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- X -


De las dichas del Amor

ArribaAbajo   No juzgues, bella aldeana,
que es por niño a Amor difícil
cautivar un albedrío
y a sí en dulce lazo unirle,
   no que a su imperio dichoso  5
quien gusta indócil resiste,
o que hay, cuando el arco flecha,
destreza que el tiro evite.
   Que en la corte y en los campos
omnipotente preside,  10
y así al guerrero avasalla
como al zagalejo humilde.
   Hace al más rústico urbano,
audaz la tímida virgen,
y hasta el anciano sesudo  15
por él las canas se tiñe,
   bien que en unos lindos ojos
y en un seno de jazmines
y unas mejillas de rosa
toda su fuerza consiste.  20
   Así, alegre y bullicioso,
no engañada te imagines
que en las lágrimas se goza
ni con los suspiros ríe,
   que, educado por las Gracias,  25
gusta que bailen y trisquen,
y que canten y festejen
cuantos sus banderas siguen,
   ya en la pacífica Idalia,
ya de Gnido en los pensiles  30
grata los entre su madre,
ya en sus aras sacrifiquen.
   El camino de su templo,
la senda que de él dirige
al bosque de las delicias  35
sus adeptos más felices,
   no por ásperos los tengas
ni los juzgues imposibles,
que son llanos, y de rosas
poblados y de alhelíes.  40
   Ni menos pienses cobarde
que su fuego el alma aflige,
ni de sus blandas heridas
que ningún remedio admiten.
   Un plácido ardor su fuego,  45
sus llagas son apacibles,
y sus flechas, puntas leves
que su tierno nombre imprimen.
   La cárcel que hórrida tiemblas
y esos hierros con que oprime  50
sus venturosos esclavos,
que tú llamas infelices,
   es un celestial alcázar
donde gozan los que viven,
en vez de encierros y grillos,  55
de contentos indecibles,
   siempre entre mirtos y acacias
y en un temple bonancible,
lleno de ambiente de aromas,
los ramos de colorines,  60
   que revolando anhelosos
a sus queridas persiguen,
a par que en sus dulces trinos
Amor, sólo Amor repiten.
   Allí embebidas las almas,  65
ya en esperanzas que fingen,
ya en desdenes que contrastan,
ya en favores que consiguen,
   temen ora, ora suspiran,
ora blandamente gimen,  70
gozan ora, ora se quejan,
ora al amado se rinden.
   Sus palabras son caricias,
sus riñas, serenos iris,
y el despego y los rigores,  75
ocasión a nuevas lides;
   fragua feliz, los recelos
do amor ya tibio se avive,
y los piques y mudanzas,
de otro nuevo amor origen;  80
   su favor, plácida llama
con que el alma se derrite,
pasatiempo, los cuidados,
y la timidez, melindre.
   ¡Felices mil y mil veces  85
los que en su poder suspiren,
los que sus cadenas llevan,
y los que su ley reciben!
   ¡Y yo, aun más feliz, bien mío,
si a mi ruego al fin sensible,  90
una hechicera mirada
«osa y no temas», me dice!




