Prólogo
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En los palacios y los museos |
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veréis pintado paladín rudo, |
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que revistiendo nobles arreos, |
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embraza ufano lanza y escudo. |
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Pero risueña tropa de amores |
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lo envuelve en giros de alegre danza, |
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échale al cuello lazos de flores |
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y le despoja de escudo y lanza. |
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Así, entre dulces cadenas muero, |
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llorando inútil vanas porfías, |
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mientras esgrimen otros su acero |
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en los combates de nuestros días. |
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- 1 -
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Blanco está el árbol que asiento |
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te da glacial a sus pies, |
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y escuchas gemir el viento, |
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y en el cielo ceniciento |
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pardas nubes pasar ves. |
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Todo está yerto y helado; |
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monte y valle, selva y prado; |
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y con mortal desazón, |
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ves al invierno albergado |
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en tu propio corazón. |
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De pronto, el ramaje mueve |
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sobre ti el árbol llueve |
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ráfagas alabastrinas, |
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y tú, que son imaginas |
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copos de escarcha y de nieve. |
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Pero, a los pocos instantes, |
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ves con risueños asombros, |
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que son pétalos fragantes |
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los que dispersos y errantes |
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cayeron sobre tus hombros. |
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¡Oh prodigio halagador! |
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Diciembre truécase en Mayo, |
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la nieve cámbiase en flor, |
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y tu corazón a un rayo |
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se abre otra vez, del amor. |
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Reverdece la pradera |
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al soplo de blanda brisa, |
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y el sol en la azul esfera |
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dice, con dulce sonrisa: |
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-«¡Bienvenida, oh Primavera!» |
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Te oigo otra vez, ruiseñor, |
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ora alegre y trinador, |
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ora triste y quejumbroso; |
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pero, doliente o gozoso, |
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¡tu canto siempre es de amor! |
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La hermosa noche del Abril florido |
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abre sus ojos apacibles ya; |
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el amor te ha postrado y abatido; |
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¡él te levantará! |
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Entre las hojas, en la muda calma, |
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trina feliz el tierno ruiseñor, |
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y ensancha el corazón y eleva el alma |
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su canto halagador. |
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Amo a una hermosa flor; no sé a cuál de ellas, |
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y por eso suspiro. |
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Un alma busco, y sus corolas bellas |
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una por una miro. |
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La flor trasciende al expirar el día; |
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cantan los ruiseñores; |
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un alma busco, como el alma mía, |
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rendida a los amores. |
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Cantan los ruiseñores y comprendo |
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sus ayes desmayados; |
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estamos por igual, a lo que entiendo, |
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medrosos y azorados. |
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Llegó el alegre Mayo; |
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brillan el árbol y la flor hermosa; |
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y resbalan con lánguido desmayo |
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allá en el cielo azul nubes de rosa. |
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El ruiseñor sencillo |
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canta dichoso en la flexible rama; |
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ligero brinca el rubio cabritillo |
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sobre la alfombra de mullida grama. |
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Yo, con las ansias mías, |
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doliente yazgo en el vergel risueño; |
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oigo sonar lejanas armonías, |
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y sueño sin saber qué es lo que sueño, |
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- 6 -
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Resuena en el alma mía |
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placentera melodía |
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como un eco celestial; |
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hiende la región vacía |
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¡oh canción primaveral! |
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Vuela a la floresta umbrosa, |
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y entre las flores, allí, |
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encontrarás una rosa; |
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saluda a la flor hermosa, |
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salúdala tú por mí. |
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- 7 -
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La bella mariposa ama a la rosa |
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y vuela en torno de sus rojas galas; |
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ama el sol a la bella mariposa |
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y su brillante luz quiebra en sus alas. |
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Pero la esquiva rosa ¿por quién arde? |
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Si he de deciros la verdad, lo ignoro. |
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Quizás ama a la estrella de la tarde; |
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ama quizás al ruiseñor canoro. |
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No sé a quien ama la encendida rosa; |
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mas yo amo a todos con igual amor; |
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estrella de la tarde, mariposa, |
