Antología poética
Germán Carnero Roqué
Y mañana vida mía
cuando el recuerdo
haya volado sobre el tiempo
de mis tiempos
regaré
de instantes hoy vividos
esta rosa
jardín de mis nostalgias
Eres ya
rocío
de aquel
mi inmenso bosque
¿Lo recuerdas?
Eres
rumor de pinos
mecidos por la suave brisa
de tu aroma
Eres
rumor de pinos
el canto
que acompaña a los senderos
El fuego danzaba en las distancias
la silueta del sauce
el geranio
y el recuerdo
En la tarde melancólica
de amor
nació el gorrión
El fuego danzaba las distancias
y el gorrión
nacía del amor.
En la tarde melancólica
la brisa
escuchaba mi llamado
Recortaba
la silueta del sauce
el geranio
y el recuerdo
El fuego danzaba acariciante
y ya
morían las distancias
Como aquel
domingo de mi infancia.
Así será.
Como la plaza.
Como la proa nuestra
en el navío.
Como el bosque
y su susurro.
Como las luces
que titilan sus llamados.
Así será.
Como la tarde que no muere
y que muere
cada tarde
Como la primavera
que en el mediodía musitaste.
Como la brizna
que besaron
marinas tus rodillas.
Como la montaña.
Como la ausencia de equilibrio
que señala.
Como la soledad
también.
Como el goce
en el abrazo y en la sábana.
Como la humana
especie.
Como mi Cristo
Señor de paja.
Como mi bienamada
sensación.
Como el amor.
Así:
como el amor
será.
En la batalla
misma
o en el cálido reposo
de la tarde satisfecha.
Más allá
del instante.
Más allá
de mi completo paso.
Volaremos
hasta el confín
de la canción nocturna.
Y entonces,
palpitantes,
dejaremos
las más hermosas frases
sobre el viento.
Que silencio tan callado
acompaña a la melancolía
El amor eternizó
su más completa rosa
Náufrago en mis mares
evoco
canciones legendarias
En el horizonte circular
los días
giran
lentamente
ensimismados
No llegó la hora del reposo. En el umbral
nos encontramos.
Aún
resplandeciendo
el
inconsciente
amigo
nuestro.
Con quien repté de sangre y barro.
Aquel.
Aquel, en los marchitos nuevos días, solía devorar,
en un festín ceniza, los restos que la noche repudiara.
Y fue (en implacables mañanas sudorosas) testigo medular:
Del increíble llanto de sus buitres. Del parto sucedido
mucho antes de la víspera.
Del sapo triangular.
Decíamos testigo,
del ritmo
perseguido
de su ritmo.
Tratando de existir, de la letrina al mediodía,
en todas las palabras conseguidas desde el asco.
Aquel y yo (voy relatando) vimos crecer las
catedrales desde orillas apartadas de la muchedumbre, y,
aún recuerdo, que en esa misma circunstancia, tratamos
de explicar al feto
el ojo.
Y comprender, ya que íbamos andando, de qué
y por qué se alegra el consolado, por qué se pustuliza el
elegido y por qué Belleza reintegra su contrario.
Llevábamos los dos,
y lo sabíamos,
en la respiración la fantasía de acercarnos,
poseídos,
al centro permanente.
Comprendo ahora por qué hube de matarlo.
Y empiezo
hoy
revisando lo vivido.
Era necesario relatar.
Desmenuzar
nuestros horrores.
Aquellos que habitaron la belleza.
Los que nutrieron vírgenes y adolescentes.
Los que llevaron un implacable ritmo.
Los que ahuyentaron a conservadores, y que lograron, en
cantinas repetidas, la gran metamorfosis de la única
tristeza.
Yo recuerdo que la muerte nos aparecía como la fugaz
ramera de motivadores ojos. Como la perra que se espanta.
Como en la esquina de esa noche en Balbeck,
cuando la luna acariciaba columnas de ausentes capiteles
y el cielo, más ensangrentado que en noches precedentes,
ofrecía el marco exacto del placer.
Ah Balbeck!
hasta ti llegué cargado de inocencia,
viril atravesé tus vientos
y pude encontrar en cada nueva piedra
un rostro nuevo.
Polvo, tal vez, de historia
O curioso maleficio de nuevas alegrías.
