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Compostela cerca

Mario Pedrazuela Fuentes





En octubre de 1942 llegó Zamora Vicente a Santiago de Compostela como catedrático del instituto Gelmírez. Ocupó este cargo durante escaso tiempo, ya que a los pocos meses, lo llamaron de Madrid para que explicara dialectología en la universidad. Hasta entonces no existía en la Facultad esta disciplina, ya que estaba unida a la Fonética geográfica, por lo que resultaba difícil encontrar para explicarla un profesor solvente. El decano de la Facultad, Eloy Bullón, se acordó de un joven catedrático de instituto que acababa de leer su tesis doctoral sobre El habla de Mérida y que había publicado varios artículos sobre el habla de Albacete y la influencia del leonés en el habla de Mérida. Contó con la aprobación de Luis Ortiz, director de Universidades en aquellos años, a quien habría hablado bien de este profesor su amigo Dámaso Alonso. Pero según Zamora Vicente su primera experiencia como profesor universitario se debió, principalmente, a la estrecha relación que un catedrático mantenía con sus sábanas:

«Se inventó una disciplina ancilar, dos horas semanales, oficialmente pobre: Dialectología española. De esa asignatura flamante se encargó en Madrid, quizá la única Universidad que se dispuso a organizarla, a un catedrático de cierta edad, que no pudo dar las clases por imperativo científico máximo: la Facultad había hecho un horario donde esa disciplina figuraba a las doce de la mañana. Y el catedrático designado no podía, en manera alguna, levantarse antes de las doce. Fatal coincidencia. No sé qué tipo de sentencia le condenaba a permanecer entre las sábanas hasta esa hora y tan puntualmente. El caso es que, por esa razón, yo acabé de dialectólogo».


(Zamora Vicente, 1993)                


El catedrático en cuestión era Armando Cotarelo. No sabemos si fue ésta la causa por la que le llamaron a él o si fueron sus publicaciones sobre temas dialectológicos1, el caso es que, de nuevo, regresó a la universidad de la calle San Bernardo, esta vez como profesor. Uno de los alumnos que tuvo en aquel curso fue Emilio Alarcos, compañero después en la Real Academia. El joven Alarcos había llegado a Madrid, procedente de Valladolid, para estudiar Letras. Gracias a su padre, conocía a Dámaso Alonso que «era -según él- por esos jodidos años cuarenta la fetén de lo que quedaba después de lo de antes» (Alarcos Llorach, 1973), quien le presentó a María Josefa, «siempre callada y siempre expresiva, y -lo que es más raro- siempre eficiente o eficaz», que «era novia del apuesto garzón don Alonso, siempre repeinadico y muy sonriente para cabreo de los sesudos omes de la sapiencia oficial» (Alarcos Llorach, 1973). Pues aquel galán repeinado fue su profesor de dialectología:

«Y hete aquí que un día, en la recién inaugurada Facultad de Letras -rodeada todavía de eriales, cascotes y zanjas bélicas mal rellenas- [Alarcos confunde las fechas, ya que la Ciudad Universitaria se inaugura en octubre de 1943 y en esas fechas Zamora Vicente está en Santiago como profesor de universidad], el don Alonso, con bienintencionada y cachonda retracción de las comisuras labiales, con la insinuante y dulce tensión de sus cuerdas vocales y sus peripatéticos desplazamientos entre el estrado y pupitres, se nos puso a explicar Dialectología [...]. Fue una pena que el curso fuera sólo de un llamado cuatrimestre, porque no pudimos apenas pasar del leonés. Pero bastó para que algunos nos enterásemos de muchas cosas y de que detrás del amor por los sonidos variados, y de las palabras diversas, hubiese cosas que tocaban, se palpaban y que también desaparecían con el tiempo».


(Alarcos Llorach, 1973)                


Su labor docente se reducía a dos horas semanales, con lo que tenía bastante tiempo libre que aprovechó para preparar las oposiciones a cátedra de universidad que se convocaron para la primavera de 1943.

«Y la obligada huida fue una bendición: aquel curso me sirvió para poner en orden lecturas y conocimientos, ayudado por la excelente biblioteca del antiguo Centro de Estudios Históricos, puesto otra vez en marcha tímidamente, nos sin recelos y descaradas vigilancias... Pude así hacer mis oposiciones universitarias: otra vez Santiago, 1943».


