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Vida del capitán Alonso de Contreras, caballero del hábito de San Juan, natural de Madrid, escrita por él mismo (años 1582 a 1633)

Manuel Serrano y Sanz



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Introducción


I

Poco cultivado fué en España durante los siglos pasados el género autobiográfico, ya que no podemos incluir en éste las numerosas vidas espirituales que nuestras religiosas escribieron, donde los hechos externos quedan relegados al olvido, ó mencionados ligeramente; rara excepción entre ellas es la de Santa Teresa, en cuyo privilegiado espíritu se unieron la contemplación y la acción, carácter que se refleja en sus obras, las cuales contienen no solamente los favores divinos é iluminaciones interiores que logró aquella mujer extraordinaria, mas también un relato de los mil trabajos que sufrió hasta realizar la santa empresa que le estaba encomendada1.

Bastaba, pues, la rareza de dichas autobiografías seculares para tenerlas en sumo aprecio, el cual debe acrecentarse teniendo en cuenta la importancia de esta forma histórica que nos presenta la evolución completa de los hechos, desde el pensamiento nacido en el alma como efecto del medio social ó de condiciones individuales, hasta su realización. Los documentos, por regla general, y más los cancillerescos, son para la historia algo parecido á cuerpos muertos, en los cuales el genio de ilustres escritores   —130→   como Macaulay y Taine inspiran un aliento vital que parece resucitar los cadáveres de sus tumbas. La gran ventaja de las autobiografías consiste en ser documentos vivos, útiles sobre toda ponderación si no ofreciesen un escollo inherente á la con, dición humana: la vanidad, que hace falsificar los hechos ó exagerarlos cuando menos, por cuyo motivo han sido miradas con prevención bastantes de ellas, temiendo confundir en ocasiones lo que era pura novela, con la narración histórica. Aun así, las autobiografías poco verídicas, cual es, por ejemplo, la de Duque de Estrada, nos transmiten datos inapreciables acerca del estado social en su época, de costumbres, y de otras mil cosas desdeñadas por los cronistas oficiales, ó por los historiadores clásicos. Escritas las más de ellas por hombres de humilde condición, soldados algunos, nos muestran cuán profundas raíces tenía en la realidad la vida picaresca tal como se halla escrita en multitud de libros; pasajes hay en las vidas de D. Alonso Enriquez, de Miguel de Castro, de Contreras, que parecen copiados del Lazarillo, del Gran Tacaño ó de Guzmán de Alfarache.

Con el mayor desparpajo del mundo se nos presentan sus autores como rufianes, tahures, mendigos ó rateros, pues aunque se ha ponderado mucho la hipocresía de nuestros antepasados, acaso reinara mayor franqueza que ahora, y cuando menos no se había inventado el absurdo eufemismo con que actualmente se disfrazan las acciones más viles y censurables.

Campo son, por tanto, las autobiografías, donde el historiador, el literato y aun el sociólogo pueden recoger no pocos materiales que en otra parte difícilmente se hallarían.




II

Según hemos ya dicho, en España no fué muy cultivada la historia autobiográfica, cuyas principales manifestaciones estudiaremos, si bien ligeramente.

Sólo un fragmento de su biografía trazó aquel Hércules extremeño á quien sus contemporáneos tuvieron por nuevo Sansón; fragmento que hace lamentar el que Diego García de Paredes   —131→   nos legara un relato completo de su vida2. Con rudo estilo, propio de un hombre que ha pasado la mayor parte de sus años manejando la espada, nos refiere hazañas asombrosas; cuando en Burgo de la Tierra escaló las murallas y no teniendo llave para abrir las puertas arrancó el cerrojo; su tremendo desafío con el coronel Palomino, sirviendo á las órdenes de Próspero Colonna; los desmanes que hizo en Coria y otros hechos que parecen, no de un hombre moderno, sino de aquellos seres portentosos que fingió la antigüedad.

Tan ilustre guerrero el Emperador Carlos V como Julio Cesar, quiso también á imitación de éste dejar unos Comentarios de su reinado, obra de la que se ha perdido el original y tan sólo se conoce una traducción portuguesa hecha hacia el año 1620. Valióse para escribirlos de su confidente Van Malen, á quien se los dictaba en francés, acaso con el propósito de que éste los tradujera luego al latín. Comenzólos el día 14 de Junio del año 1550 yendo embarcado por el Rhin desde Colonia á Maguncia, y los continuó después en Augsburgo. La existencia de estos Comentarios no puede ponerse en duda, pues la afirma Van Malen en una carta dirigida á Luís de Praet con fecha 17 de Julio de 1550, donde dice:

«En los ocios de su navegación por el Rhin, el Emperador, entregado en su buque á las más liberales ocupaciones, ha emprendido el escribir sus viajes y expediciones desde el año de 1515 hasta el presente. La obra es admirablemente correcta y elegante,   —132→   y su estilo demuestra una gran fuerza de talento y de elocuencia. De seguro, yo no hubiera creído fácilmente que el Emperador poseyera semejantes cualidades, y él mismo me ha confesado que no las debió en riada á la educación, y que las había adquirido enteramente á fuerza de meditaciones y de trabajo. Por lo demás, la autoridad de la obra y lo que tiene de agradable, consisten sobre todo en esa exactitud y gravedad á las cuales debe la historia su poder y su crédito.»

Algunos temores abrigaba Carlos V de las consecuencias que pudiera tener la divulgación de sus Comentarios, por lo cual se proponía entregarlos á Granvela y al príncipe D. Felipe, para que los examinasen.

Hallándose en Inspruck en el año de 1552 y obligado á retirarse ante la infidelidad de Mauricio de Sajonia, quiso evitar que sus Comentarios cayesen en manos de los protestantes y los envió á Felipe II precedidos de la siguiente advertencia.

«Esta historia es la que yo hice en romance quando venimos por el Rhin y la acabé en Augusta. Ella no está hecha como quería, y Dios sabe que no la hize con vanidad, y si della Él se tuvo por ofendido, mi ofensa fué más por ignorancia que por malicia. Por cosas semejantes Él se solía mucho enojar: no querría que por esto lo uviese hecho agora conmigo. Ansí por esta como por otras ocasiones, no le faltarán causas. Plegue a Él de templar su yra, y sacarme del trabajo en que me veo; yo estuve por quemarlo todo, mas porque, si Dios me da vida, confío ponerla de manera que El no se deservirá della, para que por acá no ande en peligro de perderse, os la embio para que agays que allá sea guardada y no abierta.»

¿Cuál fué el paradero de los Comentarios de Carlos V? Nadie lo sabe; indudablemente no los quemó Felipe II, pues que aún existían en el año 1620, y tres más adelante parece haberlos examinado Gil González Dávila. Tampoco está probado que Van Malen los pusiera en lengua latina como se proponía.

