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La unidad de América Latina como utopía

Fernando Aínsa



E1 principio de la unidad del continente es uno de los leitmotiv del discurso utópico latinoamericano y ha operado como catalizador de toda definición de la identidad cultural de la región, a la que se percibe como una, más allá de su diversidad. Aunque formulado en forma diferente en cada uno de los sucesivos modelos filosóficos, ideológicos o literarios que han pautado el proceso histórico del continente, el principio de la unidad ha sido siempre el mismo: definir lo americano y proyectar un futuro mejor a partir de su unidad política, cultural o económica.






ArribaAbajoUnidad y especificidad de América

La preocupación ontológica por definir lo americano como «único» corre paralela a la búsqueda de las marcas diferenciadoras y los signos propios del Nuevo Mundo. El sí mismo colectivo se constituye alrededor de una conciencia identitaria única, diferenciada desde su origen en relación a Europa y a la América sajona.

La lucha por la unidad continental se desenvuelve, teórica y prácticamente, al mismo tiempo que se define su especificidad, constante que puede rastrearse en el pensamiento y la acción de la Ilustración, la Independencia americana y en buena parte de los discursos programáticos de los siglos XIX y XX, entre los cuales se inscribe sin dificultad el de Eugenio María de Hostos. Como analizaremos en este capítulo, el pensador puertorriqueño trata en forma simultánea de unir y definir «la personalidad internacional de América Latina», no solamente ante el Viejo Continente, sino ante «la sólida potencia» de Norteamérica.

Desde Francisco Miranda, José Gervasio Artigas y, sobre todo, Simón Bolívar, la identidad latinoamericana plenamente asumida aparece como sinónimo de unidad política. En las páginas de proclamas, textos y enunciados del deber ser americano, la unidad de pueblos y naciones constituye el correlato inevitable de una identidad que debe cristalizar en un proyecto de vocación única. Este discurso se prolonga en Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento y reaparece en la ensayística de fines del siglo XIX y principios del XX.

«La América Grande» que «entrevé» José Martí en 1883, se convierte en la «Madre América» y en «Nuestra América» en 1891. «Las ansias a las que nadie ha dado forma» -de las que habla José Enrique Rodó en El que vendrá (1897)- anuncian la dialéctica polarizada de Ariel (1900) y «la misión de la raza iberoamericana» que proclama José Vasconcelos en La raza cósmica se identifica como el «crisol en que han de fundirse todas las culturas para crear una sola». También forman parte del ideal de unidad americana la «Patria única» (1910), «la Patria Grande del porvenir» (1912), sobre las que escribe Manuel Ugarte o las ideas del americanismo de Francisco García Calderón en La creación de un continente (1913), preocupación que oscila entre la noción de identidad nacional y latinoamericana en Manuel González Prada, José Carlos Mariategui y Antonio Caso.

Si el objetivo de una América unida y única es una constante del ensayo filosófico y político, la narrativa y la poesía no dejan tampoco de reflejarla. Basta pensar en el Canto General de Pablo Neruda o en muchos de los poemas de José Martí, Rubén Darío o César Vallejo. Esta visión literaria integral de lo latinoamericano ha permitido representar arquetípica y míticamente la unidad del continente con una intensidad muchas veces mayor que la del discurso político, económico o sociológico.

El discurso latinoamericano sobre la identidad habla de «reivindicar nuestro pasado», «fomentar valores propios», «buscar la autenticidad», «combatir las ideas foráneas», «ser fieles a nosotros mismos» para denunciar, más recientemente, la desculturación provocada por la alienación, cuando no el imperialismo cultural. En la indagación de la especificidad se han acuñado conceptos unificadores como ser americano, idea de América, americanidad, conciencia americana, expresión u originalidad americana.

Las nociones de idiosincrasia, de auctoctonía, de peculiaridad y, más recientemente, de identidad se han sucedido en el marco de escuelas filosóficas y movimientos literarios para referirse a una misma preocupación planteada tanto a nivel nacional (cuando no nacionalista) como regional y continental, es decir, en el seno de una América concebida como una «unidad en la diversidad». Sea cual sea el genticilio con la cual se la denomina -Hispanoamérica, Iberoamérica o Latinoamérica- la idea de una América unida ha suscitado adhesiones como las de Patria, al punto de que se la llama también «Patria Grande».

Estas adhesiones han necesitado de una conceptualización teórica mayor que la mera pertenencia a una comunidad o un país, cuyo sentimiento de identidad nacional brota espontáneamente gracias a la autodeterminación implícita e instintiva, afectiva e intuitiva que toda pertenencia a un territorio presupone. Sin embargo, pese al origen teórico de este concepto, nadie discute hoy en día las profundas raíces históricas del «espacio del anhelo» que una América Latina unida proyecta en las aspiraciones de sus habitantes. De ahí que hablemos desde el principio de este capítulo de utopía necesaria y de raíces históricas del discurso de la unidad latinoamericana, aspectos que aparecen claramente en la obra de Eugenio María de Hostos.




