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Carlos Franz

Apunte crítico sobre Carlos Franz

A finales de 1996 apareció El lugar donde estuvo el paraíso, una novela en la que Carlos Franz recuperaba el impulso narrativo de Santiago Cero, su primera novela publicada, en 1990. Si la metáfora urbana construyó la primera escritura, un extraño paraíso en el Amazonas fue el ambiente de la segunda obra, sosteniéndose las dos por un análisis implacable de la condición humana, con protagonistas que están lejanos de toda condición de héroes.

Santiago Cero era metáfora, más allá de su país concreto, de la situación desorientada de unos jóvenes estudiantes al final de sus estudios universitarios, viviendo un país que les asfixiaba, pero no por claves políticas concretas -el tiempo de referencia son los años finales de la década de los setenta, o sea, en plena dictadura militar-, sino por los miedos inconcretos y la degradación moral que esa sociedad les alienta. La huida de ella es la única solución, metaforizada en un cartel ante el que todas las tardes se sientan en una cafetería: un castillo de Baviera como contraseña de ese otro lugar que marca su huida y su destino. Dice un personaje, al que los compañeros conocen como El artista, que «el mundo se divide entre los que realizan sus sueños y los que no lo hacen». La única salida son los sueños de huida. Toda épica antigua se cancela en la necesidad de partir.

Un cónsul protagoniza un espacio de naturaleza en El lugar donde estuvo el paraíso. Es en Iquitos. Los personajes (el cónsul, su amante, su hija, un refugiado político) animan una historia de degradación vislumbrada a través de alcohol y relaciones difíciles. No hay tiempo todavía para valorar una novela que, en cualquier caso, sacaba la narrativa chilena de los lugares habituales, pero no hacia la tradicional y antigua novela de la selva, sino de nuevo hacia el análisis de la condición humana. Se comparó inicialmente con secuencias similares narrativas en las que no era difícil citar a Malcom Lowry o a Graham Greene, pero la lectura del modelo no permite ir más allá de la coincidencia del personaje del cónsul. La novela planteó un nivel de éxito quizá inesperado: traducida a ocho lenguas y convertida en película en 2001, responde sin duda al sentido de una valoración que realizó Tomás Eloy Martínez: «Había allí una austeridad narrativa, una eficacia en el tono, una fuerza en la construcción de los personajes y una tensión en la trama que eran la marca de un gran escritor. Franz lograba transmitir los excesos del trópico -la humedad, el peso de las pasiones, los olores estancados- con una mesura y una ambigüedad propias de alguien que está de vuelta, cuando en verdad aquél era uno de sus primeros pasos en el camino de ida».

El desierto, aparecida en 2005, es una novela de regreso a su país como escenario. La memoria de Laura Larco (que reconstruye en una carta a su hija, escrita desde Berlín, donde vive hace veinte años, la historia vivida en Pampa Hundida, localidad imaginaria del desierto de Atacama) permite una revisión de acontecimientos acaecidos en el primer momento de la dictadura militar, cuando ella era una joven jueza que conoció a un oficial, Mariano Cáceres, director del campo de prisioneros en el que torturaba e hizo desaparecer a algunos. La hija de Laura, Claudia, es la que provoca una indagación entre el pasado y el presente en la que conocerá que es hija del militar y en la que el relato se entrelaza con el de las costumbres, las fiestas («la diablada»), las devociones populares… en la definición de una historia trágica que determinó complicidades de su madre y su huida en el pasado, y el rescate de la historia en el presente, junto a la venganza popular final sobre el militar.

Junto a esta producción narrativa principal, acompañada por relatos en diferentes épocas, un libro como La muralla enterrada (Santiago, ciudad imaginaria), aparecido en 2001, es un ensayo sobre la ciudad y la literatura que ha inspirado; en él, la realidad urbana y la ficción literaria, junto a las sensaciones y los recuerdos del autor, generan un mito urbano de identidades imposibles, de descrédito de la historia del pasado reciente y de mirada a un futuro necesario e imprevisible.

José Carlos Rovira
(Universidad de Alicante)

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