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ArribaAbajoMeditación XXIV

De la dicha de Misiboset, sentado a la mesa real, aplicado a la Comunión



Punto 1.º

Considera qué novedad le causaría a Misiboset verse llamado del rey David para sentarse a su lado y comer a su mesa; ocuparía su ánimo el gozo y su humildad el espanto. Veíase favorecido de la gracia real el que tan desfavorecido de la Naturaleza; desposeído de la fortuna, hijo de príncipe que pasó, desamparado como pobre y olvidado como desposeído, cojo en el cuerpo y caído de ánimo, con tantas imperfecciones como humillaciones. Consideraba, pues, la grandeza del rey a vista de su bajeza, y diría: «¿Yo sentarme a la mesa real cuando no tengo qué llegarme a la boca? ¿Que un rey me haga el plato cuando nadie se digna de servirme?» Encogíase viendo lo poco que valía, y animábase viendo lo que el rey le honraba. «Qué he de parecer», decía, «sentado entre tanta grandeza, con tanta imperfección; pero al fin, su gran bondad suplirá mi indignidad».

Imagínate otro Misiboset, con más imperfecciones en el alma que él en el cuerpo, cojeando siempre en el divino servicio, contrahecho por la culpa y agobiado hacia la tierra, hijo y nieto de padres enemigos del Señor, y tú más pecador que todos; y que con todo eso otro mayor rey que David, pues Monarca de Cielo y tierra te convida a su mesa, y te hace plato; carea tu vileza con su grandeza; su infinidad y tu cortedad; saca una gran confusión, humillándote caído y animándote favorecido.




Punto 2.º

Trata de adornarse Misiboset para poder parecer ante la presencia real; suple con los arreos sus defectos; no llega asqueroso, por no doblar la ofensión, vestido sí de gala, para disimular sus imperfecciones. ¡Con qué encogimiento entraría en el palacio! Qué humilde se postraría a las reales plantas, diciendo: «Señor, ¿cuándo os he merecido yo tan gran favor? Sobrábame el comer con vuestros criados, ¿pero a vuestra mesa, a vuestro lado y en un mismo plato, y de un mismo manjar, y yo? Mirad que no son mis méritos para tan prodigiosas mercedes». Mas el santo rey, tan generoso cuan compasivo, le levantaría a sus brazos, diciendo: «Sí, sí, a mi mesa te has de sentar y conmigo has de comer».

Pondera tú, cuando hoy estás convidado, no de un rey de la tierra, sino del Monarca del Cielo, a su mesa y a su plato, con qué ornato debes llegar, qué gala vestir, procurando encubrir las fealdades de tus culpas con los arreos de la gracia.




Punto 3.º

Sentado estaba Misiboset a la mesa real, tan encogido cuan honrado, favorecido del rey, admirado de los cortesanos; los grandes le asistían y él comía; el mismo rey le hacía plato, que sería de lo mejor. ¡Con qué gusto lo comería, como venido de la real mano! ¡Qué consolado estaría de su nueva dicha! ¡Qué satisfecho del regalo! Aquí se vieron juntos esta vez la honra y el provecho, compitieron la benignidad de David con la humildad de Misiboset.

Pondera tú, el que comulgas, que por grandes finezas que use el rey de Israel con Misiboset, nunca llegarán a las que contigo hoy hace el Rey del Cielo: allí le daba el rey preciosos y regalados manjares, pero no se le daba a sí mismo; hacíale plato de la vianda real, pero no de su corazón; de suerte que comía con el rey, pero no se comía al Rey. Aquí sí, en esta mesa del Altar comes con Dios y te comes a Dios; su mismo cuerpo te presenta, y con él su divinidad; cuanto tiene te da, y a sí mismo con todo. Logra con buen gusto tan exquisita comida, vete poco a poco cuando comes mucho a mucho; da lugar a la consideración, saboréate con él; mira que es gran bocado, pues es un Dios verdadero; advierte que los mismos ángeles te asisten, envidiándote la dicha, si celando la decencia.




Punto 4.º

Mostraríase agradecido Misiboset a tanto agrado, trocaríase el encogimiento al comer en el desahogo del agradecer; conociose la estimación del favor recibido en volver a lograrlo: no se le conocerían las tardanzas de cojo, puntualidades sí, de convidado; no se portó como hijo del mayor perseguidor que tuvo David, sino como el más fiel y reconocido vasallo.

Saca qué alabanzas debes tú dar a tan gran Rey, que así te ha favorecido; qué gracias rendir a un Señor que así te ha regalado. No le ofendas más como enemigo, sírvele como hijo tan obligado. Concluye diciendo: «¡Oh mi Dios y mi Señor! Más humano os habéis mostrado que David en favorecerme, y todo divino en perdonarme, y con estar yo más lleno de imperfecciones en el alma que Misiboset en el cuerpo, os habéis dignado de admitirme a vuestra mesa y ponerme a vuestro lado, habeisme hecho plato de vuestro corazón y de vuestras entrañas, dandoosme todo en comida. ¿Qué gracia os daré yo, Señor, por tan grandes favores? Lo que decía el santo rey David: Cáliz por cáliz. Sea una Comunión recompensa de otra; pagaré el dar con tomar, que con Vos, Señor, no hay otra retribución; volveré otra vez a comer y comeros; bastaba para mí y sobraba sentarme a la mesa de vuestros jornaleros, pero para vuestra infinita bondad no bastaba; los ángeles os alaben por mí, pues yo he comido por ellos, y me he comido su pan; dadme una gracia tras otra, y sea, que coma yo con Vos toda esta vida temporal y os goce toda la eterna».






ArribaAbajoMeditación XXV

De cómo dio gracias el amado discípulo, recostado en el pecho de su maestro



Punto 1.º

Contempla cómo el discípulo de puro corazón se alza con el corazón de su Maestro; más goza quien más ama, y es propio de corazones vírgenes el amar más, porque negándose a las criaturas se entregan enteros a Dios. Es Juan el amado discípulo del amador de la pureza: dispónese con virgen pecho para recibir el cándido Cordero; compite extremos de finezas con purísimos afectos, y después de haberle seguido por dondequiera que va, se echa a descansar en su pecho; allí reposa como en su centro, y quedaríase diciendo: «Mi amado para mí, y yo para él, que se apacienta entre azucenas»; no pretende otro del valimiento de su príncipe, sino gozarle todo interior y exteriormente; él es su principio y su fin, su Dios y todas sus cosas, y pone a la Virgen entre ellas.

Pondera, alma, con qué pureza debes tú prepararte, cuando llegas a comulgar, para que recíprocamente descanse el Señor en tu pecho, y tú en su seno; despiértese tu fe, para que duerma en el Señor tu caridad; trata de disponerte con un corazón virgen, negado a toda afición terrena, con una conciencia pura, limpia de toda culpa, y así amarás más y gozarás más de las divinas finezas.




Punto 2.º

¡Oh águila caudal, y con cuán penetrante vista te examinaste a los rayos del Sol Encarnado, e hiciste presa en su abrasado corazón! Después de haber cebado en el pecho de Cristo anidas en él, de modo que hallas pasto y tienes nido en su seno; vuelas a descansar en él; después de haber mirado de hito a hito al Sol enamorado, y bebídole sus luces entre arreboles de su preciosa sangre, cerraste los ojos en la quieta contemplación. ¡Oh, cómo despediste toda la frialdad de espíritu al calor de aquel encendido corazón! ¡Oh, cómo escudriñabas las trazas de sus finezas, las invenciones de su amor; cómo tomaste despacio el gozar de un amor que se eterniza! Que cuando pareció que se acababa, entonces comenzaba, y habiendo amado, amó hasta el fin.