ArribaAbajoExilio y patria americana

No es exagerado decir que la conciencia latinoamericana de Hostos se genera a partir de su experiencia del exilio. Como para muchos escritores, es el exilio el que le da la perspectiva necesaria para proyectar una visión unitaria del continente, más allá de localismos y nacionalismos. Si el periplo iniciático que lo lleva a partir de 1871 y durante casi cuatro años por Colombia, Perú, Chile, Argentina y Brasil, le da la conciencia de la problemática común del continente, es su condición de «eterno exiliado», la que le permite reconocer con tono desgarrado que:

Yo no tengo patria en el pedazo de tierra en que nació mi cuerpo; pero mi alma se ha hecho de todo el continente americano una patria intelectual, que amo más cuanto más la conozco y compadezco.1



Esta patria «intelectual» está presente en toda su obra, incluso en la novela juvenil La peregrinación de Bayoán (1863). Como se ha destacado, Hostos «se propuso lograr una alegoría con fondo indudablemente histórico» y político, utilizando «la novela como modo de expresión»2. Escrita en primera persona, los referentes autobiográficos aparecen acentuados. Así en el monólogo de Bayoán se reconoce sin dificultad al propio Hostos, especialmente cuando confiesa:

América es mi patria; está sufriendo, y tal vez su dolor calme los míos... Si puedo encontrar allí lo que en vano he buscado en Europa; si en una de esas repúblicas hay un lugar para un hombre que ama el bien, después de recorrerlas todas, después de estudiar sus necesidades presentes, y evocar su porvenir, me fijaré en la que más reposo me prometa... Si en ninguna lo encuentro, seguiré peregrinando3...

Esta constante aparece en otros textos de Hostos, porque es evidente que al considerar «toda la tierra del Nuevo Continente» como «su patria», transforma la «patria americana» en la causa de su vida. Habla así en forma metafórica de «esta religión de la patria americana» o de «teatro» donde protagoniza un papel conscientemente asumido: «Situarme en mi teatro, en esa América a cuyo porvenir he dedicado el mío».

Es esta misma patria americana la que le permite una esperanzada visión del futuro: «La gran patria del porvenir en toda la América Latina»4, esa «patria grande» que define no como una «patria limitada a cerros, desiertos, ríos u océano», sino como una fuerza proyectada en el futuro, porque se considera «hijo de la patria del porvenir, no del presente y todo su sano sentimiento, toda su lúcida razón, toda su actividad inagotable, todo su entusiasmo». En ese porvenir anhela insertar la «civilización latinoamericana»5 en lo universal, porque «un fin capital tiene América que cumplir; la unidad de la civilización cosmopolita».

Y a este porvenir dedicó su vida y su obra.




ArribaAbajoImposibilidad real e intención utópica

La obra de Eugenio María de Hostos, como la de la mayoría de los autores del período, refleja el conflicto no dirimido entre el diagnóstico de la realidad que se pretende riguroso científicamente y la visión de un futuro proyectado como idealidad, notas agudizadas por el romanticismo-positivista6 en que su generación traduce la tensión entre el «ser» de la realidad y el «deber ser» de la utopía.

Si ninguna de las obras de Hostos puede considerarse como perteneciendo al género utópico y aunque la palabra utopía no se menciona en ningún texto, la intención utópica es evidente. En la actitud programática -lo que Lagmanovich llama «la actitud dialogal» por la cual el ensayista latinoamericano insiste en «lo que falta hacer», «lo que es necesario hacer»- Hostos desarrolla un significativo discurso utópico.

En efecto, el luchador y educador puertorriqueño no hizo otra cosa que abrir posibilidades en lo «imposible relativo» de su época. La intención utópica de su discurso aparece subrayada por esa distancia entre lo imposible relativo y lo imposible absoluto que ha puesto en evidencia la frustrada unidad continental a partir de la independencia de las Antillas.

La función utópica del discurso de Hostos sobre la unidad de América Latina surge, pues, del desfase existente entre la circunstancia histórica y política de su formulación y la dificultad práctica de su aplicación, es decir, de la tensión resultante entre el ser de la realidad y el deber ser de la idealidad. Esta función utópica se evidencia en la perspectiva que da la lectura contemporánea de un texto programático del que sabemos de su difícil aplicación práctica. En la medida en que el modelo de unidad de América Latina propuesto por Hostos ha sido momentáneamente derrotado por fuerzas adversas de la historia, la intensa voluntad y el esperanzado idealismo de su discurso político se transforma en enunciado utópico.

De ahí que hablemos de intención utópica en Eugenio María de Hostos, un autor que no ha escrito ninguna obra del género y que no ha utilizado la palabra utopía en ninguno de sus textos, escritos casi todos ellos en el fragor de un combate bien preciso -la lucha por la emancipación y la independencia de las Antillas- al que consagró su vida entera.




ArribaAbajoLo único como diferencia

La prospección utópica de la unidad de América Latina en la obra de Hostos parte del doble significado de lo «único». Por un lado, la acepción semántica de lo único como diferente, especificidad que aparece subrayada por la condición americana de Nuevo Mundo contrapuesto al Viejo Mundo y, por el otro, la unicidad entendida como integración de partes diversas en una unidad. Hostos sabe que América Latina es única en el sentido que no existe otra sino solamente ésta, aunque, al mismo tiempo, tiene conciencia que no es una en el sentido de que exista unidad en ella. Por ello plantea su unidad como meta.

