El regreso
- 1 - | |
Fulguró en mi vida obscura | |
imagen de excelsa prez; | |
pero huyó esa imagen pura, | |
y a ciegas voy otra vez. | |
El niño, cuando camina, | |
por tenebroso lugar, | |
el terror que le domina | |
vence a fuerza de cantar, | |
Niño soy, que a obscuras canto; | |
poco vale mi canción; | |
pero nada alivia tanto | |
mi doliente corazón. | |
- 2 - | |
Estoy triste, muy triste, sin que entienda | |
la razón ni el por qué: | |
fija tengo en la mente una leyenda | |
que en la infancia escuché. | |
Era frío el crepúsculo; rodaba | |
tranquilo el Rhin; el sol | |
las cúspides remotas alumbraba | |
con su último arrebol. | |
Allá, en la cima, en trono diamantino, | |
en fúlgido sitial, | |
peinaba sus cabellos de oro fino | |
doncella celestial, | |
Peinábalos con peine también de oro, | |
cantando una canción, | |
cuyo eco singular, triste y sonoro, | |
turbaba el corazón. | |
Surcó un barquero la corriente undosa; | |
oyó el dulce cantar: | |
y contemplando a la doncella hermosa, | |
fue en el escollo a dar. | |
Tragó el río la barca y el barquero: | |
y esa tirana ley | |
sufre siempre quien oye el lisonjero | |
cantar de Loreley. | |
- 3 - | |
Mi corazón está triste; | |
Abril alegre y florido: | |
al pie de los viejos muros, | |
sobre un tronco me reclino. | |
Encerrado en cauce estrecho, | |
corre silencioso el río; | |
pasa, en ligera barquilla, | |
cantando y silbando un niño. | |
A lo lejos se dibujan | |
en risueño laberinto, | |
quintas, huertos, labradores, | |
vacas, prados, selvas, riscos. | |
Lavan las mozas y tienden | |
en la hierba el blanco lino; | |
suena el batán, y las aguas | |
trueca en espumosos rizos. | |
Hay una estrecha garita | |
sobre el torreón sombrío; | |
va y viene el fiel centinela, | |
todo de rojo vestido. | |
Con el fusil, que al sol brilla, | |
haciendo está el ejercicio: | |
¡apunta bien, centinela, | |
y descerrájame un tiro! | |
- 4 - | |
Voy por la selva, y lloro sin sentirlo: | |
¡Y así pasan las horas! | |
Salta de rama en rama el negro mirlo: | |
y dice: «¿Por qué lloras? | |
-La golondrina azul, tu tierna hermana, | |
decírtelo pudiera, | |
pues tiene puesto el nido en la ventana | |
de mi niña hechicera». | |
- 5 - | |
La noche está borrascosa; | |
no hay en el cielo una estrella; | |
todos los árboles silban | |
cuando cruzo por la selva. | |
Una luz en la cabaña | |
del cazador centellea; | |
pero no llama a los ojos | |
su claridad macilenta. | |
Sentada en sillón de cuero | |
está la abuelita ciega, | |
inmóvil y silenciosa, | |
como una imagen de piedra. | |
El hijo del guardabosque | |
viene y va con planta inquieta; | |
cuelga el arcabuz al muro, | |
y una carcajada suelta. | |
Baña el lino con sus lágrimas | |
la bellísima hilandera; | |
gruñe el mastín de su padre, | |
gruñe y a sus pies se acuesta. | |
- 6 - | |
Si encuentro en mis excursiones | |
la familia de mi amada, | |
padre, madre y hermanitas | |
me reconocen y abrazan. | |
Me saludan, me interrogan, | |
y todos a un tiempo charlan; | |
dícenme que estoy lo mismo, | |
aunque más flaco de cara. | |
Pregunto a mi vez por tías, | |
por sobrinas y cuñadas, | |
y hasta por aquel cachorro | |
que tan juguetón ladraba. | |
Pregunto también por ella, | |
con otro -¡ay cielos!- casada, | |
y me dicen, muy gozosos, | |
que recién parida se halla. | |
Les doy mil enhorabuenas | |
con la sonrisa más grata, | |
y les digo balbuceando | |
que me pongan a sus plantas. | |
La hermanita, de repente, | |
dice: «Al perro le entró rabia, | |
y lo llevaron al río, | |
y lo arrojaron al agua». | |
La pequeña cuando ríe | |
es retrato de su hermana, | |
y tiene los mismos ojos | |
causantes de mis desgracias. | |
- 7 - | |
En la choza del barquero, | |
contemplábamos el mar; | |
las neblinas de la tarde | |
llenábanlo todo ya. | |
Encendió el próximo faro | |
su antorcha providencial; | |
allá a lo lejos, muy lejos, | |
un buque vimos pasar. | |
Hablábamos del marino | |
y de su incesante afán, | |
siempre en continua borrasca, | |
siempre en incierta ansiedad. | |
De lueñas tierras, del Polo | |
Austral y del Boreal; | |
de pueblos de extraña raza | |
y de vida singular. | |
En el Ganges todo ríe; | |
selvas perfumadas hay, | |
y adora la flor del loto, | |
gente dichosa y jovial. | |
En Laponia, grey escuálida | |
de ancha boca y sucia faz, | |
cuece arenques, y temblando | |
se acurruca en pobre hogar. | |
Escuchaban las doncellas; | |
nadie dijo nada más; | |
y la nave que pasaba | |
se perdió en la obscuridad. | |
- 8 - | |
Graciosa pescadorcilla, | |
tu barca, de audaces remos, | |
atraca a esta mansa orilla, | |
y mano a mano hablaremos | |
sin temor y sin mancilla. | |
En mi pecho reclinar | |
bien puedes tú la cabeza: | |
¿no fías, sin vacilar, | |
en la bonanza o fiereza | |
del alborotado mar? | |
Mi corazón, dulce bien, | |
es un mar inmenso y hondo, | |
tiene su eterno vaivén, | |
sus escollos, y también | |
blancas perlas en el fondo. | |
- 9 - | |
Arde la luna, lámpara bendita, | |
y al mar da su fulgor; | |
abrazo a mi adorada, y fiel palpita | |
en nuestro pecho amor. | |
Solo estoy, en los brazos de mi hermosa: | |
-«¿Qué es lo que escuchas, di, | |
en la voz de los vientos misteriosa? | |
¿Por qué tiemblas así? | |
-No es el viento, es la voz de mis hermanas, | |
hoy vírgenes del mar, | |
que en cavernas profundas y lejanas | |
suspiran, sin cesar». | |
- 10 - | |
La luna, colosal manzana de oro, | |
rasga el nublado en la celeste cumbre | |
y derrama en el piélago sonoro su | |
brilladora lumbre. | |
Por la extendida playa, do refrenan | |
su furor las corrientes, voy a solas, | |
y oigo las voces que incesantes suenan | |
en las revueltas olas. | |
Con grave lentitud la noche avanza | |
y el pecho estalla con pujante brío: | |
venid, ondinas, y en alegre danza | |
girad en torno mío. | |
Reciban vuestros brazos palpitantes | |
mi frente moribunda y dolorida; | |
y halle yo en vuestros ósculos amantes | |
raudal de eterna vida. | |
- 11 - | |
¡Cuánta nube! En sus mullidos | |
pliegues duermen las deidades; | |
y en los orbes conmovidos, | |
al compás de sus ronquidos, | |
estallan las tempestades. | |
El huracán turbulento | |
estrella al frágil bajel: | |
¿quién el ímpetu violento | |
podrá detener del viento | |
y del loco mar infiel? | |
Pues nadie puede enfrenar | |
de los vientos y del mar | |
las furiosas tempestades, | |
me echo a dormir y a roncar, | |
lo mismo que las deidades. | |
- 12 - | |
Suena el huracán la trompa; | |
corren sobre el mar sus ráfagas; | |
y al son de los latigazos | |
rugen las olas y saltan. | |
Abre el firmamento lóbrego | |
sus inmensas cataratas: | |
el Océano y la Noche | |
riñen su mayor batalla. | |
Detiénese una gaviota | |
en el palo de mesana: | |
las plumas bate y da un grito | |
que mil desastres presagia. | |
- 13 - | |
Crece la borrasca: brilla | |
el lampo en la obscuridad; | |
brama el viento, ruge y chilla. | |
¡Cómo danza la barquilla! | |
¡Qué noche! ¡Qué tempestad! | |
La mar a cada momento, | |
