quales quando están gerca de
tierra ban y vienen a lo que han menester, y éstas
se llaman bateles. Fue tanta la importunaçión
que yo tube porque me diese el batel, que aunque çierto
le venía muy a trasmano, lo hubo de hazer con condiçión
que yo no me detubiese. Sería un tiro de arcabuz de
donde la nao estaba a tierra, y dixe a mi compañero
y a otros dos que habían sido cautibos que se metiesen
conmigo dentro el batel, y caminamos; quando yo me vi tres
pasos de tierra no curé de aguardar que nos açercásemos
más, sino doy un salto en la mar y luego los otros
tras mí; quando las guardias me vieron, vienen luego
con sus lançones a que no me desembarcase sin liçençia,
y quisieron hazerme tornar a embarcar por fuerça.
Yo dixe a los marineros que se fuesen a su nabe y dixesen
al capitán que le vesaba las manos, y por çierto
impedimento no podía por el presente partirme, que
en Nápoles nos veríamos; como tanto porfiaban
las guardas fue menester hazerles fieros, y dezir que aunque
les pesase habíamos d'estar allí. Fueron presto
a llamar los jurados, que son los que goviernan la çibdad,
y vinieron los más enojados del mundo, y quando yo
los vi tan soberbios, determiné de hablarles con mucho
ánimo; y en preguntando que quién me habla
dado liçençia para desembarcarme, respondí
que yo me la había tomado, que siendo tierra del Emperador
y yo su vasallo, podía estar en ella tan bien como
todos ellos. Donosa cosa, digo, es que si yo tengo en esta
çibdad algo que negoçiar, que no lo pueda hazer
sino irme a Nápoles y dexarlo. Dixeron que estaban
por hazerme luego ahorcar. Yo les dixe que podían
muy bien, mas que sus cabezas guardarían las nuestras;
fuéronse gruñendo, y mandaron que so pena de
la vida no saliésemos de tanto espaçio como
dos eras de trillar, hasta que fuese por ellos mandada otra
cosa, y ansí estube allí junto a los otros
que tenían sus mercaderías en el campo, con
muy mayor guarda y más mala vida y más hambre
que en todo el cautiberio. |
MATA.-
¿Quántos días?
|
PEDRO.-
Veinte y ocho. |
JUAN.-
¿Y en qué dormíais?
|
PEDRO.-
Dos cueros de vaca de aquellos que tenían
los mercaderes me sirvieron todo este tiempo de cama y casa,
puestos como cueba, de suerte que no podía estar dentro
más de hasta la çintura, dexando lo demás
fuera al sol y al aire. |
MATA.-
¿Pues la çibdad, siquiera
por lismosna, no os daba de comer? |
PEDRO.-
Maldita la cosa,
sino que padesçí más hambre que en Turquía;
y para más encubrir su bellaquería, a quantos
traían cartas que dar en Meçina, se las tomaban
y las abrían, y quitándoles el hilo con que
venían atadas y tendiéndolas en tierra roçiábanlas
con vinagre diçiendo que con aquello se les quitaba
todo el veneno que traían, y la mayor vellaquería
de todas era que a los que no tenían mercadurías
y eran pobres solíanles dar liçençia
dentro de ocho días; pero a mí, por respecto
que los mercaderes no se quexasen diçiendo que por
pobre me dexaban y a ellos por ricos los detenían
más tiempo, me hizieron estar como a ellos y cada
día me hazían labar en la mar el capote y camisa
y a mí mesmo. |
JUAN.-
Si queríais traer algo
del pueblo, ¿no había quien lo hiziese? |
PEDRO.-
Aquellos
guardianes lo hazían mal y por mal cabo, sisando como
yo solía. |
MATA.-
¿Qué os guardaban esos? |
PEDRO.-
¿No
tengo dicho que no se juntase nadie conmigo a hablar? Si
me venía algún amigo de la çibdad a
ver, no le dexaban por espaçio de doce pasos llegar
a mí, sino a bozes le saludaba y él a mí. |
JUAN.-
¿De modo que no podía haber secreto? |
PEDRO.-
Y
las mesmas guardas tampoco se juntaban a mí, sino
tiraba el real como quien tira una piedra y deçíale
a boçes: traedme esto y esto. El terçero día
que estaba en esta miseria, que voy a la mayor de todas las
venturas, vino a mi un hermano del capitán de la nabe
en que había yo venido, y díxome: Habéis
habido buena ventura. Dígole: ¿Cómo? Diçe:
Porque las fustas de los turcos han tomado la nabe y otras
tres que iban con ella, y veis aquí esta carta que
acabo de resçibir de mi hermano Rafael Justiniano,
el capitán, que le probea luego mill ducados de rescate.
Ya podéis ver lo que yo sintiera. |
MATA.-
Grande plaçer,
por una parte, de veros fuera de aquel peligro, y pesar de
ver presos a vuestros amigos, sabiendo el tratamiento que
les habían de hazer. |
JUAN.-
¡Oh poderoso Dios, quán
altos son tus secretos! Y, como dice Sant Pablo, tienes misericordia
de quien quieres y enduresçes a quien quieres. |
PEDRO.-
Sin
Sant Pablo, lo dixo primero Christo a Nicodemus, aquel prínçipe
de judíos: Spiritus ubi vult, spirat. Luego fue en
el Chío y en Constantinopla la nueva de cómo
yo era preso, que no dio poca fatiga y congoxa a mis amigos,
según ellos me contaron quando vinieron. |
JUAN.-
¿Cómo
supieron la nueba? |
PEDRO.-
Como el capitán era de
Chío y la nabe también, y me había metido
a mí dentro, viendo tomada la nao, señal era
que había yo de ser tomado también. ¿Quién
había de imaginar que yo me había de quedar
en Sililia sin tener que hazer y dejar de venir en la nabe
que de tan buena gana y tan sin costa me traía? |
MATA.-
¿Después vinistes por mar a Nápoles? |
PEDRO.-
No,
sino por tierra. ¿Por tan asno me tenéis que habla
por entonçes de tentar más a Dios? |
JUAN.-
¿Quántas
leguas son? |
PEDRO.-
Çiento, toda Calabria. |
MATA.-
¿A tal anda don Garçía o en la mula de los
fraires? |
PEDRO.-
No, sino a caballo con el percacho. |
MATA.-
¿No
deçíais agora poco ha que no teníais
blanca? |
PEDRO.-
Fióme una señora, muger de
un capitán que habla estado preso conmigo, que en
llegando a Nápoles pagaría, porque allí
tenía amigos. |
MATA.-
¿Qué es percacho? |
PEDRO.-
La
mejor cosa que se puede imaginar; un correo, no que va por
la posta' l, sino por sus jornadas, y todos los viernes del
mundo llega en Nápoles, y parte los martes y todos
los viernes llega en Meçina. |
MATA.-
¿Çien leguas
de ida y otras tantas de buelta haze por jornadas en ocho
días? |
PEDRO.-
No habéis de entender que es
uno sino cuatro que se cruzan, y cada vez entra con treinta
o quarenta caballos, y vezes hay que con çiento, porque
aquella tierra es montañosa, toda llena de bosques
y andan los salteadores de çiento en çiento,
que allá llaman fuera exidos 12, como si acá
dixésemos encartados o rebeldes al rey; y este percacho
da cabalgaduras a todos quantos fueren con él por
seis escudos cada una, en estas çient leguas, y van
con éste seguros de los fuera exidos. |
JUAN.-
Y si
los roban percachoy todo, ¿qué seguridad tienen? |
PEDRO.-
El pueblo más çercano adonde los roban
es obligado a pagar todos los daños, aunque sean de
gran quantía. |
JUAN.-
¿Qué culpa tiene? |
PEDRO.-
Es
obligado cada pueblo a tener limpio y muy guardado su término
dellos, que muchos son de los mesmos pueblos; y porque saben
que sus parientes, mujeres y hijos lo tienen de pagar no
se atreben a robar el percacho, y si esto no hiziesen ansí,
no sería posible poder hombre ir por aquel camino.
|
MATA.-
¿Qué dan a esos percachos porque tengan ese
oficio? |
PEDRO.-
Antes él da mill ducados cada año
porque se le dexen tener, que son derechos del correo mayor
de Nápoles, el qual de solos percachos tiene un quento
de renta. |
JUAN.-
¿Tan grande es la ganançia que se
sufre arrendar? |
PEDRO.-
De sólo el porte de las cartas
saca los mill ducados, y es el quento que si no lleba porte
la carta no hayáis miedo que os la den, si no dexársela
en la posada. |
JUAN.-
Grande trabajo será andar a dar
tantas cartas en una çibdad como Nápoles o
Roma. |
PEDRO.-
El mayor descanso del mundo, porque se haze
con gran orden, y todas las cosas bien ordenadas son fáçiles
de hazer; en la posada tiene un escribano que toma todos
los nombres de los sobreescritos para quien vienen cartas,
y pónelos por minuta, y en cada carta pone una suma
de guarismo, por su orden, y pónelas todas en un cajón
hecho aposta como barajas de naipes, y el que quiera saber
si tiene cartas mira en la minuta que está allí
colgada y hallará: Fulano, con tanto de porte, a tal
número, y va al escribano y díçele:
Dadme una carta. Pregúntale: ¿A quántas está?
Luego diçe: A tantas; y en el mesmo puncto la halla. |
MATA.-
En fin, acá todos somos bestias, y en todas
las habilidades nos exçeden todas las naciones extranjeras;
¡dadme, por amor de mí, en España, toda quan
grande es, una cosa tan bien ordenada! |
PEDRO.-
No hay caballero
ni señor ninguno que no se preçie de ir con
el percacho, y a todos los que quieren haze la costa, porque
no tengan cuidado de cosa ninguna más de cabalgar
y apearse, y no les lleba mucho, y dales bien de comer.
|
JUAN.-
¿Y solamente es eso en Calabria? |
PEDRO.-
En toda Italia,
de Nápoles a Roma, de Génoba a Veneçia,
de Florençia a Roma, toda la Apulla y quanto más
quisiéredes. |
JUAN.-
¿Deben de ser grandes los tratos
de aquella tierra? |
PEDRO.-
Sí son, pero también
son grandes los de acá, y no lo hazen; la miseria
de la tierra lo lleba, a mi paresçer, que no los tratos. |
JUAN.-
¿Mísera tierra os paresçe España?
|
PEDRO.-
Mucho en respecto de Italia; ¿parésçeos
que podría mantener tantos exércitos como mantiene
Italia? Si seis meses andubiesen çinquenta mill hombres
dentro la asolarían, que no quedase en ella hanega
de pan ni cántaro de vino, y con esto me paresçe
que nos vamos a acostar, que tañen los fraires a media
noche, y no menos cansado me hallo de haberos contado mi
viaje que de haberle andado. |
JUAN.-
¡O, pecador de mí!