El pensador puertorriqueño entiende la utopía de la unidad del continente a partir de la coincidencia de lo específico y singular con la unicidad, más allá de la diversidad de sus componentes. Su ideario es, en este sentido, perfectamente coherente: proyecta la necesidad de la unidad de América Latina a partir de su especificidad, un modo de garantizar su independencia a partir de su propia originalidad.

Sin embargo, el razonamiento de Hostos -que puede parecer claro así resumido- está fragmentado en una profusa obra periodística, epistolar y libresca con que jalona una vida dedicada a la liberación de su patria y en la cual la unidad continental es la prolongación natural de la independencia de las Antillas, pero no un fin en si misma.

En las páginas siguientes nos proponemos describir como se estructura la función utópica en el seno de un discurso variado, urgente y palpitante, escrito al ritmo de acontecimientos muchas veces adversos. Para ello analizaremos la especificidad de lo americano según Hostos, originalidad que justifica la independencia de las Antillas, por la que combate a lo largo de su vida, y primer eslabón de una unidad continental que propone a través de varias fórmulas que oscilan entre el diagnóstico que se pretende científico, el realismo político y un apasionado idealismo. En unos y otros veremos como se mezclan su entusiasta visión de una América unida y proyectada al futuro y la desazón del fracaso del presente histórico en que vive, dialéctica de la esperanza y la desesperanza en que se debate trágicamente y que otorgan a su obra una indiscutible vigencia.




ArribaAbajoJuventud y novedad de lo americano

La especificidad de lo latinoamericano surge para Hostos de la condición de mundo nuevo que tiene el continente recién independizado. Este ingreso tardío de América en la historia occidental lo asocia con la noción de «juventud» que lo nuevo conlleva. Como tantos otros autores preocupados por la identidad del Nuevo Mundo, Hostos paga tributo a la creencia de la de América, verdadero tópico de la ensayística continental, cuando no mero lugar común, al afirmar que:

América aporta al mundo una «humanidad más joven», sana y renovadora, capaz de aportar nuevos principios a la moral, nuevos problemas a las ciencias políticas y naturales. América -en definitiva- brinda «nueva savia a la vida universal».7



En esta perspectiva, no es difícil sostener que las «organizaciones enfermizas del Viejo Mundo» se renuevan en América, ya que del Nuevo Continente sólo son dignos los seres humanos que buscaran en él un «medio» nuevo para «un nuevo mundo moral e intelectual8». Al sentar la civilización «sus reales» en América, donde la realidad es «más completa y más humana», no es difícil pronosticar que «la humanidad vivirá mejor de lo que ha vivido».9

Hostos no se limita a repetir el tópico de lo nuevo de América como sinónimo de joven, sino que añade a lo nuevo la acepción de lo novedoso, y, por lo tanto, insuficientemente conocido. Porque si le parece evidente que «la humanidad vivirá en América mejor de lo que ha vivido», añade en la misma frase: «[...] y la ciencia tendrá más horizontes que descubrir»10.

Para este pensador, el nuevo mundo es, sobre todo, un mundo desconocido:

Ese es un mundo nuevo, no sólo por ser casi completamente desconocido del naturalista, del sociólogo, del comercio y de la industria universal, del Viejo Mundo y hasta de sí mismo, sino porque la tarea que le está encomendada por sus antecedentes tradicionales y por sus fines históricos es totalmente nueva en la vida de la humanidad.11



América ofrece el campo «novedoso» de lo desconocido a la curiosidad científica, tanto en las ciencias físicas y naturales, geografía e historia, como en la «ciencia de las sociedades». En efecto, «la sociedad es en ese mundo nuevo tan desconocida como la naturaleza y es tan calumniada como ella».

En ese campo «absolutamente inexplorado» y, sobre todo, en la variedad «en tendencias, en fenómenos morales y políticos, en estados sociales y económicos, en aplicaciones del progreso político a la vida material y en interpretaciones del ideal americano», Hostos avizora las posibilidades de un «total desarrollo de sus fuerzas». En el Nuevo Mundo será posible «el progreso más activo de todos los tiempos, con la transformación más armoniosa de que ha sido testigo e instrumento el ser humano».

Para que ello sea posible -y tal como sucede con otros pensadores positivistas del período- Hostos se esfuerza por articular su vocación idealista y sus prospecciones utópicas en el contexto de un discurso que se pretende científico. Por ello, el conocimiento del Nuevo Mundo deberá ser «reflexivo», menos «apasionado» y menos librado a la «fantasía individual». Para que prime la «razón colectiva», Hostos imagina un futuro de vida menos «irreflexiva», donde América «podrá desarrollar totalmente sus fuerzas físicas, morales y mentales, y podrá considerar armónicamente su pasado, su presente y su futuro»12. Esta unidad en la que se perderá «la aplicación científica del principio biológico» consagra, sin embargo, la «libertad democrática».