- XI -


A Filis recién casada

ArribaAbajo   «Llegó en fin el fausto día
que tanto Celio anhelaba,
que cien envidiosos lloran,
y que mi amistad aclama.
   Ya eres su esposa, y tu cuello  5
sufre dócil la lazada
con que para siempre unidas
la suya y tu vida se atan.
   De flores será olorosas
si los dos sabéis llevarla,  10
cual de punzantes espinas
si la discordia os separa.
   Cuida pues, amable Fili,
de que cada vez más grata
al feliz velado sea  15
por tu dulzura y tus gracias.
   Cuida que el peso no sienta,
y que una tierna mirada
del esposo en cada hora
el rendido amante te haga.  20
   Bien, Fili, lograrlo puedes,
si la ilusión regalada
que hoy le embelesa procuras
que el tiempo no la deshaga.
   Ni mimosa le empalagues,  25
ni con melindres de casta
marchites por tus desvíos
la flor de sus dulces ansias.
   Sé plácida a sus amores;
mas gratamente velada  30
de un pudor tímido, a veces
feria tus finezas cara,
   que por vulgar no se precia,
aunque riquísima, el agua,
y al sol fúlgido el diamante  35
por lo raro se compara.
   Ni le des ni pidas celos,
celos que pedidos cansan,
y dados... Te ofendería
si más de este achaque hablara.  40
   Los donosos devaneos
acabaron ya, cual vagas
pasan las nubes de estío,
que sin lluvia el campo engañan.
   Acabaron, bella Filis,  45
las citas a la ventana,
los empeños en el baile,
las músicas y enramadas,
   y aquel tu bullir travieso,
que te dio entre las zagalas  50
el renombre de festiva,
de decidora la palma.
   Lo que en la alegre soltera
se ríe como una gracia,
por liviandad se censura  55
en la severa casada.
   Hoy un nuevo amor empiezas,
cuya deliciosa llama
otros frutos ha de darte,
y otra más ilustre fama.  60
   Tu esposo, y tu esposo solo,
goce de tu vida y alma,
cual en torno de las suyas
tú eres feliz soberana.
   Un querer, un gusto, un lecho  65
común os sea; en su cara
te mirarás como espejo,
y tu genio al suyo iguala.
   A veces a sus antojos
tu razón dobla, que es gala  70
del amor mandar sirviendo,
y al que se humilla le ensalzan.
   Sé con cuantos te rodean
de trato y condición blanda,
que el rigor enojos cría,  75
y mal oye quien mal habla.
   Solícita con tu esposo
y desvelada en tu casa,
cual madre todos te miren,
tus doncellas, como hermana;  80
   pero a par cuida prudente,
pues su señora te llamas,
no tan alto nombre pierdas
si las cubres o te guardan.
   Alégrate sin rebozo,  85
y trisca en el baile y canta,
que la virtud nunca estuvo
con la risa mal hallada;
   y huye indulgente y benigna
la severidad ingrata,  90
que a la par que humilla, ofende,
y el fuego de amor apaga,
   viendo en el mar de la vida,
cual a un rayo de bonanza
que fugaz vuela, ominosas  95
ya mil nubes amenazan.
   Sin afectar presunciones
ni en cada día una gala,
conserva ese limpio esmero
con que a todos nos encantas.  100
   Cuida de ti por tu amado;
y hazte a sus ojos tan varia
que, cual ora ilusos, te hallen
cada vez más extremada.
   Mira que el querer se entibia,  105
que el ciego embeleso pasa,
que desplace el desaliño,
y lo gozado empalaga.
   Serás madre, bella Filis,
serás madre, y trasportada  110
recibirás en tus brazos
la mitad de tus entrañas.
   ¡Oh, en qué afectos al oírlo
tu amante seno se inflama,
viéndote fecunda oliva  115
de pimpollos circundada!
   Serás madre, y de tu esposo
crecer sentirás la llama,
reflorecer las finezas,
sellarse la confianza.  120
   Sobre él sentarás segura
tu amable imperio, y ufana
brillarás cual entre albores
se ostenta riente el alba.
   Crecerán tus dulces hijos,  125
y en ellos tus esperanzas,
cual mata de clavellinas
plantada al margen del agua.
   Tú, velando noche y día
felizmente en su crianza,  130
en delicias celestiales
te sentirás inundada;
   y serás, Fili, en el mundo
cual tórtola solitaria
que en su nido y en su amado  135
todas sus venturas halla.
   En tu regazo dormidos,
colgados de tu garganta,
verás con qué de caricias
tu ardiente cariño pagan.  140
   A tu voz, cual los polluelos
que su madre en torno llama,
correrán, de gozo llenas
siguiéndolos tus miradas,
   mientras el feliz esposo  145
ya sus brazos les prepara,
y entre su querida y ellos
su corazón se derrama,
   gozando tú embebecida,
cual nuevas, las vivas ansias  150
de su tierna fe, la gloria
de ver cuán penado os ama.
   ¡Oh, qué de premios y dichas
fausto el cielo te depara!,
¡qué de contentos y amores  155
de pureza inmaculada!,
   ¡qué porvenir tan glorioso!,
¡qué deliciosa fragancia
de virtudes!, ¡qué de bienes,
esposa y madre, te aguardan!  160
   Disfrútalos, Fili bella,
y las prendas que te ensalzan
admire yo, si es posible,
en tus hijuelos copiadas.
   Disfrútalos; y la dicha  165
sé por siempre de tu casa,
el lustre de nuestra aldea,
y de todos la alabanza».
   Como parabién de boda,
estos versos le cantaba  170
un zagal que fue su amante
a Filis recién casada,
   cuando de repente al triste
tan al vivo se retratan
los dolorosos recuerdos  175
de sus dichas malogradas,
   que en su deliciosa imagen
como embebecida el alma,
ni ya al rabel armonía
ni al labio le da palabras;  180
   y abismado, confundido,
a pesar de su constancia,
la que empezó enhorabuena,
si no cesa, en llanto acaba.