Rápida y concisa es la narración de Carlos V en sus Comentarios que empiezan con el año 1515 y casi ningún nuevo dato aportan para la historia de su reinado aun en aquellos sucesos donde se detuvo, como es la guerra con los protestantes alemanes   —133→   cuando la batalla de Mulberg. Hasta aquella parte que pudiéramos llamar interna, á saber, los móviles que le impulsaron á varias empresas y la razón de su política, tiene menos importancia de lo que podía esperarse 3.

Cristóbal de Villalón, ingenioso autor de El escolástico, de El Crotalón y de otras varias obras, consignó los principales datos de su vida, especialmente de su cautiverio en Oriente, en cierto diálogo, todavía inédito, llamado Viaje de Turquía, libro del que se publicó hace pocos años un amplio extracto4.

Con bastante desconfianza fué recibido entre algunos eruditos el Libro de la vida y costumbres de D. Alonso Enríquez, escrito por él mismo; creyóse que éste engrandecía unas hazañas é inventaba otras, y que en general su testimonio debía considerarse como sospechoso mientras no fuesen acreditadas sus afirmaciones con documentos indubitables. Tal juicio es á nuestro parecer exagerado. Ciertamente que el autor habla con cierta vanidad infantil de las entrevistas que celebró con personas Reales, añadiendo circunstancias inverosímiles y dando á entender que había tenido parte y no pequeña en asuntos de importancia; pero acaso haya en ésto y en otras cosas más que propósito deliberado de engañar á los lectores, la hipérbole característica de las imaginaciones meridionales. El hecho es que en lo más interesante de su vida, la estancia en el Perú y la parte que tomó en las guerras civiles de Pizarro y Almagro, la relación de D. Alonso concuerda con lo que dicen Cieza de León y otros primitivos historiadores de aquellos sucesos. De otro lado, hay muchos rasgo de ingenuidad en lo que cuenta el noble desbaratado, quien ciertamente habría ganado más con callarlos; él mismo se nos pinta mendigo en Sicilia, rufián en Nápoles, ratero y judío en Colonia.   —134→   Ni deja de ser apreciable el libro de Guzmán bajo otros conceptos; en él nos conservó dos composiciones poéticas, de las más antiguas que se escribieron en el Nuevo Mundo, referentes al trágico fin de Almagro, á cuyo partido había sido fiel D. Alonso con harto peligro de su vida5.

Inédito se halla todavía un notable manuscrito de la Biblioteca Real, acerca del cual dió un informe la Academia de la Historia en el año 1878; más tarde se propuso publicarlo el eminente americanista D. Marcos Jiménez de la Espada, pero quedó en proyecto este deseo. Nos referimos á los Discursos medicinales de Juan Méndez Nieto, hombre atrevido, ingenioso y de vida agitada que refirió en el manuscrito citado. Como gran parte de los aventureros de entonces, después de correr muchas peripecias en su patria, se embarcó para las Indias, donde estuvo en la Española, Tierra Firme y Cartagena, enriqueciéndose con su profesión, que era la de médico. Sólo un fragmento de los Discursos medicinales dió á luz el Sr. Jiménez de la Espada, con el título de Las cuartanas del Príncipe de Éboli6, y basta para formarse idea de lo peregrina que es la vida de doctor tan audaz cual Juan Méndez Nieto, según lo probó cuando en el año 1559 curó las fiebres intermitentes que sufría el favorito de Felipe II, Ruy Gómez de Silva.

Como eslabón que enlaza el género autobiográfico con la novela, se debe considerar el extraño libro escrito por el doncel de Xérica, Bartolomé de Villalba y Estaña. Nadie pone en tela de juicio la realidad de los viajes que hizo por diversas regiones de España, visitando generalmente santuarios célebres; la exactitud y riqueza de las descripciones y pinturas hace imposible creer que las Memorias del pelegrino sean producto solamente de la imaginación ú obra de un erudito, compuesta en el silencio y retiro de un gabinete, sirviéndose de otras ajenas. Tipo singular es el de   —135→   aquel hidalgo que, no sintiéndose con vocación para echarse al hombro una pica y marchar como soldado á Italia ó Flandes, se dedicó á la vida errante y vagabunda, movido en parte de la devoción y en parte del deseo de satisfacer su curiosidad y ser libre como el ave. ¡Lástima que tengamos tan sólo una parte y no la mayor de su obra, publicada por el Sr. Gayangos en la Colección de los Bibliófilos españoles!

De encontrarse los libros que faltan tendríamos una España y sus monumentos, tal como podía escribirla en el siglo XVI un hombre que poseía ciertamente escasa ilustración, pero que no estaba desprovisto de cierto amor al arte y sentimiento de la naturaleza, en cuyo seno se complacía huyendo de vivir encerrado en las poblaciones.

Poeta, aunque sin inspiración casi siempre, urdió en sus Memorias una mezcla de realidad y ficción, intercalando varias leyendas, gracias á las cuales conocemos algunas tradiciones locales. Como obras literarias son malísimas, pero tienen su valor histórico: en una de ellas notó Gayangos que había alusiones veladas á los célebres amores de D. Fadrique, hijo del gran Duque de Alba, y que tan caros le costaron7.

Las Memorias de Garibay contienen datos curiosísimos no solamente para conocer la biografía de este cronista, mas también por las noticias que nos da de muchos personajes contemporáneos, cuales eran Santa Teresa de Jesús, Arias Montano, Ambrosio de Morales y Paez de Castro. Garibay nos refiere en sus Memorias con detalles los más notables episodios de su vida: sus cargos de inquisidor; los viajes que hizo á Flandes para imprimir su Compendio historial, por Francia y varias regiones de España, ora en busca de documentos como en los monasterios de la Rioja y Navarra, ora con diferentes comisiones; las fundaciones piadosas que realizó y lo que intervino en la traslación de los cuerpos de Santa Leocadia y San Vicente Ferrer. Todo ésto, mezclado con   —136→   largas disertaciones genealógicas, á las que tenía suma afición, sobre todo más cuando se trataba de su familia, y de algunas supersticiones cual es la de dar crédito á los horóscopos de astrólogos; Martín Gómez levantó el de un hijo que tuvo Garibay y éste siguió creyendo que no podían menos de cumplirse los pronósticos del médico navarro, y que el pequeñuelo, influído en su nacimiento por el Sol y Venus, tendría gran valor, riquezas y larga vida8.

