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Nueva primavera

(1831)

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Prólogo

                                                   En los palacios y los museos
veréis pintado paladín rudo,
que revistiendo nobles arreos,
embraza ufano lanza y escudo.
 
     Pero risueña tropa de amores
lo envuelve en giros de alegre danza,
échale al cuello lazos de flores
y le despoja de escudo y lanza.
 
     Así, entre dulces cadenas muero,
llorando inútil vanas porfías,
mientras esgrimen otros su acero
en los combates de nuestros días.
 
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- 1 -

     Blanco está el árbol que asiento
te da glacial a sus pies,
y escuchas gemir el viento,
y en el cielo ceniciento
pardas nubes pasar ves.
 
     Todo está yerto y helado;
monte y valle, selva y prado;
y con mortal desazón,
ves al invierno albergado
en tu propio corazón.
 
     De pronto, el ramaje mueve
sobre ti el árbol llueve
ráfagas alabastrinas,
y tú, que son imaginas
copos de escarcha y de nieve.
 
     Pero, a los pocos instantes,
ves con risueños asombros,
que son pétalos fragantes
los que dispersos y errantes
cayeron sobre tus hombros.
 
     ¡Oh prodigio halagador!
Diciembre truécase en Mayo,
la nieve cámbiase en flor,
y tu corazón a un rayo
se abre otra vez, del amor.
 
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- 2 -

     Reverdece la pradera
al soplo de blanda brisa,
y el sol en la azul esfera
dice, con dulce sonrisa:
-«¡Bienvenida, oh Primavera!»
 
     Te oigo otra vez, ruiseñor,
ora alegre y trinador,
ora triste y quejumbroso;
pero, doliente o gozoso,
¡tu canto siempre es de amor!
 
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- 3 -

     La hermosa noche del Abril florido
abre sus ojos apacibles ya;
el amor te ha postrado y abatido;
           ¡él te levantará!
 
     Entre las hojas, en la muda calma,
trina feliz el tierno ruiseñor,
y ensancha el corazón y eleva el alma
           su canto halagador.
 
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- 4 -

     Amo a una hermosa flor; no sé a cuál de ellas,
           y por eso suspiro.
Un alma busco, y sus corolas bellas
           una por una miro.
 
     La flor trasciende al expirar el día;
           cantan los ruiseñores;
un alma busco, como el alma mía,
           rendida a los amores.
 
     Cantan los ruiseñores y comprendo
           sus ayes desmayados;
estamos por igual, a lo que entiendo,
           medrosos y azorados.
 
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- 5 -

     Llegó el alegre Mayo;
brillan el árbol y la flor hermosa;
y resbalan con lánguido desmayo
allá en el cielo azul nubes de rosa.
 
     El ruiseñor sencillo
canta dichoso en la flexible rama;
ligero brinca el rubio cabritillo
sobre la alfombra de mullida grama.
 
     Yo, con las ansias mías,
doliente yazgo en el vergel risueño;
oigo sonar lejanas armonías,
y sueño sin saber qué es lo que sueño,
 
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- 6 -

     Resuena en el alma mía
placentera melodía
como un eco celestial;
hiende la región vacía
¡oh canción primaveral!
 
     Vuela a la floresta umbrosa,
y entre las flores, allí,
encontrarás una rosa;
saluda a la flor hermosa,
salúdala tú por mí.
 
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- 7 -

     La bella mariposa ama a la rosa
y vuela en torno de sus rojas galas;
ama el sol a la bella mariposa
y su brillante luz quiebra en sus alas.
 
     Pero la esquiva rosa ¿por quién arde?
Si he de deciros la verdad, lo ignoro.
Quizás ama a la estrella de la tarde;
ama quizás al ruiseñor canoro.
 
     No sé a quien ama la encendida rosa;
mas yo amo a todos con igual amor;
estrella de la tarde, mariposa,
rosa, rayo de sol y ruiseñor.
 
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- 8 -

     Todo canta en la floresta,
la rama, el nido y la flor.
¿Quién es, en la alegre fiesta
el experto director
que tan bien rige la orquesta?
     ¿Es la formal ave fría
quien el dulce coro guía?
¿Es la abubilla pedante
que nos cansa todo el día
con su cut-cut incesante?
     ¿Es la cigüeña quizás
la que, con su larga pata,
lleva el seguro compás,
y hace callar o desata
las voces de los demás?
     ¡Ah! no; el docto profesor
que así preside la fiesta,
lo llevo yo en mi interior:
es gran director de orquesta,
creo que se llama Amor.
 
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- 9 -

     « El ruiseñor dio comienzo
cantando sus dulces coplas,
y brotaron verdes céspedes,
lirios, alelís y violas.
Con el pico abrióse el pecho
y saltó la sangre roja;
surgió un rosal de la sangre;
se llenó el rosal de rosas,
y el ruiseñor a esas flores
su amor cantó y sus congojas.
Su hermoso canto a las aves
unió en fraternal concordia;
pero si cesa algún día
su voz, moriremos todas,
y morirá juntamente
la selva que nos aloja».
     En el nido que la encina
guarda oculto entre sus frondas,
así a los gorrioncetes
el gorrión alecciona.
Dice mientras pío, pío,
la maternal gorriona,
que, como ama de la casa,
en sitio de honor reposa.
Es pájara muy casera,
muy buena cobijadora,
que jamás, cuidando el nido,
se altera ni se alborota.
En tanto, el pájaro viejo
fácil pasatiempo logra
dándoles a sus hijuelos
educación religiosa.
 
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- 10 -

     Tibia noche de Abril en dulce calma
abre todas las flores; si se aduerme
en descuidados éxtasis el alma,
¡cuán fácil al Amor será el prenderme!
 
