Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

El regreso

(1823-1824)



 
ArribaAbajo

- 1 -

                                                    Fulguró en mi vida obscura
imagen de excelsa prez;
pero huyó esa imagen pura,
y a ciegas voy otra vez.
 
   El niño, cuando camina,
por tenebroso lugar,
el terror que le domina
vence a fuerza de cantar,
 
   Niño soy, que a obscuras canto;
poco vale mi canción;
pero nada alivia tanto
mi doliente corazón.
 
ArribaAbajo

- 2 -

   Estoy triste, muy triste, sin que entienda
       la razón ni el por qué:
fija tengo en la mente una leyenda
       que en la infancia escuché.
 
   Era frío el crepúsculo; rodaba
       tranquilo el Rhin; el sol
las cúspides remotas alumbraba
       con su último arrebol.
 
   Allá, en la cima, en trono diamantino,
       en fúlgido sitial,
peinaba sus cabellos de oro fino
       doncella celestial,
 
   Peinábalos con peine también de oro,
       cantando una canción,
cuyo eco singular, triste y sonoro,
       turbaba el corazón.
 
   Surcó un barquero la corriente undosa;
       oyó el dulce cantar:
y contemplando a la doncella hermosa,
       fue en el escollo a dar.
 
   Tragó el río la barca y el barquero:
        y esa tirana ley
sufre siempre quien oye el lisonjero
       cantar de Loreley.
 
ArribaAbajo

- 3 -

   Mi corazón está triste;
Abril alegre y florido:
al pie de los viejos muros,
sobre un tronco me reclino.
   Encerrado en cauce estrecho,
corre silencioso el río;
pasa, en ligera barquilla,
cantando y silbando un niño.
   A lo lejos se dibujan
en risueño laberinto,
quintas, huertos, labradores,
vacas, prados, selvas, riscos.
   Lavan las mozas y tienden
en la hierba el blanco lino;
suena el batán, y las aguas
trueca en espumosos rizos.
   Hay una estrecha garita
sobre el torreón sombrío;
va y viene el fiel centinela,
todo de rojo vestido.
   Con el fusil, que al sol brilla,
haciendo está el ejercicio:
¡apunta bien, centinela,
y descerrájame un tiro!
 
ArribaAbajo

- 4 -

   Voy por la selva, y lloro sin sentirlo:
       ¡Y así pasan las horas!
Salta de rama en rama el negro mirlo:
       y dice: «¿Por qué lloras?
 
   -La golondrina azul, tu tierna hermana,
       decírtelo pudiera,
pues tiene puesto el nido en la ventana
       de mi niña hechicera».
 
ArribaAbajo

- 5 -

   La noche está borrascosa;
no hay en el cielo una estrella;
todos los árboles silban
cuando cruzo por la selva.
   Una luz en la cabaña
del cazador centellea;
pero no llama a los ojos
su claridad macilenta.
   Sentada en sillón de cuero
está la abuelita ciega,
inmóvil y silenciosa,
como una imagen de piedra.
   El hijo del guardabosque
viene y va con planta inquieta;
cuelga el arcabuz al muro,
y una carcajada suelta.
   Baña el lino con sus lágrimas
la bellísima hilandera;
gruñe el mastín de su padre,
gruñe y a sus pies se acuesta.
 
ArribaAbajo

- 6 -

   Si encuentro en mis excursiones
la familia de mi amada,
padre, madre y hermanitas
me reconocen y abrazan.
   Me saludan, me interrogan,
y todos a un tiempo charlan;
dícenme que estoy lo mismo,
aunque más flaco de cara.
   Pregunto a mi vez por tías,
por sobrinas y cuñadas,
y hasta por aquel cachorro
que tan juguetón ladraba.
   Pregunto también por ella,
con otro -¡ay cielos!- casada,
y me dicen, muy gozosos,
que recién parida se halla.
   Les doy mil enhorabuenas
con la sonrisa más grata,
y les digo balbuceando
que me pongan a sus plantas.
   La hermanita, de repente,
dice: «Al perro le entró rabia,
y lo llevaron al río,
y lo arrojaron al agua».
   La pequeña cuando ríe
es retrato de su hermana,
y tiene los mismos ojos
causantes de mis desgracias.
 
ArribaAbajo

- 7 -

   En la choza del barquero,
contemplábamos el mar;
las neblinas de la tarde
llenábanlo todo ya.
   Encendió el próximo faro
su antorcha providencial;
allá a lo lejos, muy lejos,
un buque vimos pasar.
   Hablábamos del marino
y de su incesante afán,
siempre en continua borrasca,
siempre en incierta ansiedad.
   De lueñas tierras, del Polo
Austral y del Boreal;
de pueblos de extraña raza
y de vida singular.
   En el Ganges todo ríe;
selvas perfumadas hay,
y adora la flor del loto,
gente dichosa y jovial.
   En Laponia, grey escuálida
de ancha boca y sucia faz,
cuece arenques, y temblando
se acurruca en pobre hogar.
   Escuchaban las doncellas;
nadie dijo nada más;
y la nave que pasaba
se perdió en la obscuridad.
 
ArribaAbajo

- 8 -

   Graciosa pescadorcilla,
tu barca, de audaces remos,
atraca a esta mansa orilla,
y mano a mano hablaremos
sin temor y sin mancilla.
 
   En mi pecho reclinar
bien puedes tú la cabeza:
¿no fías, sin vacilar,
en la bonanza o fiereza
del alborotado mar?
 
   Mi corazón, dulce bien,
es un mar inmenso y hondo,
tiene su eterno vaivén,
sus escollos, y también
blancas perlas en el fondo.
 
ArribaAbajo

- 9 -

   Arde la luna, lámpara bendita,
       y al mar da su fulgor;
abrazo a mi adorada, y fiel palpita
       en nuestro pecho amor.
 
   Solo estoy, en los brazos de mi hermosa:
       -«¿Qué es lo que escuchas, di,
en la voz de los vientos misteriosa?
       ¿Por qué tiemblas así?
 
   -No es el viento, es la voz de mis hermanas,
       hoy vírgenes del mar,
que en cavernas profundas y lejanas
       suspiran, sin cesar».
 
ArribaAbajo

- 10 -

   La luna, colosal manzana de oro,
rasga el nublado en la celeste cumbre
y derrama en el piélago sonoro su
       brilladora lumbre.
 
   Por la extendida playa, do refrenan
su furor las corrientes, voy a solas,
y oigo las voces que incesantes suenan
       en las revueltas olas.
 
   Con grave lentitud la noche avanza
y el pecho estalla con pujante brío:
venid, ondinas, y en alegre danza
       girad en torno mío.
 
   Reciban vuestros brazos palpitantes
mi frente moribunda y dolorida;
y halle yo en vuestros ósculos amantes
       raudal de eterna vida.
 
ArribaAbajo

- 11 -

   ¡Cuánta nube! En sus mullidos
pliegues duermen las deidades;
y en los orbes conmovidos,
al compás de sus ronquidos,
estallan las tempestades.
 
   El huracán turbulento
estrella al frágil bajel:
¿quién el ímpetu violento
podrá detener del viento
y del loco mar infiel?
 
   Pues nadie puede enfrenar
de los vientos y del mar
las furiosas tempestades,
me echo a dormir y a roncar,
lo mismo que las deidades.
 
ArribaAbajo

- 12 -

   Suena el huracán la trompa;
corren sobre el mar sus ráfagas;
y al son de los latigazos
rugen las olas y saltan.
   Abre el firmamento lóbrego
sus inmensas cataratas:
el Océano y la Noche
riñen su mayor batalla.
   Detiénese una gaviota
en el palo de mesana:
las plumas bate y da un grito
que mil desastres presagia.
 