Alma, con el mismo pecho te convida hoy el mismo Señor, cuando se te da en manjar; llega hoy a comulgar y a recostarte en su seno. Logra con iguales afectos iguales favores, y si Juan fue el amado, procura tú ser la amante; muéstrate águila en la contemplación, así como en la voracidad; atiéndele con los ojos de la fe, y haz presa con la encendida caridad.




Punto 3.º

En habiéndose comido Juan a Cristo, se toma licencia de recostarse en él; por dentro y fuera quiere estar rodeado de su Maestro. ¡Oh gran discípulo del amor, y qué bien practica sus lecciones! Descansa el hijo de Dios en el seno de su Eterno Padre, y Juan en el del mismo Hijo de Dios, que tal puesto escoge para reposar tal comida; sin duda que de este modo le entrará en provecho, así como le entró en gusto.

Alma, aprende a dormir en Dios después de haberte alimentado de Dios; sosiégate en la contemplación, no te inquieten impertinentes desvelos; no luego te abatas al mundo, persevera en este Cielo. Pídele mercedes a un Señor que ha usado contigo tales finezas; asístele como águila en el contemplarle, ya que lo pareciste en el comerle; atiéndele durmiendo, como Juan, con los ojos cerrados a las criaturas y abiertos a sólo Dios.




Punto 4.º

Quedó tan reconocido Juan al divino favor, que le tomó por blasón, hizo de él glorioso renombre, llamándose el amado discípulo, que se recostó en el pecho del Señor después de la cena. Juan quiere decir gracia, que los agradecidos son los favorecidos; no sólo no pone en olvido esta gracia, sino que la perpetúa en lo agradecido de su nombre, y quiere ser llamado por las gracias que retorna, significando que primero dejará de ser nombrado, que grato; conságrala a la eternidad en alabanzas y en afectos, y procura desempeñarse acaudalando amor sobre amor.

¡Oh, tú que has comulgado!, pues seguiste al amado discípulo en los favores, no le dejes en los agradecimientos, y si este Divinísimo Sacramento fue buena gracia para ti, porque así se nombra como obra, correspondan en ti las buenas gracias: Eucaristía se llama, pidiendo lo agradecido en blasón; saca rendir gracias a gracia, fervores a favor, afectos a fineza y servicios a tal merced.






ArribaAbajoMeditación XXVI

Del convite del rey Asuero



Punto 1.º

Considera cómo aquel gran monarca, para hacer ostentación de su grandeza, tomó por arbitrio celebrar un suntuoso banquete; gánanse las aficiones con las dádivas, y las amistades en los convites. Convidó todos los grandes y señores de su reino, que a un banquete grande, grandes han de ser convidados, y si real, príncipes. Vienen todos con ricos y galanes atavíos, compitiendo a bizarrías el favor, correspondiendo a tal honra tal ornato.

Pondera tú a cuánto mayor banquete estás hoy convidado, cuánto mayor es el Monarca que lo celebra, no para hacer ostentación de su grandeza, sino de su fineza: aquél era un rey de la tierra, éste de tierra y Cielo, y así, convida a los del Cielo para que asistan, y a los de la tierra para que coman; allí eran llamados los grandes, aquí son escogidos los pequeños; allí los ricos, aquí los pobres de espíritu; aquéllos, vestidos de gala; éstos, de gracia. Conocido, pues, el banquete a que hoy eres llamado, el palacio en que entras, la mesa en que te sientas, la majestad del Señor que te convida, conocerás el ornato con que has de venir, la reverencia con que has de llegar, el gusto con que has de comer.




Punto 2.º

Iban entrando aquellos príncipes y señores, sentándose a la mesa por orden de dignidad, no de anticipación; no por años, sino por méritos; los más principales, los primeros, y los más cercanos en sangre al rey estaban los más allegados en puesto. Servíanle a cada cual el plato que apetecía, siendo su boca medida; por exquisito que fuese el manjar, se le ponían delante; de modo que aquí lograban juntos la honra y el provecho, y no menor el gusto.

Pondera todas estas excelencias en este sacramental banquete: aquí todos son de la sangre, cuando todos la participan; todos están tan allegados al Rey que le tienen dentro de sí mismos, y tienen cada uno un Rey en el cuerpo, y aun un Dios. Comen todos a pedir de boca, y más, pues más de lo que supieran pedir, de lo que pudieran apetecer; en cada bocado un Dios, y en cada migaja un Cielo. Llega, alma, y toma lugar muy de asiento, come con reposo, tu boca sea medida, y advierte que cuando más tú la dilatares, más la llenará el Señor; repara en lo que comes, y comerás con espíritu.




Punto 3.º

Comían las regaladas viandas con buen gusto, como quienes tan bueno le tenían; eran todos príncipes, hechos a grandes bocados, y así sabían hacer estimación de lo que era bueno; comían mucho, acostumbrados a comer bien, y como cortesanos hacían lisonja al señor del banquete, con el logro del regalo, y más para un príncipe que picaba en liberal y manirroto. Los platos eran tan exquisitos cuan bien sazonados, y así nada perdonaban a su gusto, no perdían ocasión, nada se desperdiciaba.

Pero advierte que por mucho que aquel poderoso rey les quiso dar, no llegó a dárseles a sí mismo; quédese eso para este gran Dios que hoy, alma, para sí mismo te convida; compiten su poder y su querer. No los ama tanto Asuero que les dé un brazo suyo en un plato, que les brinde con la sangre de sus venas, que les haga pasto de sus entrañas. Pero este gran Rey de reyes y Señor de señores, ama tanto a sus convidados que les abre su costado, antes con el amor que con el hierro; háceles plato de sus entrañas, y bríndales con su preciosa sangre. Alma, esto sí que es convidar, y esto, comer; llega con hambre insaciable a un manjar infinito, repara lo que comes, que por eso se llama pan de entendimiento y comida de entendidos; procura estar de día y boca hecha a reales bocados, no degenere después en los groseros manjares del mundano Egipto.




Punto 4.º

Mas, ¡ay dolor!, que siempre el pesar alinda con el contento. Todos los banquetes fueron azares, y este del jardín de Asuero el que más. Pereció la reina porque no pareció. Mandó el rey que con su belleza coronase la celebridad; desestimó ella el favor desconocida, y sintió la indignación del rey, desgraciada; perdió con el convite la corona, y porque no quiso asistir al lado del rey, fue condenada a perpetua ausencia del mayor lucimiento, a las tinieblas exteriores; en la misma mesa fue condenada, que está en ella el juez, y quien come mal se come y bebe el juicio.

Escarmienta tú, ¡oh alma mía!, en la boca ajena, acude al banquete del Altar con tanta preparación como estimación; mira que por ti se hace la fiesta; no faltes tú por grosera como otras por atrevidas. Conoce tu dignidad y tu honra, que no sólo estarás al lado del Rey, sino que Él estará en tu pecho. Ven con gracia y vuelve con gracia, rindiéndolas infinitas, que temo no seas desgraciada por lo desagradecida.