(Zamora Vicente, 1993)                


Se convocó una plaza para la Universidad de Oviedo una de las pocas en las que existía la Facultad de Filosofía y Letras, a la que se presentó Rafael de Balbín, que por entonces ya ocupaba el cargo de secretario del Instituto Nebrija del recién creado Consejo Superior de Investigaciones Científicas, además de socio de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP). Al presentarse un nuevo candidato complicó la adjudicación directa que se iba hacer de la cátedra, por lo que inmediatamente se convocó una nueva plaza en la Universidad de Santiago de Compostela que carecía de una Facultad de Filosofía y Letras.

En octubre de 1943, justo un año después, Alonso Zamora Vicente regresó a la ciudad gallega, esta vez como catedrático de universidad. Santiago era entonces una ciudad pequeña con el encanto de unos monumentos que la lluvia mantenía relucientes como la plata y con una comunión perfecta entre la vida de la ciudad y la de la Universidad.

La universidad española de los años cuarenta se hallaba diezmada en todos sus aspectos. Los profesores que durante las tres primeras décadas del siglo le habían otorgado una identidad científica y educativa, se encontraban ahora, salvo alguna excepción, en el exilio, o habían muerto en la guerra o, en el mejor de los casos, no podían acceder a cargos académicos debido a sus ideas. La labor científica que había caracterizado a la universidad anterior ahora se veía sometida al control que ejercía sobre ella el Ministerio. Los alumnos llenaban los pasillos de las Facultades de uniformes falangistas y toda la vida académica se embriagó de los principios autoritarios y tradicionalistas que dominaban la vida española.

En una universidad de provincias, como la de Santiago de Compostela, este ambiente estaba más presente en sus aulas y patios. Era una universidad de paso para los catedráticos, y más para los de Lengua y Literatura que buscaban un destino donde existiera su sección. La cátedra que ocupó Zamora Vicente era instrumental, ya que de la Facultad de Filosofía y Letras únicamente existía la sección de Historia. Muchas veces, junto con el decano («que era lo único que existía de la Facultad de Letras», como le gustaba recordar a Zamora Vicente), Abelardo Moralejo Laso, intentó conseguir que se creara la sección de Filología Románica, pero la Administración franquista se encargaba de evaporar, con buenas palabras, la ilusión de estos profesores.

En 1944 se aprobaron las competencias de la Facultad de Filosofía y Letras2. Según esta ley, la sección de Filología comprendía tres tipos: Filología Clásica, Semítica y Románica; y estaba encuadrada, junto con Filosofía, Historia, Historia de América y Pedagogía en la Facultad de Filosofía y Letras. De las doce universidades que existían entonces en España, poseían dicha Facultad las de Madrid, Barcelona, Granada, La Laguna, Murcia, Oviedo, Salamanca, Sevilla, Valencia y Zaragoza. De ellas, la única que tenía todas las secciones era Madrid, el resto tenían una o dos; era el caso de Santiago de Compostela, donde solo existía la sección de Historia.

En la ciudad gallega, A. Zamora se instaló en la Residencia, donde compartía charla con otros profesores de la Universidad. Aquellas reuniones que realizaban en la sobremesa les permitían realizar una «excursión al mundo entero, a las apetencias y a las ausencias de todos, un grupo al que cohesionaba la situación generacional muy estrechamente. Y probablemente el más fuerte lazo entre ellos era su fe en la Universidad» (Zamora Vicente, 1993). Dos fueron los colegas con los que más amistad hizo Zamora: Ulpiano Villanueva, catedrático de Medicina y Ramón Prieto Bances que lo era de Historia del derecho. Con el primero recorrió los pueblos gallegos acompañándole en sus visitas a los enfermos; con el segundo, que había llegado a Santiago sancionado por su pasado (había sido Ministro de Educación en el Gobierno Republicano de Lerroux), paseó por las calles compostelanas recordando los tiempos del Centro de Estudios Históricos donde se conocieron. La compañía y la conversación de estos dos amigos hicieron que se acoplara bien a la ciudad y que se sintiera a gusto en ella.