ArribaAbajo

- 13 -

   Crece la borrasca: brilla
el lampo en la obscuridad;
brama el viento, ruge y chilla.
¡Cómo danza la barquilla!
¡Qué noche! ¡Qué tempestad!
   La mar a cada momento,
forma un monte turbulento;
húndese luego a mis pies,
y hasta el alto firmamento
encabrítase después.
   En la bodega sombría
suenan el rezo apocado
o la maldición bravía;
y al mástil bien agarrado
sueño en ti, ¡casita mía!
 
ArribaAbajo

- 14 -

   Anochece; las pálidas neblinas
cubren el vasto piélago; siniestras
gimen las ondas y visión gallarda
       miro surgir entre ellas.
 
   El hada es de los mares, que a la orilla
viene, y callada junto a mí se sienta,
dejando ver su seno alabastrino
       la túnica entreabierta.
 
   Los brazos abre, y me los echa al cuello
con tal empuje, que respiro apenas:
-«Muy fuertes son, exclamo, tus abrazos,
       bellísima Sirena!
 
   -Si mis brazos te oprimen tan ansiosos,
si a mi seno te estrecho con tal fuerza,
es porque sopla congelado el cierzo
       y el frío me penetra».
 
   Entre las nubes lóbregas asoma
la luna, siempre triste y macilenta:
-«¡Tus ojos se humedecen y se enturbian,
       bellísima Sirena!»
 
   -«No se enturbian mis ojos ni humedecen:
salgo del mar que protector me alberga;
de sus olas amargas una gota
       en mis pupilas queda».
 
   Lanza un grito agorero la gaviota;
bate el mar espumoso la ribera:
-«¡Cuál tu agitado corazón palpita,
       bellísima Sirena!
 
   -¡Si así palpita mi azorado pecho,
si salta el corazón y arden mis venas,
es, gallardo mortal, porque te adoro
       con ansiedad frenética!»
 
ArribaAbajo

- 15 -

   Paso por tu casa y miro,
cuando brilla la mañana:
¡cuán dulcemente suspiro
niña hermosa, si te admiro
asomada a la ventana!
 
   En mí clavas complacientes
los ojos, negros y ardientes,
y que preguntas infiero:
-«¿Quién eres? ¿Qué es lo que sientes,
melancólico extranjero?»
 
   -«¿Quién soy?... Un vate alemán;
y allí me conocen bien:
si citan con noble afán
nombres que gloria les dan,
citan el mío también.
 
   «¿Qué siento?... Lo que yo siento
lo sienten muchos allí;
cuando citan un portento
de infortunio y sufrimiento,
también me citan a mí».
 
ArribaAbajo

- 16 -

   El mar brillaba con la luz extraña
que da el ocaso a las dormidas olas:
los dos, del pescador en la cabaña,
silenciosos estábamos y a solas.
 
   Remontábase lenta nube obscura;
audaz tendía la gaviota el vuelo;
y una lágrima hermosa, tibia y pura,
bañó tus ojos y nubló su cielo.
 
   Miré, ansioso, rodar por tu mejilla
y caer en tu mano aquella perla;
y doblé conmovido la rodilla,
y con ardiente labio fui a beberla.
 
   Desde entonces la frente doblo triste,
y sufre el corazón rudo quebranto:
mira, desventurada, lo que hiciste;
envenenóme el corazón tu llanto.
 
ArribaAbajo

- 17 -

   Hay en las cumbres aquellas
un castillo encantador,
y en el castillo tres bellas:
me han probado todas ellas,
me han probado bien su amor.
 
   Gocé el lunes los abrazos
de Amalia; en los mismos lazos
me estrechó el martes María,
y el miércoles Rosalía
me descoyuntó en sus brazos.
 
   El jueves, gran recepción
tuvieron: ¡soberbia noche!
¡Qué lujo! ¡Qué ostentación!
Iba en larga procesión
gente a caballo y en coche.
 
   No me invitaron; y a fe
que el ardid inútil fue:
mi ausencia se hizo notar,
y hubo la que yo me sé
de reír y murmurar.
 
ArribaAbajo

- 18 -

   Cual nube confusa y vaga,
la ciudad se ve a lo lejos
entre sombras y reflejos
de la tarde que se apaga.
 
   Riza el agua el viento leve;
mi barquero, acompasados
alza los remos pesados
y la negra lancha mueve.
 
   Y el sol su postrer fulgor
aún lanza para alumbrar
el malhadado lugar
que fue tumba de mi amor.
 
ArribaAbajo

- 19 -

   ¡Bien hayas, oh bulliciosa
inexcrutable ciudad!
Entre la turba afanosa
guardaste un día a la hermosa
que era mi felicidad.
 
   Torres y puertas, ¿qué fue
de la bella a quien adoro?
En prenda os la confié,
y cuentas os pediré,
de mi perdido tesoro.
 
   Mas, no sois culpables, no,
viejas torres, de sus tretas;
pues hubisteis de estar quietas
cuando la loquilla huyó
con sus cofres y maletas.
 
   Tú, que la debiste ver,
negro portal, ¿qué me dices?
Que nunca sabes qué hacer
cuando nos da una mujer
con la puerta en las narices(31).
 
ArribaAbajo

- 20 -

   Sigo la antigua senda acostumbrada
       la calle que solía;
y me llevan los pies a su morada,
       hoy lóbrega y vacía.
 
   ¡Cuán angosta es la calle! El pavimento
       ¡cuán escabroso y duro!
-Las paredes caer sobre mí siento,
       y la marcha apresuro.
 
ArribaAbajo

- 21 -

   Entré en la estancia de la hermosa mía,
juróme amor con lágrimas fervientes:
do cayeron sus lágrimas, bullía
       enjambre de serpientes.
 
ArribaAbajo

- 22 -

   Tranquila está la noche; silenciosa
la calle; éste es el sitio; aquí vivía.
Ha mucho tiempo huyó la niña hermosa:
la casa aún está allí, triste y vacía.
 
   ¡Y un hombre miro al pie, sombra importuna
que los brazos levanta delirante!...
¡Santos cielos! ¡Al rayo de la luna
descubro en su semblante mi semblante!
 
   Pálido espectro de mis penas propias,
¿por qué, dándome inútiles reproches,
el loco afán en las tinieblas copias,
que así llenó mis anhelantes noches?
 
ArribaAbajo

- 23 -

   ¿Y puedes dormir en calma
sabiendo que aún vivo yo?
¡Renace la ira en el alma
que su yugo sacudió!
 
   ¿Recuerdas lo que decía
la canción? Murió un doncel,
volvió, y a la tumba fría
llevóse a su amada infiel.
 
   Niña hermosísima, advierte
lo que a recordarte voy:
aún vivo, aún vivo, y más fuerte
que todos los muertos soy.
 
ArribaAbajo

- 24 -

   La hermosa duerme en su cuarto:
entra en él la luna pálida;
dulce música de valses
oye sonar en la plaza.
   «¿Quién turba mi sueño?» dice,
y se asoma a la ventana:
¡es un horrible esqueleto
que toca a la vez y canta!
   -«Un vals tú me prometiste,
y has faltado a la palabra:
ven conmigo al Camposanto:
esta noche, allí es la danza».
   La hermosa salta del lecho,
la hermosa sale de casa,
la hermosa sigue al espectro,
que al par toca, brinca y marcha.
   Marcha, brinca, toca y hace
con su horrenda frente calva
al resplandor de la luna
mil reverencias extrañas.
 
ArribaAbajo

- 25 -

   Yo contemplaba su retrato en sueños,
       su imagen bendecida,
y vi brotar de súbito, halagüeños,
       los signos de la vida,
 
   Dulce sonrisa, de indecible encanto,
       abrió sus labios rojos;
gota feliz de cariñoso llanto
       apareció en sus ojos.
 
   Y corría también por mi semblante
       lloro mal contenido;
y «¡No puedo, exclamaba delirante,
       creer que la he perdido!»
 
ArribaAbajo

- 26 -

   ¡Atlante soy, cansado y dolorido!
A cuestas llevo un mundo, el del dolor.
Llevo lo que llevar nadie ha podido;
y ya sucumbo al peso abrumador.
 
