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Adolfo Bioy Casares, la aventura de vivir1

Trinidad Barrera





«La complicidad es una ley de juego»

Una lectura de la obra de Adolfo Bioy Casares nos llevaría a sopesar los esfuerzos críticos por entender su escritura, centrados en la mayoría de las ocasiones en dilucidar las claves metafísicas que yacen en sus planteamientos fantásticos, ya desde el momento en que Octavio Paz, muchos años atrás, anunciara que «el tema de Bioy Casares no es cósmico sino metafísico».

Mi reflexión no pretende cuestionar los intentos que se han ido sucediendo, desde los años cuarenta hasta el presente, muchos de los cuales, loables por lo demás, se han limitado al análisis de aquellas novelas o cuentos en que lo fantástico tomaba cuerpo con pleno derecho al tiempo que se hacía un paréntesis con aquellos otros relatos en que la ausencia de lo fantástico parecía proclamar el descanso del escritor.

A mi entender, toda la escritura de Bioy tiene el mismo estatuto, ya se trate de lo fantástico o de lo amoroso, unión que se manifiesta espléndidamente no solo en La invención de Morel, el ejemplo al que siempre se acude, sino en la mayoría de sus creaciones de las que citaré el relato «Moscas y arañas», recogido en el volumen Guirnalda con amores (1959). Raúl Gigena y Andrea se casaron por amor, según nos dice el narrador. Por no contrariar a su amada, Raúl busca una casa en la que vivir juntos y solos, pero los gastos que les ocasiona la casa, demasiado grande para ellos, les llevan a convertirla en casa de huéspedes. La llegada a la pensión de una vieja inválida, Helene Jacoba Krig, a la que aceptan, pese al rechazo inicial, trastocará profundamente sus vidas, pues ésta se apoderará de Raúl y de Andrea, a través del sueño, haciendo que el nombre vea progresivamente a su mujer como un ser despreciable y que Andrea sienta cada vez más raro y desenamorado a su marido. En su afán de posesión amorosa, Jacoba actúa como araña que atrae irremisiblemente las moscas a su tela manejando las conciencias de la pareja en su provecho, hasta eliminar a Andrea, para quedarse con Raúl, el hombre del que se había enamorado. También aquí se admite el asesinato por amor, aunque la factura del relato sea más tétrica que en el caso de Morel.

La coherencia de la escritura de Bioy, dotada de un mundo propio, de claves precisas y originales en todo el conjunto de su producción literaria (novelas, cuentos, ensayos), se ha ido ganando la apreciación crítica, de forma pausada, pero firme, como prueba su reciente y merecido Premio Cervantes.

Escribir con deliberación y lucidez fue su meta desde 1940, fecha de publicación de La invención de Morel, novela con la que se inicia realmente su madurez literaria y con la que obtiene al año siguiente el premio Municipal de Buenos Aires. Largo y tendido se ha hablado sobre la historia de amor entre el isleño y Faustine, imagen tridimensional de la mano de Morel; sólo apuntaré que en esta novela están presentes muchas constantes futuras, el amor imposible, la soledad, la inmortalidad, la creación artística. A partir de ese momento su decir literario se fue dulcificando, agilizándose en la escritura, adelgazándose en sus temas, pero siempre van a estar el amor y el desamor como telones de fondo y la «grieta en la imperturbable realidad que a todos nos atrae» (HM)2.

Cinco años más tarde aparecería Plan de evasión, temible y terrible historia de los alcances «filantrópicos» de un gobernador de prisiones. Castel y sus ilusorios planes de «libertad» para los presos nos remiten a una metáfora sombría de la condición humana. Es probablemente la novela más erudita de Bioy, sólo comparable en este sentido al cuento «El otro laberinto» (TC).

Dentro de ese «plan de invención» -el término lo tomo de la antología de Marcelo Pichón Riviere- hay que incluir también los seis relatos que integran La trama celeste (1948). Gestados entre 1944 y 1948, es «El perjurio de la nieve» el más remoto en su origen, al menos en cuanto a la idea inicial, así como «El ídolo» es el punto de flexión de su escritura pues en él -y según palabras de Bioy- «se me soltó la mano».

Hay dentro de este libro relatos memorables por sus «tramas» fantásticas perfectamente urdidas; las nociones de tiempo, infinitud, espacio o inmortalidad son manejadas tan hábil como firmemente, formando una tupida red con los presupuestos sostenedores de sus dos primeras novelas.