ArribaAbajoTiempo histórico y espacio inédito

La doble condición de lo nuevo -joven y desconocido- hacen que América pague tributo a su «carencia de historia». Hostos reconoce que:

La revolución de independencia ha tenido que crearlo todo: espíritu social, sentimiento de la personalidad territorial, voluntad nacional propia, inteligencia del derecho, principio de libertad, noción de autoridad, medios orgánicos morales e intelectuales de existencia social, fines de la nueva sociedad, cohesión social, costumbres, trabajo, creencia y conciencia.13



Haciéndose eco de la contradicción del doble signo de la «juventud» de América -abierta al futuro, carente de pasado- se justifican muchos de los problemas americanos en la perspectiva de una historia que no puede medirse en los escasos años de vida independiente y que necesita de su inserción en el curso de los siglos de la civilización occidental. En una comparación de la historia del Viejo y del Nuevo Mundo, resulta claro que:

Hasta el siglo XV, ninguna de las sociedades europeas había logrado fundir los diversos matices etnográficos que constituyen desde entonces la unidad de la raza y el carácter en las varias naciones del Viejo Continente: habían empleado quince siglos en esa operación de la química social. ¿En qué razón científica pueden fundarse para exigir que las sociedades latinoamericanas hagan en sesenta, cincuenta o menos años de independencia la fusión de elementos tan heterogéneos como los que constituyen la población de esas sociedades recién nacidas?14



No puede, por lo tanto, exigirse que las «naciones improvisadas» de América Latina tengan la misma homogeneidad de las sociedades europeas, obtenida en «diecinueve siglos» de historia. Esta misma justificación del tiempo histórico americano, se aplica al espacio del nuevo mundo, ya que toda la población europea ocupa «un territorio más reducido que tres porciones, Brasil, Bolivia y Argentina, del continente meriodional».

Por muy intensa que sea su intención utópica, Hostos sabe que no puede exigirse que:

Un territorio desierto tenga la estabilidad que sólo puede científicamente exigirse de sociedades en donde la población haya dominado la naturaleza, la producción multiplicado la actividad, el cambio multiplicado las necesidades, la circulación multiplicado el bienestar, el consumo multiplicado las relaciones, éstas creado el estímulo, el estímulo el progreso, el progreso la paz, la paz la libertad, la libertad el orden, el orden la fuerza y la fuerza el sentimiento de la personalidad.15



Sin embargo, a diferencia de Sarmiento que para hacer plausible y verosímil su proyecto de integración nacional y de unidad regional americana a partir de ese mismo «desierto» primordial, lo remitía al «modelo europeo», porque estas eran «las necesidades de las naciones modernas» como Italia, Alemania, Canadá y Estados Unidos, Hostos pretende una evolución exclusivamente americana.

La visión americana de Hostos tiene, pues, profundas raíces históricas y en ningún momento se presenta como un desasido y vago «soñar despierto». En su conceptualización resulta fundamental el origen histórico común de lo americano. La unidad que puede derivarse de fere destino le parece a Hostos indiscutible en la medida que permite cobrar conciencia de lo que es común:

Si hay alguna tierra a la cual pueda apropiarse con escrupulosa exactitud el incentivo dictado de mundo nuevo, es aquella que, insertándose por México en el continente septentrional del Nuevo Mundo, recorre el ítsmo de Panamá, sigue la casi recta trayectoria de las costas meridionales del Pacífico, penetra en las regiones desoladas del estrecho austral, domina soberanamente el Atlántico del sur, contempla como suya toda la cuenca del mar de las Antillas y cuenta en su extensión inmensa, desde los límites mexicanos del río Bravo hasta el grado 57 de latitud austral, dieciocho repúblicas de un mismo origen, un imperio de origen semejante, y más de treinta millones de habitantes con iguales aptitudes para la civilización e idéntico anhelo de progreso.16



La conciencia y el sentimiento de pertenencia a este mismo origen le parecen también obvios, ya que cuando «se habla al sentimiento de esos pueblos, palpitan en tanta actividad los afectos y los instintos de familia». El problema es la «razón de sus gobiernos», donde los argumentos en contra del americanismo y en favor del «aislamiento egoísta» de cada uno de los Estados, son tan impulsivos, que Hostos no comprende cómo «pueden sentir tan expansivamente los que razonan con tan egoístas restricciones».17

La percepción de una unidad americana cualitativamente distinta de los particularismos que la integran, no impide que sus expresiones individuales sean leales hacia el grupo, la familia o a la localidad de la que son originarios. Una no excluye la otra, aspecto que resulta clave en la comprensión crítica de su pensamiento, proyectado desde lo específico antillano, especialmente cubano y puertorriqueño, pero representativo de lo americano, no sólo a nivel continental, sino en su inserción en lo universal.

Esto nos lleva al análisis de las etapas a través de las cuales Hostos proyecta realizar la unidad de América Latina.




ArribaAbajoLa emancipación de las Antillas

La desiderata hostosiana de la unidad continental de América Latina se estructura a partir de la circunstancia histórica desde la que escribe. Por lo tanto, la primera e ineludible etapa es la emancipación de las Antillas.

En la perspectiva de Hostos no puede haber unidad mientras existan en la región países que no son independientes. La emancipación de las Antillas es el requisito previo de cualquier proyecto de unificación del continente y adquiere en el contexto de su proyecto una dimensión histórica que rebasa la mera reivindicación nacional de Cuba y de Puerto Rico.

