Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice




ArribaAbajoTrasterrado marzo




ArribaAbajoMi presencia



«Hay placeres, hay pesares,
hay glorias, hay mil dolores»

Canción Florencia del Pinar (siglo XV)                



Clareo amaneceres por la casa:
sobre el sillón medito las palabras,
en la ducha intento la alegría
de un agua diáfana que alboree
la piel del sueño.
En la cocina
pongo azafrán de fuego
al guiso esperanzado de las horas
y preparo un mantel tan blanco,
tan sin arrugas,
como si al ánimo no lo hubieran
prendido de alfileres
y pudiera cantar.
Traigo rosas de octubre
a los jarrones
y un aire dulce y suave
invade el silencio de la casa.
No hay nadie que me diga
que hay vacío,
que hay holguras.
La casa está llena, plena,
rumorosamente habitada
y yo paseo por sus suelos,
tanteo el cristal de sus ventanas,
acaricio sus calladas paredes,
me deslizo tiernamente por los muebles,
      abro todos los grifos
         y los oigo desgranar su agua clara.
Enciendo las lámparas
      y la luz mansamente se sienta
         entre las cosas,
      se posa suave sobre las palmas de mis manos.
Prendo la radio y se golpean las voces
         anónimas contra el aire.
Del televisor -ahora vivo- salen cuerpos,
objetos, raros ritmos,
signos de colores,
un alcanfor de luces,
         una pestaña oscura de niebla,
         un ronquido absurdo de siglos extraños.

Estoy aquí.
Estoy en este titubeante tumulto
de tétricos tules
que ondean su gasa sobre el sueño
y me envuelve en sus celajes de escarcha.
Aquí estoy ahora.
Aquí estaré después: presencia sin su siempre como un río.




ArribaAbajoAún hay tiempo



«Busca en el natural y si supieres
buscarlo, hallarás cuanto buscares;
no te canse mirarlo, y lo que vieres
conserva en los diseños que sacares»

De la imitación de la naturaleza
Pablo de Céspedes (1538-1591)
A Javier Peñas-Bermejo y Gena Johnson
               



El sol cansado de poniente
camina entre el encaje seco e invernal
de los árboles.
Desde el coche, a ratos,
lo veo inmóvil,
hermosa calabaza
sobre el horizonte.
El cielo suave y tierno
con su piel de talco de bebé,
se sonroja de múltiples violetas,
azules, naranjas y algún atrevido verde.

No parece que el sol quisiera irse
a ninguna parte
aunque entre las rayas de la tarde
un gris plomizo anda como escondido
buscando montar al potro negro de la noche.

Es de necesidad que el sol se vaya
y deje a las estrellas su diminuta
risa
y a la luna su gancho de
pregunta
que crece lentamente.

Ya está. Se ha ido
quizás por yo quererlo captar entre palabras.
Dejó de festonear su oro entre los árboles
de invierno.

Esperaremos.
La luna, las estrellas, el negro de la noche
tardarán aún en venir.

Queda un resquicio de luz.

Aún hay tiempo.




ArribaAbajoLa catedral



«...e fue maravillosa cosa
que de la espina salió la rosa»

Vida de Sta. María Egipciaca (siglo XIII)                



Déjala que de pie la cumbre busque
alzándose en la punta de su sueño
desasida de todos y sin dueño:
tímpano, dintel, basamento y fuste.

Esta arquitectura de su ser siéndose
pórtico de días y arcos de noche
no tiene otro sillar que este derroche
de vieja piedra que está muriéndose.

Muriéndose, cimborrio en la altura
de una encristalada catedral gótica
que afinca su recia musculatura
creyendo que se talla en la albura
de una mítica isla exótica
donde está la luz libando dulzura.




ArribaAbajoSegundo autorretrato


«Un retrato me has pedido»


Retrato Catalina Clara Ramírez de Guzmán (1611-¿1670?)                



La nutriente sangre
       fue la de los padres
en el desnudo alborozo del compartido deseo.

La guía,
el maestro,
a cuyo cuidado creció el abecedario
de la palabra
y la voz,
    fue el padre.

