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Cátedra Valle-Inclán

Introducción a la vida y obra de Valle-Inclán

Por Margarita Santos Zas
(Directora de la Cátedra Valle-Inclán de la USC)

Los últimos años

Fot. Valle-Inclán en la Castellana (Madrid), 1930 (Fotografía Alfonso, reproducida en diversas obras).Valle-Inclán era una figura incómoda tanto por su obra como por sus actitudes y actividades. Nunca renunció a las tertulias cafeteriles, ahora en el elegante Regina y en la Granja del Henar, ambos en la madrileña calle de Alcalá. De 1927 data la única imagen «viva» de Don Ramón. Se trata de un fotograma de la película La Malcasada, dirigida por Francisco Gómez Hidalgo, en el que el escritor aparece con Romero de Torres y la actriz María Blanquer en el estudio madrileño del pintor andaluz. Ese mismo año participa con otros intelectuales en la creación de la Alianza Republica­na. Protagoniza asimismo un episodio sonado en 1929, al promover un gran escándalo con motivo del estreno de El hijo del diablo, de Montaner, que terminó con su reclusión en la cárcel Modelo de Madrid. Por vez primera Valle se encuentra en una situación económica desahogada al firmar un contrato con la C.I.A.P., aunque no duró mucho tiempo, ya que la editorial quebró en 1932.

El fenómeno mundial de la politización de la cultura, que se produce en los años 30, se constata igualmente en España, evolucionando del vanguardismo deshumanizado al compromiso antifascista. Valle, aunque más de una vez había elogiado a Mussolini, en la línea de su manifiesta admiración por personalidades carismáticas, bien que a veces situadas en las antípodas ideológicas, fue nombrado presidente de honor de Amigos de la Unión Soviética en 1933, miembro del Comité Internacional contra la Guerra, del que formaban parte numerosos intelectuales europeos y americanos; en 1935 fue miembro del Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura y presidió, asimismo, la campaña nacional contra la pena de muerte.

A partir de 1930 Valle-Inclán, con la excepción de su inconclusa Baza de Espadas y El Trueno Dorado, novela publicada en prensa en 1936, se limita a reeditar sus textos, aunque suele retocarlos, perfeccionarlos, entregando incluso versiones ampliadas como sucede con la definitiva de La Corte de los Milagros (añade «Aires nacionales» en 1931). Esto significa, como antes adelantaba, que no abandona el proyecto de los «Amenes» del reinado isabelino, idea que abonan tanto los textos publicados en el mencionado Valle-Inclán inédito (2008), estrechamente relacionados con los temas de esta serie histórica, como los manuscritos del escritor, entre los que se conservan importantes materiales, todavía pendientes de estudio, que remiten al mismo ciclo histórico, a cuyo continuidad, por otra parte, Valle se refiere en diversas ocasiones en cartas y entrevistas de estos años (vid. J. y J. del Valle-Inclán, 1994).

Además de las ediciones sueltas mencionadas, el escritor también reúne bajo un nuevo título, significativo, eufónico y evocador, obras del pasado próximo o lejano: la obra poética editada en Claves líricas (1930), tres de sus esperpentos en el ya citado volumen Martes de Carnaval (1930), y la narrativa breve en Flores de Almendro (1936). Agréguense algunos estrenos, tardíos por demás, como el de La Reina Castiza y El Embrujado, en 1931, y Divinas Palabras en 1933. Los últimos trabajos de Valle-Inclán, testimonio de su prolongado maridaje con la prensa, son periodísticos: una serie de artículos, titulada genéricamente «Paul y Angulo y los asesinos de Prim», publicada en Ahora en 1935, que parecen también imbricarse en la serie de El Ruedo Ibérico.

Sorprende esta actividad en un hombre cuya salud estaba muy quebrantada, pero no era obstáculo para que siguiese atentamente los acontecimientos de su país. La proclamación el 14 de abril de 1931 de la II República sitúa a Valle-Inclán entre las filas de sus simpatizantes (De Juan y Serrano, 2007), sin que esa simpatía resulte contradictoria con sus lealtades tradicionalistas, pues también los carlistas recibieron con expectante esperanza el nuevo régimen, virtualmente capaz de sustituir las caducas instituciones por otras que imprimiesen al país otro rumbo. El mismo año de la proclamación de la República, Valle recibió del pretendiente carlista, Don Jaime, la más alta condecoración del partido: la Cruz de la Legitimidad Proscrita. Por su parte, el Gobierno republicano nombró a Valle en 1932 conservador del Patrimonio Artístico Nacional, cargo bien remunerado, que apenas le duró el tiempo de tomar posesión, ya que dimitió ante el estado de abandono de palacios y museos de los Reales Sitios y la falta de eco ante sus propuestas y proyectos. Ese mismo año fue nombrado presidente del Ateneo madrileño y fue objeto de un homenaje de desagravio por no habérsele concedido el Premio Fastenrath de la Academia a su Tirano Banderas.

La vida familiar del escritor sufre en estas fechas un profundo cambio: el divorcio de Josefina supone que Valle-Inclán se hizo cargo -al menos temporalmente- de sus hijos, con los que se trasladó a Roma, cuando el 8 de marzo de 1933 fue nombrado oficialmente, después de un controvertido proceso, Director de la Academia de Bellas Artes de la capital italiana, si bien se sabe por cartas escritas aquellos años, que no pudieron permanecer mucho tiempo en Roma. El desempeño de sus funciones como director del centro de San Pietro in Montorio, que albergaba 12 pensionados de pintura, escultura, grabado, música y arquitectura, fueron fuente de conflictos con los propios artistas becados y las autoridades ministeriales, de las que dependía la Academia, que no aceptaron el ejercicio real del cargo y no puramente nominal, que Valle quiso desempeñar en un fallido intento de devolver a la Academia de Roma su antiguo y perdido prestigio. Varios intentos de dimisión y otros tantos de cese por parte de las autoridades ministeriales, jalonaron esta etapa, de estancias intermitentes en Roma y largos períodos en Madrid, motivo de polémica y acusaciones contra el escritor, de las que se hizo eco la prensa madrileña y gallega (Santos Zas, Mascato y Carreiro, 2005). Este cúmulo de sinsabores y expectativas frustradas, unido a la frágil salud del escritor, decidieron su retorno definitivo a España el 3 de noviembre de 1934, aunque Valle fue titular del cargo hasta su muerte. Por lo demás, los silencios y las anécdotas vuelven a ser los compañeros de los años romanos.

En marzo de 1935 Valle-Inclán llega muy enfermo a Santiago de Compostela para ser sometido en la clínica de un viejo amigo, el Dr. Villar Iglesias, a un tratamiento de «radium». Diversos testimonios -cartas, prensa- permiten reconstruir los últimos meses de su vida en Compostela (Javier del Valle-Inclán, Reigosa y Monleón, 2008), donde fallece el 5 de enero de 1936. Sus restos reposan hoy en el cementerio compostelano bajo una gran losa de granito, tan austera como fue su propia vida. Grabado, hendido en la piedra, se lee su nombre. No necesita más para recordarnos quién fue, porque su obra, ya centenaria, lo ha consagrado como un clásico.

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