XV
|
|
Amor, es necesario desear algo, |
|
|
|
aunque sea la lluvia o la
escarcha; |
|
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lo que no puede ser |
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es permanecer ante las
montañas |
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|
sin dirigirles palabras
cariñosas, |
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|
ver los ríos viajar
continuamente |
|
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|
sin desearles buen viaje. |
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|
Hay que ser complaciente con todas
las cosas, |
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|
las que existen y las que no
existen. |
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|
No olvidar cuando salgamos |
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|
que no sabemos cuándo
será el retorno, |
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|
y que puede presentarse la
ocasión |
|
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|
de convidar a migajas de pan a los
gorriones, |
|
|
|
a pan y sal a los borregos, |
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|
que podemos ir a parar a la
Arabia, |
|
|
|
donde los camellos se mueren de
sed, |
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|
|
y les salvaríamos la
vida |
|
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|
si con la cartera y el
portamonedas |
|
|
|
hubiéramos puesto en nuestro
bolsillo |
|
|
|
un vaso, |
|
|
|
que el agua ya se encargarán
los cielos |
|
|
|
de que no falte. |
|
|
|
XVII
|
|
Yo quiero que seas todas las
cosas, |
|
|
|
y te confundo frecuentemente con
los recuerdos. |
|
|
|
|
Amor, ¿cómo vas a
alejarte, |
|
|
|
si no tienes dónde ir? |
|
|
|
|
¿Crees que todos
compartirán contigo un lecho, |
|
|
|
y que todos te esperan a
cenar? |
|
|
|
|
Amor, ¡no seas inocente! |
|
|
|
Lo más que te quieren es
como quieren a las aves, |
|
|
|
lo más que te recuerdan es
como a los recuerdos. |
|
|
|
|
¿Qué has hecho, amor,
qué has hecho? |
|
|
|
¿Pero otra vez te has
ido? |
|
|
|
¡No tardes! ¡Ven! |
|
|
|
La madre
|
|
Y la madre soñaba
oscuramente: |
|
|
|
será rubio, tendrá
estos ojos mismos. |
|
|
|
Le amarán las muchachas. Una
tarde, |
|
|
|
de pronto, llorará junto a
una rosa. |
|
|
|
|
Le crecerá la angustia sin
saberlo, |
|
|
|
y cada nuevo umbral será una
herida. |
|
|
|
Temblará al traspasarlos,
hijo mío, |
|
|
|
acaso una paloma, acaso nada. |
|
|
|
|
El viento por la frente, las
caídas |
|
|
|
hojas que se acumulan, los
rumores |
|
|
|
del corazón callados. Nadie
sabe |
|
|
|
las formas repentinas de la
dicha. |
|
|
|
|
Yo lo siento aquí hondo en
mis entrañas |
|
|
|
el río de tus años
que me deja |
|
|
|
una nostalgia antigua, una
dulzura |
|
|
|
vieja en mi corazón como la
sangre. |
|
|
|
|
Me hace toda ribera, toda
muro, |
|
|
|
donde lamen las aguas de tu
vida. |
|
|
|
Torno otra vez a ser niña
jugando, |
|
|
|
corriendo como niña entre
las rosas. |
|
|
|
|
¡Oh sueño en mis
entrañas!¡Oh río alto, |
|
|
|
resonando de siempre en mis
entrañas! |
|
|
|
[A mí me ha sucedido muchas
veces]
|
|
A mí me ha sucedido muchas
veces |
|
|
|
ir caminando y encontrarme |
|
|
|
de pronto una palabra que
había dicho |
|
|
|
hace tantos amores a estas
horas, |
|
|
|
hace tantos latidos y
amarguras, |
|
|
|
cuando la adolescencia. Ella
tenía |
|
|
|
aproximadamente dieciocho |
|
|
|
años, y unos cabellos que
las brisas |
|
|
|
adoraban, diciéndole al
oído: |
|
|
|
nunca los tuve iguales en mis
dedos. |
|
|
|
|
Vivir no se medía, se
gozaba |
|
|
|
asomado a un pretil de donde el
mundo |
|
|
|
era un suelo extendido de
hermosura |
|
|
|
que rodeaba el júbilo, y el
gozo |
|
|
|
se llamaba José como me
llamo, |
|
|
|
urgía con los latidos de
aquí dentro |
|
|
|
un millón de esperanzas por
minuto. |
|
|
|
|
A mí me ha sucedido muchas
veces |
|
|
|
encontrarme con sombras y
decirles: |
|
|
|
sois las mismas, acaso
conocéis |
|
|
|
este viejo aposento, y verlas
irse |
|
|
|
como un poco de humo, como un
poco |
|
|
|
de hermosura. La vida es eso,
sombra. |
|
|
|
|
A mí me ha sucedido muchas
veces |
|
|
|
buscarme inútilmente, no
encontrarme |
|
|
|
aunque estaba citado en la
esperanza |
|
|
|
a una ternura fija, y ver
pudrirse |
|
|
|
las rosas que llevaba entre las
manos. |
|
|
|
|
Y hallar que la palabra no
servía, |
|
|
|
que era inútil el canto,
derrotada |
|
|
|
la palabra en los labios, miel sin
nadie, |
|
|
|
en busca de su labio.