   ¡Soberbio corazón, tú lo quisiste!
Pedías todo el bien o todo el mal;
no puedes pretender sino más triste;
cumplida está tu aspiración fatal.
ArribaAbajo

- 27 -

   Los años vienen y van
se abre y se cierra la tumba,
y no logro que sucumba
este apasionado afán.
 
   Y no querrá nunca Dios
que feliz llegue a su lado,
y exclame, a sus pies postrado:
«Señora, muero por vos».
 
ArribaAbajo

- 28 -

   ¡Oh dulce ensueño! Brilla desmayada
la luna, y me conducen sus reflejos
a la ciudad do vive mi adorada
       allá, lejos, muy lejos.
 
   Contemplo su morada embebecido,
y un beso en el umbral mi labio sella,
en el umbral que roza su vestido
       y su breve pie huella.
 
   Larga es la noche y fría cual ninguna:
frío el umbral, do extático me postro;
y en la ventana, al rayo de la luna,
       resplandece su rostro.
 
ArribaAbajo

- 29 -

   Oh solitaria lágrima ¿qué quieres?
       ¿Por qué enturbias mis ojos?
Ultimo resto y único tú eres
       de pasados enojos.
 
   ¡Muchas hermanas, lágrima, tuviste!
       ¡Todas se evaporaron!
Con mi breve ilusión y mi afán triste,
       cayeron y pasaron.
 
   Pasaron los fantásticos reflejos
       que en larga noche obscura
alumbraban falaces a lo lejos
       mi soñada ventura.
 
   Pasó el ansiado amor, cual soplo leve
       de la fortuna varia:
¡pasa, cual ellos, silenciosa y breve,
       lágrima solitaria!
 
ArribaAbajo

- 30 -

   Brilla la menguante luna
entre nubarrones pardos;
solitaria la abadía
está junto al Camposanto.
   La Biblia estudia la madre;
mira la luz el muchacho;
la hermana mayor dormita;
dice la otra bostezando:
   «¡Todos los días lo mismo!
¡Qué fastidio y qué cansancio!
han de enterrar algún muerto
para ver nosotros algo».
   Sin dejar la madre el libro,
dice: «Ya trajeron cuatro
desde el día en que a tu padre,
(que en paz descanse) enterraron».
   La hermana mayor exclama:
«De pasar hambre me canso:
iréme a casa del conde,
que es rico y apasionado».
   Y el mozo: «Tres cazadores
vi en la venta, echando un trago:
van esparciendo doblones,
y han de enseñarme a buscarlos.»
   La Biblia le arroja al rostro
la madre, y con grito amargo,
prorrumpe: -«¡Facineroso
quieres ser, hijo malvado!»
   Y llaman a la ventana,
y signos hace una mano,
y está allí el padre difunto
envuelto en sus negros hábitos.
 
ArribaAbajo

- 31 -

   ¡Cuánta nieve! ¡Cuánto frío!
¡Qué noche! ¡Qué tempestad!
Ruge el huracán bravío,
y en la ventana, sombrío,
contemplo la obscuridad.
 
   ¿Qué es aquel fulgor lejano
que pálida luz refleja?
Una pobrecilla vieja,
con la linterna en la mano,
pausadamente se aleja.
 
   Va a comprar regocijada
manteca, huevos y miel;
y a su niña idolatrada
le hará el que tanto le agrada
jugoso y dulce pastel.
 
   Reclinada en sillón blando
la hija, con plácido hechizo,
la luz mira dormitando,
y un dorado y suelto rizo
baja, sus hombros rozando.
 
ArribaAbajo

- 32 -

   Dicen que amor inclemente
abrió a mis pies un abismo;
tanto lo dice la gente,
que acabaré, finalmente,
por creérmelo yo mismo.
 
   Muchas veces te juré
amor y constante fe,
niña de rasgados ojos,
y te dije mis enojos,
y que por ti moriré.
 
   Mas no, solo, en tu aposento
te declaré lo que siento;
cuando en tu presencia me hallo
cuanto más decir intento,
más vacilo, tiemblo y callo.
 
   Angeles malos mi boca
cerraron -¡aprensión loca!-
y por ello sufro así:
¡ángeles malos, cuán poca
piedad hubisteis de mí!
 
ArribaAbajo

- 33 -

   ¡Pudiera yo tu mano de azucena
       besar sólo una vez!
¡Llevarla al corazón, que por ti pena,
y morir de amorosa languidez!
 
   Tus ojos de violeta ruborosa
fulguran día y noche para mí:
ese problema azul, que así me acosa,
       ¿qué significa? Di.
 
ArribaAbajo

- 34 -

   -«¿Y tu amorosa dolencia
no habrá llegado a entender?
¡No pudiste en ella ver
señal de correspondencia!
¿Cuando estás en su presencia,
nada del fuego interior
te revela el resplandor
de sus pupilas hermosas,
a ti, que en tan dulces cosas
eres maestro y doctor?»
 
ArribaAbajo

- 35 -

   Ambos se amaban, y ninguno quiso
       confesar su pasión;
¡cual si enemigos fueran, se miraban,
       muriéndose de amor!
 
   Separáronse al fin; no más en sueños
       el uno al otro vio;
estaban ambos muertos, sin saberlo
       ninguno de los dos.
 
ArribaAbajo

- 36 -

   Cuando con hondos lamentos
les dije mis sufrimientos,
nadie los quiso escuchar:
hoy cuento los mismos males
en renglones desiguales;
y me aplauden a rabiar.
 
ArribaAbajo

- 37 -

   Llamé al diablo, y vino al punto.
¡No fue pequeño mi asombro!
no es, como dice la gente,
feo, cornudo ni cojo.
   Es simpático, elegante,
bastante joven, buen mozo,
muy cortés, hombre de mundo,
complaciente y obsequioso.
Es, además, consumado
político, y en sus ocios
sobre el Estado y la Iglesia
diserta con gran aplomo.
Tiene la color quebrada,
y mas no es extraño tampoco,
y pues ahora estudia el sanscrito
y los modernos filósofos
Su poeta predilecto siempre es Fouqué(32). Gusta poco
de los críticos, y evita
debates contradictorios.
   Alegráse cuando supo
que estudié en años remotos
jurisprudencial y me dijo
que él cursó los prolegómenos.
Añadióme que estimaba
mi trato, como un tesoro;
e inclinándose repuso:
«Os vi, si no me equivoco,
en la embajada española».
Y, mirando bien su rostro,
caí al fin en que hace tiempo
conocía yo al demonio.
 
ArribaAbajo

- 38 -

   Acuérdate del diablo y de sus cuernos;
       la humana vida es breve:
y la caldera que arde en los infiernos,
       no es cuento de la plebe.
 
   Paga las deudas, y el Señor te asista;
       larga es la vida humana,
y tendrás que acudir al prestamista
       quizá otra vez mañana.
 
ArribaAbajo

- 39 -

   Preguntan los magos venidos de Oriente
a todos aquellos que encuentran y ven:
«Decid, gente honrada, decid, buena gente,
¿cuál es el camino que va hacia Belén?»
 
   Si nadie contesta, si nadie lo sabe,
no el séquito regio su marcha paró:
estrella divina de luz pura y suave
les marca la ruta que el cielo trazó.
 
   Detiénese el astro de luz bienhechora
encima del santo y humilde portal;
el buey allí muge, y el Niño-Dios llora,
y entonan los Magos el himno triunfal.
 
ArribaAbajo

- 40 -

   Inocentes niños éramos(33),
inocentes niños ambos;
solíamos en la paja
del gallinero ocultarnos.
   Al gallo y a las gallinas
tanto y tan bien remedábamos,
que oír la gente pensaba
a las gallinas y al gallo.
   Con unos tapices rotos
y unos cajones del patio,
para vivir los dos juntos,
fingíamos un palacio.
   Una gata vieja y flaca
venia de vez en cuando:
¡cuántos saludos le hicimos,
reverencias y agasajos!
   ¡Cuántas afables preguntas
sobre su salud y estado!
¡Ay! ¡con cuántas gatas viejas
habremos hecho otro tanto!
   Como personas formales
hablábamos algún rato,
echando siempre de menos
el feliz tiempo de antaño.
   «Amor, buena fe, constancia,
se van, como por ensalmo;
está el café por las nubes;
¿y el dinero?... ¡no hay un cuarto!»
   Pasaron aquellos juegos,
y también -¡ay Dios- pasaron
amor, buena fe, constancia
ilusión, vida y encanto.
 
