En las montañas del Harz
Prólogo
Elegancia, distinción, | |
muchas flores, muchos lazos, | |
muy dulce conversación, | |
muchas sonrisas y abrazos... | |
¡Si tuviera corazón! | |
¡Corazón dentro del pecho, | |
y amor verdadero en él! | |
Cáusame grima y despecho | |
el canto falso y contrahecho | |
de una pasión de oropel. | |
Subir quiero a la montaña, | |
do la virtud inocente | |
vive en humilde cabaña; | |
do libre corre el ambiente | |
que mi libre frente baña. | |
Trepar a la sierra quiero | |
do el raudal fluye ligero, | |
el abeto al cielo sube, | |
canta el pájaro parlero | |
y altiva flota la nube. | |
¡Adiós, salones brillantes! | |
¡Adiós, damas rozagantes! | |
¡Adiós, sociedad cortés! | |
Desde estas cumbres gigantes | |
os contemplaré a mis pies. | |
En el Hardenberge | |
¡Despertad, antiguos sueños! | |
¡Corazón, abre tus puertas! | |
¡Sonad de nuevo, cantares! | |
¡Corred, lágrimas deshechas! | |
Vagar quiero entre los árboles, | |
do manan fuentes risueñas, | |
do el ufano ciervo trisca, | |
y el vivaz mirlo gorjea. | |
Trepar quiero a la montaña | |
en cuyas rocas enhiestas | |
su roto muro el castillo | |
a la luz del sol aún muestra. | |
Allí pensaré tranquilo | |
en generaciones muertas, | |
en extinguidas estirpes, | |
en apagadas grandezas. | |
El humilde jaramago | |
cubre la liza soberbia | |
donde el paladín glorioso | |
ganó la ansiada presea. | |
La hiedra esconde la ojiva | |
donde la hermosa doncella | |
vengo con una mirada | |
a aquél que a todos venciera. | |
El vencedor poderoso | |
y la vencedora espléndida | |
entrambos fueron vencidos | |
por campeón de más fuerza: | |
Que siempre en la humana justa | |
nos hace medir la arena | |
el pálido caballero | |
de la guadaña siniestra. | |
Idilio en la montaña | |
- 1 - | |
Hay una choza en el monte; | |
viejo montañés la ocupa: | |
allí silban los abetos | |
y resplandece la luna. | |
Un sillón hay en la choza | |
tallado en la encina dura | |
¡Feliz quien en él se sienta! | |
Hoy gozo yo esa fortuna. | |
En el escaño a mis plantas, | |
descansa la niña rubia; | |
los brazos alabastrinos | |
sobre mis rodillas cruza. | |
Cual dos estrellas azules | |
brillan sus pupilas fúlgidas; | |
como el botón de la rosa | |
su boca, fresca y menuda. | |
Y las estrellas azules | |
clava en mí, cándida y pura, | |
y al labio el dedo de nieve | |
lleva con pueril astucia. | |
Pero la madre está hilando; | |
ni nos ve, ni nos escucha; | |
tañe el padre la vihuela | |
y vieja canción modula. | |
La doncella, en voz muy baja, charla, gozosa | |
y confusa, revelándome los graves secretos | |
que la atribulan. | |
-«Desde que murió la abuela | |
no vamos al pueblo nunca; | |
ni a las fiestas del mosquete, | |
que son las que más me gustan. | |
»Aquí estamos, siempre solos, | |
en estas cumbres adustas | |
donde entre nieves y escarchas | |
el invierno nos sepulta. | |
»Niña soy y tengo miedo | |
a la noche negra y muda, | |
y a los espíritus malos | |
que en sus tinieblas se ocultan». | |
Calla la niña: sus propias | |
revelaciones la asustan, | |
y extiende sobre sus ojos | |
las manecitas ebúrneas. | |
El torno rueda y rechina; | |
el viento en las ramas zumba; | |
pulsa el viejo la vihuela | |
y canta al són de la música: | |
«¡Oh niña, no tengas miedo | |
a duendes, trasgos ni brujas: | |
un angelito del cielo | |
de día y noche te escuda!» | |
- 2 - | |
El abeto a la vidriera | |
llama con trémulas manos; | |
la luna, mudo testigo, | |
la traspasa con sus rayos. | |
En la alcoba, padre y madre | |
durmiendo están y roncando; | |
en delicioso coloquio | |
los dos a solas velamos. | |
-«Creer que a menudo rezas | |
me cuesta mucho trabajo; | |