ArribaAbajoMeditación XXVII

Para llegar a recibir al Señor adorándole con los tres reyes y ofreciéndole sus dones



Punto 1.º

Sigue hoy con la contemplación y acompaña con la fe tres reyes de la tierra, en busca del Rey del Cielo; son sabios, que es gran disposición para hallar la sabiduría infinita. Salen del Oriente, principio del mundo, del comenzar a vivir; buscan el Sol, guiados de una estrella. Llegan a la gran corte de Jerusalén, donde todo es turbación, y hallan al Señor en el sosiego de Belén; desmontan de su grandeza, y acomódanse a la llaneza; los primeros pasos que dan son con sus bocas por aquel suelo, para haber de llegar al cielo de su pie; entran donde todo es abierto, descubren un Niño recién nacido, y un gran Dios, que no se divisa, ni aquí por lo pequeño, ni allá por lo inmenso. Lógranle en brazos de la aurora, entre lágrimas y perlas, júranle por su Monarca y adóranle por su Dios, ofreciéndole entre sus dones sus corazones.

¡Oh, tú que hoy has de comulgar, pondera que sales en busca del mismo Rey! ¡Oh, si fueses guiado de la estrella de tu dicha, de la luz de su divina gracia! Hallarle has si eres sabio, no de este siglo, sino desengañado; ven del oriente de tu vida, y caminando aprisa por las sendas de la perfección.




Punto 2.º

Guía la estrella a los tres reyes, al paso que los desengaña; introdújolos, no en un soberbio palacio, sino en un humilde portal; entran, no sólo pecho por tierra, sino lamiéndola como trono de sus pies; no admiran tapicerías de seda y oro, sino telas de viles arañas; en vez de los estrados de brocado, hallan un establo alfombrado de pajas; en medio de los brutos la Sabiduría Infinita, trocado en un pesebre de bestias, el excelso trono de los serafines. Arrojáronse luego a sus divinos pies, haciendo sitial de sus coronadas grandezas, compitiendo las elevaciones de su espíritu con las humillaciones de su afecto; lloraban y reían juntamente, efectos de un Niño Sol, y en la mayor pobreza del mundo, reconocen toda la riqueza del cielo.

Alma, hoy la estrella de tu suerte te guía, si no a un portal, a un Altar, donde está esperando tus tres potencias el mismo Niño Dios que dio audiencia a los reyes; no te cuesta tantos pasos como a ellos el hallarle, que bien cerca le tienes; no sólo te permite que le adores, sino que le comas. Si los reyes tienen por gran favor lamer la tierra del portal, terram lingent, a ti se te concede lamer su humanidad y sustentarte de su divinidad; ellos llegan a besarle el pie, tú a meterle dentro de tu boca; ellos a tomarle en sus brazos, tú dentro de tus entrañas; estima tu dicha y lógrala ventajosa.




Punto 3.º

Franquearon los reyes sus tesoros al Niño Dios, después de haberle presentado sus almas; ofrécenle, entre los resplandores del oro, las amarguras de la mirra, pronosticándole como astrólogos fieles las penas de su pasión. Después de haberle adorado como a Dios, desean acariciarle como a Niño; permitióseles la Virgen Madre, y ya a los rústicos pastores; pedíale uno, tomábale otro, y ninguno le dejaba; abrigábanle con sus púrpuras en obsequio al que había de vestir otra con ignominia; no se hartaban de sonrosear aquellos carrillos a besos, que después sus enemigos habían de ensangrentar a bofetadas, y los que vinieron tan deprisa, lograban su dicha muy despacio, no hallaban el camino de volverse, y fue menester que se les mostrase el divino oráculo en su desvelado sueño.

Alma, póstrate tú a los pies de este Dios Niño. Después de haber comulgado, preséntale tus tres potencias: el incienso en contemplaciones, el oro en afectos y la mirra en las memorias de sus dolores; ofrécele una fe viva, una esperanza animosa y una caridad abrasada; franquéale el incienso de la obediencia, el oro de la pobreza y la mirra de la castidad; sírvele la oración para con Dios, la limosna para con el prójimo y la mortificación para contigo.




Punto 4.º

Mostráronse los Magos liberales en las obras, no menos en los agradecimientos y alabanzas del Señor. Procedieron en todo como reyes, en cuyos corazones no caben cosas pocas; los que enmudecieron en informar a Herodes, se mostrarían elocuentes en bendecir al Señor; pregonarían en sus regiones las maravillas del hallado Rey, y es sin duda que los labios que sellaron en sus tiernas plantas no se cerrarían a las agradecidas glorias.

¡Oh, tú que has comulgado!, procede como rey, no como villano tosco; muéstrate sabio en el agradecimiento, nada necio en el olvido; retorna en alabanzas las dichas; repasa y reposa la comida del Cielo en el sueño de la contemplación; vuelve por otro camino a nueva vida, cargado de virtudes, en recambio de tus dones; vuelve al Oriente del fervor y no al Ocaso de la tibieza.






ArribaAbajoMeditación XXVIII

Careando la grandeza del Señor con tu vileza



Punto 1.º

¡Oh mi gran Dios y Señor! Mi espíritu desfallece cuando veo que Vos, un Dios infinito, coronado de infinitas perfecciones, os dignáis entrar en el pecho de una tan vil hormiguilla como yo; Vos, inmenso, que no cabéis en los cielos ni en la tierra, os estrecháis en el seno de un despreciable gusano; Vos, todo poderoso, que podéis crear otros infinitos mundos llenos de otras criaturas muy perfectas, queréis meteros dentro la poquedad de esta vil criatura que nada puedo y nada valgo; Vos, sabiduría infinita, que todo lo sabéis y todo lo comprendéis, lo pasado, lo presente y lo venidero, y cuanto es posible, os allanáis así con quien es la misma ignorancia; Vos, eterno, indefectible, que fuisteis antes de los siglos, y sois y seréis siempre, venís a mí que en un punto desaparezco; Vos, Señor, infinitamente santo y bueno, queréis morar dentro del pecho de un tan indigno pecador; Vos, la suma grandeza; yo, la misma vileza; Vos, todo; yo, nada. Si las columnas del cielo tiemblan ante vuestra divina presencia, ¿cómo no se estremecerán las paredes de mi corazón? Ayudad, Señor, mi vileza, confortad mi pequeñez, para que no desfallezca al recibiros.




Punto 2.º

¡Dios mío y Señor mío! Si el Bautista no se tenía por digno de desatar la correa de vuestro zapato, ¿cómo llegaré yo, no sólo a la cinta, sino a tocaros todo, a comeros y a meteros dentro de mi pecho? ¿Qué dijera el Bautista si hubiera de comulgar, si hubiera de recibiros, Señor, y meteros dentro de su pecho? Si Juan, santificado en el vientre de su madre, confirmado en gracia, criado en la aspereza de un desierto, lucero del sol, precursor vuestro, no se halla digno de tocar la correa de vuestro zapato, yo, nacido y criado todo en pecados; yo, lleno de culpas y miserias; yo, un tan gran pecador, ¿cómo he de llegar a recibiros, cómo os he de poner en mi boca y meteros dentro de mis entrañas? Si Juan con tanta penitencia, sin culpas, se encoge, ¿qué haré yo con tantas culpas, sin penitencia? Mas oigo que me está diciendo el mismo Bautista: «He aquí el Corderito del Señor; llégate a él, que si es infinita su grandeza, también lo es su misericordia; si es un Dios inmenso, también es un Corderito manso; si tú estás lleno de pecados, Él es el que los quita». Limpiadme, pues, Señor mío, más y más; criad en mí un corazón limpio; renovad un espíritu recto en mis entrañas para poder hospedaros en ellas.