Diego Galán, natural de Consuegra, de donde salió á los 14 años de su edad, en el de 1589, nos refirió su cautiverio por los berberiscos y su estancia en Constantinopla; los viajes que hizo por los mares de Italia con el renegado Zigala y su expedición á Hungría con el mismo, hasta que después de mil contratiempos pudo regresar á su pueblo natal9.

Retirado en sus últimos años á la Iglesia el cordobés D. Juan Valladares, quiso dar noticia á la posteridad de su vida agitada y llena de peripecias.

Había nacido á 29 de Agosto de 1553. Su padre fué capitán de caballos, y era conocido por el nombre del Toreador; asistió á la batalla de Pavía, y se halló en el acto de rendirse Francisco I. Y puesto que ahora, gracias al ingenioso y erudito libro del señor Conde de las Navas10, está de moda hablar de los toros en la Historia, transcribiré lo que dice D. Juan Valladares acerca de su padre: «Esperava un toro encima vn cauallo, con solo vn puñal en la mano, y al arremeter, hurtándole el cuerpo al mismo punto, le hería con él en el celebro y caya muerto. Y si daua lançada en fiesta pública, hería al toro con tanta fuerça que clavaua con la lança la cabeça en el suelo.»

Siendo D. Juan de 19 años, después de haber estudiado Gramática y Retórica, marchó á Italia de soldado y desembarcó en Nápoles; allí residió en Tarento y Roma, volviendo á España, donde   —137→   continuó sus estudios. De nuevo se alistó en la milicia y estuvo en la batalla de Alcazarquivir, tan fatal para el Rey D. Sebastián; cayó cautivo y «fué sacado con otros muchos á una plaça, en que hauía más de quinientos castellanos, portugueses y italianos; y puestos en hileras, andaua un turco grave en vn cauallo con vna vara larga en la mano, y al que le parecía bien tocáuale con ella en la cabeça, y luego le cogían sus ministros para llenar al Gran Señor á Constantinopla, y los que por esta vía fueron, nunca se rescataron ni volvieron á tierra de christianos. Y más de cien moças hermosas y mochachos fueron escogidos para esto este día.» Rescatado del cautiverio, cayó en otro más peligroso acaso, el de sus amores con Mayorinda; por la cual riñó, dió de estocadas y se vió condenado á muerte, pena que no tuvo efecto. Prófugo de Orán, donde había sido confinado, tomó parte en la jornada de Larache; tornó á Italia y sufrió un nuevo, aunque corto, cautiverio de los moros, que lo prendieron en el mar. Vuelto á España, se hizo ermitaño y más adelante presbítero, sin renunciar por esto á la vida andariega á que era aficionado11.

En los curiosos diálogos que forman el Viage entretenido, de Agustín de Rojas, hay mil noticias biográficas de éste, mezcladas con frecuentes digresiones y episodios; tales son el relato de sus amores, expuesto en forma novelesca, y los recuerdos de sus viajes como farsante por Galicia, Castilla la Vieja y otras regiones12.

En el prólogo al vulgo, después de referir algunos episodios de su vida, no todos comprobados ni con apariencias de verdaderos,   —138→   la compendia con estas palabras: «Sabrás, pues, que yo fuy quatro años estudiante, fuy page, fuy soldado, fuy pícaro, estuve cautivo, tiré á la jávega, anduve al remo, fuy mercader, fuy cauallero, fuy escriuiente y vine á ser representante.»

Difícil es averiguar cuánto hay de verídico y cuánto de fabuloso en un libro publicado por D. Pedro Ordóñez de Ceballos con el extravagante título de Historia y viaje del mundo del clérigo agradecido. Sí que deben ser ciertas en líneas generales, no en detalles, las aventuras del autor por América á fines del siglo XVI; pero llevan el sello de fantásticas las sucedidas en Cochinchina, donde convirtió nada menos que á la Reina y á otros personajes, quienes, por lo visto, podían tan poco, que no le evitaron ser reducido á prisión. Ordóñez compendia así sus hechos en un documento que inserta como certificación del Consejo de Indias, fingida según las apariencias.

«Atento á que ha treinta años que sirve, y antes que se ordenase, siendo seglar, de Alférez Real en las galeras, y después en las Indias, fué Capitán contra los negros cimarrones de Cartagena que estauan revelados, y prendió y sacó más de quatrocientos, de que cupo á Su Magestad más de ciento y sesenta que se vendieron, y montó mucha suma de ducados, y asseguró los caminos y la tierra; y buelto, el Gobernador le embió contra dos nauíos de la Rochela, y los venció y echó á fondo; y en la jornada de Uraua y Caribana metió á su costa treinta y seis soldados y seis negros, y después fué nombrado por Maese de Campo della, en la qual tuvo diversas batallas y guaçauaras, y peleó cuerpo á cuerpo con un indio valentísimo, y por su vencimiento quedaron de paz y se poblaron dos ciudades, la Concepción y Santiago de los Caualleros; y después la Audiencia del nuevo Reyno le nombró Visitador de Antioquía y Popayán, y después por Gouernador de Popayán; y siéndolo fué contra los indios pixaos y paeces y los retiró y socorrió al Capitán Diego Soleto, que le tenían cercado los sutagaos, y en mucho riesgo, y auió la gente del Capitán Juan López de Herrera, y con el socorro se fundó la ciudad de Alta Gracia de Suma Paz. Y siendo sacerdote fué Cura y Vicario de Pamplona y dos veces Visitador general del nuevo Reyno. Y auiéndose embarcado en Acapulco para ir al Perú, por auerse   —139→   derrotado con temporal fué á parar al Reyno de la Cochinchina, y en el dicho viaje de ida y vuelta peleó con navíos flamencos y turcos cosarios y aportó á una isla y socorrió algunos españoles que estauan perdidos; y entrándose en el dicho Reyno baptizó á la Reyna y algunos virreyes y Gouernadores suyos y mucha gente del Reyno y los instruyó y enseñó todo lo tocante á la fe, y por ello fué preso y condenado á muerte y al fin desterrado; y saliendo dél rescató algunos nauíos portugueses que estauan detenidos en él y les socorrió y les dió lo necesario para auiarse, y bolvió hasta cerca del estrecho de Magallanes y encontró con muchos nauíos de Inglaterra y peleó y echó á fondo dos dellos y salió muy herido, y por Buenos Ayres bolvió al Perú y á la provincia de los Qnijos, estando rebelados los indios, con quarenta hombres para reducirlos, y la libró y entró á los indios de guerra que avía y sacó de paz; enseñó, doctrinó y baptizó más de catorze mil dellos y de ellos pobló doze pueblos y rescató muchos que ellos mismos vendían y fundó un pueblo y los dió á todos libertad, en que gastó más de veinte mil ducados; y de allí fué por cura de Pimampiro, donde enseñó y baptizó gran cantidad de indios, y entre ellos repartió de limosna más de quatro mil ducados»13.

