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¡Cantares! ¡Cantares míos! |
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¡En marcha! En marcha otra vez! |
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Sonad trompas y añafiles; |
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ceñid vuestras armas bien; |
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y a la encantadora niña, |
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que rindió todo mi ser, |
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como reina y soberana, |
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alzadla sobre el pavés. |
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¡Salud, bellísima reina! |
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por ti el sol escalaré, |
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y arrancándole la aureola |
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de oro y luz y rosicler, |
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daré la mejor diadema |
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a tu consagrada sien. |
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De la seda azul del cielo, |
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do con viva nitidez |
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los diamantes de la noche |
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centellean en tropel, |
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rico jirón desgarrando, |
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imperial manto he de hacer, |
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y verás tus regios hombros |
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engalanados con él. |
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Formarán tu servidumbre |
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y tu cortesana grey |
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aristocráticas odas, |
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y por mayor honra y prez, |
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almibarados sonetos |
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y madrigales también. |
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Por batidores, discretas |
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agudezas te daré; |
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mi fantasía estrambótica |
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tu bufón habrá de ser; |
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y mi agridulce humorismo |
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tu heraldo de buena ley, |
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llevando risas y lágrimas |
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por divisa en el broquel. |
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Y yo mismo, reina mía, |
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arrodillado a tus pies, |
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en cojín de terciopelo, |
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mi razón te ofreceré, |
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mi razón, o lo que de ella, |
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por compasiva merced, |
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dejóme la que en el trono |
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tu predecesora fue. |
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Crepúsculo
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A solas voy pensativo |
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por la playa triste y húmeda; |
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el cárdeno sol poniente |
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rojos destellos fulgura. |
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Ruedan olas espumosas |
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que escondida fuerza impulsa, |
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y a mis plantas avanzando, |
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trémulo canto preludian. |
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Misteriosas voces fingen |
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que en el corazón retumban, |
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silbidos, risas, sollozos, |
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suspiros, llantos y súplicas; |
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y brota de su armonía |
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embelesadora música, |
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cual las plácidas canciones |
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que columpiaron mi cuna, |
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cual los olvidados cuentos, |
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cual las leyendas confusas, |
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que aprendí, niño inocente, |
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a la luz de ocaso turbia, |
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cuando del umbral paterno |
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sentado en las piedras duras, |
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a otros niños escuchaba |
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con la boca abierta y muda, |
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los ojos fijos y absortos |
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y el alma llena de angustia; |
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mientras las niñas mayores, |
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vírgenes bellas y puras, |
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formando un grupo de rosas |
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con sus cabecitas rubias, |
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entre los tiestos de flores |
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que la ventana perfuman, |
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brillaban y sonreían |
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al resplandor de la luna. |
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Puesta del sol
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El sol radiante y purpúreo |
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declina con pompa regia |
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hacia la mar, que se extiende |
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nacarada y cenicienta; |
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enfrente la opaca luna, |
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entre nubes que la velan, |
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el rostro descolorido |
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temerosa transparenta, |
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y en pos, cual dorado enjambre, |
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vienen todas las estrellas. |
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Juntos un día y felices |
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cruzaron la azul esfera, |
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luna y sol, fieles esposos, |
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dioses de la luz él y ella |
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y de los menores astros |
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las muchedumbres espléndidas |
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tiernos hijos inocentes, |
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su común séquito eran. |
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Malas lenguas atizaron |