Punto 3.º

«¿Quién sois Vos, Señor, y quién soy yo?», decía el humilde San Francisco. Lo mismo repetiré yo muchas veces. Si el santo patriarca Abraham se encogía para haberos de hablar, y decía que era polvo y ceniza, ¿cómo he de llegar yo, no sólo a ponerme delante de Vos, sino a poneros dentro de mi pecho? Si los serafines de vuestro trono abrasados de amor se cubren los rostros con las alas, como corridos ante vuestro soberano acatamiento, ¿cómo me atreveré yo, tan frío y perezoso en vuestro servicio, a llegar a poner mi boca en vuestro costado, a sellar mis labios en vuestras llagas, a recibiros dentro de mi pecho? ¿Que es posible, exclamaré con Salomón, que es imaginable que el mismo Dios, real y verdaderamente more dentro de mí? Porque si los cielos de los cielos no os pueden, Señor, abarcar, cuánto menos esta pobre morada donde os dignáis hoy hospedar. Pero atended, Señor, a mis plegarias, no a mis deméritos; supla mi humillación mi vileza, y el mismo conocerla sea disculparla.




Punto 4.º

¡Oh, mi Dios y mi Señor!, ¿y dónde estaba yo cuando os alababan las estrellas de la mañana? Si vuestro lucero Juan os veneró en presencia y os celebró en ausencia por tantos favores recibidos, ¿qué diré yo por mercedes tan continuadas? Querría cantar hoy un cantar nuevo, porque hicisteis conmigo una maravilla de maravillas; y si Vos hicisteis memorial de ellas en este Divinísimo Sacramento, yo haré un memorial de eternas alabanzas. ¡Oh, si volase un serafín vuestro a purificar mis labios, primero para recibiros y después para ensalzaros, cantaré eternamente vuestras infinitas misericordias! Y aunque me reconozco vil y bajo, no querría ser grosero; antes, lo que os he estrechado, Señor, al recibiros, querría engrandeceros al celebraros; daré gracias sin cesar al que me corona de misericordias.






ArribaAbajoMeditación XXIX

De la gran cena, aplicada a la Sagrada Comunión



Punto 1.º

Considerarás cómo en este gran Señor realza la bondad su grandeza, compítense lo infinito bueno con lo comunicativo mucho, y lo padre con lo rey poderoso; no se reserva para gozarse a solas sus infinitos bienes, sino que a todos los franquea, hasta convidar con los tesoros y rogar con las felicidades. Envía sus criados, tan diligentes como alados, a buscar los convidados perezosos; pero villanos éstos, porque terrestres, desprecian la honra y malogran el provecho; excúsanse de venir necios sobre desgraciados, y hechos a los viles manjares de su Egipto, asquean las delicias del Cielo; detienen a unos los grillos de oro de su codicia; a otros la liga de la sensualidad; desvanece a muchos ambiciosos la honra, que son las concupiscencias mundanas, de suerte que todo está preparado y faltan los convidados. ¡Quién tal creyera! Pero es el convite del Cielo y ellos muy del mundo, y lo que el Señor se ostenta cortés, ellos se muestran villanos.

Acuérdate tú, alma, cuántas veces has cometido mayores groserías, pues convidándote el Rey del Cielo a su mesa, villana tú, desconociste el favor, malograste la dicha, y en vez de prepararte para ir a comulgar, te rendiste a una inútil tibieza, a un vano entretenimiento. Saca una bien reconocida enmienda y un deseo eficaz de frecuentar este suntuoso banquete.




Punto 2.º

Viendo el Señor que no gustan de venir los convidados, gente de harto mal gusto, y que instados de su bien le desprecian, no por eso se disgusta con los demás ni trata de retirar sus beneficios, antes, con más deseo de comunicarlos, da nuevas órdenes, y manda a sus ministros salgan a las calles y a las plazas, y convoquen todos los pobres, pues los ricos se retiran; vengan los hambrientos, que de ellos es la gran cena; sea el mayor castigo de los mundanos el no probarla ni verla. Acuden éstos tan prontos como necesitados; vienen los cojos diligentes, los ciegos a dar en el blanco, entran con humildad y son recibidos con agasajo, llénanse las mesas de pobres de espíritu, despreciados en el mundo, estimados en el Cielo, que de ellos es el reinar con Dios.

Considera tú, el más pobre de cuantos hay, cojeando siempre en la virtud, manco en el bien obrar, y hazte encontradizo con los ángeles; entremetiéndote en el Cielo: no aguardes a ser buscado; llega humilde, y serás bien recibido; mira que es gran disposición el hambre para tanto manjar.




Punto 3.º

¡Con qué apetito se sentarían a la abundante mesa los mendigos! Cómense los pobres las viandas de los príncipes. ¡Cómo se saborearían en ellas, sin el hastío de ahítos, sin el peligro de empachados! No pierden punto ni tiempo, no se divierten a otra cosa, porque saben que es cena, y que no les queda a qué apelar; nada desechan, que ni lo permite la gana ni la sazón de los manjares; éntrales muy en provecho lo que tan bien les sabe, y quedan muy satisfechos los que hasta hoy no han comido cosa de sustancia.

Imagínate tú el más mísero de todos, llega con hambre a esta Mesa Sacramental y comerás con gusto, que por grande que fuese aquella cena, no fue más que una sombra de la tuya; saboréate como mendigo y vete entreteniendo muy despacio en este delicioso manjar; cómelo con fe, rúmialo con meditación, advierte bien lo que comes y hallarás que en toda tu vida no has probado hasta hoy cosa ni de gusto ni de sustancia.




Punto 4.º

¡Qué contentos, qué satisfechos quedarían éstos, no ya pobres, sino ricos convidados, que aquél te enriquece, que te hace plato! ¡Cómo igualaría ahora lo agradecido a lo hambriento! ¡Qué de gracias repetirían al Señor del convite los que no se habían visto satisfechos hasta este día! ¡Qué parabienes se darían unos a otros de su dicha, a vista de la desdicha ajena! ¡Y cómo que la reconocerían y la celebrarían!

Alma, reconoce tu dicha, levanta tu voz con la agradecida Reina de los Cielos, magnificando al Señor y diciendo: a los hambrientos llenó de bienes y a los fastidiosos ricos los dejó vacíos. Muéstrate tan agradecida cuanto fuiste honrada; pide a los ángeles te presten sus lenguas, si ya para el gusto, ahora para el agradecimiento. Saca llegar a comulgar, como pobre hambriento, a la gran Cena.






ArribaAbajoMeditación XXX

Para recibir al Señor, como tesoro escondido en el Sacramento



Punto 1.º

Considera cuando un hombre de riquezas llega a tener noticia de algún gran tesoro escondido, ¡con qué facilidad lo cree, con qué diligencia lo procura! No se echa a dormir el que no sueña en otro que en enriquecer; no come ni bebe, hidrópico del oro; su primera diligencia es comprar el campo donde sabe que está, para tenerle más seguro; él mismo se pone al trabajo de cavarlo, porque de nadie se fía; la esperanza de hallarle desmiente su fatiga, y no siente que revienta de cansancio el que revienta de codicia; crece el ahínco, al paso que se va acercando a él, y alienta los cansados brazos el codicioso corazón.

Alma, hoy te ha dado noticia la fe de aquel tesoro tan grande como infinito, escondido en un campo de pan, tan precioso que encierra en sí toda la riqueza del cielo; pobre eres y volverás rica; si le hallas, logra esta misericordia y saldrás hoy de miseria; aquí tienes, en esta Hostia, todos los tesoros eternos. ¿Cómo no los buscas diligente? ¿Cómo no los logras dichosa? Muy a mano tienes el tesoro; gózale a manos llenas, llega a la Sagrada Comunión con el anhelo que un avaro a un tesoro.




