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Dulce María Loynaz

Capítulo V. Pedazos de cartas rotas

Bárbara ha recogido los pedazos de algunas cartas rotas y los va clavando con alfileres sobre el peluche azul que cubre la mesa. Cortado el vuelo, quedan allí sujetos al tedio de la horas, como si fueran mariposas muertas.
Hay mariposas desteñidas, y otras repiten el color de sus hermanas; pero todas dejan adivinar la selva obscura que un día traspasaron con sus alas, aquellas alas de papel tan leves, cargadas, sin embargo, de tempestad...
Bárbara las clava al azar, y al azar va leyendo su historia torva y monótona, con párrafos cambiados y lagunas que nadie podría llenar ya nunca, por donde el corazón salta de prisa con miedo de caer o de perderse...
¿Qué dicen los pedazos de estas cartas? Nada, sino el amor de alguien que amó. Allí está todo su amor temblando apenas en unas hojas de papel rasgado.
Y Bárbara lee en esta clara tarde de septiembre, asiste silenciosa a este lento desangrar de alma, mientras las mariposas vivas vuelan fuera.

Yo te escondería como el que lo ha cometido esconde un crimen; yo recogería toda huella tuya, todo hilo perdido capaz de conducir a ti; yo pondría en rezumarte al fondo de mi alma la misma fuerza, el mismo afán con que se ahonda un remordimiento.
Mi inquietud es la inquietud de Caín huyendo del ojo de Dios.
No sé dónde esconderme contigo; no sé por qué resquicio, por qué puerta mal cerrada; me van a sorprender lo que he hecho mío; mío como un tesoro, como un remordimiento, como un pecado, como un dolor...
...y déjame espigar en todos tus pensamientos del día y en todos tus sueños de la noche; déjame recogerlos sin perder uno solo, y dime que tú también conoces esta ansiedad, esta sed, esta fiebre de mi corazón...
...pues si la Muerte pudiera sujetarte más que la Vida, yo moriría en este momento para que mi muerte pesara en tu vida como una losa de tumba y ya no te pudieras mover más, ni sonreír a tus palomas, ni escapárteme en las alas de las palomas ni en las alas de las sonrisas...¡Y te quedaras conmigo para siempre!...
...dame esa cinta que han tocado tus manos...Dame esa estrella que han mirado tus ojos.
Con la cinta voy a sujetar la vida que se me va, tus ojos que se me quedan...
Con la estrella voy a hacer un signo para marcar en el cielo o en la tierra el lugar de tu primer beso...
Quisiera irme apoderando de ti de tal modo que, absorbida, bebida toda, no quedara de ti gota alguna para la sed de nadie...
...y yo te quisiera esclava, amarrada a mí, necesitada de mí con esta necesidad, con esta hambre, con esta miseria con que yo necesito de ti. Miserable y pobre te quisiera, despojada de todo lo que es mérito y prestigio en ti, para que nada tuvieras, supieras o esperaras más que a mí...No te comparto ni con los ángeles del cielo.
No levantes los ojos...Está bien, no añadiré más dislates a esta carta; bella, fina mujer, que sabes hacer la sensatez tan deliciosa...Ella, tan larga como es, no te dejará comprender nunca cómo la sola idea de que algo ajeno a mí te distraiga, te alegre o te entristezca es ya bastante para que me sienta lleno de amargura el corazón...
La Vida o la Muerte, si tienes que darlas, dámelas a mí.
Para nadie más han de ser, porque nadie tiene derecho a tu amor o a tu odio -ni yo mismo...-; pero sólo yo puedo tomarlo.
Me encontrarás siempre cerca, siempre fijo y fiel para tu odio o para tu amor. Para lo que tú quieras.
Sumiso a la Muerte, si tienes muerte en la mano...Igual, si tienes la Vida.
Nada necesitas buscar fuera de mí, porque yo te lo ofrezco todo: lo que hay de bueno y de malo en mí. Y de todo hay mucho.
Mayor rendición no tendrás nunca; yo tengo la humildad, que puede hasta arrastrarse, del esclavo. Y tengo, tengo también la fiereza de los reyes antiguos, omnímodos y crueles...Seré lo que tú quieras.
Por ti, todo me es fácil y sencillo; nada extraordinario hago haciéndolo en tu nombre. Contigo la Vida se me aclara y no tengo miedo de nada, ni siquiera de la Muerte -tan cerca que me ronda...-, porque contigo es tan fácil vivir como morir.
Sólo tú eres precisa, indispensable, imperiosa, y fuera de ti no deseo, no comprendo, no entiendo ni sé nada...
Por eso verás si tengo que andar sobresaltado, si es locura imaginar abismos sin fondo, muros que lleguen al cielo para guardarte.
Y así te guardaré, amada mía; pues que no lo hay, seré yo el muro, yo seré el arca segura...
Y ¡qué dulce cosa es guardarte, tenerte como un perfume raro, como una planta exquisita, como una joya sagrada!
¿A dónde iré a esconderme con mi tesoro?...¿Cómo podré hacer inadvertida mi felicidad; cómo disimular ante los hombres, ante las estrellas, ante la miserable y rencorosa tristeza del mundo, esta turbación, este júbilo que me salta, que se me escapa delatando la inaudita, la inmerecida, la deslumbradora riqueza?...

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