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disensiones y querellas; |
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y al fin, a los dos esposos |
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separaron malas lenguas, |
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Hoy, durante el claro día, |
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con solitaria grandeza, |
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el astro-rey los espacios |
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celestiales señorea; |
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y el hombre feliz y altivo |
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lo adora, canta y celebra. |
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Pero en la lóbrega noche |
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aparece triste y bella |
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la luna, madre infelice, |
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con toda su prole huérfana; |
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y en éxtasis melancólico |
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le dan lágrimas y endechas |
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la doncella enamorada |
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y el pensativo poeta. |
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¡La pálida luna! siempre |
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constante, amorosa y tierna, |
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a su celestial consorte |
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dulce cariño conserva. |
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Cuando la tarde se apaga |
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asoma indecisa y trémula, |
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entre las nacientes brumas, |
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y al lejano sol contempla. |
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Quizás afligida exclama: |
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-«Ven, nuestros hijos te esperan!» |
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pero el astro soberano, |
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avivando más su hoguera |
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con las rojas llamaradas |
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del despecho y la soberbia, |
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busca en el piélago frío |
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lecho de viudez perpetua. |
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Malas lenguas ponzoñosas |
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sembraron de esa manera |
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en los eternos esposos |
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cuita y amargura eterna. |
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Y los dos míseros astros |
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surcan la región etérea |
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desconsolados siguiendo |
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la interminable carrera; |
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y como son inmortales, |
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continuo, voraz, sin tregua, |
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entre luces y fulgores |
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su duelo espléndido llevan. |
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¡Más dichoso yo mil veces, |
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hijo infeliz de la tierra! |
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¡más dichoso, pues, al menos, |
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tendrán término mis penas! |
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Noche en la playa
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Obscura y fría es la noche ; |
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gruñe el mar alborotado; |
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sobre las aguas tendido |
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el aquilón boca abajo, |
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como un viejo que chochea, |
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les cuenta cuentos extraños, |
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guerras, ardides y burlas |
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de gigantes y de endriagos, |
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y a la vez canta y aúlla, |
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en su gaznate mezclando |
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con evocaciones rúnicas |
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conjuros escandinavos; |
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y es tan feroz su alegría, |
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tan grotesco su sarcasmo, |
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que surgiendo del abismo |
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en tropel desordenado, |
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saltan y gritan gozosos |
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los hijos del Océano. |
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Por la playa tenebrosa |
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que humedece el mar amargo, |
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desconocido extranjero |
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avanza altivo y gallardo. |
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Si hay borrasca en mar y viento, |
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aun es mayor la de su ánimo. |
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En donde fija la planta |
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saltan rojizos chispazos, |
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y las conchas de la orilla |
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crujen rotas a su paso, |
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Avanza entre negras sombras |
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envuelto en su obscuro manto, |
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y su fijo rumbo guía |
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débil resplandor lejano, |
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que en una mísera choza |
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fulgura trémulo y vago. |
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Allá en el mar está el padre, |
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allá en el mar el hermano; |
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joven, sin madre, la hija |
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en el hogar solitario, |
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joven, sin madre, y hermosa |
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como un ensueño fantástico. |
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Cerca del fogón sentada, |
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halagadores presagios |
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oye en la negra caldera |
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que hierve lenta, y va echando |
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ramas que chisporrotean |
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al fuego medio apagado. |
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Sopla después, e iluminan |
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llamas de fulgores cárdenos |