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rosa, rayo de sol y ruiseñor. |
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- 8 -
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Todo canta en la floresta, |
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la rama, el nido y la flor. |
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¿Quién es, en la alegre fiesta |
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el experto director |
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que tan bien rige la orquesta? |
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¿Es la formal ave fría |
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quien el dulce coro guía? |
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¿Es la abubilla pedante |
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que nos cansa todo el día |
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con su cut-cut incesante? |
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¿Es la cigüeña quizás |
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la que, con su larga pata, |
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lleva el seguro compás, |
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y hace callar o desata |
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las voces de los demás? |
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¡Ah! no; el docto profesor |
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que así preside la fiesta, |
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lo llevo yo en mi interior: |
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es gran director de orquesta, |
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creo que se llama Amor. |
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« El ruiseñor dio comienzo |
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cantando sus dulces coplas, |
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y brotaron verdes céspedes, |
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lirios, alelís y violas. |
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Con el pico abrióse el pecho |
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y saltó la sangre roja; |
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surgió un rosal de la sangre; |
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se llenó el rosal de rosas, |
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y el ruiseñor a esas flores |
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su amor cantó y sus congojas. |
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Su hermoso canto a las aves |
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unió en fraternal concordia; |
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pero si cesa algún día |
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su voz, moriremos todas, |
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y morirá juntamente |
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la selva que nos aloja». |
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En el nido que la encina |
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guarda oculto entre sus frondas, |
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así a los gorrioncetes |
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el gorrión alecciona. |
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Dice mientras pío, pío, |
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la maternal gorriona, |
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que, como ama de la casa, |
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en sitio de honor reposa. |
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Es pájara muy casera, |
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muy buena cobijadora, |
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que jamás, cuidando el nido, |
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se altera ni se alborota. |
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En tanto, el pájaro viejo |
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fácil pasatiempo logra |
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dándoles a sus hijuelos |
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educación religiosa. |
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Tibia noche de Abril en dulce calma |
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abre todas las flores; si se aduerme |
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en descuidados éxtasis el alma, |
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¡cuán fácil al Amor será el prenderme! |
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Mas ¿cuál de tantas deliciosas flores |
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rendir podrá mi voluntad serena? |
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dícenme los parleros ruiseñores: |
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«Guárdate de la cándida azucena». |
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- 11 -
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Crece el afán, estallan los enojos, |
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y el seso otra vez siento transtornado. |
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La primavera y dos hermosos ojos |
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contra mi corazón se han conjurado. |
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¡Primavera! ¡Pupilas amorosas! |
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¿Por qué me habéis robado la razón? |
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¡Ay! también -o sé poco de estas cosas- |
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andan los ruiseñores y las rosas |
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en la conjuración. |
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Mi corazón ansía |
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llorar, llorar con amoroso llanto, |
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con llanto de tristeza y alegría. |
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¡Cómo temo, alma mía, |
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que al fin consigas lo que anhelas tanto! |
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¡Ay! la amarga ventura |
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del amor y su dulce sufrimiento, |
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penetrar en la hondura |
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del mal curado corazón ya siento. |
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- 13 -
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Entre las verdes hojas indiscretas |
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los ojos brillan del Abril florido, |
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y son las azuladas violetas |
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que para hacerte un ramo he recogido. |
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En ti pienso, y las miro dulcemente, |
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y todos mis ensueños seductores |
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conforme van brotando de mi mente, |
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publicándolos van los ruiseñores. |
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Publicándolos van, y el fugaz viento |
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los esparce después en vuelo suave; |
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mira cómo mi oculto pensamiento |
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toda la selva lo conoce y sabe. |
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Si pasas cerca de mí |
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y me roza tu vestido, |
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siento loco frenesí, |
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y se lanza en pos de ti |
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mi corazón atrevido. |
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Mas si en movimiento leve |
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fijas en mí la atención, |
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tal tu mirar me conmueve, |
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que a seguirte no se atreve |
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mi cobarde corazón. |