El Capitán Domingo de Toral, nacido en Villaviciosa (Asturias) en el año 1598, consignó brevemente los principales hechos de su vida, sin descender á menudencias ni perder el tiempo en relatar amoríos que solamente para los protagonistas pudieron ofrecer algún interés, distinguiéndose en esto de Miguel de Castro y otros   —140→   soldados fanfarrones que dedicaron largos párrafos á transmitirnos los nombres y hechos de sus coimas, y de pasajes que sólo pueden servir para ilustrar el Dufour ú otra obra del mismo género. Hijo Toral de pobre familia, sirvió en Madrid á un señor; ávido de libertad huyó muy joven de aquella casa y anduvo «cuatro años peregrinando por España como otro Lazarillo de Tormes». Vuelto á la corte, por ciertas estocadas que dió, se decidió á sentar plaza en la compañía de Cosme de Médicis; embarcóse en Lisboa para Flandes, y allí sirvió bajo las órdenes de D. Francisco Lasso. Más tarde lo vemos ir á la India oriental con el Gobernador D. Miguel de Noronha; militar en Goa, reconocer el puerto de Ormuz y tomar parte en el sitio de Bombaça (Mombaza), ciudad del Africa. Enemistado con el Virrey determinó venir á España atravesando la Persia, viaje peligrosísimo que realizó yendo desde Ormuz á Ispahan y luego por Babilonia á la Siria; embarcóse en Alejandreta y llegó á Barcelona en el año 1634. La narración de Toral, escrita sin afectación, parece bastante fidedigna14.

Menos veraz que Toral se mostró en su Vida el soldado Miguel de Castro, tipo cumplido del miles gloriosus, tal como lo concibió el gran cómico latino; su relación, aunque no despreciable por las referencias que hace á personajes y hechos de su tiempo, es una serie inacabable de amoríos, requiebros y pendencias; muy pagado de sí mismo, apenas si habla de otra cosa que de sus proezas. Con todo, como no hay libro que no contenga algo de bueno, Castro nos dejó en el suyo una descripción notable de la corte de los Virreyes de Nápoles, dándonos exacta y minuciosa idea del esplendor y boato con que estos vivían15.

Enemigos de repetir lo que en otras partes hemos escrito16, sólo haremos mención de la Peregrinación de Anastasio entre   —141→   Cirilo y Anastasio, libro en que el P. Gracián, confesor de Santa Teresa, consignó su cautiverio en Túnez17, y de los trabajos análogos referidos por el P. José Tamayo, prisionero de los moros en Argel y Tetuán á mediados del siglo XVII18.

Dignos son de citarse otros libros, que si bien novelescos por la forma son en el fondo verdaderas autobiografías, como sucede con El escudero Marcos de Obregón, de Vicente Espinel y la Dorotea, de Lope, considerada y utilizada cual fuente histórica por La Barrera en su notable Vida, de Lope.

De un hombre desengañado del mundo y retirado á la soledad del claustro podía justamente esperarse que al consignar su vida fuese verídico y no se dejara arrastrar por la vanidad y el deseo de aparecer como personaje dramático y autor de notables hechos. Sin embargo, D. Diego Duque de Estrada, que escribió su vida en un convento de Cerdeña, la rodeó de circunstancias tan inverosímiles, que algunos la tomaron por novela, donde todo era supuesto, hasta la existencia del protagonista. Gayangos, que la publicó, no pudo menos de poner en duda la veracidad de Estrada, diciendo que las aventuras, galanteos y duelos de D. Diego parecían más bien «pasos de comedia que sucesos reales». Por esta razón sería un trabajo útil para la historia depurar aquellos sucesos que refiere, dejándolos reducidos á lo que hubo de cierto. Sin embargo, nadie podrá negar que en el libro de Estrada hay datos importantes que ilustran nuestras costumbres del siglo XVII, y entre muchas fábulas, otros referentes á la dominación española en Italia19. Acaso D. Diego no sufrió el tormento en Toledo; pero lo describe minuciosamente tal como solía aplicarse, y esto es un curioso documento. Lo mismo que de éste puede decirse de otros varios episodios20

  —142→  

Con el principal intento de ensalzar las glorias de la Virgen de la Peña de Francia, escribió sus Memorias D. Félix Nieto de Silva, Marqués de Tenebrón, hermano de D. Luís, célebre Corregidor de Zamora por los años 1651 á 1654, donde ejerció su mando con mayor insolencia y tiranía que pudiera hacerlo el más déspota de los Pretores romanos. Convencido el Marqués de Tenebrón de que dicha Virgen le había salvado de cuantos peligros y accidentes corriera, nos cuenta los principales episodios de su vida, comenzando desde la niñez hasta acabar cuando ejercía en Orán el cargo de Gobernador en el año 1690. Gran parte del libro trata de las campañas contra Portugal y de las mil peripecias que sufrió en ellas el devoto Marqués, quien acaba siempre la narración de los favores que debía á la Virgen con una alabanza á ésta. Dada la tendencia de semejantes Memorias, se comprende que Don Félix de Silva hiciera caso omiso de muchos hechos de su vida, acaso tan interesantes como los que consignó por escrito21

Con vanidad infantil y propia de un estudiante que al salir del colegio pondera sus travesuras, escribió su vida el astrólogo zamorano D. Gómez Arias, en estilo incorrecto, pero no exento de gracia en ocasiones y con tono festivo, imitando el de la novela picaresca. El autor, hijo de D. José Arias, Comisario de Guerra en Galicia y sobrino del Cardenal Arias, tuvo una vida agitada desde su niñez, si es cierto cuanto refiere: fué «fraile (de   —143→   los Clérigos Menores) monacillo, señor, pobre, soldado, abogado, astrólogo, médico y casado en breve tiempo22; habiéndoseme olvidado que, en uno de los lugares de Castilla que corrí en el tiempo de mis peregrinaciones, fuí maestro de niños; en otro preceptor de Gramática y en la ciudad de Toro astrólogo confirmado, pues viví y junté dineros diciendo á todos el signo»23.