La madre fue el canto,
el regazo acompasado de las horas,
la mujer que se copió entera
en mi materia
y dio paso, sazón,
y gloria de cuerpo de mujer
a mi cuerpo.

Fueron ellos los que enracimaron
de luz mis sueños
en el cuenco tibio y protector del hogar.

Sus gestos, sin yo saberlo,
      moldeaban los míos
y la isla toda era lumbre y cumbre
      porque ellos eran el tajinaste
y la lava;
el hibisco
y la zahorra,
la retama
y el picón.

Tierra y mar fue mi origen
      -mis padres-
que enlazaron su canto de amor
      -de vida-
para que brotara yo:
          isla en pie de pugna,
          palabra alucinada de siglos,
          titubeante misterio de voz
          prieta siempre de preguntas.




ArribaAbajoMomento


«de arriba nos viene virtud y potencia»


Los doce triunfos de los doce apóstoles
Juan Padilla «El Cartujano» (1468-1522)
               



Tictac de reloj en la mañana
aún cálida
de noviembre.
Confusos ruidos se filtran por las ventanas
      y hacen su nido sonoro en la casa.
La calma,
      imperceptiblemente azul,
ha aposentado su sereno ser
en los resquicios de los ánimos.
La voz
perdida en los recodos de sí misma,
oye a lo lejos,
   en lo cósmico,
su raro decir, su legendaria habla.

Todo está en orden.
En su sitio el rumor.
En su lugar el ansia.
Y el misterio
dormido
-como siempre-
      
en el velado abismo de la palabra.




ArribaAbajoSol mañanero



«Marcio avié grant priessa de sus viñas lavrar
priessa con podadores e priessa de cavar;
los días e las noches fazielos iguar,
face aves e bestias en celo entrar».

«Descripción de los meses», Libro de Alexandre (siglo XIII)                



Un sol tierno, niño, mañanero
trae hoy a marzo de su mano.
Es un sol naciente, un vilano
que danza alegremente por el cielo.

Mi mes llega este año ligero,
sembrando en el surco tempranero
restallante de luz, ágil y sano,
lo que será trigo en el granero.

Si aún me queda algún marzo lisonjero
que estremezca con su sol a mi sangre
y me diga de su fuego que aún arde

yo quisiera que ese marzo en mi alero
tuviera recuerdos, voz y palabra
que olieran a trigo, a sol, a madre.




ArribaAbajoLas hojas amarillas de la morera



«Mas el alma, como niña
que la regalan y acallan,
en lugar de alegres risas
se convierte en vivas aguas»

Romance
Sor María de la Antigua (1566-1617)
               



Un aire suave, triste,
      desprende de la morera del jardín
las hojas amarillas
      que se adentran sigilosamente
como un tenue fulgor de oro
por la casa.
Su luz,
tamizada,
se acurruca un momento silenciosa
      en los sillones de la sala
y luego trepa imperceptiblemente
por las alfombras
parándose, transparente, entre las cortinas
para seguir, después, con su apenas tibior de lumbre
       por todas las estancias del hogar.

Al guiso que en la cocina borbotea esperanzado
le añade una nota dulce y casi nostálgica.
En las camas ribetea los embozos
de un olor y sabor a madre.
Por el estudio, entre los libros,
en el severo escritorio,
en las páginas del cuaderno de versos,
      va dejando un leve gesto
de ausencia,
una tenue ternura que se mete
entre la pluma y el papel
invadiendo lentamente
cada vocal
y cada consonante.

Se diría que las amarillentas hojas
que han vestido de otoño a la morera del jardín
han debido sentir no sé qué soledad vegetal,
no sé qué antiguo rumor,
no sé qué yerto y misterioso escalofrío
y por eso quizás
han entrado en la casa
buscando algún calor,
alguna salvadora presencia,
alguna luz familiar,
         honda,
                  cercana.




ArribaAbajoAdelfas blancas



«Y rrasón muy granada
se dise en pocos versos»

Proverbios
Sem Tob (¿1290-1369?)
               



Blancas en este amanecer de mayo
las adelfas
bordean de luna el camino.
      Ocultos los astros sueñan.
       Cósmicos devienen los sentidos.

