Semblanza crítica de Ángel García López
Entre el núcleo central de los autores del medio siglo (Gil de Biedma, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Francisco Brines) y la irrupción de los sesentayochistas, hay una zona ocupada por poetas en quienes se confunden, penetrándose recíprocamente, rasgos de unos y otros: por un lado, moralidad, conocimiento, revelación, elegía; por otro, desbordamiento imaginativo, esteticismo, relativa autonomía lingüística. Situado entre ambos polos de atracción, pero también conectado por voluntad estética a diversas corrientes de preguerra y primera posguerra, se encuentra Ángel García López, nacido en Rota, Cádiz, en 1935. Licenciado en Filosofía y Letras y profesor de lengua y literatura, Ángel García López ha ejercido también como Técnico Superior de Servicios Bibliográficos.
Desde la aparición de su primer libro, Emilia es la canción, en 1963, García López no ha cesado de publicar títulos que iban y venían de unos tonos y motivos a otros, como muestra de una personalidad proteica, aunque siempre timbrada por un cierto manierismo formal, el dominio de las formas y el gusto por la construcción del lenguaje. Si aquel libro inicial era una incursión en la poesía amorosa, a la que ha vuelto en reiteradas ocasiones, en los títulos siguientes fue ampliando el espectro de su lírica. En A flor de piel (1970) ensayó el juego de la evocación y el poema de andadura larga y rico verbalismo, que se repliega en el cauce del soneto en Volver a Uleila (1971) antes de regresar a las tiradas versales, anchas y domeñadoras, en Elegía en Astaroth (1973), el libro que le valiera el Premio Nacional de Literatura, o en Mester andalusí (1978), cuyos versículos, soberbios y lujosos, encuentran un momento cimero de madurez y belleza. Pero donde se vinculan más estrechamente el fulgor de la palabra y la vibración humana es en Trasmundo (1980), diario del poeta ante una muerte que asomaba y con la que hubo de compartir espacio, con motivo de una grave enfermedad. En Los ojos en las ramas (1981) volvió de nuevo Ángel García López al soneto, inaugurando en este libro la poesía de tema infantil, que habría de tener continuación en títulos como Son(i)etos a Pablo (2003) e Historias de Macaena (2004): los hijos, primero, y los nietos, más tarde, son asunto a propósito del cual el poeta deja unas composiciones de trazo ligero pero de una maestría plena, en la que desemboca una larga y fructífera tradición literaria, eminentemente barroca. La oscilación entre el poema atenido al rigor de la métrica y la composición de espacios abiertos continúa en sus libros posteriores: Memoria amarga de mí (1983) es un conjunto de poemas ya no en versículos, sino en largos trancos prosarios, más recortados en Medio siglo, cien años (1988). Algunos de sus otros libros son notables en la perspectiva del conjunto de su obra: Perversificaciones (1990) es el cancionero amoroso de un sujeto creado; Bestiario (2000) reúne poemas sinópticos y lapidarios, donde la observación naturalística se da la mano con la agudeza barroca y con el apunte moral; Ópera bufa es una incursión en la sátira del mundo socioliterario... El también poeta Rafael Guillén ha compendiado esta riqueza en unas líneas que repasan sucintamente su obra: «Nadie puede ya hablar de maestría en la rima y la medida, sin conocer sus sonetos y alejandrinos. Ni de prosa poética, sin leer Memoria amarga de mí. Ni de largas y libres emociones en largos y libres versos, sin dejarse llevar por Medio siglo, cien años. Ni de desgarrada angustia, ni de muerte, sin adentrarse en Trasmundo. Ni de abrir nuevos cauces al lenguaje, sin estudiar Mester andalusí. Ni de regusto clásico, sin gozar del Cancionero de Alhabia».
A lo largo de su dilatada trayectoria, el autor ha cosechado buena parte de los más importantes premios poéticos españoles; por no citar sino algunos, obtuvo el premio Adonais 1969 con A flor de piel, el Nacional de Literatura 1973 con Elegía en Astaroth, y el premio de la Crítica 1978 con Mester andalusí.
Protegida pudorosamente y casi oculta tras la cobertura de su maestría formal, la escritura de Ángel García López ha atravesado, al cabo, buena parte de las estancias posibles de la poesía, como se percibe a la luz de lo dicho: de la elegía al lamento existencial, de la levedad cancioneril a la espesura simbólica, del poema amoroso a la sátira moral, del apunte neopopular a las complejas construcciones lingüísticas.
Ángel L. Prieto de Paula