Menos rico en caracteres originales el siglo XVIII que los dos anteriores, ofrece, sin embargo, algunos personajes dignos de estudio, cual fué D. Diego de Torres Villarroel; mezclábase en él la ciencia con las supersticiones populares que explotaba; autor de Pronósticos que le hicieron famoso y de muchos otros opúsculos llenos de sal é ingenio; hombre que parecía un Quevedo redivivo tal como podía existir en la pasada centuria, trató de las materias más inconexas: lo mismo de terremotos, que de medicina, de astrología y de historia. Conjurador de duendes en casa de la condesa de Arcos, pasaba entre el vulgo por un sér dotado de estupendas cualidades; cuando recorrió Portugal, según nos cuenta en su Vida 24. «Convocábanse en los lugares del paso y la detención las mujeres, los niños y los hombres á ver el Piscator, y como á oráculo acudían llenos de fe y de ignorancia á solicitar las respuestas de sus dudas y sus deseos. Las mujeres ínfecundas me preguntaban por su sucesión, las solteras por sus bodas, las aborrecidas del marido me pedían remedios para reconciliarlos; y detrás de estas soltaban otras peticiones y preguntas raras, necias é increibles. Los hombres me consultaban sus achaques, sus escrúpulos, sus pérdidas y sus ganancias. Venían unos á preguntar si los querían sus damas, otros á saber la ventura   —144→   de sus empleos y pretensiones, y finalmente, venían todos á ver cómo son los hombres que hacen los pronósticos»25.

No ofrece grandes vicisitudes la vida de D. Diego de Torres, y sin embargo es libro que se lee á gusto por la gracia y desenfado con que está escrito.

Autobiografías son en realidad los Diarios de Moratín y de Jovellanos. Escrito el del primero en una especie de cifra, donde van mezcladas palabras latinas con otras castellanas, inglesas y francesas, es de lo más árido que puede imaginarse; ninguna expansión del ánimo, nada de afectos ni de aquello que constituye la vida interior; ¡con qué frialdad y laconismo anota Moratín la muerte de su padre! Obiit pater: ego tristis; y al día siguiente (12 de Mayo de 1780): Sepeliverunt. Fechas amargas consignadas ni más ni menos que otras insignificantes y prosaicas sobre toda comparación, como éstas: Obrador. Al anochecer buñuelos. (Día 2 de Octubre de 1780.) Día 1 (Febrero de 1781). Obrador. Sueldo, 239 reales. Fontana. Refresco, seis (cuartos)26.

Más sentimiento y datos íntimos hay en el Diario de Jovellanos, inédito aún, si bien Nocedal lo copió y tenía ya parte en letras de molde con objeto de publicarlo en la Colección de autores españoles; mas habiendo quedado sin acabar tal empresa, las capillas de este Diario son una curiosidad bibliográfica por su rareza. Actualmente lo está dando á luz el Sr. Menéndez y Pelayo y pronto los eruditos podrán recrearse leyendo páginas tan hermosas, cuales hay en dicho Diario.




III

Escasas noticias sabemos de Contreras á más de las que él dejó consignadas en su autobiografía. Consta que fué amigo de   —145→   Lope de Vega, y tanto que éste le dedicó una comedia, El Rey sin reino, en cuya dedicatoria ensalza los méritos de Contreras. «Si Vm., dice, Sr. Capitán, hubiera nacido en Roma en aquellos dorados siglos de su Monarquía, cuando fué cabeza del mundo por las armas, pienso que no le hubiera faltado corona de las que se concedían á los valientes soldados por hazañas heroicas, murales, navales y castrenses.» Enumera luego sus principales hechos de Contreras, desde que probó la espada en Petrache, cuales son la toma de la galera Axema; el reconocimiento de la armada turca y aviso al gobernador de Ríjoles; la prisión de los esclavos que huían de Malta; el viaje al Nilo; la emboscada que le prepararon 1.500 moros peregrinos de la Meca; el robo en los Despalmadores de Chios de la húngara amiga de Solimán de Catania; los servicios prestados en Mahometa; venida á España, donde sirvió á las órdenes de D. Pedro Jaraba; la jornada á Flandes y aventuras en Lyon. Acaba. Lope ofreciendo referir en un poema las proezas de Contreras: «pienso en dilatados versos honrarme de escribir sus valerosos hechos, para no envidiar los que pusieron la pluma en los de García de Paredes, Urbina y Céspedes;» promesa que no llegó á realizar el fénix de los ingenios27. En la dedicatoria de otra obra dramática, El mejor mozo de España28, que enderezó Lope al célebre alguacil Pedro Vergel, tan maltratado por el satírico Villamediana, se hace mención de Contreras como dispuesto á defender con su espada la honra del injuriado ministril, ya que Lope lo hacía con la pluma29.

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Entre los documentos del Archivo de Simancas se conservan dos memoriales de Contreras, en los cuales se queja de la conducta que con él había observado el General D. Juan Fajardo y solicita que le diesen una compañía de las que mandaba, el Duque de Tarsi. Como sirven de comprobantes á lo que retiene en su autobiografía, nos ha parecido conveniente reproducirlas íntegras, ya que en ellas alega Contreras sus principales hechos y méritos; dicen así:

Señor: El Capitán Alonso de Contreras, del hábito de San Juan, dice que há que sirve á vuestra magestad veintiocho años continuos en Italia, Malta y Flandes y armadas en todas las ocasiones que se han ofrecido, habiéndose hallado en la toma de las ciudades Pasaba y Mahometa, jornada de Trípoli y Argel, y en particular se le mandó diversas veces fuese á formar lengua á Turquía y Berbería, de las armadas del enemigo, donde ha tenido muchos encuentros con ellos; y estando en Turquía con su fragata tuvo noticia como el general Cigala venía con toda su armada y disignio de hacer mucho mal en tierra de cristianos tomando la ciudad de Rixoles; y adelantándose vino y dió aviso al gobernador della, el qual hizo una emboscada y al echar la gente en tierra degolló 300 turcos y tomó 74 á prisión, con lo qual se fué el enemigo destrozado sin hacer ningún daño, ordenándosele al dicho capitán pasase por medio de su armada á dar aviso á las ciudades de Tahormina y Zaragoza, donde al pasar le atravesaron de un mosquetazo y le mataron 9 soldados; y habiendo venido á España le mandó su magestad ir á servir á Flandes, donde lo continuó hasta que le hizo merced de una compañía de infantería española del tercio del maestre de campo Don Pedro Esteban de Avila, y sirvió con ella hasta que su magestad le envió con dos navíos de socorro cargados de infantería y pertrechos de guerra á las islas de Barlovento, que estaban molestadas de enemigos, y habiendo hecho este servicio y vuelto á España con 50 escudos al mes, se le mandó acudiese en Cádiz á recoger los destrozos de la armada de Filipinas, y en particular se le mandó que fuese al Estrecho de Gibraltar por 20 piezas de artillería de bronce, las quales se tenía nueva las querían llevar dos navíos de enemigos, dándole por orden que escusase   —147→   el pelear con ellos, y si le forzasen á ello y se viese rendido se fuese á pique y diese orden á los otros baxeles que llevaba hiciesen lo mismo porque no se aprovechase el enemigo de la artillería, la qual embarcó y truxo á la ciudad de Cádiz; y estando allí vino nueva que estaba sitiada la Mámora por mar y tierra, y no habiendo quien se ofreciese á llevar un socorro de infantería y pertrechos y reconocer la barra, se ofreció él á hacerlo y fué dándosele le metiese ó se dexase hacer pedazos, y en veintiseis horas fué y metió el dicho socorro aunque halló dos navíos de enemigos que se lo quisieron estorbar, y aquel mismo día se levantó el sitio que tenía por tierra, mediante el socorro; y en otras veintiseis horas volvió á España y tomó caballos de posta y vino en diligencia á esta Corte en tres días, gastando el poco caudal que tenía por despenar á vuestra magestad del cuidado con que estaba, por lo qual vuestra magestad le mandó dar un decreto de oficio para que el Consejo de las Indias le consultase en las plazas de su pretensión, y últimamente le mandó vuestra magestad levantar en esta corte otra compañía de infantería, lo qual hizo con la rectitud que es notorio, llevando en ella, 251 soldados, y ha servido un año en la armada de la guarda del Estrecho y en particular en el requentro que se tuvo con los holandeses, embarcado con su compañía en el galeón almirante de Nápoles, que fué uno de los que se empeñaron aquel día; y ansí mismo ha sacado á otros tres hermanes suyos á servir á vuestra magestad, que hoy lo están continuando el uno en Flandes y otro en Sicilia, de alféreces reformados, y el otro sargento de la dicha compañía, sin que por todos estos servicios se le haya hecho merced alguna.