Aunque no existiese una sección propia de Filología, Zamora Vicente encontró en aquella universidad un grupo de estudiantes con ganas de aprender y llenos de entusiasmo. Entre aquellos alumnos de la Universidad de Santiago de Compostela, con los recuerdos todavía recientes de la guerra, se encontraban algunos que después han sido catedráticos o profesores importantes de la universidad española, como José Luis Varela, que fue catedrático en la Complutense, José Luis Pensado, en Salamanca, José Manuel García de la Torre, en Ámsterdam; otros que después destacaron en otras ramas, fue el caso de Presedo, arqueólogo en Sevilla, Bonet Correa, Otero Túñez y Manuel Lucas de Historia del Arte, el primero en Madrid, y los otros en Santiago.

Al poco tiempo de llegar comenzó a colaborar con los periódicos locales, sobre todo con El Correo Gallego. En sus páginas escribía reseñas sobre libros que acababan de salir a los escaparates de las librerías tanto de autores españoles (Julián Marías, Azorín, Blecua), como extranjeros (Chesterton, Paul Morand o Arnaldo Fratelli). Por aquellos días del mes de octubre, concretamente el día 12, coincidiendo con el Día de la Hispanidad o de la Raza, como era conocido entonces, Franco inauguró la nueva Ciudad Universitaria, que él mandó reconstruir. En Madrid se celebró un acto lleno de desfiles y pomposidad para demostrar la importancia que el nuevo régimen daba a la formación intelectual de sus ciudadanos. En Santiago de Compostela, Zamora Vicente se hacía eco de la inauguración y publicaba un artículo en El Correo Gallego, titulado «En torno a la Ciudad Universitaria» (Zamora Vicente, 1943), en el cual, sin ocultar lo que antes habían sido aquellos edificios («Donde meses antes había un campo de trigo, oíamos después la voz exacta de la ciencia. Llegaron los años de lucha y lo que había sido una existencia limitada al conocimiento de unos pocos, adquiere categoría histórica universal, la guerra pasó por encima de los flamantes edificios, no respetó sus pisos de colores, sus coqueterías técnicas, y el escombro era dueño del paisaje»), confiaba en que los nuevos edificios albergaran aquella ciencia cortada de raíz:

«España encuentra de nuevo el camino. Las instituciones actuales son prueba de ello [...]. No nos queda más que esperar a que los frutos cumplidos empiecen a darse, quizá en fecha no muy lejana. Por lo pronto, hoy, la resurrección de la Ciudad Universitaria madrileña, abierta al campo del espíritu en este Día de la Raza española y la existencia de estos organismos [CSIC y Escuela de Estudios hispanoamericanos de Sevilla] unidos por un delicado y vigoroso lazo de historia y de cultura a los países hispanos son la más alta afirmación de tarea y de fe».


La voz del catedrático no quiere, aunque sea en un pequeño periódico de provincias, desafinar en el coro de silencios forzosos que existe en España en aquellos años.

Con la satisfacción de la cátedra obtenida, Zamora ahora puede dedicarse por completo a la enseñanza y a la investigación, editando autores y publicando artículos sobre distintos temas filológicos. El primer proyecto importante, aparte de sus estudios dialectales que ya hemos visto, va a ser la edición de las poesías de Francisco de la Torre, poeta del s. XVI cuya obra nos había llegado a través de una edición de Francisco de Quevedo, en 1631, y por una reimpresión hecha, en 1753, por el marqués de Valdeflores; desde entonces no existía ninguna edición moderna de este poeta, lo que le animó a editar sus poesías acompañadas de un prólogo y de notas (Zamora Vicente, 1944). La edición fue muy mal recibida por una parte de la crítica, concretamente por Joaquín Entrambasaguas, quien en una reseña que hizo al libro en la Revista de Filología Española (Entrambasaguas, 1944), arremetió duramente contra el editor llegando incluso a cuestionar su capacidad filológica.

«Es de lamentar que con esta ocasión apropiadísima, su editor, AZV no se haya esforzado algo por hacer unos comentarios dignos de la resurrección de tan digno poeta».