Cuánto pude a partir de ti, Balbeck,
de mi inocencia concebir.
Hoy vuelvo
a través de mis memorias.
Sabiendo que esta vida nos inunda.
Aún la muerte, Balbeck.
Esta muerte reducida.
(La de nuestros ojos)
Aún en esta muerte,
Balbeck,
es todo permanencia.
A medida que el día iba avanzando
cambiábamos de imágenes.
De la desolación del alba
(presentes en crepúsculo las noches del recuerdo)
rodados éramos
hacia la cegadora luz del mediodía.
En la hierba implacables caracoles
nos visitaban con sus babas,
los niños inocentes
y sus monstruos
bebían nuestra sangre generosamente desbordada.
Y así permanecíamos.
En el desesperar de lento transcurso de las horas,
mientras el trigo era amasado en los confines y el olor del
fresco pan nos anunciaba los reposos, en nuestra intimidad
tratábamos de hallar la coherencia.
Empresa vana en los minutos de esas horas.
No comprendíamos
y era mayor nuestro pesar, al vernos reflejados en
todas las sonrisas que serenas nos analizaban.
Era como si nuestra agitada melodía revertiera.
Como si a todos los rincones de la calma
correspondiesen los rechazos
(Aquel
era el momento en el que el sol actuaba)
Así permanecíamos hasta la llegada de la tarde.
La tarde era el reposo y el desencadenamiento del tropel
de imágenes.
Cuán increíbles situaciones presenciamos.
Venían a nosotros visiones que nunca sospecháramos.
Pudimos contemplar, en tardes repetidas
y cuando los aromas hacíanse benévolos,
aquellas notas que los vientos
esconden en las cumbres:
los adioses.
Participamos:
Del mar al retirarse,
dejando grandes extensiones aún húmedas,
en donde el mismo musgo éramos
cuando no habitantes de ciudades muertas que
emergían.
Navíos encallados,
respiramos el gemir de los ahogados, prestamos
atención a las historias en las rocas, en donde la
espuma ya no era
y en donde los peces que yacían
nos agredían en imprecaciones.
Participamos:
Del desierto.
Como la vez aquella,
entre el Cairo y Port Said,
cuando con el crepúsculo,
sobre arenas titilantes en ondas de calor
-por un canal que no veíamos-
los buques majestuosos y tiránicos
se deslizaban.
Muchas más vivencias hubimos de agotar en el
desierto:
La de la soledad sin sombras,
en el eco vanamente perseguido.
La de las distancias confundidas al silencio.
Todo era intensidad sin límites.
Terror impuesto en la quietud todo era allí.
Participamos:
De las revelaciones del placer.
Con inacabables ansias,
depositábamos feroces nuestras huellas
en todos los fugaces cuerpos
que a nuestras mandíbulas acontecían.
Hermoso es recordar ahora
las infatigables melodías con sus flameantes
ritmos,
así como también la dulcísima mirada
de la sefardita poseída.
Participamos:
De la alegría germinante de los pueblos.
En sus cantos revolucionarios
encontramos
aquella condición que anuncia
el triunfo de la vida,
y siembra de sonrisas
los pantanos donde la misma muerte ha sido
ajusticiada.
(Yo recuerdo, Esperanza, de tu piel morena
y del gusto de tus ojos
al narrarme tus antillas liberadas.
Yo recuerdo, Maruja, de tu ejemplar España,
de la altivez de tu perfil
al relatarme la defensa de Madrid.
Yo recuerdo, Genaro, junto a tus prisiones y
destierros,
tu corazón bandera
y el invencible rojo de la estrella y el
consejo por herencia).
Participamos:
De explanadas y trigales
donde los horizontes
nuestros mismos miembros eran.
Allí nuestras miradas,
confundidas con los vientos,
pernoctaban playas y montañas.
En los lugares donde el mar
descansa de sus furias,
o en los lagos con sus juncos pobladores
convivimos con la brisa,
y el estremecimiento en los arbustos
alcanzamos. Fuimos a lejanas luces en los
puertos
y en inesperadas islas
esperamos los advenimientos.
