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Angelina Gatell

Semblanza crítica de Angelina Gatell

Por Rosa M.ª Belda Molina (Grupo PoGEsp-Universidad de Alicante)

Angelina Gatell a finales de los años 60 (Fuente: Imagen cortesía de los herederos de Angelina Gatell).

Unas fuertes convicciones, la implicación y la dedicación a la labor creativa confluyen en Angelina Gatell Comas (Barcelona, 8 de junio de 1926-Madrid, 7 de enero de 2017) para componer una personalísima y reconocible voz poética. Sus poemas se distinguen por la coherencia y unidad que mantienen, no únicamente desde el punto de vista estructural y compositivo, sino también del sentido, pues la materia esencial de sus versos, siempre en torno a lo social y lo colectivo, prevalece hasta el final de sus días y de su obra. Su yo poético se modula y avanza, muy tempranamente, desde la crítica social hacia un testimonialismo que, en una segunda etapa, deviene en un yo memorialístico y, en sus últimos libros, en un yo confesional. Su fuerte personalidad, su gran conciencia individual, trasciende lo colectivo -y la poética social-, hacia un realismo crítico como desarrollo natural, pervivencia y renovación de la poética social de la posguerra. En sus versos descuella siempre su conciencia personal, su marcado compromiso vital con los desfavorecidos y con todas sus causas. Su implicación en lo poetizado hace prevalecer el yo personal sobre el asunto colectivo.

En Valencia, adonde se traslada junto a su familia por motivos políticos (su primer exilio), recala una joven inquieta que traba amistad con otros poetas (María Beneyto, José Hierro, Francisco Ribes, María Gracia Ifach...), colabora en las revistas poéticas de su tiempo y comienza a dar sus primeros pasos en el teatro. Se inicia en la poesía con Poema del soldado, Premio Valencia de Poesía 1954, en el que da voz a un protagonista impensado de una guerra sin sentido. Con el tono imprecatorio característico de la poesía social y rehumanizadora de su época, denuncia el destino injusto de saberse un ser para la muerte, ante un Dios en ausencia, a la manera de Blas de Otero. Indaga, asimismo, en tanta muerte concreta que es ignorada, en el rechazo a la guerra que la participación forzosa acrecienta y en la inutilidad de la contienda, componiendo, de esta manera, un sentido alegato por la paz.

En 1963, ya en Madrid (su segundo exilio), publica Esa oscura palabra, libro en el que, desde los mismos presupuestos de oposición a la guerra y al régimen instaurado tras ella, convida a la esperanza y al activismo personal. En estos poemas aporta su perspectiva particular, la de una mujer implicada en la lucha por la paz y en la defensa de sus ideales. En esos años, asimismo, participa activamente en tertulias literarias (Café Gijón, Ateneo, Plaza Mayor...), colabora estrechamente con Carmen Conde en sus antologías, se profesionaliza como actriz de doblaje y trabaja en Televisión Española también como escritora de guiones, hasta que es depurada a causa de su activismo político.

En 1969 publica Las claudicaciones, el poemario de los vencidos, en el que se evidencian las pérdidas y las renuncias, se escucha al ser doliente, se plantean las preguntas y la reflexión a la manera de Machado, se presenta el paisaje de Castilla revisitado. Angelina Gatell fue gran admiradora de la generación del 98: ya en Poema del soldado y Esa oscura palabra se podía entrever el agonismo unamuniano, su Cristo de Velázquez, la soledad. Sin embargo, la esperanza y la mirada hacia el futuro permanecen, la «soñadora» no se abandona al naufragio, resiste: Que nadie venga aquí. Que nadie cruce / esta barrera que mi amor levanta. / Que nadie descubra este dominio, / este baluarte que defiende / un mundo diferente, / una cerrada, / secreta ciudadela.

Angelina Gatell hacia 2015 (Fuente: Imagen cortesía de los herederos de Angelina Gatell).

Transcurridos más de treinta años de silencio editorial, publica Los espacios vacíos (2001), en un volumen que incluye la antología Desde el olvido (1950-2000). Inicia con él una segunda etapa de su poesía en que la denuncia social y la crítica se enarbolan como memoria inexcusable en poemas de tono elegíaco y de mayor lirismo. A través de la mirada al pasado, desde la madurez, pero sin añoranza, con la misma urgencia del presente, la poeta renueva la esperanza en su escritura, en la propia voz, para, de este modo, dejar su testimonio. En este mismo sentido surgen en sus versos los homenajes, las dedicatorias, las menciones a amigos, poetas y compañeros de lucha, especialmente en el siguiente libro, Noticia del tiempo (2004), recopilación de cien sonetos escritos a lo largo de cincuenta años de escritura, que tejen el relato de un tiempo histórico inserto en cada anécdota y recuerdo vividos. También los poemas del posterior Cenizas en los labios (2011) restituyen el pasado en la evocación de sus amores, el sentimiento que protege y salva, la remembranza del tiempo de una juventud que no pudo cantar porque fue tristemente transmutada por las dramáticas circunstancias históricas.

Finalmente, en sus dos últimas entregas poéticas, La oscura voz del cisne (2015) y el libro póstumo La voz perdida / La veu perduda (2017), el yo más personal aflora, la elegía se torna más íntima. Con la muerte y las ausencias de familiares y amigos como fondo, los recuerdos más lejanos se vierten en estos versos con la voluntad de descubrir a través de ellos los cimientos, la esencia que dio inicio a todo aquello en que después se convirtió la poeta. La niña que fue, el mar y la ciudad que la vio nacer, cada vez más presentes en sus versos, se adueñan de sus poemas finales en el deseo de recuperar la infancia, no como paraíso perdido, sino como lugar del origen y del sentido, donde la dicha era expectativa radiante de futuro que la guerra truncó y adulteró. La rebeldía de Angelina Gatell contra las circunstancias históricas y sociales de su época y de su mundo provoca los inesperados versos amorosos de Cenizas en los labios y la recuperación para la poesía de su lengua, el catalán, en La veu perduda. La reflexión y constatación de las pérdidas que en La oscura voz del cisne son reflejo y memoria de un tiempo terrible, constituyen el último intento de la poeta por recuperar lo que le fue sustraído. En ese sentido, la última lucha y victoria es la reivindicación de su lengua materna como punto final poético.

(2024)

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