Aunque sólo fuera por los relatos y novelas citados hasta este momento, Bioy Casares sería uno de los grandes renovadores del género fantástico. El concepto de literatura fantástica estaría así en el polo opuesto al de literatura realista y psicológica -recuérdense las precisiones de Borges en el prólogo a La invención-, caracterizada por la «invención» de acontecimientos que proclaman la posibilidad alternativa de otros mundos posibles, articulados gracias a conjeturas lógico-fantásticas sobre el universo, de ahí el sentido del título «trama celeste».

Pero su plan de invención no termina aquí, nuevas codas del tema aparecerán desde «Los afanes» a Dormir al sol, pasando por algunos relatos del volumen El héroe de las mujeres o Historias desaforadas.

En 1954 publica la que está considerada hasta el momento su mejor novela, quizás también su preferida, El sueño de los héroes. En ella se aprecia una vuelta de tuerca en su escritura, alejada por el momento de máquinas y prodigios científicos, no por ello menos prodigiosa, en su combinación de los tres tiempos, presente, pasado y futuro, en la vida de Emilio Gauna, su protagonista, cuyo viaje mental roza una fascinante aventura. «Lo que origine mi argumento -dice Bioy- es la ansiedad que sentimos cuando hemos perdido algo». Con El sueño se inaugura en Bioy lo que en la antología de Marcelo Pichón se califica como «El triunfo de la trama», predominio absoluto del narrador que reproduce y evoca el comportamiento lingüístico de sus personajes, ya sean nombres de barrio, como aquí, ya sean campesinos o puebleros como en otros muchos cuentos futuros. Sirvan como ejemplos los cuentos «El calamar opta por tu tinta» (El lado de la sombra) o «El héroe de las mujeres». El lugar privilegiado que adquiere el tema del sueño en esta novela tendrá también sus prolongaciones recurrentes en el futuro de su escritura ya sea en los cuentos o en la novela La aventura de un fotógrafo en La Plata.

En 1956 reuniría en volumen cinco cuentos, dos de los cuales, «Homenaje a Francisco Almeyra» y «Las vísperas de Fausto» ya habían sido publicados. Su título, Historia prodigiosa. En su segunda edición, 1961, agrega «De los dos lados». En todos los cuentos de este libro sigue campeando lo fantástico, ya sea a través de las reflexiones sobre el cielo y el infierno («Historia prodigiosa»), del tema de los peligros y la seguridad («La sierva ajena»), del vencimiento de la muerte («Las vísperas de Fausto»), la dicotomía cuerpo / alma y el más allá («De los dos lados») o una incursión en el pasado nacional de la época de Rosas («Homenaje a Francisco Almeyra»).

Del conjunto señalaría «De los dos lados», relato fantástico que brilla por su perfección estilística. Su depuración y economía de recursos ponen al lector en máxima tensión, desde el comienzo al final. En él aparece el tema de la infancia, no habitual en Bioy, y se centra en un triángulo amoroso muy peculiar, la niña Carlota, la niñera Celia y Jim, el hombre del que están enamoradas. Celia define a Jim «como un gato», que le enseña a practicar el «sonambulismo del alma» hasta que un día él se queda en el más allá. La soledad de Celia, adivinada por la niña, hace que esta le ayude a encontrarse con su amado, con el mismo ceremonial que Jim practicaba con ella, sujetarle el pulso hasta que dejara de latir. La unión de los tres hace sospechar a Celia que Carlota se les reunirá, por el mismo procedimiento, en el mundo de allá, algo que no parece entrar, de momento, en los cálculos de la niña. El rito y el juego se funden a lo largo de sus páginas. El viaje de Celia termina al asomarse al riesgo, a la trampa urdida por la muerte, alternancia de fascinación y horror. Celia realiza un acto de sacrificio como ofrenda de sí misma al misterioso dios, Jim, un destino que, Carlota, pese a su renuencia, no podrá esquivar tarde o temprano. Las reglas del juego tendrán que ser reestablecidas, aunque «la espera va a ser larga», según palabras de la niña. De nuevo el tema de la unión con la persona amada en un mundo distinto que escapa a la percepción humana habitual.

Un tercer momento en la narrativa de Bioy lo constituye la publicación de un libro singular, en 1959, Guirnalda con amores. El volumen está formado por «fragmentos» -así los llama el autor- que recogen pensamientos, anécdotas, aforismos y reflexiones sobre la vida y sus preocupaciones, ya sean de orden literario o personal. Intercaladamente completan el volumen trece relatos y un poema final.

La novedad de este libro es doble. Por un lado su curiosa disposición, por otro, la índole de los relatos incluidos que ya su autor en el Prólogo los califica, llana y simplemente, de «historias de amor». «El elemento sobrenatural, preponderante en mis narraciones previas, en la presente colección apenas determina un desenlace» (10). Se está refiriendo lógicamente a un cuento que cité al principio, «Moscas y arañas».