ArribaAbajo

- 41 -

   Me oprime anhelo profundo,
si pienso en la antigua edad:
¡cuán deleitoso era el mundo!
¡Qué manantial tan fecundo
de amor y felicidad!
 
   Hoy, un mal va de otro en pos;
y por rendir testimonio
de su impotencia los dos,
muerto, allá arriba, está Dios;
muerto, allá abajo, el demonio.
 
   ¿Qué de nosotros sería
en esta Babel sombría,
do lucha todo sin calma,
a no guardar, vida mía,
un poco de amor el alma?
 
ArribaAbajo

- 42 -

   Como en el negro cielo encapotado
surge la luna plácida y serena,
así del fondo obscuro del pasado
brota imagen de amor que me enajena.
   Surcábamos el Rhin: pausadamente
empujaba la barca el patrio río:
brillaba en la ribera floreciente
tarde feliz de luminoso estío.
 
   A las plantas sentado de mi amante,
el bien gozaba que perdido lloro;
el sol, arrebolando su semblante,
daba a su blanca frente nimbo de oro.
 
   Coro de bellas vírgenes cantaba:
todo era amor y encanto y alegría:
el pecho ¡cuán feliz se dilataba!
el cielo !cuán azul resplandecía!
 
   Aldeas y castillos, selva y prados,
pasaban en visión esplendorosa,
y yo los contemplaba retratados
en las claras pupilas de mi hermosa.
 
ArribaAbajo

- 43 -

   Hallé en sueños a mi amada:
¡cuán desdichada criatura!
Encorvado está su cuerpo
y todas sus gracias mustias.
Lleva un niño de la mano,
otro en los brazos, y anuncian
mirada, ademán y traje
flaquezas y desventuras.
   Por la plaza del mercado
va errante y meditabunda;
me mira, y así le digo
con voz pausada y convulsa:
   «Enferma estás y abatida;
ven, mujer, mi casa es tuya»;
con mi auxilio y mi trabajo
no ha de faltarte pan nunca.
   De esos dos niños que llevas,
curaré, si Dios me ayuda;
y de ti, más que de todos,
¡desventurada criatura!
   Para contar que te quise
ha de ser mi boca muda,
y una lágrima piadosa
verteré en tu sepultura».
 
ArribaAbajo

- 44 -

   ¿Siempre repetirás, oh caro amigo,
       una misma canción?
¿Siempre estarás inmóvil empollando
los huevos rancios de tu añejo amor?
Los polluelos la cáscara quebrantan;
pían, brincan después, corren al sol;
y atrapándoles tú -¡pobres polluelos!-
en tus libros les das jaula y prisión.
 
ArribaAbajo

- 45 -

   No te impacientes, cariñoso amigo,
       porque al añejo afán
responda con monótonos acentos
       cada nuevo cantar.
 
   Aguarda, aguarda a que se pierda el eco
       de mi pasión fatal,
y los trinos de nueva primavera
       del alma brotarán.
 
ArribaAbajo

- 46 -

   Ya es hora, sí, ya es sazón
de apartar del corazón
la locura que lo asedia;
bastante, cual pobre histrión,
representé la comedia.
 
   Eran góticos salones
bambalinas y telones;
purpúreo manto mi traje;
novelescas mis pasiones;
romántico mi lenguaje.
 
   Di fin a tal fingimiento;
pero el mal no se remedia:
las mismas angustias
siento: parece que represento todavía la comedia.
 
   Es que, burlando, decía
mi afán secreto y profundo:
la muerte en el alma mía
llevaba cuando fingía
al luchador moribundo.
 
ArribaAbajo

- 47 -

   Reza, suspira, ayuna y se flagela
       Wiswamitra, el gran rey(34),
porque la vaca de Wasista anhela
       ganar en buena ley.
 
   Pues de ese modo atormentarte quieres,
       Wiswamitra, gran rey,
por una vaca mísera, no eres
       más que un solemne buey.
 
ArribaAbajo

- 48 -

   Corazón, corazón, calla y espera;
sufre sin quejas el destino eterno
renacerá otra vez la primavera
       tras el áspero invierno.
 
   Aún no agotó la vida sus mercedes:
¡Bello es el mundo, luminoso el día!
y todo aquello que te plazca, puedes
       amarlo todavía.
 
ArribaAbajo

- 49 -

   Hermosa, sencilla y pura
eres tú, cómo una flor;
cuando admiro tu hermosura
mi pobre pecho tortura
indefinible dolor.
 
   Y mi diestra cariñosa
sobre tus sienes se posa,
y a Dios pido, para ti,
que siempre seas así:
pura, sencilla y hermosa.
 
ArribaAbajo

- 50 -

   Niña, por tu salvación
pido al ángel de tu guarda
que tu puro corazón
en la insensata pasión.
que abrasa el mío, no arda.
 
   Y de tan cumplido modo
acoge Dios mi querella,
que a tanto no me acomodo,
y a veces exclamo: ¡si ella
me amase, a pesar de todo!
 
ArribaAbajo

- 51 -

   Siempre que en la noche obscura
el lecho tranquilo y blando
sosiego y paz me procura,
pasa, mis sienes rozando,
una imagen bella y pura.
 
   El sueño con su beleño
cierra mis ojos risueño;
y esa imagen, pura y bella,
en lo mejor de mi sueño
su apacible luz destella.
 
   Y cuando el alba tardía
borra de la fantasía
toda nocturna visión,
aún la llevo todo el día
dentro de mi corazón.
 
ArribaAbajo

- 52 -

   ¡Niña de las pupilas brilladoras
       y el labio de rubí!
¡Niña, niñita mía! a todas horas,
       estoy pensando en ti.
 
   La luenga noche del invierno helado
       me retiene en tu hogar,
y feliz puedo, junto a ti sentado,
       charlar y más charlar.
 
   ¡Si pudiera rozar con labio ardiente
       tu mano ¡oh dulce bien!
y derramar en ella juntamente
       mis lágrimas también!
 
ArribaAbajo

- 53 -

   Caiga la nieve a montones,
llueva y granice sin fin,
haga el viento en mis ventanas
todos los vidrios crujir:
poco el temporal me importa,
llevando dentro de mí
la imagen de mi adorada
y los céfiros de abril.
 
ArribaAbajo

- 54 -

   A San Pedro o San Pablo rezan unos;
otros, devotos de la Virgen son;
yo sólo a ti consagro mis plegarias,
       a ti, plácido sol!
 
   Sé para mí benéfica y piadosa;
dame besos y abrazos, dame amor,
entre adorados soles, virgen bella,
entre vírgenes bellas, áureo sol!
 
ArribaAbajo

- 55 -

   ¿No te basta que pálido el semblante
te revele mi afán y mi dolor?
¿Quieres tú que mendigue suplicante
mi propio labio tu altanero amor?
 
   Altanero es también el labio mío:
sólo sabe besar o sonreír
y fingirá quizás mofa o desvío
cuando estaré sintiéndome morir.
 
ArribaAbajo

- 56 -

   «¡Ay! amigo, nuevamente
ama tu espíritu ardiente
con insensata pasión;
no la define aún tu mente;
mas late en tu corazón.
 
   »Tú protestas: ¡Dios me guarde!
¡Yo enamorado!... ¡Embeleco!
y tu corazón tal arde,
cuando eso dices cobarde,
que se te quema el chaleco».
 