     Mas ¿cuál de tantas deliciosas flores
rendir podrá mi voluntad serena?
dícenme los parleros ruiseñores:
«Guárdate de la cándida azucena».
 
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- 11 -

     Crece el afán, estallan los enojos,
y el seso otra vez siento transtornado.
La primavera y dos hermosos ojos
contra mi corazón se han conjurado.
 
     ¡Primavera! ¡Pupilas amorosas!
¿Por qué me habéis robado la razón?
¡Ay! también -o sé poco de estas cosas-
andan los ruiseñores y las rosas
           en la conjuración.
 
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- 12 -

           Mi corazón ansía
llorar, llorar con amoroso llanto,
con llanto de tristeza y alegría.
           ¡Cómo temo, alma mía,
que al fin consigas lo que anhelas tanto!
 
           ¡Ay! la amarga ventura
del amor y su dulce sufrimiento,
           penetrar en la hondura
del mal curado corazón ya siento.
 
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- 13 -

     Entre las verdes hojas indiscretas
los ojos brillan del Abril florido,
y son las azuladas violetas
que para hacerte un ramo he recogido.
 
     En ti pienso, y las miro dulcemente,
y todos mis ensueños seductores
conforme van brotando de mi mente,
publicándolos van los ruiseñores.
 
     Publicándolos van, y el fugaz viento
los esparce después en vuelo suave;
mira cómo mi oculto pensamiento
toda la selva lo conoce y sabe.
 
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- 14 -

     Si pasas cerca de mí
y me roza tu vestido,
siento loco frenesí,
y se lanza en pos de ti
mi corazón atrevido.
     Mas si en movimiento leve
fijas en mí la atención,
tal tu mirar me conmueve,
que a seguirte no se atreve
mi cobarde corazón.
 
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- 15 -

     Abre el cáliz hermoso
           la flor de la laguna,
y un ósculo callado y amoroso
           le da la blanca luna.
 
     La frente avergonzada
           la flor baja al instante,
y en el agua la faz ve retratada
           de su pálido amante.
 
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- 16 -

     Si tienes ojo avizor,
a través de mi cantar,
siempre, cual sombra de amor,
verás con vago fulgor
hermosa joven pasar.
 
     Si tienes fino el oído
escucharás su querido
acento con embeleso,
y canto, risa o gemido,
ha de trastornarte el seso.
 
     Su voz, su mirada amante
te robarán paz y calma;
e irás por la selva errante,
llevando siempre delante
los dulces sueños del alma.
 
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- 17 -

     -« En noche de primavera,
poeta, ¿qué haces aquí?
las flores de la pradera
se han vuelto locas por ti.
 
     »Están las púdicas rosas
encendidas; azoradas
las violetas; las medrosas
azucenas desmayadas».
 
     -«¡Luna, me cuentas horrores!
raza bien sentimental
es la raza de las flores!
¡Hice mal; pero muy mal!
 
     »Mas ¿quién hubiera creído
que escuchaban todas ellas
cuando mi amor, conmovido,
declaraba a las estrellas?»
 
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- 18 -

     Con tus azules pupilas
me miras tan tierna y dulce,
que ni abrir puedo los labios,
trastornado por sus lumbres.
 
     De tus azules pupilas
todos mis anhelos surgen,
y mi alma inunda un torrente
de pensamientos azules.
 
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- 19 -

     Ya está otra vez mi corazón vencido;
domada está otra vez su estéril ira;
el soplo del Abril lo ha enternecido
y nuevo esclavo del amor, suspira.
 
     Sigo las alamedas del paseo,
atento a mi ilusión camino errante;
si un sombrero de paja lejos veo
pienso encontrar su celestial semblante.
 
     Recorriendo las márgenes del río,
al viejo puente voy con mis antojos,
por si pasa en su coche el dueño mío
y se encuentran sus ojos con mis ojos.
 
     Y en el sordo rumor de la cascada
una voz oigo, para mí elocuente,
y traduzco en el alma apasionada
lo que dice esa voz de la corriente.
 
     Cruzo el parque soñando sin sentirlo,
y me pierdo en su dédalo intrincado,
y oculto en la maleza silba el mirlo
burlándose del loco enamorado.
 
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- 20 -

     ¿Percibe la hermosa flor
la esencia, que entrega al viento?
¿Sabe el diestro ruiseñor
el halago embriagador
que nos produce su acento?
 
     No lo sé, y es grave cosa
averiguar la verdad:
si mienten pájaro y rosa
¡qué mentira tan sabrosa
y de cuánta utilidad!
 
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- 21 -

     No te enojes, querida;
porque te adoro tanto, huyo de ti.
¿Cómo elevar mi frente dolorida
junto a tu rostro floreciente? di.
 
     Tal me ha puesto el amor que doy espanto;
y al verme, te apartaras tu también.
Huyo de ti porque te adoro tanto;
           no te enojes, mi bien.
 
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- 22 -

     Entre las flores voy, hermoso dueño,
y florece a la par mi corazón;
voy vacilante, como en vago sueño,
           como en fugaz visión.
 
     Sosténme, dulce bien. Turba mi mente
la embriaguez del amor, que estalla ya;
y me postro a tus plantas, y de gente
           lleno el jardín está.
 
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- 23 -

     La imagen de la luna se estremece
en las olas del mar, tristes y obscuras;
y lejano su disco resplandece
           tranquilo en las alturas.
 
     Así tú pasas plácida y tranquila,
¡oh dulce amor! en inocente calma,
y tu imagen triunfal tiembla y vacila
           en el fondo de mi alma.
 