Los fragmentos del libro nos van a poner en la pista del creador de forma directa: «El mundo es inacabable, está hecho de infinitos mundos, a la manera de las muñecas rusas... En el amor, en la cárcel o en el hospital recordemos que afuera hay otros mundos» (37-38) es un principio que guía especialmente sus primeras novelas y cuentos, de lo que podría ser buen ejemplo el relato «La trama celeste». «La vida es un juego en que todos jugamos» (78), permite entender buena parte de sus relatos de amor y muy encarecidamente «El don supremo» (GS), donde el tenista ve recompensado su juego y donde la palabra «juego» adopta un doble significado, el literal y el metafórico que explica la actuación de Margot y su lúdica recompensa.

«Que tu vida se asemeje a una descripción de tu vida» (80) es una pauta que gobierna su escritura y le permite la unión de vida y literatura, pues «por las digresiones entra en los escritos la vida» y la obra no es sino el espejo del creador: «¡Oh cuaderno de anotaciones diarias, oh implacable espejo de nuestra pobreza mental!, para corregirte debemos corregirnos, para enriquecerte, enriquecernos». Bioy apunta aquí a la tarea que precisamente le ocupa en la actualidad, la elaboración de un libro de memorias, cuyos apuntes, al menos por las muestras que he podido leer, están en la línea de las reflexiones de Guirnalda con amores.

Una voluntad de superación continua marca su labor: «¡Oh la obra futura, la que planeamos con lucidez y deliberación!», aunque el camino elegido no es siempre fácil, «Cada frase es un problema que la próxima frase plantea nuevamente», sin que por ello deje de ser una tarea complaciente: «La disciplina en que somos eruditos nos agrada. En ella asistimos al diestro ejercicio de nuestra inteligencia. En ella nos agradamos».

En las historias de amor de Guirnalda, donde por lo demás se aprecian cuentos muy breves, algo así como apuntes que en otros relatos va a desarrollar con más extensión, nos encontramos abiertamente con la vida en sus diversas inflexiones. Bioy repasa las posibles combinatorias de las relaciones de pareja y sus pequeñas complejidades, haciendo que cada elemento entre en juego con su opuesto, el amor y el desamor, la fidelidad y la infidelidad, la rutina y el cambio. Dichas constantes serán comunes a sus futuras historias de amor.

En «Encrucijada», un hombre pierde el amor de su pareja sin que por ello consiga el de la nueva conquista, así como en «Todas las mujeres son iguales» la fidelidad de Margarita hacia su marido lleva implícita la infidelidad, hecho habitual en otros relatos de amor de Bioy, por ejemplo en «La tarde de un fauno» (GS). La rutina y el cambio se materializan en «Un sueño», aunque su expresión más cabal quizás sea «Una guerra perdida» (HM).

A propósito de la situación que plantea «Encrucijada» habría que matizar con las palabras de Bioy que, «en amor gustar y no gustar, dejar y ser dejado, son las suertes ordinarias, que debemos acatar con naturalidad, sin orgullo y sin amargura» (GA, 113). Del mismo modo, para explicar la simbiosis fidelidad / infidelidad en la pareja viene al caso aquella otra reflexión: «los enamorados más fieles, aquellos que se entregan más generosamente, traicionan por principio, para rescatarse un poco» (GA, 112).

A partir de este libro se hace más patente en su narrativa que «vivir implica enfrentarse a la aventura y al peligro». Sus protagonistas masculinos, que nunca hasta este momento fueron más reales, afrontan las situaciones más inverosímiles cuanto más deseadas, aunque una nota de cobardía ponga con frecuencia el punto final, mientras que las mujeres revelan una capacidad envolvente y dominadora de la situación. Son desconcertantes e imprevisibles y el intentar comprenderlas no es sino una utopía para el varón, pues como dice en «Ad porcos» son «las anarquistas que dislocan la civilización». De todos modos ellos y ellas atraen poderosamente al lector que, con frecuencia, se encuentra reflejado en alguna de las múltiples variantes que sus relatos ofrecen.

En los relatos de amor, que a partir de este libro serán piezas fijas de sus volúmenes de cuentos, El gran Serafín (1967), El héroe de las mujeres (1978) e Historias desaforadas (1986), se perfila también un modelo masculino especial, cargado de ingenuidad, doméstico en sus deseos (obsesionado por comer o dormir), eternamente sorprendido ante la conducta femenina y lleno de vacilaciones y temores antes de emprender la aventura. Dice Bioy en uno de sus relatos: «Siempre uno está expuesto a lo inesperado, así que para el cobarde hay un solo consejo: la cucha. No salir de la cucha» («De la forma del mundo»).