aunque tus labios se mueven, | |
no mueve el rezo tus labios. | |
»Ese mudo movimiento | |
me causa miedo y espanto; | |
mas después me tranquilizan | |
tus ojos dulces y claros. | |
»Pero aún dudo que tú creas, | |
como todo fiel cristiano, | |
en el Padre y en el Hijo | |
y en el Espíritu Santo». | |
-«Cuando, niño, a un reposaba | |
en el materno regazo, | |
creí también en Dios-Padre, | |
infinito, bueno y sabio; | |
»El que creó cielo y tierra, | |
y al noble linaje humano; | |
el que dio luz a los soles; | |
el que dio rumbo a los astros. | |
»Después crecí; fue mi mente | |
más perspicaz, vi más claro: | |
y entonces creí en el Hijo, | |
el hijo amante y amado; | |
»El que con amor inmenso | |
amó a los hombres, que ingratos | |
le dieron según costumbre, | |
por recompensa el Calvario. | |
»Crecí más, crecí del todo: | |
mucho he visto y he observado, | |
y hoy, con toda el alma, creo | |
en el Espíritu Santo. | |
»El es quien obró y aún obra | |
los más pasmosos milagros; | |
rompe todas las cadenas; | |
vence a todos los tiranos; | |
»Cura todas las heridas; | |
da a las leyes fin más alto; | |
y hace, de los hombres todos, | |
una familia de hermanos. | |
»El rasgó nieblas y brumas, | |
y ahuyentó duendes y trasgos, | |
que traidores nos persiguen, | |
al bien y al amor contrarios. | |
»Un millar de caballeros | |
armó ese Espíritu Santo, | |
y les dio tesón y bríos | |
para cumplir sus mandatos. | |
»Su estandarte al viento ondea, | |
su espada lanza relámpagos: | |
¡cuánto dieras, niña mía, | |
por verlos y contemplarlos! | |
»Contémplame, pues, y bésame, | |
porque yo soy, dueño amado, | |
uno de esos caballeros | |
que armó el Espíritu Santo». | |
- 3 - | |
La luna tras los abetos | |
se ha escondido, y melancólica | |
la lámpara en nuestro cuarto | |
el campo cede a las sombras. | |
Pero aún mis astros azules, | |
aún la purpurina rosa | |
resplandecen, y así dice | |
la niña que me enamora: | |
-«Diminutos duendecillos | |
nos cercan y nos acosan; | |
aunque cerrada esté el arca, | |
el pan, del arca, nos roban. | |
»De la azucarada leche | |
sorben la nata sabrosa, | |
y en el destapado cazo | |
la gata apura las sobras. | |
»Está embrujada la gata, | |
y de noche corre loca | |
al torreón demolido | |
de la montaña diabólica. | |
»Hubo allí soberbio alcázar | |
do, a la luz dé las antorchas, | |
con gallardos caballeros | |
bailaban damas hermosas. | |
»Maldíjolo una hechicera; | |
y hoy son sus hundidas bóvedas | |
montón de escombros, do el búho | |
se guarece y arrincona. | |
»Pero contaba la abuela | |
que si en cierto sitio y hora, | |
alguien pronuncia y repite | |
cierta palabra simbólica; | |
»Júntanse otra vez las piedras, | |
resplandecen las antorchas; | |
con sus gallardos galanes | |
bailan las damas hermosas; | |
»Y es todo para el que dijo | |
la palabra exacta y propia, | |
y pífanos. y atambores | |
su señorío pregonan». | |
Así, encantadas imágenes | |
sus dulces labios evocan, | |
mientras sus ojos azules | |
celestes fulgores copian. | |
Trenza en mis manos sus bucles; | |
mis dedos cuenta y los nombra; | |
juega y charla, canta y ríe; | |
calla al fin, grave y absorta. | |
Todo, en el mudo aposento, | |
dulcemente me impresiona; | |
miro cual viejos amigos | |
la mesa y las sillas toscas. | |
Me habla el reloj, la vihuela | |
vibra y suena por sí sola, | |
y entre sueños vagarosos | |
mi espíritu incierto flota. | |
Sin duda, niña querida, | |
éstos son el sitio y la hora, | |
y ésta, que en mis labios tiembla | |
la palabra exacta y propia. | |
Porque suena media noche | |
y todo late en las sombras, | |
y el viejo bosque despierta | |
y el negro abeto solloza. | |
Sones de citara salen | |
