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Alberto Lista y Aragón

Biografía de Alberto Lista

Biografía

Alberto Lista, figura señera de las letras españolas de finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX, nació en el sevillano barrio de Triana, el 15 de octubre de 1775. Pese a que el primer apellido del escritor es Rodríguez, Lista nunca lo utilizaría en sus escritos. Su padre, Francisco Rodríguez de Lista, tenía el oficio de tejedor. La madre se llamaba Paula de Aragón y Pérez Oliveros, y pertenecía a una familia campesina de La Algaba, situada en una llanura del norte de Sevilla, entre el Guadalquivir y la ribera de Huelva. Fue bautizado en la parroquia de Santa Ana situada en una de las calles más clásicas del barrio de Triana. Durante sus primeros años de adolescencia Lista alternará el trabajo en el telar de seda de sus padres con los estudios de Filosofía y Teología.

Las semblanzas biográficas y literarias realizadas en vida del autor, como la llevada a cabo por Eugenio de Ochoa, Francisco Pérez de Anaya y Antonio Ferrer del Río, inciden con especial atención en los iniciales episodios biográficos y literarios de Lista, especialmente la obra debida a Francisco Pérez de Anaya, sevillano y compañero de redacción de Lista en varias publicaciones periódicas. En 1845 publicó una primera versión de la biografía de Lista que formaría parte de la célebre Galería de Españoles Célebres, y aún más tarde, 1848, aparecería de forma independiente en volumen. En su Biografía, precedida de una colección de poesías inéditas, incide en los episodios más relevantes de su vida. Indica Pérez de Anaya que en la Universidad de Sevilla estudió filosofía, teología y cánones, habiéndose graduado de bachiller en las dos primeras facultades. Simultáneamente estudió matemáticas en los estudios de la Sociedad Económica de Amigos del País, siendo discípulo del célebre Pedro Henry. A los quince años sería nombrado profesor de matemáticas en dicha sociedad y a los veinte ocuparía la cátedra en el Colegio de Náutica de San Telmo. En el año 1803 obtendría por oposición la cátedra de Filosofía en el Colegio de San Isidoro; en 1806 estaría adscrito a la cátedra de Humanidades, fundada por la Sociedad Económica de Amigos del País, y en el año 1807 sería nombrado catedrático de Retórica y Poética en la Universidad de Sevilla.

En la referida Biografía de Pérez de Anaya se señala que la primera vocación de Lista fue el estudio de las matemáticas, sin desdeñar la literatura, especialmente, la poesía. Las primeras nociones de literatura las recibió de su amigo Manuel María de Arjona, que con anterioridad había fundado una academia literaria denominada Horaciana. En el año 1793 se crearía en Sevilla la Academia Particular de Letras Humanas, cuyo principal mentor sería Reinoso Roldán, que al igual que la anterior academia tenía un profundo carácter humanista y una clara tendencia hacia la poesía, elocuencia sagrada y disertaciones sobre la historia eclesiástica. Pérez de Anaya analiza también varios episodios referidos a los albores del siglo XIX, especialmente los protagonizados por la ocupación francesa y la posterior diáspora de los afrancesados. En 1813 Lista abandonó España para refugiarse en Francia, fragmentándose la diáspora en varios grupos o fracciones. Tanto Cambronero, como Gorostiza y el propio Lista serían los responsables de dichos grupos obligados a emigrar a Francia por sus ideas políticas. Estos episodios, así como sus vivencias en Francia, regreso a España y publicación de sus poesías, completan este panorama biográfico de Lista. Monografía que incluye también un corpus poético cuyo título es La Inocencia perdida (Canto heroico).