Duramente |
|
|
|
el corazón aprende sus
congojas |
|
|
|
para saber un poco. No es
alegre |
|
|
|
llegar a esta certeza del
vocablo |
|
|
|
inútil casi siempre, casi
nunca. |
|
|
|
|
Claro que no son sólo estas
orillas. |
|
|
|
Las hay sin amargura, aunque se
acaban |
|
|
|
en apariencia, pero no se
acaban |
|
|
|
porque se miden con la sangre.
Tienen |
|
|
|
nombres que apenas tienen nombre.
Dicen |
|
|
|
al corazón dulzura, nos
derraman |
|
|
|
generosos al mundo, nos
reviven. |
|
|
|
|
A mí me ha sucedido muchas
veces |
|
|
|
ir caminando y olvidarme |
|
|
|
de todo en la esperanza. Dios sin
duda |
|
|
|
nos coge de la mano. ¿No es
su mano? |
|
|
|
|
A merced de las horas, sin
derecho |
|
|
|
más que a un poco de aire,
de hermosura, |
|
|
|
nacemos, y es bastante. A veces
sobra. |
|
|
|
Todo en fin es amor. Me ha
sucedido |
|
|
|
encontrarme a menudo que no
peso, |
|
|
|
que esto que llaman por llamar no
tiene |
|
|
|
más que un nombre,
querencia. Va a lo alto |
|
|
|
inevitablemente. Va a lo alto |
|
|
|
como el chopo y el bien. Sigue a lo
alto. |
|
|
|
Elegía
|
|
No puedo negar amor a estos
cabellos perecederos, |
|
|
|
aunque los sepa detenidos un punto
en el oro |
|
|
|
en su camino hacia las nieves
eternas. |
|
|
|
Ni a estos perfiles al sol, con el
sol acabando, |
|
|
|
ni a estos cuellos o tallos
pendientes de un estío. |
|
|
|
Sin mi voluntad |
|
|
|
cae el peso de mi amor sobre tallos
cabellos, |
|
|
|
a pesar de la brevedad de la flor
de la aurora, |
|
|
|
de la rosa o paloma que en las
manos me dejas, |
|
|
|
de los arroyos o cabellos que
desencadenas en mis brazos; |
|
|
|
a pesar de lo negra y lo honda |
|
|
|
que se hace la noche sin ti; |
|
|
|
a pesar de los espejos
extraños |
|
|
|
que dondequiera se forman al
dejarte; |
|
|
|
a pesar de lo eterno, |
|
|
|
o tal vez porque lo eterno es tu
fuga. |
|
|
[¡Qué
hermoso nacer para esto que nacemos!]