Recordemos que Entrambasaguas, cuando se realizaron los cursos rápidos en la Universidad de Madrid, en 1939, para preparar el examen de licenciatura a aquellos alumnos que no lo pudieron hacer por la guerra, explicaba la asignatura que antes enseñaba Menéndez Pidal, por lo cual los alumnos, entre ellos Zamora, no asistían a sus clases, puesto que sabían de la materia tanto o más que él. Además, a la hora de editar el libro dentro de una colección de poetas que preparaba el Consejo, tuvo bastantes problemas por la carencia de papel. El papel de que disponía el CSIC estaba reservado para una edición de una obra de Lope de Vega que Entrambasaguas editó bastantes años después, por lo que el libro de Zamora tuvo que esperar algún tiempo hasta salir a la luz y lo hizo en la colección Clásicos Castellanos de la editorial Espasa Calpe3. Si no gustó el libro a determinada crítica, aquella que había surgido con el nuevo régimen, sí convenció a la vieja escuela filológica de Menéndez Pidal, quien en una carta le felicita por el trabajo realizado:

«Sí que recibí su hermosa edición de Francisco de la Torre y leí con gran interés el prólogo, tan atractivo y tan certero en la crítica y en la expresión. Mucho se lo agradezco el envío y la dedicatoria, felicitándole a la vez por ese trabajo»4.


La incursión en la poesía de los hombres del Renacimiento no terminó ahí. La última pregunta a que tuvo que responder en el examen de oposiciones a cátedra consistía en hablar sobre «El paisaje en la poesía renacentista». Esto le dio pie a inmiscuirse en la influencia del petrarquismo en la poesía española del siglo XVI, estudio que se materializó en el discurso de apertura del curso académico de 1945 en la Universidad de Santiago titulado «Sobre el petrarquismo». En él, Zamora traslada la teoría de las generaciones a la poesía española del XVI. En aquellos años cuarenta, la teoría germánica de las generaciones estaba de moda en la filología española; muchos filólogos leían con gran entusiasmo el libro de Julius Petersen Die Wiessenschaft von der Dichtung, publicado en Berlín en 1939 y donde recogía artículos anteriores siguiendo los estudios de sus compatriotas Ranke y Dilthey, que fueron los primeros que hablaron sobre esta teoría. Zamora ya tenía conocimiento de ella gracias a las explicaciones de Pedro Salinas en la Facultad, donde aplicó a la generación del 98 las conclusiones a las que llegó el estudioso alemán, y que después publicaría en la Revista de Occidente; también había oído a Ortega y Gasset exponer el tema en las lecciones que dio en 1933, en la cátedra Valdecilla, tituladas «En torno a Galileo». Pocos años después, concretamente en 1935, se celebró en Ámsterdam el II Congreso de Historia Literaria, donde se profundizó en el tema y cuyas actas se publicaron en París en 1937. Pero el aislamiento en el que se encontraba España, primero por nuestra guerra y después por la europea, hizo que tardaran años en llegar las conclusiones a nuestra filología. En aquellos años cuarenta existía entre los filólogos españoles una disputa sobre la aplicación o no de esta teoría a la hora de explicar la historia de la literatura. Zamora Vicente era partidario de utilizarla, como expresó en un artículo publicado en la Revista de Educación Nacional:

«Y aún hay otro recurso más para la exposición metódica de la vida literaria. El estudio por generaciones. Sabemos ya cómo hay generaciones acumulativas y generaciones combativas. Cómo lo esencial para la existencia de una generación histórica no es la igualdad de resultados, ni siquiera la igualdad de posturas ante la vida; no sobra, mejor dicho, es imprescindible para la existencia de la generación una igualdad estricta de problemas, de causas que la motiven, o bien una igualdad de resultados, o bien una desigualdad de ellos».


(Zamora Vicente, 1943)                


Otros no eran tan partidarios de esta teoría y defendían mantener un tradicionalismo en los estudios literarios:

«Desde hace algún tiempo, en la crítica se ha puesto de moda una revisión sistemática de las definiciones tradicionales y de los esquemas a que era aficionada la crítica anterior y un afán muy loable de luchar contra los "lugares comunes" de la literatura. Después de haber destronado muchas de las clasificaciones que sirvieron a nuestros antepasados para intentar reglamentar en cierta manera la ex lege república de las letras, hace algún tiempo se nota un ataque concéntrico contra la concepción de escuela [...] Otros críticos, principalmente germánicos, han intentado sustituir la tradicional agrupación de literatos con el denominador común de una escuela, con otros acercamientos en los cuales los valores psicológicos tuvieran más importancia para definir afinidades. Me refiero particularmente al concepto de generación literaria defendido por Ranke, Dilthey, Petersen, Pinder y otros y, entre los españoles, por José Ortega y Gasset y Pedro Laín Entralgo especialmente».