También a este propósito resulta válida una de las reflexiones de GA; «Desde mis primeros recuerdos tuve el sueño de la Madriguera de Kafka; hacer una cueva con amplias reservas de alimentos e inexpugnables defensas y retirarme a ella y gozar de la sensación de seguridad. También, desde chico, he cavilado sobre lo insuficiente de todas las reservas y lo precario de todas las defensas; he comprendido con vana inquietud que las mismas virtudes que recomiendan un sistema de protección, lo hacen más vulnerable» (p. 143). Esta sensación de repliegue que, con frecuencia, anuda los finales de sus historias amorosas, quedaría así explicado. El final del relato «Todas las mujeres son iguales», «Con pena en el corazón la vi alejarse, pero la verdad es que a esa hora yo solo podía pensar en mi cuarto y en mi cama», nos devuelve a nuestro protagonista a su madriguera confortable y segura, al tiempo que nos trae el recuerdo de la cotidiana y doméstica aventura de vivir, porque ¿quién, después de haberse aventurado por caminos complicados, no piensa con lo bien que estaría yo ahora durmiendo en mi cama!?

En 1962 publica otra nueva colección de relatos, El lado de la sombra, donde la fantasía y el amor corren paralelamente, aunque predominan las tramas fantásticas. Son diez piezas, entre las que destacaré concretamente dos, «El calamar opta por su tinta» y «Carta sobre Emilia». El primero está ambientado en un ámbito rural, espacio que va a aparecer con frecuencia en los relatos posteriores, y se destaca por el conocimiento que su autor muestra de la sicología campesina, al tiempo que hilvana una insólita trama, la aparición de un extraterrestre en un olvidado pago. Sobresale en el texto un tono sarcástico, habitual en muchos de sus relatos, una sonrisa de indudable cariño ya que el humor y la ironía que Bioy deposita en algunos de sus temas o tratamientos de personajes están dotadas de sincero sentimiento.

En «El calamar... » como en «Un león en el bosque de Palermo», se dirime el tema del coraje o valor, con el mismo tono sarcástico, relato que nos recuerda «El héroe de las mujeres». El extraterrestre en aquella zona causa la misma perplejidad que el tigre que hace su aparición en la «isla de barro» del campo argentino.

«Carta sobre Emilia» es un relato de amor sobre el intercambio de papeles en una pareja, pero no se trata de un intercambio habitual, ya que Emilia, que mantiene relaciones con dos hombres al mismo tiempo, adopta la personalidad de uno de ellos, cuando está en presencia del otro. Junto con «La obra» y «Paradigma» figuran en la antología Historias de amor. De todos los cuentos incluidos en este libro Bioy muestra preferencia por «Los afanes», coda de La invención de Morel, ya anunciada en «En memoria de Paulina». Su protagonista es también un «inventor», Eladio Heller, que consigue con su curioso invento de bastidores crear repeticiones fantasmales con la facultad de pensar. Un esfuerzo más en el camino de la inmortalidad.

En 1967, los relatos incluidos en El gran Serafín mostrarán de nuevo la alternancia entre lo fantástico y el sentimiento amoroso, pero, a mi entender, es aquí donde se encuentran algunos de los mejores relatos de amor; «Confidencias de un lobo», «Ad porcos», «El don supremo» y «La tarde de un fauno» merecen figurar en cualquier antología del género. En el orden fantástico estarían «El gran Serafín», «El atajo», «Los milagros no se recuperan», «Las caras de la verdad», «El solar» y «Un perro llamado dos».

Con escasas excepciones el elemento recurrente más significativo de estos relatos es el viaje. En el curso de estos viajes ocurre lo inesperado (relatos fantásticos) allí donde en los relatos de amor tiene lugar la aventura galante, aunque no debemos olvidar las palabras del autor a propósito: «Siempre el viaje es más o menos ilusorio, nada hay nuevo bajo el sol» (142, GA). Un poco lo que les ocurre a esos protagonistas cuyo traslado a otra ciudad les hace ilusoriamente pensar que sus vidas van a dar un vuelco total.