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Abre el cáliz hermoso |
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la flor de la laguna, |
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y un ósculo callado y amoroso |
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le da la blanca luna. |
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La frente avergonzada |
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la flor baja al instante, |
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y en el agua la faz ve retratada |
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de su pálido amante. |
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- 16 -
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Si tienes ojo avizor, |
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a través de mi cantar, |
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siempre, cual sombra de amor, |
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verás con vago fulgor |
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hermosa joven pasar. |
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Si tienes fino el oído |
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escucharás su querido |
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acento con embeleso, |
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y canto, risa o gemido, |
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ha de trastornarte el seso. |
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Su voz, su mirada amante |
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te robarán paz y calma; |
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e irás por la selva errante, |
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llevando siempre delante |
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los dulces sueños del alma. |
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- 17 -
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-« En noche de primavera, |
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poeta, ¿qué haces aquí? |
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las flores de la pradera |
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se han vuelto locas por ti. |
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»Están las púdicas rosas |
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encendidas; azoradas |
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las violetas; las medrosas |
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azucenas desmayadas». |
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-«¡Luna, me cuentas horrores! |
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raza bien sentimental |
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es la raza de las flores! |
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¡Hice mal; pero muy mal! |
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»Mas ¿quién hubiera creído |
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que escuchaban todas ellas |
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cuando mi amor, conmovido, |
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declaraba a las estrellas?» |
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- 18 -
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Con tus azules pupilas |
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me miras tan tierna y dulce, |
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que ni abrir puedo los labios, |
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trastornado por sus lumbres. |
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De tus azules pupilas |
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todos mis anhelos surgen, |
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y mi alma inunda un torrente |
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de pensamientos azules. |
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Ya está otra vez mi corazón vencido; |
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domada está otra vez su estéril ira; |
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el soplo del Abril lo ha enternecido |
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y nuevo esclavo del amor, suspira. |
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Sigo las alamedas del paseo, |
|
atento a mi ilusión camino errante; |
|
si un sombrero de paja lejos veo |
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pienso encontrar su celestial semblante. |
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Recorriendo las márgenes del río, |
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al viejo puente voy con mis antojos, |
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por si pasa en su coche el dueño mío |
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y se encuentran sus ojos con mis ojos. |
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Y en el sordo rumor de la cascada |
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una voz oigo, para mí elocuente, |
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y traduzco en el alma apasionada |
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lo que dice esa voz de la corriente. |
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Cruzo el parque soñando sin sentirlo, |
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y me pierdo en su dédalo intrincado, |
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y oculto en la maleza silba el mirlo |
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burlándose del loco enamorado. |
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¿Percibe la hermosa flor |
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la esencia, que entrega al viento? |
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¿Sabe el diestro ruiseñor |
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el halago embriagador |
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que nos produce su acento? |
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No lo sé, y es grave cosa |
|
averiguar la verdad: |
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si mienten pájaro y rosa |
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¡qué mentira tan sabrosa |
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y de cuánta utilidad! |
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- 21 -
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No te enojes, querida; |
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porque te adoro tanto, huyo de ti. |
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¿Cómo elevar mi frente dolorida |
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junto a tu rostro floreciente? di. |
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Tal me ha puesto el amor que doy espanto; |
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y al verme, te apartaras tu también. |
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Huyo de ti porque te adoro tanto; |
|
no te enojes, mi bien. |
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- 22 -
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Entre las flores voy, hermoso dueño, |
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y florece a la par mi corazón; |
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voy vacilante, como en vago sueño, |
|
como en fugaz visión. |
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Sosténme, dulce bien. Turba mi mente |
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la embriaguez del amor, que estalla ya; |
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y me postro a tus plantas, y de gente |
|
lleno el jardín está. |
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- 23 -
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La imagen de la luna se estremece |
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en las olas del mar, tristes y obscuras; |
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y lejano su disco resplandece |
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tranquilo en las alturas. |
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Así tú pasas plácida y tranquila, |
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¡oh dulce amor! en inocente calma, |
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y tu imagen triunfal tiembla y vacila |
|
en el fondo de mi alma. |
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- 24 -