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- 24 -

     Santa alianza celebraron
nuestros dos pechos también;
cariñosos se estrecharon
y se comprendieron bien.
 
     Pero tu confederada,
la que tu pecho adornó,
la fresca rosa, aplastada
en el abrazo quedó.
 
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- 25 -

     Dime, dime, ¿quién era
el que inventó el reloj,
y en horas y minutos
el tiempo dividió?
Hombre frío sería,
frío y calculador.
Las noches del invierno
insomnes las pasó,
contando uno por uno
los pasos del ratón
y el rechinar del triste
gusano roedor,
que, oculto en la madera,
excava su prisión.
 
     Dime, ¿quién el primero
los besos inventó?
Hombre feliz seria,
de ardiente corazón,
que, al inventar el beso,
sólo en besar pensó.
¡Era en el dulce Mayo;
abríase la flor,
trinaban los jilgueros,
resplandecía el sol!
 
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- 26 -

     ¡Cómo los frescos alelís trascienden!
El cielo es de azul pálido y en él
son las estrellas, que su luz encienden,
abejas de oro en volador tropel.
 
     Blanca, alegre, feliz, quinta cercana
miro entre negros árboles brillar;
rechina la vidriera en la ventana,
y la querida voz oigo charlar.
 
     ¡Dulce y viva emoción que inunda el pecho!
¡tierno y tímido abrazo del amor!
¡y están las rosas nuevas en acecho!
¡y preludia su canto el ruiseñor!
 
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- 27 -

     ¿No he soñado ya estos sueños?
¿no he amado ya estos amores?
¿no eran ¡ay! tan halagüeños
aquellos besos risueños
y aquellas fragantes flores?
 
     Luz de luna mal velada
¿no entraba también filtrada
en nuestro nido de yedra?
¿no velaban a la entrada,
cual hoy, deidades de piedra?
 
     ¡Ah! Bien sé que en giro leve
huye siempre la ilusión;
y al soplar el cierzo aleve,
cubre una capa de nieve
los campos, y el corazón.
 
     Y mañana olvidaremos
la ventura que hoy gozamos
hoy, que tanto nos queremos
y con tan dulces extremos
¡ay de mí! nos abrazamos.
 
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- 28 -

     ¡Oh dulces besos en la sombra hurtados,
y que en la sombra el labio devolvió!
¡Cuán dulces vuestros goces regalados
son para el alma que constante amó!
 
     Extasiados en plácidas memorias
y en esperanzas de mayor placer,
pensamos nuevas dichas y victorias
de venideros días entrever.
 
     Mas cuando el beso estalla delirante
¿quién puede discurrir y razonar?
¡Llora, mi bien; nada hay en ese instante
           más dulce que llorar!
 
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- 29 -

     Era un rey triste y anciano,
un rey de cabello cano,
de alma enferma y pesarosa;
a niña muy hermosa dióle
trono, cetro y mano.
 
     Era un paje alegre y bello,
de suelto y rubio cabello,
de alma amorosa y lozana;
llevaba, orgulloso de ello,
la cola a su soberana.
 
     ¿Sabes esa historia cruel?
Siempre en mi pecho
llagado triste y dulce ha resonado.
Murieron reina y doncel;
se querían demasiado.
 
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- 30 -

     Agólpanse otra vez al pensamiento
las bellas sombras que borró el olvido.
¿Qué es lo que tiene tu amoroso acento,
           que así me ha conmovido?
 
     No digas que me quieres. Todo cuanto
brilla en el mundo y seductor florece,
primavera y amor, vida y encanto,
           todo expira y fenece.
 
     ¡No digas que me quieres, dulce dueño!
bésame silenciosa: así me agradas.
Y sonríe mañana, si te enseño
las rosas frescas hoy, ya deshojadas.
 
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- 31 -

     -«A los serenos fulgores
de la luna abren los tilos
sus aromáticas flores;
llenan los bosques tranquilos
gorjeos de ruiseñores.
 
     »Ven aquí, mi fiel amante,
y veremos sin congojas
cómo tiembla palpitante
el rayo puro y brillante
de la luna entre las hojas.
 
     »Mira, como un corazón
las hojas del tilo son;
por eso los que bien quieren
en la más dulce ocasión
su grata sombra prefieren.
 
     »Mas tú en la región vacía
tiendes incierta mirada,
desatento a la voz mía.
Di, ¿qué nueva fantasía
surge en tu alma enamorada?»
 
     -«Yo te lo diré, bien mío:
quisiera que el cierzo frío
tremendo turbión trajera,
y que ese turbión sombrío
de nieve el campo cubriera.
 
»Y en un trineo, en ropón
envueltos, de blandas pieles,
por la nevada extensión
resbaláramos al són
de látigo y cascabeles».
 
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- 32 -

     A la luz de la luna, en selva umbría,
los elfos voladores vi pasar
en corceles blanquísimos, y oía
           sus trompas resonar.
 
     Llevaban sus corceles cuernos de oro
y trotaban con loco frenesí,
como los cisnes que en tropel sonoro
           volar a veces vi.
 
     La reina, con sonrisa leve y fría,
en volador escape me miró.
¿A mis nuevos amores aludía,
           o mi cercana muerte presagió?
 
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- 33 -

     Voy al campo, y violetas ruborosas
busco y te envío todas las mañanas;
vuelvo al campo al ocaso, y de las rosas
elijo para ti las más lozanas.
 
     ¿Sabes tú lo que dicen, vida mía,
esas flores, galantes mensajeras?
Que me quieras constante todo el día,
y por la noche, que también me quieras.
 
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- 34 -

     Tu carta cruel de recibir acabo,
           querida, y no me amarga.
Dices que ya no me amas; pero, al cabo,
           ¡tu epístola es tan larga!
 