forma un monte turbulento; | |
húndese luego a mis pies, | |
y hasta el alto firmamento | |
encabrítase después. | |
En la bodega sombría | |
suenan el rezo apocado | |
o la maldición bravía; | |
y al mástil bien agarrado | |
sueño en ti, ¡casita mía! | |
- 14 - | |
Anochece; las pálidas neblinas | |
cubren el vasto piélago; siniestras | |
gimen las ondas y visión gallarda | |
miro surgir entre ellas. | |
El hada es de los mares, que a la orilla | |
viene, y callada junto a mí se sienta, | |
dejando ver su seno alabastrino | |
la túnica entreabierta. | |
Los brazos abre, y me los echa al cuello | |
con tal empuje, que respiro apenas: | |
-«Muy fuertes son, exclamo, tus abrazos, | |
bellísima Sirena! | |
-Si mis brazos te oprimen tan ansiosos, | |
si a mi seno te estrecho con tal fuerza, | |
es porque sopla congelado el cierzo | |
y el frío me penetra». | |
Entre las nubes lóbregas asoma | |
la luna, siempre triste y macilenta: | |
-«¡Tus ojos se humedecen y se enturbian, | |
bellísima Sirena!» | |
-«No se enturbian mis ojos ni humedecen: | |
salgo del mar que protector me alberga; | |
de sus olas amargas una gota | |
en mis pupilas queda». | |
Lanza un grito agorero la gaviota; | |
bate el mar espumoso la ribera: | |
-«¡Cuál tu agitado corazón palpita, | |
bellísima Sirena! | |
-¡Si así palpita mi azorado pecho, | |
si salta el corazón y arden mis venas, | |
es, gallardo mortal, porque te adoro | |
con ansiedad frenética!» | |
- 15 - | |
Paso por tu casa y miro, | |
cuando brilla la mañana: | |
¡cuán dulcemente suspiro | |
niña hermosa, si te admiro | |
asomada a la ventana! | |
En mí clavas complacientes | |
los ojos, negros y ardientes, | |
y que preguntas infiero: | |
-«¿Quién eres? ¿Qué es lo que sientes, | |
melancólico extranjero?» | |
-«¿Quién soy?... Un vate alemán; | |
y allí me conocen bien: | |
si citan con noble afán | |
nombres que gloria les dan, | |
citan el mío también. | |
«¿Qué siento?... Lo que yo siento | |
lo sienten muchos allí; | |
cuando citan un portento | |
de infortunio y sufrimiento, | |
también me citan a mí». | |
- 16 - | |
El mar brillaba con la luz extraña | |
que da el ocaso a las dormidas olas: | |
los dos, del pescador en la cabaña, | |
silenciosos estábamos y a solas. | |
Remontábase lenta nube obscura; | |
audaz tendía la gaviota el vuelo; | |
y una lágrima hermosa, tibia y pura, | |
bañó tus ojos y nubló su cielo. | |
Miré, ansioso, rodar por tu mejilla | |
y caer en tu mano aquella perla; | |
y doblé conmovido la rodilla, | |
y con ardiente labio fui a beberla. | |
Desde entonces la frente doblo triste, | |
y sufre el corazón rudo quebranto: | |
mira, desventurada, lo que hiciste; | |
envenenóme el corazón tu llanto. | |
- 17 - | |
Hay en las cumbres aquellas | |
un castillo encantador, | |
y en el castillo tres bellas: | |
me han probado todas ellas, | |
me han probado bien su amor. | |
Gocé el lunes los abrazos | |
de Amalia; en los mismos lazos | |
me estrechó el martes María, | |
y el miércoles Rosalía | |
me descoyuntó en sus brazos. | |
El jueves, gran recepción | |
tuvieron: ¡soberbia noche! | |
¡Qué lujo! ¡Qué ostentación! | |
Iba en larga procesión | |
gente a caballo y en coche. | |
No me invitaron; y a fe | |
que el ardid inútil fue: | |
mi ausencia se hizo notar, | |
y hubo la que yo me sé | |
de reír y murmurar. | |
- 18 - | |
Cual nube confusa y vaga, | |
la ciudad se ve a lo lejos | |
entre sombras y reflejos | |
de la tarde que se apaga. | |
Riza el agua el viento leve; | |
mi barquero, acompasados | |
alza los remos pesados | |
y la negra lancha mueve. | |
Y el sol su postrer fulgor | |
aún lanza para alumbrar | |
el malhadado lugar | |
que fue tumba de mi amor. | |
- 19 - | |
¡Bien hayas, oh bulliciosa | |
inexcrutable ciudad! | |
Entre la turba afanosa | |
guardaste un día a la hermosa | |
que era mi felicidad. | |
Torres y puertas, ¿qué fue | |
de la bella a quien adoro? | |
En prenda os la confié, | |
y cuentas os pediré, | |
de mi perdido tesoro. | |
Mas, no sois culpables, no, | |
viejas torres, de sus tretas; | |
pues hubisteis de estar quietas | |
cuando la loquilla huyó | |
con sus cofres y maletas. | |
Tú, que la debiste ver, | |
negro portal, ¿qué me dices? | |
Que nunca sabes qué hacer | |
cuando nos da una mujer | |
con la puerta en las narices(31). | |
- 20 - | |
Sigo la antigua senda acostumbrada | |
la calle que solía; | |
y me llevan los pies a su morada, | |
hoy lóbrega y vacía. | |
¡Cuán angosta es la calle! El pavimento | |
¡cuán escabroso y duro! | |
-Las paredes caer sobre mí siento, | |
y la marcha apresuro. | |
- 21 - | |
Entré en la estancia de la hermosa mía, | |
juróme amor con lágrimas fervientes: | |
do cayeron sus lágrimas, bullía | |
enjambre de serpientes. | |
- 22 - | |
Tranquila está la noche; silenciosa | |
la calle; éste es el sitio; aquí vivía. | |
Ha mucho tiempo huyó la niña hermosa: | |
la casa aún está allí, triste y vacía. | |
¡Y un hombre miro al pie, sombra importuna | |
que los brazos levanta delirante!... | |
¡Santos cielos! ¡Al rayo de la luna | |
descubro en su semblante mi semblante! | |
Pálido espectro de mis penas propias, | |
¿por qué, dándome inútiles reproches, | |
el loco afán en las tinieblas copias, | |
que así llenó mis anhelantes noches? | |
- 23 - | |
¿Y puedes dormir en calma | |
sabiendo que aún vivo yo? | |
¡Renace la ira en el alma | |
que su yugo sacudió! | |
¿Recuerdas lo que decía | |
la canción? Murió un doncel, | |
volvió, y a la tumba fría | |
llevóse a su amada infiel. | |
Niña hermosísima, advierte | |
lo que a recordarte voy: | |
aún vivo, aún vivo, y más fuerte | |
que todos los muertos soy. | |
- 24 - | |
La hermosa duerme en su cuarto: | |
entra en él la luna pálida; | |
dulce música de valses | |
oye sonar en la plaza. | |
«¿Quién turba mi sueño?» dice, | |
y se asoma a la ventana: | |
¡es un horrible esqueleto | |
que toca a la vez y canta! | |
-«Un vals tú me prometiste, | |
y has faltado a la palabra: | |
ven conmigo al Camposanto: | |
esta noche, allí es la danza». | |
La hermosa salta del lecho, | |
la hermosa sale de casa, | |
la hermosa sigue al espectro, | |
que al par toca, brinca y marcha. | |
Marcha, brinca, toca y hace | |
con su horrenda frente calva | |
al resplandor de la luna | |
mil reverencias extrañas. | |
- 25 - | |
Yo contemplaba su retrato en sueños, | |
su imagen bendecida, | |
y vi brotar de súbito, halagüeños, | |
los signos de la vida, | |
Dulce sonrisa, de indecible encanto, | |
abrió sus labios rojos; | |
gota feliz de cariñoso llanto | |
apareció en sus ojos. | |
Y corría también por mi semblante | |
lloro mal contenido; | |
y «¡No puedo, exclamaba delirante, | |
creer que la he perdido!» | |
- 26 - | |
¡Atlante soy, cansado y dolorido! | |
A cuestas llevo un mundo, el del dolor. | |
Llevo lo que llevar nadie ha podido; | |
y ya sucumbo al peso abrumador. | |
¡Soberbio corazón, tú lo quisiste! | |
Pedías todo el bien o todo el mal; | |
no puedes pretender sino más triste; | |
cumplida está tu aspiración fatal. | |