¿Y a medio tiempo os queréis quedar como esgrimidor?
|
PEDRO.-
Pues, señores, ya yo estaba en libertad, en
Nápoles. ¿Qué más queréis? |
MATA.-
Yo
entiendo a Juan de Voto a Dios; quiere saber lo que hay de
Nápoles aquí para no ser cojido en mentira,
pues el propósito a que se ha contado el viaje es
para ese efecto, después de la grande consolaçión
que hemos tenido con saberlo; gentil cosa sería que
dixese haber estado en Turquía y Judea y no supiese
por dónde van allá y el camino de enmedio;
diríanle todos con razón que había dado
salto de un estremo a otro, sin pasar por el medio, por alguna
negromançia o diabólica arte que tienen todos
por imposible; a lo menos conviene que de todas esas çibdades
prinçipales que hay en el camino hasta acá
digáis algunas particularidades comunes, entretanto
que se escalienta la cama para que os vais a reposar, y yo
quiero el primero sacaros a barrera. ¿Qué cosa es
Nápoles? ¿Qué tan grande es? ¿Quántos
castillos tiene? ¿Hay en ella muchas damas? ¿Cómo
habéis prosiguido el viaje hasta allí? ¡Llebadle
al cabo! |
PEDRO.-
Con que me déis del codo de rato
en rato, soy dello contento. |
MATA.-
¿Tanto pensáis
mentir? |
PEDRO.-
No lo digo sino porque me carga el sueño;
hallé muchos amigos y señores en Nápoles,
que me hizieron muchas merçedes, y allí descansé,
aunque caí malo, siete meses; y no tenía poca
neçesidad dello, según venía de fatigado;
es una muy gentil çibdad, como Sevilla del tamaño,
probeída de todas las cosas que quisiéredes,
y en buen preçio; tiene muy grande caballería
y más prinçipes que hay en toda Italia. |
MATA.-
¿Quiénes
son? |
PEDRO.-
Los que comúnmente están ahí
que tienen casas, son: el prínçipe de Salerno,
el príncipe de Vesiñano, el prínçipe
d'Estillano, el prínçipe de Salmona, y muchos
duques y condes; ¿para qué es menester tanta particularidad?
tres castillos prinçipales hay en la çibdad:
Castilnobo, uno de los mejores que hay en Italia, y San Telmo,
que llaman Sant Martín, en lo alto de la çibdad,
y el castillo del Ovo, dentro de la mesma mar, el más
lejos de todos. |
MATA.-
Antes que se nos olvide, no sea el
mal de Gerusalem, ¿llega allí la mar? |
PEDRO.-
Toda
Nápoles está en la mesma ribera, y tiene gentil
puerto, donde hay nabes y galeras, y llámase el muelle;
los napolitanos son de la más pulida y diestra jente
a caballo que hay entre todas las naçiones, y crían
los mejores caballos, que lo de menos que les enseñan
es hazer la reberençia y vailar; calles comunes, la
plazuela del Olmo, la rúa Catalana, la Vicaría,
el Chorillo. |
MATA.-
¿Es de ahí lo que llaman soldados
chorilleros? |
PEDRO.-
Deso mesmo; que es como acá
llamáis los bodegones, y hay muchos galanes que no
quieren poner la vida al tablero, sino andarse de capitán
en capitán a saver quándo pagan su jente para
pasar una plaza y partir con ellos, y beber y borrachear
por aquellos bodegones; y si los topáis en la calle
tan bien vestidos y con tanta criança, os harán
picar pensando que son algunos hombres de bien. |
MATA.-
¿Qué
frutas hay las más mejores y comunes? |
PEDRO.-
Melocotones,
melones y moscateles, los mejores que hay de aquí
a Hierusalem, y unas mançanas que llaman peraças,
y esto creed que vale harto barato. |
MATA.-
¿Qué vinos?
|
PEDRO.-
Vino griego de la montaña de Soma, y latino
y brusco, lágrima y raspada. |
MATA.-
¿Qué carnes?
|
PEDRO.-
Volatería hay poca, si no es codorniçes,
que esas son en mucha quantidad, y tórtolas y otros
pájaros; perdiçes pocas, y aquéllas
a escudo; gallinas y capones y pollos harto barato. |
MATA.-
¿Hay
carnero? |
JUAN.-
¡Oh, bien haya la madre que os parió,
que tan bien me sacáis de vergüença en
el preguntar, agora digo que os perdono quanto mal me habéis
hecho y lo por hazer! |
PEDRO.-
No es poca merced que os haze
en eso. |
MATA.-
Tampoco es muy grande. |
PEDRO.-
¿No? ¿Perdonar
lo que está por hazer? |
MATA.-
Con quantos con él
se confiesan lo suele tener por costumbre hazer quando ve
que se le siguirá algún intherese. |
PEDRO.-
No
puede dexar de quando en quando de dar una puntada. |
JUAN.-
Ya
está perdonado; diga lo que quisiere. |
PEDRO.-
Pues
desa manera, yo respondo que no solamente en Nápoles,
pero en toda Italia no hay carnero bueno, sino en el sabor
como acá carne de cabra; lo que en su lugar allá
se come es ternera, que hay muy mucha y en buen preçio
y boníssima. |
MATA.-
¿Pescados? |
PEDRO.-
Hartos hay,
aunque no de los de España, como son congrios, salmones,
pescados seçiales; destos no se pueden haber, y son
muy estimados si alguno los embía desde acá
de presente; sedas valen en buen preçio, porque está
çerca de Calabria, donde se haze más que en
toda la christiandad, pero paño muy bueno y no muy
caro, principalmente raja; de damas, es tierra mal proveída. |
MATA.-
¿Cómo? ¿No hay mugeres? |
PEDRO.-
Hartas; pero
las más feas que hay de aquí allá, y
con esto podréis satisfaçer a todas las preguntas. |
MATA.-
¿Qué iglesias hay prinçipales? |
PEDRO.-
Monte
Oliveto, Santiago de los Españoles, Pie de Gruta,
Sant Laurençio, y otras mil. De ahí vine en
Roma, con propósito de holgarme allí medio
año, y vila tan rebuelta que quinçe días
me paresçió mucho, en los quales vi tanto como
otro en seis años, porque no tenía otra cosa
que hazer. Desta poco hay que deçir, porque un libro
anda escrito que pone las maravillas de Roma. Un día
de la Asçensión vi toda la sede apostólica
en una proçessión. |
MATA.-
¿Vistes al Papa?
|
PEDRO.-
Sí, y a los cardenales. |
MATA.-
¿Cómo
es el Papa? |
PEDRO.-
Es de hechura de una çebolla,
y los pies como cántaro. La más neçia
pregunta del mundo; ¿cómo tiene de ser sino un hombre
como los otros? Que primero fue cardenal y de allí
le hizieron Papa. Sola esta particularidad sabed, que nunca
sale sobre sus pies a ninguna parte, sino llébanle
sobre los hombros, sentado en una silla. |
MATA.-
¿Qué
hábito traen los cardenales? |
PEDRO.-
En la proçessión
unas capas de coro, de grana, y bonetes de lo mesmo. A palacio
van en unas mulaças, llenas de chatones de plata;
quando pasan por debajo del castillo de Sant Angel les toçan
las cherimías, lo que no hazen a otro ningún
obispo ni señor; fuera de la proçesión,
por la çibdad, muchos traen capas y gorras, con sus
espadas. |
JUAN.-
¿Todos los cardenales? |
PEDRO.-
No, sino los
que pueden servir damas, que los que no son para armas tomare
estánse en casa; algunos van disfraçados dentro
de un carro triumphial, donde van a pasear damas, de las
quales hay muchas y muy hermosas, si las hay en Italia.
|
MATA.-
¿De buena fama o de mala fama? |
PEDRO.-
De buena fama
hay muchas matronas en quien está toda la honestidad
del mundo, aunque son como serafines; de las enamoradas,
que llaman cortesanas, hay ¿qué tantas pensáis? |
MATA.-
No sé. |
PEDRO.-
Lo que estando yo allí
vi por experiençia quiero deçir, y es que el
Papa mandó haçer minuta de las que había,
porque tiene de cada una un tanto, y hallóse que había
treçe mill, y no me lo creáis a mí,
sino preguntadlo a quantos han estado en Roma, y muchas de
a diez ducados por noche, las quales tenían muchos
negoçiantes echados al rincón de puros alcançados,
y haçiendo mohatras, quando no podían simonías;
yo vi a muchos arçidianos, deanes y priores, que acá
había conosçido con mucho fausto de mulas y
moços andar allá con una capa llana y gorra
comiendo de prestado, sin moço ni haca medio corriendo
por aquellas calles como andan acá los çitadores. |
MATA.-
¿Capa y gorra siendo dignidades? |
PEDRO.-
Todos los
clérigos, negoçiantes, si no es alguno que
tenga largo que gastar, traen capa algo larga y gorra, y
plugiese a Dios que no hiziesen otra peor cosa, que bien
se les perdonaría. |
JUAN.-
¿De qué proçede
que en habiendo estado uno algunos años en Roma luego
biene cargado de calongías y deanazgos y curados?
|
PEDRO.-
Habéis tocado buen puncto; éstos que
os digo, que, por gastar más de lo raçonable,
andan perdidos y cambiando y recambiando dineros que paguen
acá de sus rentas, toman allá de quien los
tenga quinientos ducados o mil prestados, por hazerle buena
obra, y como no hay ninguno que no tenga, juntamente con
la dignidad, alguna calongía o curado anexo, por la
buena obra resçibida del otro le da luego el regreso,
y nunca más el acredor quiere sus dineros, sino que
él se los haze de graçia, y quando los tubiere
sobrados se los pagará. |
JUAN.-
Esa, simonía
es en mi tierra, encubierta. |
MATA.-
¡Oh el diablo! Aunque
estotro quiera deçir las cosas con criança
y buenas palabras, no le dexaréis. |
PEDRO.-
¿Pues pensabais
que traían los benefiçios de amistad que tubiesen
con el papa? Hagos saver que pocos de los que de acá
van le hablan ni tienen trabaquentas con él. |
JUAN.-
¿Pues
cómo consiente eso el papa? |
PEDRO.-
¿Qué tiene
de hazer, si es mal informado? ¿Ya no responde: si sic est
fiat? más de quatro que vos conosçéis,
cuyos nombres no os diré, que tenían acá
bien de comer, comerían allá si tubiesen, que
yo pensaba que la galera era el infierno abreviado; pero
mucho más semejante me paresçió Roma. |
MATA.-
¿Es tan grande como diçen, que tenía
quatro leguas de çerco y siete montes dentro? |
PEDRO.-
De
çerco solía tener tanto, y hoy en día
lo tiene; pero mucho más sin conparaçión
es lo despoblado que lo poblado. Los montes es verdad que
allí se están, donde hay agora huertas y jardines.
Las cosas que, en suma hay, insignes son: primeramente, concurso
de todas las naçiones del mundo; obispos de a quinçe
en libra sin quento. Yo os prometo que en Roma y el reino
de Nápoles que pasan de tres mill obispos de doçientos
a ochoçientos ducados de renta. |
MATA.-
¿Esos tales
serán de Sant Nicolás? |
PEDRO.-
Y aun menos,
a mi paresçer; porque si no durase tan poco, tanto
es obispo de Sant Nicolás como cardenal al menos.
Ruin sea yo si no está tan contento como el papa.