(Carlos Consiglio, 1946)                


En el artículo, Zamora revisa el panorama de la lírica española del s. xvi para sacarla del tradicional casillero de las escuelas (salmantina y sevillana) y enfocarla bajo los nuevos conceptos de generaciones literarias. Propone dos generaciones; una que tiene como guía a Petrarca y en la que se encuentran Sá de Miranda, Boscán, Garcilaso, Hurtado de Mendoza, Acuña, Camões, etc., y en la segunda, con Garcilaso como guía, estarían Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, etc.

Cuando ya se encuentre en Buenos Aires incluirá dicho discurso junto con otro artículo titulado «Observaciones sobre el sentimiento de la naturaleza en la lírica del siglo XVI» en un libro de ensayos literarios titulado De Garcilaso a Valle Inclán (Zamora Vicente, 1950). Este segundo artículo se centra en la influencia del paisaje en la poesía española desde Gonzalo de Berceo hasta Garcilaso de la Vega, pasando por el marqués de Santillana, Gil Vicente y el entonces tan estudiado por él, Francisco de la Torre.

Pero la gran obra a la que se dedicó Alonso Zamora durante su estancia en Santiago de Compostela fue la edición del Poema de Fernán González: «Tarde tras tarde fui dando cuerpo a mi edición del Poema de Fernán González» (Zamora Vicente, 1993).

En 1943 se celebró el milenario de Castilla lo que supuso la realización de gran cantidad de trabajos relacionados con el tema, entre ellos se encuentra la citada edición que hizo del Poema de Fernán González. Hasta entonces sólo existía la defectuosa edición de Janer y la divulgativa del padre Luciano, ya que la realizada por el hispanista americano Carrol Marden en 1904 era inaccesible. En su trabajo, Zamora partió del manuscrito del s. XV que se encuentra en la biblioteca del monasterio de San Lorenzo de El Escorial y la edición de Marden, a la que añadió las matizaciones hechas por Menéndez Pidal en una reseña a la misma en Archiv für das Studium der Neueren Sprachen (Menéndez Pidal, 1905). A estos pilares añadirá la ayuda directa de don Ramón quien ante las dudas que tiene su alumno sobre la procedencia de determinadas expresiones:

«Mi querido maestro:

Como usted recordará, el día de nuestra última entrevista le hablé de que preparaba, para Clásicos Castellanos, una edición del Poema de Fernán González, sobre cuyo alcance y procedimiento hablamos. He tenido muy en cuenta la reseña que usted hizo al trabajo de Marden en Archiv für das Studium der Neueren Sprachen. Tengo una pequeña duda que me atrevo a pedirle me aclare, siempre que le sea fácil aclarármela y no le cueste perder mucho tiempo. Se trata de la voz boruca, ocurre en el episodio del arcipreste. La infanta -corrige usted- trauol a la boruca. ¿Qué es exactamente este boruca? Le agradecería extraordinariamente que me lo comunicara»5.


El maestro le responde de forma prolífica y detallada, como muestra la siguiente carta:

