Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

En las montañas del Harz

(1824)

ArribaAbajo

Prólogo



                                                   Elegancia, distinción,
muchas flores, muchos lazos,
muy dulce conversación,
muchas sonrisas y abrazos...
¡Si tuviera corazón!
 
     ¡Corazón dentro del pecho,
y amor verdadero en él!
Cáusame grima y despecho
el canto falso y contrahecho
de una pasión de oropel.
 
     Subir quiero a la montaña,
do la virtud inocente
vive en humilde cabaña;
do libre corre el ambiente
que mi libre frente baña.
 
     Trepar a la sierra quiero
do el raudal fluye ligero,
el abeto al cielo sube,
canta el pájaro parlero
y altiva flota la nube.
 
     ¡Adiós, salones brillantes!
¡Adiós, damas rozagantes!
¡Adiós, sociedad cortés!
Desde estas cumbres gigantes
os contemplaré a mis pies.
 
ArribaAbajo

En el Hardenberge

 
                                                   ¡Despertad, antiguos sueños!
¡Corazón, abre tus puertas!
¡Sonad de nuevo, cantares!
¡Corred, lágrimas deshechas!
     Vagar quiero entre los árboles,
do manan fuentes risueñas,
do el ufano ciervo trisca,
y el vivaz mirlo gorjea.
     Trepar quiero a la montaña
en cuyas rocas enhiestas
su roto muro el castillo
a la luz del sol aún muestra.
     Allí pensaré tranquilo
en generaciones muertas,
en extinguidas estirpes,
en apagadas grandezas.
     El humilde jaramago
cubre la liza soberbia
donde el paladín glorioso
ganó la ansiada presea.
     La hiedra esconde la ojiva
donde la hermosa doncella
vengo con una mirada
a aquél que a todos venciera.
     El vencedor poderoso
y la vencedora espléndida
entrambos fueron vencidos
por campeón de más fuerza:
     Que siempre en la humana justa
nos hace medir la arena
el pálido caballero
de la guadaña siniestra.
 
ArribaAbajo

Idilio en la montaña

 

- 1 -

                                                   Hay una choza en el monte;
viejo montañés la ocupa:
allí silban los abetos
y resplandece la luna.
     Un sillón hay en la choza
tallado en la encina dura
¡Feliz quien en él se sienta!
Hoy gozo yo esa fortuna.
     En el escaño a mis plantas,
descansa la niña rubia;
los brazos alabastrinos
sobre mis rodillas cruza.
     Cual dos estrellas azules
brillan sus pupilas fúlgidas;
como el botón de la rosa
su boca, fresca y menuda.
     Y las estrellas azules
clava en mí, cándida y pura,
y al labio el dedo de nieve
lleva con pueril astucia.
     Pero la madre está hilando;
ni nos ve, ni nos escucha;
tañe el padre la vihuela
y vieja canción modula.
La doncella, en voz muy baja, charla, gozosa
y confusa, revelándome los graves secretos
que la atribulan.
     -«Desde que murió la abuela
no vamos al pueblo nunca;
ni a las fiestas del mosquete,
que son las que más me gustan.
     »Aquí estamos, siempre solos,
en estas cumbres adustas
donde entre nieves y escarchas
el invierno nos sepulta.
     »Niña soy y tengo miedo
a la noche negra y muda,
y a los espíritus malos
que en sus tinieblas se ocultan».
     Calla la niña: sus propias
revelaciones la asustan,
y extiende sobre sus ojos
las manecitas ebúrneas.
     El torno rueda y rechina;
el viento en las ramas zumba;
pulsa el viejo la vihuela
y canta al són de la música:
     «¡Oh niña, no tengas miedo
a duendes, trasgos ni brujas:
un angelito del cielo
de día y noche te escuda!»
 