Las estaçiones en Roma de las siete iglesias es cosa
que nadie las dexa de andar, por los perdones que se ganan. |
JUAN.-
¿Quáles son? |
PEDRO.-
Sant Pedro y Sant Pablo,
Sant Juan de Letrán y Sant Sebastián, Sancta
María Mayor, Sant Lorençio, Sancta Cruz. Bien
es menester, quien las tiene de andar en un día, madrugar
a almorçar, porque hay de una a otra dos leguas; al
menos de Sant Juan de Letrán a Sant Sebastián. |
JUAN.-
Calles, ¿quáles? |
PEDRO.-
La calle del Pópulo,
la plaza In agona, los Bancos, la Puente, el Palaçio
Sacro, el castillo de Sant Angelo, al qual desde el Palaçio
Sacro se puede ir por un secreto pasadiço. |
MATA.-
¿Es
en Sant Pedro el palaçio? |
PEDRO.-
Sí. |
JUAN.-
Sumptuosa
cosa será. |
PEDRO.-
Soberbio es por çierto,
ansí de edifiçios como de jardines y fuentes
y plaças y todo lo neçesario, conforme a la
dignidad de la persona que dentro se aposenta. |
MATA.-
¿Caros
valdrán los bastimentos por la mucha jente? |
PEDRO.-
Más
caros que en Nápoles, pero no mucho. |
MATA.-
¿Tiene
mar Roma o no? Esto nunca se ha de olvidar. |
PEDRO.-
Çinco
leguas de Roma está la mar, y pueden ir por el río
Tíber abajo, que va a dar en la mar, en barcas y en
vergantines, que allá llaman fragatas, en las quales
traen todo lo neçesario a Roma. |
JUAN.-
Cosa de grande
magestad será ver aquellas audiençias. ¿Y la
Rota? |
PEDRO.-
No es más ni aun tanto que la Chançillería
y el Consejo Real. Ansí, tienen sus salas donde oyen.
De las cosas más insignes que hay en Roma que ver
es una casa y güerta que llaman la Viña del papa
Julio, en donde se ven todas las antiguallas prinçipales
del tiempo de los romanos que se pueden ver en toda Roma,
y una fuente que es cosa digna de ir de aquí allá
a sólo verla; la casa y huerta son tales que yo no
las sabré pintar, sino que al cabo de estar bobo mirándola
no sé lo que me he visto; digo, no lo sé explicar.
Bien tengo para mí que tiene más que ver que
las siete marabillas del mundo juntas. |
JUAN.-
¿Qué
tanto costaría? |
PEDRO.-
Ochoçientos mill ducados,
diçen los que mejor lo saben; pero a mí me
paresçe que no se pudo hazer con un millón. |
JUAN.-
¿Y quién la goça? |
PEDRO.-
Un pariente
del Papa; pero el que mejor la goça es un casero,
que no hay día que no gane más de un escudo
a sólo mostrarla, sin lo que se le queda de los banquetes
que los cardenales, señores y damas cada día
hazen allí. |
JUAN.-
Pues ¿cómo no la dexó
al Pontificado una cosa tan admirable y de tanta costa? Más
nombrada fuera si siempre tubiera al Papa por patrón.
|
PEDRO.-
No sé; más quiso faboresçer
a sus parientes que a los ajenos. |
MATA.-
¿Si le había
pesado de haberla hecho? |
PEDRO.-
Bien podrá ser que
sí. |
MATA.-
¡Quánto más triumphante entrara
el día del Juiçio ese Papa con un carro, en
el qual llebara detrás de sí çinquenta
mill ánimas que hubiera sacado del cautiberio donde
vos salís y otras tantas pobres huérfanas que
hubiera casado, que no haber dexado un lugar adonde Dios
sea muy ofendido con banquetear y borrachear y rufianar!
Por eso me quieren todos mal, porque digo las verdades; estamos
en una era que en diçiendo uno una cosa bien dicha
o una verdad, luego le diçen que es satírico,
que es maldiçiente, que es mal christiano; si diçe
que quiere más oír una misa reçada que
cantada, por no parlar en la iglesia, todo el mundo a una
voz le tiene por ereje, que dexa de ir el domingo, sobre
sus finados, a oír la misa mayor y tomar la paz y
el pan bendito; y quien le preguntase agora al papa Julio
por quánto no quisiera haber malgastado aquel millón,
cómo respondería que por mil millones; y si
le dexasen bolver acá, ¿cómo no dexaría
piedra sobre piedra? ¿Qué más hay que ver,
que se me escalienta la boca y no quiero más hablar?
|
PEDRO.-
El Coliseo, la casa de Vergilio y la torre donde
estubo colgado; las termas y un hombre labrado de metal ençima
de un caballo de lo mesmo, muy al bibo y muy antiguo, que
diçen que libró la patria y prendió
a un Rey que estaba sobre Roma y la tenía en mucho
aprieto, y no quiso otro del Senado romano sino que le pusiesen
allí aquella estatua por memoria. Casas hay muy buenas. |
JUAN.-
El çelebrar del culto divino, ¿con mucho. más
magestad será que acá y más sumptuosas
iglesias? |
PEDRO.-
Por lo que dixe de los obispos habíais
de entender lo demás. No son, con mill partes, tan
bien adornadas como acá; antes las hallaréis
todas tan pobres que paresçen ospitales robados; los
edifiçios, buenos son, pero mejores los hay acá.
Sant Pedro de Roma se haze agora con las limosnas de España;
pero yo no sé quándo se acabará, según
ba el edifiçio. |
JUAN.-
¿Es allí donde diçen
que pueden subir las bestias cargadas a lo alto de la obra?
|
PEDRO.-
Eso mesmo. En Sena hay buena iglesia y en Milán
y Florençia, pero pobrísimas; los canónigos
dellas como raçioneros de iglesias comunes de acá;
pobres capellanes, más que acá. |
JUAN.-
Con
sólo eso basto a çerrar las bocas de quantos
de Roma me quisieren preguntar. |
PEDRO.-
Aunque sean cortesanos
romanos, podréis hablar con ellos; y no se os olvide,
si os preguntaren de la aguja que está a las espaldas
de Sant Pedro, que es de una piedra sola y muy alta, que
será como una casa bien alta, labrada como un pan
de açúcar quadrado. Bodegones hay muy gentiles
en toda Italia, adonde qualquier Señor de salba puede
honestamente ir, y le darán el recado conforme a quien
es. Tomé la posta y vine en Viterbo, donde no hay
que ver más de que es una muy buena çibdad,
y muy llana y grande. Hay una sancta en un monesterio que
se llama Sancta Rosa, la qual muestran a todos los pasajeros
que la quieren ver, y está toda entera; yo la vi,
y las monjas dan unos cordones que han tocado al cuerpo santo,
y diçen que aprobecha mucho a las mugeres para empreñarse
y a las que están de parto para parir; hanles de dar
algo de limosna por el cordón, que de eso biben.
|
MATA.-
¿Y vos no traxiste alguno? |
PEDRO.-
Un par me dieron,
y diles un real, con lo que quedaron contentas; y díxeles:
Señoras, yo llebo estos cordones porque no me tengáis
por menos christiano que a los otros que los lleban; mas
de una cosa estad satisfechas, que yo creo verdaderamente
que basta para empreñar una muger más un hombre
que quantos sanctos hay en el çielo, quanto más
las sanctas. Escandaliçáronse algo, y tubimos
un rato de palaçio. Dixéronme que paresçía
bien español en la hipocresía. Yo les dixe
que en verdad lo de menos que tenía era aquello, y
yo no traía los cordones porque lo creyese, sino por
haçerlo en creer acá quando viniese, y tener
cosas que dar de las que mucho valen y poco cuestan. |
JUAN.-
Pues
para eso acá tenemos una çinta de Sant Juan
de Ortega. |
PEDRO.-
¿Y paren las mugeres con ella? |
JUAN.-
Muchas
he visto que han parido. |
MATA.-
Y yo muy muchas que han ido
allá y nunca paren. |
JUAN.-
Será por la poca
deboçión que lleban esas tales. |
MATA.-
No,
sino porque no lleva camino que por ceñirse la çinta
de un sancto se empreñen. |
JUAN.-
Eso es mal dicho
y ramo de eregía, que Dios es poderoso de hazer eso
y mucho más. |
MATA.-
Yo confieso que lo puede hazer,
mas no creo que lo haze. ¿Es artículo de fe no lo
creer? Si yo he visto sesenta mugeres que después
de ceñida se quedan tan estériles como antes,
¿por qué lo he de creer? |
JUAN.-
Porque lo creen los
theólogos, que saben más que bos. |
MATA.-
Eso
será los theólogos como bos y los fraires de
la mesma casa; pero asnadas que Pedro de Urdimalas, que sabe
más dello que todos, que deso y sudar las imágenes
poco crea; ¿qué deçís bos? |
PEDRO.-
Yo
digo que la çinta puede muy bien ser causa que la
muger se empreñe si se la saben çeñir. |
JUAN.-
Porfiará Mátalas Callando en su neçedad
hasta el día del juicio. |
MATA.-
¿Cómo se ha
de çeñir? |
JUAN.-
¿Cómo, sino con su
estola el padre prior y con aquel debido acatamiento? |
PEDRO.-
Desa
manera poco aprobechará. |
JUAN.-
¿Pues cómo?
|
PEDRO.-
El fraire más moço, a solas en su çelda,
y ella desnuda, que de otra manera yo soy de la opinión
de Mátalas Callando. |
JUAN.-
Como sea cosa de maliçias
y ruindades, bien creo yo que os haréis presto a una.
|
PEDRO.-
Más presto nos aunaremos con vos en la hipocresía.
Sabed también que en Biterbo se hazen muchas y muy
buenas espuelas, más y mejores, y en mejor preçio
que en toda Italia, y no pasa nadie que no traiga su par
dellas; tiene también unos baños naturales
muy buenos, adonde va mucha jente de Roma, aunque yo por
mejores tengo los de Puçol, que es dos leguas de Nápoles,
en donde hay grandíssimas antiguallas: allí
está la Cueba de la Sibila Cumana y el Monte Miseno,
y estufas naturales y la laguna Estigia, adonde si meten
un perro le sacan muerto al paresçer, y metido en
otra agua está bueno, y si un poco se detiene, no
quedará sino los huesos mondos; y esto dígolo
porque lo vi; sácase allí muy gran quantidad
de açufre. |
MATA.-
¿Y eso se nos había pasado
entre renglones siendo la cosa más de notar de todas?
Pues agora se me acuerda, porque deçís de azufre,
¿qué cosa es un monte que diçen que echa llamas
de fuego? |
PEDRO.-
Eso es en Siçilia tres o quatro
montes; el prinçipal se llama Mongibelo, muy alto,
y tiene tanto calor que los nabíos que pasan por junto
a él sienten el aire tan caliente que paresçe
boca de horno, y una vez entre muchas salió dél
tanto fuego que abrasó quanto había más
de seis leguas al derredor. De allí traen estas piedras
como esponjas, que llaman púmiçes, con que
raspan el cuero. Hay otros dos que se llaman Estrómboli
y Estrombolillo, y otro Bulcán, que los antiguos llamaban
Ethna, donde deçían que estaban los cícoplas
y gigantes.. |
JUAN.-
¿Pues de los mesmos montes, de la concavidad
de dentro, sale el fuego? |
PEDRO.-
Perpetuamente están
echando humo negro y centellas, como si se quemase algún
grandíssimo horno de alcalleres y aquello diçen
que es la boca del infierno. |
MATA.-
¿Qué ven dentro
subiendo allá? |
PEDRO.-
¿Quién puede subir nunca?