«Confidencias de un lobo» y «Ad porcos» coinciden en la presencia de una segunda mujer que, respectivamente sacarán a esos ingenuos protagonistas masculinos de su error respecto al tipo de mujer conquistada con anterioridad. El club social, lugar de encuentro de estos frustrados donjuanes, presente directa o indirectamente, es, por lo general, lugar de conquista, como en «El don supremo» y «Ad porcos» o lugar donde se refieren las conquistas a los contertulios («El don supremo», «Ad porcos», «El atajo» y «Confidencias de un lobo»). Cumple la misma función que el hotel, lugar de conquista y comentario («La tarde de un fauno», «Confidencias de un lobo»). Habitualmente los logros se consiguen en viajes hechos por los protagonistas; en «El don supremo», por ejemplo, las curiosas consecuencias de una fugaz aventura abocan a nuestro protagonista a un viaje que, aunque previsto de antemano, se ve obligado a adelantar para poner tierra por medio, ante la amenaza del marido. Siempre, como resultado, la dificultad para mantener una relación de pareja estable. Realmente no se busca el amor, sólo la distracción con el sexo opuesto.

Una sutil ironía impregna las aventuras galantes, un distanciamiento entre irónico y sentimental que provoca un curioso efecto de acercamiento en el lector. El racionalismo que afecta a los comienzos de su vida literaria se encuentra compensado por la importancia que, cada vez más fuerte, empiezan a tener los sentimientos; sin embargo, razón y sentimiento no son elementos fáciles de divorciar en cada una de sus obras, ya desde La invención de Morel.

En 1969 publica otra nueva novela, Diario de la guerra del cerdo. Es probablemente la que ha pasado más desapercibida por la crítica, yo diría que por su temática. En ella se plantea lúcidamente el conflicto generacional, desde la óptica de la vejez, con una postura ecléctica que volverá a aparecer en cuentos posteriores de El héroe de las mujeres, concretamente «De la forma del mundo», «Lo desconocido atrae a la juventud» y «El héroe de las mujeres».

Entre lo real y lo fantástico, Bioy, preocupado por el tema de la inmortalidad desde sus primeros escritos, acude a la ficción «científica» para encontrar salidas utópicas, a ello responde su novela Dormir al sol (1973) o los cuentos «Otra esperanza», «Una puerta se abre» y «El jardín de los sueños» (HM). En la novela, el doctor Reger Samaniego experimenta con Diana una novedosa forma de mutación de carácter, gracias a la ayuda de una perra; en «Otra esperanza», se ejemplifica cómo la utilización del dolor humano puede ser fuente de energía eléctrica, mientras que en «Una puerta se abre», la hibernación de Carmen se plantea como la solución futura a los problemas inmediatos del individuo, algo menos trágico siempre que el suicidio. «El jardín de los sueños», aunque catalogado como relato de amor, participa también de estos «experimentos» con los seres humanos, ya que el doctor Veblen cura la neurosis de los ricos con sueños, «que se curan por el gusto de pagar un montón de pesos».

Las connotaciones de utopía / distopía atraviesan así su narrativa como un eje que une sus dos primeras novelas y el relato «Los afanes» con esta última parte de su producción que estoy comentando. Aventuras sobre el futuro que, como dice el narrador de «Una puerta se abre», «era mundo bastante aterrador y melancólico».

En 1978, un nuevo volumen de relatos, El héroe de las mujeres, viene a reunir ocho piezas, tres de las cuales, «La pasajera de primera clase», «Una puerta se abre» y «El jardín de los sueños», habían sido incluidas en sus historias fantásticas e Historias de amor, respectivamente.

En el cuento que da título al volumen se dice:

Aún a los narradores de relatos fantásticos les llega la hora de entender que la primera obligación del escritor consiste en conmemorar unos pocos sucesos, unos pocos parajes y, más que nada, a las pocas personas que el destino mezcló definitivamente a su vida o siquiera a sus recuerdos. ¡Al diablo las Islas del Diablo, la alquimia sensorial, la máquina del tiempo y los mágicos prodigios! nos decimos para volcarnos con impaciencia en una región, en un pago, en un entrañable partido del sur de Buenos Aires


(147).                


Palabras que se podrían unir a las del narrador de «Una puerta se abre»: «lecturas, que en otro tiempo lo entretuvieron, como la historia de la máquina del tiempo y demás fantasías en que algún viajero se aventuraba en el futuro, que era mundo bastante aterrador y melancólico» (130). Declaraciones que no son más que una red ilusoria, pues, si bien el punto de partida habitual, en varios de estos cuentos es la ambientación plenamente realista, de «sabor local» en algunas ocasiones, sucesos enclavados en una topografía rural; la narrativa de Bioy no se agota en la captación, precisa y brillante, del mundo rural. En esos pagos, campesinos y provincianos, acechará igualmente lo increíble, dentro de una variada gama de motivos que van desde la ciencia-ficción a la metamorfosis. ¿Cómo explicar, si no, ese extraño túnel en «De la forma del mundo» que permite trasladarse en el espacio, en un tiempo «record», desde Buenos Aires a Uruguay? (Los que hemos hecho el viaje sabemos lo complicado y largo que puede ser este traslado en relación con una distancia relativamente corta).