- 27 - | |
Los años vienen y van | |
se abre y se cierra la tumba, | |
y no logro que sucumba | |
este apasionado afán. | |
Y no querrá nunca Dios | |
que feliz llegue a su lado, | |
y exclame, a sus pies postrado: | |
«Señora, muero por vos». | |
- 28 - | |
¡Oh dulce ensueño! Brilla desmayada | |
la luna, y me conducen sus reflejos | |
a la ciudad do vive mi adorada | |
allá, lejos, muy lejos. | |
Contemplo su morada embebecido, | |
y un beso en el umbral mi labio sella, | |
en el umbral que roza su vestido | |
y su breve pie huella. | |
Larga es la noche y fría cual ninguna: | |
frío el umbral, do extático me postro; | |
y en la ventana, al rayo de la luna, | |
resplandece su rostro. | |
- 29 - | |
Oh solitaria lágrima ¿qué quieres? | |
¿Por qué enturbias mis ojos? | |
Ultimo resto y único tú eres | |
de pasados enojos. | |
¡Muchas hermanas, lágrima, tuviste! | |
¡Todas se evaporaron! | |
Con mi breve ilusión y mi afán triste, | |
cayeron y pasaron. | |
Pasaron los fantásticos reflejos | |
que en larga noche obscura | |
alumbraban falaces a lo lejos | |
mi soñada ventura. | |
Pasó el ansiado amor, cual soplo leve | |
de la fortuna varia: | |
¡pasa, cual ellos, silenciosa y breve, | |
lágrima solitaria! | |
- 30 - | |
Brilla la menguante luna | |
entre nubarrones pardos; | |
solitaria la abadía | |
está junto al Camposanto. | |
La Biblia estudia la madre; | |
mira la luz el muchacho; | |
la hermana mayor dormita; | |
dice la otra bostezando: | |
«¡Todos los días lo mismo! | |
¡Qué fastidio y qué cansancio! | |
han de enterrar algún muerto | |
para ver nosotros algo». | |
Sin dejar la madre el libro, | |
dice: «Ya trajeron cuatro | |
desde el día en que a tu padre, | |
(que en paz descanse) enterraron». | |
La hermana mayor exclama: | |
«De pasar hambre me canso: | |
iréme a casa del conde, | |
que es rico y apasionado». | |
Y el mozo: «Tres cazadores | |
vi en la venta, echando un trago: | |
van esparciendo doblones, | |
y han de enseñarme a buscarlos.» | |
La Biblia le arroja al rostro | |
la madre, y con grito amargo, | |
prorrumpe: -«¡Facineroso | |
quieres ser, hijo malvado!» | |
Y llaman a la ventana, | |
y signos hace una mano, | |
y está allí el padre difunto | |
envuelto en sus negros hábitos. | |
- 31 - | |
¡Cuánta nieve! ¡Cuánto frío! | |
¡Qué noche! ¡Qué tempestad! | |
Ruge el huracán bravío, | |
y en la ventana, sombrío, | |
contemplo la obscuridad. | |
¿Qué es aquel fulgor lejano | |
que pálida luz refleja? | |
Una pobrecilla vieja, | |
con la linterna en la mano, | |
pausadamente se aleja. | |
Va a comprar regocijada | |
manteca, huevos y miel; | |
y a su niña idolatrada | |
le hará el que tanto le agrada | |
jugoso y dulce pastel. | |
Reclinada en sillón blando | |
la hija, con plácido hechizo, | |
la luz mira dormitando, | |
y un dorado y suelto rizo | |
baja, sus hombros rozando. | |
- 32 - | |
Dicen que amor inclemente | |
abrió a mis pies un abismo; | |
tanto lo dice la gente, | |
que acabaré, finalmente, | |
por creérmelo yo mismo. | |
Muchas veces te juré | |
amor y constante fe, | |
niña de rasgados ojos, | |
y te dije mis enojos, | |
y que por ti moriré. | |
Mas no, solo, en tu aposento | |
te declaré lo que siento; | |
cuando en tu presencia me hallo | |
cuanto más decir intento, | |
más vacilo, tiemblo y callo. | |
Angeles malos mi boca | |
cerraron -¡aprensión loca!- | |
y por ello sufro así: | |
¡ángeles malos, cuán poca | |
piedad hubisteis de mí! | |
- 33 - | |
¡Pudiera yo tu mano de azucena | |
besar sólo una vez! | |
¡Llevarla al corazón, que por ti pena, | |
y morir de amorosa languidez! | |
Tus ojos de violeta ruborosa | |
fulguran día y noche para mí: | |
ese problema azul, que así me acosa, | |
¿qué significa? Di. | |
- 34 - | |
-«¿Y tu amorosa dolencia | |
no habrá llegado a entender? | |
¡No pudiste en ella ver | |
señal de correspondencia! | |
¿Cuando estás en su presencia, | |
nada del fuego interior | |
te revela el resplandor | |
de sus pupilas hermosas, | |
a ti, que en tan dulces cosas | |
eres maestro y doctor?» | |
- 35 - | |
Ambos se amaban, y ninguno quiso | |
confesar su pasión; | |
¡cual si enemigos fueran, se miraban, | |
muriéndose de amor! | |
Separáronse al fin; no más en sueños | |
el uno al otro vio; | |
estaban ambos muertos, sin saberlo | |
ninguno de los dos. | |
- 36 - | |
Cuando con hondos lamentos | |
les dije mis sufrimientos, | |
nadie los quiso escuchar: | |
hoy cuento los mismos males | |
en renglones desiguales; | |
y me aplauden a rabiar. | |
- 37 - | |
Llamé al diablo, y vino al punto. | |
¡No fue pequeño mi asombro! | |
no es, como dice la gente, | |
feo, cornudo ni cojo. | |
Es simpático, elegante, | |
bastante joven, buen mozo, | |
muy cortés, hombre de mundo, | |
complaciente y obsequioso. | |
Es, además, consumado | |
político, y en sus ocios | |
sobre el Estado y la Iglesia | |
diserta con gran aplomo. | |
Tiene la color quebrada, | |
y mas no es extraño tampoco, | |
y pues ahora estudia el sanscrito | |
y los modernos filósofos | |
Su poeta predilecto siempre es Fouqué(32). Gusta poco | |
de los críticos, y evita | |
debates contradictorios. | |
Alegráse cuando supo | |
que estudié en años remotos | |
jurisprudencial y me dijo | |
que él cursó los prolegómenos. | |
Añadióme que estimaba | |
mi trato, como un tesoro; | |
e inclinándose repuso: | |
«Os vi, si no me equivoco, | |
en la embajada española». | |
Y, mirando bien su rostro, | |
caí al fin en que hace tiempo | |
conocía yo al demonio. | |
- 38 - | |
Acuérdate del diablo y de sus cuernos; | |
la humana vida es breve: | |
y la caldera que arde en los infiernos, | |
no es cuento de la plebe. | |
Paga las deudas, y el Señor te asista; | |
larga es la vida humana, | |
y tendrás que acudir al prestamista | |
quizá otra vez mañana. | |
- 39 - | |
Preguntan los magos venidos de Oriente | |
a todos aquellos que encuentran y ven: | |
«Decid, gente honrada, decid, buena gente, | |
¿cuál es el camino que va hacia Belén?» | |
Si nadie contesta, si nadie lo sabe, | |
no el séquito regio su marcha paró: | |
estrella divina de luz pura y suave | |
les marca la ruta que el cielo trazó. | |
Detiénese el astro de luz bienhechora | |
encima del santo y humilde portal; | |
el buey allí muge, y el Niño-Dios llora, | |
y entonan los Magos el himno triunfal. | |
- 40 - | |
Inocentes niños éramos(33), | |
inocentes niños ambos; | |
solíamos en la paja | |
del gallinero ocultarnos. | |
Al gallo y a las gallinas | |
tanto y tan bien remedábamos, | |
que oír la gente pensaba | |
a las gallinas y al gallo. | |
Con unos tapices rotos | |
y unos cajones del patio, | |
para vivir los dos juntos, | |
fingíamos un palacio. | |
Una gata vieja y flaca | |
venia de vez en cuando: | |
¡cuántos saludos le hicimos, | |
reverencias y agasajos! | |
¡Cuántas afables preguntas | |
sobre su salud y estado! | |
¡Ay! ¡con cuántas gatas viejas | |
habremos hecho otro tanto! | |
Como personas formales | |
hablábamos algún rato, | |
echando siempre de menos | |
el feliz tiempo de antaño. | |