de las quiebras de las rocas, | |
cantos de gnomos y enanos | |
llenan las cavernas lóbregas. | |
Y cual florescencia extraña | |
de una primavera loca, | |
maravillosos jardines | |
por arte mágico brotan. | |
Flores de inflamadas tintas, | |
de embriagadores aromas, | |
resplandecen y fulguran | |
en las palpitantes frondas. | |
Entre ellas, cual llamaradas, | |
arden encendidas rosas; | |
y el cáliz yerguen los lirios | |
como cristalinas copas. | |
Estrellas grandes cual soles | |
los contemplan amorosas, | |
y un raudal de luces vierten | |
en sus abiertas corolas. | |
También a nosotros llega | |
el prodigio, y nos transforma: | |
todo en torno es seda y oro, | |
todo lámparas y antorchas. | |
Imperial princesa es ella; | |
regio alcázar esta choza, | |
do con sus bellos galanes, | |
danzan las damas hermosas; | |
Y para mí es la princesa, | |
y alcázar, y sus pompas; | |
y pífanos y atambores | |
mi señorío pregonan. | |
El zagal | |
Rey es el zagal errante: | |
verde colina es su trono; | |
a su frente ruda y libre | |
da el sol su corona de oro. | |
Tiene en los mansos corderos | |
cortesanos meritorios; | |
arrogantes adalides | |
en los becerros indómitos. | |
Comediantes de su corte | |
son los juguetones chotos; | |
música le dan las aves | |
y los esquilones broncos. | |
Los árboles le acompañan, | |
las cascadas le hacen coro; | |
y con tan dulce concierto, | |
se duerme el rey poco a poco. | |
Gobierna entre tanto el reino, | |
ministro fiel y celoso, | |
un mastín, cuyos ladridos | |
llenan aquellos contornos. | |
-«¡Oh! ¡cuán pesado es el cetro!» | |
dice el rey con un sollozo: | |
estar quisiera ya en casa | |
con la reina a quien adoro. | |
«En sus brazos mi cabeza | |
encuentra el mejor apoyo, | |
y mi vasta monarquía | |
está encerrada en sus ojos». | |
En el Brocken | |
La naciente luz del día | |
rasgó triunfal las tinieblas; | |
pero aún, opaca y sombría, | |
inunda la serranía | |
la avalancha de las nieblas. | |
¡Ah! Si las alas del viento | |
me diera un encantador, | |
veloz como el pensamiento | |
volara al grato aposento | |
donde reposa mi amor, | |
Apartando suavemente | |
la cortina transparente | |
de su lecho virginal, | |
te besaría la frente | |
y los labios de coral. | |
Y acercándome a su oído, | |
con aliento reprimido, | |
le dijera luego así: | |
«Sueña que no te he perdido, | |
y que aún vives para mí». | |
La princesa Ilsa | |
(36) Soy Ilsa, la princesa que hechizada | |
guarda el río en sus antros misteriosos; | |
ven conmigo a mi espléndida morada, | |
y seremos felices y dichosos. | |
Ven a bañar en mi raudal fecundo | |
tu frente atribulada y abatida; | |
y olvidarás, oh joven moribundo, | |
todas las amarguras de la vida. | |
Ven a dormir entre mis blancos brazos, | |
ven a yacer sobre mi blanco seno; | |
y soñarás, prendido en estos lazos, | |
otro mundo mejor, de hechizos lleno. | |
Al goce y al placer roto ya el dique, | |
te abrazaré, te besaré anhelante, | |
como al glorioso emperador Enrique, | |
que fue mi fiel y apasionado amante. | |
Pero la muerte su sepulcro sella, | |
e inmóvil yace en el sombrío lecho; | |
yo antojadiza soy, joven y bella, | |
y aún ansioso de amor, late mi pecho. | |
Ven a mi oculto alcázar cristalino: | |
allí, galanes, que el amor engríe, | |
bailan con damas de esplendor divino | |
y el tropel de los pajes canta y ríe. | |
Allí crujen las túnicas de seda, | |
allí rechinan las espuelas de oro; | |
y tocan los pigmeos de faz leda | |
la trompa grave y el timbal sonoro. | |
Como al glorioso emperador un día | |
te estrecharán mis brazos encendidos: | |
cuando el marcial clarín le estremecía, | |
con besos le tapaba los oídos. |