Como se ha dicho anteriormente, los «experimentos científicos» con seres humanos dominan «Otra esperanza», «Una puerta se abre» y «El jardín de los sueños», mientras que «Lo desconocido atrae a la juventud» maneja el tema del sueño premonitorio, mezclado a la hipnosis y la quiromancia como posibilidad de salvación para Coria. El sueño, tema preciado desde su tercera novela, adquiere en los relatos de este volumen una importancia excepcional, sobre todo en «Lo desconocido... », «El jardín... » y, muy especialmente en «El héroe de las mujeres», donde Verona «ve» lo mismo que Lartigue «sueña»: Laura les ha sido arrebatada por el hombre-tigre.

A lo largo de las páginas de estos relatos, los narradores respectivos nos irán deslizando sutilmente desde la realidad a la irrealidad, la fantasía o el sueño, para volver más tarde al mundo real, quedando lo maravilloso o fantástico allí constatado como un ingrediente más de la experiencia del que los agentes de estas historias serán los primeros en sorprenderse. Así puede hablarse de la perplejidad de Correa, al comprobar el «extraño túnel»; de la sorpresa del enfermero ante el experimento del director del Sanatorio en «Otra esperanza»; de la del periodista de «El jardín» al conocer las extrañas curaciones del doctor Veblen, etc., etc. En otros casos, lo insólito es aceptado con estoica conformidad, e incluso con naturalidad; son los casos de la adinerada dama de «primera clase» y del marido cuya «guerra estaba de antemano perdida» frente a la sorprendente, que no fantástica, manía que las sucesivas mujeres de su vida adoptaban («Una guerra perdida»).

Como es frecuente en otros relatos del escritor, el elemento unificador de estos relatos es el enfrentamiento de sus personajes a situaciones imprevisibles que, de alguna forma, ponen en riesgo su sistema de vida, su tranquilidad o su «estatus» social o mental. Metáfora del destino del hombre, ya aparecía el tema en «El gran Serafín», «Un león en el bosque de Palermo» o El sueño de los héroes, entre otros muchos ejemplos. Las diversas formas que el «peligro» reviste son el contrabando, el dolor, la rutina de las relaciones de pareja, la mafia local, la cárcel, el stress o el tigre y deberán ser afrontadas desde el tenso enfrentamiento del individuo y su desvalimiento. El miedo, el temor, el remordimiento atenazan a ellos, mientras que ellas muestran la fortaleza de las «heroínas de Stendhal», son activas, toman decisiones con rapidez y dominan con soltura las más peregrinas situaciones.

El tema del aislamiento del individuo aparece reflejado literalmente y también en un sentido metafórico. El simbolismo del espacio es una constante en casi todos ellos que, repetidamente, hablan de «islas».

De todos estos relatos voy a destacar el que da título al volumen porque en él se plantea un curioso triángulo amoroso en el que los dos varones serán burlados por Laura. Dicho relato se nos antoja una parodia de la películas de cow-boy de las que Verona y Lartigue se confiesan entusiastas. Concretamente refieren el argumento de una de ellas que será, casi, el final de su propia aventura personal:

Estaban seguros de que la heroína huía con alguien, a caballo, después de una famosa trifulca entre el encargado del bar, que tenía un chaleco muy paquete, con dibujos bordados, y un parroquiano que ocultaba en la bota debajo del pantalón, una daga chiquita


(161).                


La búsqueda del tigre sirve para desenmascarar el orgullo varonil y el peligro de los juegos, pues aquí se cumple la máxima de que «el que juega con fuego puede quemarse» ya que «el héroe de las mujeres no es siempre el héroe de los hombres».

En 1985 Bioy publica su, hasta ahora, última novela, La aventura de un fotógrafo en La Plata, la alucinante aventura de Nicolás Almanza. Lo fantástico domina el texto por la fusión de lo real y lo irreal. El contenido realista, cimentado en un lenguaje coloquial, en personajes rurales y urbanos, alusiones a bares, calles, edificios, configuran una escena real y reconocible, pero allí se introducirán elementos extraños, oníricos sobre todo, que perturban el orden real, creando una ambigüedad evidente.