Punto 2.º

Llamó Pablo estiércol las riquezas de este mundo, y con razón, pues vienen a parar en basura, son corruptibles y dejan burlados sus necios amadores; son inmundas y ensucian de vicios el corazón; locura sería, y grande, llenar los senos de basura, pudiendo de ricas joyas; cargar en el montón de lodo, pudiendo en el de oro. Esto hacen los hijos de este siglo, bastardos del eterno; desprecian el tesoro del Altar, y estiman el muladar del mundo.

No seas tú tan sin juicio cuando de tan mal gusto, que pierdas un tesoro en cada Comunión por un vil interés, por un sucio deleite, por una necia pereza; llega con codicia y volverás con dicha.




Punto 3.º

¡Qué contento se halla el que halló el tesoro escondido, y más si precedieron en él lo codicioso y lo pobre! ¡Con qué afán le va descubriendo, y con qué gusto gozando!; viéndolo está y no lo cree, y no fiándose de los ojos, llega a satisfacerse con las manos; pero, ¿qué mucho si todos los sentidos y potencias tiene allí empleados, sin divertirse a otra cosa porque nada se pierda? ¿Qué hace de llenar los senos, y aun los ensancha porque quepan más? La carga le es alivio, y el pesar es de que no pesa más; ya vuelve de su casa al campo sin parar un punto, mientras haya que llevar; vacía los senos y llena las arcas, y vuelve con diligencia a cargar; vuelve y revuelve, mira y remira, busca donde ya buscó, que esto es atesorar y para toda la vida.

Alma, tú que hallaste el riquísimo tesoro, tan escondido como sacramentado, en el campo del Altar, ¡con qué afecto debías llegar a lograrle, con qué atención a descubrirle, con qué ansia a recoger, con qué gusto a gozar! Mas, ¡ay!, que no conoces el bien que tienes, no sabes lo que vale y lo que te importa. Reitera los caminos en frecuentes y devotas comuniones, y enriquecerás; acaba de deponer tu tibieza, enemiga de la riqueza; mira que atesoras para ti, y para pasar toda tu vida, y ésa eterna, con dicha y con descanso.




Punto 4.º

¡Con qué gozo reconoce su felicidad el que halló el tesoro! Cada día renueva la memoria de su dicha, teniendo muy presente aquella primera alegría; estima toda la vida aquel punto en que salió de miseria, y consagra el feliz día a la eternidad, señalándolo con piedra blanca, y aun preciosa. ¡Qué agradecido le queda al que le dio la noticia! Y ya que no admita parte en las riquezas, ríndele gracias, cuenta una y muchas veces su suerte a sus confidentes, congratulándose con ellos de su ventura.

¡Oh, alma, si conocieras tu dicha cómo la estimarías! Si llegases a entender la infinita preciosidad de este maná escondido, que es maná para el gusto y piedra cándida en la dicha suerte, ¡qué gracias que darías al Señor! Repite su memoria a cada instante y frecuéntalo cada día; advierte que es tesoro infinito, que nunca se agotará, antes cada día lo hallarás entero, siempre el mismo. Muéstrate agradecida al Señor, que lo reservó para ti; mira no lo pierdas por ingrata, ni lo malogres desconocida; vive de él toda tu vida, que será vivir a Dios por todos los siglos. Amén.






ArribaAbajoMeditación XXXI

Para llegar a la Comunión con el fervor de los dos ciegos que alumbró el Señor



Punto 1.º

Considera cómo se previene de la vista de la fe el fervoroso ciego de Jericó, para conseguir la corporal. Sale en busca del Salvador, sin acobardarle el recelo de los tropiezos, ni embargarle la pereza con excusas de imposibilidades: ve que no ve, y ve lo que le importa el ver, y así sale de su casa, dejándose a sí mismo; lo primero no le falta la lengua para gritar, aunque falten los ojos para ver, y quien lengua tiene para confesar sus males, al remedio llegará; parea la omnipotencia con la misericordia de Jesús, y así le nombra empeñándole en tan saludable nombre: «Jesús -dice-, hijo de David el manso, no degeneréis Vos de misericordioso; Jesús, hijo de David, a quien le fue prometido el Salvador, dadme a mí salud; tened, Señor, misericordia de mí. ¡Vos, y de mí! Vos, un Infinito, de mí, un vil mosquitillo; Vos sois mi Criador, Vos habéis de ser mi remediador. Vos me distes lo más, que es el ser, dadme lo menos, que es el ver; no seáis Dios escondido para mí, siendo tan conocido en Judea». De esta suerte diligencia su remedio, a voces de oración.

Imagínate a ti ciego de tus pasiones, sin ver lo que más te importa, sin conocer tu Dios y tu Señor; grande es la ceguera de tu ignorancia, mayor la de tus culpas; pues mira, ciego, que hoy tienes aquí el mismo Jesús y Salvador, si no en Jericó, en el Altar; da voces si quieres ver ahora, si deseas salud para conseguir tan gran bocado; quien lengua tiene para pedir perdón, al Cielo llegará; acude guiado de la fe; llámale, no ya hijo de David, sino «Jesús, hijo de María», que es mejor, «haya misericordia para mí».




Punto 2.º

Veníase acercando el Salvador hacia el ciego: ¡gran dicha no estar lejos del Señor! Perdíale de vista con los ojos del cuerpo, cobrábale con los del alma; válese de la voz, cuando no puede de la vista, y esforzándola con alientos de fervor, prorrumpe en voces de esperanza: «Jesús -dice, que es decir fuente de salud y de vida-, haya para mí una gota; si Vos, Señor, no me remediáis, ¿quién será bastante? No seré yo tan maldito que confíe en algún hombre; no dan vista las criaturas, antes la quitan». Reñíanle unos y otros, enfadados de sus voces, no experimentados de su miseria; decíanle ellos que callase, y escuchábale Jesús y daba mayores gritos: «¡Señor, misericordia de mi miseria! Si yo no os veo a Vos, Vos bien me veis a mí». «¿Qué quieres?», le pregunta Cristo, para que conozca más su necesidad y su remedio. Y responde él: «¿Qué puedo yo querer sino el veros, que en Vos lo veré todo, Dios mío, y todas mis cosas?»

Oye, alma, que contigo habla el mismo Señor, y te dice: «¿Qué quieres? ¿Qué buscas? Pide mercedes a quien te convida con su Cuerpo y Sangre, porque, ¿qué no te dará quien se te da todo? Yo soy tu blanco, fija en mí la vista; yo soy tu centro, descansa en mí. ¿Qué quieres?», pregunta el Señor. Respóndele tú: «¿Qué puedo yo querer sino a Vos, el veros y gozaros, recibir y recibiros: cerrar mis ojos a la vanidad, abridlos a su blanco?» ¿Qué quieres? Y es decir: ¿Sabes qué cosa es comulgar? Scitis, quid fecerim vobis?




Punto 3.º

No se mostró menos misericordioso el Señor con el otro ceguezuelo de su nacimiento, antes más misterioso, pues pudiendo con sola su palabra curarle, tomó lodo y púsosele en los ojos, haciendo colirio del que parecía estorbo; cogió tierra y amasola con su saliva, con que la convirtió en un terrón de Cielo, y fue remedio la que ya daño; de los polvos de su humildad quiso saliese el lodo para su salud; abrió los ojos cuando parecía se los tapiaba: con esto y con lavarse alcanzó tan buena vista, que pudo ver cuanto pudiera desear.