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Santa alianza celebraron |
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nuestros dos pechos también; |
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cariñosos se estrecharon |
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y se comprendieron bien. |
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Pero tu confederada, |
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la que tu pecho adornó, |
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la fresca rosa, aplastada |
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en el abrazo quedó. |
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- 25 -
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Dime, dime, ¿quién era |
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el que inventó el reloj, |
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y en horas y minutos |
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el tiempo dividió? |
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Hombre frío sería, |
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frío y calculador. |
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Las noches del invierno |
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insomnes las pasó, |
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contando uno por uno |
|
los pasos del ratón |
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y el rechinar del triste |
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gusano roedor, |
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que, oculto en la madera, |
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excava su prisión. |
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Dime, ¿quién el primero |
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los besos inventó? |
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Hombre feliz seria, |
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de ardiente corazón, |
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que, al inventar el beso, |
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sólo en besar pensó. |
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¡Era en el dulce Mayo; |
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abríase la flor, |
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trinaban los jilgueros, |
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resplandecía el sol! |
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- 26 -
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¡Cómo los frescos alelís trascienden! |
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El cielo es de azul pálido y en él |
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son las estrellas, que su luz encienden, |
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abejas de oro en volador tropel. |
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Blanca, alegre, feliz, quinta cercana |
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miro entre negros árboles brillar; |
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rechina la vidriera en la ventana, |
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y la querida voz oigo charlar. |
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¡Dulce y viva emoción que inunda el pecho! |
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¡tierno y tímido abrazo del amor! |
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¡y están las rosas nuevas en acecho! |
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¡y preludia su canto el ruiseñor! |
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- 27 -
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¿No he soñado ya estos sueños? |
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¿no he amado ya estos amores? |
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¿no eran ¡ay! tan halagüeños |
|
aquellos besos risueños |
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y aquellas fragantes flores? |
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Luz de luna mal velada |
|
¿no entraba también filtrada |
|
en nuestro nido de yedra? |
|
¿no velaban a la entrada, |
|
cual hoy, deidades de piedra? |
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¡Ah! Bien sé que en giro leve |
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huye siempre la ilusión; |
|
y al soplar el cierzo aleve, |
|
cubre una capa de nieve |
|
los campos, y el corazón. |
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Y mañana olvidaremos |
|
la ventura que hoy gozamos |
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hoy, que tanto nos queremos |
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y con tan dulces extremos |
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¡ay de mí! nos abrazamos. |
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- 28 -
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¡Oh dulces besos en la sombra hurtados, |
|
y que en la sombra el labio devolvió! |
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¡Cuán dulces vuestros goces regalados |
|
son para el alma que constante amó! |
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|
Extasiados en plácidas memorias |
|
y en esperanzas de mayor placer, |
|
pensamos nuevas dichas y victorias |
|
de venideros días entrever. |
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Mas cuando el beso estalla delirante |
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¿quién puede discurrir y razonar? |
|
¡Llora, mi bien; nada hay en ese instante |
|
más dulce que llorar! |
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- 29 -
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Era un rey triste y anciano, |
|
un rey de cabello cano, |
|
de alma enferma y pesarosa; |
|
a niña muy hermosa dióle |
|
trono, cetro y mano. |
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Era un paje alegre y bello, |
|
de suelto y rubio cabello, |
|
de alma amorosa y lozana; |
|
llevaba, orgulloso de ello, |
|
la cola a su soberana. |
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|
¿Sabes esa historia cruel? |
|
Siempre en mi pecho |
|
llagado triste y dulce ha resonado. |
|
Murieron reina y doncel; |
|
se querían demasiado. |
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- 30 -
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|
Agólpanse otra vez al pensamiento |
|
las bellas sombras que borró el olvido. |
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¿Qué es lo que tiene tu amoroso acento, |
|
que así me ha conmovido? |
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|
No digas que me quieres. Todo cuanto |
|
brilla en el mundo y seductor florece, |
|
primavera y amor, vida y encanto, |
|
todo expira y fenece. |
|
|
|
¡No digas que me quieres, dulce dueño! |
|
bésame silenciosa: así me agradas. |
|
Y sonríe mañana, si te enseño |
|
las rosas frescas hoy, ya deshojadas. |
|
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- 31 -
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|
-«A los serenos fulgores |
|
de la luna abren los tilos |
|
sus aromáticas flores; |
|
llenan los bosques tranquilos |
|
gorjeos de ruiseñores. |
|
|
|
»Ven aquí, mi fiel amante, |
|
y veremos sin congojas |
|
cómo tiembla palpitante |
|
el rayo puro y brillante |
|
de la luna entre las hojas. |
|
|
|
»Mira, como un corazón |
|
las hojas del tilo son; |
|
por eso los que bien quieren |
|
en la más dulce ocasión |
|
su grata sombra prefieren. |
|
|
|
»Mas tú en la región vacía |
|
tiendes incierta mirada, |
|
desatento a la voz mía. |
|
Di, ¿qué nueva fantasía |
|
surge en tu alma enamorada?» |
|
|
|
-«Yo te lo diré, bien mío: |
|
quisiera que el cierzo frío |
|
tremendo turbión trajera, |
|
y que ese turbión sombrío |
|
de nieve el campo cubriera. |
|
|
|
»Y en un trineo, en ropón |
|
envueltos, de blandas pieles, |
|
por la nevada extensión |
|
resbaláramos al són |
|
de látigo y cascabeles». |
|
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- 32 -
|
|
A la luz de la luna, en selva umbría, |
|
los elfos voladores vi pasar |
|
en corceles blanquísimos, y oía |
|
sus trompas resonar. |
|
|
|
Llevaban sus corceles cuernos de oro |
|
y trotaban con loco frenesí, |
|
como los cisnes que en tropel sonoro |
|
volar a veces vi. |
|
|
|
La reina, con sonrisa leve y fría, |
|
en volador escape me miró. |
|
¿A mis nuevos amores aludía, |
|
o mi cercana muerte presagió? |
|
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- 33 -
|
|