|
|
¡Qué hermoso nacer para
esto que nacemos! |
|
|
|
Para entregarle cada día al
sol nuestros cuerpos, |
|
|
|
y los cabellos al mensaje que la
lluvia les trae; |
|
|
|
para escuchar alternativamente a la
esperanza y los pájaros. |
|
|
|
|
¡Qué hermoso nacer
entre praderas, |
|
|
|
o entre collados que nos dicen:
«Recuéstate»; |
|
|
|
ir con el indolente pie
dudando |
|
|
|
si usar de la oferta de sombra que
la nube y el árbol, |
|
|
|
a una con su belleza, nos
brindan! |
|
|
|
O entre ríos que sólo
tienen palabras de dulzura. |
|
|
|
|
¡Qué hermoso nacer
para entregarse a los hermosos cabellos |
|
|
|
que, extendidos, son ríos
que de pronto se callan, |
|
|
|
dejando ardiendo los deseos
renovados del aire, |
|
|
|
y los hombros, remansos del
cuerpo, |
|
|
|
donde la pasión se reclina y
refresca, |
|
|
|
y las cinturas y las piernas como
saetas! |
|
|
|
|
¡Qué hermoso nacer y
darse al gran amor de la tierra, |
|
|
|
y ofrecerle materia y lugar de
expresarse; |
|
|
|
qué hermoso escucharlo
cuando el sol se nos pierde, |
|
|
|
y saber que sólo se trata de
un viaje pasajero, |
|
|
|
que continuamos y continuamos, que
somos expresiones, |
|
|
|
que el agua está entendiendo
lo que digo |
|
|
|
tan bien como tú a quien mi
canción se dirige! |
|
|
|
|
¡Qué hermoso pensar
que el mar es dondequiera, |
|
|
|
extensión dondequiera, de
aguas convocadas, |
|
|
|
que en azul o que en verde le
contestan al cielo, |
|
|
|
como tus ojos, que responden con
color a los míos! |
|
|
|
Y si digo «Tierra»,
pienso lo que piensas, |
|
|
|
lo que todos sentimos,
compañía |
|
|
|
y morada donde el amor tuvo
nombre, |
|
|
|
lugar que nunca rehusó
asilo |
|
|
|
a miembros humanos por cansados que
fueran. |
|
|
|
|
Y entre tantas cosas que de amor
son motivo, no hay sitio |
|
|
|
para nada que el amor no
proclame; |
|
|
|
que todo lo que se nombra tiene
belleza en nombrarlo, |
|
|
|
incluso esta canción que a
ti va como un ave. |
|
|
|
Hermoso, por la virtud que confiere
a las cosas, |
|
|
|
el nombre, con sólo
rozarlas, |
|
|
|
las saca a la vida donde no hay
resquicio |
|
|
|
para nada sin nombre o
belleza. |
|
|
|
|
¡Qué hermoso nacer y
sacarle a los pechos de nuestras |
|
|
|
madres esa leche de tan blanca
hermosura, |
|
|
|
y amarla, y a las cosas, e irse
diciendo: |
|
|
|
«Esta es la lengua del amor,
y no hay otra; |
|
|
|
y quien no hable de amor no ha
nacido, |
|
|
|
que sólo al amor se nos dio
nacimiento». |
|
|
|
Decir amor y perderme es lo
mismo, |
|
|
|
mas no decirlo es peor que la
muerte; |
|
|
|
que en un instante abre el sentido
a todas las hermosuras. |
|
|
|
|
¡Qué hermoso nacer
para morir, |
|
|
|
y repentinamente ver la claridad
que el agua y la llama llevan en sí mismas, |
|
|
|
y ver la contenida hermandad de
muerte y belleza, |
|
|
|
la obra de Dios entre las
obras! |
|
|
|
|
¡Oh, qué gran rosa en
las manos la muerte! |
|
|
|
¡Oh sombra que aclara las
sombras! |
|
|
|
Esta gran rosa, la muerte, nos fue
dada |
|
|
|
porque entre tanta hermosura vamos
a ciegas, |
|
|
|
porque los ojos son chicos y el mar
inmenso, |
|
|
|
y el tiempo de ver reducido sin
tino, |
|
|
|
y las cosas con un revés que
no alcanzamos. |
|
|
|
|
Mas con esta rosa, Señor, ya
no hay duda, |
|
|
|
sino hermosura doquier que es tu
nombre. |
|
|
|
El
Cristo de Velázquez
|
|
Inmóvil y perfecto,
estás clavado. |
|
|
|
Nuestra mortal angustia se
estremece |
|
|
|
cuando ni sombra de dolor
parece |
|
|
|
donde todo el dolor se ha
consumado. |
|
|
|
|
Grita, Señor.
Retuércete. ¿El costado |
|
|
|
no atravesó una lanza?
¿No te mece |
|
|
|
el dolor en su cuna?
