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Jaime FERNÁNDEZ, Maniobras de distracción

La Isla de Siltolá, Sevilla, 2018, 107 págs.

El pesimista es espectador. El optimista, espectáculo.


Las pequeñas ilusiones nos protegen de las grandes.


No son de fiar los sentimientos que encuentran pronto las palabras.


Conducimos el automóvil de la Razón sin pensar que el camión de lo Absurdo pueda estrellarse contra nosotros.


Seremos felices en la medida en que fijemos unos límites a nuestras a nuestros deseos y expectativas. Felicidad es limitación.


El hombre, por el mero hecho de querer ser más que hombre, pierde humanidad.


El Romanticismo sacó al Yo del patio de butacas para subirlo al escenario. Desde entonces no ha habido forma de hacerlo bajar.


Los propósitos, como las promesas, se arruinan en cuanto se los proclama.


Mirar es descomponer lo visto.


El olvido avanza sin rumbo cierto, como un sonámbulo.


Hablando con las personas se pasa el rato. Se conversa con los libros.


Las soluciones a los problemas de hoy son los problemas de mañana.


La muleta del lenguaje permite moverse al cuerpo inválido del pensamiento.


La extrañeza, ese sentimiento tan familiar.