«Amor, buena fe, constancia, | |
se van, como por ensalmo; | |
está el café por las nubes; | |
¿y el dinero?... ¡no hay un cuarto!» | |
Pasaron aquellos juegos, | |
y también -¡ay Dios- pasaron | |
amor, buena fe, constancia | |
ilusión, vida y encanto. | |
- 41 - | |
Me oprime anhelo profundo, | |
si pienso en la antigua edad: | |
¡cuán deleitoso era el mundo! | |
¡Qué manantial tan fecundo | |
de amor y felicidad! | |
Hoy, un mal va de otro en pos; | |
y por rendir testimonio | |
de su impotencia los dos, | |
muerto, allá arriba, está Dios; | |
muerto, allá abajo, el demonio. | |
¿Qué de nosotros sería | |
en esta Babel sombría, | |
do lucha todo sin calma, | |
a no guardar, vida mía, | |
un poco de amor el alma? | |
- 42 - | |
Como en el negro cielo encapotado | |
surge la luna plácida y serena, | |
así del fondo obscuro del pasado | |
brota imagen de amor que me enajena. | |
Surcábamos el Rhin: pausadamente | |
empujaba la barca el patrio río: | |
brillaba en la ribera floreciente | |
tarde feliz de luminoso estío. | |
A las plantas sentado de mi amante, | |
el bien gozaba que perdido lloro; | |
el sol, arrebolando su semblante, | |
daba a su blanca frente nimbo de oro. | |
Coro de bellas vírgenes cantaba: | |
todo era amor y encanto y alegría: | |
el pecho ¡cuán feliz se dilataba! | |
el cielo !cuán azul resplandecía! | |
Aldeas y castillos, selva y prados, | |
pasaban en visión esplendorosa, | |
y yo los contemplaba retratados | |
en las claras pupilas de mi hermosa. | |
- 43 - | |
Hallé en sueños a mi amada: | |
¡cuán desdichada criatura! | |
Encorvado está su cuerpo | |
y todas sus gracias mustias. | |
Lleva un niño de la mano, | |
otro en los brazos, y anuncian | |
mirada, ademán y traje | |
flaquezas y desventuras. | |
Por la plaza del mercado | |
va errante y meditabunda; | |
me mira, y así le digo | |
con voz pausada y convulsa: | |
«Enferma estás y abatida; | |
ven, mujer, mi casa es tuya»; | |
con mi auxilio y mi trabajo | |
no ha de faltarte pan nunca. | |
De esos dos niños que llevas, | |
curaré, si Dios me ayuda; | |
y de ti, más que de todos, | |
¡desventurada criatura! | |
Para contar que te quise | |
ha de ser mi boca muda, | |
y una lágrima piadosa | |
verteré en tu sepultura». | |
- 44 - | |
¿Siempre repetirás, oh caro amigo, | |
una misma canción? | |
¿Siempre estarás inmóvil empollando | |
los huevos rancios de tu añejo amor? | |
Los polluelos la cáscara quebrantan; | |
pían, brincan después, corren al sol; | |
y atrapándoles tú -¡pobres polluelos!- | |
en tus libros les das jaula y prisión. | |
- 45 - | |
No te impacientes, cariñoso amigo, | |
porque al añejo afán | |
responda con monótonos acentos | |
cada nuevo cantar. | |
Aguarda, aguarda a que se pierda el eco | |
de mi pasión fatal, | |
y los trinos de nueva primavera | |
del alma brotarán. | |
- 46 - | |
Ya es hora, sí, ya es sazón | |
de apartar del corazón | |
la locura que lo asedia; | |
bastante, cual pobre histrión, | |
representé la comedia. | |
Eran góticos salones | |
bambalinas y telones; | |
purpúreo manto mi traje; | |
novelescas mis pasiones; | |
romántico mi lenguaje. | |
Di fin a tal fingimiento; | |
pero el mal no se remedia: | |
las mismas angustias | |
siento: parece que represento todavía la comedia. | |
Es que, burlando, decía | |
mi afán secreto y profundo: | |
la muerte en el alma mía | |
llevaba cuando fingía | |
al luchador moribundo. | |
- 47 - | |
Reza, suspira, ayuna y se flagela | |
Wiswamitra, el gran rey(34), | |
porque la vaca de Wasista anhela | |
ganar en buena ley. | |
Pues de ese modo atormentarte quieres, | |
Wiswamitra, gran rey, | |
por una vaca mísera, no eres | |
más que un solemne buey. | |
- 48 - | |
Corazón, corazón, calla y espera; | |
sufre sin quejas el destino eterno | |
renacerá otra vez la primavera | |
tras el áspero invierno. | |
Aún no agotó la vida sus mercedes: | |
¡Bello es el mundo, luminoso el día! | |
y todo aquello que te plazca, puedes | |
amarlo todavía. | |
- 49 - | |
Hermosa, sencilla y pura | |
eres tú, cómo una flor; | |
cuando admiro tu hermosura | |
mi pobre pecho tortura | |
indefinible dolor. | |
Y mi diestra cariñosa | |
sobre tus sienes se posa, | |
y a Dios pido, para ti, | |
que siempre seas así: | |
pura, sencilla y hermosa. | |
- 50 - | |
Niña, por tu salvación | |
pido al ángel de tu guarda | |
que tu puro corazón | |
en la insensata pasión. | |
que abrasa el mío, no arda. | |
Y de tan cumplido modo | |
acoge Dios mi querella, | |
que a tanto no me acomodo, | |
y a veces exclamo: ¡si ella | |
me amase, a pesar de todo! | |
- 51 - | |
Siempre que en la noche obscura | |
el lecho tranquilo y blando | |
sosiego y paz me procura, | |
pasa, mis sienes rozando, | |
una imagen bella y pura. | |
El sueño con su beleño | |
cierra mis ojos risueño; | |
y esa imagen, pura y bella, | |
en lo mejor de mi sueño | |
su apacible luz destella. | |
Y cuando el alba tardía | |
borra de la fantasía | |
toda nocturna visión, | |
aún la llevo todo el día | |
dentro de mi corazón. | |
- 52 - | |
¡Niña de las pupilas brilladoras | |
y el labio de rubí! | |
¡Niña, niñita mía! a todas horas, | |
estoy pensando en ti. | |
La luenga noche del invierno helado | |
me retiene en tu hogar, | |
y feliz puedo, junto a ti sentado, | |
charlar y más charlar. | |
¡Si pudiera rozar con labio ardiente | |
tu mano ¡oh dulce bien! | |
y derramar en ella juntamente | |
mis lágrimas también! | |
- 53 - | |
Caiga la nieve a montones, | |
llueva y granice sin fin, | |
haga el viento en mis ventanas | |
todos los vidrios crujir: | |
poco el temporal me importa, | |
llevando dentro de mí | |
la imagen de mi adorada | |
y los céfiros de abril. | |
- 54 - | |
A San Pedro o San Pablo rezan unos; | |
otros, devotos de la Virgen son; | |
yo sólo a ti consagro mis plegarias, | |
a ti, plácido sol! | |
Sé para mí benéfica y piadosa; | |
dame besos y abrazos, dame amor, | |
entre adorados soles, virgen bella, | |
entre vírgenes bellas, áureo sol! | |
- 55 - | |
¿No te basta que pálido el semblante | |
te revele mi afán y mi dolor? | |
¿Quieres tú que mendigue suplicante | |
mi propio labio tu altanero amor? | |
Altanero es también el labio mío: | |
sólo sabe besar o sonreír | |
y fingirá quizás mofa o desvío | |
cuando estaré sintiéndome morir. | |
- 56 - | |
«¡Ay! amigo, nuevamente | |
ama tu espíritu ardiente | |
con insensata pasión; | |
no la define aún tu mente; | |
mas late en tu corazón. | |
»Tú protestas: ¡Dios me guarde! | |
¡Yo enamorado!... ¡Embeleco! | |
y tu corazón tal arde, | |
cuando eso dices cobarde, | |
que se te quema el chaleco». | |
- 57 - | |
Mi corazón anhelante | |
buscó reposó y placer | |
a tu lado; tú, inconstante, | |
te separaste al instante: | |
¡tenías mucho que hacer! | |
Te dije, prenda adorada, | |
que era tuya el alma mía; | |
y tú, esquiva y asombrada, | |
soltando la carcajada, | |
me hiciste una cortesía. | |
La herida que me abre el pecho | |
después más profunda has hecho, | |
y un agravio de otro en pos, | |
me ha negado tu despecho | |