ArribaAbajo

- 57 -

   Mi corazón anhelante
buscó reposó y placer
a tu lado; tú, inconstante,
te separaste al instante:
¡tenías mucho que hacer!
 
   Te dije, prenda adorada,
que era tuya el alma mía;
y tú, esquiva y asombrada,
soltando la carcajada,
me hiciste una cortesía.
 
   La herida que me abre el pecho
después más profunda has hecho,
y un agravio de otro en pos,
me ha negado tu despecho
hasta el beso del adiós.
 
   ¿Piensas que una bala cruel
fin a mis ansias dará?
Cuesta tragar tanta hiel;
pero eso, mi hermosa infiel,
me ha pasado otra vez ya.
 
ArribaAbajo

- 58 -

       Espléndidos zafiros
son tus azules, celestiales ojos:
       ¡Feliz, feliz el hombre
a quien miren extáticos y absortos!
 
       Purísimo diamante,
es tu fiel corazón, como no hay otro:
       ¡Feliz, feliz el hombre
por quien irradie sus destellos todos!
 
       Son fúlgidos rubíes
tus dulces labios, que me vuelven loco:
       ¡Feliz, feliz el hombre
a quien sonrían tiernos y amorosos!
 
       Si en apartada selva
yo, frente a frente, le encontrara, y solo,
       ¡cuán poco sus venturas
       duráranle, cuán poco!
 
ArribaAbajo

- 59 -

   Tu corazón perseguí
con vanas galanterías;
pero en mis redes caí,
trocándose para mi
en veras las burlas mías.
   Tú, con faz galante y leda,
puedes en igual moneda
pagar mi tardo suspiro;
y a mí un recurso me queda
radical... ¡pegarme un tiro!
 
ArribaAbajo

- 60 -

   El mundo, el alma, la vida,
son descosidos fragmentos:
buscando voy un filósofo,
germánico, por supuesto,
que un buen sistema me hilvane
atando esos cabos sueltos.
Con su bata y con su gorro,
ya, orondo y grave, le veo
tapando todas las grietas
y fallas del Universo.
 
ArribaAbajo

- 61 -

   Quebréme la cabeza noche y día
con mil problemas de áridos enojos;
y descubrí la incógnita, alma mía,
       al contemplar tus ojos.
 
   Todo mi ser del resplandor brillante
de tu dulce pupila está suspenso:
desde que soy tu afortunado amante,
       en nada más ya pienso.
 
ArribaAbajo

- 62 -

   Está toda la casa iluminada:
       gran fiesta tienes hoy:
pasar veo una sombra por el claro
       del abierto balcón.
 
   Tú no ves que abismado en las tinieblas
       aquí, a tus pies, estoy;
y menos podrás ver lo que escondido
       guardo en el corazón.
 
   Mi corazón palpita y se destroza,
       loco por ti de amor;
mi corazón te adora y se desangra;
       mas tú, no lo ves, no.
 
ArribaAbajo

- 63 -

   Para dárselas al viento,
y que el viento las llevara,
quisiera encerrar mis penas
en una sola palabra.
   A ti te la llevaría,
hermosísima tirana,
para que a cada momento
la oyeras y la escucharas.
   Y cuando cierra la noche
tus pupilas adoradas,
aún la estarías oyendo
en los ensueños del alma.
 
ArribaAbajo

- 64 -

   Tienes perlas, diamantes, todo cuanto
       vosotras anheláis;
tienes ojos hermosos cual ningunos:
       dime, ¿qué quieres más?
 
   Millares dediqué de dulces versos,
       que nunca morirán,
a tus ojos, hermosos cual ningunos:
       dime, ¿qué quieres más?
 
   Y esos ojos hermosos cual ningunos,
       pagáronme tan mal,
que a tus plantas exánime fallezco:
       dime, ¿qué quieres más?
 
ArribaAbajo

- 65 -

   El que ama por vez primera,
aunque amado ser no espera,
es grande, cual Dios, quizá;
pero el que así otra vez quiera
un majadero será.
 
   Yo soy ese majadero,
que otra vez amo y no espero:
sol, luna y estrellas, todo
se ríe de mí a su modo;
yo río también... ¡y muero!
 
ArribaAbajo

- 66 -

   Diéronme con insistencia
consejos -¡aún los escucho!-
y con gran benevolencia
inculcáronme paciencia:
¡oh, me protegieron mucho!
 
   Mas, protegiéndome así,
en la tumba dan conmigo,
si al verme cerca de allí,
un valiente, un buen amigo,
no se interesa por mí.
 
   El me sostuvo y salvó;
jamás habré de olvidarlo:
una cosa me afligió;
no poder nunca abrazarlo,
porque ese amigo... era yo.
 
ArribaAbajo

- 67 -

   Este gentil mozalbete
me encanta y hace feliz:
a veces toma conmigo
ostras, licores y Rhin.
   Temprano, en paños menores,
bata y gorro de dormir,
viene todas las mañanas,
y se interesa por mí.
   Me habla de mi excelsa gloria,
de mi ingenio y de mi vis,
pronto siempre a complacerme
en cuanto pueda servir.
   Por la noche, en la tertulia,
con sonoro retintín
mis versos a las señoras
hace escuchar y aplaudir.
   ¡Qué fortuna haber hallado
un mozo de tanto esprit,
en el tiempo que corremos
tan envidioso y tan ruin!
 
ArribaAbajo

- 68 -

   Soñé que era el señor Dios,
y que estaba allá en el cielo;
circundábanme los ángeles
cantando a coro mis versos.
   Hartábame a todas horas
de merengues y buñuelos;
bebía Jerez y Málaga,
y a nadie adeudaba un céntimo.
   Era feliz: ¡me aburría!
a la tierra hubiera vuelto;
y a no ser Dios en persona,
a los demonios me entrego.
   «Gabriel, ángel zanquilargo,
ponte las botas corriendo;
busca a mi amigo Perico;
tráemelo sin perder tiempo.
 
   »No lo busques en las aulas,
ni en la iglesia mucho menos;
en casa de Juana búscalo,
en la taberna o el juego».
   Abre sus alas de gallo
el ángel, y emprende el vuelo;
dentro de pocos minutos
vuelve con mi amigo Pedro.
   «Dios soy, amigo Perico;
factótum del Universo.
¿No te dije muchas veces
que era mozo de provecho?
   »Cada día hago un milagro:
y ahora, para tu recreo,
voy a convertir en Jauja
a Berlín por un momento.
   »Se abrirán los adoquines,
y al abrirse todos ellos,
una, ostra, fresca y sabrosa,
aparecerá allí dentro.
   »Lloverá sidra y cerveza;
e irá manando y fluyendo
el mejor vino del Rhin
por todos los sumideros.
   »¡Cuál corren los berlineses!
¡Cómo doblan el pescuezo
y en el arroyo se abrevan
los áulicos consejeros!
   »¡Cuánto deleita a los vates
el celestial refrigerio!
Alféreces y tenientes
chupan y lamen los suelos.
   »Alféreces y tenientes
piensan, cual gente de seso,
que no se repiten todos
los jueves estos portentos».
 
ArribaAbajo

- 69 -

   En Agosto os dejé, señora mía,
y en el glacial Enero os vuelvo a ver;
en vuestro pecho es hoy ceniza fría
lo que era lava de volcán ayer.
   Os dejo: cuando vuelva nuevamente,
ni frío ni calor sentiréis ya;
hollaré vuestra tumba indiferente
muerto también mi espíritu estará.
 
ArribaAbajo

- 70 -

   ¡Arrancado a tus labios de ambrosía!
¡A tus abrazos, que tan dulces son!
       Detenerme quería;
pero impaciente el látigo esgrimía
       el fiero postillón.
 
   ¡Esa es la vida, sí! ¡Continuo llanto,
continuo adiós, continuo padecer!
       ¿Por qué, si me amas tanto,
no tuvieron tus ojos más encanto,
no tuvieron tus brazos más poder?
 