- 2 -

     El abeto a la vidriera
llama con trémulas manos;
la luna, mudo testigo,
la traspasa con sus rayos.
     En la alcoba, padre y madre
durmiendo están y roncando;
en delicioso coloquio
los dos a solas velamos.
     -«Creer que a menudo rezas
me cuesta mucho trabajo;
aunque tus labios se mueven,
no mueve el rezo tus labios.
     »Ese mudo movimiento
me causa miedo y espanto;
mas después me tranquilizan
tus ojos dulces y claros.
     »Pero aún dudo que tú creas,
como todo fiel cristiano,
en el Padre y en el Hijo
y en el Espíritu Santo».
     -«Cuando, niño, a un reposaba
en el materno regazo,
creí también en Dios-Padre,
infinito, bueno y sabio;
     »El que creó cielo y tierra,
y al noble linaje humano;
el que dio luz a los soles;
el que dio rumbo a los astros.
     »Después crecí; fue mi mente
más perspicaz, vi más claro:
y entonces creí en el Hijo,
el hijo amante y amado;
     »El que con amor inmenso
amó a los hombres, que ingratos
le dieron según costumbre,
por recompensa el Calvario.
     »Crecí más, crecí del todo:
mucho he visto y he observado,
y hoy, con toda el alma, creo
en el Espíritu Santo.
     »El es quien obró y aún obra
los más pasmosos milagros;
rompe todas las cadenas;
vence a todos los tiranos;
     »Cura todas las heridas;
da a las leyes fin más alto;
y hace, de los hombres todos,
una familia de hermanos.
     »El rasgó nieblas y brumas,
y ahuyentó duendes y trasgos,
que traidores nos persiguen,
al bien y al amor contrarios.
     »Un millar de caballeros
armó ese Espíritu Santo,
y les dio tesón y bríos
para cumplir sus mandatos.
     »Su estandarte al viento ondea,
su espada lanza relámpagos:
¡cuánto dieras, niña mía,
por verlos y contemplarlos!
     »Contémplame, pues, y bésame,
porque yo soy, dueño amado,
uno de esos caballeros
que armó el Espíritu Santo».
 

- 3 -

     La luna tras los abetos
se ha escondido, y melancólica
la lámpara en nuestro cuarto
el campo cede a las sombras.
     Pero aún mis astros azules,
aún la purpurina rosa
resplandecen, y así dice
la niña que me enamora:
     -«Diminutos duendecillos
nos cercan y nos acosan;
aunque cerrada esté el arca,
el pan, del arca, nos roban.
     »De la azucarada leche
sorben la nata sabrosa,
y en el destapado cazo
la gata apura las sobras.
     »Está embrujada la gata,
y de noche corre loca
al torreón demolido
de la montaña diabólica.
     »Hubo allí soberbio alcázar
do, a la luz dé las antorchas,
con gallardos caballeros
bailaban damas hermosas.
     »Maldíjolo una hechicera;
y hoy son sus hundidas bóvedas
montón de escombros, do el búho
se guarece y arrincona.
     »Pero contaba la abuela
que si en cierto sitio y hora,
alguien pronuncia y repite
cierta palabra simbólica;
     »Júntanse otra vez las piedras,
resplandecen las antorchas;
con sus gallardos galanes
bailan las damas hermosas;
     »Y es todo para el que dijo
la palabra exacta y propia,
y pífanos. y atambores
su señorío pregonan».
     Así, encantadas imágenes
sus dulces labios evocan,
mientras sus ojos azules
celestes fulgores copian.
     Trenza en mis manos sus bucles;
mis dedos cuenta y los nombra;
juega y charla, canta y ríe;
calla al fin, grave y absorta.
     Todo, en el mudo aposento,
dulcemente me impresiona;
miro cual viejos amigos
la mesa y las sillas toscas.
     Me habla el reloj, la vihuela
vibra y suena por sí sola,
y entre sueños vagarosos
mi espíritu incierto flota.
     Sin duda, niña querida,
éstos son el sitio y la hora,
y ésta, que en mis labios tiembla
la palabra exacta y propia.
     Porque suena media noche
y todo late en las sombras,
y el viejo bosque despierta
y el negro abeto solloza.
     Sones de citara salen
de las quiebras de las rocas,
cantos de gnomos y enanos
llenan las cavernas lóbregas.
     Y cual florescencia extraña
de una primavera loca,
maravillosos jardines
por arte mágico brotan.
     Flores de inflamadas tintas,
de embriagadores aromas,
resplandecen y fulguran
en las palpitantes frondas.
     Entre ellas, cual llamaradas,
arden encendidas rosas;
y el cáliz yerguen los lirios
como cristalinas copas.
     Estrellas grandes cual soles
los contemplan amorosas,
y un raudal de luces vierten
en sus abiertas corolas.
     También a nosotros llega
el prodigio, y nos transforma:
todo en torno es seda y oro,
todo lámparas y antorchas.
     Imperial princesa es ella;
regio alcázar esta choza,
do con sus bellos galanes,
danzan las damas hermosas;
     Y para mí es la princesa,
y alcázar, y sus pompas;
y pífanos y atambores
mi señorío pregonan.
 