(Nunca, Paquetá, olvidaré
los amaneceres compartidos en tus costas,
cuando el día me encontraba
envuelto en los cabellos de Rosana,
y luego
la sencillez de los paseos
en nuestra arrogante desnudez)
Tales eran las vivencias de las tardes.
Después nos invadía el sueño.
Hasta la llegada del crepúsculo
íbamos acumulando fuerzas.
Entonces, las primeras sombras nos decían
de la venturosa noche.
Nos extendíamos a todos los caminos
y presintiendo ya
el riesgo del enigma
cumplíamos nuestra razón
al pernoctar moradas imprevistas.
Nunca
el alba
pudo prever
el lugar
de los encuentros.
He vuelto para abandonarme
Para que
del silente apetito
de las aves de rapiña
tu brisa me exorcice
Y volveré
a decir
a mi manera
las oraciones que los pueblos antiguos
depositaron en un verso de vino
canciones de los niños
ancianos
que desde siglos me conminan y habitan
Fuimos
herederos
de insospechados mensajes
Emergimos
desde el cansado gesto
y sus esquinas
hasta la savia inevitable
Y ceremonias fuimos
con el gozo confundidas
en sus saetas
en sus sábanas
de muerte
Aquel amor entardecido:
noche
que noche a noche
como lámpara encendemos
Ah poesía de mi ciudad al interno
Todo es libertad y estoy atado
Fijada en el tiempo del presentimiento
mi voz
desbordada
llegando a esta cita
barro sordo
y ausencia
ruido de la existencia
cotidiana
no ha de ser un racimo de alegría y de magia
sino aquel lejano gesto atormentado
Por mi natural irrefrenable amor
hacia el amor carnal
Acúsome Padre.
Por esa mi incapacidad
para evitar el escanciar
los amorosos jugos terrenales
las exquisitas savias de lo humano.
Acúsome Padre
Por mi empecinamiento
en buscar divina esencia
en todo contacto con mis semejantes.
Por sentirme investido de sacralidad
cuando en viento incontenible participo
de las ceremonias todas para otros lujuriosas.
Acúsome Padre
Por el poco control de mis orgasmos
por no hallar el interés en reprimir
mis voces
mis llamados.
Por siempre estar alerta
al reclamo de lo amado.
Acúsome Padre
por mi recatada disposición
por mi sombría ternura
por mis instintos siempre celebrados.
Acúsome Padre
por mi ritual
falta de renuncia ante el placer
por mi tendencia a desafiarlo
por no poder y ni querer
su gratificante concedido impulso detener.
Acúsome Padre
por no estar interesado en mirar el paso de los años
por obstinarme en rebeber mis esplendores
la fuente irremplazable de la juventud.
Por naturalmente rechazar sereno
los paralizantes avisos
de los enceguecidos por la presunta sabiduría.
Acúsome Padre
por de tanto en tanto
ser feliz.
Acúsome Padre
por confiar en tu infinita misericordia
para perdonar mis humanos deslices.
Por intuir.
Por sobre todo estar seguro
que para vivir nacimos:
es decir para gozar.
Acúsome Padre
por entrañablemente amar mis excluidos
de todos los pelajes
miserias y grandezas.
Por compartir
eufórico
nuestro triste pan común.
El que
magnánimo
nos otorgaste.
Por mirar en rebeldía
y supongo que con tu conciencia plena
mi sufrimiento
tanto
en muchísimos hermanos padecido.
Por demasiado comprender debilidades
así ajenas como propias
y compartir los desvaríos y canciones
de los iluminados por la vida.
Acúsome Padre
por recomendar intolerancia
ante las inescrupulosas
fatalidades
a vuelo y repique de campanas
lanzadas por aquellos
los profetas falsos
a los que también
voz y verbo concediste.
Acúsome Padre
por no creer en el castigo
y oponer más bien
la bienaventurada y amorosa práctica
de la permisiva como necesaria compasión.
Por rechazar lo instituido por las aves de rapiña.
Por confiar en la grandeza
de la mujer y el hombre.
En sus agotadoras
predestinadas
recurrentes
enriquecedoras miserias.
Acúsome Padre
por no poder evitar meterle mano
y diente a las estrellas
por buscar irrenunciable poesía
en el embriagado morir
de cada instante.
Y mirar y amar
cara a cara mis inconsecuencias
mis más nobles contradicciones.