     ¡Doce planas completas! Y es, hermosa,
           tu letra bien metida.
Nadie ha gastado nunca tanta prosa
           para una despedida.
 
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- 35 -

     No temas que ante la gente
descubra yo mi ansiedad,
aunque afanoso y ardiente
hable hiperbólicamente
mi labio de tu beldad.
 
     Bajo ese inmenso montón
de metafóricas flores,
que disfrazan mi pasión,
velan su conspiración
nuestros secretos amores.
 
     Y si chispas sospechosas
estallan entre esas rosas,.
no te alarmes, vida mía;
nadie cree en estas cosas
y dirán: «Es poesía».
 
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- 36 -

     Los rumores de Abril en pleno día
penetran en mis noches halagüeños,
cual ecos de una verde melodía
que se deslizan en mis dulces sueños.
 
     Pero, como en Edén maravilloso,
trinan entonces más los ruiseñores,
es el aire más blando y delicioso,
y son más aromáticas las flores.
 
Las rosas hermosísimas contemplo
con sus nimbos de luz en la corola,
cual los querubes que en antiguo templo
pintó el artista con dorada aureola.
 
     Yo mismo entonces imagino y siento
que soy cual otro ruiseñor, y canto,
y el amoroso afán que experimento
digo a las rosas con secreto encanto.
 
     Hasta que me despiertan los fulgores
de la aurora y la tropa charlatana
de esos otros amantes ruiseñores,
que vienen a cantar a mi ventana.
 
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- 37 -

     Con sus piececitos de oro
por el firmamento el coro
de los astros lento va.
Despertar no quiere al mundo
que en el regazo profundo
de la noche duerme ya.
 
     Los bosques humedecidos
se vuelven todos oídos;
y silenciosos también,
en contorsiones extrañas
se estremecen las montañas
que allá a lo lejos se ven.
 
     ¿Qué es ese trémulo acento
que en el corazón yo siento
con encanto halagador?
¿Suena la voz de mi hermosa,
o no es quizás otra cosa
que el trino del ruiseñor?
 
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- 38 -

     La primavera está pálida y fría,
hay en sus sueños inquietud sombría;
           hay tristeza en sus flores;
           vaga melancolía
en la voz de sus tiernos ruiseñores.
 
     ¡Hermosa niña, a quien adoro tanto!
no me sonrías con alegre encanto.
           Llora, querida, llora;
           quiero enjugar tu llanto
besándote la faz encantadora.
 
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- 39 -

     Al corazón que amo tanto
el mío debo arrancar...
¡viviera aquí tan dichoso
sin dejarte a ti jamás!
     Rueda el coche, cruje el puente;
¡oh, cuán turbio el río va!
¡Adiós! ¡De ti me despido,
de ti, mi felicidad!
     Dispérsanse las estrellas,
huyendo de mi quizás...
¡Adiós, mi amor! Por muy lejos
que me lleve hado fatal,
en mi corazón tu imagen
por siempre florecerá.
 
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- 40 -

     Florece ilusión temprana
y mustia en seguida está;
vuelve a florecer lozana,
y así va la vida humana
hasta que en la tumba da.
 
     Esas leyes del destino
nubes de mi dicha son;
y, de su mal adivino,
desángrase de contino
gota a gota el corazón.
 
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- 41 -

     Paréceme hoy el cielo
           rostro de anciano,
con guedejas de pelo
           mugriento y cano;
           y turbio, rojo,
en medio de la frente
           no más un ojo.
 
     Hacia la tierra mira
           con honda angustia,
y todo al punto expira,
           todo se mustia;
                mueren las flores
     y en el alma con ellas
           risas y amores.
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- 42 -

     Tétrico y meditabundo
voy al azar por el mundo
           triste y frío;
Otoño a morir camina,
y la pálida neblina
desplega el manto sombrío.
      El cierzo las sueltas hojas
que yacen mustias y rojas,
           lento mueve;
suspira el pino en el monte,
enlútase el horizonte,
y lo peor es que llueve.
 
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- 43 -

     Pardas brumas otoñales
inundan selvas y prados,
y álzanse por todos lados,
cual espectros funerales,
los árboles deshojados
 
     Uno entre ellos solamente
tierno siempre y floreciente,
con silenciosa armonía
columpia su verde frente,
que dulce llanto rocía.
 
     Mi corazón parecido
es a ese campo aterido
por tormenta destructora,
y el árbol fresco y florido
es vuestra imagen, señora.
 
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- 44 -

     Un cielo gris, triste, soso;
la ciudad siempre la misma,
contemplándose en el Elba
pesarosa y aburrida;
narizotas que, al sonarse,
gruñen como antes gruñían,
y que se inclinan hipócritas
o que petulantes se hinchan...
     ¡Tierras del sol! ¡Cielo claro
y azul! ¡Deidades benignas!
os adoro más que nunca
desde que otra vez soy víctima
de esta grotesca gentuza
y este insoportable clima.
 
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Tannhauser

 
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Leyenda

I
                                                   Las redes evitad, buenos cristianos,
           que Satanás os tienda;
os contaré la historia de Tannhauser,
           para que estéis alerta.
 
     Sintió Tannhauser, noble caballero,
de amor y de placer ansias frenéticas;
fue a la montaña de la hermosa Venus;
           siete años vivió en ella.
 
     -«Señora Venus, mi gentil Señora,
pásalo bien, idolatrada reina,
voy a marchar de aquí; dejarte quiero,
           y te pido licencia».
 
     -«Tannhauser, noble caballero mío,
aún tus besos mis labios hoy esperan.
           Bésame cariñoso,
y explícame las faltas que en mí encuentras.
 