hasta el beso del adiós. | |
¿Piensas que una bala cruel | |
fin a mis ansias dará? | |
Cuesta tragar tanta hiel; | |
pero eso, mi hermosa infiel, | |
me ha pasado otra vez ya. | |
- 58 - | |
Espléndidos zafiros | |
son tus azules, celestiales ojos: | |
¡Feliz, feliz el hombre | |
a quien miren extáticos y absortos! | |
Purísimo diamante, | |
es tu fiel corazón, como no hay otro: | |
¡Feliz, feliz el hombre | |
por quien irradie sus destellos todos! | |
Son fúlgidos rubíes | |
tus dulces labios, que me vuelven loco: | |
¡Feliz, feliz el hombre | |
a quien sonrían tiernos y amorosos! | |
Si en apartada selva | |
yo, frente a frente, le encontrara, y solo, | |
¡cuán poco sus venturas | |
duráranle, cuán poco! | |
- 59 - | |
Tu corazón perseguí | |
con vanas galanterías; | |
pero en mis redes caí, | |
trocándose para mi | |
en veras las burlas mías. | |
Tú, con faz galante y leda, | |
puedes en igual moneda | |
pagar mi tardo suspiro; | |
y a mí un recurso me queda | |
radical... ¡pegarme un tiro! | |
- 60 - | |
El mundo, el alma, la vida, | |
son descosidos fragmentos: | |
buscando voy un filósofo, | |
germánico, por supuesto, | |
que un buen sistema me hilvane | |
atando esos cabos sueltos. | |
Con su bata y con su gorro, | |
ya, orondo y grave, le veo | |
tapando todas las grietas | |
y fallas del Universo. | |
- 61 - | |
Quebréme la cabeza noche y día | |
con mil problemas de áridos enojos; | |
y descubrí la incógnita, alma mía, | |
al contemplar tus ojos. | |
Todo mi ser del resplandor brillante | |
de tu dulce pupila está suspenso: | |
desde que soy tu afortunado amante, | |
en nada más ya pienso. | |
- 62 - | |
Está toda la casa iluminada: | |
gran fiesta tienes hoy: | |
pasar veo una sombra por el claro | |
del abierto balcón. | |
Tú no ves que abismado en las tinieblas | |
aquí, a tus pies, estoy; | |
y menos podrás ver lo que escondido | |
guardo en el corazón. | |
Mi corazón palpita y se destroza, | |
loco por ti de amor; | |
mi corazón te adora y se desangra; | |
mas tú, no lo ves, no. | |
- 63 - | |
Para dárselas al viento, | |
y que el viento las llevara, | |
quisiera encerrar mis penas | |
en una sola palabra. | |
A ti te la llevaría, | |
hermosísima tirana, | |
para que a cada momento | |
la oyeras y la escucharas. | |
Y cuando cierra la noche | |
tus pupilas adoradas, | |
aún la estarías oyendo | |
en los ensueños del alma. | |
- 64 - | |
Tienes perlas, diamantes, todo cuanto | |
vosotras anheláis; | |
tienes ojos hermosos cual ningunos: | |
dime, ¿qué quieres más? | |
Millares dediqué de dulces versos, | |
que nunca morirán, | |
a tus ojos, hermosos cual ningunos: | |
dime, ¿qué quieres más? | |
Y esos ojos hermosos cual ningunos, | |
pagáronme tan mal, | |
que a tus plantas exánime fallezco: | |
dime, ¿qué quieres más? | |
- 65 - | |
El que ama por vez primera, | |
aunque amado ser no espera, | |
es grande, cual Dios, quizá; | |
pero el que así otra vez quiera | |
un majadero será. | |
Yo soy ese majadero, | |
que otra vez amo y no espero: | |
sol, luna y estrellas, todo | |
se ríe de mí a su modo; | |
yo río también... ¡y muero! | |
- 66 - | |
Diéronme con insistencia | |
consejos -¡aún los escucho!- | |
y con gran benevolencia | |
inculcáronme paciencia: | |
¡oh, me protegieron mucho! | |
Mas, protegiéndome así, | |
en la tumba dan conmigo, | |
si al verme cerca de allí, | |
un valiente, un buen amigo, | |
no se interesa por mí. | |
El me sostuvo y salvó; | |
jamás habré de olvidarlo: | |
una cosa me afligió; | |
no poder nunca abrazarlo, | |
porque ese amigo... era yo. | |
- 67 - | |
Este gentil mozalbete | |
me encanta y hace feliz: | |
a veces toma conmigo | |
ostras, licores y Rhin. | |
Temprano, en paños menores, | |
bata y gorro de dormir, | |
viene todas las mañanas, | |
y se interesa por mí. | |
Me habla de mi excelsa gloria, | |
de mi ingenio y de mi vis, | |
pronto siempre a complacerme | |
en cuanto pueda servir. | |
Por la noche, en la tertulia, | |
con sonoro retintín | |
mis versos a las señoras | |
hace escuchar y aplaudir. | |
¡Qué fortuna haber hallado | |
un mozo de tanto esprit, | |
en el tiempo que corremos | |
tan envidioso y tan ruin! | |
- 68 - | |
Soñé que era el señor Dios, | |
y que estaba allá en el cielo; | |
circundábanme los ángeles | |
cantando a coro mis versos. | |
Hartábame a todas horas | |
de merengues y buñuelos; | |
bebía Jerez y Málaga, | |
y a nadie adeudaba un céntimo. | |
Era feliz: ¡me aburría! | |
a la tierra hubiera vuelto; | |
y a no ser Dios en persona, | |
a los demonios me entrego. | |
«Gabriel, ángel zanquilargo, | |
ponte las botas corriendo; | |
busca a mi amigo Perico; | |
tráemelo sin perder tiempo. | |
»No lo busques en las aulas, | |
ni en la iglesia mucho menos; | |
en casa de Juana búscalo, | |
en la taberna o el juego». | |
Abre sus alas de gallo | |
el ángel, y emprende el vuelo; | |
dentro de pocos minutos | |
vuelve con mi amigo Pedro. | |
«Dios soy, amigo Perico; | |
factótum del Universo. | |
¿No te dije muchas veces | |
que era mozo de provecho? | |
»Cada día hago un milagro: | |
y ahora, para tu recreo, | |
voy a convertir en Jauja | |
a Berlín por un momento. | |
»Se abrirán los adoquines, | |
y al abrirse todos ellos, | |
una, ostra, fresca y sabrosa, | |
aparecerá allí dentro. | |
»Lloverá sidra y cerveza; | |
e irá manando y fluyendo | |
el mejor vino del Rhin | |
por todos los sumideros. | |
»¡Cuál corren los berlineses! | |
¡Cómo doblan el pescuezo | |
y en el arroyo se abrevan | |
los áulicos consejeros! | |
»¡Cuánto deleita a los vates | |
el celestial refrigerio! | |
Alféreces y tenientes | |
chupan y lamen los suelos. | |
»Alféreces y tenientes | |
piensan, cual gente de seso, | |
que no se repiten todos | |
los jueves estos portentos». | |
- 69 - | |
En Agosto os dejé, señora mía, | |
y en el glacial Enero os vuelvo a ver; | |
en vuestro pecho es hoy ceniza fría | |
lo que era lava de volcán ayer. | |
Os dejo: cuando vuelva nuevamente, | |
ni frío ni calor sentiréis ya; | |
hollaré vuestra tumba indiferente | |
muerto también mi espíritu estará. | |
- 70 - | |
¡Arrancado a tus labios de ambrosía! | |
¡A tus abrazos, que tan dulces son! | |
Detenerme quería; | |
pero impaciente el látigo esgrimía | |
el fiero postillón. | |
¡Esa es la vida, sí! ¡Continuo llanto, | |
continuo adiós, continuo padecer! | |
¿Por qué, si me amas tanto, | |
no tuvieron tus ojos más encanto, | |
no tuvieron tus brazos más poder? | |
- 71 - | |
Era noche bien obscura | |
la que en la posta pasamos; | |
abrazaba tu cintura, | |
y con alegre locura, | |
reímos y bromeamos. | |
Cuando el matinal albor | |
brilló alegre y placentero, | |
vimos con mudo estupor | |
sentado otro pasajero | |
entre los dos: el Amor. | |
- 72 - | |
¡Dios sabe dónde esa loca | |
chiquilla se habrá hospedado! | |
Toda la ciudad, lloviendo, | |
he corrido, y renegando. | |
Pregunté de fonda en fonda; | |
y en todas me desahuciaron | |
mayordomos desabridos | |
y camareros zanguangos. | |
De pronto, al balcón la veo, | |