Atento todo lo qual y á que Don Juan Fajardo proveyó su compañía en otra persona, habiendo él venido con licencia, y que vuestra magestad ha mandado por su real cédula se le volviese no obstante estar proveida, y que el secretario Martín Aróztegui ha hecho recuerdo al dicho Don Juan Faxardo y no responde nada y el dicho Capitán se ve incapaz de poder pleitear con un general y está perdido y con deseo de servir:

Suplica á vuestra magestad le haga merced de honralle con una de las compañías que se han de proveer á cargo del Duque de Tarsi y con esto vacaran 30 escudos de sueldo que vuestra   —148→   magestad le hizo merced para la armada del mar Occeano el año de 620, que en ello recibirá merced de vuestra magestad.

(Al dorso).

El Capitán Alonso de Contreras, que aunque su magestad ha mandado al General de la armada de la guarda del Estrecho le restituya su compañía, no lo ha hecho ni respondido á ello; y porque há muchos días que está en esta corte y ya tan alcanzado que no tiene con que asistir y desea volver á servir como lo ha hecho siempre y al Consejo le consta, pide que se le dé una de las compañías que han de navegar en las galeras de Génova con que vacarán los 30 escudos de entretenimiento que tiene para la armada del Occeano.

(Archivo general de Simancas. Gracia y Justicia, Servicios militares, Legajo 2.º, fol. 56.)

Señor: El Capitán Alonso de Contreras dice que después de sus muchos servicios, habiendo llegado á la ciudad de Cádiz con una compañía de 300 infantes que levantó en esta corte por mandado de V.tra Magestad, el Gral. Don Juan Faxardo se la destrozó en 11 ramos y mandó embarcase su bandera en un patache con 60 hombres y que él fuese á orden de un calafate á quien hizo capitán de mar para este efecto, siendo él el Capitán más antiguo de los 18 que tenía de infantería; y porque no le calumniasen de que se quejaba por escusar la ocasión, sufrió 9 meses hasta la invernada, pasando por otras muchas cosas en que le puso el dicho Don Juan Faxardo y el gobernador de aquellas compañías para que se perdiese; y por evitar estos lances pidió licencia y se le respondió que si la quería dexase la compañía ó hiciese una carta fecha en Sevilla á 2 de Marzo, siendo esto á 9 de Febrero, en que dixese que por no poder conval ecer podía el dicho General proveer su compañía y esta carta la dió sólo por conseguir el salir de allí con licencia para venir á quexarse á V.tra Magestad de los agravios rescibidos, y por la mesma carta se verá ser malicia lo que se usó con él, pues sin haber estado en Sevilla y haberse presentado ante el secretario Martín de Aróstegui á 1.º de Marzo, la carta está fechada á 2 del mismo en Sevilla, y habiendo suplicado á V.tra Magestad le mandase pasar su compañía á la armada del mar Occeano ó á donde V.tra Magestad fuere más servido, se le mandó   —149→   al dicho Don Juan Faxardo lo hiciese, no obstante el haberla proveído, y en esta respuesta ha dilatado 4 meses y agora responde, y por no saber el suplicante lo que puede informar da quenta á V.tra Magestad como jamás no ha hecho dexación de su compañía y ha cumplido siempre con sus obligaciones, y no hallándose con fuerzas para poder pleitear con sus generales suplica á V.tra Magestad le mande hacer merced de una de las compañías del Duque de Tarsi y cabo dellas, y no habiendo lugar le emplee V.tra Magestad en su real servicio como sea muy lexos del dicho Don Juan Faxardo, que en ello recibirá merced de V.tra Magestad.

(Al dorso.) En 30 de Agosto de 162330.

Otra consulta del Consejo, de fecha 3 Agosto 1623, dice así:

«Consúltese refiriendo lo que en esto ha pasado y qué parece; que pues Don Juan Faxardo proueyó ya la compañía en Don Rodrigo Gudínez Brochero que ha servido muchos años y de quien Don Juan muestra tener satisfacción y que no sería justo deponerle della, se le podría hacer merced de una de las tres compañías que se han de elegir para las galeras de Génova, proveyendo las otras dos en 2 de los 48 capitanes que están proveidos para la leba que se ha de hacer.»

Si bien Contreras, según el mismo nos dice, no recibió instrucción alguna en su juventud, dotado de clara inteligencia y de un espíritu observador, llegó á conseguir notables conocimientos náuticos y cosmográficos; tanto que compuso un Derrotero del   —150→   Mediterráneo, fundado en lo que él había visto durante sus continuos viajes; obra de la cual existe un manuscrito en la Biblioteca Nacional. Contreras nos cuenta cómo la escribió: «tenía, dice, afición á la navegación y siempre praticaba con los pilotos, viéndoles cartear y haciéndome capaz de las tierras que andábamos, puertos y cabos, marcándolos; que después me sirvió para hacer un derrotero de todo el Levante, Morea y Natolia y Caramanía y Suria y Africa, hasta llegar á cabo Cantín en el mar Occéano; islas de Caudía y Chipre y Cerdeña y Sicilia, Mallorca y Menorca, costa de España desde cabo de San Vicente, costeando la tierra, Sanlúcar, Gibraltar, hasta Cartagena y de ahí á Barcelona y costa de Francia hasta Marsella, y de ahí á Génova, á Liorna, río Tíber y Nápoles, y de Nápoles toda la Calabria hasta llegar á la Pulla y golfo de Venecia; puerto por puerto, con puntas y calas donde se pueden reparar diversos bajeles, mostrándoles el agua; este derrotero anda de mano mía por ahí, porque me lo pidió el Príncipe Filiberto para velle y se me quedó con él»31.