     »¿No te escanció jovial todos los días
el mejor vino, como dulce néctar?
Todos los días, a tu noble frente,
           ¿no ciño rosas frescas?»
 
     -«Señora Venus, mi gentil Señora,
tósigo son, que suave me envenena,
tus dulces besos y tu dulce vino.
Hoy amarguras ansia mi alma enferma.
 
     »Jugamos y reímos demasiado;
lágrimas sólo mi dolor anhela,
en vez de frescas rosas, ceñir quiero
           de espinas mi cabeza».
 
     -«Tannhauser, noble caballero mío,
           ¿por qué así te querellas?
No dejarme jamás, mil y mil veces,
           me ha jurado tu lengua.
 
     »A mi cámara ven, y gozaremos
las emociones del amor secretas;
allí tu sangre encenderá mi cuerpo
           blanco cual azucena».
 
     -«Señora Venus, mi gentil Señora,
florecerá por siempre tu belleza;
           ardieron por ti muchos,
y arderán otros muchos en tu hoguera.
 
     »Al pensar en los dioses y en los héroes
a quienes fue tu amor fácil ofrenda,
casi me causa repulsión tu cuerpo,
           blanco cual azucena.
 
     »Tu cuerpo, sí, cual azucena blanco,
me espanta aún más, si en multitud inmensa
imagino tus nuevos gozadores
           de la edad venidera».
 
     -«Tannhauser, noble caballero mío,
           no hables de esa manera;
prefiero que iracundo me golpees,
           como tú me golpeas.
 
     »Prefiero que iracundo me golpees
a que me insultes, y mejor quisiera
que para mí, cristiano adusto y frío,
tu corazón cerrase la soberbia.
 
     »Porque mucho te amé, recibo y oigo
           semejantes ofensas.
Pásalo bien; ya tienes mi permiso.
           Ve; yo te abro la puerta».
 
II
     ¡A Roma! ¡A Roma! En la ciudad bendita
suenan campanas, cánticos y rezos.
           La procesión avanza,
y el augusto Pontífice va en medio.
 
     Es el justo y piadoso Papa Urbano.
Tres coronas le sirven de ornamento;
           de púrpura es su manto;
llevan su cola nobles caballeros.
 
     -«Escucha, Padre Santo, Papa Urbano,
           tranquilo no te dejo,
hasta que oyendo en confesión mis culpas,
           me salves del infierno».
 
     Cesan los cantos místicos; se aparta
           formando corro el pueblo.
¿Quién es el peregrino? Ante el Pontífice
           él se arrodilla, trémulo.
 
     -«Escucha, Padre Santo, Papa Urbano,
puedes atar y desatar. Benévolo
sálvame de las llamas infernales,
           sálvame del Protervo.
 
     »Soy el noble Tannhauser; sentí un día
de amor y de placer el voraz fuego;
la montaña de Venus busqué ansioso,
y siete años viví bajo su imperio.
 
     »¡Venus es una hermosa encantadora
que hechiza el alma y encadena el cuerpo;
es más dulce que aroma de las flores
           y luz del sol, su acento.
 
     »Como, sobre la flor, la mariposa,
revolotea, y en su cáliz tierno
liba la miel, volaba el alma mía
sobre sus labios, cual las rosas frescos.
 
     »Ciñen su noble frente
crenchas rizadas de cabellos negros;
cuando nos miran sus rasgados ojos
           el hálito perdernos.
 
     »Cuando nos miran sus rasgados ojos,
cautivos somos, en sus redes presos.
Para escapar de la fatal montaña
           hice un supremo esfuerzo.
 
     »Pude escapar de la fatal montaña;
pero me van buscando y persiguiendo
           los ojos de la hermosa,
y por señas me dice: -'Ven de nuevo'.
 
     »De día soy cual mísero cadáver;
cobro de noche vida y sentimiento;
sueño en mi hermosa, y viene, y feliz ríe
           sentándose en mi lecho.
 
     »Ríe feliz, regocijada, loca,
y me muestra, al reír, al descubierto
sus blancos dientes y suspiro y lloro
           cuando en sus risas pienso.
 
     »Amóla con amor irresistible,
           que reprimir no puedo;
es tremenda cascada, que destroza
           los diques a ella opuestos.
 
     »De roca en roca salta con blanquísimos
borbotones de espuma y bronco estruendo;
           se quiebran sus raudales,
mas sigue audaz su curso turbulento.
 
     »El cielo a mi hechicera le daría,
si fuera mío el cielo,
el sol, la luna y las estrellas todas
que hay en el firmamento.
»Amóla con amor irresistible,
en cuya viva hoguera estoy ardiendo...
¿Son éstas ya las infernales llamas?
¿Los tizones eternos?
»Escucha, Padre Santo, Papa Urbano;
puedes atar y desatar; benévolo
sálvame de las llamas infernales;
           líbrame del Protervo».
 
     Alzó la mano majestuosa el Papa,
y le habló en estos términos:
-«Tannhauser infeliz; es imposible
           romper tu encantamiento.
 
     »Es el peor de los demonios todos
           el que apellidas Venus;
para arrancate a sus hermosas garras,
           facultades no tengo.
 
     »Debe pagar por siempre el alma tuya
los goces de la carne pasajeros.
Estás ya condenado al perdurable.
           suplicio del infierno».
 