Voy al campo, y violetas ruborosas |
|
busco y te envío todas las mañanas; |
|
vuelvo al campo al ocaso, y de las rosas |
|
elijo para ti las más lozanas. |
|
|
|
¿Sabes tú lo que dicen, vida mía, |
|
esas flores, galantes mensajeras? |
|
Que me quieras constante todo el día, |
|
y por la noche, que también me quieras. |
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- 34 -
|
|
Tu carta cruel de recibir acabo, |
|
querida, y no me amarga. |
|
Dices que ya no me amas; pero, al cabo, |
|
¡tu epístola es tan larga! |
|
|
|
¡Doce planas completas! Y es, hermosa, |
|
tu letra bien metida. |
|
Nadie ha gastado nunca tanta prosa |
|
para una despedida. |
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- 35 -
|
|
No temas que ante la gente |
|
descubra yo mi ansiedad, |
|
aunque afanoso y ardiente |
|
hable hiperbólicamente |
|
mi labio de tu beldad. |
|
|
|
Bajo ese inmenso montón |
|
de metafóricas flores, |
|
que disfrazan mi pasión, |
|
velan su conspiración |
|
nuestros secretos amores. |
|
|
|
Y si chispas sospechosas |
|
estallan entre esas rosas,. |
|
no te alarmes, vida mía; |
|
nadie cree en estas cosas |
|
y dirán: «Es poesía». |
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- 36 -
|
|
Los rumores de Abril en pleno día |
|
penetran en mis noches halagüeños, |
|
cual ecos de una verde melodía |
|
que se deslizan en mis dulces sueños. |
|
|
|
Pero, como en Edén maravilloso, |
|
trinan entonces más los ruiseñores, |
|
es el aire más blando y delicioso, |
|
y son más aromáticas las flores. |
|
|
|
Las rosas hermosísimas contemplo |
|
con sus nimbos de luz en la corola, |
|
cual los querubes que en antiguo templo |
|
pintó el artista con dorada aureola. |
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|
|
Yo mismo entonces imagino y siento |
|
que soy cual otro ruiseñor, y canto, |
|
y el amoroso afán que experimento |
|
digo a las rosas con secreto encanto. |
|
|
|
Hasta que me despiertan los fulgores |
|
de la aurora y la tropa charlatana |
|
de esos otros amantes ruiseñores, |
|
que vienen a cantar a mi ventana. |
|
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- 37 -
|
|
Con sus piececitos de oro |
|
por el firmamento el coro |
|
de los astros lento va. |
|
Despertar no quiere al mundo |
|
que en el regazo profundo |
|
de la noche duerme ya. |
|
|
|
Los bosques humedecidos |
|
se vuelven todos oídos; |
|
y silenciosos también, |
|
en contorsiones extrañas |
|
se estremecen las montañas |
|
que allá a lo lejos se ven. |
|
|
|
¿Qué es ese trémulo acento |
|
que en el corazón yo siento |
|
con encanto halagador? |
|
¿Suena la voz de mi hermosa, |
|
o no es quizás otra cosa |
|
que el trino del ruiseñor? |
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- 38 -
|
|
La primavera está pálida y fría, |
|
hay en sus sueños inquietud sombría; |
|
hay tristeza en sus flores; |
|
vaga melancolía |
|
en la voz de sus tiernos ruiseñores. |
|
|
|
¡Hermosa niña, a quien adoro tanto! |
|
no me sonrías con alegre encanto. |
|
Llora, querida, llora; |
|
quiero enjugar tu llanto |
|
besándote la faz encantadora. |
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- 39 -
|
|
Al corazón que amo tanto |
|
el mío debo arrancar... |
|
¡viviera aquí tan dichoso |
|
sin dejarte a ti jamás! |
|
Rueda el coche, cruje el puente; |
|
¡oh, cuán turbio el río va! |
|
¡Adiós! ¡De ti me despido, |
|
de ti, mi felicidad! |
|
Dispérsanse las estrellas, |
|
huyendo de mi quizás... |
|
¡Adiós, mi amor! Por muy lejos |
|
que me lleve hado fatal, |
|
en mi corazón tu imagen |
|
por siempre florecerá. |
|
|
- 40 -
|
|
Florece ilusión temprana |
|
y mustia en seguida está; |
|
vuelve a florecer lozana, |
|
y así va la vida humana |
|
hasta que en la tumba da. |
|
|
|
Esas leyes del destino |
|
nubes de mi dicha son; |
|
y, de su mal adivino, |
|
desángrase de contino |
|
gota a gota el corazón. |
|
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- 41 -
|
|
Paréceme hoy el cielo |
|
rostro de anciano, |
|
con guedejas de pelo |
|
mugriento y cano; |
|
y turbio, rojo, |
|
en medio de la frente |
|
no más un ojo. |
|
|
|
Hacia la tierra mira |
|
con honda angustia, |
|
y todo al punto expira, |
|
todo se mustia; |
|
mueren las flores |
|
y en el alma con ellas |
|
risas y amores. |
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- 42 -
|
|
Tétrico y meditabundo |
|
voy al azar por el mundo |
|
triste y frío; |
|
Otoño a morir camina, |
|
y la pálida neblina |
|
desplega el manto sombrío. |
|
El cierzo las sueltas hojas |
|
que yacen mustias y rojas, |
|
lento mueve; |
|
suspira el pino en el monte, |
|
enlútase el horizonte, |
|
y lo peor es que llueve. |
|
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- 43 -
|
|
Pardas brumas otoñales |
|
inundan selvas y prados, |
|
y álzanse por todos lados, |
|
cual espectros funerales, |
|
los árboles deshojados |
|
|
|
Uno entre ellos solamente |
|
tierno siempre y floreciente, |
|
con silenciosa armonía |
|
columpia su verde frente, |
|
que dulce llanto rocía. |
|
|
|
Mi corazón parecido |
|
es a ese campo aterido |
|
por tormenta destructora, |
|
y el árbol fresco y florido |
|
es vuestra imagen, señora. |
|
|
- 44 -
|
|
Un cielo gris, triste, soso; |
|
la ciudad siempre la misma, |
|
contemplándose en el Elba |
|
pesarosa y aburrida; |
|
narizotas que, al sonarse, |
|
gruñen como antes gruñían, |
|
y que se inclinan hipócritas |
|
o que petulantes se hinchan... |
|
¡Tierras del sol! ¡Cielo claro |
|
y azul! ¡Deidades benignas! |
|
os adoro más que nunca |
|
desde que otra vez soy víctima |
|
de esta grotesca gentuza |
|
y este insoportable clima. |
|
Tannhauser
|
|
Leyenda
|
I
|
|
Las redes evitad, buenos cristianos, |
|
que Satanás os tienda; |
|
os contaré la historia de Tannhauser, |
|
para que estéis alerta. |
|
|
|
Sintió Tannhauser, noble caballero, |
|
de amor y de placer ansias frenéticas; |
|
fue a la montaña de la hermosa Venus; |
|
siete años vivió en ella. |
|
|
|
-«Señora Venus, mi gentil Señora, |
|
pásalo bien, idolatrada reina, |
|
voy a marchar de aquí; dejarte quiero, |
|
y te pido licencia». |
|
|
|
-«Tannhauser, noble caballero mío, |
|
aún tus besos mis labios hoy esperan. |
|
Bésame cariñoso, |
|
y explícame las faltas que en mí encuentras. |
|
|
|
»¿No te escanció jovial todos los días |
|
el mejor vino, como dulce néctar? |
|
Todos los días, a tu noble frente, |
|
¿no ciño rosas frescas?» |
|
|
|
-«Señora Venus, mi gentil Señora, |
|
tósigo son, que suave me envenena, |
|
tus dulces besos y tu dulce vino. |
|
Hoy amarguras ansia mi alma enferma. |
|
|
|
»Jugamos y reímos demasiado; |
|
lágrimas sólo mi dolor anhela, |
|
en vez de frescas rosas, ceñir quiero |
|
de espinas mi cabeza». |
|
|
|
-«Tannhauser, noble caballero mío, |
|
¿por qué así te querellas? |
|
No dejarme jamás, mil y mil veces, |
|
me ha jurado tu lengua. |
|
|
|
»A mi cámara ven, y gozaremos |
|
las emociones del amor secretas; |
|
allí tu sangre encenderá mi cuerpo |
|
blanco cual azucena». |
|
|
|
-«Señora Venus, mi gentil Señora, |
|
florecerá por siempre tu belleza; |
|
ardieron por ti muchos, |
|
y arderán otros muchos en tu hoguera. |
|
|
|
»Al pensar en los dioses y en los héroes |
|
a quienes fue tu amor fácil ofrenda, |
|
casi me causa repulsión tu cuerpo, |
|
blanco cual azucena. |
|
|
|
»Tu cuerpo, sí, cual azucena blanco, |
|
me espanta aún más, si en multitud inmensa |
|
imagino tus nuevos gozadores |
|
de la edad venidera». |
|
|
|
-«Tannhauser, noble caballero mío, |
|
no hables de esa manera; |
|
prefiero que iracundo me golpees, |
|
como tú me golpeas. |
|
|
|
»Prefiero que iracundo me golpees |
|
a que me insultes, y mejor quisiera |
|
que para mí, cristiano adusto y frío, |
|
tu corazón cerrase la soberbia. |
|
|
|
»Porque mucho te amé, recibo y oigo |
|
semejantes ofensas. |
|
Pásalo bien; ya tienes mi permiso. |
|
Ve; yo te abro la puerta». |
|
II
|
|
¡A Roma! ¡A Roma! En la ciudad bendita |
|
suenan campanas, cánticos y rezos. |
|
La procesión avanza, |
|
y el augusto Pontífice va en medio. |
|
|
|
Es el justo y piadoso Papa Urbano. |
|
Tres coronas le sirven de ornamento; |
|
de púrpura es su manto; |
|
llevan su cola nobles caballeros. |
|
|
|
-«Escucha, Padre Santo, Papa Urbano, |
|
tranquilo no te dejo, |
|
hasta que oyendo en confesión mis culpas, |
|
me salves del infierno». |
|
|
|
Cesan los cantos místicos; se aparta |
|
formando corro el pueblo. |
|
¿Quién es el peregrino? Ante el Pontífice |
|
él se arrodilla, trémulo. |
|
|
|
-«Escucha, Padre Santo, Papa Urbano, |
|
puedes atar y desatar. Benévolo |
|
sálvame de las llamas infernales, |
|
sálvame del Protervo. |