Pondera ahora la ventaja de tu favor, pues no te aplica el lodo amasado con su saliva, sino su mismo cuerpo amasado con sangre y lleno de su divinidad; ponle, no sólo en tus ojos, sino dentro de tu pecho; ponle en los ojos de tu alma, con conocimiento y afecto; reconoce que para darte a ti la vista, te da sus mismos ojos; mira ya con los de Cristo, habla su lengua, camina con sus pies, vive con su vida, diciendo con San Pablo: «Vivo yo, mas ya no yo, porque Cristo vive en mí; Él es el que mira y Él es el que habla en mí». Saca, que si la saliva del Señor obra tan eficazmente que da la vista a un ciego, ¿qué no obrará el que comulga la carne y sangre del Señor, unidas con su divinidad?




Punto 4.º

Recibió tal alegría el ciego con la vista, que iba dando saltos de placer, corriendo a la eterna corona. Volvió luego al Señor, agradecido a lograr la vista, viéndole, que no hay otro que ver, a emplear la lengua ensalzándole. Confesábale por su Dios y Señor, a pesar de aquellos ciegos de envidia; postra su pecho por el suelo para ensalzar a su Redentor; pone sus rodillas en la tierra, que le fue puesta en los ojos; adora a su Cristo y alaba a su Remediador; siempre que abriría los ojos para ver, abriría la boca para agradecer el favor.

¡Oh, con cuánta mayor razón debes tú, alma mía, rendir gracias al Señor de una merced tan divina!; ten fija siempre la mira en el Señor, para que libres tus pies de los lazos de Satanás, y pues tienes ojos de fe para ver y conocer tu Dios y Señor en esa Hostia, trata de hacer lenguas en celebrarle y ensalzarle por todos los siglos. Amén.






ArribaAbajoMeditación XXXII

Para recibir al Señor del modo que fue hospedado en casa de Zacarías



Punto 1.º

Meditarás hoy la humildad de María, la devoción de Isabel, el pasmo de Zacarías, la alegría de Juan y las misericordias del Niño Dios. Considera qué desprevenida juzgaría su casa Santa Isabel para recibir los Reyes del Cielo que se le entraban por ella. Incrédulo Zacarías a las dichas y mudo a los aplausos; el niño Juan poco fuera encerrado en la materna clausura, si no lo estuviera más en la cárcel de la culpa; Isabel, por lo anciana, inútil, y por lo preñada, impedida al debido cortejo; viendo esto acógese a la humildad y echando por el arbitrio del encogimiento que es él la mayor preparación para tan grandes huéspedes, suple con humillaciones la falta de prevenciones.

Pondera, tú que has de comulgar, que viene hoy el mismo Rey y Señor a visitar tu casa; si allí metido en la carroza virginal, aquí en una Hostia; si allí bajo las cortinas de pureza, aquí entre accidentes de pan; mira cuán desprevenido te hallas, qué falto de las virtudes con que quiere ser agasajado este Señor, y si da en el arbitrio de la humildad; espántate de ver que aquel Señor que ocupa los Cielos quiera hospedarse en tu pecho; encógete con más causa que santa Isabel, y suplirás con humildad lo que te falta de devoción.




Punto 2.º

«¿De dónde a mí -dice Santa Isabel, con ser prima y con ser santa-, que la Madre de mi Señor venga a mi casa? ¿Cuándo merecí yo tanta dicha? Yo menos que esclava, ella Reina de los Cielos». No dijo que el mismo Dios y Señor, que eso no tenía ya ponderación; pero si con la madre se confunde, ¿qué sería con el infinito, eterno, inmenso y omnipotente Hijo? Basta este argumento de menor a mayor, a concluir a un serafín cuanto más a una hormiga. ¡Gran palabra ésta de Santa Isabel! Verdadero ejemplar de todos los que comulgan. «¿De dónde a mí?»

Por estas palabras debes tú comenzar, alma mía, cuando has de hospedar a tal alto Señor; repítelas muchas veces. ¿De dónde a mí, un vil gusano, un miserable pecador, un merecedor de nuevos infiernos; a mí, lleno de culpas, ingrato y villano, desconocido; a mí, una hormiguilla de la tierra; a mí, polvo y ceniza; a mí, nada, y aún menos? ¿Y que venga el mismo Dios? ¿Aquel infinito, inmenso y eterno Señor? ¿Y no sólo a mi casa, sino a mi pecho? ¿Que se entre, no sólo por mis puertas, sino por mis labios? ¿Que penetre, no ya al más escondido retrete, sino a mi corazón? ¿Cómo no me confundo, cómo no desmayo? Sin duda que soy insensible.




Punto 3.º

Atiende cómo agasaja Santa Isabel a su huéspeda María, y cómo corteja el niño Juan al Niño Dios, que en esta casa todo va proporcionado, nadie está ocioso en ella. En viéndose libre de la culpa, Juan da saltos por acercarse al Señor, como quien dice: ¡Oh, venid Vos a mí, Dios mío y Señor mío! ¡Oh, haced de modo que yo pueda acercarme a Vos! ¡Oh, cómo le abrazara y le apretara y le uniera consigo, si pudiera! La voluntad bien se vio en oyendo Santa Isabel la voz de la purísima Cordera; reconoce Juan el Corderito de Dios, que quita los pecados del mundo; dio saltos de placer, que no hay contento como salir del pecado.

Pondera tú, que has recibido al Señor: si Juan no cabe de contento dentro las maternas entrañas por ver que cabe en su casa el Infinito Dios, tú, que le has hospedado hoy dentro de tu mismo pecho, ¡qué saltos deberías dar de placer en el camino de la virtud, que llegasen a la vida eterna! Si Juan, porque le siente tan cerca de sí tanto se alboroza, tú, que le tienes dentro de ti mismo, ¡cuánto te deberías consolar! ¡Mas, ay, que no sientes ni conoces! Allí se quedó el Señor dentro las entrañas de su Santísima Madre, y aquí se pasa a las suyas; no se pudo acercar Juan inmediatamente al Señor, con que hizo tan grandes esfuerzos, y tú te acercas tanto, que te unes sacramentalmente con él. Deseó San Juan llegar a sellar sus labios en los pies de aquel Señor, cuyo zapato no se atrevió después, cuando más santo, a desatar, y tú le recibes en tus labios, le metes dentro de tu boca, le tragas y le comes; procura vivir de Él, con Él y para Él.




Punto 4.º

Todos quedaron gozosos y todos agradecidos. Reconoció Isabel, a par de su humildad, el favor; fue llena del Espíritu Santo en las mercedes y en los clamores, recibiendo y agradeciendo; no disimuló su gozo el niño Juan cuando así se hace de sentir, y ya que no puede a gritos, a saltos lo publica; era voz del Señor, y empleose después en sus divinas alabanzas. Cantó la Virgen Madre, magnificando al Señor, obrador de mercedes y maravillas.

Alma, no enmudezcas tú entre tantas voces de alabanza; sé voz de exaltación con Juan, no mudo silencio con Zacarías; abre tu boca al agradecimiento, pues la abriste a la comida; no sea montañés tu pecho en lo retirado, sí cortesano del Cielo en lo agradecido; levanta la voz con Isabel, salta con Juan y engrandécele con María Santísima.