El viaje, la aventura y el amor forman aquí la tríada inseparable de la escritura de Bioy, a las que habría que sumar la importancia del sueño y la fotografía. La aventura [...] es un relato plural, más complejo de lo que en una primera lectura pudiera parecer, donde se exhiben sentidos complementarios y, a la vez, metafóricos, tales como la naturaleza onírica del arte o bien la interrelación vida / arte / sueño / fotografía, variante de la premisa vida / literatura / sueños / escritura. El poder del artista para fabricar nuevas realidades a través de la fotografía adquiere una importancia excepcional en el libro, al tiempo que permite que el mundo real y el fantástico se invadan.

La realidad creada con la cámara de Almanza es, al final del relato, la única realidad y lo único que queda incólume: la pasión por el arte, la salvación por la fotografía. El caleidoscopio que Julia le regala antes de la partida, movible, multiplicador de sus formas geométricas, viene a ser el símbolo de la realidad fantástica.

Diez relatos integran el libro, Historias desaforadas, donde volvemos a encontrar los temas permanentes de su escritura, los sueños, el doble, el viaje, la imposibilidad del amor, la inmortalidad. Situaciones fantásticas y realistas van dándose la mano a lo largo de sus páginas, marcando con más ahínco la incredulidad de sus personajes para aceptar lo increíble. En este sentido me parece digno de destacar el relato «Un cuarto sin ventanas» donde nuestro turista en Berlín accede, a su pesar, a una curiosidad acariciada desde la infancia, conocer el límite del universo, tal y como lo había imaginado.

La inútil búsqueda de la mujer única tiene en «Trío» un exponente más que puede unirse a sus «Relatos del fauno», a esas maravillosas y cotidianas historias de amor a las que Bioy ha dado siempre un lugar privilegiado en su escritura, mostrando un conocimiento cabal de las formas de comportamiento hombre / mujer, en sus relaciones diarias.

Una nueva colección de relatos viene a sumarse, hasta el momento, al conjunto, La muñeca rusa (1991) libro integrado por seis impecables narraciones que corroboran una vez más la madurez de este escritor que vuelve a tocar, con un soplo de magia, sus temas predilectos. La atmósfera inquietante de «El atajo» se adelgaza de argumento en «Un encuentro en Rauch». La versatilidad de las mujeres que Bioy desgrana a lo largo de tantos cuentos («Una guerra perdida» puede ser buen ejemplo) halla en el molde del diario de «Nuestro viaje» una forma sutil de representación. En «Una muñeca rusa» y «Bajo el agua» la fantasía sirve de respuesta a los problemas amorosos, sobre todo en este último, que nos lleva al mundo inquietante de «De los reyes futuros». En uno u otro la metamorfosis en salmón o foca ilustra la fantasía con la genética y la evolución que Bioy ha ensayado en otras novelas y cuentos.

Si la impecable escritura es uno de los logros más sobresalientes de esta nueva colección de relatos, no menos cierto es que en la concisión verbal de algunas de estas muestras, que en otro lugar calificamos de «estampas», se revela una auténtica maestría en la escritura.

Si tuviese que señalar los puntos esenciales de la obra de Bioy diría que son tres, su argentinismo, su lenguaje y su preocupación por la vida humana que da un carácter universal a sus temas por encima de su nacionalidad de origen.

Algunos críticos, basados en novelas y cuentos en los que Bioy se ocupaba de temas fantásticos, en relación con ficcionales máquinas y aparatos, quisieron encasillarlo como autor desprendido de su realidad, aludiendo a un cosmopolitismo intelectualista que desvirtuaba el profundo sentimiento humano que respira siempre su escritura.

Bioy Casares es un escritor de escenarios y personajes esencialmente argentinos, que no se aventuran en sus desplazamientos más allá de lo que el propio autor conoce o ha visitado, pero aún en esos viajes, en los que Uruguay tiene un papel privilegiado, el criollo está presente con su sicología, su nostalgia y su profundo amor por lo propio, ¿no es acaso buen ejemplo ese grupo de turistas que visita Francia, en «Confidencias de un lobo» que siente la necesidad de reunirse por las noches en el cuarto del hotel para matear o evocar tangos y, en definitiva, para hacer más llevaderas sus nostalgias de desplazados? Bioy los evoca sin chovinismos, riéndose de lo que más se quiere; no desperdicia la ocasión de comentar, cuando cree oportuno, los defectos del orgullo nativo: «La circunstancia pinta al argentino que, recorre Europa como la palma de la mano, pero con tal de no visitar las maravillas del país declara que todo kilómetro es polvoriento y que todo ferrocarril es una calamidad».

Si bien Buenos Aires es un escenario privilegiado en su obra, no menos cierto es que los desplazamientos de escenario, a lo largo y ancho del país, han dejado memorables relatos en los que Bioy se nos manifiesta como un maestro de la sicología del campesino, al que dota del lenguaje apropiado, con naturalidad, sin pedantería ni excesos de pintoresquismo. Eleva a lo literario el habla conversacional.