¿Qué flor crece |
|
|
|
en tu frente, que así te ha
coronado? |
|
|
|
|
¿No es tu sangre de hombre
la que vierte |
|
|
|
el cuerpo, ni sudor el que
derramas, |
|
|
|
ni peso humano el que te tiene
inerte? |
|
|
|
|
¿Por qué, entonces,
Señor, hombre, no clamas? |
|
|
|
¿O es que te tiene en pie
frente a la muerte |
|
|
|
la fuerza de lo mucho que nos
amas? |
|
|
|
Paso de Dios
|
|
Señor, ¡cómo has
venido azul sobre la tierra, |
|
|
|
tras tantos días oculto tras
tu lluvia y tu viento! |
|
|
|
Difícil como un monte,
Señor, te vela a veces |
|
|
|
tu propio poderío. Y vamos
ciegos, lentos, |
|
|
|
lo mismo que un camino borrado por
las yuntas. |
|
|
|
Mas hoy tu sol, tu azul, el aire de
tu paso, |
|
|
|
un temblor que decía,
Señor, que te acercabas, |
|
|
|
hacía todo vibrante, el
tronco y el renuevo, |
|
|
|
orlaba las veredas con la flor, la
esperanza, |
|
|
|
y un calor que venía de lo
hondo de tus hornos |
|
|
|
calentaba la tierra.
¡Qué vaso rebosante |
|
|
|
la tarde, derramándote,
Señor, en su dulzura |
|
|
|
sobre tus mismas cosas! Mi
corazón estaba, |
|
|
|
como siempre, al acecho, y temblaba
en la espera, |
|
|
|
siempre espía de tus
pasos. |
|
|
|
|
Esto es largo y oscuro.
|
|
|
|
La palabra no sirve. La palabra se
quiebra. |
|
|
|
A veces te balbuce la lengua, y
queda todo |
|
|
|
en silencio y tiniebla. A veces, la
mirada |
|
|
|
de un niño te recoge: una
luz repentina |
|
|
|
que remata los árboles; la
hierba que suspende |
|
|
|
una gota que tiembla: haces de
nuestra carne |
|
|
|
espejo de un instante, y luego todo
sigue. |
|
|
|
Se siente tu ruido, tu terror, tu
belleza. |
|
|
|
Esta adivinación de tu
figura
|
|
Esta adivinación de tu
figura, |
|
|
|
esta impresión del alma que
enternece |
|
|
|
el cristal, esta sombra que
parece |
|
|
|
un recuerdo que sale en la
espesura |
|
|
|
|
donde están los recuerdos y
apresura |
|
|
|
al verlo el corazón, y que
estremece |
|
|
|
el mundo en una luz que crece y
crece, |
|
|
|
hasta donde el temblor no tiene
altura, |
|
|
|
|
comparación no admite con
aquella |
|
|
|
imagen que yo llevo dibujada |
|
|
|
dentro del corazón en que te
siento, |
|
|
|
|
que donde va mi sangre va su
huella, |
|
|
|
y donde van mis ojos su
mirada, |
|
|
|
y donde va mi voz, pone su
acento. |
|
|
|
Yo
te daría, amor, yo te daría
|
|
Yo te daría, amor, yo te
daría |
|
|
|
la viña y el almendro y el
olivo, |
|
|
|
la tapia que le sirve de
recibo |
|
|
|
a tanta madreselva y
lozanía. |
|
|
|
|
Y luego con mis brazos le
daría |
|
|
|
descanso a tanto pensamiento
esquivo, |
|
|
|
y luego con mis ojos, a lo
vivo |
|
|
|
de tu alma hiriendo en gozo,
llegaría. |
|
|
|
|
Porque en la tarde tengo tan
contenta |
|
|
|
una brisa que sabe lo que
quiere, |
|
|
|
y le habla al hueso con ternura
tanta, |
|
|
|
|
que el puro hueso en dicha se
acrecienta, |
|
|
|
y no sabe si vive ya, si
muere, |
|
|
|
la voz o la delicia en la
garganta. |
|
|
|
XII
|
|
Como el viento en los trigos por
abril, tu recuerdo |
|
|
|
va removiendo olas de dulzura en mi
frente. |
|
|
|
¡Qué tierno se hace el
mundo, y qué razón recobra! |
|
|
|
¡Qué resonancia clara
sale de las cavernas |
|
|
|
donde tienen su fuente los
sueños más remotos, |
|
|
|
y qué dulce se extiende por
miembros y campiñas! |
|
|
|
|
Dejadme a mi ternura, que, rey de
mi ternura, |
|
|
|
no hay frontera en el mundo ni mar
que no traspase. |
|
|
|
¿Eres tú abril, o
abril es ese espejo hondísimo |
|
|
|
que se forma en mi alma cuando me
asomo a ella? |
|
|
|
¿Quién más
abril que tú, que eres la primavera |
|
|
|
del alma con la sola razón
de haber vivido, |
|
|
|
que sales como abril del campo sin
trabajo, |
|
|
|
lo mismo que la alondra de los
trigos recientes, |
|
|
|
con raíces tan fuertes como
troncos de encinas, |
|
|
|
y con flores tan frágiles
como flores de encinas; |
|
|
|
que poco a poco vas quitando a la
esperanza |
|
|
|
sus últimos rincones y se
los das al gozo, |
|
|
|
que en trance tal de júbilo
colocas al espíritu |
|
|
|
que pierde la razón del
tiempo en su existencia? |
|
|
|
[Ya no sé desear más que
la vida]
|
|
Ya no sé desear más
que la vida, |
|
|
|
porque entre las victorias de la
muerte |
|
|
|
nunca tendrá la grande de
tenerte |
|
|
|
como una de las suyas
merecida. |
|
|
|
|
Y porque, más que a venda y
más que a herida, |
|
|
|
está mi carne viva con
quererte, |
|
|
|
e, igual mi corazón que un
peso inerte, |
|
|
|
halla su gravedad en tu