ArribaAbajo

- 71 -

   Era noche bien obscura
la que en la posta pasamos;
abrazaba tu cintura,
y con alegre locura,
reímos y bromeamos.
 
   Cuando el matinal albor
brilló alegre y placentero,
vimos con mudo estupor
sentado otro pasajero
entre los dos: el Amor.
 
ArribaAbajo

- 72 -

   ¡Dios sabe dónde esa loca
chiquilla se habrá hospedado!
Toda la ciudad, lloviendo,
he corrido, y renegando.
   Pregunté de fonda en fonda;
y en todas me desahuciaron
mayordomos desabridos
y camareros zanguangos.
   De pronto, al balcón la veo,
y suelta a la risa el trapo:
¡quién pensara que vivieras,
niña, en tan regio palacio!
 
ArribaAbajo

- 73 -

   Cual fantásticas figuras,
a un lado y al otro lado
se extienden casas obscuras:
en negra capa embozado
marcho tras dulces venturas.
 
   Doce campanadas toca
la vieja torre sombría:
con mil besos en la boca,
me aguarda, de amores loca,
la querida niña mía.
 
   La luna brilla oportuna,
y sus pálidos raudales
iluminan mi fortuna;
llego a los gratos umbrales
y exclamo: «¡Propicia luna!
 
   »¡Astro piadoso y bendito!
Yo tu constancia acredito,
pues no me engañas jamás;
ahora, no te necesito;
brilla para los demás.
 
   »Y si al recorrer los cielos,
ves algún amante triste
llorando amargos anhelos,
dale los dulces consuelos
que en otros tiempos me diste».
 
ArribaAbajo

- 74 -

   Y cuando seas mi feliz esposa,
       amada niña mía,
tu vida será cielo de oro y rosa,
       de amor y de alegría.
 
   Sufriré tus caprichos más perversos
       con cachazudo aguante;
mas, si no elogias tú todos mis versos,
       divórciome al instante.
 
ArribaAbajo

- 75 -

   La sien ardorosa inclino
sobre tus hombros de nieve,
y sorprendo y adivino
otro cambio repentino,
en tu corazón aleve.
 
   Suena trompeta cercana,
y se acerca presurosa
tropa de húsares galana;
ya sé, niña veleidosa,
que me dejarás mañana.
 
   Mañana me dejarás;
pero aún eres hoy mi encanto:
y te estrecho más y más,
y en tu! brazos gozo tanto
corno no gocé jamás.
 
ArribaAbajo

- 76 -

   Suena trompeta cercana;
¡Cuál trota la compañía
de los húsares galana!
Toma esta rosa temprana;
tómala, querida mía.
 
   ¡Qué estruendo! ¡Qué confusión!
¡Qué animado movimiento!
¡Gallardos mancebos son!
¡Cuántos en tu corazón
tendrán ya su alojamiento!
 
ArribaAbajo

- 77 -

   También en mis dulces años
placeres y desengaños
del amor, niña sentí.
Hoy la hoguera está apagada
no arde la leña mojada;
y ¡pardiez! más vale así.
 
   Enjuga, pues, niña bella,
esa lágrima, y con ella
borra un recuerdo a la vez.
Deja cerrarse la herida,
y el antiguo amor olvida
entre mis brazos ¡pardiez!
 
ArribaAbajo

- 78 -

   ¿Por qué tan duro rigor?
¿Cómo mudanza tan breve?
Todos, ¡oh mujer aleve,
han de escuchar mi clamor!
 
   Tus labios, amante impía,
¿qué quejas pueden tener
del que con tanto placer
los besaba noche y día?
 
ArribaAbajo

- 79 -

   Esos son, esos son los claros ojos
que me daban la alegre bienvenida;
esos son, esos son los labios rojos
       que endulzaban mi vida.
 
   Esa es la blanda voz que el alma absorta
oyó en sueños de vago idealismo;
pero ¿qué importa ¡ay misero! qué importa,
       si yo no soy el mismo?
 
   Aún son dulces y tiernos sus abrazos,
aún me encadena su flexible nudo;
pero yo estoy inmóvil en sus brazos,
       inmóvil, hosco y mudo.
 
ArribaAbajo

- 80 -

   Ni pudisteis comprenderme,
ni os pude yo comprender;
cuando en el fango caímos
nos comprendimos muy bien.
 
ArribaAbajo

- 81 -

   ¡Cuánto se alarmaron, cuánto
los eunucos, ¡cielo santo!
cuando levanté la voz!
¡Dijeron que era mi canto
grosero, incivil, atroz!
 
Unieron en sutil coro
sus vocecitas de grillo,
y con el mayor decoro
cantaron rancio estribillo,
sentimental y sonoro!
 
   Era amorosa canción,
llena de tiernas querellas,
y la escuchaban las bellas
con tan sensible emoción,
que lloraban todas ellas,
 
ArribaAbajo

- 82 -

   Salamanca, en tus afueras
es el aire puro y fresco;
allí, en las tardes de estío,
con mi dama me paseo.
   Su deliciosa cintura
con brazo atrevido estrecho;
y mi diestra feliz siente
el palpitar de sus pechos.
   Pero suena en la arboleda
murmurio vago y siniestro;
ronco molino repite
fatales presentimientos.
   ¡Mal presagio, hermosa mía!
Próximo miro el encierro:
afueras de Salamanca,
dieron fin nuestros paseos.
 
ArribaAbajo

- 83 -

   El gallardo caballero
le llaman a don Enríquez;
junto al mío está su cuarto;
sólo hay por medio un tabique.
   Las damas de Salamanca
por mirarlo se desviven
cuando cruza calle abajo,
con sus galgos y mastines.
   Mas él la tranquila noche
pasa, solitario y triste,
los dedos en la vihuela,
y el alma en los imposibles.
   Sus ensueños y canciones
llevan los vientos sutiles:
¡compasión me das y grima,
don Enríquez, don Enríquez!
 
ArribaAbajo

- 84 -

   Nos vimos, y en tus ojos al instante
comprendí que a mi afán correspondías;
si tu madre cruel no está delante,
estallan, sí, tus ansias y las mías
       en beso delirante.
 
   Tu hogar tranquilo dejaré mañana;
seguiré solitario mi sendero;
saldrás, hermosa rubia, a la ventana;
y yo te mandaré, desde lejana
       cumbre, mi adiós postrero.
 
ArribaAbajo

- 85 -

   En la lejana cúspide el sol brilla
despertando al aprisco balador:
¡si antes de abandonar la hermosa villa,
pudiera verte, dulce corderilla,
sol matutino, idolatrado amor!
 
   Alzo los ojos: ¡esperanza vana!
¡Adiós! Marcho, mi bien, ¡lejos de ti!
Quieta está la cortina en la ventana:
aún duerme mi querida soberana:
¡quién sabe si estará soñando en mí!
 
ArribaAbajo

- 86 -

   Hay en Halle, en la plaza del Mercado,
dos leones gigantes y soberbios:
¡leones ferocísimos del Halle,
cómo os domaron ya! ¡cómo os pusieron
   Hay en Halle, en la plaza del Mercado,
un figurón fornido y corpulento;
espada empuña pero no la esgrime:
inmoble está; petrificólo el miedo.
 
   Hay en Halle, en la plaza del Mercado,
una iglesia tan grande, que allí dentro
todas las cofradías y hermandades
tienen sitio y lugar para sus rezos(35).
 
ArribaAbajo

- 87 -

   Inunda bosque y pradera
la noche de primavera,
hermosa como ninguna:
brilla en Oriente la luna
dorada en la azul esfera.
 
   Junto a la mansa corriente
el grillo chilla estridente;
y en la tranquila extensión
algo el pasajero siente,
cual vaga palpitación.
 
   Allá, en fuente cristalina,
báñase la hermosa ondina;
y con plácidos asombros,
la tibia luna ilumina
su blanca espalda y sus hombros.
 
ArribaAbajo

- 88 -

   La noche cubre campos y senderos;
lacio está el cuerpo, enfermo el corazón.
Vierte, oh luna, tus rayos placenteros,
       como una bendición.
 