III
     Corrió Tannhauser el mundo
llagados los pies tenía.
Al monte de Venus vuelve;
media noche es cuando arriba
     Despierta la hermosa Venus;
salta del lecho tranquila;
le tiende los blancos brazos;
le estrecha cariñosísima.
     De su nariz brota sangre,
y lloro de sus pupilas;
con la sangre y con el lloro
el rostro al galán le pinta.
     El, sin desplegar los labios,
en el lecho se reclina;
ella al fogón se dirige,
y buena sopa le guisa,
     La sopa y el pan le ofrece;
los pies le cura y le limpia;
le peina bien el cabello;
le alegra con sus sonrisas.
     -«Tannhauser, mi caballero,
larga fue tu correría.
Las tierras que has visitado
quiero que tú me las digas».
     -«Para el país de los celtas
fue mi primera visita;
asuntos en Roma tengo,
y allá fui con ansias vivas.
     »Roma, junto al río Tíber,
se encumbra en siete colinas;
hablé con el Padre Santo,
y me dio para ti albricias.
     »De regreso, vi a Florencia
y a Milán, ciudad magnífica;
y entré por los vericuetos
de la selvática Suiza.
     »Trepé animoso, a los Alpes;
desde allí, ¡qué hermosa vista!
Volaba graznando el águila;
un lago azul sonreía.
     »Cuando llegué al San Gotardo,
la Germania hallé dormida,
de sus treinta y seis monarcas
bajo la guardia solícita.
     »Vi la escuela de los vates
en Suavia: ¡menuda y mísera
ralea! con chichoneras
resguardan las cabecitas.
     »En Dresde vi el mejor perro
que he visto en toda mi vida;
perdió los dientes; no muerde;
pero ladra todavía.
     »En Weimar, grato a las Musas,
tristes lamentos se oían:
     '-¡Ha muerto Goethe!' clamaban;
'¡Y Eckermann aún vive y triunfa!'
     »Oí en Berlín fuertes gritos,
y pregunté: -'¿Por qué gritan?'
-'Gans, desde el siglo pasado
lección igual nos explica'.
     » Florecen todas las ciencias,
mas no dan fruto, en Gotinga,
al llegar en noche obscura,
no vi una luz encendida.
     »Vi el correccional de Celle;
sólo Hannover lo utiliza;
un correccional nos falta
que a toda Alemania sirva.
     »La honrada ciudad de Hamburgo
es de bandidos guarida;
y cuando llegué a la Bolsa
aún en Celle me creía.
     »Estuve en Altona luego;
tiene hermosa perspectiva.
Lo que me pasó en Altona,
te lo contaré otro día».
 
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Romances y otras poesías

 
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El caballero Olao

I
                                                   Dos hombres hay ante la iglesia, y visten
      los dos traje purpúreo.
Es uno de ellos el monarca; el otro...
           el otro es el verdugo.
 
     Dice al verdugo el rey: -«Ya las postreras
           oraciones escucho;
están cumplidos los nupciales ritos:
           el hacha ten a punto».
 
     Suena el órgano, suenan las campanas;
           sale el pueblo en tumulto;
y salen entre el séquito brillante
           los esposos en triunfo.
 
     Pálida, cual la muerte, va la hermosa
           hija del rey adusto;
el bravo Olao, impávido y sereno,
           con sonrisa de júbilo.
 
     Con sonrisa de júbilo le dice
           al rey: -«Yo te saludo,
suegro y señor; aguarda mi cabeza
           el hacha del verdugo.
 
     »He de morir; pero hasta media noche
           no sea, y como es justo,
a la boda banquetes y cantares
           y danzas den tributo.
 
     »Permitidme vivir hasta que apure
           mi labio moribundo
la última copa; hasta que alegre marque
           el baile el compás último».
 
     -«Sea como lo pide el noble yerno»
           dice el rey, y al verdugo,
-«Viva hasta media noche», y luego añade:
           -«el hacha ten a punto».
 
II
     Olao, con regio banquete
sus tristes bodas celebra,
y apura de un solo sorbo
la fatal copa postrera.
En los hombros del mancebo
dobla la hermosa cabeza
la hija del rey sollozando...
y está el verdugo a la puerta.
     Nuncia música festiva
que ya las danzas comienzan,
y Olao el talle flexible
de su desposada estrecha.
En rápido remolino,
trazando círculos vuelan,
y es el círculo postrero...
y está el verdugo a la puerta.
     ¡Cómo suspiran las flautas!
¡cuál sollozan las vihuelas!
¡Todos asombrados miran
la hermosísima pareja;
asombrados miran todos,
y el corazón se les vuelca.
Van bailando, van bailando...
y está el verdugo a la puerta.
     Como un ascua resplandece
la sala del baile espléndida,
y así en voz baja le dice
Olao a su compañera
     -«¡Cuánto te quiero, alma mía!
¡si comprenderlo pudieras!
¡Cuán frío estará el sepulcro!!!»
Y está el verdugo a la puerta.
 
III
     Olao, tu vida concluye,
ha sonado media noche;
sedujiste a una princesa
con tus livianos amores.
     Ya van cantando los prestes
las últimas oraciones;
ya el verdugo junto al tajo,
se apoya en el hacha inmóvil.
     Ya desciende el caballero
hacia el ancho patio donde
brillan espadas y antorchas
con siniestros resplandores.
     Y aún la sonrisa a su rostro
da triunfales arreboles,
y aún extasiado y radiante,
va diciendo estas razones:
     -«Bendigo, al sol y a la luna
y a las estrellas menores,
al luminar de los días
y a los astros de la noche.
     »Bendigo a las avecillas
que al aire dan sus canciones,
bendigo al mar y a la tierra,
a los campos y a las flores.
     » Bendigo a las azuladas
violetas que allá en el bosque
copian de sus ojos claros
los matices y fulgores.
     »Bendigo esos ojos claros,
tumba de mis ilusiones,
y el árbol a cuya sombra
gocé, oh bella, tus favores».
 