Nadie pudo, porque ya que van al medio camino, comiençan
a hirmar en tierra quemada como çeniça, y más
adelante pueden menos, por el calor grandíssimo, que
cierto se abrasarían. |
MATA.-
¿Qué çibdades
nombradas tiene Siçilia? |
PEDRO.-
Palermo es de las
más nombradas y con raçón, porque aunque
no es grande, es más probeída de pan y vino
y carne y volatería y toda caça que çibdad
de Italia; Çaragoza también es buena çibdad,
Trapana y Meçina. |
JUAN.-
¿Cae Veneçia haçia
esa parte? |
PEDRO.-
No; pero diremos della que es la más
rica de Italia y la mayor y de mejores casas, y muchas damas;
aunque la gente es algo apretada, en el gastar y comer son
muy delicados; todo es çenar ellos y los florentines
ensaladitas de flores y todas yerbeçitas, y si se
halla varata una perdiz la comen o gallina; de otra manera,
no. |
MATA.-
¿Es la que está armada sobre la mar? |
PEDRO.-
La
mesma. |
MATA.-
¿Qué, es posible aquello? |
PEDRO.-
Es
tan posible que no hay mayor çibdad ni mejor en Italia. |
JUAN.-
¿Pues cómo las edifican? |
PEDRO.-
Habéis
de saber que es mar muerta, que nunca se ensoberveze, como
ésta de Laredo y Sevilla, y tampoco está tan
hondo allí que no le hallen suelo. Fuera de la mar
hazen unas cajas grandes a manera de arcas sin covertor,
y quando más sosegada está la mar métenles
dentro algunas piedras para que la hagan ir a fondo, y métenla
derecha a plomo, y en tocando en tierra comiençan
a toda furia a hinchirla de tierra o piedras o lo que se
hallan, y queda firme para que sobre ella se edifique como
çimientos de argamasa, y si me preguntáis cómo
lo sé, preguntaldo a los que fueron cautibos de Çinán
Baxá y Barbarroja, que nos hizieron trabajar en hinchir
más de cada çient cajas para hacer sendos jardines
que tienen, donde están enterrados, en la canal de
Constantinopla, legua y media de la çibdad, y con
ser la mar allí poco menos fuerte que la de Poniente,
quedó tan perpetuo edifiçio como quantos hay
en Veneçia. |
JUAN.-
¿Y qué tantas cajas ha menester
para una casa? |
PEDRO.-
Quan grande la quisiere tantas y más
ha menester. |
JUAN.-
¿Grande gasto será? |
PEDRO.-
Una
casa de piedra y lodo no se puede acá haçer
sin gasto; mas no cuesta más que de cal y canto y
se tarda menos. |
MATA.-
Y las calles ¿son de mar o tienen
cajas? |
PEDRO.-
Todo es mar, sino las casas, y adonde quiera
que queráis ir os llebarán, por un dinero,
en una barquita más limpia y entoldada que una cortina
de cama; bien podéis si queréis ir por tierra,
por unas cajas anchas que están a los lados de la
calle, como si imaginaseis que por cada calle pasa un río,
el qual de parte a parte no podéis atravesar sin barca;
mas podéis ir río abajo y arriba por la orilla. |
MATA.-
Admirable cosa es esa; ¿quién por poco dinero
se querrá cansar? |
JUAN.-
Mas ¿quién quisiera
dexar de haber oído esto de Beneçia por todo
el mundo, y entenderlo tan a la clara de persona que tan
bien lo ha dado a entender que me ha quitado de la mayor
confusión que puede ser? Jamás la podía
imaginar cómo fuese cada vez que oía que estaba
dentro en la mar. |
MATA.-
¿Acuérdaseos de aquel quento
que os contó el duque de Medinaçeli, del pintor
que tubo su padre? |
JUAN.-
Sí, muy bien, y tubo mucha
raçón de ir. |
PEDRO.-
¿Qué fue? |
JUAN.-
Contábame
un día el Duque, que es mi hijo de confessión,
que había tenido su padre un pintor, hombre muy perdido. |
MATA.-
No es cosa nueba ser perdidos los pintores; más
nueba sería ser ganados ellos y los esgrimidores y
maestros de dançar y de enseñar leer a niños.
¿Habéis visto alguno destos ganado en quanto habéis
peregrinado? |
PEDRO.-
Yo no, dexadle deçir. |
JUAN.-
Tan
pocos soldados habréis visto ganados; y, como digo,
fuese, dexando su muger y hijos, con un bordón en
la mano, a Santa María de Loreto y a Roma, biendo
a ida y a venida, como no llebaba prisa, las cosas insignes
que cada çibdad tenía, y en toda Italia, no
dexó de ver sino a Veneçia; estubo por allá
tres o quatro años, y volvióse a su casa; y
el Duque dábale de comer como medio limosna, y el
partido mesmo que antes tenía, y mandóle, como
daba tan buena quenta de todo lo que había andado,
que cada día mientras comiese le contase una çibdad
de las que había visto, qué sitio tenía,
qué veçindad, qué cosas de notar. Él
lo haçía, y el Duque gustaba mucho, como no
lo había visto. Y deçía: Señor,
Roma es una çibdad desta y desta manera; tiene esto
y esto. Acabado de comer, el Duque le prevenía diçiendo:
Para mañana traed estudiada tal çibdad, y traíala,
y aquel día le señalaba para otro. Mi fe, un
día díxole: Para mañana traed estudiada
a Veneçia. El pintor, sin mostrar flaqueza, respondió
que sí haría; y salido de casa viose el más
corrido del mundo por habérsela dexado. No sabiendo
qué se hazer, toma su bordón, sin más
hablar a nadie, y camina para Françia y pásase
en Italia otra vez, y vase derecho a Veneçia, y mírala
toda muy bien y particularmente, y buélvese a Medinaçeli
como quien no haze nada, y llega quando el Duque se asentaba
a comer muy descuidado, y diçe: En lo que vuestra
señoría diçe de Veneçia, es una
çibdad de tal y tal manera, y tiene esto y esto y
l'otro; y comiença de no dexar cosa en toda ella que
no le diese a entender. El Duque quedóse mudo santiguando,
que no supo qué se deçir, como había
tanto que faltaba. |
PEDRO.-
El más delicado quento
que a ningún señor jamás acontesció
es ése en verdad; él meresçía
que le hiziesen mercedes. |
JUAN.-
Hízoselas conforme
a buen caballero que era, porque le dio largamente de comer
a él y a toda su casa por su vida. |
MATA.-
Pues a fe
que en la era de agora pocos halléis que hagan merçedes
de por vida; antes os harán diez merçedes de
la muerte que una de bida. De Viterbo ¿adónde vinistes?
|
PEDRO.-
A Sena y su tierra, la qual no hay nadie que la vea
que no haga los llantos que Hieremias por Hierusalem; pueblos
todos quemados y destruidos, de edificios admirables de ladrillo
y mármol, que es lo que más en todo el Senés
hay y no pocos y como quiera, sino de a mill casas y a quatroçientas
y en gran número, que no hallarais quien os diera
una jarra de agua; los campos, que otro tiempo con su gran
soberbia floresçían abundantíssimos
de mucho pan, vino y frutas, todos barbechos, sin ser en
seis años labrados; los que los habían de labrar,
por aquellos caminos pidiendo misericordia, peresçiendo
de la viba hambre, hécticos, consumidos. |
MATA.-
¿Y
eso todo de qué era? |
PEDRO.-
De la guerra de los años
de 52, 53, 54, 55, quando por su propia soberbia se perdieron.
La çibdad es cosa muy de magestad; las casas y calles
todo ladrillo. Una fortíssima fortaleza se haze agora,
con la qual estarán subjetos a mal de su grado. Hay
que ver en la çibdad, principalmente damas que tienen
fama, y es verdad que lo son, de muy hermosas; una iglesia
que llaman el Domo, que sólo el suelo costó
más que toda la iglesia. |
JUAN.-
¿Es de plata o de
qué? |
PEDRO.-
De polidíssimo mármol,
con toda la sutileza del mundo asentado, y todo esculpido
de mill quentos de istorias que en él están
grabadas, que verdaderamente se os hará muy de mal
pisar ençima. En Ytalia toda no hay cosa más
de ver de templo. |
MATA.-
Pues ¡qué necedad era hazer
el suelo tan galán! |
PEDRO.-
Soberbia que reinó
siempre mucha en los seneses. Una plaça tiene también
toda de ladrillo, que dubdo si hay de aquí allá
otra tal; y una fuente, entre muchas, dentro la çibdad,
que sale de una peña por tres ojos o quatro, que cada
uno basta a dar agua a una rueda de molino. |
MATA.-
¿Está
junto a la mar? |
PEDRO.-
No, sino doçe leguas hasta
puerto Hércules y Orbitelo. Luego fui en Florençia,
çibdad, por çierto, en bondad, riqueza y hermosura,
no de menos dignidad que las demás, cuyas calles no
se pueden comparar a ningunas de Italia. La iglesia es muy
buena, de cal y canto toda, junto a la qual está una
capilla de Sant Juan, donde está la pila del baptismo,
toda de obra musaica de las buenas y costosas pieças
de Italia, con quatro puertas muy soberbias de metal y con
figuras de vulto. |
MATA.-
¿Qué llaman obra musaica?
|
PEDRO.-
Antiguamente, que agora no se haze, usaban hazer
çiertas figuras todas de piedreçitas quadradas
como dados y del mesmo tamaño, unas doradas, otras
de colores, conforme a como era menester. |
JUAN.-
No lo acabo
bien de entender. |
PEDRO.-
En la pared ponen un betún
blanco. |
JUAN.-
Bien. |
PEDRO.-
Y sobre él asientan un
papel agujerado con la figura que quieren, que llaman padrón,
y déxala allí señalada. Ya lo habréis
visto esto. |
JUAN.-
Muchas vezes los brosladores lo usan.
|
PEDRO.-
Ansí, pues, sobre esta figura que está
señalada asientan ellos sus piezezicas quadradas,
como los vigoleros las taraçeas. |
JUAN.-
Entiéndolo
agora muy bien. ¿Pero será de grandíssima costa?
|
PEDRO.-
En eso yo no me entremeto, que bien creo que costará. |
MATA.-
Muchas vezes había oído deçir
obra musaica, y nunca lo había entendido hasta agora;
y apostaré que hay más de mill en España
que presumen de bachilleres que no lo saben. |
PEDRO.-
Con
quan ricos son los florentines, veréis una cosa que
os espantará, y es que si no es el día de fiesta
ninguna casa de prinçipal ni rico veréis abierta,
sino todas cerradas con ventanas y todo, que os paresçerá
ser inhabitada. |
JUAN.-
¿Pues dónde están? ¿Qué
hazen? |
PEDRO.-
Todos metidos en casa, ganando lo que aquel
día han de comer, aunque sean hombres de quatroçientos
mill ducados, que hay muchos dellos; quién escarmenando
lana con las manos, quién seda; quién haze
esto de sus manos, quién aquello, de modo que gane
lo que aquel día ha de comer; que tampoco es menester
mucho, porque todo es ensaladillas, como dixe de los veneçianos.