El lenguaje de Bioy va unido, a menudo, a la ironía y el humor, ya se trate de personajes cultos o incultos. Precisamente esta cualidad provoca una de las mayores satisfacciones a los lectores. Las situaciones más inquietantes o comprometidas están matizadas con este efecto, ya sea la ironía verbal, la más frecuente quizás, que lleva al narrador de «Otra esperanza» a comentar: «Mientras tanto, saber que nuestro dolor sirve ¿no es el más hermoso consuelo?». O la ironía mezclada con el humor que hace a muchos personajes preocuparse por lo nimio en momentos realmente apurados. En «De la forma del mundo», Cecilia, mientras llora por el abandono de su marido, no deja de comer. «Mucho llanto, pero buena disposición, pensó Correa».

«El más íntimo encanto de la aventura nos llega por la enunciación de las circunstancias domésticas que le rodean», dice Bioy. Así el protagonista de «Ad porcos», estando con Perla se dice: «y graduaba la gloria para que no durara más allá de las dos de la mañana, hora en que cierra el restaurant».

Como Woody Allen en su cine, maneja el humor para hacer que las personas vivan una mejor experiencia, que rían pero también reflexionen sobre una serie de cosas, aunque me atrevería a afirmar que es con el cine de Eric Rohmer que sus historias de parejas muestran mayor paralelismo.

Tras la lectura de la obra de Adolfo Bioy Casares se saca la conclusión de que este escritor ha trazado un inteligente y, al mismo tiempo, tierno panorama de la vida que indaga en el corazón del hombre y en su dualidad constitutiva, el espíritu y la materia, la carne y el alma. Las necesidades fisiológicas no tienen por qué ser menores que las del espíritu y así ha sabido transmitírnoslo a través de sus novelas y cuentos.

Bioy muestra a sus personajes «desde cerca y hondo y a la vez guardando esa distancia, ese desasimiento que decide poner entre algunos de sus personajes y el narrador», dejó dicho Julio Cortázar, entre la admiración por el escritor y la estima por la persona.

Dice Bioy que: «Cuando me releo descubro, con bastante dolor, que yo también tengo mis temas. Unos pocos, a los que siempre vuelvo. Es como si uno creyera que se aventura por muchos caminos y muchos parajes, y en realidad traza un recorrido de caballo de noria». Creo que es así, pero sin dolor, con alegría. A todo lector le gusta reconocer a su autor, reencontrarse con él en un nuevo relato o en una nueva novela. Poco importa que se traten otra vez los mismos temas, es lo que han hecho los grandes escritores de todos los tiempos, porque la emoción, las vibraciones son independientes y tendrán entonces la misma fuerza que la primera vez que se le leyó.

La lectura de Bioy Casares es un ejercicio continuo para la actividad imaginativa, una lección de estilo que se convierte en una lección de vida.






Obras citadas

  • Bioy Casares, Adolfo, La invención de Morel, Buenos Aires: Losada, 1940.
  • —— Plan de evasión, Buenos Aires: Emecé, 1945.
  • —— La trama celeste, Buenos Aires: Sur, 1948. Abrev. TC.
  • ——El sueño de los héroes, Buenos Aires: Losada, 1954.
  • ——Historia prodigiosa, Buenos Aires: Emecé, 1961, 2.a edic.
  • ——Guirnalda con amores, Buenos Aires: Emecé, 1959. Abrev. GA.
  • ——El lado de la sombra, Buenos Aires: Emecé, 1962.
  • ——El Gran Serafín, Buenos Aires: Emecé, 1967. Abrev. GS.
  • ——Diario de la guerra del cerdo, Buenos Aires: Emecé, 1969.
  • ——Dormir al sol, Buenos Aires: Emecé, 1973.
  • ——El héroe de las mujeres, Buenos Aires: Emecé, 1978. Abrev. (HM).
  • ——La aventura de un fotógrafo en La Plata, Buenos Aires: Emecé, 1985.
  • ——Historias desaforadas, Buenos Aires: Emecé, 1986.
  • ——La muñeca rusa, Madrid: Tusquets, 1991.
  • Cortázar, Julio, Deshoras, Madrid: Alfaguara, 1983.
  • Martino, Daniel, ABC de Adolfo Bioy Casares: Buenos Aires: Emecé, 1989.
  • Paz, Octavio, Corriente alterna, México: FCE, 1967.
  • Pichón Rivière, Marcelo, La invención y la trama, México: FCE, 1988.


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