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su bello rostro encendido |
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y sus hombros de alabastro, |
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que descubre mal ceñido |
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el corpiño grueso y áspero, |
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y sus manos hacendosas, |
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sus breves y blancas manos |
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que al mórbido talle anudan |
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el desprendido refajo. |
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De pronto se abre la puerta, |
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entra el extranjero, y ávido |
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clava en la cándida niña |
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dulces los ojos huraños. |
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Estremécese la hermosa |
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cual lirio en trémulo vástago, |
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y él sonríe y se adelanta, |
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la capa al suelo arrojando. |
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-«Mira, cumplí mi palabra» |
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dice, entre tierno y ufano; |
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«Vine, y vinieron conmigo |
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los buenos tiempos de antaño, |
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los tiempos en que los dioses |
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bajaban enamorados. |
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y a las hijas de los hombres |
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se unían, y de esos lazos |
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nacían reyes gloriosos |
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y héroes, de la tierra pasmo. |
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No te asombres, pues oh niña, |
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al ver mi celeste rango; |
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prepárame una caliente |
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taza de té, y de ron cárgalo, |
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porque en la maldita playa |
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sopla un cierzo de mil diablos, |
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y también en estas noches |
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las deidades atrapamos |
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un inmortal garrotillo |
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o algún divino catarro». |
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Poseidón
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La luz del sol resplandeciente brilla |
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sobre el móvil cristal del mar inquieto, |
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y allá, a lo lejos, en la abierta rada, |
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espera dócil el bajel velero, |
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para llevarme a los perdidos lares, |
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soplo feliz del suspirado viento. |
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Yo, reclinado en la arenosa duna, |
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que de la árida playa se alza en medio, |
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leyendo estoy los cantos inmortales, |
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eternamente hermosos de Odiseo |
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en los que suenan las revueltas olas, |
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y aspiro de los dioses el aliento, |
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gozo la aurora del linaje humano, |
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y el cielo azul de la Hélada contemplo. |
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Leal mi corazón, sigue afanoso |
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en los azares de su rumbo incierto, |
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al hijo de Laertes. Afligido |
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con él, extraño huésped, tomo asiento |
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en el dichoso hogar, donde las reinas |
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hilan purpúrea lana. A sus esfuerzos |
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uno mi afán cuando sagaz escapa |
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del antro del Gigante, o de los tiernos |
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abrazos de la ninfa apasionada; |
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en las ciméreas sombras con él entro |
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y le sigo en borrascas y naufragios, |
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sus cuitas y peligros compartiendo. |
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Y suspirando exclamo:-«¡Cuán terribles |
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tus iras son, engañador Poseidón! |
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Temblando estoy por el retorno». Digo, |
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y el espumoso mar hierve al momento; |
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la frente, que coronan verdes juncos, |
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saca del agua, y su robusto pecho, |
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el poderoso Dios; mírame esquivo, |
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y me habla así con mofador acento: |
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-«Nada temas, poetilla, |
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de las olas ni los vientos; |
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no es digno de tempestades |
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tu mísero barquichuelo, |
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ni tu inocente existencia |
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de afanes, sustos y duelos. |
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No encendiste, pobre vate, |
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jamás mi rencor tremendo, |
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ni en las murallas de Troya |
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la menor brecha has abierto; |
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ni una pestaña arrancaste |
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al ojo de Polifemo, |
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ni Palas, la sabia diosa, |
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fue tu consejera y Méntor». |
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Dice así el dios con desdeñoso labio, |
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y en el hirviente mar se hunde de nuevo; |
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y suenan bajo el agua carcajadas, |
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y es que a sus toscas befas hacen eco |
|
Amfitrite, la diosa pescadera, |
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y las hijas idiotas de Nereo. |
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Declaración
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Comienza el mar a gemir, |