La célebre Galería de la Literatura Española de Antonio Ferrer del Río aporta también un material noticioso de relativo interés. En ella se comenta episodios juveniles y de adolescencia en su Sevilla natal, como sus reuniones con jóvenes intelectuales y poetas de la época que profesaban una manifiesta devoción por Garcilaso, Fray Luis de León, Herrera, Rioja, Meléndez Valdés, Moratín, Jovellanos, entre otros. El estudio de Ferrer del Río revela las preferencias literarias de una generación adscrita una corriente ecléctica que asume la riqueza de la poesía renacentista y neoclásica, sin desdeñar las nuevas aportaciones o creaciones literarias surgidas en los inicios del segundo tercio del siglo XIX. Por ello, es por lo que Ferrer del Río elogia la huella de Fray Luis de León en Lista, especialmente a las poesías religiosas. Galería de la Literatura que incluye las distintas facetas de Lista, desde sus juicios críticos sobre la poesía española de su época, hasta traductor y crítico de las corrientes estéticas de la literatura española y europea.

Eugenio de Ochoa en su Noticia Biográfica –que incluye una serie de referencias a sus publicaciones periódicas y ediciones de sus obras– destaca de Lista su don ingénito por la enseñanza, por su didactismo y vocación singular, por trasmitir sus conocimientos a los jóvenes alumnos. El propio Ochoa, rememorando sus años juveniles indica que «en las claras noches de verano nos llevaba a las alturas que rodean a Madrid, y nos iba explicando, sorprendiéndolas, por decirlo así, en la bóveda estrellada, las leyes del mecanismo celeste y las maravillas de la creación; otras veces, engolfándose en las cuestiones literarias, su tema favorito, desplegaba en ellas toda la frescura de una imaginación de veinte años, y a la par que nos instruía en los preceptos del arte, nos embelesaba con su elocuencia de oro» (1875: 269). Texto que resume su peculiar comportamiento como educador, como docente e intelectual. Aptitudes que se complementaban con otras poco comunes en su época, como en la referente al trato personal con los alumnos. El propio Ochoa refiere cómo Lista engarzaba, en ocasiones, sus doctas conferencias con festivos episodios, momento en que «desaparecía el maestro y quedaba solo el compañero, el hermano; pero revestido siempre de la autoridad de un padre. Desde la primera lección nos tuteaba a todos; no parecía sino que, su mente, el ejercicio de la enseñanza debía establecer por necesidad entre el maestro y sus alumnos una especie de parentesco intelectual, al que él, por su parte, nunca fue infiel» (1875: 269). Ochoa y los biógrafos del siglo XIX destacaron siempre de Lista su magisterio, su influencia en las generaciones nacidas en los albores de dicho siglo. Influjo que discurre a través de múltiples disciplinas, desde las matemáticas hasta la crítica y creación literaria. En todos estos apuntes biográficos se destaca también su exilio, su posterior regreso a España y los diversos centros de estudios donde ejerció la docencia. Cabe recordar a este respecto que Lista tuvo bajo su magisterio excelentes alumnos que más tarde formarían parte de la intelectualidad española. Estudiar bajo su magisterio equivalía a gozar de una docencia desconocida hasta entonces en los centros más selectos de la época. Alumnos suyos fueron Ventura de la Vega, Roca de Togores, Espronceda, Eugenio de Ochoa, Felipe Pardo, Santiago Diego Madrazo, Agustín Durán, Amador de los Ríos, los hermanos Clemencín, Bécquer. Hombres de estado e ilustres militares serían también discípulos de Lista, como los generales León, Navarrete y Mazarredo, o los políticos Alejandro Mon, Castillo y Ayensa. Las familias más pudientes encomendaban a sus hijos a su magisterio, como los duques de Osuna, el conde de Altamira, el duque de Rivas. Con razón sus biógrafos y, especialmente, sus discípulos le consideraban como un nuevo Sócrates que ejercía su magisterio en todos los conocimientos del saber humano.