Acúsome Padre
como podrás ver
por la osadía al haber
interpretado tu mensaje
y recorrer doliente
una a una las espinas
de tu rostro y nuestro rostro.
Por volver y volver a reclamar
de la sangre
de los inocentes
tu razón.
Acúsome
Por pecar de ingenuo.
Por vivir desconsolado
la miseria tanta
con la que nos estás ahogando, Padre.
Por no poder indiferente ser
ni asimilar piadoso los consejos
de tu pretendida guardia pretoriana.
Acúsome Padre
por tener conciencia.
Santo Domingo 17/2/95
Rio de Janeiro 20-21/2/95
A swami
Por su Gracia he reafirmado
del tránsito
mi eternidad
y en la misma ola
de su generoso amor
amorosa espuma
he sido
con él y en él
comprometido
por su amor que todo lo contiene
el amoroso océano he sido
agradecido
amigo
he sido
Ciudad de Guatemala 2/7/96
Y porqué precisamente
en esta mansa orilla del planeta
donde apacibles aguas
-amigables brisas-
nos seducen y mantienen
a espaldas de todos los horrores.
Donde como sueños
confundimos cotidianas agonías
con ilusorios mágicos amaneceres.
Por qué precisamente en esta orilla
que resulta como todo siendo centro
de su propio extremo.
Nuevo punto de interrogación inútil
para prontamente concluir
con el doliente y socorrido: Dios sabrá...
Por qué precisamente ante esta luna
a medias
medialuna
tan repentinamente
aparecida
tan repentinamente
atardecida
tan repentinamente
entristecida
La que igualmente
en parajes aledaños
hallaremos.
Cuando tan solo podamos
por nuestra inocencia reclamar.
Por qué precisamente en Abu Dhabi
en esta mansa y deliciosa orilla
la Divina Gracia
nos permite volver a lamentar
con cuanta generosidad
otorga a muy contados
los bienes terrenales
y cómo es tan feroz
ese designio
de repartir
abundantísimas
miserias
por doquier
Abu Dhabi 27-28/2/96
Homenaje a César Calvo
En la búsqueda celeste y límpida
de la germinación del juego
tan fugaz y esquiva
como es la Poesía
cuánto en verdad
entrañable corazón
que desde siempre habito
hubimos de querer los dos
en ambos
y siendo que frente a este misterio
y su apariencia
me es otorgado dar vida
a estas palabras
-que por tu muerte
también te pertenecen-
asumo
que aún al precederme
no te has ido
y que tu pretendida ausencia nos permite
continuar el juego
en esa dimensión iluminada
fijada ya de Tiempo
eternamente:
la del «amado estar»
la del «amado Ser»
Nos ha llegado pues
el natural atardecer
y como lo supimos
César desde siempre
con Ada Esther la hermosa
hoy también escriben mis decires
testimoniando el gesto
nuevamente
cuán amorosa ha sido
ella
Adita en su ternura
que tanto nos dio para vivir
César del alma
y cómo me resulta grato
asegurar ahora
henchido el pecho
de vitales fuegos
que no te hablo hermano
desde la tristeza
sino desde el amor profundo
que compartir
también supimos
con seres esenciales:
la nobilísima Chabuca
tan vivificante cuanto bella
en todos sus quehaceres
y bondades
o ese padre nuestro
que fue nuestro país
e hijo
el enorme Juan Gonzalo
¿Existirá una mayor fortuna?
Y puesto
que desde mi voz y espacio
de nuestra misma muerte
hablamos
desvariado hasta tu actual morada
me aproximo
y me encrespo
adolorido en furia
pero créeme
que toda impotencia
desvanece
al sentir
que vivo tu presencia
construyendo conmigo este poema
cual si una noche fuese
más de aquellas
cuando ebrios
de gozosa juventud
incontenible
de verso en verso
y de vino en vino
hasta el amanecer
del canto cuculí
llegábamos risueños
plenos y totales
Hoy más que nunca César
desde tu silencio
sé que toda tu energía
me contempla
en el exacto amor
de todo lo que amamos
desde tu vida
hacia mi muerte
o desde tu muerte
hacia mi vida
¿Que más da?
Y digo hermano concluyente:
Cuánta fatiga
Con toda su vital nostalgia
De inolvidables alegrías
Finalmente coronada!