En efecto, Hostos considera que el Mar Caribe es el Mar Mediterráneo del Nuevo Continente y que, por lo tanto, está «consagrado a ser el camino ondulante de todas las ideas, de todos los progresos de la nueva humanidad». En ese mar de las Antillas, «mar Caribe o de Colón», individualiza «dos grupos de islas que en los días venideros de las historias serán la Grecia del Nuevo Continente».18 Es el Mare Nostrum del Nuevo Mundo, donde:

Cuba está de tal modo colocada en la disposición geográfica del globo, que es como su punto central: después del Itsmo de Panamá, no hay en el mundo moderno una posición geográfica tan favorable: perforado el Itsmo, la posición de la Isla y de todo el archipiélago habrá centuplicado su importancia. En la distribución de las tierras del Nuevo Mundo, la situación del archipiélago y de Cuba es la de intermediarios indispensables entre las dos grandes masas del Continente.19



Hostos no sólo señala la situación estratégica de las Antillas, sino que se adelanta en su visión prospectiva a la construcción del Canal de Panamá y a la reordenación geo-política que provocará en la región. En este esquema, es evidente que la condición colonial de las Antillas son un obstáculo a la «comunicación natural» entre la región del Caribe y el resto de América, porque las islas son las «mediadoras entre el Viejo y el Nuevo Mundo». Es interesante observar como el pensador puertorriqueño reordena la visión eurocentrista tradicional para darle una perspectiva latinoamericana en la cual las Antillas son una etapa «comercial e industrial» de la navegación entre dos mundos y entre las diversas partes del Nuevo, punto central y pasaje obligatorio en la comunicación, lo que es requisito ineludible en todo proyecto de unidad. Las islas son, en efecto:

El lazo, el medio de unión entre la fusión de tipos y de ideas europeas de Norte América y la fusión de razas y caracteres dispares que penosamente realiza Colombia (la América Latina): medio geográfico natural entre una y otra parte del Continente, elaborador también de una fusión trascendental de razas, las Antillas son, políticamente, el fiel de la balanza, el verdadero lazo federal de la gigantesca federación del porvenir; social, humanamente, el centro natural de las fusiones, el crisol definitivo de las razas. Por eso sirven de estación necesaria a las comunicaciones comerciales de la tierra, por eso serán un día la casa de peregrinos de la Humanidad.20



Los fines aparecen claramente explicitados: la fuerza comercial no sólo favorecerá «un vasto desarrollo de la civilización», sino que preparará «el ensayo de fusión latente que se verifica siempre en los grandes centros comerciales, la unidad de la especie»21. En el área geopolítica generada por el intercambio, la unidad de la civilización americana se ratifica en la extensión progresiva de la independencia continental, en la cual la liberación de las Antillas es la natural consecuencia de un proceso histórico irreversible.

Espacio y tiempo, componentes ineludibles de la utopía, aparecen suficientemente contextualizados para dar al proyecto de Hostos una seria base histórica. En su famosa carta al presidente del Perú del 13 de Octubre de 1873, sostiene con indiscutible seguridad:

Yo creo, tan firmemente como quiero, que la independencia de Cuba y Puerto Rico ha de servir, debe servir, puede servir al porvenir de la América Latina.22



En el desarrollo explicativo de esta convicción maneja la certeza, la esperanzada formulación de un deber ser y una posibilidad justificada por la propia circunstancia histórica americana. La certeza es que la independencia:

Ha de servir, porque las Antillas desempeñan en el plan natural de la geografía de la civilización el papel de intermediarias del comercio y de la industria: el comercio es actividad aplicada a las necesidades, la industria es ciencia aplicada al bienestar de los hombres, y son conductores de ideas, como lo son de elementos físicos de bienestar; transmisores de progresos morales e intelectuales, como lo son de progresos materiales.



Al mismo tiempo, Hostos enuncia un principio programático no menos enraizado en el contexto regional:

Debe servir, porque las Antillas son complemento geológico del continente americano, complemento histórico de la vida americana, complemento político de los principios americanos, y tienen el deber, no ya el derecho, de sustraerse a toda acción perturbadora de la unidad geográfica, histórica y política de América.



Finalmente, considera que esta independencia y la unidad consiguiente del continente se inscriben en una lógica histórica en la cual las sucesivas etapas habrán de darse naturalmente:

Puede servir, porque la independencia de las Antillas no es otra cosa que emancipación del trabajo, y por tanto, aumento de población, de producción de recursos físicos para la civilización americana; no es otra cosa que emancipación del comercio y de la industria, y por tanto, eliminación de los obstáculos materiales que hasta hoy ha tenido la comunicación entre una gran parte de América y aquellas islas, que son mediadoras naturales entre el Viejo y el Nuevo Continente.



La independencia de las Antillas «reconstituye» geográficamente el continente americano y permite la «unificación de todas las partes en el todo». Como consecuencia natural de ese movimiento histórico de la independencia continental, las Antillas van hacia:

El período necesario de su vida en que, disponiendo de sí mismas, contribuyan con toda la América Latina al porvenir esplendoroso de la nueva civilización que elabora el Nuevo Continente; no es otra cosa que aclamación de los principios morales y políticos en que se funda la democracia americana, y por tanto, definitiva dirección de toda la sociedad americana hacia fines propios, necesarios, connaturales, independientes de los fines que dirigen la sociabilidad europea.23



En la exaltada dialéctica de su discurso, Hostos no olvida que el primer obstáculo subsiste: las Antillas siguen siendo colonias, por lo tanto no puede hablarse de unidad latinoamericana, ya que:

Teniendo que servir, debiendo y pudiendo servir la independencia de las Antillas al porvenir de todo el continente se plantea el problema ¿Cómo, convertida la independencia de las Antillas en programa de gobierno, pueden los de América Latina realizarlo?