   Calmen tus luces puras y tranquilas
de las tinieblas el pavor fatal,
y derramen en mi alma y mis pupilas
       rocío celestial.
 
ArribaAbajo

- 89 -

   Dura jornada es la vida,
noche fresca, bendecida
lo que el mundo muerte nombra;
duerme, duerme, alma rendida:
lo llena todo la sombra.
   Árbol de eterno verdor
crece ya sobre mi tumba;
trina en él un ruiseñor,
y en mis sueños aún retumba
un postrer canto de amor.
 
ArribaAbajo

- 90 -

   Dime, dime ¿qué fue de aquella hermosa
que inspiró tu dulcísimo cantar?
¿Qué fue de aquella hoguera esplendorosa
donde tu corazón iba a estallar?
   Murió la hoguera, tan voraz un día;
cansado late el pecho y sin calor;
y este mísero libro es la urna fría
que guarda las cenizas de mi amor.
 
 
ArribaAbajo

Ocaso de los dioses

 
   Mayo llegó, con sus doradas lumbres,
sus tibios soplos y perfumes suaves;
y abriendo de las pálidas violetas
las azules pupilas, nos saluda.
De hebras de luz y perlas de rocío
teje verde tapiz, bordando flores
la Primavera, y a los hombres llama,
que al llamamiento dóciles acuden.
Calzón de dril y chupa dominguera
el galán viste, con botones de oro;
traje ostenta de cándida blancura
la dama; el boquirrubio mozalbete
se atusa el bozo; y la doncella libre
deja ondular el oprimido seno.
Mete en la faltriquera el vate urbano
los espejuelos, el papel y el lápiz;
y al abierto portal lánzanse todos.
Sobre el césped acampan; los renuevos
admiran de los árboles; arrancan
pintadas flores; los gorjeos oyen
de las alegres aves, y gozosos
lanzan su grito a la cerúlea esfera.
   Mayo llegó: ¡también para mí vino!
llamó tres veces a la puerta, y -«Abre:
Mayo soy, dijo; acariciarte quiero,
pálido soñador». Pasé el cerrojo,
rodé la llave, y contestéle: -«En vano,
en vano llamarás, pérfido huésped;
te conozco: conozco el artificio
del mundo; he visto tanto, que ya el alma
perdió toda ilusión y la atormenta
dolor eterno. Los cerrados muros
pasa mi vista del hogar humano
y del humano corazón, y dentro
hallo farsa y ardid, miseria y dolo.
Leo los pensamientos en las frentes;
¡pensamientos infames! El rosado
rubor de la doncella, esconde el ansia
secreta del placer; y en la orgullosa
sien del mancebo audaz, miro el birrete
multicolor de la locura; sólo
mamarrachos deformes o enfermizas
sombras veo en la tierra, y me pregunto
si es manicomio u hospital. Penetro
la corteza. terrestre; cual si fuera
de transparente vidrio; en hoyo estrecho
veo los muertos, con las manos juntas,
las pupilas abiertas, blanco el rostro,
blanco el sudario, y en los secos labios
amarillentas larvas. ¡Y contemplo
sentado al hijo, con su alegre amante
en coloquio trivial, sobre la tumba
de su padre infeliz! Los ruiseñores
cantan mordaces; maliciosas ríen
las flores doctas; tiembla el padre muerto
en su féretro obscuro, y dolorida,
se estremece también la madre Tierra.
   ¡Mísera Tierra! ¡tu dolor comprendo!
Arder el fuego en tus entrañas miro,
abrirse tus arterias, y a torrentes
llamaradas lanzar y verter sangre.
Veo salir a los soberbios hijos
de los Titanes, de las negras simas,
rojas antorchas agitando; yerguen
su escala férrea, y a la eterna cumbre
trepan con sordo estrépito; tras ellos
negros enanos van, y al rudo choque
caen hechas trizas las estrellas de oro.
Con mano audaz desgarran del divino
tabernáculo el velo, y acometen
con feroces aullidos, a la santa
angélica legión. Pálido y mudo,
está Dios en su trono: la corona
arranca de las sienes, y se mesa
la cabellera augusta. Los titanes
avanzan; las antorchas encendidas
dentro del reino celestial arrojan;
y los enanos negros, con azotes
flamígeros, castigan las espaldas
de los vencidos ángeles, que ruedan,
se encorvan, se retuercen, y arrastrados
por las guedejas son. ¡Y estaba entre ellos
mi ángel también; el de dorados bucles
y dulce rostro; el que el amor eterno
lleva en los labios, y en la azul pupila
la dicha celestial! Y un duende negro,
hediondo y espantable, álzalo en brazos,
contempla ansioso su gentil belleza
y con muelle deleite lo acaricia.
Y suena entonces pavoroso grito,
que agita al Universo; sus pilastras
rechinan y se tuercen; cielo y tierra
húndense juntos, y lo llenan todo
la antigua noche y la perpetua sombra».
 
ArribaAbajo

Doña Clara

 
                                                 En el jardín, al declinar la tarde,
pasea la hija del alcaide a solas:
música suena, fuera del alcázar,
       de atabales y trompas.
 
   -«¡Cuál me fatigan las insulsas danzas!
¡Cómo me aburre la trivial lisonja,
y ese tropel de insípidos donceles
       que al sol me parangonan!
 
   »¡Cómo me aburre y me fatiga todo
desde que, al rayo de la luna, absorta,
al galán vi, cuyo laúd el alma
       me conmueve y trastorna.
 
   » Gallardo, altivo, pálido el semblante,
y ardiendo en él pupilas luminosas,
juzgué, cuando le vi, ver a San Jorge
       bajando de la gloria».
 
   Así, clavando en tierra la mirada,
piensa la bella; cuando en sí retorna,
el gallardo galán desconocido
       a sus plantas se postra.
 
   A la luz de la luna, de las manos
cogidos van en plática amorosa;
el céfiro los besa y acaricia;
       les saludan las rosas.
 
   Las rosas les saludan, cual si fueran
mensajeros de amor, y se arrebolan.
-«¿Por qué, mi bien, tu seductor semblante
       vivo carmín colora?
 
   -» Picáronme mosquitos, dulce dueño,
y en verano me irritan y trastornan,
cual si fuesen de hebreos narigudos
       abominable tropa.
 
   -»Déjate de mosquitos y de hebreos,
dice el galán que tierno la enamora:
en blanquísimos copos los almendros
       sus pétalos deshojan.
 
   » En blanquísimos copos los almendros
te dan, mi bien, su delicioso aroma:
dime, tu corazón ¿es todo mío?
       ¿Es mía tu alma toda?
 
   -»¡Toda, sí! Te lo juro, dulce dueño,
por el Dios Redentor que mi alma adora,
por aquél a quien pérfidos judíos
       dieron muerte afrentosa.
 
   -» Deja al Dios Redentor y a los judíos,
dice el galán que tierno la enamora:
mira los lirios, que en fulgor bañados,
       columpian sus corolas.
 
   » Mira los lirios, que en fulgor bañados,
contemplan las estrellas brilladoras.
Di, mi bien, en tus tiernos juramentos,
       ¿de falsedad no hay sombra?,
 
   -» No hay en mí falsedad, oh dulce dueño,
como en mi sangre, que mi estirpe abona,
de sangre de judíos ni de moros
       no hay siguiera una gota».
 
   -«Déjate de judíos y de moros».
dice el galán que tierno la enamora
y a un bosquecillo de frondosos mirtos
       en brazos la transporta.
 
   En las redes de amor ya está prendida:
largos los besos, las palabras cortas,
con fuerza igual en ambos corazones
       la pasión se desborda.
 
   El ruiseñor amante, en la enramada
ya los nupciales cánticos entona;
las luciérnagas saltan y en el césped
       fingen danzas de antorchas.
 
   Escúchase, no más, en el silencio,
como apagadas y furtivas notas
el susurro discreto de los mirtos
       y el beso de las rosas.
 