y suelta a la risa el trapo: | |
¡quién pensara que vivieras, | |
niña, en tan regio palacio! | |
- 73 - | |
Cual fantásticas figuras, | |
a un lado y al otro lado | |
se extienden casas obscuras: | |
en negra capa embozado | |
marcho tras dulces venturas. | |
Doce campanadas toca | |
la vieja torre sombría: | |
con mil besos en la boca, | |
me aguarda, de amores loca, | |
la querida niña mía. | |
La luna brilla oportuna, | |
y sus pálidos raudales | |
iluminan mi fortuna; | |
llego a los gratos umbrales | |
y exclamo: «¡Propicia luna! | |
»¡Astro piadoso y bendito! | |
Yo tu constancia acredito, | |
pues no me engañas jamás; | |
ahora, no te necesito; | |
brilla para los demás. | |
»Y si al recorrer los cielos, | |
ves algún amante triste | |
llorando amargos anhelos, | |
dale los dulces consuelos | |
que en otros tiempos me diste». | |
- 74 - | |
Y cuando seas mi feliz esposa, | |
amada niña mía, | |
tu vida será cielo de oro y rosa, | |
de amor y de alegría. | |
Sufriré tus caprichos más perversos | |
con cachazudo aguante; | |
mas, si no elogias tú todos mis versos, | |
divórciome al instante. | |
- 75 - | |
La sien ardorosa inclino | |
sobre tus hombros de nieve, | |
y sorprendo y adivino | |
otro cambio repentino, | |
en tu corazón aleve. | |
Suena trompeta cercana, | |
y se acerca presurosa | |
tropa de húsares galana; | |
ya sé, niña veleidosa, | |
que me dejarás mañana. | |
Mañana me dejarás; | |
pero aún eres hoy mi encanto: | |
y te estrecho más y más, | |
y en tu! brazos gozo tanto | |
corno no gocé jamás. | |
- 76 - | |
Suena trompeta cercana; | |
¡Cuál trota la compañía | |
de los húsares galana! | |
Toma esta rosa temprana; | |
tómala, querida mía. | |
¡Qué estruendo! ¡Qué confusión! | |
¡Qué animado movimiento! | |
¡Gallardos mancebos son! | |
¡Cuántos en tu corazón | |
tendrán ya su alojamiento! | |
- 77 - | |
También en mis dulces años | |
placeres y desengaños | |
del amor, niña sentí. | |
Hoy la hoguera está apagada | |
no arde la leña mojada; | |
y ¡pardiez! más vale así. | |
Enjuga, pues, niña bella, | |
esa lágrima, y con ella | |
borra un recuerdo a la vez. | |
Deja cerrarse la herida, | |
y el antiguo amor olvida | |
entre mis brazos ¡pardiez! | |
- 78 - | |
¿Por qué tan duro rigor? | |
¿Cómo mudanza tan breve? | |
Todos, ¡oh mujer aleve, | |
han de escuchar mi clamor! | |
Tus labios, amante impía, | |
¿qué quejas pueden tener | |
del que con tanto placer | |
los besaba noche y día? | |
- 79 - | |
Esos son, esos son los claros ojos | |
que me daban la alegre bienvenida; | |
esos son, esos son los labios rojos | |
que endulzaban mi vida. | |
Esa es la blanda voz que el alma absorta | |
oyó en sueños de vago idealismo; | |
pero ¿qué importa ¡ay misero! qué importa, | |
si yo no soy el mismo? | |
Aún son dulces y tiernos sus abrazos, | |
aún me encadena su flexible nudo; | |
pero yo estoy inmóvil en sus brazos, | |
inmóvil, hosco y mudo. | |
- 80 - | |
Ni pudisteis comprenderme, | |
ni os pude yo comprender; | |
cuando en el fango caímos | |
nos comprendimos muy bien. | |
- 81 - | |
¡Cuánto se alarmaron, cuánto | |
los eunucos, ¡cielo santo! | |
cuando levanté la voz! | |
¡Dijeron que era mi canto | |
grosero, incivil, atroz! | |
Unieron en sutil coro | |
sus vocecitas de grillo, | |
y con el mayor decoro | |
cantaron rancio estribillo, | |
sentimental y sonoro! | |
Era amorosa canción, | |
llena de tiernas querellas, | |
y la escuchaban las bellas | |
con tan sensible emoción, | |
que lloraban todas ellas, | |
- 82 - | |
Salamanca, en tus afueras | |
es el aire puro y fresco; | |
allí, en las tardes de estío, | |
con mi dama me paseo. | |
Su deliciosa cintura | |
con brazo atrevido estrecho; | |
y mi diestra feliz siente | |
el palpitar de sus pechos. | |
Pero suena en la arboleda | |
murmurio vago y siniestro; | |
ronco molino repite | |
fatales presentimientos. | |
¡Mal presagio, hermosa mía! | |
Próximo miro el encierro: | |
afueras de Salamanca, | |
dieron fin nuestros paseos. | |
- 83 - | |
El gallardo caballero | |
le llaman a don Enríquez; | |
junto al mío está su cuarto; | |
sólo hay por medio un tabique. | |
Las damas de Salamanca | |
por mirarlo se desviven | |
cuando cruza calle abajo, | |
con sus galgos y mastines. | |
Mas él la tranquila noche | |
pasa, solitario y triste, | |
los dedos en la vihuela, | |
y el alma en los imposibles. | |
Sus ensueños y canciones | |
llevan los vientos sutiles: | |
¡compasión me das y grima, | |
don Enríquez, don Enríquez! | |
- 84 - | |
Nos vimos, y en tus ojos al instante | |
comprendí que a mi afán correspondías; | |
si tu madre cruel no está delante, | |
estallan, sí, tus ansias y las mías | |
en beso delirante. | |
Tu hogar tranquilo dejaré mañana; | |
seguiré solitario mi sendero; | |
saldrás, hermosa rubia, a la ventana; | |
y yo te mandaré, desde lejana | |
cumbre, mi adiós postrero. | |
- 85 - | |
En la lejana cúspide el sol brilla | |
despertando al aprisco balador: | |
¡si antes de abandonar la hermosa villa, | |
pudiera verte, dulce corderilla, | |
sol matutino, idolatrado amor! | |
Alzo los ojos: ¡esperanza vana! | |
¡Adiós! Marcho, mi bien, ¡lejos de ti! | |
Quieta está la cortina en la ventana: | |
aún duerme mi querida soberana: | |
¡quién sabe si estará soñando en mí! | |
- 86 - | |
Hay en Halle, en la plaza del Mercado, | |
dos leones gigantes y soberbios: | |
¡leones ferocísimos del Halle, | |
cómo os domaron ya! ¡cómo os pusieron | |
Hay en Halle, en la plaza del Mercado, | |
un figurón fornido y corpulento; | |
espada empuña pero no la esgrime: | |
inmoble está; petrificólo el miedo. | |
Hay en Halle, en la plaza del Mercado, | |
una iglesia tan grande, que allí dentro | |
todas las cofradías y hermandades | |
tienen sitio y lugar para sus rezos(35). | |
- 87 - | |
Inunda bosque y pradera | |
la noche de primavera, | |
hermosa como ninguna: | |
brilla en Oriente la luna | |
dorada en la azul esfera. | |
Junto a la mansa corriente | |
el grillo chilla estridente; | |
y en la tranquila extensión | |
algo el pasajero siente, | |
cual vaga palpitación. | |
Allá, en fuente cristalina, | |
báñase la hermosa ondina; | |
y con plácidos asombros, | |
la tibia luna ilumina | |
su blanca espalda y sus hombros. | |
- 88 - | |
La noche cubre campos y senderos; | |
lacio está el cuerpo, enfermo el corazón. | |
Vierte, oh luna, tus rayos placenteros, | |
como una bendición. | |
Calmen tus luces puras y tranquilas | |
de las tinieblas el pavor fatal, | |
y derramen en mi alma y mis pupilas | |
rocío celestial. | |
- 89 - | |
Dura jornada es la vida, | |
noche fresca, bendecida | |
lo que el mundo muerte nombra; | |
duerme, duerme, alma rendida: | |
lo llena todo la sombra. | |
Árbol de eterno verdor | |
crece ya sobre mi tumba; | |
trina en él un ruiseñor, | |
y en mis sueños aún retumba | |
un postrer canto de amor. | |
- 90 - | |
Dime, dime ¿qué fue de aquella hermosa | |
que inspiró tu dulcísimo cantar? | |
¿Qué fue de aquella hoguera esplendorosa | |
donde tu corazón iba a estallar? | |