La respuesta a esta interrogante es congruente con su planteo general. Para que dejen de ser colonias nada mejor que apelar a la solidaridad continental, es decir, al ámbito natural en que esa unidad futura deberá expresarse.

Hostos propone la reunión de un Congreso americano para revelar «la existencia real, palpable y positiva, de una comunidad de afectos, ideas e intereses, que bastan para atraer el respeto de los hombres y la reflexión de los gobiernos»24, meta que considera difícil, pero que «vale la pena», ya que:

Ni gobiernos, ni pueblos, nadie hay en los pueblos latinoamericanos que no sepa, que no presienta que es interés común de todos ellos la independencia de las Antillas. Ligarse con el fin concreto de conseguirla, equivaldría a hacer el ensayo de una fuerza.25



Sin embargo, aunque convoque un Congreso americano, Hostos es consciente del fracaso de Congresos anteriores como el de Lima y de Santiago. Del mismo modo, juzga como negativos los efectos del tratado Tripartito del 857 y la cuádruple Alianza de 1865.

Si de la unión de los países de América Latina depende el porvenir de la civilización política del continente, Hostos tiene el suficiente realismo político para comprender que la unión no puede hacerse de golpe, «sino parcialmente», ni en todos sus fines, sino «en algunos», no en forma definitiva, sino temporalmente, no por todos al mismo tiempo, sino por «algunos gobiernos latinoamericanos».

Hostos propone una integración latinoamericana gradual, cuya primera etapa debe ser la Unión Centroamericana, a la que no concibe como una federación, sino como una confederación. La Unión Centroamericana sería un eslabón de la ansiada «reconstitución» geopolítica del continente, ya que:

Si las Antillas llegaran a su independencia en tiempo oportuno, en este gran tiempo en que vivimos, y lograran reconstituirse pronto y atrajera a su círculo de acción al Itsmo y las repúblicas centrales, tal vez quedaría eliminada para siempre una de las más formidables incógnitas del porvenir continental. Entonces, el Archipiélago y este pedazo de tierra que une los dos continentes del Nuevo Mundo, adquirían por la navegación y el cambio aquella rápida fuerza que da la afluencia de los intereses universales hacia un centro.26



Sólo en ese momento puede hablarse de una Confederación sub-regional:

Entonces, y como precedente de la unión de nuestra raza en nuestro mundo, toda la parte del estado de Panamá que corresponde al Itsmo, las cinco repúblicas centrales y las tres Grandes Antillas, Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, formarán una confederación de estados libres.



La unidad centroamericana tiene para Hostos profundas raíces históricas, ya que América central es un «mismo pedazo del itsmo colombino» sin obstáculos topográficos que lo separen, y una misma «raza ibérica combinada con los mismos o semejantes elementos de la raza aborigen», y «una sociedad que hereda los mismos males de la colonia»27. En su proyecto, los Estados Confederados de América Central y el Caribe se integrarían como una unidad subregional junto a otros grupos federales como el Canadá, los Estados Unidos de América y los Estados Mexicanos. Pese a la aspiración reiterada de ver al continente unido, Hostos reconoce que la unidad de las Américas no es políticamente posible, sobre todo en relación a los Estados Unidos a los que pensó en alguna ocasión sería posible asociar al proyecto en un mismo plano igualitario.

Pese a ello, el luchador puertorriqueño imagina, a partir de la unidad centroamericana, otros mecanismos jurídicos para «la unificación de las partes en el todo» que serían «una forma accesible en nuestro tiempo» del «designio culminante de Bolívar».

Una de ellas es la liga diplomática de las naciones americanas.




ArribaAbajoLa liga de los independientes

A través de la Liga diplomática se podría crear una personalidad internacional, capaz de evitar derrotas como la invasión de México, la tentativa de reanexión de Santo Domingo o «la catástrofe todavía no bastante llorada del infortunado Paraguay». Sin embargo, también reconoce que de todos los obstáculos que dificultan la institución de esa personalidad internacional, la falta de un interés común es la mayor28, porque «las alianzas se rompen hacia su centro natural de gravitación». Al mismo tiempo, todo proceso de unión genera dos tipos de temor.

Por un lado:

Los que pudieron utilizar sus ventajas y constituirse rápidamente, no quisieron confederaciones que suponían habían de darles todas las responsabilidades y ningunas de las ventajas de la confederación,



Y por otro lado:

Los que no pudieron constituirse tan fácilmente, acaso veían en la confederación un medio auxiliar de estabilidad interior, pero más claramente creían ver un medio de preponderancia para los estados ya constituidos.29



Preocupado por pasar de una fase «desiderativa» y de simple expresión de un «anhelo» a una más programática, Hostos propone como medio de lograr la unidad latinoamericana, una asociación política con el nombre de Liga de los Independientes, cuyos fines son:

La sustitución de la confraternidad sentimental que hoy aproxima tibiamente a la sociedad latinoamericana de las Antillas y del continente, con la confraternidad de intereses materiales, intelectuales y morales, y con la unidad de civilización que espera a sociedades idénticas en origen y en tendencias (Artículo 3)



La Liga trata de convertir la mera voluntad asociativa de países de similar origen en un verdadero germen de «mercado común» latinoamericano, donde los intereses materiales (geopolíticos y económicos) puedan tenerse simultáneamente en cuenta con los «morales» e «intelectuales». Tales fines se basan en la repetición de dos principios clave de la visión latinoamericana de Hostos:

  • El principio de unidad, paz y nacionalidad en las Antillas; (Artículo 1.º, Inciso E de la Liga).
  • El principio de expansión hacia el continente latinoamericano (Art. 1.º, Inc. F).