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Godofredo Rudel y Melisenda de Trípoli

 
                                                   ¡Oh castillo de Bley! Tus aposentos
aún con flotantes pliegues cubren hoy
viejos tapices, que con diestra mano
la condesa de Trípoli bordó.
     Los bordó con la aguja y con el alma,
bañándolos en lágrimas de amor;
de las escenas de su propia vida
traslado exacto las figuras son.
     Moribundo, en la playa, la condesa
halla a Rudel, el bello trovador,
y al punto mira en él estremecida
al ideal amante que soñó.
     Rudel mira anhelante a la condesa,
y como celestial aparición,
por vez primera y última contempla
la imagen fiel de su soñado amor.
     Ella se inclina sobre el yerto joven
y lo estrecha con trémula emoción,
besando, mudo y lívido, aquel labio
que dijo tantas trovas en su honor.
     Y ese beso feliz de bienvenida
será a la vez el ósculo de adiós,
y apuran juntos en el mismo cáliz
el mayor goce y el mayor dolor.
 
     ¡Oh castillo de Bley! todas las noches
se oye en tus aposentos vago són,
y en los viejos tapices las figuras
vida recobran, movimiento y voz.
     Los fantásticos miembros sacudiendo,
saltan del muro dama y trovador;
y por las anchas salas van y vienen,
y vuelven a pasar juntos los dos.
     ¡Dulces suspiros!¡inocentes juegos!
¡tiernos secretos de infeliz pasión!
¡galanterías de los dulces tiempos
del gay-saber, desconocidas hoy!
     -«¡Godofredo! a tu acento cariñoso
se despierta mi muerto corazón;
de sus frías cenizas una chispa
brota del fuego aquel que me abrasó».
     -«¡Melisenda! mirándome en tus ojos
vida y sentido recobrando voy;
sólo en mí ser murieron para siempre
humano afán y terrenal dolor».
     -«¡Godofredo! primero nos quisimos
en sueños de dulcísima ilusión;
hoy en la fría muerte nos amamos:
¡portento es este del flechero dios!»
     -«¡Melisenda! ¡Mi bien! ¿Qué son los sueños?
¿Qué es la muerte? Palabras sin valor.
amor sólo es verdad, y eternamente
me has de amar tú y he de adorarte yo».
     -«¡Godofredo! ¡Cuán dulce y deleitoso
es de la luna el tibio resplandor!
Bien estamos aquí; nunca salgamos
a la importuna claridad del sol».
     -«¡Melisenda! ¡tú eres, prenda mía,
sol, claridad y ráfaga y fulgor!
Donde estás allí están la primavera
y la luz, y la dicha y la ilusión!»
 
     Así diciendo, las gentiles sombras,
de sala en sala van, juntas las dos,
y a través de la gótica ventana
la luna acecha su vagar veloz.
     Hasta que al fin las viejas galerías
inunda y dora el matutino albor,
y en los tapices de flotantes pliegues
escóndese la doble aparición.
 
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El rey Haraldo

 
                                                   En brazos de fada hermosa
yace el noble rey Haraldo;
en el fondo del mar yace,
y los días van pasando.
     Ni vivir ni morir puede,
tal la fada lo ha hechizado;
y en ese dulce martirio
lleva ya doscientos años.
     La cabeza el rey descansa
sobre el seductor regazo,
y los bellos ojos mira,
sin acabar de mirarlos.
     Plata son ya sus cabellos,
su cuerpo está enfermo y flaco;
los pómulos amarillos
saltan de su rostro escuálido.
     A veces turban sus sueños
estremecimientos vagos,
cuando bate la borrasca
su cristalino palacio.
     A veces oye, allá arriba,
gritos de guerra normandos
y alza los brazos de pronto,
para volver a bajarlos.
     A veces mira a lo lejos
marinos que van cantando;
lo que cantan los marinos
glorias son del rey Haraldo.
     Y entonces profundo gime,
y la hechicera, al notarlo,
se inclina, y risueña estampa
beso de fuego en sus labios.
 
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Un azraíta

 
                                                   Al jardín todas las tardes,
cuando quiere anochecer,
la hija del sultán hermosa
baja y pasea por él.
Junto a la fuente sonora
detiene el paso tal vez
y los limpios surtidores
ve saltar y oye caer.
     Al jardín todas las tardes,
cuando quiere anochecer,
viene el esclavo gallardo,
e impasible se le ve
junto a la fuente escuchando
los surtidores también.
Cada tarde, de su rostro,
es mayor la palidez.
     Una tarde la princesa
llega presurosa ante él:
-«¿Cuál es tu nombre? le dice,
tu patria, esclavo, ¿cuál es?
-Arabia me dio la cuna;
llamáronme Mohamet.
Soy de aquellos azraítas
que mueren cuando aman bien».
 
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Fiesta primaveral

 
                                                   ¡Cuán tristes, oh Primavera,
cuán tristes son hoy tus goces!
Vírgenes atribuladas
en ansioso tropel corren,
la túnica desceñida,
los cabellos en desorden,
y con ayes lastimeros
«¡Adonis!» gritan «¡Adonis!»
     La luz apaga el ocaso,
y ellas, por valles y bosques,
agitando rojas teas,
van buscando y dando voces.
Y entre lágrimas y risas,
y lamentos y clamores,
el eco apesadumbrado
¡Adonis!» repite «¡Adonis!»
 
     El más gallardo mancebo,
el más amoroso joven,
tendido entre rosas yace
helado, lívido, inmóvil;
la púrpura de sus venas
colora todas las flores,
y llena todos los aires
el grito «¡Adonis! ¡Adonis!»
 