medida. |
|
|
|
|
¡Qué temblor no
tenerlo en ningún lado, |
|
|
|
ni en el pecho, la vena o la
palabra, |
|
|
|
y a lo mejor en valle, fuente o
roca! |
|
|
|
|
¡Corazón prisionero y
emigrado, |
|
|
|
que con cada latido el hierro
labra, |
|
|
|
y que convierte en sueño
cuanto toca! |
|
|
|
Miguel
|
|
Tú, mejor que nadie, a tus
alturas, |
|
|
|
sabes que no, Miguel, sabes que
no. |
|
|
|
Mientras mordiste el ajo vivo |
|
|
|
y la almendra amarga y las
collejas, |
|
|
|
y te agarraste a la esteva, y fue
el silbido |
|
|
|
tu palabra; mientras
bañaste |
|
|
|
en tus ojos la luz del campo, y no
cubriste |
|
|
|
sino con cáñamo tus
pies, y acariciaste |
|
|
|
tu libertad para ti mismo. |
|
|
|
Mientras mordiste los
ásperos limones |
|
|
|
y el barro, Miguel, que era tu
nombre, fue tu tierra, |
|
|
|
y hablaste con silbidos los
diálogos |
|
|
|
de la tierra, la madre, fue en tus
labios |
|
|
|
fiel clavel de la tierra, la
palabra. |
|
|
A
mi hermano Juan
|
|
Querido Juan, el tiempo que nos
tiene |
|
|
|
cogidos en sus horas, que nos
lima |
|
|
|
la ocasión de gozar, la
breve cima |
|
|
|
en que el vivir se colma y se
entretiene |
|
|
|
|
en júbilo la sangre y se nos
viene |
|
|
|
la palabra mejor, y nos anima |
|
|
|
a lo bueno del mundo, el alto
clima |
|
|
|
de Dios que nos calienta y nos
mantiene; |
|
|
|
|
para los días de la gente,
el tedio, |
|
|
|
la inclinación oscura donde
quiera, |
|
|
|
el bien huido, el mal necio y sin
tino. |
|
|
|
|
Que Dios nos tenga, Juan, de medio
a medio, |
|
|
|
nos dé la paz de dentro y la
de fuera, |
|
|
|
la gracia de ver claro en el
camino. |
|
|
|
Altos mayos. VII
|
|
¡Si no tuviera la voz |
|
|
|
como la tengo, perdida! |
|
|
|
¡Si no tuviera la vida |
|
|
|
como la tengo! |
|
|
|
Tu hoz,
|
|
|
|
antes de la luz primera, |
|
|
|
entre la rama y la rama. |
|
|
|
Tu palabra se derrama, |
|
|
|
agua, fuego. La caricia |
|
|
|
de tu mano. La delicia |
|
|
|
en tus labios la
sembré, |
|
|
|
y luego nació. Se hizo |
|
|
|
árbol alto, muerte,
rizo. |
|
|
|
Con un suspiro, con una |
|
|
|
gacela (no digas pena, |
|
|
|
aunque mordía). La luna |
|
|
|
no ha visto otra. Caballo |
|
|
|
de hermoso cuello, los remos |
|
|
|
brillantes, listos. ¿No
subes |
|
|
|
sobre la grupa? Iremos |
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más arriba de las
nubes, |
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entre los ojos, por esa |
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llanura, no digas frente, |
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hombros que llaman ternura, |
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labios de prisa y dulzura, |
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despacio, deprisa, aprisa. |
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¡Viene sola y de
repente! |
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Olivos
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Vosotros sin olor, duros
olivos, |
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qué árbol no
llamaré, que diré hermanos, |
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tan amorosos, aunque tan sin
manos, |
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y tan serenos, aunque tan
esquivos, |
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que bajáis las
cañadas fugitivos |
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y coronáis en paz los
altozanos, |
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vosotros, cuya flor os vuelve
canos, |
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cuyo ejemplo nos torna
pensativos; |
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vosotros, cuyo tronco es lumbre
luego, |
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y cuyo fruto aceite que
acompaña |
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al hombre por su muerte y por su
vida: |
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oíd con bendición mi
justo ruego, |
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y derramad sobre la vasta
España |
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vuestra flor, toda en fruto
convertida. |
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Sola y eterna,
tierra de arados, de sementeras y de olivar, mil veces regada con
sudores de hombres, con cuidados, con maldiciones, con
desesperaciones de hombres, hermosura diaria, espejo y descanso
nuestro.