De pan y vino, çebada y otras cosas es mal probeída,
porque es todo de acarreo y por eso vale todo caro. De sedas,
paños y rajas es muy bien basteçida y barato,
y otras muchas mercançías. Tiene buen castillo
y güertas y jardines. El palaçio del Duque es
muy bueno, a la puerta del qual está una medalla de
metal con una cabeza de Medusa, cosa muy bien hecha y de
ver. Una leonera tiene el Duque mejor que ningún rey
ni príncipe, en la qual veréis muchos leones,
tigres, leopardos, onças, osos, lobos y otras muchas
fieras. Ansí en Florençia como en todas las
grandes çibdades de Françia y Ytalia, tienen
todos los que tienen tiendas, de qualquiera cosa que sea,
unas banderetas a la puerta con una insígnea, la que
él quiere, para ser conosçido, porque de otra
arte sería preguntar por Pedro en la Corte, y ansí
cada uno dice: Señor, yo bibo en tal calle, en la
insigna del Cisne, en la del León, en la del Caballo,
y ansí. |
JUAN.-
¿Es deso unas figuras que traen todos
los libros en los principios, que uno trae la Fortuna, otro
no sé qué? |
PEDRO.-
Lo mesmo; eso significa
que donde se vende o se imprimió tienen aquella insigna. |
JUAN.-
Agora digo que tiene raçón Mátalascallando,
que nos podrían echar acá en España
a todos sendas albardas, que no sabemos tener orden ni conçierto
en nada. ¿Qué cosa hay en el mundo mejor ordenada?
|
PEDRO.-
Pues aun en el relox pusieron los florentines orden,
que porque daba 24 y los ofiçiales se detenían
en contar, y perdían algo de sus jornales, hizieron
que no diese sino por çifra de seis en seis. |
JUAN.-
Eso
me hazed entender, por amor de Dios, porque dicen algunos
de los soldados que de allá pasan y blasonan del arnés:
fuimos los nuestros a las quinçe horas a çierta
correduría, y hiziéronnos la escolta tantos
y bolvimos a las veinte. El relox de Italia y acá
¿no es todo uno o es diverso sol el de allá que el
de acá? |
PEDRO.-
Uno mesmo es, como la luna de Salamanca
deçía el estudiante; pero Ytalia, de lo que
los antiguos astrólogos tenían y de lo que
agora tenemos en España, Francia y Alemania difieren
en la manera del contar el día natural, que se quenta
noche y día, son veinte y quatro horas. Éste,
nosotros contamos de medio día a medio día,
como los mathemáticos; la mitad hazemos hasta media
noche y la otra mitad de allí al día, a medio
día. Estas veinte y quatro horas los italianos las
quentan de como el sol se pone hasta que otro día
se ponga, y ansí como nosotros deçimos a medio
día que son las doze, que es la mitad de veinte y
quatro, ansí ellos, en el puncto que el sol se pone
dizen que son las veinte y quatro; y como nosotros una hora
después de medio día deçimos que es
la una, y quando da las quatro quiere dezir que son quatro
horas después de medio día, ansí en
Italia, si el relox da una significa que es una hora después
de puesto el sol, y si las quatro, quatro horas después
de puesto el Sol. |
JUAN.-
¿Y si da veinte, qué significa?
|
PEDRO.-
Que ha veinte horas que se puso el sol el día
pasado. |
JUAN.-
Mucha retartalilla es esa. |
PEDRO.-
Más
tiene çierto que el nuestro. |
JUAN.-
Hoy a las dos
del día en nuestro relox, ¿quántas serán
en el de Italia? |
PEDRO.-
Las 21. |
JUAN.-
¿Por qué?
|
PEDRO.-
Porque agora son quinçe de Henero, y el sol,
a nuestra quenta, se pone a las çinco; pues de las
dos, a quel, sol se ponga, ¿quántas horas hay? |
JUAN.-
Tres.
|
PEDRO.-
Quitad aquellas de veinte y quatro, ¿quántas
quedarán? |
JUAN.-
Veinte y una. |
PEDRO.-
Pues tantas
son. |
MATA.-
Yo, con quan asno soy, lo tengo entendido, y
vos nunca acabáis. Si no, preguntadme a mí. |
JUAN.-
¿Qué hora es en este punto que estamos? |
MATA.-
Las
siete y media. |
JUAN.-
¿Cómo? |
MATA.-
Porque media hora
ha que tañeron los fraires a media noche, y de las
çinco que el sol se puso acá son siete horas
y media. |
PEDRO.-
Tiene razón. |
JUAN.-
Ello requiere,
como las demás cosas, exerçiçio para
ser bien entendido. |
PEDRO.-
Aquí no se diçe
esto sino para que ansí, en suma, lo sepáis,
dando algún rastro de haber estado donde se usa, y
para si fuéredes allá tenerlo deprendido.
|
MATA.-
¿Qué os paresçe, si yo estudiara, de
la abilidad del rapaz? |
PEDRO.-
Bien en verdad parésçeme
que quando yo me partí començabais a estudiar
de Menores en el Colegio de Alcántara. |
JUAN.-
¿No
le quitaron un día la capa por el salario y vino en
cuerpo como gentil hombre? |
MATA.-
Nunca más allá
volví. Açerté a llebar aquel día,
que nebaba, una capilla vieja, y quedóse por las costas.
Decorar aquel arte se me haçía a mí
gran pereça y dificultoso como el diablo, prinçipalmente
en aquel gurges, merges, verres, sirinx et meninx et inx,
que paresçen más palabras de encantamiento
que de doctrina. Tan dificultosas se me haçían,
después que me las declaraban, como antes. Parésçenme
los versos del Antonio como los Salmos del Salterio, que
quanto más oscuros, son más claros; mejor entiendo
yo, sin saver latín, los versos del Psalterio que
en romançe. Dixo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos
por escaños de tus pies. En la salida de Isrrael de
Egito, la casa de Iacob, del pueblo bárbaro; diçe
el Antonio: la hembra y el macho asientan el género
sin que ninguno se lo enseñe. Más paresçe
que enseñan a hazer corchetes que no latinidad. Machos
te serán los quasi machos y hembras las como hembras.
|
PEDRO.-
Malditos seáis si no me habéis hecho
echar tantas lágrimas de risa como esta tarde de pesar
con vuestros corchetes. |
MATA.-
¿N'os paresçe que quien
tubiese hilo de yerro y unas tenazuelas que podría
hazerlos por estos versos? |
JUAN.-
¿Qué entendimiento
os le daban a esos versos? |
MATA.-
No son ni más ni
menos como yo dixe vueltos en romançe, o el liçençiado
Alcántara y Pintado mienten. |
JUAN.-
El pie de la letra
eso es; mas ¿qué inteligençia le daban? |
MATA.-
¿Qué?
¿Por intelligençias tengo yo de estudiar la gramática?
¡Pardiós! La que ellos daban no tenía más
que hazer con la significaçión de los versos
que agora lluebe. |
PEDRO.-
Nunca medre yo si no es más
literal sentido el que Mátalas Callando le da, y más
arrimado a la letra. |
MATA.-
Pues si por esas inteligençias
o fantasmas, o como las llamáis, tengo de entender
latín, ¿no es mejor nunca lo saver? Mejor entiendo
sin saver latín lo que diçe el profeta: Et
tu, Bethlem, terra Juda, nequaquam minima es; y el otro:
Egrediet virga de radice Jese, que no esas enigmas del Antonio,
y aun el mesmo las debía de entender mejor. |
PEDRO.-
¿Pues
todavía se lee la gramática del Antonio? |
JUAN.-
¿Pues
quál se había de leer?¿Hay otra mejor cosa
en el mundo? |
PEDRO.-
Agora digo que no me marabillo que todos
los españoles sean bárbaros, porque el pecado
original de la barbarie que a todos nos ha tinido es esa
arte. |
JUAN.-
No os salga otra vez de la boca, si no queréis
que quantos letrados y no letrados hay os tengan por hombre
extremado y aun neçio. |
PEDRO.-
¿Qué agrabio
me hará ninguno desos en tenerme por tal como él
es? No me tengan por más ruin, que lo demás
yo se lo perdono. Gracias a Dios que Mátalas Callando,
sin saber gramática, ha descubierto todo el negocio;
paresçe cosa de rebelaçión. Entretanto
que está el pobre estudiante tres o quatro años
decorando aquella borrachería de versos, ¿no podrá
saber tanto latín como Çicerón? ¿No
ha menester saber tanto latín como Antonio qualquiera
que entender quisiere su arte? Doy os por exemplo los mesmos
versos que agora os han traído delante; ¿qué
es la causa que para la lengua latina, que bastan dos años
se gastan çinco, y no saben nada, sino el arte del
Antonio? |
JUAN.-
Antonio dexó muy buen arte de enseñar,
y vosotros dezid lo que quisiéredes, y fue español
y hémosle de honrrar. |
PEDRO.-
Ya sabemos que fue español
y docto, y es muy bien que cada uno procure de imitarle en
saber como él; mas si yo lo puedo hazer por otro camino
mejor que el que él me dexó para ello, ¿por
qué no lo haré? |
JUAN.-
No le hay mejor. |
PEDRO.-
Esa
os niego, y quantas al tono dixéredes; pregunto: italianos,
françeses y alemanes, ¿son mejores latinos que nosotros
o peores? |
JUAN.-
Mejores. |
PEDRO.-
¿Son más hábiles
que nosotros? |
JUAN.-
Creo yo que no. |
PEDRO.-
Pues ¿cómo
saben más latín sin estudiar el arte del Antonio? |
JUAN.-
¿Cómo sin estudiarle?; pues ¿no aprenden por
él la gramática? |
PEDRO.-
No, ni saben quién
es; que tienen otras mil artes muy buenas por donde estudian. |
JUAN.-
¿Que no conosçen al Antonio en todas esas partes
ni deprenden por él? Agora yo callo y me doy por subjetado
a la razón. ¿Qué artes tienen? |
PEDRO.-
De Herasmo,
de Phelipo Melanthon, del Donato. Mirad si supieron más
que nuestro Nebrisense; çinco o seis pliegos de papel
tiene cada una, sin versos ni burlerías, sino todos
los nombres que se acaban en tal y tal letra, son de tal
género, sacando tantos que no guardan aquella regla,
y en un mes sabe muy bien todo quanto el Antonio escribió
en su Arte. La Grámática griega ¿tenéisla
por menos dificultosa que la latina? |
JUAN.-
No. |
PEDRO.-
Pues
en dos meses se puede saber desta manera, con ser mucho más
dificultosa. Lo que más haze al caso es el uso del
hablar y exerçitar a leer. Luego los cargan acá
de media doçena de libros, que de ninguno pueden saver
nada. |
JUAN.-
¿Y allá? |
PEDRO.-
Uno no más les
dan, que es Tulio, porque si aquél saben no han menester
más latín, y comiençan también
por algunos versos del Virgilio, para differençiar,
y poco a poco, en dos años, sabe lo que acá
uno de nosotros en treinta; porque su fin no es saver fábulas,
como acá, de tantos libros, sino entender la lengua,
que después que la saben cada uno puede leer para
sí el libro que se le antojare. |
MATA.-
Plugiera a
Dios que yo hubiera estado lo que en Alcalá, en París
o en Bolonia, que a fe que de otra manera hubiera sabido
aprobecharme. |
JUAN.-
Yo estaba engañado por pensar
que no hubiese en todo el mundo otra Arte sino la nuestra;
agora digo que aun del maldeçir he sacado algún
fruto, apartando lo malo y en perjuiçio de partes.
|
PEDRO.-
¿Qué malo, qué maldeçir, qué
perjuiçio de partes veis aquí? Lo que yo deçía
el otro día: maldeçir llamáis deçir
las verdades y el bien de la República; si eso es
maldezir, yo digo que soy el más maldiçiente
hombre del mundo. |
MATA.-
¿Por quánto quisierais dexar
de saber esta particularidad? |
JUAN.-
Por ningún dinero;
eso es la verdad. |
PEDRO.-
Nunca os pese de saber, aunque
más penséis que sabéis, y hazed para
ello esta quenta, que sin comparaçión es más
lo que no sabéis vos y quantos hay que lo que saben,
pues quando os preguntan una cosa y no la sabéis olgaos
de deprenderla, y hazed quenta que es una de las que no sabíais. |
MATA.-
¿No sabremos por qué se levantó nuestra
plática de disputar? |
JUAN.-
Por lo del relox de Italia. |
MATA.-
¡Válame Dios cómo se divierten los hombres!