El paso no tiene norte preciso.
Van a su ritmo de plata las cosas.
Fríos cometas inmensos
      trazan sus flechas certeras
en el infinito.
Y hasta el sol -girasol celeste-
oculta su fuego
y es un río de hielo su curso.

No existen ni sendas
ni huellas de pasos que sean
o hayan sido.
Un témpano de frío desfleca
sus fláccidos bordes sobre el abismo.




ArribaAbajoAmanecer con pájaros



«celos me da un pajarillo,
que remontándose al cielo,
tanto en sí mismo se excede,
que deja burlado al viento»

El pajarillo
Sor Gregoria Francisca de Sta. Teresa (1653-1736)
               



¿Qué se estarán gozosamente
   diciendo en este amanecer de marzo los pájaros?
Trinan jubilosos sus arabescos sonoros
    contra el claro azul del aire
como acompañando a la luz insólita
      -siempre insólita-
   de una recién nacida aurora.

Se sabe que la primavera está ya
      a punto de capullo,
que en la brisa tibia de los días
      los naranjos
esparcen la miel de su azahar,
      que el jazmín,
   esa blancura pequeña que dijo el poeta,
enreda a la ventana de la sala
su soleada dulzura,
que las rosas preparan entre sus tiernas hojas
   la sorpresa repetida
      de sus multicolores pétalos,
que en cualquier resquicio de camino,
jardín o monte,
insignificantemente gloriosas
   las flores silvestres dicen de su canto
como si de pronto
   la tierra,
ese perdido globo azul y blanco en la distancia,
   echara a cantar a la mitad de su cuerpo
mientras la otra mitad se prepara
   con lentitud de oros, rojos y ocres
a dormir el breve sueño del invierno.

   Los pájaros
quizás hablen de su viaje de sur a norte,
   de su insistente ir y venir
      buscando la primavera.
Tal vez es que los pájaros
       sólo quieren bañarse siempre
en la luz,
quizás su cantarina charla
      sea su forma
      de afirmar la vida
que nace cada mañana.

Definitivamente,
      los pájaros son la primavera.




ArribaAbajoPalabras sobre los días




ArribaAbajoGino y Spec


La niebla algodona el camino
    por donde voy esta mañana
con mis perros.
Siento su estambre frío sobre mi cuerpo
y huelo el delicado sabor
de la tierra mojada.
Gino y Spec, esos hermosos seres
   todo algarabía y calor de sueños,
saltan entre las hierbas blancas de escarcha.
Yo los contemplo en su elemental
alegría armoniosa
como el girar del planeta,
y ellos corren seguros por los senderos.
    A veces, se paran para ver
si sigo su trayecto.

Son seres felices
Gino y Spec
porque saben de mi amor por ellos.




ArribaAbajoEbriedad de abril


A Violeta, Richard, Ian y Marina




Ebrio de luz, abril
refulge
por la casa cansada de febreros sin fin.
Danza parloteante y sonoro
      en los sillones dormidos,
escala las lámparas
       y pone en sus bujías
un renovado fulgor.
Se adentra certero en las estancias
       resignadas a los fríos de enero
   y las calienta por dentro
   
con un tibior puro
          y fuerte.

Al cuarto donde el sueño
ha dejado ya de soñar,
le dice de renacidos empeños,
de futuras alegrías que llegarán.

En el estudio donde el ordenador
   con su rectangular ojo indiferente
   va llenando de datos el aire,
aureola caricias tibias
con sus grandes manos de luz.
Y a los libros, abiertos algunos
       en una perdida página
   y otros cerrados y mudos
como el tiempo,
los va nimbando,
   con un cuidado casi materno,
   de una temprana ternura solar.

La luz de abril
palpita,
fulge,
canta
en la casa toda iluminada
       con tal claridad
y dulzura
que hasta los gorriones nerviosos
de primavera
que ya inundan el jardín
    lumínicos en su aire transparente,
       invaden
    las paredes,
       las puertas,
las ventanas
y abraza
-sol y son-
todo el ámbito.




ArribaAbajoHojas en otoño


Están llorando quedamente los árboles.
Sobre el suelo van posándose
-rojas y oro-
       las lágrimas.
La brisa las avienta suavemente
       para oír como suspiran
su seco esplendor de otoño.