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la sombra empieza a caer; |
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sentado en la extensa playa |
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miro con triste avidez |
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danzar las revueltas olas |
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en espumoso tropel; |
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y mi corazón con ellas |
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alborótase también. |
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Memorias y anhelos vagos |
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surgen y crecen en él, |
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porque tu voz y tu imagen |
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oigo y miro, dulce bien; |
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tu imagen que sobre todo |
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flota siempre, pura y fiel; |
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tu voz, que en todo la escucho, |
|
y en todo la escucharé, |
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en el viento que solloza, |
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en la ola, muerta a mis pies, |
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y hasta en el propio suspiro |
|
de mi recóndito ser. |
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Con ligera caña escribo |
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en la arena: «Te amo, Inés». |
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Y suspirando traidora, |
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mansa viene la ola infiel, |
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y al punto borra la dulce |
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declaración de mi fe. |
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¡Caña frágil! ¡Leve arena! |
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¡Pérfida mar! ¡Ola cruel! |
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Para nada os quiero; nunca |
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a engañarme volveréis. |
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En la selva escandinava |
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crece altivo, entre otros cien, |
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abeto, que al cielo sube, |
|
ese abeto arrancaré, |
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En las entrañas del Etna |
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fuego eterno se ve arder; |
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en las entrañas del Etna |
|
hundiré el tronco después. |
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Con esa tremenda pluma |
|
y esa tinta escribiré |
|
en la bóveda enlutada |
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de la noche: «Te amo, Inés». |
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Entre los vívidos astros |
|
las cifras de mi querer |
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brillarán todas las noches |
|
hoy y mañana y después. |
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Generaciones de ángeles |
|
veránlas resplandecer, |
|
y por siglos de los siglos |
|
repetirán: «Te amo, Inés». |
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Noche en el camarote
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El cielo azul tiene estrellas |
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de hermosísimo fulgor, |
|
el hondo mar perlas bellas; |
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yo, un tesoro mejor que ellas, |
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en mi corazón: su amor. |
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Mayor es que cielo y mar |
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mi corazón proceloso; |
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astros y perlas al par |
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son bellos, a no dudar; |
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pero es mi amor más hermoso. |
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Niña, aunque es muy pobre don, |
|
acepta mi corazón. |
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Corazón, y mar, y cielo, |
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funden en igual anhelo, |
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su amorosa adoración. |
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Si en la celestial esfera |
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do brillan los astros de oro, |
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posar los labios pudiera! |
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¡Cuán dulce y plácido lloro |
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por mis mejillas corriera! |
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¡Estrellas! sois sus pupilas, |
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que a través del negro tul, |
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en desordenadas filas |
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me saludáis intranquilas |
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desde el firmamento azul. |
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Y hacia el azul firmamento |
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levanto calenturiento |
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los brazos con hondo afán, |
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y a vosotras siempre van |
|
espíritu y pensamiento. |
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¡En mi sien, astros de amor, |
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derramad vuestro fulgor, |
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y roto el lazo del alma, |
|
en ese mundo mejor |
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dadme vida, luz y calma! |
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Así en lóbrego y pequeño |
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camarote sueño a solas, |
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mecido en el frágil leño |
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por el vaivén de las olas, |
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por la ilusión de mi ensueño. |
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Y por la abierta escotilla |
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miro ansioso y soñador |
|
cómo allá, en el cielo, brilla |
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la luz pura y sin mancilla |
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de tus ojos, dulce amor. |
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Y tus pupilas hermosas, |
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diciéndome tiernas cosas, |
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a través del negro tul, |
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me sonríen cariñosas |
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desde el firmamento azul. |
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Hacia esa altura divina |
|
sin temor y sin enojos |
|
mi espíritu se avecina, |
|
hasta que blanca neblina |
|
pasa y me roba tus ojos. |
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Y en la tabla do indolente |
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recliné feliz la frente, |
|
se estrella la mar obscura; |
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y así misteriosamente, |
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a mis oídos murmura: |
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«Remontas mucho tu afán; |
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cortos tus brazos serán |