Mirad de dónde adónde hemos saltado, aunque
no es mucho, que en fin no hemos salido de las cosas insignes
de Italia. ¿De manera que los florentines hizieron dar al
relox por çifra? |
PEDRO.-
Si; de seis en seis. |
JUAN.-
¿Cómo?
|
PEDRO.-
Quando ha de dar veinte y quatro que no dé
sino seis, y quando ha de dar siete da una; sé que
yo no me puedo engañar en seis horas, aunque esté
borracho, que si me da una a estas horas no he de entender
que es una hora después de puesto el sol. |
JUAN.-
Es
verdad. ¿Y Florençia, cuya es? |
PEDRO.-
Del Duque,
que es un grande señor; tiene de renta ochoçientos
mill ducados, según el común, pero con los
tributos que echa a los vasallos bien llega a un millón. |
MATA.-
Más tiene él solo que veinte de acá.
|
PEDRO.-
Hay muy grandes ditados en Italia: el Ducado de Ferrara,
el de Milán, el de Saboya, el de Plasençia
y Parma; todos éstos son grandíssimos. |
JUAN.-
¿Y
el de Veneçia? |
PEDRO.-
Ese no es más de por
tres años, que es señoría por sí,
y eligen a uno dellos, como en Génoba. Todo el toçino,
pan y vino que se vende en Florençia diçen
que es del Duque, lo qual le renta un Perú. De Florençia
vine a Bolonia, por un pueblo que se llama Escarperia, donde
todos son cuchilleros, y se haçen muy galanos, y muchos
adreços de estuches, labrados a las mill maravillas;
y lo que más de todo es que por muy poco dinero lo
dan, y no pasa caminante que, apeándose, no lleguen
en la posada beinte de aquellos a mostrar muchas delicadezas,
y fuerçan, dándole tan barato, a que todos
compren. Pasé los Alpes de Bolonia, que son unos muy
altos montes, donde está una cuesta que llaman Descarga
el Asno. |
JUAN.-
¿Por qué? |
PEDRO.-
Porque no pueden
baxar las bestias cargadas sin grande fatiga, y ansí
todos se apean; y entré en Bolonia, çibdad
que no debe nada en grandeza y quanto quisiéredes
a todas las de Italia. |
JUAN.-
¿Cúya es? |
PEDRO.-
Del
Papa. |
MATA.-
¿Está junto al mar? |
PEDRO.-
No, ni Florençia
tampoco. Hay que ver el Colegio de los españoles,
cosa muy insigne y de toda la çibdad venerada, aunque
más mal quieran a los españoles. |
JUAN.-
¿Qué
hábito traen? |
PEDRO.-
Unas ropas negras frunçidas,
hechas a la antigua, con unas mangas en punta, que acá
llamáis, y unas vecas moradas. El rector dellos suele
ser también de la Unibersidad, y estonçes trae
la ropa de raso y la veca de brocado, que llaman el capuçio,
el qual le dan con tanta honra y triumpho, como en tiempo
de los romanos se solía hazer: gastó, porque
lo vi, uno en el capuçio ochoçientos ducados,
y los que sacaron las libreas cada uno la hizo a su costa
por honrrarle, que de otra manera no lo hiziera con seis
mill. |
JUAN.-
¿Y qué le dan aquel año que es
rector? |
PEDRO.-
Quatroçientos ducados le podrá
valer y la honrra. |
JUAN.-
Y la Escuela ¿qué tal es?
|
PEDRO.-
Muy excelente, y donde hay varones doctíssimos
en todas Facultades. |
JUAN.-
¿Qué estudiantes terná?
|
PEDRO.-
Hasta mill y quinientos o dos mill. |
JUAN.-
¿Y esa
deçís que es buena Universidad? Mal lograda
de Salamanca, que suele tener ocho mill. |
PEDRO.-
No alabo
yo la Universidad porque tenga muchos estudiantes ni pocos,
sino por los muchos y grandes letrados que della salen y
en ella están; y el exerçiçio de las
letras no menos anda que en París, que hay treinta
mill, y mas ¿dexa una casa de ser buena porque no viba nadie
en ella? |
JUAN.-
¿Todas Facultades se len allí? |
PEDRO.-
Y
muy bien y curiosamente. |
JUAN.-
¿Es bien probeída?
|
PEDRO.-
Tanto que la llaman Bolonia la grasa; de quantas
cosas pidiéredes por la boca; lo que por acá
se trae de allí y se lleba en toda Italia son jabonetes
de manos, de la insignia del melón o del león,
que son los mejores, aunque muchos los hazen; son tan buenos
que paresçen pomas de almizque y ámbar; no
se dan manos veinte criados en cada tienda destas a dar recado.
Al Rey se le puede acá empresentar una doçena
de aquellos. |
MATA.-
¿Cuestan caros? |
PEDRO.-
No muy baratos;
más de a real cada uno, y dos si son de los cresçidos.
Hay también guantes de damas, labrados a las mill
maravillas y no caros, todos cortados de cuchillo, con muchas
labores. No hay quien pueda pasar sin traer algo desto.
|
MATA.-
¿Quién cree que el zurronçillo no trae
alguna fiesta destas? |
PEDRO.-
Sí traía; mas
todo lo he repartido por ahí, que no me ha quedado
quasi nada. Todavía habrá para los amigos.
Una cosa entre muchas tiene exçelente: que os podéis
ir, por más que llueba, por soportales sin mojaros. |
MATA.-
¿Como la calle Mayor de Alcalá? |
PEDRO.-
Mirad
la mala comparaçión. No hay casa de todas
aquéllas que no sea unos palaçios; tan grande
y mayor es que Roma; cada casa tiene su huerta o jardín,
empedradas las calles de ladrillo. En aquella plaza son muy
de ver las contadinas que llaman, que son las aldeanas que
vienen a vender ensaladas, verduras, cosas de leche, frutas
cojidas de aquella mañana; hasta los gatillos que
le parió la gata viene a la çibdad a bender,
quando otra cosa no tenga. |
JUAN.-
Cosa real es ésa.
|
PEDRO.-
Yo os diré; quanto que como todas están
puestas en la plaça por su orden, hazen unas calles
que toda la plaça, con quan grande es, hinchen; de
300 abaxo no hayáis miedo de ver; junto a una iglesia
está una torre que sale toda ladeada, que si la véis
no diréis sino que ya se cae, y es una muy buena antigualla. |
JUAN.-
¿En qué iglesia? |
PEDRO.-
En Sancto Domingo
creo que es, y allí está el cuerpo sancto suyo.
Pasa un río pequeño por la çibdad, en
medio, en el qual hay muchas invençiones de papelerías,
herrerías, sierras de agua y, lo mejor, torçedores
de seda. |
JUAN.-
¿Cómo puede el agua torçer
la seda? |
PEDRO.-
Una canal de agua trae una rueda, la qual
tuerçe a otra grande, que trae puestos más
de mill y doçientos husos; y pasa una como mano dando
bofetones a todos los usos, y antes que se pare ya le ha
dado otro y otro, de tal manera que da bien en que entender
a quinçe o veinte hombres en dar recado de anudar
si algo se quiebra, que es poco, y quitar y poner husadas;
una gerigonça es que yo no la sé explicar,
mas de que es un sutilíssimo ingenio. |
JUAN.-
Yo la
medio entiendo ansí, y me paresçe tal. |
PEDRO.-
¿Paresçeos
que podréis hablar con esto de Bolonia donde quiera? |
JUAN.-
Sí puedo; mas de los grados no hemos hablado.
|
PEDRO.-
Allá no hay bachilleres ni liçençiados;
el que sabe le dan el grado de doctor, y al que no echan
para asno, aunque venga cargado de cursos; el coste no es
mucho. |
MATA.-
Neçio fuistes en no os graduar por allí
de doctor, que acá no lo haréis con tanta honrra
sin gastar lo que no tenéis, y según me paresçe
podeis vibir por vuestras letras tan bien como quantos hay
por acá. |
PEDRO.-
¿Qué sabéis si lo hize?
Y aún me hizieron los doctores todos de la Facultad
mill merçedes, por interçesión de unos
colegiales amigos míos; y como yo les hize una plática
de suplicaçionero, no les dexé de paresçer
tan bien, que perdonándome algunos derechos, me dieron
con mucha honrra el doctorado, con el qual estos pocos días
que tengo de vibir pienso servir a Dios lo mejor que pudiere;
pero avísoos que no me lo llaméis hasta que
venga otro tiempo, porque veo la mediçina ir tan cuesta
abaxo en España, por nuestros pecados, que antes se
pierde honrra que se gane. |
MATA.-
Sea para bien el grado,
y hazerse ha lo que mandáis; mas hagos saver que como
la gente es amiga de novedades todos se irán tras
vos con deçir que venís de Italia, aunque no
sepáis nada, y las obras han de dar testimonio, aunque
acordándose de quien solíais ser, todos no
os ternán por muy letrado, pensando que no os habéis
mudado; mas como hagáis un par de buenas curas es
todo el ganar de la honrra y fama. |
PEDRO.-
Subido en una
montañica que está fuera de Bolonia, en donde
hay un monesterio, se ve el mejor campo de dehesas, prados
y heredades, llano como un tablero de ajedrez, a todas partes
que miren, que hay en la Europa. Y de Bolonia hasta Susa
dura este camino. |
MATA.-
¿Quántas leguas? |
PEDRO.-
Más
de çiento. Primeramente vine a Módena, çibdad
razonable; de allí a Rezo, otra pequeña, y
a dormir en Parma; y por ser español no me dejaban
entrar dentro la çibdad. Al cabo entré y la
vi: es muy buena y muy grande çibdad, y por estas
tierras es menester traer poca moneda, porque de una jornada
a otra no corre. De Parma en un día vine en Plasençia,
que son doze leguas, la qual tiene la más hermosa
muralla que çibdad de quanto he andado; toda nueva,
con un gentil foso, que le pueden echar un río caudaloso,
que se llama el Po; tiene buena iglesia y es grande çibdad,
pero tiene ruines edifiçios de casas pequeñas
y baxas, y posadas para los pasajeros ruines; en Parma y
Plasençia, con su tierra se haze el queso muy nombrado
plaçentino, que son grandes como panes de çera,
y aunque allí vale varato, en todas partes es caro.