|
|
|
»Soy el noble Tannhauser; sentí un día |
|
de amor y de placer el voraz fuego; |
|
la montaña de Venus busqué ansioso, |
|
y siete años viví bajo su imperio. |
|
|
|
»¡Venus es una hermosa encantadora |
|
que hechiza el alma y encadena el cuerpo; |
|
es más dulce que aroma de las flores |
|
y luz del sol, su acento. |
|
|
|
»Como, sobre la flor, la mariposa, |
|
revolotea, y en su cáliz tierno |
|
liba la miel, volaba el alma mía |
|
sobre sus labios, cual las rosas frescos. |
|
|
|
»Ciñen su noble frente |
|
crenchas rizadas de cabellos negros; |
|
cuando nos miran sus rasgados ojos |
|
el hálito perdernos. |
|
|
|
»Cuando nos miran sus rasgados ojos, |
|
cautivos somos, en sus redes presos. |
|
Para escapar de la fatal montaña |
|
hice un supremo esfuerzo. |
|
|
|
»Pude escapar de la fatal montaña; |
|
pero me van buscando y persiguiendo |
|
los ojos de la hermosa, |
|
y por señas me dice: -'Ven de nuevo'. |
|
|
|
»De día soy cual mísero cadáver; |
|
cobro de noche vida y sentimiento; |
|
sueño en mi hermosa, y viene, y feliz ríe |
|
sentándose en mi lecho. |
|
|
|
»Ríe feliz, regocijada, loca, |
|
y me muestra, al reír, al descubierto |
|
sus blancos dientes y suspiro y lloro |
|
cuando en sus risas pienso. |
|
|
|
»Amóla con amor irresistible, |
|
que reprimir no puedo; |
|
es tremenda cascada, que destroza |
|
los diques a ella opuestos. |
|
|
|
»De roca en roca salta con blanquísimos |
|
borbotones de espuma y bronco estruendo; |
|
se quiebran sus raudales, |
|
mas sigue audaz su curso turbulento. |
|
|
|
»El cielo a mi hechicera le daría, |
|
si fuera mío el cielo, |
|
el sol, la luna y las estrellas todas |
|
que hay en el firmamento. |
|
|
|
»Amóla con amor irresistible, |
|
en cuya viva hoguera estoy ardiendo... |
|
¿Son éstas ya las infernales llamas? |
|
¿Los tizones eternos? |
|
|
|
»Escucha, Padre Santo, Papa Urbano; |
|
puedes atar y desatar; benévolo |
|
sálvame de las llamas infernales; |
|
líbrame del Protervo». |
|
|
|
Alzó la mano majestuosa el Papa, |
|
y le habló en estos términos: |
|
-«Tannhauser infeliz; es imposible |
|
romper tu encantamiento. |
|
|
|
»Es el peor de los demonios todos |
|
el que apellidas Venus; |
|
para arrancate a sus hermosas garras, |
|
facultades no tengo. |
|
|
|
»Debe pagar por siempre el alma tuya |
|
los goces de la carne pasajeros. |
|
Estás ya condenado al perdurable. |
|
suplicio del infierno». |
|
III
|
|
Corrió Tannhauser el mundo |
|
llagados los pies tenía. |
|
Al monte de Venus vuelve; |
|
media noche es cuando arriba |
|
Despierta la hermosa Venus; |
|
salta del lecho tranquila; |
|
le tiende los blancos brazos; |
|
le estrecha cariñosísima. |
|
De su nariz brota sangre, |
|
y lloro de sus pupilas; |
|
con la sangre y con el lloro |
|
el rostro al galán le pinta. |
|
El, sin desplegar los labios, |
|
en el lecho se reclina; |
|
ella al fogón se dirige, |
|
y buena sopa le guisa, |
|
La sopa y el pan le ofrece; |
|
los pies le cura y le limpia; |
|
le peina bien el cabello; |
|
le alegra con sus sonrisas. |
|
-«Tannhauser, mi caballero, |
|
larga fue tu correría. |
|
Las tierras que has visitado |
|
quiero que tú me las digas». |
|
-«Para el país de los celtas |
|
fue mi primera visita; |
|
asuntos en Roma tengo, |
|
y allá fui con ansias vivas. |
|
»Roma, junto al río Tíber, |
|
se encumbra en siete colinas; |
|
hablé con el Padre Santo, |
|
y me dio para ti albricias. |
|
»De regreso, vi a Florencia |
|
y a Milán, ciudad magnífica; |
|
y entré por los vericuetos |
|
de la selvática Suiza. |
|
»Trepé animoso, a los Alpes; |
|
desde allí, ¡qué hermosa vista! |
|
Volaba graznando el águila; |
|
un lago azul sonreía. |
|
»Cuando llegué al San Gotardo, |
|
la Germania hallé dormida, |
|
de sus treinta y seis monarcas |
|
bajo la guardia solícita. |
|
»Vi la escuela de los vates |
|
en Suavia: ¡menuda y mísera |
|
ralea! con chichoneras |
|
resguardan las cabecitas. |
|
»En Dresde vi el mejor perro |
|
que he visto en toda mi vida; |
|
perdió los dientes; no muerde; |
|
pero ladra todavía. |
|
»En Weimar, grato a las Musas, |
|
tristes lamentos se oían: |
|
'-¡Ha muerto Goethe!' clamaban; |
|
'¡Y Eckermann aún vive y triunfa!' |
|
»Oí en Berlín fuertes gritos, |
|
y pregunté: -'¿Por qué gritan?' |
|
-'Gans, desde el siglo pasado |
|
lección igual nos explica'. |
|
» Florecen todas las ciencias, |
|
mas no dan fruto, en Gotinga, |
|
al llegar en noche obscura, |
|
no vi una luz encendida. |
|
»Vi el correccional de Celle; |
|
sólo Hannover lo utiliza; |
|
un correccional nos falta |
|
que a toda Alemania sirva. |
|
»La honrada ciudad de Hamburgo |
|
es de bandidos guarida; |
|
y cuando llegué a la Bolsa |
|
aún en Celle me creía. |
|
»Estuve en Altona luego; |
|
tiene hermosa perspectiva. |
|
Lo que me pasó en Altona, |
|
te lo contaré otro día». |
|
Romances y otras poesías
|
|
El caballero Olao
|
I
|
|
Dos hombres hay ante la iglesia, y visten |
|
los dos traje purpúreo. |
|
Es uno de ellos el monarca; el otro... |
|
el otro es el verdugo. |
|
|
|
Dice al verdugo el rey: -«Ya las postreras |
|
oraciones escucho; |
|
están cumplidos los nupciales ritos: |
|
el hacha ten a punto». |
|
|
|
Suena el órgano, suenan las campanas; |
|
sale el pueblo en tumulto; |
|
y salen entre el séquito brillante |
|
los esposos en triunfo. |
|
|
|
Pálida, cual la muerte, va la hermosa |
|
hija del rey adusto; |
|
el bravo Olao, impávido y sereno, |
|
con sonrisa de júbilo. |
|
|
|
Con sonrisa de júbilo le dice |
|
al rey: -«Yo te saludo, |
|
suegro y señor; aguarda mi cabeza |
|
el hacha del verdugo. |
|
|
|
»He de morir; pero hasta media noche |
|
no sea, y como es justo, |
|
a la boda banquetes y cantares |
|
y danzas den tributo. |
|
|
|
»Permitidme vivir hasta que apure |
|
mi labio moribundo |
|
la última copa; hasta que alegre marque |
|
el baile el compás último». |
|
|
|
-«Sea como lo pide el noble yerno» |
|
dice el rey, y al verdugo, |
|
-«Viva hasta media noche», y luego añade: |
|
-«el hacha ten a punto». |
|
|
II
|
|
Olao, con regio banquete |
|
sus tristes bodas celebra, |
|
y apura de un solo sorbo |
|
la fatal copa postrera. |
|
En los hombros del mancebo |
|
dobla la hermosa cabeza |
|
la hija del rey sollozando... |
|
y está el verdugo a la puerta. |
|
Nuncia música festiva |
|
que ya las danzas comienzan, |
|
y Olao el talle flexible |
|
de su desposada estrecha. |
|
En rápido remolino, |
|
trazando círculos vuelan, |
|
y es el círculo postrero... |
|
y está el verdugo a la puerta. |
|
¡Cómo suspiran las flautas! |
|
¡cuál sollozan las vihuelas! |
|
¡Todos asombrados miran |
|
la hermosísima pareja; |
|
asombrados miran todos, |
|
y el corazón se les vuelca. |
|
Van bailando, van bailando... |
|
y está el verdugo a la puerta. |
|
Como un ascua resplandece |
|
la sala del baile espléndida, |
|
y así en voz baja le dice |
|
Olao a su compañera |
|
-«¡Cuánto te quiero, alma mía! |
|
¡si comprenderlo pudieras! |
|
¡Cuán frío estará el sepulcro!!!» |
|
Y está el verdugo a la puerta. |
|
|
III
|
|
Olao, tu vida concluye, |
|
ha sonado media noche; |
|
sedujiste a una princesa |
|
con tus livianos amores. |
|
Ya van cantando los prestes |
|
las últimas oraciones; |
|
ya el verdugo junto al tajo, |
|
se apoya en el hacha inmóvil. |
|
Ya desciende el caballero |
|
hacia el ancho patio donde |
|
brillan espadas y antorchas |
|
con siniestros resplandores. |
|
Y aún la sonrisa a su rostro |
|
da triunfales arreboles, |
|
y aún extasiado y radiante, |
|
va diciendo estas razones: |
|
-«Bendigo, al sol y a la luna |
|
y a las estrellas menores, |
|
al luminar de los días |
|
y a los astros de la noche. |
|
»Bendigo a las avecillas |
|
que al aire dan sus canciones, |
|
bendigo al mar y a la tierra, |
|
a los campos y a las flores. |
|
» Bendigo a las azuladas |
|
violetas que allá en el bosque |
|
copian de sus ojos claros |
|
los matices y fulgores. |
|
»Bendigo esos ojos claros, |
|
tumba de mis ilusiones, |
|
y el árbol a cuya sombra |
|
gocé, oh bella, tus favores». |
|
Godofredo Rudel y Melisenda de Trípoli
|
|
|
¡Oh castillo de Bley! Tus aposentos |
|
aún con flotantes pliegues cubren hoy |
|
viejos tapices, que con diestra mano |
|
la condesa de Trípoli bordó. |
|
Los bordó con la aguja y con el alma, |
|
bañándolos en lágrimas de amor; |
|
de las escenas de su propia vida |
|
traslado exacto las figuras son. |
|
Moribundo, en la playa, la condesa |
|
halla a Rudel, el bello trovador, |
|
y al punto mira en él estremecida |
|
al ideal amante que soñó. |
|
Rudel mira anhelante a la condesa, |
|
y como celestial aparición, |
|
por vez primera y última contempla |