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para alcanzar tu tesoro: |
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clavados al cielo están |
|
los astros con clavos de oro. |
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»¡Inútil es el fervor |
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de tu anhelo engañador! |
|
Amigo, si quieres creerme, |
|
cierra los ojos y duerme: |
|
¡Eso será lo mejor!» |
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Dormí, soñé; la nieve se extendía |
|
sobre una inmensa y árida llanura, |
|
y bajo aquella alfombra blanca y fría |
|
estaba yo en estrecha sepultura. |
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Brillaban las estrellas rutilantes |
|
vertiendo en mi sepulcro su fulgor; |
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mirábanme tranquilas y triunfantes, |
|
con la plácida luz de inmenso amor. |
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Borrasca
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Ruge la negra borrasca; |
|
ruge con terrible cólera; |
|
latigazos de los vientos |
|
encabritan a las olas; |
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y como grandes montañas |
|
pasan en carrera loca. |
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El mísero barquichuelo |
|
bríos busca, fuerzas toma, |
|
sube a la líquida cumbre, |
|
y apenas la cumbre dobla, |
|
abre la mar negro abismo, |
|
y en él se hunde y se desploma. |
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¡Pérfida mar! ¡fiera madre |
|
de la deidad más hermosa, |
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la que entre rizos de espumas |
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nació en tus entrañas hondas! |
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¡Abuela del Amor-niño! |
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bien tu condición denotas. |
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Ya con alas palpitantes, |
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vuela siniestra gaviota; |
|
ya el sangriento pico aguza |
|
en el mástil codiciosa; |
|
ya husmea voraz la presa, |
|
y esa presa ¡mar traidora! |
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es mi corazón, que llena |
|
de tu bella hija la gloria, |
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y tu nieto, el rapazuelo, |
|
por juguete pueril toma. |
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¡Toda súplica es inútill |
|
¡Toda plegaria es ociosa! |
|
Olas y vientos en guerra |
|
mi voz apagan y ahogan, |
|
y como tropel de orates |
|
silban, rugen y alborotan. |
|
Pero ¿qué vago murmurio |
|
llega al alma soñadora? |
|
Es la vibración del arpa, |
|
es voz dulce y melancólica, |
|
canto que el alma desgarra, |
|
canto que el alma transporta, |
|
y de esa voz y ese canto |
|
conozco todas las notas. |
|
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|
En la escocesa ribera |
|
álzanse cortadas rocas, |
|
y en las rocas una torre, |
|
de mar y playa señora. |
|
Hay en la soberbia torre |
|
ventana de estrecha bóveda, |
|
hay en la estrecha ventana, |
|
dama pálida y hermosa. |
|
Soberana es su hermosura |
|
y es su palidez marmórea; |
|
y canta y el arpa pulsa, |
|
y las brisas bulliciosas |
|
sus blondos bucles agitan, |
|
y sus cantares arrojan |
|
a la inmensidad sombría |
|
de las turbulentas olas. |
|
|
Bonanza
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|
Está la mar encalmada; |
|
el sol en las aguas brilla; |
|
verde surco de esmeraldas |
|
en ellas abren las quillas. |
|
Junto al timón, el piloto |
|
ronca, echado panza arriba; |
|
bajo el mástil, el grumete |
|
zurce velas descosidas. |
|
Tiemblan sus labios; se encienden |
|
bajo el hollín sus mejillas; |
|
sus hermosos ojos negros |
|
no se sabe adonde miran, |
|
Pues el capitán, airado, |
|
se yergue ante él y le grita: |
|
«Mala pécora, un arenque |
|
me has birlado de esa pipa». |
|
Está la mar encalmada; |
|
la dorada cabecita |
|
saca un pez y sus aletas |
|
el móvil cristal agitan. |
|
La gaviota de los aires |
|
rápida se precipita, |
|
y con el pez en el pico |
|
vuela y se pierde de vista. |
|
Visión en el mar
|
|
|
De bruces sobre la banda |
|
del buque, inmóvil y absorto, |
|
en las aguas cristalinas |
|
ávidos clavo los ojos. |
|
Más adentro y más adentro |
|
van entrando codiciosos, |
|
hasta que sombras inciertas |
|
me velan el negro fondo. |
|
Pero las inciertas sombras |
|
acláranse poco a poco, |
|
y con pálidos matices, |
|
y con trémulos contornos, |
|
dibujan torres y cúpulas, |
|
portales, muros y fosos. |
|
Antigua ciudad flamenca |
|
contemplo, por fin, atónito; |
|
pero animada y viviente |
|
con sus moradores todos. |
|
Ancianos de noble traza |
|
con la negra capa al hombro, |
|
con blanquísima gorguera, |
|
cadenas y dijes de oro, |
|
la luenga espada en el cinto, |
|
la gravedad en el rostro, |
|
van y vienen por la plaza |
|
del mercado bullicioso, |
|
por el ancho graderío |
|
del popular Consistorio, |
|
donde imperiales imágenes, |
|
labradas por rudo escoplo, |
|
velan calladas e inmóviles, |
|
con acero, cetro y globo. |
|
Ante las casas, que lucen |
|
vidrieras de alegres tonos, |
|
y en largas y rectas filas |
|
se extienden a un lado y otro, |
|
pasan con crujir de seda |
|
bajo los tilos frondosos, |
|
damiselas de buen talle, |
|
de semblante ruboroso |
|
que ciñe negra toquilla, |
|
cárcel de sus rizos blondos; |
|
y a la castellana usanza |
|
engalanados los mozos, |
|
las siguen y las obsequian |
|
con sonrisas y piropos. |
|
Nobles matronas y dueñas |
|
con holgantes mantos lóbregos, |
|
y en las descarnadas manos |
|
rosario y libro devoto, |
|
hacia el templo se encaminan, |
|
y avivan sus pasos cortos |
|
repiques de las campanas |
|
y vibraciones del órgano. |
|
|
|
¡También en el alma mía |
|
retumbáis, ecos sonoros! |
|
Anhelo infinito y vago, |
|
afán secreto y recóndito, |
|
del corazón mal curado |
|
todas las fibras han roto. |
|
Paréceme que su herida |
|
besan labios cariñosos, |
|
y las cicatrices saltan |
|
y mana sangre de pronto, |
|
y la sangre va cayendo |
|
gota a, gota y poco a poco; |
|
va cayendo al mar profundo, |
|
va cayendo al negro fondo, |
|
va cayendo en una casa, |
|
una casa que conozco, |
|
una casa, que, desierta, |
|
tristeza inspira y enojos; |
|
y a la ventana, una hermosa |
|
imagen del abandono, |
|
la frente apoya en la diestra |
|
y en el alféizar el codo; |
|
¡y esa niña triste y sola |
|
es la hermosa, que yo adoro! |
|
|
|
¡Así te ocultaste, ingrata, |
|
a mi amor inmenso y loco! |
|
¡Así te ocultaste, ingrata, |
|
por un femenil antojo, |
|
en otro mar, aun más grande, |
|
en otro mar, aun más hondo! |
|
Y regresar ya no puedes, |
|
y allí vives, no sé cómo, |
|
para ti, todos extraños, |
|
y tú extraña para todos. |
|
Yo te busco sin sosiego, |
|
yo te busco sin reposo, |
|
te busco por todas partes, |
|
te busco de todos modos, |
|
amor que siempre idolatro, |
|
ilusión que siempre lloro, |
|
ventura que siempre anhelo, |
|
felicidad que hoy recobro. |
|
Sí, te hallo al fin, y de nuevo |
|
miro tu espléndido rostro, |
|
y tu radiante sonrisa |
|
y tus soñadores ojos; |
|
y jamás he de perderte, |
|
pues todas mis dichas logro, |
|
y con los brazos abiertos |
|
a tus dulces brazos corro. |
|
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Digo así, y al tiempo mismo, |
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ya doblando el cuerpo todo, |
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del capitán que me agarra |
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siento el brazo vigoroso, |
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y su voz oigo, que grita: |
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-«Doctor, ¿os lleva el demonio?» |
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Purificación