«Hace tiempo que persigo esa voz por que me pregunta, y aún no he hallado textos antiguos que precisen su significado primitivo. Aunque la Academia la da como de uso general 'bulla algazora' hasta ahora no he comprobado que tenga utilidad regular sino en Méjico, con las frases meter bronca, 'meter bulla', hacerse bronca 'aturdirse', el día del juicio, después de la bronca 'el día del juicio por la tarde, nunca jamás' A. Castro. Nombres antiguos de las calles y plazas de Cádiz de 1857, en el vocabulario final, registra bronca gran enredo, promovido con vocería, pero he preguntado a muchos gaditanos sobre esta voz y la desconocen, o solo recuerdan alguna persona que la empleaba, debe pues estar desapareciendo del uso. Claro que esta acepción actual de la voz no conviene al pasaje de la Primera Crónica General de 414 a 39: "travó dél a la bronca e diol una gran tirada contra sí". La voz es de origen vasco, o digamos mejor, ibérico. En vasco actual, buruka 'lucha de animales, topetada, cabezada' derivado de burn 'cabeza'; etimología que nos lleva a pensar para el pasaje de la Crónica en una manera de lucha que tenga relación con la cabeza, y que pudiera ser 'pelamera, pelazga', en aragonés se dice acapizarse "asirse de las greñas riñendo, abalanzarse uno sobre otro riñendo" (Borao, Pardo Asso), recuérdese aragonés arcaico capeza por cabeza. También puede pensarse en agarrada o riña a los cabezones, según las frases anticuadas andar o llegar a los cabezones 'luchar riñendo personas' asir o llevar de los cabezones a uno, cualquiera de estas dos explicaciones viene bien al texto de la Crónica "e diol una grand tirada contra sí"»6.


En su edición (Zamora Vicente, 1946) incluye, al pie del texto, los pasajes de la Primera Crónica General, que permiten establecer al lector una comparación entre el texto histórico y el poema, lo que la convierte en una edición bastante aceptable del Poema. El libro, a pesar de recibir alguna crítica exigente y precisa, como la que hizo María Rosa Lida en la Nueva Revista de Filología Hispánica (María Rosa Lida, 1949), supuso un texto definitivo -para la época- del Poema y así se lo reconoce su maestro, Menéndez Pidal, quien de nuevo le agradece el esfuerzo realizado:

«Querido Zamora: Con el mayor interés recibo esta edición del Fernán González, que es sin duda, la mejor que se ha hecho de tan difícil texto. Todos los recursos críticos están aprovechados en forma acertada y la anotación es precisa y muy ilustrativa. Noto solamente que a veces las correcciones de Marden están aceptadas sin indicar la lección del manuscrito. Mucho hay que agradecer a usted esta publicación y yo soy el más satisfecho teniendo aquí reunidos tantos elementos de juicio»7.


Durante aquellos años en Santiago comienza a nacer en Zamora Vicente una inclinación hacia la crítica literaria, como hemos visto, que compagina con su dedicación lingüística; su contacto con la lengua gallega le hace revivir su vocación dialectal. Una de las características que identificaba a los filólogos que se formaron en la escuela de Menéndez Pidal era la de ser investigadores perfectamente asentados en su tiempo y en el entorno lingüístico y literario. Por eso, durante los tres años pasados en aquellas tierras se dedicará a estudiar en dimensión sincrónica los fenómenos más característicos del gallego y de su distribución geográfica. El resultado fueron los artículos: «Geografía del seseo gallego» (Zamora Vicente, 1951), «De geografía dialectal: -ao, -an en gallego» (Zamora Vicente, 1953), «Los grupos -uit-, -oit- en gallego moderno. Su repartición geográfica» (Zamora Vicente, 19621963) y «La frontera de la geada» (Zamora Vicente, 1952)8. Estos estudios fueron realizados en contacto directo con los lugareños, recorriendo los pueblos y aldeas donde les escuchaba y tomaba notas para sus trabajos:

«Recorrí multitud de lugares de Galicia con Villanueva, a donde él era llamado para visitar a algún enfermo [...]. Mientras Villanueva estaba con el enfermo, dialogando, vertiendo ese rotundo mensaje de sosiego que el médico esperado transmite a la familia y al propio enfermo, yo buscaba mis datos del gallego hablado. Lo hacía en la taberna, en un barucho suciote, en la sombra amiga de una carballeira donde aún se pisoteaban los residuos de la última romería. Fui así llenando mi red de lugares, que pude completar más tarde, en el verano, o con diálogos con gente que acudía a Compostela por alguna razón».


(Zamora Vicente, 1985 y 1993)                


Completó el trabajo con hablantes naturales (alumnos, familiares de alumnos, etc.) de aquellos pueblos que no visitó y a los cuales trató en Santiago cuando se acercaban a la ciudad por cualquier razón. En sus estudios sobre la geada, Zamora llega a una serie de conclusiones arriesgadas, como el propio autor reconoce. Establece que la geada, fenómeno que consiste en la pronunciación sorda de la velar sonora g, como velar sorda fricativa, gh, h, entra en Galicia por los pueblos astures y su área geográfica coincide con la de la cultura de los castros. Navarro Tomás, desde Nueva York donde daba clases en la Columbia University, le felicitaba por lo acertado de sus investigaciones:

«He visto con interés sus contribuciones a la geografía lingüística gallega: frontera de la geada y de -ao -an, después de la del seseo. Todo ello está muy elaborado. Muy sugestivas sus hipótesis de sustrato, que considero bien fundadas»9.