ArribaAbajoMeditación XXXIII

De cómo no halló en Belén dónde ser hospedado el Niño Dios, aplicado a la Comunión



Punto 1.º

Considera cuán mal dispuesto estaban aquellos ciudadanos de Belén, pues no hospedaron en sus casas a quienes debieran en sus entrañas; habíanse apoderado de ellos la soberbia y la codicia, y así no les quedó lugar para tan pobres y humildes huéspedes; no ofrecen siquiera un rincón a quien debieran sus corazones. Ciegos del interés, los parientes no ven el bien que se les entra por sus puertas, y los que no reconocen en el pobre a Dios, tampoco conocen a Dios hecho pobre.

Atiende, alma, que hoy ha de llegar a llamar a las puertas de tu casa el mismo Señor; si allí encerrado en la virginal carroza, aquí encubierto en una Hostia; desocupa el corazón de todo lo que es mundo para dar lugar a todo el Cielo: que un Empíreo había de ser el seno donde se había de hospedar este inmenso Niño. Procura adornarlo de humildad y de pobreza, que éstas son las alhajas de que mucho gusta este gran Huésped que esperas.




Punto 2.º

Van buscando los peregrinos del cielo un rincón del mundo donde alojarse y no le hallan; todos los desconocen, por ser desconocidos; ni aun de mirarles ni escucharles no se dignan. He aquí que no halla cabida en el mundo el que no cabe en los Cielos, y el vil gusano que no tiene cabida en el Cielo no cabe en todo el mundo; iría la Virgen de puerta en puerta, y todas las hallaba cerradas, cuando tan de par en par las del Cielo; de la casa de un pariente pasaba a la de un conocido; hacíanse todos de nuevas, preguntándola quién era. Respondería la Virgen que una pobre peregrina, esposa de un pobre carpintero, y en oyendo tanta pobreza dábanles con las puertas en los ojos. No digáis así, Señora, que no entiende el mundo este lenguaje: decid que sois la Princesa de la Tierra, la Reina del Cielo, la Emperatriz de todo lo creado.

¡Mas, ay, que esos gloriosos títulos se quedan para tu puerta, oh alma mía! Advierte que llega hoy a ella esta Señora y te pide que la acojas, que la des lugar donde nazca el Niño Dios; mira lo que la respondes. ¡Qué de veces le has negado la entrada con más grosería que éstos! Pues con más fe avívala y considera que el mismo Niño Dios que iba buscando allí dónde nacer, aquí busca quien le reciba; allí entre velos virginales, aquí entre blancos accidentes; a las puertas del corazón llama y no hay quien le responda; no halla quien le quiera, el querido del Padre Eterno, el deseado de los ángeles. ¡Ea, alma mía, levántale del lecho de tu tibieza, de tus mundanas aficiones; acaba, no empereces, que pasará adelante a otro más dichoso albergue!




Punto 3.º

Estaba el Verbo Encarnado sin tener dónde nacer; no siente tanto que en la que ha de ser su patria le extrañen, cuanto que en la que es Casa de Pan no le reciban. ¡Oh, cómo le acogieran los ángeles en medio de sus aladas jerarquías! ¡Cómo le albergara el sol y le ofreciera por tálamo su centro! ¡Cómo el Empíreo se trasladara a la tierra para servirle de palacio! Pero esa dicha a ninguno se le concede, sólo se guarda para ti. ¡Oh, tú, el que llegas a comulgar, ofrécele a este Niño Sacramentado por albergue tu pecho, rásguense tus entrañas y sírvanle de pañales las telas de tu corazón! Retiráronse a lo último, cansados e injuriados, a un establo, que hizo su centro el Señor, por lo pobre y por lo humilde; allí reciben los brutos con humildad al que los hombres despidieron con fiereza; reclinole su Madre en un pesebre, alternándole en su regazo; descansa entre las pajas el mejor grano, convidando a todos en la Casa del Pan, para que todos le coman.

Alma, no seas más insensible que los brutos; el buey reconoce a su Rey; no extrañes tú a tu Dueño; mírale con fe viva y hallarás que el mismo, real y verdaderamente que estaba allí en el pesebre, está aquí en el Altar; cuando mucho, allí llegarás a acariciarle y besarle, aquí a comerle; allí le apretarás con tu seno, aquí le metes dentro de él; nazca, pues, en tu corazón, y asístanle todas tus potencias, amándole unas y contemplándole otras, sirviéndole y adorándole todas.




Punto 4.º

No hubo en la tierra quien hospedase al Niño Dios, ni quien nacido le cortejase; menester fue bajasen los cortesanos del cielo; y así, ellos cantaron la gloria a Dios y dieron el parabién a los hombres, avisándoles del agradecimiento.

Alma, pues hoy se ha trasladado el Cielo a tu pecho, y el Verbo Eterno del seno del Padre a tus entrañas, del regazo de su Madre a tu corazón, ¿cómo no te haces lenguas en su alabanza y te deshaces en lágrimas de ternura? Boca que tal manjar ha comido, no está bien tan cerrada; labios bañados con las lágrimas de un Dios Niño, ¿cómo están tan secos? Pide a los ángeles prestadas sus lenguas, para imitar sus alabanzas. Ora, canta, vocea, diciendo: «Sea la gloria para Dios y para mí el fruto de la paz», con buena y devota voluntad. Amén.






ArribaAbajoMeditación XXXIV

Recibiendo el Santísimo Sacramento como grano de trigo sembrado en tu pecho «nisi granum frumenti», etc.



Punto 1.º

Considera cómo el Celestial Agricultor, no sólo se contenta con sembrar su divina palabra en los corazones de sus fieles, sino también el grano sacramentado en sus entrañas. Suele, pues, el cuidadoso labrador, antes de encomendar el fértil grano al piadoso seno de la tierra, mullirla y cultivarla muy bien; arranca las malas hierbas porque no le embaracen; quema las espinas porque no le ahoguen, y aparta las piedras porque no le sepulten; que tantos contrarios tiene antes de nacer, y muchos más después de nacido.

Advierte que hoy, por gran dicha tuya, ha de caer el grano más fecundo, y lo más granado del cielo en la humilde tierra de tu pecho, en el campo de tu corazón. Procura, pues, prepararle primero para poder lograrlo; riégalo con lágrimas que le ablanden; arranca los vicios, y de raíz, porque no le estorben; abrasa las espinas de las codicias, porque no le ahoguen; quita los molestos cuidados, porque no le impidan; aparta las piedras de tu frialdad y dureza, porque no le sepulten, para que de esta suerte, bien dispuestos los senos de tus entrañas, y desembarazados, reciban este generoso grano que ha de fructificar la gracia y te ha de alimentar con vida eterna.




Punto 2.º

Teniendo ya la tierra preparada, madruga el diligente sembrador; sale al campo, y con liberal mano va esparciendo el mejor grano de sus trojes; recógelo la tierra en su blanco seno, allí lo abriga y lo fomenta; el agua le ministra jugo, el sol calor, el aire aliento; comienza el fértil grano a dar señales de vida, va saliendo a luz, la virtud que encierra ensancha sus senillos, y extiéndese a la par hacia el profundo con humildes raíces que le apoyen, y hacia lo alto con lozanas verduras que le ensalcen.

Pondera cómo hoy el diligente Agricultor de tu alma traslada del divino seno al terreno tuyo el más sustancial grano, delicias del mismo cielo; en tu pecho ha caído: abrígale con fervor, riégale con ternura, foméntale con devoción, aliéntale con viva fe, envuélvele en tu esperanza, consérvale en tu fervorosa caridad, para que arraigue en tus entrañas con humildad, crezca en tu alma, coronándola de frutos de gloria.