Uno de los puntos más controvertidos y comentados por la crítica se centra en la invasión francesa y en la actitud de Lista con respecto a Francia. Para algunos biógrafos este episodio es prácticamente silenciado, disculpado e, incluso, justificado. Es evidente que Lista fue claro defensor de la causa nacional, tal como se constata en colaboraciones insertas en El Semanario Patriótico y en El Espectador. Compuso su célebre Oda a la victoria de Bailén y redactó, igualmente, la proclama en la que la Junta de Sevilla notificaba a los españoles el triunfo sobre los invasores. Pese a ello, Lista se puso al servicio de los franceses cuando el ejército napoleónico se asentó en Sevilla. Es necesario reflexionar sobre este hecho para entender la actitud del propio Lista. Es claro, tal como se constata desde los inicios de su propia formación intelectual, que Lista es un liberal convencido, un intelectual afrancesado, como en el caso de Moratín o Jovellanos, consciente de que la monarquía napoleónica podría albergar las ideas reformistas de los liberales conducentes a la consecución de una monarquía parlamentaria, tal como ocurriría años más tarde en el Trienio Liberal (1820–1823) en el que Fernando VII se vio obligado a jurar la Constitución. Lista, ya en época temprana, desde las páginas del periódico El Espectador Sevillano fue uno de los principales adalides de la monarquía parlamentaria y como liberal estaba convencido que sólo mediante un radical giro de rumbo de la monarquía podría cambiar el entramado social de España, especialmente en lo que correspondía al sentido y actitud de la Iglesia. Esto podría explicar su cambio de actitud frente a la invasión napoleónica, pues al igual que otros ilustrados, Lista era consciente de que sólo bajo el régimen napoleónico era posible el cambio. Por el contrario, el despotismo, el absolutismo borbónico, impedía las deseadas reformas sociales defendidas por Lista. Su afrancesamiento le valdría a Lista varios años de destierro; sin embargo, Fernando VII le permitió volver a España en el año 1817. Al año siguiente obtendría por oposición la cátedra de Matemáticas en Bilbao y en 1829 se trasladaría a Madrid, al Colegio de San Mateo, para enseñar matemáticas, historia y humanidades. Al clausurarse el Colegio de San Mateo a raíz de la restauración del régimen absolutista, Lista seguiría impartiendo la docencia en su domicilio particular. El carácter liberal del centro se identificaba con el liberalismo de Lista. Precisamente, su liberalismo ha sido uno de los episodios más controvertidos y debatidos por la crítica. La clausura del Colegio de San Mateo no fue un impedimento para que en el año 1828 pusiera su pluma a favor de la causa de Fernando VII, hecho que permitiría a más de un historiador o crítico acusarle de oportunista. En su descargo habría que señalar al respecto que un gran número de antiguos liberales, afrancesados o no, desengañados por la imposibilidad de imponer su ideario político, habían evolucionado hacia un despotismo ilustrado que creyeron factible, apoyando a los ministros más liberales. Un gran número de afrancesados y liberales doceañistas adoptarían este comportamiento, llegando a colaborar eficazmente en puestos relevantes del Estado, entre los cuales debería figurar el propio Lista. De hecho, sería solicitado, junto a Miñano y Reinoso, para redactar la Gaceta de Bayona, órgano propagandístico de España en el exterior. Trayectoria periodística que se complementaría con otras de indudable calidad artística y literaria, como La Estrella, en la que Lista defendería la figura de Isabel II.

Otro rasgo de indudable interés para el conocimiento de su biografía está relacionado con su condición de sacerdote, condición que ha sido esgrimida como una clara nota censoria a sus reflexiones. En su etapa de afrancesado, Lista perteneció a una logia masónica (Cossío, 1929: 58–59) y actuó siempre como portavoz de un catolicismo liberal incompatible con el comportamiento de la Inquisición, convencido plenamente de que la Iglesia debía evolucionar con los nuevos tiempos enraizados con las corrientes filosóficas, sociales y políticas que había engendrado el espíritu de la Ilustración en el siglo XVIII. De ahí su heterodoxia que pese a no ser aceptada por la Iglesia en su época, transcurridas varias décadas, sería asumida como propia por los representantes eclesiásticos más autorizados. Lo cierto es que Lista nunca apostató a la manera de Blanco White o José Marchena, aunque tuviera en su momento ciertas intenciones. La documentación custodiada en los archivos es harto elocuente en este sentido y siempre Lista tuvo en regla sus licencias eclesiásticas, aunque ello nunca le impediría ser un escritor político y amante profundo de la literatura. Vaivenes ideológicos y religiosos propios de la reflexión íntima que nunca le apartaron de la Iglesia, tal como lo demuestra su empeño en repatriarse y reanudar sus estudios y docencia en España, a pesar de haber podido permanecer en París con toda suerte de comodidades (Juretschke, 1951: 72).