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Varias cualidades recomiendan la autobiografía de Contreras que publicamos: en primer término, su veracidad, que es fácil observar con una rápida lechira, sin decir por esto que resulten comprobados hasta los delalles intís insignificantes; lejos de limitarse á consignar aquellos hechos que podían redundar en gloria suya, cuenta otros para él no muy agradables cual es la mala partida que le jugó su mujer, faltando á la fidelidad conyugal. De otro lado es rápida, concisa, y huye de hastiar con interminables relatos faltos de interés, como son las aventuras amorosas en que Miguel de Castro y otros solían espaciarse con delectación morosa; con estilo incorrecto y desaliñado narra sus expediciones por Levante, su vida de soldado en España y otros paises, su viaje á las Antillas; todo sazonado con ligeras digresiones acerca de sucesos ó personas de su época que dan no poca animación al libro.

La vida que publicamos de D. Alonso de Contreras se halla en un manuscrito de la Biblioteca Nacional, autógrafo indudablemente; comenzóla á escribir en Octubre del año 1630 con objeto, al parecer, de no continuar, mas luego añadió lo que le había acaecido en años sucesivos, sin que podamos saber hasta donde llegó por faltar la conclusión; las últimas cuatro hojas son de distinta letra; consta dicho manuscrito de 195 hojas en 4.º Signatura, T. 24732.

Lo reproducimos sin atenernos á la ortografía del original que como obra de un soldado es detestable y caprichosa, y en obsequio á los filólogos para quienes el ideal en materia de publicar textos viejos es darlos al público con todos los disparates y errores notorios de los manuscritos, infalibles, sin duda alguna, para ellos, y sin quitar ni añadir una coma, advertimos que Contreras   —152→   escribía ques y quera por que es y que era. Con esto quedarán satisfechos y los lectores no soltarán de sus manos la Vida de Contreras antes de llegar á la cuarta página, como sucede con algunos libros que con ser muy curiosos resultan empalagosos por el escrúpulo con que están publicados. Después de todo, el interés de la biografía de Contreras no consiste en la ortografía del original ni en sus barbarismos, sino en mostrar cómo un hombre salido de muy baja esfera, realizó hechos notables y fui respetado por sus contemporáneos; en las descripciones de la vida soldadesca y de nuestro estado social; en el fondo heroica que prueba tenían hasta los más ínfimos de nuestros antepasados con lo cual se comprende cómo España fué durante mucho tiempo la señora y árbitra del mundo.








ArribaAbajoDiscurso de mi vida desde que salí á servir al Rey, de edad de catorce años, que fué el año de 1595, hasta fin del año de 1630, por primero de Octubre, que comencé esta relación33


Capítulo primero

De mi infancia y padres


Nací en la muy noble villa de Madrid á 6 de Enero de 1582. Fuí bautizado en la perroquia de San Miguel34; fueron mis padrinos Alonso de Roa y María de Roa, hermano y hermana de mi madre. Mis padres se llamaron Grabiel Guillén y Juana de Roa y Contreras; quise tomar el apellido de mi madre andando sirviendo   —153→   al Rey como muchacho, y cuando caí en el error que había hecho no lo pude remediar, porque en los papeles de mis servicios iba el Contreras, con que he pasado hasta hoy, y por tal nombre soy conocido, no obstante que en el bautismo me llamaron Alonso de Guillén, y yo me llamo Alonso de Contreras. Fueron mis padres cristianos viejos, sin raza de moros ni judíos, ni penitenciados por el Santo Oficio; como se verá en el discurso adelante desta relación, fueron pobres y vivieron casados como lo manda la Santa Madre Iglesia veinticuatro años, en los cuales tuvieron diez y seis hijos, y cuando murió mi padre quedaron ocho; seis hombres y dos hembras, y yo era el mayor de todos. En el tiempo que murió mi padre yo andaba á la escuela y escribía de ocho ringlones; y en este tiempo se hizo en Madrid una tela para justar á un lado de la puente segoviana, donde se ponían tiendas de campaña, y como cosa nueva iba todo el lugar á verlo; juntéme con otro muchacho, hijo de un alguacil de Corte, que se llamaba Salvador Moreno, y fuimos á ver la justa faltando de la escuela, y á otro día cuando fui á ella, me dijo el maeso que subiese arriba á desatacará otro muchacho,que me tenía por valiente; subí con mucho gusto y el maeso tras mí, y echando una trampa me mandó desatacar á mí y con un azote de pergamino me dió hasta que me sacó sangre, y esto á instancia del padre del muchacho, que era más rico que el mío; con lo cual, en saliendo de la escuela como era costumbre, nos fuimos á la plaza de la Concibición Jerónima, y como tenía el dolor de los azotes, saqué el enchillo de las escribanías y eché al muchacho en suelo boca abajo y comencé á dar con el cuchillejo, y como me pareció no le hacía mal, le volví boca arriba y le di por las tripas; y diciendo todos los muchachos que le había muerto, me fuí, y á la noche me fui á mi casa como si no hubiera he cho nada; este día había falta de pan y mi madre nos había dado á cada uno un pastel de á cuatro, y estándole comiendo llamaron á la puerta muy recio, y preguntando quién era, respondieron: la justicia; á lo cual me subí á lo alto de la casa y metí debajo de la cama de mi madre; entró el alguacil y buscóme y hallóme, y sacándome de una muñeca decía: ¡traidor, que me has muerto mi hijo!; lleváronme á la cárcel de Corte, donde me tomaron la confesión; yo negué   —154→   siempre; y á otro día me visitaron con otros 22 muchachos que habían prendido, y haciendo el relator relación que yo le había dado con el cuchillo de las escribanías dije que no, sino que le había dado otro muchacho; con lo cual entre todos los muchachos nos asimos en la sala de los alcaldes á mogicones, defendiendo cada uno que el otro le había dado; que no fué menester poco para apaciguarnos y echarnos de la sala; en suma, se dió tan buena maña el padre, que en dos días probó ser yo el delincuente, y viéndome de poca edad hubo muchos pareceres, pero al último me salvó el ser menor, y me dieron una sentencia de destierro por un año de la Corte y cinco leguas, y que no lo quebrantase so pena de destierro doblado; con lo cual salí á cumplillo luego, y el señor alguacil se quedó sin hijo, porque murió al tercero día.