Punto 3.º

Es mucho de admirar con cuán suave fortaleza va el grano de trigo apoderándose de la tierra, penetra su profundidad y rompe la superficie; desprecia el lodo porque no le ensucie y puebla el aire adonde campee; vence los muchos contrarios que le combaten: las escarchas que querrían marchitarle, las nieves que cubrirle, los yelos que amortiguarle, los vientos que romperle, y triunfando de todos ellos, sube, crece y se descuella. Trueca ya lo verde de sus vistosas esmeraldas por el rubio color de la espiga que le corona de oro, sirviéndole de puntas sus aristas. ¡Qué lindas campean las mieses, si ya verdes, ahora doradas, alegrando los ojos de los que las miran, y mucho más de sus dueños, que las logran!

Pondera que si todo esto obra un granito material de trigo en poca tierra, ¿qué no hará el grano Sacramentado en el pecho del que dignamente le recibe? Dale lugar para que arraigue en tus entrañas, crezca por tus potencias, dilátese en tu corazón, sazónese en tu voluntad, campee en tu entendimiento y corone de frutos de sus gracias tu espíritu. ¡Oh, qué bien parece el campo de tu pecho con las ricas mieses de tantas y tan fervorosas comuniones! ¡Qué vista tan hermosa para los ángeles, y qué agradable para tu gran Dueño, que es Dios! Sal tú con la consideración a verlo y con alegría a gozarlo; enriquece tu alma de manojos de virtudes, de coronas de gloria.




Punto 4.º

¡Qué gozosos empuñan las hoces los segadores, con qué solaz las mueven! Y los que antes salieron con sentimiento a arrojar el grano, ya lo recogen con alegría; sembraron con el frío y siegan con el calor, pregonan a gritos su contento, pero, como villanos, son más codiciosos que agradecidos al dador, parando en relinchos profanos las que habían de ser alabanzas divinas.

Alma, tú que reconoces hoy los frutos de aquel celestial grano, multiplicado a ciento por uno, no imites a éstos en la ingratitud, pero sí en el contento; levanta la voz a los divinos loores; dedíquense los cantares de la exultación de tu gracia a la exaltación de su gloria; resuenen el tímpano y el salterio, ya en afectos, ya en voces; corresponda a la infinita liberalidad eterno el agradecimiento, rindiendo a deudas de especial gracia tributos de eterna gloria. Amén.






ArribaAbajoMeditación XXXV

Para recibir al Niño Jesús, desterrado al Egipto de tu corazón



Punto 1.º

Contempla qué mal le prueba la tierra al Rey del Cielo: las vulpejas tienen madriguera y las aves del cielo nidos, y el Señor no halla dónde descansar; persíguele el hijo de la muerte y del pecado al Autor de la gracia y de la vida. ¡Qué presto le hacen dejar la Ciudad de las flores al que nació para las espinas! En brazos de su Madre va peregrinando a Egipto, región de plagas y de tinieblas, pero qué bárbaros le extrañan los gitanos, y qué poco le agasajan, groseros; cierran las puertas al bien que se les entra por ellas.

Alma, hoy el mismo Niño Dios se encamina al Egipto de tu corazón, si allí fajado entre mantillas, aquí envuelto entre accidentes; no le trae el temor, sino el amor; no huye de los hijos de los hombres, sino que los busca, poniendo sus delicias en estar con ellos; no le hospedes a lo bárbaro gitano, sino muy a lo cortesano del Cielo; pero si está tu corazón hecho un Egipto, cubierto de tinieblas de ignorancia, lleno de ídolos de aficiones, ¡caigan luego por tierra, triunfen las palmas, florezcan las virtudes, broten las fuentes de la gracia y sea ensalzado y adorado el verdadero Dios!




Punto 2.º

Fue largo y muy penoso el viaje de los tres peregrinos de Jerusalén a Egipto, y peor la acogida; padecieron todas las incomodidades del camino, y no gozaron de los consuelos del descanso. Nadie los quería hospedar, porque los veían pobres y extranjeros, y si entre los parientes y conocidos no hallaron ya posada, ¿qué sería entre extraños y desconocidos? Guardarseían todos de ellos, como de advenedizos y aun por algo dirían: «Vienen huyendo de su tierra», y acertaran en decir de su Cielo; temen no les roben sus bienes, y pudieran sus corazones; mirábanlos como desterrados, no sabían la causa y sospechaban lo peor; no conocen el tesoro escondido, ni el bien disimulado; antes, se recelan no les hurte la tierra el que viene a darles el Cielo. ¿Dónde se acogerá el Niño Dios peregrino? ¿Dónde irá a parar?

Alma, a tu corazón se apela; tu pecho escoge por morada; tú que le conoces le recibe; llorando viene, enternézcanse tus entrañas; los gitanos le dan con las puertas en los ojos; ábranse de par en par las de tu corazón; oye que llama a tus puertas con llantos y suspiros, acállale con finezas; desterrado viene del seno del Padre al tuyo; mira cuál debería ser la acogida; de las alas de los querubines se traslada a las de tu corazón; no basta cualquier cortejo; esclavina blanca trae, que es su color la pureza; hospédale en medio de tus entrañas, emulación de los mismos Cielos.




Punto 3.º

Siete años estuvieron desterrados en Egipto los paisanos del Cielo. ¡Qué desconocidos de los hombres! ¡Qué asistidos de los ángeles! Pero qué poco se aprovecharon los gitanos de su compañía en tanto tiempo. Así salió el Señor de entre ellos como se vino, y así acontece a muchos cuando comulgan. No bastó el agrado del Niño Dios, la apacibilidad de la Virgen, ni el buen trato de San José para ganarlos; fueron tan desdichados como desconocidos y siquiera, pues se comían los dioses que adoraban, o adoraban por deidades las cosas que se comían, bien pudieran adorar por Dios a un Señor que se había de dar en comida.

Pondera cuántos hay que reciben al Señor a lo gitano, y más fríamente, que ni le asisten ni le cortejan, no más de entrar y salir, sin lograr tanto bien como pudieran; están muy metidos en su Egipto y casados con el mundo, no perciben los bienes eternos. No recibas tú al Señor a lo de Egipto, pues le conoces a lo del Cielo, aunque ya podrías recibirle a lo gitano; comiéndote tu Dios y teniendo por Dios a un Señor que es tu regalo y comida; aviva la fe, conócele que, aunque viene tan disimulado, es Rey de la celestial Jerusalén; procura no perder el fruto, no sólo de siete horas, sino de siete años de su morada en tu pecho, y aun de toda la vida empleándola en tan devotas cuan frecuentes Comuniones.




Punto 4.º

No hacen sentimiento los gitanos al ver que se les va y los deja el Niño Dios; no le ruegan se quede los que no desearon que viniese; no sienten su partida los que no desearon su llegada ni estimaron su asistencia. No querría, ¡oh tú que has hospedado hoy a este mismo Señor!, que fueses tan desgraciado como desagradecido. ¡Oh, qué poco rastro queda en algunos de haber morado este Señor en su pecho! ¡Qué poco quedan oliendo a Dios y cuán presto al mundo! ¡Qué poco provecho sacan de tus comuniones cuando pudieran tanto Cielo!

Procura quede en ti muy fresca la memoria, muy afectuosa la voluntad, muy reconocido el entendimiento de haber entrado y haber morado este Señor en tu pecho. ¡Oh, qué lindo Niño recibiste! Mira no se te vaya; queda muy cariñoso de su dulce presencia; suspira por volverle a recibir, y si no le conociste la primera vez, procura lograrle en las Comuniones siguientes.





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