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¡Bien estáis en el abismo |
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insondable de la mar! |
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Imágenes engañosas, |
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¡bien en el abismo estáis! |
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Disteis a mis luengas noches |
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sueños de dicha falaz, |
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y aún, al resplandor del día, |
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me perseguís sin cesar. |
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¡Yaced, yaced sepultadas |
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por toda la eternidad! |
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Al abismo que os esconde, |
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quiero también arrojar |
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mis amarguras y enojos, |
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mi anhelo y mi tierno afán, |
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el gorro de cascabeles |
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de mi locura fatal, |
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que tanto tiempo en mis sienes |
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su música hizo sonar, |
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y el infame disimulo |
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de mi ser, triste disfraz |
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del alma mía, que enferma |
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de loca incredulidad, |
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de Dios renegó y los ángeles, |
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y maldecida aún está. |
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¡Hurra! soplaron las brisas; |
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todas las velas soltad; |
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tersas, crujientes e hinchadas, |
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comienzan a palpitar. |
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La móvil nave resbala |
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sobre el rizado cristal, |
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y gozosa el alma mía |
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recobra la libertad. |
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Segundo Ciclo
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Saludo al mar
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¡Thalatta, sí, thalatta!(37) |
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¡Oh mar, oh eterno mar, yo te saludo |
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con animoso pecho y con voz grata! |
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Diez mil veces, oh mar, mi labio rudo |
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te aclama, como un día, |
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cuando el hogar cercano aparecía, |
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te aclamaron, con himnos de victoria, |
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tras luenga y ruda y desigual porfía, |
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los diez mil combatientes de la historia. |
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Las olas espumantes |
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rodaban y mugían altaneras; |
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el sol con arreboles deslumbrantes |
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teñía las riberas; |
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volaban espantadas las gaviotas |
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al aire dando sus discordes notas; |
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relinchaban gozosos los corceles; |
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chocaban los broqueles; |
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y en la extensión, que inmensa se dilata, |
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sonaba el grito salvador: ¡Thalatta! |
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|
¡Oh mar, eterno mar, yo te saludo! |
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Como voz del hogar, en mis oídos |
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suena tu voz, cuando a tu orilla acudo; |
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en tu móvil cristal mi fantasía |
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finge de la niñez sueños queridos; |
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y otra vez vuelve a la memoria mía |
|
el recuerdo de aquellas |
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de la infancia dichosa joyas bellas, |
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de aquellos sorprendentes |
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de Noche-Buena espléndidos presentes, |
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conchas pintadas, pececillos de oro, |
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nítidas perlas, ramas purpurinas |
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de brillante coral, todo el tesoro |
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que escondes en tus urnas cristalinas. |
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¡Cuánto en extraña tierra |
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sufrí! Como arrancada |
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flor, que en su bote de latón estrecho |
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el botánico encierra, |
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mustióse el corazón dentro del pecho; |
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y como enfermo soy, que en triste lecho |
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pasó el invierno, en lóbrega morada, |
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y luego, el mal curado, de repente |
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goza de Primavera, al esplendente |
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rayo del sol de Abril, alborozada; |
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y con blandos arrullos |
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le saludan los ramos cimbradores |
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cubiertos de capullos; |
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y con sus ojos llenos de fulgores |
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contémplanle las flores; |
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y todo arde y palpita, |
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y alienta, y resplandece y canta y grita; |
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y en la bóveda azul, con trinos suaves, |
|
¡Thalatta! dicen las canoras aves. |
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¡Corazón que en la noble retirada |
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triunfas cual los diez mil! ¡Cuántas, en duras |
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contiendas, te acosaron de la odiada |
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bárbara grey, temibles hermosuras! |
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Cayeron sobre mí como saetas, |
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de sus rasgados, vencedores ojos, |
|
las miradas inquietas; |
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mi espíritu intranquilo |
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hería su palabra engañadora, |