Cuánta belleza César realizada!
Brasilia 23/3/2001
Lima 14/4/2001
Recordando moradas que alojaron nuestros restos, así
como también instantes, en que al descender, un latido
inundaba las estancias. Recordando los estanques agotados,
las tormentas devoradas, la irremplazable ternura de esos
llantos y el candor de esas sonrisas. Recordando los cinco
dedos del amanecer y después el pan del mediodía.
Recordando antigüedades de penumbra, sol y polvo en las
rendijas. Recordando todos aquellos infantiles brotes, el
susto en la aritmética y la mortal mirada de la vieja Nicolasa.
Recordando, en fin, las esperanzas:
Un único terror nos aniquila.
Único varón en su momento
generoso de ternuras mansas y aguas claras
fiero estibador en los malsanos puertos
o suave ruiseñor en la distancia opuesta.
Sobreviviendo aún de prestados anteayeres
fui marinero en niebla disfrazado
y naufragando siempre los inciertos
futuros implacables
deposité mis ruinas como polvos de esperanza.
Celeste fue
la placidez de aquella poesía
luminaria de noches lujuriosas
que hasta tu celebratoria copa
llevaron los solícitos
amigos simples
que por lo mismo fueron
venerados compañeros.
O las generosas
ellas
las lunas de todas las bellezas:
amorosas guitarras
juiciosamente desvariadas
cuando indómito y rebelde
el propio corazón del ángel
hacíase presente.
De la justa pasión santificada
por los cristos todos de la libertad
-solidario y bendecido-
fuiste Señor y Caballero en los prostíbulos
en cuyas sudorosas
y sagradas ceremonias
el eterno ritual
del niño al padre
coronaste.
Y tú pudiste, maga mujer,
depositaria ser
de las vibrantes esencias sollozantes
y hacer de tus sutiles melodiosas
impecables sabidurías
inolvidables novedades exquisitas
donde la muerte, en sombra siempre,
fue la razón mismísima
de la fugaz como brutal pasión orgásmica.
¿Por qué aquí?
¿Por qué ahora?
¿Por qué, en esta soleada mañana de Santo Domingo,
como sangre urgente hago correr la tinta?
¿Por qué
cuando en nostálgicos amaneceres ya apagados
memoria hago mis tristes damiselas
y evoco vuestras generosas
dulces compañías
tan precisas
como esta tan quemante y honda
velada, azul, melancolía...?
En esta nave del desvarío y de la nada
en realidad siempre hemos sido
envejecidos náufragos con boletos válidos
para la ilusoria travesía hacia ningún lado
Santo Domingo 18/2/95
Almas en pena
errantes somos
y con mucho
prehistóricos mamíferos
marinos simios
de anfibio código genético
que, desde su mismo origen,
definidos fueron
a imagen, sí Señor, a imagen
y semejanza de sí mismos
es decir sencillamente
como Dios de Dios en busca.
¿Razón?
Aquella la que nunca
podrá mi verso hallar.
Aquel mi verso aquel
que al sitio donde siempre estuvo
inútil e inocentemente ha retornado.
Aquel mi verso aquel
que empecinado
-errante alma-
va
Intenso
es el silencio
cuando muere
el día
Solo
el instante
es permanencia
Y fuga
El futuro
es ya
nostalgia
Solo soledad
y más allá
solo silencio
Lucidez de plenitud
al escanciar
el azaroso adagio
de la despedida
Igualmente
Inexplicable
Cara a cara
frente al ocre
marchito de la muerte
ponderamos
el intenso instante
de la verde savia
Y más allá
de la libertad ejercida
comprendemos
que sobreviviremos
cuando mucho
en aquellos
inanimados retratos
de impotentes miradas
Que ni rastro quedará
-en el espacio que ocupamos-
del amor y su entrepierna
Nada de las incontenibles carcajadas
ni de los fulgurantes orgasmos
Nada del anhelo tembloroso
Nada de la plenitud
Nada
Poemas
Publicado en el «Dominical» del diario
El Comercio de Lima, 21/12/1969
I
Hubo temporadas en las que creíamos sencillamente.
Era la edad del trigo.