Nunca cansas,
siempre lista, inscrita una y otra vez por hierros y por huellas,
volcada por rejas al sol y a la lluvia, a todo tempero, siempre con
la dádiva conforme al trabajo, medida a nuestros huesos.
¡Ay de los
que te olvidaren, de los que en su piel y en sus ojos pierdan tu
recuerdo, de los que no se refresquen contigo, de los que te
pierdan de alma!
Rosa de siempre
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Tú de verdad, y para ti mi
vida. |
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Rosa de siempre, lo mortal te
sabe |
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de memoria y amor.
¿Qué en ti no cabe? |
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Mi verso para ti. Tú, su
medida. |
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Pedazo de mi tiempo, de mi
herida, |
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me llevas y te llevo, mar y
nave; |
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¡oh Rosa!, ¿qué
hará el labio que te alabe |
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más que alabarte? Lo fugaz
se olvida, |
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pero nunca la luz. El viejo
río |
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seguirá su camino al mar, la
nada. |
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Por los aires de Dios la
primavera |
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|
seguirá proclamando el
poderío |
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de lo que pasa, ¡oh, Rosa!,
condenada |
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por dentro a florecer, morir por
fuera. |
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|
XII
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Rosa, mi corazón, mi
latifundio, |
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mi campo de amapolas, mi
arroyuelo, |
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mi torreón de mirlos, mi
rocío, |
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mi noche de verano, mi
proyecto |
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al fresco de la tarde, mi ola,
¡salta, |
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|
salta a mis brazos! Deja que
revuelva |
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un poco tu cabello, mientras
pienso |
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en la colmena oscura, con las
mieles |
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|
ya colmadas de agosto, y el
murmullo |
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de las abejas. Corazón, mi
Rosa, |
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te adoro simplemente. ¿Te lo
he dicho? |
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|
[Tengo el recuerdo aquí. La luz
aquella]
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|
Tengo el recuerdo aquí. La
luz aquella |
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del jardín por la tarde en
el estío, |
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|
y los vencejos en el ancho
río |
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de la tarde tranquilamente
bella. |
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|
¡Oh Señor, oh terror!,
tu amor lo sella, |
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y el instante no pasa. En el
sombrío |
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|
jardín, el agua, el tiempo,
sigue. Mío |
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sigue el instante aquel, sigue la
huella |
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de su paso en el alma. La
memoria |
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|
va escribiendo la tarde y el
relente |
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y el frescor del jardín
recién mojado. |
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Alguien se acerca. Y es la misma
historia. |
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Alguien que llega. Tú.
Precisamente |
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hablábamos de ti cuando has
llegado. |
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|
Tiempo y hombre
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Va siendo ya para la voz
cansada |
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disperso el recordar, loca la
hora, |
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pasando más deprisa y
más señora |
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de este río sin tregua.