|
arma de doble filo; |
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y aumentaban mis duelos insensatos |
|
sus cartas, en mal hora |
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llenas de deliciosos garabatos. |
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En vano, en vano tras el fuerte escudo |
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me guarecí: silbaba el dardo agudo; |
|
los golpes a los golpes sucedían, |
|
y las beldades ¡ay! del Norte rudo |
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hasta tu playa, oh mar, me perseguían; |
|
hasta tu playa, donde al fin aliento, |
|
y con pecho animoso y con voz grata |
|
el grito de victoria doy al viento: |
|
¡Thalatta, oh mar libertador, Thalatta! |
|
Tormenta
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Sobre la mar tenebrosa |
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yace la hinchada tormenta; |
|
murallón de obscuras nubes |
|
el turbio horizonte cierra, |
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y con angulosas ráfagas |
|
resplandece el rayo entre ellas; |
|
resplandece y se disipa, |
|
cual luminosa ocurrencia |
|
que cruzó del padre Jove |
|
por la olímpica cabeza. |
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Sobre las desiertas olas |
|
el trueno retumba y rueda; |
|
desenfrenados galopan |
|
con las blancas crines sueltas, |
|
corceles que engendró el Bóreas |
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en las erictonias yeguas; |
|
y las marítimas aves |
|
lúgubres revolotean, |
|
cual las sombras de los muertos |
|
en las estigias riberas, |
|
cuando Carón las rechaza |
|
de su barca ya repleta. |
|
¡Ay, desdichada barquilla! |
|
¡Ay, infeliz barquichuela, |
|
que la danza estás danzando |
|
más peligrosa y siniestra! |
|
Eolo burlador envía |
|
porque su juguete seas, |
|
los músicos más sonoros |
|
de su estrepitosa orquesta. |
|
Unos silban, otros soplan, |
|
otros te acosan y obsequian |
|
con figles que se acatarran |
|
o trompas que se destemplan, |
|
y el piloto dando tumbos, |
|
junto al timón, siempre en vela, |
|
fija la vista en la brújula, |
|
alma del bajel inquieta, |
|
alza las manos y exclama: |
|
«¡Acudid en mi defensa, |
|
Cástor, triunfador jinete, |
|
Pólux, invencible atleta!» |
|
El naufragio
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|
¡Esperanza y amor! ¡Todo perdido, |
|
deshecho y roto!... Y yo ¡desventurado! |
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como un cadáver soy, que embravecido |
|
a la ribera el mar ha vomitado. |
|
El piélago desierto miro enfrente; |
|
duelos detrás, congojas y amarguras; |
|
y nubes sobre mí, nubes obscuras, |
|
hijas deformes del pesado ambiente. |
|
Sus odres en el mar continuamente |
|
llenan, y sin sosiego, |
|
llevándolas en hombros afanosas, |
|
en el mar otra vez los vierten luego: |
|
labor interminable, aborrecida, |
|
y a pesar de sus ansias trabajosas, |
|
estéril ¡ay! como mi propia vida. |
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Gimen las olas, lanzan sus graznidos |
|
las gaviotas, y surgen halagüeños |
|
recuerdos de otra edad medio perdidos. |
|
Imágenes borradas, vagos sueños, |
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llenos al par de encantos y de enojos, |
|
tristemente risueños, |
|
brillan de nuevo a mis cansados ojos. |
|
|
|
Allá en el Septentrión vive una hermosa, |
|
de beldad soberana y deslumbrante |
|
su talle esbelto, como palma airosa, |
|
ciñe cándida túnica flotante. |
|
De su frente, de trenzas coronada, |
|
bajan en luengos rizos sus cabellos, |
|
tan negros y tan bellos |
|
como noche feliz y sosegada. |
|
Su pálido semblante pensativo |
|
esos obscuros rizos embellecen, |
|
y los ojos en él con fulgor vivo |
|
como dos soles negros resplandecen. |
|
|
|
¡Soles negros! ¡Cuán dulce el alma mía |
|
en vuestros resplandores |
|
bebió la ardiente inspiración un día! |
|
Y al fijaros en mí fascinadores, |
|
¡cómo ¡ay Dios! vacilaba y sucumbía! |
|
Una sonrisa púdica, inocente, |
|
abría entonces tierna y cariñosa |
|
el labio de mi bella displicente, |
|
una sonrisa tan tranquila y pura |
|
como rayo de luna en noche obscura, |
|
tan dulce como aliento de una rosa; |
|
y encumbrando mi espíritu su anhelo |
|
cual águila caudal volaba al cielo. |
|
|
|
¡Callad, olas del mar embravecido! |
|
Roncas aves, callad! ¡Todo perdido, |
|
dicha, esperanza, amor! Triste y doliente |
|
náufrago yazgo en playa sin guarida, |
|
y en la infecunda arena aborrecida |
|
llorando escondo la ardorosa frente. |
|
Los dioses de Grecia
|
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|
Luna, tu luz brillante |
|
en fúlgido raudal de oro fundido |
|
trueca el mar, y en la playa |
|
tan clara como el día rutilante, |
|
pero más dulce y tímida desmaya. |
|
En el sereno cielo esclarecido |
|
no brilla ningún astro, |
|
y pasan a través de sus cristales |
|
blancas nubes, fingiendo colosales |
|
ídolos de alabastro. |
|
Mas ¿qué miro? No son blancos vapores; |
|
son ellos, sí, son ellos; |
|
los de la antigua edad dulces señores, |
|
los de Grecia risueña, dioses bellos. |
|
¡Las deidades de ayer! vencidas, muertas, |
|
vanos espectros hoy, sombras inciertas, |
|
que, con vano reproche, |
|
cruzan sin par las bóvedas desiertas |
|
de la enlutada noche. |
|
Asombrado contemplo |
|
convertidos los cielos luminosos |
|
en soberano templo; |
|
y en movimiento blando |
|
los pálidos colosos |
|
tristes y pensativos van pasando. |
|
Cronos, el rey de la celeste esfera, |
|
aparece el primero; escarcha fría |
|
cubrió su cabellera, |
|
que el olimpo, al moverse, estremecía; |
|
con cansado desmayo |
|
empuña ya su diestra inútilmente |
|
el apagado rayo; |
|
infortunio y dolor nublan su frente; |
|
pero aún augusta huella |
|
de la antigua soberbia miro en ella. |
|
Eran tiempos mejores, |
|
Zeus, los tiempos en que ninfa bella |
|
saciaba, o hecatombe ensangrentada, |
|
tus divinos furores; |
|
mas no hay eterno nada: |
|
sucede el joven dios al dios anciano; |
|
tu mismo, tú, con temeraria mano |
|
¿no despojaste en desigual partida, |
|
a los titanes y a tu padre cano, |
|
Júpiter parricida? |
|
Aún la soberbia Juno está a tu lado, |
|
¡vanos fueron, oh diosa tus desvelos! |
|
otro el cetro ha empuñado, |
|
y no eres ya la reina de los cielos. |
|
Tus grandes ojos, que el dolor apena, |
|
cierras, penden tus brazos de azucena |
|
mustios, y ya no alcanza |
|
a la virgen que a un dios abrió los brazos, |
|
ni al héroe que nació de sus abrazos, |
|
tu implacable venganza. |
|
¡Cuán triste vienes tú, Palas prudente; |
|
a las deidades defender no pudo |
|
tu poderoso escudo, |
|
ni preservarlas tu perspicua mente. |
|
¡Tú, Afrodites, también! Hoy plata pura |
|
son tus dorados rizos; |
|
espanto me da y miedo tu hermosura, |
|
a pesar de que aún miro en tu cintura |
|
el ceñidor falaz de tus hechizos. |
|
Si obtuviera tu amor, tan grato. un día, |
|
¡oh Venus voluptuosa! |
|
espantado en tus brazos moriría, |
|
cadavérica diosa. |
|
Te convirtió la suerte |
|
en deidad pavorosa de la muerte. |
|
Marte de ti se aparta, y con celosa |
|
pasión ya no te mira; |
|
aburrido suspira |
|
Febo-Apolo, el divino mozalbete, |
|
y de su floja mano cae la lira |
|
que alegraba el olímpico banquete. |
|
Y aún suspiras tú más, cojo Vulcano, |
|
al ver que la ambrosía perfumada |
|
no sirves al Congreso soberano, |
|
y que llevó por siempre el viento vano |
|
de los dioses la eterna carcajada. |
|
No os amé nunca, dioses altaneros: |
|
no fueron mi ilusión los inconstantes |
|
griegos jamás, ni los romanos fieros; |
|
más siento grima y compasión al veros, |
|
vencidos, tristes, pálidos y errantes. |
|
Y al pensar cuán hipócritas y crueles |
|
los tristes dioses son, que os han vencido, |
|
y rigen hoy a los humanos fieles; |
|
zorros, que de cordero blancas pieles, |
|