Obra

Los estudios críticos sobre la obra de Lista publicados en las últimas décadas del siglo XIX alumbran ciertos aspectos literarios y biográficos que merecen ser sacados del olvido. Cabe destacar el detenido estudio de Leopoldo Augusto de Cueto, marqués de Valmar –Bosquejo histórico–crítico de la poesía castellana en el siglo XVIII– referido a los poetas andaluces (Muñoz de León, López de Palma, González de León, Repiso Hurtado, Jaén) y, especialmente, a la escuela sevillana, que en sus reflexiones era conceptuada como una auténtica pléyade que contrastaba con el mal gusto reinante en Sevilla, la patria de los Herrera, de los Riojas, de los Arguijos, es decir «uno de los centros más gloriosos de noble, limpia y elevada poesía [que] había caído en el siglo XVIII en un abismo de vulgaridad y de la afectación literaria que dejaba atrás, si cabe, los delirios  cultos y conceptuosos y las insulseces prosaicas de Madrid, Zaragoza, de Valencia y de Salamanca. El contagio del estragado gusto de los Montoros y de los Benegasis, que también eran mirados como lumbreras del Parnaso, no sólo fue grande en las ciudades literarias de Andalucía, sino que acabó por paralizar toda inspiración y hasta el amor a la poesía, que había sido en todos tiempos cualidad peculiar de la imaginación amena…[…]» (Cueto, 1869: CLXXII).

El panorama crítico que Cueto traza de la poesía del siglo XVIII es, en gran medida, desolador, sólo la pléyade poética constituida por Núñez Castro, Roldán, Arjona, Reinoso, Matute, Mármol y el propio Lista, se libra de tan acerba crítica. Algunos poetas anteriores, como Muñoz de León, López de Palma o González de Lara, se libran de esta negativa visión por parte de Cueto, pues el resto de poetas sólo componía coplas chocarreras, sembradas de equívocos y de chuscadas de ruin linaje. Lista, como es evidente, escapa de tan severa crítica y Cueto emite una serie de reflexiones sobre su persona que han sido tenidas en cuenta hasta época reciente. Su labor como docente, su trato afable, su conversación amena, viva e ingeniosa, así como su formación enciclopédica configuran en opinión de Cueto una personalidad excepcional. Sin embargo, y a pesar de ello, nunca llegó Lista a los espacios más altos del arte, pues le faltaba «originalidad impetuosa, el arranque lírico, la magia peregrina que constituye el estro de los grandes poetas. Sabe expresar pensamientos e imágenes comunes con más gala, facilidad y limpieza que sus compañeros de Sevilla; imita con elegancia y gallardía, y a veces parece que quiere romper las trabas convencionales que embarazan su numen. Pero la educación y el gusto doctrinal reinante habían encadenado irremediablemente aquel ingenio, nacido para volar con las alas de su feliz instinto. Su facilidad misma se convirtió en su principal enemigo de su lozana musa, pues llegó de tal modo a connaturalizarse con el lenguaje artificial, que es a menudo difuso y palabrero, para seguir en demasía el espíritu de la imitación, la elocución estudiada y el arsenal mitológico, resabios de su escuela» (Cueto, 1869: CXCV). Cueto a pesar de conceptuar a Lista como un gran poeta, le acusa de ser artificioso, de utilizar extravagantes imágenes, como en el caso de la oda escrita a su discípulo predilecto Ventura de la Vega. En sus conclusiones, Cueto destaca de Lista su corpus poético religioso, especialmente su oda A Cristo. En lo concerniente a sus composiciones filosóficas elogia la titulada La vida humana y, especialmente, El himno del desgraciado, considerada por Cueto como una auténtica joya literaria, escrita con sutil inspiración y con un intimismo sincero.