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A la madrugada

 
                                                   Esta mañana, lóbrega envolvía
la niebla el arrabal de San Marcelo,
tarda niebla otoñal, pálida y fría,
cual noche clara en despejado cielo.
 
     Envuelto en su penumbra misteriosa,
vagaba yo al azar, cuando asombrado
imagen femenil leve y hermosa
cual rayo de la luna, vi a mi lado.
 
     Cual un rayo apacible de la luna
deslizábase muda, tenue y bella,
no vi en Francia jamás mujer alguna
tan gallarda y airosa como aquella.
 
     ¿Era la misma luna, que del carro
nacarado bajó, y al mundo vino,
porque halló, más hermoso y más bizarro,
otro Endimión en el Cuartel latino?
 
     Marché a casa pensando: temerosa
de mi se recataba y se escondía:
sin duda me tomó la casta diosa
por Febo, el boquirrubio, que el sol guía.
 
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Un astro caído

 
                                                   Era un astro, y tan fúlgido brillaba
que a fuerza de brillar cayó del cielo.
¿Qué es el amor, oh niña, me preguntas?
Astro caído en un montón de estiércol.
 
     Como roñoso can, muerto y corrupto,
de podredumbre hedionda está cubierto;
el gallo canta; gruñe y en el fango
su lascivia feroz revuelca el cerdo.
 
     Caiga yo en el jardín, donde las flores
me aguardan ya con impaciente anhelo;
y encuentre allí, como anhelante imploro,
pulcra la muerte y perfumado el féretro.
 
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Una mujer

 
                                                   Se amaban con frenética pasión;
ella era una ramera; él un ladrón;
cuando él fraguaba alguna fechoría,
se echaba ella en la cama, y se reía.
 
     Pasaba el día en huelga y sin afán,
y la noche en los brazos del galán;
cuando se lo llevó la policía,
del balcón lo miraba, y se reía.
 
     Él, de la cárcel, le mandó decir
que no podía sin su amor vivir;
a un lado y otro lado ella movía
la cabeza fisgona, y se reía.
 
     A las seis lo colgaron; al sonar
las siete, lo llevaron a enterrar;
cuando daban las ocho el mismo día,
ella se emborrachaba, y se reía.
 
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La desconocida

 
                                                   Sé que a los jardines regios
de las Tullerías va
todas las tardes la hermosa
rubia, que es mi dulce imán,
y que bajo sus frondosos
castaños la he de encontrar.
La acompañan dos odiosas
damas de madura edad.
¿Son sus tías? ¿son dragones
con femenino disfraz?
Las dos dueñas bigotudas
horrible miedo me dan,
y aun mi corazón inquieto
más miedo me hace pasar;
y así, cuando en los jardines
me cruzo con mi beldad,
ni el más mínimo requiebro
me decido a pronunciar,
y apenas en mis pupilas
arde el interior volcán.
     Hoy he sabido su nombre
por pura casualidad;
se llama Laura, lo mismo
que la hermosa provenzal,
por el excelso poeta
amada con loco afán.
     ¡Se llama Laura!, ¡Qué dicha!
me encuentro en el caso igual
que el Petrarca, cuando ansioso
consagraba a su deidad
de sonetos y canciones
inagotable raudal.
     ¡Se llama Laura! y lo mismo
que Petrarca, he de gozar
la platónica delicia,
la pura felicidad
de embriagarme en la dulzura
de su nombre celestial.
     Al fin y al cabo, Petrarca
no consiguió nada más.
 
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La fortuna

 
                                                   ¡Ah, señora Fortuna! inútilmente
desdeñosa te muestras. Tus favores
conquistaré con ánimo valiente
como todos los bravos luchadores.
     En la reñida lid caerás domada;
ya forjo el yugo al que serás uncida;
pero al verte a mis plantas desarmada,
siento en el corazón mortal herida.
     La roja sangre brota en largo río
y el dulce soplo del vital aliento...
y cuando el triunfo que anhelé, ya es mío,
ceder mis fuerzas y morir me siento.
 
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Alí Bey

 
                                                   Alí Bey, el más heroico
paladín de los creyentes,
en los brazos de una hermosa
disfruta el mayor deleite,
y el mismo Alah poderoso
se complace y goza viéndole
disfrutar del Paraíso
anticipados placeres.
Odaliscas le rodean
bellas como hurís celestes;
una las barbas le riza,
otra le ha ungido las sienes,
otra la cítara pulsa,
baila y canta alegremente,
y el pecho le besa, en donde
todas las delicias hierven.
 
     Suenan trompetas de pronto,
fragor de encontradas huestes,
choque de espadas y alfanjes,
estampidos de mosquetes,
y entre ellos voces que gritan:
-«¡Gran señor, los francos vienen!»
En su caballo de guerra
intrépido monta el héroe;
como en sueños, corre al campo
del combate, porque siempre
de los brazos de su hermosa
los dulces halagos siente,
y mientras caen a sus golpes
cabezas de los infieles,
cual feliz enamorado
sonríe tranquilamente.
 
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Primavera

 
                                                   La corriente resbala brilladora;
cuán vivo es el amor en Primavera!
Teje fresca guirnalda la pastora
y sonríe sentada en la ribera.
 
     Las flores dan al viento su ambrosía;
¡cuán vivo en Primavera es el amor!
-«¿A quién esta guirnalda yo daría?»
¿dice la hermosa llena de rubor?
 
     Un caballero pasa galopando;
la saluda con júbilo al pasar.
La bella lo contempla palpitando,
y una pluma a lo lejos ve ondular.
 
     Arroja al río las brillantes flores,
y prorrumpe en un llanto agobiador.
¡Cómo cantan los tiernos ruiseñores!
¡cuán vivo en Primavera es el amor!
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