   Suena de pronto en el vecino alcázar
música de atabales y de trompas;
despierta la doncella, y de los brazos
       huye que la aprisionan.
 
   -«Las músicas me llaman, dulce dueño;
pero no marches, sin que el labio rompa
del nombre tuyo el pertinaz secreto,
       que a tu amante ya enoja».
 
   Apacible sonríe el caballero;
besa después la mano de la hermosa;
besa después su nacarada frente;
       besa después su boca.
 
   Y dice -«Yo, tu amante, noble dama,
el hijo soy de quien las gentes honran;
del docto y venerable gran rabino,
       Jacob de Zaragoza».
 
ArribaAbajo

Almanzor

 

- I -

                                                 Hay mil trescientas columnas
en la catedral de Córdoba;
hay mil trescientas columnas
que la cúpula soportan.
   Muros, columnas y cúpula
versos del Korán decoran,
grabados entre arabescos
de guirnaldas caprichosas.
   Reyes moros levantaron
ese templo, de Alá en honra;
las mudanzas de los tiempos
a otros usos lo acomodan.
   En la torre en que vibraba
la voz del muecín sonora,
hoy tañen tristes y lúgubres
las campanas melancólicas.
   En las gradas do se oyeron
las palabras de Mahoma,
hacen tonsurados prestes
sus extrañas ceremonias.
Ante imágenes pintadas
se arrodillan y se postran;
humo de tristes candelas
mancha las bruñidas bóvedas.
   Está Almanzor-ben-Abdala
en la catedral de Córdoba,
y las columnas contempla,
y de este modo razona:
   -«Para el gran Alá os labraron,
columnas firmes y sólidas,
y al culto odiado de Cristo
dais vuestro homenaje ahora.
   »Si así aceptáis la mudanza
que os humilla y os deshonra,
¿qué ha de hacer el hombre débil,
columnas firmes y sólidas?»
   Y con semblante sereno
la gallarda frente dobla
en las pilas bautismales
de la catedral de Córdoba.
 

- II -

   De la catedral ya sale,
y al punto que sale, monta
en un selvático potro,
que rozagante galopa.
   Camino va de Alcolea,
y sueltas al viento flotan
sus guedejas aún mojadas
y las plumas de su gorra.
   Camino va de Alcolea,
do al Guadalquivir coronan
almendros de flor nevada,
naranjos de dulce aroma.
   El venturoso jinete
canta y ríe, triunfa y goza;
trinos de aves le acompañan
y murmurios de las ondas.
   En Alcolea reside
doña Clara de Mendoza;
mientras su padre guerrea,
vive alegre y sin zozobras.
   Almanzor oye lejanos
sonar timbales y trompas;
ve al través de la arboleda
resplandecer las antorchas.
   ¡Oh castillo de Alcolea!
¡Gran baile esta noche logras!
Bailan doce caballeros
con otras tantas hermosas.
   Apuestos son los galanes,
son las damas seductoras;
Almanzor, el más gallardo
entre todos y entre todas.
   Feliz va de dama en dama
con la sonrisa en la boca;
para todas cuantas mira
tiene a punto una lisonja.
   A Isabel la mano besa;
la deja luego por otra;
se sienta a los pies de Elvira
y en sus pupilas se arroba.
   Si hoy merece sus bondades
le pregunta a Leonora,
y le muestra la cruz de oro
que su capotillo adorna.
   A fe de cristiano viejo
les jura que las adora,
y el juramento repite
treinta veces en tres horas.
 

- III -

   El castillo de Alcolea
envuelven silencio y sombra;
ya no hay damas ni galanes,
ya no hay músicas ni antorchas.
   Almanzor y doña Clara
están callados y a solas;
el último candelabro
su último fulgor arroja.
   Ella, en el sitial sentada;
él, a sus plantas, apoya
en sus trémulas rodillas
la cabeza soñadora.
   En sus obscuras guedejas
un frasco de agua de rosas
ella solícita vierte;
él, dormitando, solloza.
   En sus obscuras guedejas
los labios amantes posa
ella, y un ósculo imprime;
nublada la sien él dobla.
   En sus obscuras guedejas
ella, las que tierna llora
dulces lágrimas, derrama;
él, se estremece de cólera.
   Sueña: está, la sien rendida,
en la catedral de Córdoba,
y sus guedejas gotean,
y oye voces que le asombran.
   Las colosales columnas
su carga ya no soportan;
se agitan y bambolean,
se tuercen y se desploman.
   Los clérigos palidecen,
se hunde con fragor la bóveda,
y los sonantes escombros
las imágenes destrozan.
 
ArribaAbajo

La Romería

 

- I -

                                                 El hijo en el lecho está;
la madre, junto al balcón:
-«Hijo, levántate ya;
ahora mismo pasará
la sagrada procesión».
 
   -«¡Ay, madre, madre bendita!
crecen mi mal y mi cuita;
ni oigo ya, ni puedo ver:
en la pobre Margarita
pienso, y lloro sin querer.»
 
   -»Toma el libro y el rosario;
vendrás conmigo al santuario
de la Virgen pura y bella;
y quizás obtengas de ella
el alivio necesario».
 
   Y avanzan al grave són
de triste lamentación,
cruces, banderas sin fin;
y a Colonia sobre el Rhin
va la santa procesión.
 
   La madre amorosa y pía
marcha en pos y con afán
al hijo sostiene y guía;
y todos cantando van:
«¡Gloria a vos, Santa María!»
 

- II -

   Hoy la Madre del Señor
viste su manto mejor,
y largo trabajo tiene:
un tropel conmovedor
de enfermos al templo viene.
   Y con devoción sincera
la multitud lastimera
se acerca a depositar
brazos y piernas de cera
en el milagroso altar.
 
   No la implora nadie en vano:
quien le consagra una mano,
la suya curada ve;
y si es un pie, bueno y sano
se va por su propio pie.
 
   Alguien con muletas vino
que en la cuerda brinca ya;
y hay manco -¡poder divino!-
que tañendo en el camino
la vihuela, volverá.
 
   La madre, de blanca cera
labró un tierno corazón
-«¡Hijo, la Virgen te espera!
llévale esta ofrenda, y quiera
tener de ti compasión».
 
   El hijo suspira en tanto;
toma el exvoto, y sin calma
penetra en el templo santo;
de sus ojos brota el llanto,
y esta oración de su alma:
 
   -«¡María! ¡Reina y Señora
de los cielos! ¡Bienhechora
madre de Dios! escuchad
a un desdichado, que implora
vuestra infinita piedad.
 
   »Con mi madre, que aun contemplo,
vivía, de dicha ejemplo,
en Colonia, ciudad santa,
donde a cada paso un templo
en vuestro honor se levanta.
 
   »Nuestra vecina ¡ay Dios! era
Margarita, y muerte fiera
hiriéla sin compasión:
traigo un corazón de cera:
¡curad vos mi corazón!
 
   »Curad vos el alma mía,
y con religiosa fe,
sollozando noche y día,
¡Gloria a vos! repetiré,
¡Gloria a vos, Santa María!»
 

- III -

   El hijo y la madre amante
en su cuarto se han dormido;
y la Virgen al instante
aparece deslumbrante
y entra sin hacer ruido.
 
   Inclínase sobre el lecho;
al enfermo infeliz mira;
pónele la mano al pecho,
y su intento satisfecho,
dulce y lenta se retira.
 
   Todo, en visión transparente,
lo ve la madre, y más ve;
y despierta de repente.
¡Ay! ¿Por qué ladran, por qué
los perros lúgubremente?
 
   Pálido, rígido, yerto,
está el hijo, ¡el hijo muerto!
y la renaciente aurora
con su fulgor aún incierto
su blanca frente colora.
 
   Y ambas las manos juntando
la madre amorosa y pía,
con acento triste y blando,
cae de hinojos, exclamando:
«¡Gloria a vos, Santa María!»

Arriba