A pesar de no disponer en la Facultad de una sección de Filología Románica, Zamora Vicente junto con el decano, Moralejo, crearon unos cursos para extranjeros con la intención de enseñar la lengua, la historia y la cultura española a alumnos y profesores foráneos. En aquellos cursos estaban muy presentes los que el Centro de Estudios Históricos había creado a principios de siglo:

«Estaba nuestro curso muy lejos de aquéllos del Centro de Estudios Históricos que yo había conocido. Pero el espíritu era el mismo: nadie lo notó; quiero decir nadie a quien pudiera molestar».


(Zamora Vicente, 1993)                


Los cursos de vacaciones para extranjeros impartidos por el Centro de Estudios Históricos, fueron creados por una Real Orden de 6 de marzo de 1912, que autorizaba a la Junta para Ampliación de Estudios a organizar «cursos de vacaciones, en los cuales hallen los extranjeros ocasión adecuada de conocer de un modo general nuestro país en sus principales aspectos y estudiar especialmente nuestra lengua y literatura»10. En aquellos años existía una gran demanda de profesores de español para extranjeros. Muchos de éstos venían a España en su época de vacaciones para perfeccionar su español y para conocer mejor la cultura y la literatura españolas. La demanda existente era tal que incluso universidades extranjeras, sobre todo francesas, habían creado en ciudades como Madrid y Burgos unos cursos de español para sus alumnos que querían estudiar la lengua y la literatura española. Ante tal demanda, la Junta, que era la institución encargada de llevar a cabo dichos cursos, puesto que ella había reforzado, con su política de pensiones, los lectorados de español en universidades extranjeras, debía tomar las medidas necesarias para poderla satisfacer, por lo que encargó al Centro la creación de unos cursos sobre lengua y literatura españolas y por extensión, sobre nuestro arte y vida cotidiana. Mediante ellos se ofrecía a los extranjeros que se dedicaban a la enseñanza del español o que simplemente se querían familiarizar con nuestra lengua, la oportunidad de completar sus estudios con unos cursos breves e intensos. Los cursos comprendían una serie de conferencias, que en un principio fueron sobre lengua, fonética y literatura españolas; una serie de trabajos prácticos sobre pronunciación, vocabulario y sintaxis; y charlas sueltas sobre historia de España, geografía, arte y otros aspectos de la cultura nacional. Se completaban con excursiones a las ciudades cercanas a Madrid (Toledo, Segovia, Salamanca, Ávila, Aranjuez, etc.) y con visitas a los museos y palacios de la ciudad dirigidas por un profesor.

El primer curso de los que se celebraron en la Universidad de Santiago de Compostela se realizó en el verano de 1945; debido a la Segunda Guerra Mundial, fueron muy pocos los alumnos que se apuntaron.

«En aquel curso del verano de 1945, el oficialmente desdeñado espíritu de la Institución Libre de Enseñanza y de sus consecuencias volvió a pasearse por una Universidad española. El interés por lo popular, el folklore, al que dimos especial atención en nuestras lecciones, la lectura amplia y sin prejuicios de los clásicos, todo a tentones, sí, pero metiendo cabeza poco a poco, persiguiendo una meta que aún se nos presentaba nebulosa».


(Zamora Vicente, 1993)                


Entre los profesores a los que invitaron a participar en los cursos estaba José María de Cossío, Dámaso Alonso y Torrente Ballester.