Murió la hoguera, tan voraz un día; | |
cansado late el pecho y sin calor; | |
y este mísero libro es la urna fría | |
que guarda las cenizas de mi amor. | |
Ocaso de los dioses | |
Mayo llegó, con sus doradas lumbres, | |
sus tibios soplos y perfumes suaves; | |
y abriendo de las pálidas violetas | |
las azules pupilas, nos saluda. | |
De hebras de luz y perlas de rocío | |
teje verde tapiz, bordando flores | |
la Primavera, y a los hombres llama, | |
que al llamamiento dóciles acuden. | |
Calzón de dril y chupa dominguera | |
el galán viste, con botones de oro; | |
traje ostenta de cándida blancura | |
la dama; el boquirrubio mozalbete | |
se atusa el bozo; y la doncella libre | |
deja ondular el oprimido seno. | |
Mete en la faltriquera el vate urbano | |
los espejuelos, el papel y el lápiz; | |
y al abierto portal lánzanse todos. | |
Sobre el césped acampan; los renuevos | |
admiran de los árboles; arrancan | |
pintadas flores; los gorjeos oyen | |
de las alegres aves, y gozosos | |
lanzan su grito a la cerúlea esfera. | |
Mayo llegó: ¡también para mí vino! | |
llamó tres veces a la puerta, y -«Abre: | |
Mayo soy, dijo; acariciarte quiero, | |
pálido soñador». Pasé el cerrojo, | |
rodé la llave, y contestéle: -«En vano, | |
en vano llamarás, pérfido huésped; | |
te conozco: conozco el artificio | |
del mundo; he visto tanto, que ya el alma | |
perdió toda ilusión y la atormenta | |
dolor eterno. Los cerrados muros | |
pasa mi vista del hogar humano | |
y del humano corazón, y dentro | |
hallo farsa y ardid, miseria y dolo. | |
Leo los pensamientos en las frentes; | |
¡pensamientos infames! El rosado | |
rubor de la doncella, esconde el ansia | |
secreta del placer; y en la orgullosa | |
sien del mancebo audaz, miro el birrete | |
multicolor de la locura; sólo | |
mamarrachos deformes o enfermizas | |
sombras veo en la tierra, y me pregunto | |
si es manicomio u hospital. Penetro | |
la corteza. terrestre; cual si fuera | |
de transparente vidrio; en hoyo estrecho | |
veo los muertos, con las manos juntas, | |
las pupilas abiertas, blanco el rostro, | |
blanco el sudario, y en los secos labios | |
amarillentas larvas. ¡Y contemplo | |
sentado al hijo, con su alegre amante | |
en coloquio trivial, sobre la tumba | |
de su padre infeliz! Los ruiseñores | |
cantan mordaces; maliciosas ríen | |
las flores doctas; tiembla el padre muerto | |
en su féretro obscuro, y dolorida, | |
se estremece también la madre Tierra. | |
¡Mísera Tierra! ¡tu dolor comprendo! | |
Arder el fuego en tus entrañas miro, | |
abrirse tus arterias, y a torrentes | |
llamaradas lanzar y verter sangre. | |
Veo salir a los soberbios hijos | |
de los Titanes, de las negras simas, | |
rojas antorchas agitando; yerguen | |
su escala férrea, y a la eterna cumbre | |
trepan con sordo estrépito; tras ellos | |
negros enanos van, y al rudo choque | |
caen hechas trizas las estrellas de oro. | |
Con mano audaz desgarran del divino | |
tabernáculo el velo, y acometen | |
con feroces aullidos, a la santa | |
angélica legión. Pálido y mudo, | |
está Dios en su trono: la corona | |
arranca de las sienes, y se mesa | |
la cabellera augusta. Los titanes | |
avanzan; las antorchas encendidas | |
dentro del reino celestial arrojan; | |
y los enanos negros, con azotes | |
flamígeros, castigan las espaldas | |
de los vencidos ángeles, que ruedan, | |
se encorvan, se retuercen, y arrastrados | |
por las guedejas son. ¡Y estaba entre ellos | |
mi ángel también; el de dorados bucles | |
y dulce rostro; el que el amor eterno | |
lleva en los labios, y en la azul pupila | |
la dicha celestial! Y un duende negro, | |
hediondo y espantable, álzalo en brazos, | |
contempla ansioso su gentil belleza | |
y con muelle deleite lo acaricia. | |
Y suena entonces pavoroso grito, | |
que agita al Universo; sus pilastras | |
rechinan y se tuercen; cielo y tierra | |
húndense juntos, y lo llenan todo | |
la antigua noche y la perpetua sombra». | |
Doña Clara | |
En el jardín, al declinar la tarde, | |
pasea la hija del alcaide a solas: | |
música suena, fuera del alcázar, | |
de atabales y trompas. | |
-«¡Cuál me fatigan las insulsas danzas! | |
¡Cómo me aburre la trivial lisonja, | |
y ese tropel de insípidos donceles | |
que al sol me parangonan! | |
»¡Cómo me aburre y me fatiga todo | |
desde que, al rayo de la luna, absorta, | |
al galán vi, cuyo laúd el alma | |
me conmueve y trastorna. | |
» Gallardo, altivo, pálido el semblante, | |
y ardiendo en él pupilas luminosas, | |
juzgué, cuando le vi, ver a San Jorge | |
bajando de la gloria». | |
Así, clavando en tierra la mirada, | |
piensa la bella; cuando en sí retorna, | |
el gallardo galán desconocido | |
a sus plantas se postra. | |
A la luz de la luna, de las manos | |
cogidos van en plática amorosa; | |
el céfiro los besa y acaricia; | |
les saludan las rosas. | |
Las rosas les saludan, cual si fueran | |
mensajeros de amor, y se arrebolan. | |
-«¿Por qué, mi bien, tu seductor semblante | |
vivo carmín colora? | |
-» Picáronme mosquitos, dulce dueño, | |
y en verano me irritan y trastornan, | |
cual si fuesen de hebreos narigudos | |
abominable tropa. | |
-»Déjate de mosquitos y de hebreos, | |
dice el galán que tierno la enamora: | |
en blanquísimos copos los almendros | |
sus pétalos deshojan. | |
» En blanquísimos copos los almendros | |
te dan, mi bien, su delicioso aroma: | |
dime, tu corazón ¿es todo mío? | |
¿Es mía tu alma toda? | |
-»¡Toda, sí! Te lo juro, dulce dueño, | |
por el Dios Redentor que mi alma adora, | |
por aquél a quien pérfidos judíos | |
dieron muerte afrentosa. | |
-» Deja al Dios Redentor y a los judíos, | |
dice el galán que tierno la enamora: | |
mira los lirios, que en fulgor bañados, | |
columpian sus corolas. | |
» Mira los lirios, que en fulgor bañados, | |
contemplan las estrellas brilladoras. | |
Di, mi bien, en tus tiernos juramentos, | |
¿de falsedad no hay sombra?, | |
-» No hay en mí falsedad, oh dulce dueño, | |
como en mi sangre, que mi estirpe abona, | |
de sangre de judíos ni de moros | |
no hay siguiera una gota». | |
-«Déjate de judíos y de moros». | |
dice el galán que tierno la enamora | |
y a un bosquecillo de frondosos mirtos | |
en brazos la transporta. | |
En las redes de amor ya está prendida: | |
largos los besos, las palabras cortas, | |
con fuerza igual en ambos corazones | |
la pasión se desborda. | |
El ruiseñor amante, en la enramada | |
ya los nupciales cánticos entona; | |
las luciérnagas saltan y en el césped | |
fingen danzas de antorchas. | |
Escúchase, no más, en el silencio, | |
como apagadas y furtivas notas | |
el susurro discreto de los mirtos | |
y el beso de las rosas. | |
Suena de pronto en el vecino alcázar | |
música de atabales y de trompas; | |
despierta la doncella, y de los brazos | |
huye que la aprisionan. | |
-«Las músicas me llaman, dulce dueño; | |
pero no marches, sin que el labio rompa | |
del nombre tuyo el pertinaz secreto, | |
que a tu amante ya enoja». | |
Apacible sonríe el caballero; | |