Gino y Spec miran con asombro,
huelen,
caminan quizás maravillados
de que sus pies crujan
sobre un suelo tamizado de hojas.
Ellos no saben que los árboles
lloran cada otoño
su desnudez
y que en primavera
       -siempre en primavera-
       se ríen verdes y tiernos
       con botones de nuevas
esperanzas.

Yo les explico a Gino y a Spec el milagro del tiempo.
Ellos me miran con sus ojos atentos
       y sus húmedas lenguas rosadas
y jadeantes.
Me miran
y cantan,
quiero decir,
ladran.




ArribaAbajoMuerte: 24 de junio de 2001


El golpe
brutal.
Las palabras
ciegas,
sordas,
incapaces,
desvanecidas.
Spec
inmóvil,
muerto,
con toda la muerte
   congelando sus gestos,
abrazando su cuerpo
ya
sin
vida.
Su cuerpo, su gesto:
nido
y amparo
de mi desgarrada
ternura.




ArribaAbajoTorres gemelas


Con el rabo tenso
y los pasos algodonosos y cautos,
Gino se va acercando
precavidamente
al gato que atento le observa.

De pronto
Gino se para,
mira alrededor
quizás calculando qué debe hacer.

El gato lo contempla
      en apariencia tranquilo
pero, en el fondo, expectante.

¿Atacará Gino?

¿Se defenderá o huirá el gato?

Apago la televisión.
No quiero saber
   quién atacará a quién,
ni cuántos muertos más
se sumarán
a los de esas torres que fueron torres
y fueron gemelas
y ahora son
ceniza,
       polvo,
    dolor sobre la tierra.




ArribaAbajoTernura


A Olgierda Furmanek




Recién salido de la peluquería,
    perfumado
       y suave como un bebé,
Gino descansa
estirado,
cuan largo es,
sobre el sofá de la sala.
    Me acerco silenciosamente
y sé que nota mi presencia
    porque mueve leve las orejas.
Le paso una y otra vez
    delicadamente
la mano sobre el lomo
    tibio y sedoso.
No se inmuta
   pero la ternura
      lo invade en ondas tan sutiles
como la brisa
      acogedora de esta mañana
de agosto
y sé que él sabe
   que mi poema de luz
se hace en su cuerpecillo
    gesto acunador
   que intenta protegerlo
       del paso implacable
del tiempo.

Desde el estatismo
    del congelado gesto de la foto,
      Spec
   nos mira...
      me acerco a él
y lo beso,
      es decir, beso la satinada cartulina
de su ausencia.
      Gino gira hacia nosotros
la cabeza
como si él también quisiera
       participar de la caricia.
Vuelvo al sofá,
       me acuesto contra
su tibio lomo
y lo acurruco entre mis pechos.
   La soledad de la sala
       nos mece
   con un hálito
       maternal,
       antiguo
       y
       eterno.




ArribaAbajoLas manos vacías


A Carmen Romig. A Brandy.




Las manos
modelan
las puntiagudas orejas,
la curvatura del lomo,
la suavidad acariciadora del pelo,
      el calor acogedor del cuerpo.

Las manos modelan
las repetidas caricias
de otros tiempos
y el hogar se llena
de gestos dulces,
de pausados pasos,
de hondos suspiros de gozo,
      de cálidos ladridos de agradecimiento.

Un bullicio claro,
sano,
fuerte,
invade las horas.
Una alegría
segura y cierta
se asienta complacida
   en la casa.
Suena a presencia.
Suena a
Spec
habitando con sus irrepetibles gestos
      sus sitios favoritos:
junto a la chimenea,
   en el sofá de la sala,
      al lado del ordenador,
   adormilado en su lecho.

Spec parece habitarlo todo
en este momento
pero...
abro los ojos
y veo cómo mis manos palmotean
perdidas
su definitiva ausencia
   contra el viento.