Encadenada |
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la acción al desear, y la
mirada |
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sin romper en lo oscuro, y sin
demora |
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empujando la mano destructora |
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¿de quién y para
quién?, ¿hacia qué nada? |
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|
¡Oh tiempo!, Dios te suelta
con el aire, |
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|
respiración, latido, pobres
gentes |
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que han de labrar con tiempo sus
asuntos. |
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|
Araña inútil, hombre,
tú donaire |
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del tiempo, entre las manos
inclementes |
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|
del tiempo, tiempo y hombre siempre
juntos. |
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|
Espejo interior
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A lo de siempre vuelvo desde
siempre: |
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a la mano primera y a la casa, |
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al mayo de celindos y
gayombas, |
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a las ruedas del tiempo en los
umbrales, |
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tras la paz albergada, a aquellos
ojos |
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de ternura conmigo, a los
silencios |
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|
escogidos. |
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|
El corredor de losas
relucientes, |
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la escalera subiendo a la
ventura |
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del sabido calor, y los
serones |
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|
de la Alhajuela rebosando
frutos. |
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|
Y luego mayo, loco en la
Ribera, |
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|
los ruiseñores locos en el
Huerto |
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|
de Perea, cantando locos, mientras,
lentas, |
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|
las ruedas del trabajo y de la
lana |
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|
las aguas de la sierra iban
moviendo |
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|
bajo murallas nobles. |
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|
Los ojos, aves locas, se
escapaban |
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en vuelos de miradas, al
prodigio |
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del agua y de la rueda, a los
olores |
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|
de gayomba y culantro, a los
colores |
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de malvas y amapola, a los
vencejos |
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|
zurciendo en el azul blancos
retazos. |
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|
¡Oh, este espejo interior,
donde aparece |
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el de hoy, el de ayer, el siempre
niño! |
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|
Tu
oficio, poeta...
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|
Para que algo quede de este
latir, |
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para que, si alguien quiere
mirarse, pueda; |
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para calmar quizá alguna
sed, y que alguien diga |
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|
«a mí me pasó
algo semejante». |
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Los poetas estamos para eso: |
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para ofrecerles tránsito a
los demás, |
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para que se encaramen sobre
nuestros latidos, y que divisen |
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|
un poco más allá, en
medio |
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|
de tanta oscuridad como nos
circunda. |
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|
A veces nada tiene sentido, ni
siquiera |
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que me des la mano o ese |
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|
limón redondo tan bello en
la vereda. |
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|
A veces lo que tiene sentido no
tiene sangre, |
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|
ese poco de sangre por la cual se
muere. |
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|
Todo es ganas de morir de otra
manera, |
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|
ganas de imitar a los ríos y
que la tierra vea |
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que hay otras aguas y otras penas,
y los cielos |
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|
|
contemplen misericordiosamente |
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|
nuestras peregrinaciones. |
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|
Tu oficio, poeta, es
contemplar, |
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|
que todo se te escriba dentro;
luego, |
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|
quizá leer allí
mismo, quizá decir a los otros |
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|
|
lo que allí mismo, escrito,
tú lees. |
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|
Olor a jazmines
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|
He entrado en la casa deshabitada
de todo, |
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|
salvo de un extendido olor a
jazmines |
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|
que la llenaba. Me he quedado |
|
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|
como vestido de su olor, como
penetrado |
|
|
|
de ese mundo fuera de mí,
parte de él, |
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|
con tantas sombras que participan
de este olor, |
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|
aire hoy sólo animado por el
aroma de los jazmines, |
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|
a quien setiembre saca su blanco
más profundo, |
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|
como a una vieja arpa su mejor
sonido |
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|
una mano antigua, o a unos huesos
cansados |
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|
su quejido, el amor. |
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|
Errabundo por la vieja casa me he
perdido, |
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|
|
buscándome a mí
mismo, |
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|
a ver si por fin me encuentro. El
errabundo |
|
|
|
olor de los jazmines me
persigue. |
|
|
IV
|
|
Ahora que tantas cosas están
perdiéndoseme, |
|
|
|
ahora que tantas cosas están
olvidándoseme, |
|
|
|
ahora que tantas cosas aparecen en
rincones perdidos, |
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|
|
un pañuelo olvidado, la flor
aquella, |
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|
|
un olor, el nombre de este rostro?