|
la imagen fiel de su soñado amor. |
|
Ella se inclina sobre el yerto joven |
|
y lo estrecha con trémula emoción, |
|
besando, mudo y lívido, aquel labio |
|
que dijo tantas trovas en su honor. |
|
Y ese beso feliz de bienvenida |
|
será a la vez el ósculo de adiós, |
|
y apuran juntos en el mismo cáliz |
|
el mayor goce y el mayor dolor. |
|
|
|
¡Oh castillo de Bley! todas las noches |
|
se oye en tus aposentos vago són, |
|
y en los viejos tapices las figuras |
|
vida recobran, movimiento y voz. |
|
Los fantásticos miembros sacudiendo, |
|
saltan del muro dama y trovador; |
|
y por las anchas salas van y vienen, |
|
y vuelven a pasar juntos los dos. |
|
¡Dulces suspiros!¡inocentes juegos! |
|
¡tiernos secretos de infeliz pasión! |
|
¡galanterías de los dulces tiempos |
|
del gay-saber, desconocidas hoy! |
|
-«¡Godofredo! a tu acento cariñoso |
|
se despierta mi muerto corazón; |
|
de sus frías cenizas una chispa |
|
brota del fuego aquel que me abrasó». |
|
-«¡Melisenda! mirándome en tus ojos |
|
vida y sentido recobrando voy; |
|
sólo en mí ser murieron para siempre |
|
humano afán y terrenal dolor». |
|
-«¡Godofredo! primero nos quisimos |
|
en sueños de dulcísima ilusión; |
|
hoy en la fría muerte nos amamos: |
|
¡portento es este del flechero dios!» |
|
-«¡Melisenda! ¡Mi bien! ¿Qué son los sueños? |
|
¿Qué es la muerte? Palabras sin valor. |
|
amor sólo es verdad, y eternamente |
|
me has de amar tú y he de adorarte yo». |
|
-«¡Godofredo! ¡Cuán dulce y deleitoso |
|
es de la luna el tibio resplandor! |
|
Bien estamos aquí; nunca salgamos |
|
a la importuna claridad del sol». |
|
-«¡Melisenda! ¡tú eres, prenda mía, |
|
sol, claridad y ráfaga y fulgor! |
|
Donde estás allí están la primavera |
|
y la luz, y la dicha y la ilusión!» |
|
|
|
Así diciendo, las gentiles sombras, |
|
de sala en sala van, juntas las dos, |
|
y a través de la gótica ventana |
|
la luna acecha su vagar veloz. |
|
Hasta que al fin las viejas galerías |
|
inunda y dora el matutino albor, |
|
y en los tapices de flotantes pliegues |
|
escóndese la doble aparición. |
|
El rey Haraldo
|
|
|
En brazos de fada hermosa |
|
yace el noble rey Haraldo; |
|
en el fondo del mar yace, |
|
y los días van pasando. |
|
Ni vivir ni morir puede, |
|
tal la fada lo ha hechizado; |
|
y en ese dulce martirio |
|
lleva ya doscientos años. |
|
La cabeza el rey descansa |
|
sobre el seductor regazo, |
|
y los bellos ojos mira, |
|
sin acabar de mirarlos. |
|
Plata son ya sus cabellos, |
|
su cuerpo está enfermo y flaco; |
|
los pómulos amarillos |
|
saltan de su rostro escuálido. |
|
A veces turban sus sueños |
|
estremecimientos vagos, |
|
cuando bate la borrasca |
|
su cristalino palacio. |
|
A veces oye, allá arriba, |
|
gritos de guerra normandos |
|
y alza los brazos de pronto, |
|
para volver a bajarlos. |
|
A veces mira a lo lejos |
|
marinos que van cantando; |
|
lo que cantan los marinos |
|
glorias son del rey Haraldo. |
|
Y entonces profundo gime, |
|
y la hechicera, al notarlo, |
|
se inclina, y risueña estampa |
|
beso de fuego en sus labios. |
|
Un azraíta
|
|
|
Al jardín todas las tardes, |
|
cuando quiere anochecer, |
|
la hija del sultán hermosa |
|
baja y pasea por él. |
|
Junto a la fuente sonora |
|
detiene el paso tal vez |
|
y los limpios surtidores |
|
ve saltar y oye caer. |
|
Al jardín todas las tardes, |
|
cuando quiere anochecer, |
|
viene el esclavo gallardo, |
|
e impasible se le ve |
|
junto a la fuente escuchando |
|
los surtidores también. |
|
Cada tarde, de su rostro, |
|
es mayor la palidez. |
|
Una tarde la princesa |
|
llega presurosa ante él: |
|
-«¿Cuál es tu nombre? le dice, |
|
tu patria, esclavo, ¿cuál es? |
|
-Arabia me dio la cuna; |
|
llamáronme Mohamet. |
|
Soy de aquellos azraítas |
|
que mueren cuando aman bien». |
|
Fiesta primaveral
|
|
|
¡Cuán tristes, oh Primavera, |
|
cuán tristes son hoy tus goces! |
|
Vírgenes atribuladas |
|
en ansioso tropel corren, |
|
la túnica desceñida, |
|
los cabellos en desorden, |
|
y con ayes lastimeros |
|
«¡Adonis!» gritan «¡Adonis!» |
|
La luz apaga el ocaso, |
|
y ellas, por valles y bosques, |
|
agitando rojas teas, |
|
van buscando y dando voces. |
|
Y entre lágrimas y risas, |
|
y lamentos y clamores, |
|
el eco apesadumbrado |
|
¡Adonis!» repite «¡Adonis!» |
|
|
|
El más gallardo mancebo, |
|
el más amoroso joven, |
|
tendido entre rosas yace |
|
helado, lívido, inmóvil; |
|
la púrpura de sus venas |
|
colora todas las flores, |
|
y llena todos los aires |
|
el grito «¡Adonis! ¡Adonis!» |
|
A la madrugada
|
|
|
Esta mañana, lóbrega envolvía |
|
la niebla el arrabal de San Marcelo, |
|
tarda niebla otoñal, pálida y fría, |
|
cual noche clara en despejado cielo. |
|
|
|
Envuelto en su penumbra misteriosa, |
|
vagaba yo al azar, cuando asombrado |
|
imagen femenil leve y hermosa |
|
cual rayo de la luna, vi a mi lado. |
|
|
|
Cual un rayo apacible de la luna |
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deslizábase muda, tenue y bella, |
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no vi en Francia jamás mujer alguna |
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tan gallarda y airosa como aquella. |
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¿Era la misma luna, que del carro |
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nacarado bajó, y al mundo vino, |
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porque halló, más hermoso y más bizarro, |
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otro Endimión en el Cuartel latino? |
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Marché a casa pensando: temerosa |
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de mi se recataba y se escondía: |
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sin duda me tomó la casta diosa |
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por Febo, el boquirrubio, que el sol guía. |
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Un astro caído
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Era un astro, y tan fúlgido brillaba |
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que a fuerza de brillar cayó del cielo. |
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¿Qué es el amor, oh niña, me preguntas? |
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Astro caído en un montón de estiércol. |
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Como roñoso can, muerto y corrupto, |
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de podredumbre hedionda está cubierto; |
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el gallo canta; gruñe y en el fango |
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su lascivia feroz revuelca el cerdo. |
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Caiga yo en el jardín, donde las flores |
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me aguardan ya con impaciente anhelo; |
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y encuentre allí, como anhelante imploro, |
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pulcra la muerte y perfumado el féretro. |
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Una mujer
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Se amaban con frenética pasión; |
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ella era una ramera; él un ladrón; |
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cuando él fraguaba alguna fechoría, |
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se echaba ella en la cama, y se reía. |
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Pasaba el día en huelga y sin afán, |
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y la noche en los brazos del galán; |
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cuando se lo llevó la policía, |
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del balcón lo miraba, y se reía. |
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Él, de la cárcel, le mandó decir |
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que no podía sin su amor vivir; |
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a un lado y otro lado ella movía |
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la cabeza fisgona, y se reía. |
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A las seis lo colgaron; al sonar |
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las siete, lo llevaron a enterrar; |
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cuando daban las ocho el mismo día, |
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ella se emborrachaba, y se reía. |
