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Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro

Presentación de la XXX edición del Festival de Almagro

1978/2007 El Festival de Almagro: un clásico

Cartel del XXX Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. Corría el año de gracia de 1978 cuando un grupo de pioneros, reunidos en la noble villa de Almagro, fundaron el Festival de Teatro Clásico, partiendo de unas Jornadas de estudio sobre el mismo que aún perduran. 1978 fue, en efecto, un año de gracia donde se pusieron muchos pilares para el puente hacia la nueva España: sin ir más lejos, la Constitución democrática base de nuestra convivencia actual. Aunque les parezca mentira, en él todavía se hablaba en positivo de la política y los españoles preferían trabajar en lo que les unía.

Fue un año que ha quedado como un clásico de la historia de España. Y entre las muchas ideas fértiles que se sembraron estuvo el Festival de Almagro. Un marco donde el Siglo de Oro español surgiera como referente de nuestra herencia y pudiera aglutinar entorno a nuestra palabra más bella una reflexión para levantar el futuro.

Decía Neruda a propósito de los españoles en sus memorias:

«se llevaron el oro pero nos dejaron oro, nos dejaron la palabra»

Quizá por eso hemos llamado a aquel tiempo el Siglo de Oro, al que fuera siglo de la palabra áurea, porque es la palabra lo que más hemos celebrado de aquel siglo, a los artistas de la palabra, si bien otros artistas fueron también ejemplares, es decir clásicos, en ese siglo.

El castellano, la llamada «lengua de Cervantes», palabra viva de La Mancha pues fue un personaje manchego su portavoz, fue el lenguaje compartido en corrales como el de Almagro entre los actores y el público. La palabra que ocupaba el espacio físico y mental durante las representaciones. Palabra creada para el espacio, para la voz, para el oído, para la comunicación más humana. Por eso el llamado Teatro Clásico que hemos recibido es un auténtico cofre del tesoro de la palabra castellana.

¿Qué producían aquellas palabras, aquellas historias, aquellos comportamientos, aquellos pensamientos que emergían del escenario en el español y la española que acudían a los corrales de entonces, y más tarde a los teatros? ¿Qué transmitían de todo aquello a sus hijos? ¿Qué llevarían estos consigo en su edad adulta cuando asistieron nuevamente a las representaciones teatrales? ¿Cómo confrontarían sus ideas aquellos hombres y aquellas mujeres con las de aquellos autores y aquellos personajes? ¿Qué pensarían las mujeres, por ejemplo al oír a Laurencia, víctima de la violencia de género del impune Comendador, arremeter no sólo contra él sino contra la complicidad pasiva de los hombres de su villa? ¿Qué repercusión tendría este hecho en su vida cotidiana? Mujeres, en su mayor parte privadas de la enseñanza y por tanto de la lectura, que sólo en el teatro recibían cierta información.

Y así generaciones y generaciones, muchas pero tampoco tantas, entre el siglo XVII y el XX. El teatro fue hasta principios del siglo XX no sólo casi el único desahogo público sino también una ocasión única de comunicar emociones e ideas, ante la dificultad que el analfabetismo suponía para el acceso a las ideas y a la belleza a través de la lectura. Pocos españoles habrían leído, pues, el Quijote a principios de siglo XX. Pero seguramente muchos más habrían oído la palabra de Lope, de Rojas Zorrilla, de Tirso o de Calderón.

Al hablar y escribir hoy sobre la palabra castellana, sobre ese oro del lenguaje que decía Neruda, no siempre ponemos nuestra atención sobre el valor que tuvo esa palabra escrita para ser comunicada por la voz y para ser oída por los habitantes de España y sus colonias. El valor que ha tenido y tiene aún hoy para conocer mejor el comportamiento de los españoles de aquellos siglos, sus pensamientos y sus pasiones. El que hoy llamamos Teatro Clásico Español, nos ha legado a través de sus palabras una herencia fundamental para conocer, incluso a través de sus ficciones y sus mentiras, la realidad que nos ha ido dando forma como individuos y como pueblo.

Nuestros Clásicos son aquellos conciudadanos que han sido autores de obras ejemplares que siglo tras siglo han ido captando nuestro interés, movilizando nuestras emociones y forjando nuestro pensamiento. Nos han transmitido una herencia que nos ha hecho poseedores de una riqueza imposible de dilapidar. Y son relativamente fáciles de reconocer porque de ellos nos sentimos cómplices y con ellos disfrutamos como con un anónimo cuento milenario. Los Clásicos son, en el fondo, grandes porque hacen realidad, con una facilidad inverosímil, los sueños y la imaginación de los pueblos. Por eso son propiedad de todos. Como Lope, como Shakespeare, como Mozart, como Leonardo. Obras maestras que son un secreto a voces en el subconsciente colectivo. Por eso hoy actores, directores, músicos, creadores libres en general, pueden interpretarlas desde su propio impulso, desde su espíritu, desde su cultura con absoluta identificación.

Almagro, como Ciudad del Teatro Clásico, celebra en 2007 los 30 años de palabra viva de un Clásico: su Festival de Teatro. Durante estos años cientos de compañías, miles de actores han habitado el aire de Almagro con sus palabras como tantos otros miles lo habían hecho en los siglos precedentes. Han llenado de oro ese cofre extraordinario en mitad de La Mancha y han proyectado al mundo entero la riqueza de una lengua, la convivencia de espectadores y artistas en torno a la palabra y el pensamiento, en la gran ceremonia de la comunicación.

Hoy se reúnen en Almagro para celebrarlo grandes profesionales de la escena y miembros destacados de la sociedad civil para reconocer en esta cuna, este corral del teatro, la casa de todos, la casa madre, la madre de todos los teatros: UN CLÁSICO.

Emilio Hernández
Director del Festival de Teatro Clásico de Almagro

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