Pasé mi año de destierro en Avila, en casa de un tío mío que era cura de Santiago de aquella ciudad, y acabado me volví á Madrid, y dentro de veinte días que había llegado llegó también el Principe Cardenal Alberto, que venía de gobernar á Portugal y le mandaban á gobernar los Estados de Flandes. Mi madre había hecho particiones de la hacienda y sacado su dote; había quedado que repartir entre todos ocho hermanos 600 reales; yo la dije á mi madre: señora, yo me quiero ir á la guerra con el Cardenal; y ella me dijo: ¡rapaz, que no has salido del cascarón y quieres ir a la guerra! ya te tengo acomodado á oficio con un platero; yo dije que no me inclinaba á servir oficio, sino al Rey, y no obstante, me llevó en casa del platero que había concertado sin mi licencia; dejóme en su casa, y lo primero que hizo mi ama fue darme una cantarilla de cobre, no pequeña, para que fuese por ella de agua á los Caños del Peral; díjela que yo no había venido á servir, sino á aprender oficio; que buscase quien fuese por agua; alzó un chapín para darme y yo alcé la cantarilla y tirésela, aunque no pude hacerla mal porque no tenía fuerza, y eché á huir por la escalera abajo y fuí en casa de mi madre dando voces, que por qué había de ir á servir de aguador, á lo cual llegó el platero y me quería aporrear; salí fuera y carguéme de piedras y comencé á tirar; con que llegó gente y sabido el caso, dijeron por qué me querían forzar la inclinación; con esto se fue el platero y quedé con mi madre,   —155→   á quien dije: señora, vuestra merced está cargada de hijos; déjeme ir á buscar mi vida con este Príncipe; y resolviéndose mi madre á ello, dijo: no tengo qué te dar; dije: no me importa, que yo buscaré para todos, Dios mediante; con todo, me compró una camisa y unos zapatos de carnero, y me dió cuatro reales y me echó su bendición; con lo cual, un martes, 7 de Septiembre 1595, al amanecer, salí de Madrid tras las trompetas del Príncipe Cardenal.

Llegamos aquel día á Alcalá de Henares, y habiendo ido á una iglesia donde le tenían gran fiesta al Príncipe Cardenal, había un turronero, entre otros muchos, con unos naipes en las manos, y como aficionadillo, desaté de la fa lda de la camisa mis cuatro reales y comencé á jugar á las quínolas; ganómelos, y tras ellos la camisa nueva y luego los zapatos nuevos, que los llevaba en la pretina; dijele si quería jugar la mala capilla; en breve tiempo dió con ella al traste, con que quedé en cuerpo, primicias de que había de ser soldado; no faltó allí quien me lo llamó y aun rogó al turronero que me diese un real, el cual me lo dió, y un poco de turrón de alegría, con que me pareció que yo era el ganancioso. Aquella noche me fui á, palacio ú á su cocina, por gozar de la lumbre, que ya resfriaba; pasé entre otros pícaros, y á la mañana tocaron las trompetas para ir á Guadalajara, con que fue menester seguir aquellas cuatro leguas mortales. Compré de lo que me quedó del real unos buñuelos, con que pasé mi carrera hasta Guadalajara; rogaba á los mozos de cocina se doliesen de mí y me dejasen subir un poco en el carro largo donde iban las cocinas; no se dolieron, como no era de su gremio.

Llegamos á Guadalajara, y yo fuíme á Palacio, porque la noche antes me había sabido bien la lumbre de la cocina, donde me comedí sin que lo mandasen en ayudar á pelar y á volver los asadores, con lo cual ya cené aquella noche; y pareciéndole á maestre Jaques, cocinero mayor del Príncipe Cardenal, que yo había andado comedido y servicial, me preguntó de dónde era; yo se lo dije, y que me iba á la guerra; mandó que me diesen bien de cenar, y á otro dia que me llevasen en el carro, lo cual hicieron bien contra su voluntad; yo continué á trabajar en lo que los otros galopines, aventajándome, con que maestre Jaques me recibió por su criado, con que vine á ser dueño de la cocina y de los carros largos   —156→   que iban delante y con el Príncipe, donde me vengué de algunos pícaros haciéndoles ir á pie un día; pero luego se me pasó la cólera.

Caminamos á Zaragoza, donde hubo muchas fiestas, y de allí á Monsarrate y Barcelona, que pude llevar cuatro y seis personas sin que me costase blanca; todo esto hace el servir bien; en Barcelona estuvimos algunos días, hasta que nos embarcamos en 26 galeras, la vuelta de Génova: y en Villafranca nos regaló mucho el Duque de Saboya; de allí pasamos á Saona, y antes de llegar tomamos un navío, no sé si de turcos, ó moros, ó franceses, que creo había guerra entonces; parecióme bien el ver pelear con el artillería; tomóse.

En Saona estuvimos algunos días35, hasta que fuimos á Milán, donde estuvimos algunos días, y de allí tomamos el camino de Flandes por Borgoña, donde hallamos muchas compañías de caballos y de infantería española, que hicieron un escuadrón bizarro; y como ví algunos soldados que me parecían eran tan mozos como yo, me resolví de pedir licencia á mi amo, maestre Jaques, el cual me había cobrado voluntad; y no sólo no me dió licencia, pero que me dijo que me había de aporrear; con que me indiné y hice un memorial para Su Alteza haciéndole relación de todo, y cómo le seguía desde Madrid, y que su cocinero no rife quería dar licencia, que yo no quería servir sino era al Rey; díjome que era muchacho, y yo respondí que otros había en las compañías; y otro día hallé el memorial con un decreto que decía: siéntesele la plaza, no obstante que no tiene edad para servilla; con que quedó mi amo desesperado, y como no lo podía remediar, me dijo que él no podía faltarme; que hasta que llegásemos á Flandes acudiese por todo lo que fuera menester; yo lo hice, y socorrí á más de diez soldados, y á mi cabo de escuadra en particular; senté la plaza en la compañía de el capitán Mejía, y caminando por nuestras jornadas, ya que estábamos cerca de Flandes, mi cabo de escuadra, á quien yo respetaba como al Rey, me dijo una noche que le siguiera, que era orden del capitán, y nos fuimos del ejército, que no era amigo de pelear; cuando amaneció estábamos lejos, cinco leguas del ejército; yo le dije que dónde íbamos; dijo que á Nápoles; con lo cual me cargó la mochila y me llevó á Nápoles, donde estuve con él algunos días, hasta que me ví en una nave que iba á Palermo.



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