Sobre la base de la independencia de las Antillas y a partir de su visión geopolítica en la que el Caribe, verdadero Mare Nostrum del Nuevo Mundo, opera como centro natural de unión y de comunicación entre el hemisferio norte, América Central y del Sur, Hostos proyecta la unidad latinoamericana a partir del «Principio de expansión hacia el continente americano»:

Para no ser España, ni Judea, ni China, es necesario hacer expansivas las fuerzas nacionales, obedecer al principio de expansión, salir de sí misma, difundirse, vivir juvenilmente la activa vida de relación que solicita y espera a todo pueblo del Nuevo Continente, y acaso más allá que a otro cualquier, a los que se han formado en el archipiélago de las Antillas, centro del mundo civilizado, camino del comercio universal, objetivo de la industria de ambos mundos, fiel de una balanza que ha de pensar algún día los destinos de la civilización cosmopolita.30



En el caso extremo en que no sea posible «una confederación política», Hostos propone una forma definitiva de libertad: la confederación de ideas.

Me vengué de él imaginando una forma definitiva de libertad y concebí una confederación de ideas, ya que me era imposible una confederación política. Porque soy americano, porque soy colono, porque soy, por eso soy federalista. Desde mi isla veo a Santo Domingo, veo a Cuba, veo a Jamaica, y pienso en la confederación: miro hacia el norte y palpo la confederación, recorro el semicírculo de islas que ligan y «federan» geográficamente a Puerto Rico con la America Latina, y me profetizo una confederación providencial.31



Como otros pensadores y hombres de acción americanos, Hostos no hace sino luchar por una América libre y unida, buscando instrumentar una fórmula política que traduzca eficazmente su ideario en la práctica. Sin embargo, en esta búsqueda, va más lejos. Su América idealmente unida es una América donde las minorías y los grupos marginados tienen voz. Indios, chinos, huasos, rotos, cholos y gauchos, y «otros tantos esclavos de la desigualdad social», entre los que incluye premonitoriamente a la mujer, tienen derecho a formar parte de una América unida y a no ser «ridiculizados» en sus aspiraciones de integración. Hostos es consciente que aborígenes, cholos, zambos y negros son «elementos sociales que viven más o menos divorciados del sano y fecundo movimiento de la sociedad»32, por lo que la unidad buscada debe empezar por la solidaridad con estos grupos.

La conciencia de la importancia de integrar las minorías al porvenir de una América unida, la cobra Hostos en su «peregrinar» americano. Lo explícita en su carta del 9 de diciembre de 1873 dirigida José Manuel Estrada, redactor de El Argentino:

Durante esos tres años, consagrados con mi voz, con mi pluma y con el ejemplo de una vida desinteresada a la confraternidad de todos estos pueblos, a la defensa de todos los desheredados, fueran «rotos» y «huasos» y araucanos en Chile, fueran chinos o quechuas en Perú, sean gauchos o indios en la Argentina: durante esos tres años dedicados a pedir práctica leal de los principios democráticos, formación de un pueblo americano para la democracia, educación de la mujer americana para precipitar el porvenir de América.33



Mucho antes que Vasconcelos y lejos de la visión racial selectiva de Alberdi o Sarmiento, Hostos concibe el porvenir de América como el de «un crisol de razas». En forma consecuente con su lucha política, hace generar ese «crisol» en las Antillas.

El enunciado utópico de una dirección señalada con tanta convicción no impide que Hostos acepte las lecciones de la historia. El pensador puertorriqueño conoce las fuerzas atomizadoras y centrífugas que neutralizan todo esfuerzo de unidad. La balcanización americana -lo que Sarmiento llamó «las Provincias desunidas» del Río de la Plata y, más gráficamente Francisco Bilbao definiría como «los Estados Desunidos del Sur» en contraposición a los Estados Unidos del Norte- le ofrecen un «extraño contraste»: tienen un mismo origen, los mismos intereses del presente, la misma atracción por el porvenir y están en un mismo continente y, sin embargo, son incapaces de ponerse de acuerdo. La recapitulación de los fracasos es abrumadora, empezando por el propio Simón Bolívar.

Bolívar -ese «hombre-legión» porque fue el primero en interrumpir el sueño de la vida colonial para redimir el continente- fue también el primero en concebir «la patria inmensa» y en señalar que sin Cuba ni Puerto Rico, el continente estaría «incompleto». Puerto Rico, la patria de Hostos, era parte de «la humanidad que redimía» el Libertador34. Pese a la influencia de Bolívar y al sentimiento de los «padres» de la patria, los «capitanes de la independencia» y el de las «poblaciones liberadas», Hostos señala como la unidad latinoamericana ha fracasado, aunque no hayan sido derrotadas las ideas, ya que: «Hoy llena está de hombres eminentes nuestra América Latina que saben que las Antillas son complemento político y geográfico del continente».