Para venir a Milán, que es doçe leguas, se
pasa el Po en una barca allí çerca, y luego
se entra en Lombardía, el mejor pedaço de Italia,
que no es más caminar por ella que pasear por un jardín;
los caminos muy llanos y anchos, y por cada parte del camino
corre un río pequeño que riega todo aquel campo,
donde se coje pan y vino y leña, todo junto. |
JUAN.-
¿Cómo?
|
PEDRO.-
Las viñas en Italia son desta suerte: que
las heredades están llenas de olmos y por ellos arriba
suben las parras, y es tan fértil tierra que aunque
la siembren cada año no dexa de traer mucho pan, y
cada çepa de aquéllas trae tres o quatro cargas
de uba y algunas diez, y los olmos dan harta leña. |
JUAN.-
¿Todo en un mesmo pedazo? |
PEDRO.-
Todo; y ver aquellos
ingenios que tienen para los regadíos, que acontesçe
quatro ríos en medio el camino hazer una encruçijada
y llebar los unos por ençima de los otros, unos corriendo
haçia baxo y otros haçia riba y por toda esta
tierra podréis llebar los dineros en la mano y caminar
solo, que nadie os ofenderá. Vine en Milán,
que ya habréis oído su grandeza; ninguna çibdad
tan grande en Italia; buena gente, más amiga de españoles
que los otros; dos mesones tiene insignes, adonde qualquier
príncipe se puede aposentar, que los llaman osterías:
la del Falcón y la de los Tres Reyes; no menos darán
de comer a cada uno en llegando que si un Señor le
hiziese acá banquete, y ansí, aunque vayan
prínçipes ni perlados, no comen ni pueden más
de lo que el huésped les da. |
JUAN.-
¿Quánto
paga cada día un hombre con su caballo? |
PEDRO.-
El
ordinario es quatro reales y medio, y no paga más
el señor que el particular, porque no le dan más,
sea quien quiera, ni hay más que le dar. En cada uno
hay un escribano, que tiene bien en qué entender en
tomar dineros y asentar el día y hora a que vino,
y ansí allí como en toda Francia bien podéis
descuidaros del caballo, que os le darán todo recado
y os le limpiarán, y no os harán la menor traiçión
del mundo; por allá no hay paja, sino heno, ni çebada,
sino abena. |
MATA.-
¿El huésped da de comer al caballo?
|
PEDRO.-
Tiene seis criados de caballeriza, que en ninguna
otra cosa entienden sino en darles de comer, y otros tantos
de mesa que sirban, y otros tantos cozineros, y otros tantos
despenseros. |
JUAN.-
¿Y a ésos que les da? |
PEDRO.-
¿Qué
les ha de dar sino el comer? Por solo esto le sirben, y alzan
las manos a Dios de que los quiera tener en casa. |
JUAN.-
¿Qué
intherese se les sigue? |
PEDRO.-
Grande. La buena andada,
que llaman; y es que por los servicios que hazen a los huéspedes,
quién les da un quarto y quién una tarja, y
habiendo tanto concurso de huéspedes es mucho. No
es más ni menos la entrada de la casa que uno de los
palaçios buenos de España. Pregunté
al escribano me dixese en su conçiençia quántos
escudos tocaba cada día. Díxome, mostrándome
la minuta, que çinquenta, uno con otro. |
JUAN.-
Gran
cosa es ésa; ¿y no hay más desos? |
PEDRO.-
Muchos
otros; pero éstos son los nombrados, por estar en
lo mejor de la çibdad. El castillo es muy fuerte,
y poco menos que una çibdad de las pequeñas
de acá. Cosas de armas y joias valen más baratas
que en toda Italia y Flandes; espadas muy galanas de atauxía,
con sus bolsas y talabartes de la mesma guarniçión,
y dagas, çinco escudos cuestan, que sola la daga se
lo vale acá. |
MATA.-
¿Qué es atauxía?
|
PEDRO.-
Graban el yerro, y en la mesma grabadura meten el
oro, que nunca se quita como lo que se dora; arneses grabados
y muy galanes, 25 escudos, que acá valen 200; plumas,
bolsas y estas cosillas, por el suelo. La plaça de
Milán es tan bien proveída, que a ninguna hora
llegaréis que no podáis hallar todas las perdiçes,
faisanes y francolines y todo género de caça
y fruta que pidiéredes, y en muy buen preçio
todo. |
MATA.-
¡Válame Dios! ¿Qué es la causa
que en Florençia y por ahí son tantos los ricos?
|
PEDRO.-
Por la multitud de pobres que hay. |
MATA.-
No lo dexo
de creer. |
PEDRO.-
En ninguna de todas éstas iréis
a misa que seáis señor de la poder oír,
que cargarán sobre la persona las manadas dellos,
que no caben en la iglesia, y si acaso sacáis un dinero
que dar alguno, quantos hay en la iglesia vernán sobre
vos que os sacarán los ojos. Ningún remedio
tenía yo mayor que no dar a nadie. Cosa muy hermosa
es de ver la iglesia mayor, de las mejores de Italia, y harto
antigua; vi en ella una particularidad que pocos deben aber
mirado: el que diçe la misa, primero diçe el
pater noster que el credo, y después del prefaçio,
quando quiere tomar la ostia para alçar, se laba las
manos, y otras cosillas que no me acuerdo. |
Capítulo XIV |
De Génova a Castilla
|
JUAN.-
¿Qué mejor cosa
queréis acordaros que désa, que en verdad nunca
tal çeremonia oí? |
PEDRO.-
Muchas cosas hay
por allá que acá no las usan: todos los clérigos
y fraires traen barbas largas, y lo tienen por más
honestidad, y allá no se alça en ninguna parte
la hostia postrera. |
JUAN.-
Eso de las barbas me paresçe
mal y deshonesta cosa. Dios bendixo la honestidad de los
saçerdotes de España con sus barbas raídas
cada semana. |
PEDRO.-
Más deshonestidad me paresçe
a mí eso, y aun ramo de hipocresía pensar que
perjudique al culto divino la barba. |
JUAN.-
No digáis
eso, que es mal dicho. |
PEDRO.-
No es sino bien. Veamos; el
papa y los cardenales y perlados de Italia ¿no son christianos? |
JUAN.-
Sí son, por çierto. |
PEDRO.-
Pues creo
que si pensasen ofender a Dios, que no lo harían ni
lo consintirían a los otros. Deçid que es uso,
y yo conçederé con vos; pero pecado, ¿por qué?
De Milán me vine en Génoba, pensando de embarcarme
allí para venirme por mar, y no hallé pasaje.
Es una gentil çibdad, y muy rica; las calles tiene
angostas, pero no creo que hay en Italia çibdad que
tenga a una mano tantas y tan buenas casas; la ribera de
Génoba es la mejor que nadie ha visto en parte ninguna,
porque aunque es toda riscos y montañas y no da pan
ni vino, cosa de jardines en las vibas peñas hay muchos,
que traen naranjas y toda fruta en quantidad, y hay tantas
casas soberbias, que los ginobeses llaman vilas, que toda
la ribera paresçe una çibdad. |
JUAN.-
¿Qué
tan grande es? |
PEDRO.-
Desde Sahona a la Espeçia,
que serán veinte leguas. |
JUAN.-
¿Y todo eso está
lleno de casas? |
PEDRO.-
Y qué tales, que la más
ruin es mejor que las muy buenas d'España. |
MATA.-
¿Por
qué lo hazen eso? |
PEDRO.-
No tienen en qué
gastar los dineros, y a porfía les dio esta fantasía
de edificar y hazer aquellas vilas, donde se ir a holgar.
Hazen esta quenta: Fulano gastó en su casa çinquenta
mill ducados; pues yo he de gastar sesenta mill; el otro
dice: yo ochenta, y ansí hay deste precio casas muy
muchas sin quento. |
MATA.-
¿Y en el campo? |
PEDRO.-
Y aun quatro
y seis leguas de la çibdad. |
MATA.-
Gran soberbia es
esa; nunca se deben de pensar morir. |
PEDRO.-
Tierra es bien
sana, y adonde hay más viejos que en quantas çibdades
he visto; un capitán de la guarda de la çibdad
quiso hazer una casa y no se halló con dineros para
ser nombrado, y determinó en una güerta, no de
las más galanas que había afuera de la çibdad,
de hazer una fuente porque tenía allí el agua,
que gastó en ella doze mill ducados, la más
delicada cosa que imaginarse puede, y que más honrra
ganó, porque no hay que ver sino la fuente del capitán
en Jénoba. |
JUAN.-
¿Qué tiene, que costó
tanto? |
PEDRO.-
No sé sino que si la vieseis con tantos
mármoles, corales, nácaras, medallas y otras
figuras, paresçerá poco lo que costó;
unos gigantes hechos todos de unas guijitas como media uña,
tan bien formados que espanta verlo, y quando quieren que
manen, por quantas coyunturas tienen les hazen sudar agua
en quantidad, y unos cuerbos y otras abes de la mesma manera;
es imposible saverlo nadie dar a entender. |
JUAN.-
¿Y en qué
parte está esa? |
PEDRO.-
Junto a las casas del prínçipe
Doria. La iglesia mayor, que se llama Sant Laurençio,
no es de las mayores de Italia ni de las buenas, pero tiene
dos muy buenas joyas: la una es el plato en que Christo çenó
con sus disçípulos el día de la Çena,
que es una esmeralda de tanta estima, dexada aparte la grande
reliquia, que valdría una çibdad; la otra es
la çeniça de Sant Juan Baptista. |
JUAN.-
Reliquias
son dignas de ser tenidas en beneraçión. |
PEDRO.-
De
las damas de Milán se me olvidó que son feas
como la noche. |
MATA.-
¿Está junto a la mar? |
PEDRO.-
No,
sino bien lexos. Las damas genobesas son muchas y hermosas;
tienen grandíssima quenta con sus cabellos; mas que
en toda Italia no dexará ninguna semana del mundo,
prinçipalmente el sábado, de labarse y poner
los cabellos al rayo del sol, aunque sea verano, por la vida.
Yo les dixe hartas veçes que si ansí cumplían
los mandamientos como aquello, que bienaventuradas eran.
No gastan en tocados nada, porque todas hazen plato de los
cabellos: quién los lleba de una manera, quién
de otra; menos gastan en bestir, porque ninguna puede traer
ropa de seda, con haber allí más seda que en
toda Italia; ni anillo, ni arracada, ni otra cosa de oro,
sino una cadena que valga de doce ducados abaxo. |
JUAN.-
Pues
¿qué se visten? |
PEDRO.-
Muchas maneras de chamelotes
y de diversos colores, y otras telillas, y muy buen paño
finíssimo y bien guarneçido, aunque tampoco
pueden echar toda la guarniçión que quieren. |
MATA.-
¿Traen por allá chapines? |
PEDRO.-
Ni mantos,
si no es en Siçilia. |
JUAN.-
¿Con qué van a
la iglesia? |
PEDRO.-
En cuerpo, y darán por llebar
aquel día una clabellina, jazmín o rrosa, si
es por este tiempo, uno y dos ducados. |
JUAN.-
Y las viudas,
¿qué traen? |
PEDRO.-
Ni más ni menos andan que
las otras en cabello, salbo que una redeçica muy rala,
que las otras traen de oro, ellas negras. |
JUAN.-
Deshonestidad
paresçe ésa. |
PEDRO.-
Todo es usarse; también
andan con vestidos negros, que no traen de color. |
MATA.-
¿Y
qué traen calçado? |
PEDRO.-
Las piernas no
las cubren las ropas más de hasta las espinillas,
y, las calças traen de aguja, más estiradas
que los hombres, y unas chinelicas. |
JUAN.-
Mejor hábito
es ése que el de acá. |
PEDRO.-
También
quiero que sepáis que las mugeres de acá naturalmente
son más chicas de cuerpo que las de por allá.
Vanse todos los domingos y fiestas a una ribera de un río,
que se llama Bisaño, y allí dançan todo
el día con quantos quieren. |
JUAN.-
Y los hombres,
¿son buena jente? |
PEDRO.-
De todo hay; no son muy largos
en el gastar. |
MATA.-
Algo os han hecho, que no paresçe
que estáis muy bien con ellos. |
PEDRO.-
Yos diré:
en el cautiberio estaba uno, que era prinçipal, y
porque le embiaban a trabajar con los otros encomendóseme,
y a pesar de todos los guardianes, le hize que no trabajase
más de un año, fingiendo que era quebrado,
y para cumplir con ellos mandaba a un barbero que cada día
le pusiese en la bolsa una clara de huebo, y al tiempo que
se hizo la almoneda de los esclabos de mi amo, yo fui parte
para que le diesen por doçientos ducados, que no pensó
salir por mill y quinientos. Después un día
le topé en su tierra y casa, hombre de quenta en la
çibdad, y llebáme a un bodegón y combidóme
allí, y nunca más me dio nada ni fue para preguntarme
si había menester algo. |
MATA.-
Eso hiziéralo
él de miedo que le dixerais de sí; mas con
todo fue gran crueldad. |
PEDRO.-
Otros quatro o çinco
topé también allí en sus casas, que
les había yo allá hecho plazer, y hizieron
lo mesmo. Pues éstos son ansí, de creer es
que a quien menos bien hiziéredes, menos os hará. |
MATA.-
Todavía dice el refrán: «haz bien y
no cates a quien; haz mal y guarte». |
PEDRO.-
El día
de hoy veo, por esperiençia, ser mentiroso ese refrán,
y muy verdadero al rebés: «haz mal y no cates á
quien; haz bien y guarte». Muy muchos males me han venido
por hazer bien, y de los mesmos a quien lo hazía.