ArribaAbajo

El zagal

 
                                                   Rey es el zagal errante:
verde colina es su trono;
a su frente ruda y libre
da el sol su corona de oro.
     Tiene en los mansos corderos
cortesanos meritorios;
arrogantes adalides
en los becerros indómitos.
     Comediantes de su corte
son los juguetones chotos;
música le dan las aves
y los esquilones broncos.
     Los árboles le acompañan,
las cascadas le hacen coro;
y con tan dulce concierto,
se duerme el rey poco a poco.
     Gobierna entre tanto el reino,
ministro fiel y celoso,
un mastín, cuyos ladridos
llenan aquellos contornos.
     -«¡Oh! ¡cuán pesado es el cetro!»
dice el rey con un sollozo:
estar quisiera ya en casa
con la reina a quien adoro.
     «En sus brazos mi cabeza
encuentra el mejor apoyo,
y mi vasta monarquía
está encerrada en sus ojos».
 
ArribaAbajo

En el Brocken

 
                                                   La naciente luz del día
rasgó triunfal las tinieblas;
pero aún, opaca y sombría,
inunda la serranía
la avalancha de las nieblas.
 
     ¡Ah! Si las alas del viento
me diera un encantador,
veloz como el pensamiento
volara al grato aposento
donde reposa mi amor,
 
     Apartando suavemente
la cortina transparente
de su lecho virginal,
te besaría la frente
y los labios de coral.
 
     Y acercándome a su oído,
con aliento reprimido,
le dijera luego así:
«Sueña que no te he perdido,
y que aún vives para mí».
 
ArribaAbajo

La princesa Ilsa

 
                                              (36)     Soy Ilsa, la princesa que hechizada
guarda el río en sus antros misteriosos;
ven conmigo a mi espléndida morada,
y seremos felices y dichosos.
 
     Ven a bañar en mi raudal fecundo
tu frente atribulada y abatida;
y olvidarás, oh joven moribundo,
todas las amarguras de la vida.
 
     Ven a dormir entre mis blancos brazos,
ven a yacer sobre mi blanco seno;
y soñarás, prendido en estos lazos,
otro mundo mejor, de hechizos lleno.
 
     Al goce y al placer roto ya el dique,
te abrazaré, te besaré anhelante,
como al glorioso emperador Enrique,
que fue mi fiel y apasionado amante.
 
     Pero la muerte su sepulcro sella,
e inmóvil yace en el sombrío lecho;
yo antojadiza soy, joven y bella,
y aún ansioso de amor, late mi pecho.
 
     Ven a mi oculto alcázar cristalino:
allí, galanes, que el amor engríe,
bailan con damas de esplendor divino
y el tropel de los pajes canta y ríe.
 
     Allí crujen las túnicas de seda,
allí rechinan las espuelas de oro;
y tocan los pigmeos de faz leda
la trompa grave y el timbal sonoro.
 
     Como al glorioso emperador un día
te estrecharán mis brazos encendidos:
cuando el marcial clarín le estremecía,
con besos le tapaba los oídos.

Arriba