por mejor dominarlos han vestido, |
|
combatir por vosotros yo quisiera, |
|
llena el alma de cólera sombría, |
|
y los nuevos altares destruyera |
|
y vuestro buen derecho defendiera |
|
perfumado de amor y de ambrosía. |
|
Yo los antiguos templos renovara, |
|
poblándolos de víctimas y flores, |
|
y a los pies de vuestra ara, |
|
a los profundos cielos brilladores |
|
los suplicantes brazos levantara. |
|
Cierto es que al revolver de las edades, |
|
en toda fiera lid, los vencedores |
|
os tuvieron propicias ¡oh deidades!; |
|
pero es más noble el corazón humano, |
|
y yo, en vuestros combates repetidos, |
|
tomo parte, aunque en vano, |
|
por los dioses vencidos. |
|
Digo así; los espectros se enrojecen; |
|
míranme tristes con supremo anhelo, |
|
y súbitos después desaparecen. |
|
Cubre la luna tenebroso velo; |
|
brama la mar, y triunfadoras, bellas, |
|
rasgando nubes brillan en el cielo |
|
las eternas estrellas. |
|
El enigma
|
|
|
Llena la mente de dudas, |
|
llena el alma de tristezas, |
|
un mancebo contemplaba |
|
la mar profunda y desierta, |
|
y a las inconstantes olas |
|
decía de esta manera: |
|
|
|
«Explicadme el tenebroso |
|
misterio de la existencia, |
|
el inescrutable enigma, |
|
el viejísimo problema, |
|
el que ocupó noche y día, |
|
tantas humanas cabezas, |
|
unas de asiáticas mitras |
|
o de turbantes cubiertas, |
|
otras, de negro birrete |
|
o de peluca tremenda |
|
y fue, por siglos y siglos, |
|
tormento de todas ellas. |
|
¿Qué es él hombre? ¿Cuál su origen? |
|
¿Cuál su fin? ¿Qué hace en la tierra? |
|
¿Cuál ser es el ser que vive |
|
tras las cerúleas esferas?» |
|
|
|
Y las olas inconstantes |
|
gemían su queja eterna: |
|
pasaban las pardas nubes, |
|
soplaba la brisa inquieta, |
|
indiferentes y mudas |
|
fulguraban las estrellas; |
|
¡y allí estaba el pobre loco |
|
aguardando una respuesta! |
|
El Fénix
|
|
|
Pasó un ave, volando del ocaso, |
|
volando hacia el oriente, |
|
volando hacia los límites remotos |
|
de sus patrios vergeles, |
|
hacia el bello país donde los árboles |
|
balsámicos florecen; |
|
donde airosas las palmas se columpian |
|
y brotan frescas fuentes; |
|
y así, volando, el ave prodigiosa |
|
cantaba dulcemente. |
|
|
|
-«Le ama la hermosa, le ama sin saberlo; |
|
sin saberlo le quiere; |
|
siempre lleva su imagen en el alma; |
|
pero escondida siempre. |
|
Sólo en la vaga sombra de sus sueños |
|
gentil se le aparece, |
|
y ella entonces, le besa entrambas manos, |
|
suspira, llora, ruégale, |
|
lo llama por su nombre y al nombrarlo |
|
despierta de repente; |
|
los blancos dedos por los ojos pasa |
|
y de sí misma teme, |
|
y es que la hermosa le ama sin saberlo, |
|
sin saberlo le quiere». |
|
|
|
Al pie del mástil del velero buque, |
|
inmóvil sobre el puente, |
|
escuchaba feliz el dulce canto |
|
del peregrino fénix. |
|
Las alteradas olas, cual si fueran |
|
verdinegros corceles, |
|
luengas crines de plata sacudían, |
|
a lo lejos perdiéndose; |
|
tropel de cisnes con abiertas alas |
|
fingían los bajeles; |
|
en el eterno azul, blancas brillaban |
|
las nubecillas tenues, |
|
y en medio de ellas la encendida hoguera |
|
del luminar celeste, |
|
rosa inmortal del firmamento puro, |
|
faro resplandeciente, |
|
a quien brindan los cielos y los mares |
|
espejos y doseles. |
|
Y los cielos y el mar y el alma mía |
|
en concierto solemne, |
|
formaban solo un eco repitiendo: |
|
«¡Le quiere, sí, le quiere!» |
|
En el puerto
|
|
|
¡Feliz quien al puerto llega |
|
y a la mar la espalda vuelve, |
|
y libre ya de sus riesgos, |
|
se sienta cómodamente |
|
en el abrigado sótano |
|
de la taberna de Bremen! |
|
¡Cuán bello y sereno el mundo |
|
en mi copa resplandece! |
|
y ese inquieto microcosmo |
|
que en la roja linfa hierve, |
|
del labio al sediento pecho, |
|
¡cuán dulce y grato desciende! |
|
Todo en el cristal brillante |
|
a mis ojos aparece: |
|
cosas de antaño y de hogaño, |
|
lo pasado y lo presente, |
|
griegos y otomanos juntos, |
|
Gans discutiendo con Hégel. |
|
Allá, bosques de naranjos, |
|
aquí militantes huestes; |
|
Túnez al lado de Hamburgo, |
|
Berlín tocando con Memfis, |
|
y en medio de todas esas |
|
imágenes esplendentes, |
|
la angelical cabecita |
|
de mi amada brilla siempre, |
|
sobre el fondo de oro fino |
|
del vino del Rhin alegre. |
|
¡Cuán hermosa, vida mía, |
|
cuán hermosa y gentil eres! |
|
Eres rosa: no la rosa |
|
de Shiraz, que allá en Oriente |
|
ama el ruiseñor; no aquella |
|
rosa de Sarón celeste, |
|
que los profetas cantaron |
|
en sus místicos vergeles. |
|
Eres la rosa más bella |
|
de cuantas fueron y fueren, |
|
rosa de las rosas, ¡rosa |
|
de la taberna de Bremen! |
|
Cuanto más los días pasan |
|
más espléndida floreces; |
|
y tu aroma me extasía |
|
me transporta, de tal suerte |
|
que en el duro suelo diera |
|
¡ay Dios! a no sostenerme |
|
en sus fraternales brazos |
|
el tabernero de Bremen. |
|
¡Valeroso camarada! |
|
Mano a mano y frente a frente |
|
bebemos y discutimos |
|
cuanto nos viene a las mientes, |
|
las cuestiones más abstrusas |
|
los problemas más rebeldes. |
|
Después dulces suspiramos, |
|
y haciendo unas cuantas eses, |
|
o voy a dar en sus brazos |
|
o en mis brazos a dar viene. |
|
El, en mis santos propósitos |
|
me confirma y me sostiene; |
|
por mis propios enemigos |
|
bebo y brindo alegremente; |
|
perdono a los malos vates |
|
(¡logre yo iguales mercedes!), |
|
y al fin llanto de ternura |
|
mis pupilas humedece. |
|
Abrense entonces las puertas |
|
que guardan discretamente |
|
la bodega sacrosanta |
|
¡para mí la gloria! y vense |
|
en fila los doce Apóstoles |
|
(¡doce soberbios toneles!) |
|
que, mudos, a todo el mundo |
|
catequizan y convierten, |
|
pues su universal idioma |
|
todos los hombres entienden. |
|
¡Cuán hermosos personajes! |
|
de tosco roble vistiéronse; |
|
mas tanto por dentro brillan, |
|
fulguran y resplandecen, |
|
cual los ufanos levitas |
|
que en el templo alzan la frente; |
|
como aquellos cortesanos, |
|
que lucían insolentes |
|
en el palacio de Herodes |
|
sus brocados y joyeles. |
|
¡Dios del cielo y de la tierra! |
|
¡Señor! He pensado siempre |
|
que, al vivir en este mundo, |
|
vuestros compañeros fieles |
|
fueron personas de viso, |
|
no grosera y zafia plebe. |
|
¡Aleluya! Verdes palmas |
|
de Bethel, ¡cómo trasciende |
|
y me halaga vuestro aroma! |
|
Mirra de Hebrón ¡qué bien hueles! |
|
Santo Jordán, ¡cómo ondula |
|
y desmaya tu corriente! |
|
Ondulante yo desmayo |
|
también, y trémulo y débil |
|
ondula el buen tabernero, |
|
y a empellones y vaivenes |
|
me hace subir la escalera |
|
al sol y al aire volviéndome. |
|
Contempla, buen tabernero |
|
de la taberna de Bremen, |
|
tropel de angelitos rubios |
|
en los tejados de enfrente; |
|
por sus cantos y sus risas |
|
cuán ebrios están se advierte. |
|
Mira el sol allá en el fondo |
|
de la bóveda celeste; |
|
nariz es que victoriosa |
|
la borrachera enrojece, |
|
del espíritu del mundo |
|
nariz tremenda y solemne, |
|
y el universo beodo |
|
en torno suyo se mueve. |
|
Epílogo
|
|
|
Como en fértil campiña mies lozana, |
|
así brotan en haces apretados |
|
los pensamientos en la mente humana, |
|
y aquéllos que inspiraron los amores, |
|
son como las que veis en los sembrados |
|
rojas o azules flores. |
|
¡Flores rojas o azules! Displicente |
|
os deja el segador; el campesino |
|
sin piedad os destroza; |
|
y el mismo pasajero indiferente, |
|
aunque alegráis su vista en el camino, |
|
os llama «estéril broza». |
|
Mas la doncella del lugar, que goza |
|
tejiendo su guirnalda, |
|
ávida os busca con sus ojos bellos, |
|
os recoge en su falda, |
|
os coloca después en sus cabellos, |
|
y, así adornada, vuela |
|
a la plaza, do en ecos repetidos |
|
resuenan el rabel y la vihuela, |
|
o al matorral espeso, que ella sabe, |
|
donde escucha otra voz, a sus oídos |
|
más que el rabel y la vihuela suave. |