besa después la mano de la hermosa; | |
besa después su nacarada frente; | |
besa después su boca. | |
Y dice -«Yo, tu amante, noble dama, | |
el hijo soy de quien las gentes honran; | |
del docto y venerable gran rabino, | |
Jacob de Zaragoza». | |
Almanzor | |
- I - | |
Hay mil trescientas columnas | |
en la catedral de Córdoba; | |
hay mil trescientas columnas | |
que la cúpula soportan. | |
Muros, columnas y cúpula | |
versos del Korán decoran, | |
grabados entre arabescos | |
de guirnaldas caprichosas. | |
Reyes moros levantaron | |
ese templo, de Alá en honra; | |
las mudanzas de los tiempos | |
a otros usos lo acomodan. | |
En la torre en que vibraba | |
la voz del muecín sonora, | |
hoy tañen tristes y lúgubres | |
las campanas melancólicas. | |
En las gradas do se oyeron | |
las palabras de Mahoma, | |
hacen tonsurados prestes | |
sus extrañas ceremonias. | |
Ante imágenes pintadas | |
se arrodillan y se postran; | |
humo de tristes candelas | |
mancha las bruñidas bóvedas. | |
Está Almanzor-ben-Abdala | |
en la catedral de Córdoba, | |
y las columnas contempla, | |
y de este modo razona: | |
-«Para el gran Alá os labraron, | |
columnas firmes y sólidas, | |
y al culto odiado de Cristo | |
dais vuestro homenaje ahora. | |
»Si así aceptáis la mudanza | |
que os humilla y os deshonra, | |
¿qué ha de hacer el hombre débil, | |
columnas firmes y sólidas?» | |
Y con semblante sereno | |
la gallarda frente dobla | |
en las pilas bautismales | |
de la catedral de Córdoba. | |
- II - | |
De la catedral ya sale, | |
y al punto que sale, monta | |
en un selvático potro, | |
que rozagante galopa. | |
Camino va de Alcolea, | |
y sueltas al viento flotan | |
sus guedejas aún mojadas | |
y las plumas de su gorra. | |
Camino va de Alcolea, | |
do al Guadalquivir coronan | |
almendros de flor nevada, | |
naranjos de dulce aroma. | |
El venturoso jinete | |
canta y ríe, triunfa y goza; | |
trinos de aves le acompañan | |
y murmurios de las ondas. | |
En Alcolea reside | |
doña Clara de Mendoza; | |
mientras su padre guerrea, | |
vive alegre y sin zozobras. | |
Almanzor oye lejanos | |
sonar timbales y trompas; | |
ve al través de la arboleda | |
resplandecer las antorchas. | |
¡Oh castillo de Alcolea! | |
¡Gran baile esta noche logras! | |
Bailan doce caballeros | |
con otras tantas hermosas. | |
Apuestos son los galanes, | |
son las damas seductoras; | |
Almanzor, el más gallardo | |
entre todos y entre todas. | |
Feliz va de dama en dama | |
con la sonrisa en la boca; | |
para todas cuantas mira | |
tiene a punto una lisonja. | |
A Isabel la mano besa; | |
la deja luego por otra; | |
se sienta a los pies de Elvira | |
y en sus pupilas se arroba. | |
Si hoy merece sus bondades | |
le pregunta a Leonora, | |
y le muestra la cruz de oro | |
que su capotillo adorna. | |
A fe de cristiano viejo | |
les jura que las adora, | |
y el juramento repite | |
treinta veces en tres horas. | |
- III - | |
El castillo de Alcolea | |
envuelven silencio y sombra; | |
ya no hay damas ni galanes, | |
ya no hay músicas ni antorchas. | |
Almanzor y doña Clara | |
están callados y a solas; | |
el último candelabro | |
su último fulgor arroja. | |
Ella, en el sitial sentada; | |
él, a sus plantas, apoya | |
en sus trémulas rodillas | |
la cabeza soñadora. | |
En sus obscuras guedejas | |
un frasco de agua de rosas | |
ella solícita vierte; | |
él, dormitando, solloza. | |
En sus obscuras guedejas | |
los labios amantes posa | |
ella, y un ósculo imprime; | |
nublada la sien él dobla. | |
En sus obscuras guedejas | |
ella, las que tierna llora | |
dulces lágrimas, derrama; | |
él, se estremece de cólera. | |
Sueña: está, la sien rendida, | |
en la catedral de Córdoba, | |
y sus guedejas gotean, | |
y oye voces que le asombran. | |
Las colosales columnas | |
su carga ya no soportan; | |
se agitan y bambolean, | |
se tuercen y se desploman. | |
Los clérigos palidecen, | |
se hunde con fragor la bóveda, | |
y los sonantes escombros | |
las imágenes destrozan. | |
La Romería | |
- I - | |
El hijo en el lecho está; | |
la madre, junto al balcón: | |
-«Hijo, levántate ya; | |
ahora mismo pasará | |
la sagrada procesión». | |
-«¡Ay, madre, madre bendita! | |
crecen mi mal y mi cuita; | |
ni oigo ya, ni puedo ver: | |
en la pobre Margarita | |
pienso, y lloro sin querer.» | |
-»Toma el libro y el rosario; | |
vendrás conmigo al santuario | |
de la Virgen pura y bella; | |
y quizás obtengas de ella | |
el alivio necesario». | |
Y avanzan al grave són | |
de triste lamentación, | |
cruces, banderas sin fin; | |
y a Colonia sobre el Rhin | |
va la santa procesión. | |
La madre amorosa y pía | |
marcha en pos y con afán | |
al hijo sostiene y guía; | |
y todos cantando van: | |
«¡Gloria a vos, Santa María!» | |
- II - | |
Hoy la Madre del Señor | |
viste su manto mejor, | |
y largo trabajo tiene: | |
un tropel conmovedor | |
de enfermos al templo viene. | |
Y con devoción sincera | |
la multitud lastimera | |
se acerca a depositar | |
brazos y piernas de cera | |
en el milagroso altar. | |
No la implora nadie en vano: | |
quien le consagra una mano, | |
la suya curada ve; | |
y si es un pie, bueno y sano | |
se va por su propio pie. | |
Alguien con muletas vino | |
que en la cuerda brinca ya; | |
y hay manco -¡poder divino!- | |
que tañendo en el camino | |
la vihuela, volverá. | |
La madre, de blanca cera | |
labró un tierno corazón | |
-«¡Hijo, la Virgen te espera! | |
llévale esta ofrenda, y quiera | |
tener de ti compasión». | |
El hijo suspira en tanto; | |
toma el exvoto, y sin calma | |
penetra en el templo santo; | |
de sus ojos brota el llanto, | |
y esta oración de su alma: | |
-«¡María! ¡Reina y Señora | |
de los cielos! ¡Bienhechora | |
madre de Dios! escuchad | |
a un desdichado, que implora | |
vuestra infinita piedad. | |
»Con mi madre, que aun contemplo, | |
vivía, de dicha ejemplo, | |
en Colonia, ciudad santa, | |
donde a cada paso un templo | |
en vuestro honor se levanta. | |
»Nuestra vecina ¡ay Dios! era | |
Margarita, y muerte fiera | |
hiriéla sin compasión: | |
traigo un corazón de cera: | |
¡curad vos mi corazón! | |
»Curad vos el alma mía, | |
y con religiosa fe, | |
sollozando noche y día, | |
¡Gloria a vos! repetiré, | |
¡Gloria a vos, Santa María!» | |
- III - | |
El hijo y la madre amante | |
en su cuarto se han dormido; | |
y la Virgen al instante | |
aparece deslumbrante | |
y entra sin hacer ruido. | |
Inclínase sobre el lecho; | |
al enfermo infeliz mira; | |
pónele la mano al pecho, | |
y su intento satisfecho, | |
dulce y lenta se retira. | |
Todo, en visión transparente, | |
lo ve la madre, y más ve; | |
y despierta de repente. | |
¡Ay! ¿Por qué ladran, por qué | |
los perros lúgubremente? | |
Pálido, rígido, yerto, | |
está el hijo, ¡el hijo muerto! | |
y la renaciente aurora | |
con su fulgor aún incierto | |
su blanca frente colora. | |
Y ambas las manos juntando | |
la madre amorosa y pía, | |
con acento triste y blando, | |
cae de hinojos, exclamando: | |
«¡Gloria a vos, Santa María!» |