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La desconocida
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Sé que a los jardines regios |
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de las Tullerías va |
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todas las tardes la hermosa |
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rubia, que es mi dulce imán, |
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y que bajo sus frondosos |
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castaños la he de encontrar. |
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La acompañan dos odiosas |
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damas de madura edad. |
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¿Son sus tías? ¿son dragones |
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con femenino disfraz? |
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Las dos dueñas bigotudas |
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horrible miedo me dan, |
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y aun mi corazón inquieto |
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más miedo me hace pasar; |
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y así, cuando en los jardines |
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me cruzo con mi beldad, |
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ni el más mínimo requiebro |
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me decido a pronunciar, |
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y apenas en mis pupilas |
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arde el interior volcán. |
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Hoy he sabido su nombre |
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por pura casualidad; |
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se llama Laura, lo mismo |
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que la hermosa provenzal, |
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por el excelso poeta |
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amada con loco afán. |
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¡Se llama Laura!, ¡Qué dicha! |
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me encuentro en el caso igual |
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que el Petrarca, cuando ansioso |
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consagraba a su deidad |
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de sonetos y canciones |
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inagotable raudal. |
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¡Se llama Laura! y lo mismo |
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que Petrarca, he de gozar |
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la platónica delicia, |
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la pura felicidad |
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de embriagarme en la dulzura |
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de su nombre celestial. |
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Al fin y al cabo, Petrarca |
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no consiguió nada más. |
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La fortuna
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¡Ah, señora Fortuna! inútilmente |
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desdeñosa te muestras. Tus favores |
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conquistaré con ánimo valiente |
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como todos los bravos luchadores. |
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En la reñida lid caerás domada; |
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ya forjo el yugo al que serás uncida; |
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pero al verte a mis plantas desarmada, |
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siento en el corazón mortal herida. |
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La roja sangre brota en largo río |
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y el dulce soplo del vital aliento... |
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y cuando el triunfo que anhelé, ya es mío, |
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ceder mis fuerzas y morir me siento. |
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Alí Bey
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Alí Bey, el más heroico |
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paladín de los creyentes, |
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en los brazos de una hermosa |
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disfruta el mayor deleite, |
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y el mismo Alah poderoso |
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se complace y goza viéndole |
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disfrutar del Paraíso |
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anticipados placeres. |
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Odaliscas le rodean |
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bellas como hurís celestes; |
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una las barbas le riza, |
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otra le ha ungido las sienes, |
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otra la cítara pulsa, |
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baila y canta alegremente, |
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y el pecho le besa, en donde |
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todas las delicias hierven. |
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Suenan trompetas de pronto, |
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fragor de encontradas huestes, |
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choque de espadas y alfanjes, |
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estampidos de mosquetes, |
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y entre ellos voces que gritan: |
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-«¡Gran señor, los francos vienen!» |
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En su caballo de guerra |
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intrépido monta el héroe; |
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como en sueños, corre al campo |
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del combate, porque siempre |
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de los brazos de su hermosa |
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los dulces halagos siente, |
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y mientras caen a sus golpes |
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cabezas de los infieles, |
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cual feliz enamorado |
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sonríe tranquilamente. |
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Primavera
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La corriente resbala brilladora; |
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cuán vivo es el amor en Primavera! |
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Teje fresca guirnalda la pastora |
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y sonríe sentada en la ribera. |
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Las flores dan al viento su ambrosía; |
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¡cuán vivo en Primavera es el amor! |
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-«¿A quién esta guirnalda yo daría?» |
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¿dice la hermosa llena de rubor? |
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Un caballero pasa galopando; |
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la saluda con júbilo al pasar. |
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La bella lo contempla palpitando, |
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y una pluma a lo lejos ve ondular. |
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Arroja al río las brillantes flores, |
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y prorrumpe en un llanto agobiador. |
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¡Cómo cantan los tiernos ruiseñores! |
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¡cuán vivo en Primavera es el amor! |