A finales del siglo XIX Blanco García referirá datos biográficos y literarios –basados, en ocasiones, en los estudios de Pérez de Anaya, Méndez Bejarano, Ferrer del Río, Eugenio de Ochoa, Manuel Merry y Cueto, entre otros– desde una perspectiva distinta, pues engarza determinados episodios biográficos con un corpus poético sacro en consonancia con su estado eclesiástico, prefiriendo de dicho corpus las composiciones de hondo tono lírico. En su Historia de la Literatura Española en el siglo XIX, cuyo primer volumen, el referido precisamente a la época de Lista, se publicó en el año 1891, Blanco y García, tras aludir a su afrancesamiento y posterior destierro, destaca sus publicaciones en el periódico El Censor y sus cargos como docente, especialmente como profesor en el Colegio San Mateo durante el Trienio Liberal. Del corpus poético de Lista elogia La muerte de Jesús, modélica composición poética de hondo sentimiento, nacida desde lo más íntimo de su ser. De menor trascendencia en opinión  de Blanco sería El sacrificio de la esposa y El canto del esposo cuyos versos reproducen el epitalamio del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. Por el contrario, las poesías morales, censorias o heroicas serán analizadas por Blanco desde una óptica negativa: «Para lo que no nació Lista fue para manejar la lira de Tirteo, ni para ejercer en poesía el oficio de moralista o censor; sus cantos heroicos son lo más frío y desagradable de la colección, y las máximas doctrinales se apoyan en el frágil cimiento de la alegoría, cuando no se convierten en repeticiones vulgares, quedando siempre dueña del campo la descripción nimia, aunque por lo común animada y espléndida. En las octavas reales de La vida humana está perfectamente definida esta manera en lo que tiene de favorable y en lo defectuoso» (1891: 29).

Las traducciones e imitaciones de Horacio serán, para Blanco, modélicas, perfectas, de lo mejor que se ha escrito en lengua castellana. Así, en la versión de las odas Qualem ministrum..., Sic te Divina, Diffugere nives, abundan las reminiscencias de Herrera, de Rioja, de Meléndez, de suerte que «las odas de Horacio son para él como un tema convenido y tratado de nuevo, o a lo más como un tesoro de imágenes del que copia o suprime lo que le place» (1891: 30). En opinión de Blanco García tanto las obras de Horacio como las Geórgicas de Mozinho de Alburquerque o las composiciones poéticas de Tasso nada pierden de su valor en las traducciones de Lista, superando, incluso, a sus originales, tal como sucede en la adaptación de algunos sonetos de Petrarca al verterlos al castellano. En las reflexiones de Blanco García se percibe con nitidez las preferencias y fuentes literarias de Lista, cuyo bello ideal era «pensar como Rioja y decir como Calderón». Referentes literarios que se podrían ampliar a otros círculos de escritores, pues entre sus modelos se encontraban también Herrera y Fray Luis de León.

Blanco reflexiona sobre la doctrina estética de Lista desde una perspectiva semejante a la de Cueto. Elogia, fundamentalmente, las composiciones religiosas que en su opinión conforman el corpus poético más interesante, especialmente la composición La muerte de Jesús, cuyos versos habían merecido con anterioridad ser incluidos en el Álbum Literario Español de Ferrer del Río como la pieza más señera de su producción (1846: 8–11), crítico, este último, que ponderó en su estudio las excelencias de Lista en todos los aspectos, destacando de él su poliédrica labor literaria y sus profundos conocimientos literarios, considerándole émulo de Fray Luis de León, especialmente su su Canto del Esposo, felicísima imitación del Cantar de los Cantares. Desde poesías profanas hasta las filosóficas o amatorias, Ferrer del Río, a diferencia de Cueto y Blanco, serán consideradas como auténticas muestras del buen hacer lírico; modélicas en su composición y en la inspiración.