Durante los años en Santiago de Compostela, Zamora sufrió una grave enfermedad de bronquios, una hemoptisis que le tuvo apartado durante un año de la vida universitaria. El tiempo de convalecencia lo pasó primero en Santiago, donde fue a cuidarle María Josefa, quien ante su estado de salud le propuso que se casaran en mortis causa. Después estuvo en Madrid, donde pasó un año en su casa de la plaza de la Cebada, junto con su padre, que moriría ese mismo año de 1946, su madrastra y su hermanastra. Allí se recuperaba de la enfermedad sin salir de casa, como se lo dice a su maestro Menéndez Pidal:

«Habría querido ir a visitarle estos días, pero estoy convaleciente de una congestión pulmonar que he pasado en Santiago, y no salgo a la calle, sobre todo con estas nieves. Si no quiere usted molestarse en ponerme unas letras, puede usted telefonear a la señorita Canellada, al Centro, y ella me lo transmitirá»11.


La noticia de su enfermedad tuvo cierta repercusión en el mundo universitario, tanta que algunos colegas dieron su muerte como un hecho y enviaron a la familia las correspondientes condolencias:

«Comenzaron a caer sobre mi casa, en aluvión desbocado, numerosos telegramas de pésame a mi familia: había corrido la noticia de mi muerte, creo que incluso se preparó un funeral en San Francisco. De esos telegramas, los primeros fueron de amigos compostelanos. Veinticinco años después, un periódico local volvió a recordar la muerte acaecida veinticinco años antes».


(Zamora Vicente, 1993)                


Durante aquel año de recuperación en Madrid, Alonso y María Josefa se casaron en la iglesia de la Concepción, en el barrio de Salamanca de Madrid. Fue una ceremonia íntima a la que asistieron algunos familiares, pocos, pues la mayoría habían muerto, y algunos amigos. Después del viaje de novios a Ávila, Alonso empezó a buscar soluciones para su futuro. El clima húmedo de Santiago de Compostela no era el más aconsejable para su enfermedad, por lo que buscó una plaza vacante en otra universidad situada en una ciudad cuyo clima fuera más seco y por tanto más apropiado para su salud. Lo encontró en Salamanca.






Referencias bibliográficas

  • ALARCOS LLORACH, Emilio (1973): «Primer recuerdo de don Alonso, dialectólogo en "mi" menor», en PSA, núm. CCIX-CCX, Madrid-Palma de Mallorca, agosto-septiembre.
  • CONSIGLIO, Carlo (1946): Reseña a «Sobre el petrarquismo» de Alonso Zamora Vicente, en Revista de Filología Española, 1946, XXX.
  • ENTRAMBASAGUAS, Joaquín (1944): Reseña a la edición de las Poesías de Francisco de la Torre hecha por Alonso Zamora Vicente, en Revista de Filología Española, XXVIII.
  • LIDA, María Rosa (1949): «Reseña a El Poema de Fernán González, editado por Alonso Zamora Vicente», en NRFH, t. III.
  • MENÉNDEZ PIDAL, Ramón (1905): «Reseña a la edición del Poema Fernán González hecha por Marden», Archiv für das Studium der Neueren Sprachen, t. CXIV, págs. 243-256.
  • ZAMORA VICENTE, Alonso (1943): «En torno a la Ciudad Universitaria», El Correo Gallego, 18 de octubre.
  • —— (1943): «Sobre la enseñanza de la lengua y literatura nacionales» en la Revista Nacional de Educación, Madrid: núm. 36, diciembre de 1943, págs. 83-100.
  • —— (1944): Francisco de la Torre, Poemas, edición, prólogo y notas, Madrid: Espasa Calpe.
  • —— (1946): Poema de Fernán González, edición y notas, Madrid: Espasa Calpe.
  • —— (1950): De Garcilaso a Valle-Inclán, Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
  • —— (1951): «Geografía del seseo gallego», Filología, III, 1-2, 1951, págs. 84-95.
  • —— (1952): «La frontera de la geada», en Homenaje a Fritz Krüger, tomo I, Mendoza: Universidad Nacional de Cuyo.
  • —— (1953): «De geografía dialectal: -ao, -an en gallego», en Homenaje a Amado Alonso, en NRFH, VII, págs. 73-80.
  • —— (1962-1963): «Los grupos -uit-, -oit- en gallego moderno. Su repartición geográfica» en Boletín de Filología, XXI, págs. 57-68.
  • —— (1985): «Ulpiano Villanueva en el recuerdo», en El Correo Gallego, 9 de junio.
  • —— (1993): Compostela años atrás, Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Compostela.


 
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