No digo yo que es mejor hazer mal, pero el dicho es más
verdadero. Salido de Génoba, vine a Casar de Monferrar,
que es en el Piamonte, y de allí a Alexandría
la Palla, y luego a Nohara, y de allí a Berse; todas
éstas son çiudadelas del Piamonte, y de allí
a Turín, que está por Françia, una muy
fuerte tierra, y pasa por ella el Pó, y es llabe de
todo el Piamonte; di luego conmigo en Susa, y començé
de ir al pie de las montañas, que hasta allí
todo era llano, y vi que por aquella tierra las mugeres y
muchos de los hombres todos son papudos, y preguntando yo
si bibían menos los que tenían aquellos papos,
dixéronme que no, porque aquella semana había
muerto un hombre de nobenta años, y tenía el
papo tan grande, que le echaba sobre el hombro porque no
le estorbase. |
MATA.-
Válame Dios, ¿pues de qué
puede venir eso? |
PEDRO.-
Creo que lo hazen las aguas; porque
también los vi en Castrovilla y Cosençia, dos
çibdades de Calabria. Vine luego por aquellas montañas
de Saboya, y por muchos valles bien poblados, pero de pueblos
pequeños, con quien no se ha de tener quenta, hasta
que vine en León, de Francia, que en grandeza y probisión
y mercadería ya veis el nombre que acá tiene,
que mucho más es el hecho; tiene dos muy caudalosos
ríos, por los quales se puede ir a la mar con muchas
barcas que van y vienen; casas muy buenas; tratos de mercançías
con todo el mundo; libros hay los más y en mejor preçio
que en la christiandad, y todos los bastimentos baratos;
mesones en Françia todos son como los que os conté
de Milán; la ropa y seda me maravillo que con traerla
de otras partes vale mucho más barato que en donde
se haze; iglesias hay muchas, y muy buenas; arcabuzicos,
que llaman pistoletes, darán por escudo y medio uno,
con todo su adreço, que valga acá seis. De
León vine en Tolosa y a Burdeos, que no hay que deçir
dellas más de que son buenas çibdades y grandes,
y muy bien basteçidas. Y de Burdeos a Bayona, una
villa de hasta seisçientas casas, muy fuerte, adonde
hay un río tan caudal, que van las naves por él
y sacan mucha pesca, y la mejor es unas truchas muy grandes,
salmonadas. Viénese luego a Sant Juan de Lus y a Fuenterrabía,
por toda Guipúzcoa y Álaba a Victoria, y de
Victoria aquí, y de aquí a la cama si os plaze. |
JUAN.-
Moços, tomad esta vela y alúmbrenle,
vaya a reposar. |
PEDRO.-
A la mañana no me llamen,
porque tengo propósito hasta comer de no me levantar. |
MATA.-
En buen hora. |
JUAN.-
Bámonos nosotros a hazer
otro tanto. |
MATA.-
¿Pasáis por tal cosa? Si lo que
ha contado es verdad, como creo que lo es, ¡quántas
fatigas, quántas tribulaçiones, quántos
millones de martirios ha padesçido y quán emendado
y otro de lo que solía ser, y gordo y bueno viene! |
JUAN.-
¿No sabéis que no en sólo pan bibe el
hombre, como dixo Christo, y que no hay cosa que más
engorde el caballo que el ojo de su amo? Mirad quán
a la clara se manifiesta que Dios ha puesto los ojos en él
afiçionadamente y particularíssima, como los
puso en una Madalena y en un ladrón y en tantos quentos
de mártires. De quanto ha dicho no me queda cosa scrupulosa,
sino que pornía yo mi mano en una barra ardiendo que
antes ha pecado de carta de menos que alargase nada. Conózcole
yo muy bien, que quando habla de veras ni quando estaba acá
no sabía dezir una cosa por otra. Allende desto, tengo
para mí que él biene muy docto en su facultad,
porque no es posible menos un hombre que tenía la
abilidad que acá vistes, aunque la empleaba mal, y
que entiende tan bien las lenguas latina y griega, sin las
demás que sabe, y buen filósopho, y el juicio
asentado, y lo que más le haze al caso haver visto
tantas diversidades de regiones, reinos, lenguajes, complexiones;
conversado con quantos grandes letrados grandes hay de aquí
a Hierusalem, que uno le daría este abiso, el otro
el otro. |
MATA.-
Y habrá también visto muchas
cosas de mediçinas que por acá no las alcançan,
y çertificádose de ellas; y lo que más
a mí de todo me contenta es venir escarmentado de
haver visto las orejas al lobo, que tiene delante el themor
de Dios, que es una bandera que basta para vençer
todos los enemigos. |
JUAN.-
¿N'os paresçe que es obligado
a quien tanto debe, que en aquellas disputas preguntaba por
él, respondía por él, prestábale
lenguas con que diese razón de sí, sacábale
del brazo en los golphos del mar? |
MATA.-
Todos somos obligados
a quererle, por quien Él es, sin intherese, quanto
más que no hay hora ni momento que no nos haçe
mill merçedes. ¿No miráis el orden y conçierto
con que lo ha contado todo? |
JUAN.-
Agora me paresçe
que le haría en creer, si quisiese, que he andado
todo lo que él, quanto más a otro. |
MATA.-
Quanto
más que, sabiendo eso, aunque os pregunten cosas que
no hayáis visto, podéis dar respuestas comunes:
Pasé de noche; no salí de las galeras; como
la çibdad es grande, no bi eso. Esto vi y estotro
vi, que era lo que más había que mirar, y con
eso os ebadiréis. |
JUAN.-
Mañana nos contará,
si Dios quisiere, qué vida tienen los turcos, y qué
jente son, y qué vestidos traen. |
MATA.-
Dexadme vos
a mi el cargo de preguntar, que yo os le sacaré los
espíritus. ¿Bien no se los he sacado en estotro? |
JUAN.-
Muy bien; pero no le habéis de ir a la mano,
que creo que se corre. |
MATA.-
Al buen pagador no le duelen
prendas. Si lo que diçe es verdad, él dará
razón dello, como ha hecho siempre; si no, no queremos
oír mentiras, que harta nos quentan todos esos soldados
que vienen del campo de Su Magestad y los indianos. |
MATA.-
Yo
estoy tan desvelado, que no sé si podré; pero
porfiaré a estarme en la cama hasta las diez, como
Pedro, que no le dexaremos estar dos días solos.
|
JUAN.-
Toda esta semana le haré estar aquí,
aunque le pese: la venida ha sido en su mano; la ida, en
la nuestra. *** |
JUAN.-
Contá. |
MATA.-
Siete. |
JUAN.-
¿Habéis
contado las otras? |
MATA.-
Callad; ocho, nueve, diez dio por
çierto. |
JUAN.-
Parésçeme que llaman:
escuchá. |
PEDRO.-
¡Ah los de abajo! ¡Es hora! |
JUAN.-
¡Ya,
ya! |
MATA.-
Volveos del otro lado que no es amanesçido. |
JUAN.-
Levantémonos y vámosle a tener palaçio
en la cama. |
MATA.-
Mas no le dexemos levantar, que haze frío,
y pues no ha de salir de casa ni ser visto de nadie, mejor
se estará allí y podrá también
comer, como parida, en la cama. |
JUAN.-
Hazedle llebar una
ropa aforrada, para si se quiere levantar. |
MATA.-
Anoche
se la hize poner junto a la cama y un bonete. Cojerle hemos
echado y entretanto que se adreza de comer parlaremos. |
JUAN.-
¡Buenjorno!
|
PEDRO.-
Me rricomando. |
JUAN.-
¿Qué tal noche habéis
llebado? Creo que ruin. |
PEDRO.-
No ha sido sino buena, aunque
no he podido dormir mucho. En despertando antes que amanezca,
una vez, ya puedo volber al ristre. |
JUAN.-
¿Debía
destar dura la cama? |
PEDRO.-
Antes por estar tan blanda,
porque no lo tengo acostumbrado.. |
JUAN.-
Eso me haze a mí
dormir más. |
PEDRO.-
Todas las cosas consisten en costumbre.
Ansí como vos no podéis dormir en duro, yo
tampoco en blando. También podría susçeder
enfermedad a quien ha dormido en duro y sin cama, al darle
una cama regalada, como a mí me acontesçió
en Nápoles, que habiendo tres años que no había
dormido en cama, sino vestido y en suelo, me dieron una muy
buena cama y començáronme a hazer regalos,
y yo caí en una enfermedad que estube quatro meses
para morir. |
JUAN.-
La causa natural deso no alcanzo. ¿Por
mejorarse uno venirle mal? |
PEDRO.-
Sáltase de un extremo
en otro sin pasar por medio, que es malo; y como esto se
haze, no se puede dormir, y la vela causa enfermedad. Ansí
mismo, con aquella blandura escaliéntanse los riñones,
las espaldas, todos los miembros, y la sangre comienza a
herbir y alborotarse, y dan con el hombre en tierra. Últimamente,
como tenéis costumbre de no os desnudar, no tenéis
frío de noche aunque os descubráis; desnudo
en la cama, rebolvéisos, como no estáis acostumbrado
a estar cubierto, descubrísos, y entra el sereno y
frío y la mala ventura, y penetraos. |
JUAN.-
Todas
son buenas raçones; mas ¿que remedio? |
PEDRO.-
El que
dixe de pasar por medio: començar a no tener más
de un colchón y una manta, y a no quitar más
de solo el sayo; luego, de allí a unos días,
añadir otro colchón y quitar las calzas, y
últimamente, la mejor cama que tubiéredes,
quitando jubón y todo. Si durmieseis una noche al
sereno sin cama, ¿no pensaríais caer malo? |
JUAN.-
Y
aun morirme. |
PEDRO.-
Pues ansí yo con buena cama.
|
JUAN.-
Pues quitaremos de aquí adelante, si queréis,
de la ropa. |
PEDRO.-
No, que ya estoy acostumbrado a camas
regaladas otra vez; no lo digo por tanto, que el no dormir
más lo ha causado el grande contentamiento que mi
spíritu y alma tienen de verme en donde estoy; y el
ánima no permite que tan grande plazer se pase en
sueño sin que se comunique a todos los sentidos, pues
el tiempo que dormimos no vivimos ni somos nadie. |
JUAN.-
Ansí
dixo el otro philósopho. Preguntado qué cosa
era sueño, dixo que retrato de la muerte. La mesma
causa, en verdad, he tenido yo para no pegar ojo en toda
la noche. |
MATA.-
Mirad que la olla esté descozida,
y asar no pongáis hasta que os lo mandemos, que yo
me subo arriba... ¿Úsase en Turquía madrugar
tanto? ¡Buenos días! ¿Cómo lo habéis
pasado esta noche? |
PEDRO.-
¿Cómo lo había de
pasar sino muy bien? Que me habéis dado una cama con
sábanas tan delgadas y olorosas y todo lo demás
tan a gusto, que me ha hecho perder el regalo con que me
vi en el cautiverio que habéis oído, y de momento
a momento doy y he dado mil graçias a Dios que de
tanto trabajo me libró; y en tanto, con comenzar... |