El nombre? |
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|
Por Dios, dónde está
el nombre? |
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|
|
El nombre, el nombre. Tiene barba y
mujer. |
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|
|
Me habla cariñosamente, pero
sin nombre. |
|
|
|
Seguro que es el mismo, con barba y
sin nombre, |
|
|
|
una mirada dulce y sin ponerle
nombre. |
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|
Lo malo no es que se nos
pierdan |
|
|
|
sino que no sabemos dónde se
nos pierden, |
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|
|
tantos objetos perdidos como se nos
pierden, |
|
|
|
un montón de objetos
perdidos es la vida. |
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|
|
Y la memoria trabajando en lo
oscuro, |
|
|
|
buscando incesante, escarbando en
lo oscuro, |
|
|
|
un animalillo escarbando por
dentro, |
|
|
|
buscando por dentro. Y nada,
nada. |
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|
|
Una mirada dulce con barba y sin
nombre. |
|
|
|
Y por fin y de pronto: se llama
«Montaña». |
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|
XXIII
|
|
Una vez más, Señor, me
condenas perdiéndome |
|
|
|
las gafas; una vez más me
pones en trance |
|
|
|
de maldición y pecado. Por
favor, devuélvemelas. |
|
|
|
No es, Señor, que me las
pierdas, es que me las escondes |
|
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|
y me dejas sin ver. Es que nos
quieres ciegos? Que no veamos |
|
|
|
el horror que nos rodea, tantas
cosas terribles |
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|
como hay que ver cada día?
Es una muestra de tu misericordia |
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|
dejarnos sin ver? Por qué no
te llevas |
|
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|
la mirada, esa ave? De todo nos
priva nuestra |
|
|
|
desesperación de ciegos,
hasta de ese olor |
|
|
|
del jazmín vespertino, de la
escapada de puntillas |
|
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|
de la tarde, de aquellos que
tú bien sabes |
|
|
|
su nombre, porque tú eres su
invención, |
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|
|
tú le pusiste nombre,
amor, |
|
|
|
y aquí ando las veinticuatro
horas del morir de cada día |
|
|
|
sin ver, hasta donde lleguen los
hastas, |
|
|
|
hasta que un toque en el hombro y
una voz diga: |
|
|
|
«No busques más lo que
tienes delante». |
|
|
[De puntillas ha entrado en mi alma]
|
|
De puntillas ha entrado en mi
alma |
|
|
|
sin sentirlo, ni si el alma tiene
puertas, |
|
|
|
aunque he sentido pasos, y
calor, |
|
|
|
y ese silencio que sucede. |
|
|
|
No hay silencio como el de la
soledad, |
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|
|
que no es tan fácil como se
dice |
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|
|
eso de estar solo (pero eso es otra
cosa, |
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|
|
siempre todo es otra cosa). Pero
vuelvo |
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|
a la soledad que tan bien se
lleva, |
|
|
|
con ese silencio que se hace |
|
|
|
en la soledad, y desvanece las
compañías |
|
|
|
que no son soledad, y nos hace |
|
|
|
andar por dentro, sintiendo las
resonancias |
|
|
|
del silencio en la soledad, las
olas |
|
|
|
de la soledad en el silencio. |
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|
Sueño adentro
|
|
Hoy ya que sólo queda la sombra y
el recuerdo, |
|
|
|
la sombra de los árboles
saliendo entre la brisa |
|
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|
de aquel jardín en donde las
horas iban lentas, |
|
|
|
como un cielo de noche, sin noche y
sin orillas. |
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|
Hoy ya que sólo llevo tantos
pozos a donde, |
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|
si me asomo, contemplo las cosas
que me miran, |
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|
la mano vieja, el tacto, la
estancia grande y clara, |
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|
el silencio y la voz
cantándome tranquila |
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|
mientras me voy perdiendo
sueño adentro. En la calle |
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|
un silbido, unos pasos, un vuelo.
No se olvida |
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|
lo que escriben los sueños
en la sangre. Revive |
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|
por la noche y a veces nos hace por
el día |
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tornar la cara. Llaman. Ay
qué sombra tu sombra |
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|
en las paredes blancas, tu falda
fugitiva |
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|
entornando postigos,
dejándome embargado |
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|
riberas de los sueños, aguas
del sueño arriba. |
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|
Hoy que todo se hace transparente y
tranquilo |
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|
como el mar cuando está muy
cerca de la orilla, |
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|
y latido a latido el corazón
devuelve |
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|
la ternura hecha sangre que
parecía perdida. |
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|
Todo torna a lo mismo. ¿No
son las sombras sabias |
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|
guardando los espejos, donde se vio
algún día |
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|
|
aquella cara joven, aquella forma
dulce, |
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|
|
aquel calor de ave en la mano?
Prendida |
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|
de paso y para siempre clavado,
para siempre |
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|
|
haciendo aquel instante. En lo
hondo, a lo lejos, |
|
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|
¿este cuarto, este instante
tus ojos no veían? |
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