La huella de Herrera se percibe también con nitidez en las poesías religiosas de Lista, como en el caso de los versos finales de la oda A la Ascensión y en la titulada La Concepción de Nuestra Señora. Influencias literarias que en ocasiones son fáciles de percibir como en el caso de las composiciones místicas anteriormente citadas –El sacrificio de la esposa y El canto del esposo– que además de recordar a Fray Luis de León rememoran a San Juan de la Cruz.

Respecto a su corpus poético filosófico la influencia literaria nos remite a la escuela salmantina, especialmente a Meléndez Valdés. Se trata de un conjunto de composiciones en el que Lista rinde tributo a las preocupaciones ideológicas de su época. Composiciones de hondo contenido filantrópico y sociológico en donde se diluyen el propagandismo político y sus reflexiones como docente. El triunfo de la tolerancia, La bondad es natural al hombre, La amistad «vanamente» [se buscará] el entusiasmo y el alto vuelo de un gran poeta. Salvo contadísimas excepciones, Lista no logra convertir sus ideas en imágenes vividas ni late en su ritmo el fuego apasionado de Quintana o Schiller (Juretschke, 1951: 40).

De sus composiciones poéticas profanas merecen destacarse las tituladas Al sueño  y El himno del desgraciado, elogiadas por Leopoldo Augusto Cueto en su análisis Bosquejo histórico (1869, CXCVII). No desdeñó Lista las composiciones poéticas de contenido amoroso, en línea con la corriente erótica–pastoril de la época y en consonancia con la tendencia iniciada por Meléndez Valdés. Merecen ser citadas a este respecto los sonetos Mis primeros amores y el ciclo de romances El pescador Anfriso. Las traducciones de los cuatro sonetos de Petrarca, o el de Bondi, más la del romance La primavera, de Metastasio, entre otras, están tejidas bajo la presencia o tendencia pastoril y anacreóntica. Ejemplos de este tipo de composiciones los encontraríamos en las tituladas, entre otras, El vino y la amistad, El beso y Vergel de amor.

La figura de Lista se proyecta desde múltiples ángulos al igual que las fuentes literarias asumidas en sus escritos. Clásico por voluntad propia aspiraba «a pesar como Rioja y escribir como Calderón», al Rioja seudoautor de la Epístola moral a Fabio y de la Canción a las ruinas de Itálica. Influencia de índole variada y definida por los autores que traduce o imita: Horacio, Petrarca, Pope, Metastasio, Tasso, Delille… En la formación de su mundo estético influye Condillac, Blair y Batteux. Sensualista es su exaltación del método analítico, tal como se desprende de la lectura de sus artículos escritos en el Correo Literario y Económico de Sevilla o en sus Lecciones de Literatura Española pronunciadas en el Ateneo de Madrid en el año 1823, cuyo contenido propugna una «ideología de las bellas letras», rama de la Ideología General destinada al análisis de los objetos bellos y sublimes. En estas Lecciones Lista apunta una superación del sensualismo en dirección espiritualista que iba a desarrollarse más tarde en sus artículos De los sentimientos humanos publicados en El Tiempo de Cádiz. Artículos en los que  Lista abandona la pasividad del espíritu al modo de Condillac y apunta un principio peculiar y creador, que ya es algo más que inerte materia de análisis. La obra de arte no se reduce a un cálculo bien resuelto, «hay unos sentimientos que obran sobre el almas antes de que pueda sometérseles a raciocinio, que es el lenguaje del entendimiento» (Lista, Ensayos literarios y críticos, 1844: 7).

La poliédrica figura de Lista se proyecta desde múltiples ángulos. Hombre de honda formación intelectual, ejerció su magisterio con un sano eclecticismo que no se evade ante las mayores audacias románticas. Su significación en el pensamiento español en el siglo XIX es más que evidente. Todo ello, unido a la de ser un lírico de transición, notable crítico literario y profesor, hace posible que su nombre figure por derecho propio en el canon de la literatura española.

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