Hostos recuerda asimismo los esfuerzos alrededor del nombre de Colombia para definir lo específico americano antes de que se generalizara el gentilicio de América Latina:

No obstante los esfuerzos hechos por Samper, por algunos escritores latinoamericanos y por el autor de este artículo, reforzados por la autoridad de la Sociedad Geográfica de Nueva York, no prevalece todavía el nombre colectivo de Colombia con que han querido distinguir de los anglosajones de América a los latinos del Nuevo Continente. En tanto que se logra establecer definitivamente la diferencia es bueno adoptar para el continente del sur y América Central, México y Antillas el nombre colectivo que aquí le damos y el de neolatinos usados por el señor A. Bachiller Morales, o el de latinoamericanos que yo uso para los habitantes del Nuevo Mundo que proceden de la raza latina y de la ibérica.35



Del mismo modo, recuerda las etapas históricas de la reunión de Venezuela, Nueva Granada y Ecuador; la unión de cinco repúblicas centroamericanas, los propósitos del Congreso de Panamá de 1824, la confederación Perú-Bolivia, el régimen federal de las provincias del Río de la Plata, las «secciones» del Estado mexicano. Pese a todos estos esfuerzos, el principio de «unidad en la variedad» no ha prevalecido en América.

En otras ocasiones, frente a la triste realidad americana Hostos habla del «via crucis» de la justicia en América y de los pormenores que lo «horrorizan o repugnan», lamentándose de no «tener tiempo» para presentarlo, pero preguntándose si «acaso sea bueno no tenerlo»36.

En el fundamental artículo escrito en ocasión del aniversario de la batalla de Ayacucho, Hostos se lamenta que:

¡Cuarenta y seis años después de la batalla de América contra España todavía no hay una Confederación Sudamericana, todavía hay pueblos americanos que combaten solitariamente contra España! ¡Todavía hay repúblicas desgarradas por las discordias civiles! ¡Todavía no tienen fuerza internacional las sociedades y los gobiernos colombianos! ¡Todavía puede un imperio atentar alevemente contra México! ¡Todavía puede otro imperio destrozarnos impunemente al Paraguay!37



El impacto de estas palabras se hace más intenso, por su vigencia actual, donde con otros ejemplos no menos dramáticos, podrían repetirse casi textualmente las mismas causas de fondo confabulando contra el destino de una América unida.

En el diagnóstico profundamente enraizado en la historia, pero no por ello menos proyectado hacia la utopía del porvenir que sueña para el continente, Hostos observa como se refleja en «la pobre América» la crisis universal del alma humana, porque son prestadas las costumbres y las creencias y porque América ha vivido demasiado poco de sí misma para tener «un sistema propio de creencias».




ArribaVigencia de una lucha postergada

En este análisis que va rebasando lo meramente histórico, para adentrarse en lo filosófico, Hostos llega a afirmar que el continente americano es un continente «hamletiano», porque padece en su íntima realidad el «combate de las fuerzas parciales», aún no armonizadas en un orden superior.

El desgarrado combate «hamletiano» que se prolonga hasta hoy en día otorga, paradójicamente, una vigencia inesperada a la obra de Hostos, porque como ha escrito Jorge Albistur:

El paso de los años ha derrotado cada vez más a Hostos, pero lo ha hecho -por eso mismo- cada vez más actual. La balcanización americana se ha profundizado, en tanto ha ido creciendo el justo rencor de las naciones latinas con respecto a la potencia del norte, con la cual es cada vez más difícil imaginar una unificación en condiciones igualitarias. Pero el fracaso de Hostos es sólo una variante del fracaso mismo de Bolívar. Cuando en 1826, convocó éste en la ciudad de Panamá a representantes de Colombia, México, Perú y Estados Unidos, los embajadores de esta última nación -siempre tan oportuna, aun en la omisión- llegaron una vez que el congreso había finalizado. Pero en realidad, nada de lo dispuesto en aquel congreso dio fruto alguno, pues ni Perú, ni México, ni Guatemala respetaron los compromisos que ellos mismos habían contraído. Por el momento, éste es el destino de los soñadores de una América distinta.38



El propio Hostos en el artículo escrito en ocasión del aniversario de la batalla de Ayacucho, reitera la vocación de una América unida, más allá de toda derrota circunstancial, ya que los pueblos creados con la independencia americana tienen derecho a encaminarse unidos hacia el porvenir, pero «separados, ¡no!», pues aquella «no fue la victoria de una u otra parcialidad del continente, fue la victoria suprema de toda la América, y sólo cuando la política obedezca a la geografía, la realidad a la necesidad, la consecuencia a la premisa, sólo entonces será lógico el sagrado regocijo».

A la espera de ese «sagrado regocijo», nada mejor que estudiar y valor la obra de Hostos en su justo contexto de latinoamericano con vigencia universal, pero no por ello menos enraizado en su tierra natal portorriqueña.





 
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