ArribaAbajoAliados y desaliados


A Héctor Mario Cavallari




Gino se para en seco
al borde del camino:
       el cuerpo tenso,
       el rabo tieso,
       la pata delantera derecha
en el aire
y la cabeza gris
-toda atención-
ladeada hacia el lado diestro.
Mira como si viera algo
       que yo no veo.
Espero.
Gino está atento
ante el oculto enemigo
bajo la hierba.
«Vámonos -le digo-,
que aquí no hay armas
de destrucción masiva.
No quieras lanzar
con tu nuevo zarpazo
   ninguna hiroshima,
   ninguna nagasaki».

¡Ah, si a todos esos hombres
importantes
       que hacen las guerras
   se les pudiera tirar de la correa
       como a Gino
y obedecieran!...




ArribaAbajoLa guerra no ha terminado


Para ese matrimonio del pueblo de Hilah (Irak) cuyos seis niños fueron acribillados a muerte...




Alegremente.
Triunfalmente.
Un hombre con nombre de matorral proclama:
      «la guerra ha terminado»
      y en todos los sitios
ondean,
      blancas, azules y rojas,
las telas
que declaran esta dudosa victoria.

Atrás quedan,
sucios,
rotos,
sangrantes,
inertes,
      cuajados en un rocío
de arena y pólvora,
voces,
gestos,
ternuras,
esperanzas
que hace poco fueron
proyectos de futuro.

Para estos bultos informes
de muerte
no hay banderolas
de vivos colores,
ni discursos,
ni risas,
ni celebraciones.

No hay
-niños, mujeres, ancianos, jóvenes-
no hay
para ellos
ninguna vida.

Su absurda
victoria
es el vacío de la muerte.




ArribaFantasía


Spec, Gino y yo
   (azules, amarillos, rojos, verdes)
corremos
por un campo encendido de girasoles
bajo la mirada
aguda y multicolor
del loco visionario de Van Gogh.
A lo lejos,
con milimétrica precisión
el Bosco deletrea
en fantásticas visiones
      la humana condición.
       Majestuosamente
   con la cruz de Santiago
   brillándole en el pecho
Velázquez
   -pincel y paleta en mano-
proclama
la gloria del arte.

Spec y Gino
-algodonados en una tibieza azul-
       me miran.
Frente a nosotros:
       el pan crujiente recién salido del horno,
       los melocotones rosados y vellosos,
       la brillante jarra del vino
de Zurbarán,
nos invitan al festín del cuerpo.

Más allá,
ascendente,
sobrevolamos
la pureza angelical,
azul y blanca
de Murillo.
Diríase que
nuestros cuerpos
-espíritus ya-
sobrepasan los límites.
Pero no,
rotundamente contundentes
los mamelucos
-todo sables y airados caballos-
tiñen de sangre
las calles de cualquier Madrid del mundo.

La sorda ira de Goya
se enardece
y brutal, descoyuntado,
Saturno devora a su hijo
y un perro se hunde en el horizonte
       mientras el macho cabrío
danza frenético.

Spec, Gino y yo
pedimos una tregua...
       El sosiego del hogar
nos inunda
con la calma de Vermeer.
Los vaporosos niños de Reynolds nos acompañan
    y en la Pietà de Miguel Ángel
       descansamos nuestro cuidado.
Pero esto es apenas un respiro.
En la distancia,
disparatados, distorsionados, enloquecidos,
hombres y animales
gritan su angustia:
   una airada mano se alza
gris y blanca,
   un ojo nos mira,
un toro aúlla
su bomba de Guernica sobre las conciencias.
       De la profunda mirada de Picasso
van saliendo
       tristes y azulados.
       alegres y rosáceos,
       carnosos y monumentales,
los cuerpos,
los rostros
de hombres, mujeres y niños.

Spec, Gino y yo
nos miramos.
Sí, es la mirada,
la mirada que ausculta,
penetra,
ahonda
en este ser y este estar de los siglos,
       es la mirada que no tiene tiempo,
que se desmadeja
       en los relojes fláccidos de Dalí
y se yergue femenina, detallista,
vivificante,
en la cesta de mimbre
de Carmen Laffón.

Spec, Gino y yo
lo sabemos:
       en la nota,
       en la palabra,
       en el pincel
y en el cincel
       hemos estado,
estamos,
       estaremos
y eso nos justifica
          y nos salva.





Anterior Indice