Los paseantes
no nos requerían ninguna explicación
y, a medida que el sol cumplía con su ruta,
las sombras
no constituyeron nunca un inquietante enigma.
Edad aquella de la fresca sábana. De alegría y
llantos no comprometidos. Edad aquella con un gusto a
tierra.
(Es curioso que todavía me pregunte del origen de
las fieras, que aún me esconda en la azotea y que persista
del recuerdo de los cantos familiares).
II
Sabías que lo recibían falso.
Aquello que escribías,
decías,
fornicabas
y sembrabas.
No obstante, fuiste a las horas
con aliento de primer descubrimiento.
¿Poesía?
¿Que fue tu Poesía
en los días bíblicos
o en la historiada danza
de las iguanas de tus noches?
Hoy, Lagarta, te recuerdo
mirando entre mis uñas
los restos de un ciclo superado
Lagarta, te recuerdo,
y dejo en estas frases,
por si cierto resultara,
un tenue gesto, de aquellos,
mi lagarta,
que solo reconocen
el viento en las honestas furias,
y el enigma de esos mares
en quienes saben contemplarlo.
París, noviembre 1967
Y vea Usted
mi buen Doctor José Perrés
quien nos lo iba a comentar
que yo en su funeral
de lo que en su momento
hubimos de dolernos
iba a dolerme
estableciendo nuevamente
el necesario diálogo monólogo
con su yaciente cuerpo encajonado
tal vez encabronado
de no poder en esta dimensión
seguir haciendo amor
buscando sendas conducentes
al yo mismo
al imprecador irreverente
inclaudicable
al insondable ser interno
testigo de sí mismo
cuando era Usted
aquel testigo necesario
y ya ve Usted
mi buen Doctor Perrés
se me ha muerto
usted
Y desde luego algo en mí
también ha muerto
de muerte que en el tiempo
cual fotografía es testimonio
del inefable instante de esa muerte
de uno en ambos
de su muerte
en este caso suya quién lo diría
mi buen Doctor José Perrés
aunque como solíamos pensarlo
concluyo que también este momento
es ilusión viviente
tan entrañablemente viva
como el cariño que en pared
ambos vivimos
y que sembró por siempre
inevitable charla germinante
que ya lo ve mi buen Doctor Perrés
trasciende simplemente nuestras muertes
Ciudad de México, 18/10/1999
Cuando el otoño
más hiriente que nunca
sobrevive
en la impúdica desnudez
que deja la hojarasca,
en esa ausencia
como siempre te presiento,
porque una vez más
es cuando, por fortuna,
entero el cosmos
da vida, aquí,
en mi pecho solitario
al bienaventuroso
ritual maravillado
de este, nuestro sereno,
agradecido,
amor predestinado.
Café Nebraska, Gran Vía, Madrid 17/2/97
Recoge marinero tus aprestos
porque se nos acaba el viaje
y ya en el horizonte se divisan
las sombras inquietantes del puerto
en el que la nada
sin ningún misterio nos acogerá
como pasajeros de cualquier especie
que cumplió con la fugacidad
de los cósmicos instantes permitidos
el anunciado puerto
donde los vientos del olvido
reinarán sin importarle
al infinito las ternuras anhelantes
de los romances juveniles
ni los devastadores momentos
de las pasiones inconclusas
frente a ese tiempo del no ser
alzo finalmente mi copa agradecida
por la aventura concedida
tan enigmática y sencilla
como el inocente transcurrir
de la nocturna mariposa
el bramido de las olas
o la belleza inigualable de la rosa
en su agonía inevitable
Siendo que la vida
es reino de perplejidades
donde el azar y solo el azar
gobierna
desde mis otoñales soledades
que atesoro hoy en la vejez
humildemente agradecido
a los vientos lanzo
mi voz maravillada
por esta condición privilegiada
de espléndido mamífero
que la evolución
y el destino permitieron
XIV
Desde los últimos resquicios
que todavía me permite
la existencia y sus nostalgias
evoco los incontenibles vértigos
de las furtivas noches
las que plenas
de pasión irreflexiva
y de lujurias libertarias
habitualmente
supieron sorprender al alba
plenitud de aquellas
juveniles primaveras
que hoy embriagan mis recuerdos
en esta mi vejez
que aún palpita agradecida