- XII -


Los días de Silvia


A la Exma. Sra. Duquesa de Alba

ArribaAbajo   Si a los tiernos sentimientos
que mi corazón abriga
mostrar toda su fineza
hoy dejase, amable Silvia,
   cual exaltados hervores  5
de mi ardiente fantasía
la tibieza los burlara,
murmurándolos la envidia;
   mas quien íntimo supiese
la sencillez de mi fina  10
voluntad, los dulces lazos
que al duque y a ti me ligan,
   lazos que a los dos me estrechan
con violencia tal, que unidas
en una sola tres almas,  15
vuestra ventura es la mía,
   ni culpara mi entusiasmo
ni llamara encarecida
una afición que hará siempre
mi embeleso y mis delicias.  20
   Dijera, sí, que la pluma
por el papel corre tibia,
ni alcanza a pintar la lengua
cuanto el corazón le dicta,
   este corazón que anhela  25
porque goces aun más días
blanda paz, riente el gozo
por siempre y vivaz te siga.
   Así ejemplo a las edades
de virtudes peregrinas,  30
tus discreciones se aprendan
cual tu bondad se bendiga.
   Favorable en fin el cielo
a cuanto amistad me inspira,
en su seno y en los brazos  35
del amor mil años vivas.




- XIII -


La zagala desdeñosa

ArribaAbajo   «Si me quieres como dices,
deja el desdén, zagaleja,
que nunca bien hermanaron
el amor y la aspereza.
   Opón, cruda, los desdenes  5
si otro zagal te festeja,
que a dos escuchar a un tiempo
es hacer a ambos ofensa.
   Uno sea el escogido;
mas cuando feliz lo sea,  10
goza en paz de su ternura,
y él en libertad te quiera,
   y celébrete entre todas,
y en derretidas finezas
pagándole tú benigna,  15
su llama exhalarse pueda,
   que en el amor los rigores
son cual hielo en primavera,
que al mayo roba sus galas,
y a los ganados, la hierba,  20
   y el favor, plácida lluvia
con que abril al campo alegra,
que hace florecer los valles
y espigar la sementera.
   Favorece, y no desdeñes,  25
que no toda la belleza
está en unos lindos ojos
o en una dorada trenza.
   La beldad erguida y vana
es bien cual pomposa hiedra,  30
que, embeleso de los ojos,
ninguno, estéril, la aprecia;
   mas al agasajo unida,
cual vid de racimos llena,
a cuya sombra apacible  35
gozosos todos se sientan
   y cuyos vástagos verdes,
cuando en el olmo se enredan,
ornándolo con sus hojas,
con sus abrazos lo estrechan.  40
   Flor de un día es la hermosura,
y el tiempo tras sí la lleva;
y si en mis palabras dudas,
toma una lección en Celia;
   Celia, la célebre un día  45
por su beldad hechicera,
que despreció a mil rendidos,
cuanto envanecida necia,
   y hoy ultraje de los años,
busca en sus ardores ciega  50
quien la sirva, y todos huyen,
quien la mire, y no lo encuentra.
   Voló con su nieve y rosa
de sus ojos la viveza,
y rugosa y sola y triste  55
a un seco rosal semeja.
   Sólo la bondad sencilla
que cariñosa aunque honesta
oye a su zagal querido
y le corresponde tierna;  60
   la que con sus gracias ríe
y con él baila en la fiesta,
y en el seno pon sus flores,
y con otras su amor premia;
   la que viendo en él su esposo,  65
ni se esquiva ni avergüenza
de que a ella todos por suya,
y a él por su amante los tengan;
   ésta siempre como el alba
brillando en su luz primera,  70
a cuantos la ven rendidos
guarda en su dulce cadena.
   Los años no la obscurecen,
ni los cuidados la aquejan;
la emulación la perdona,  75
y la envidia la respeta,
   siendo, aunque en edad tardía,
su agrado y felices prendas
delicia de los zagales,
como encanto de las bellas.  80
   Sé, pues, afable, Amarilis;
cesa en los desdenes, cesa;
que en tu júbilo y donaires
bien ese rigor no suena,
   ni te formaron los cielos  85
así extremada y perfecta
para que tan altos dones
míseramente se pierdan.
   Sé afable con quien te adora;
y verás toda la aldea,  90
si ora tu altivez murmura,
celebrar tu gentileza».
   Así cantaba Belardo
de una zagala a las puertas;
y ella, asomándose airada,  95
que calle y parta le ordena.




- XIV -


Los suspiros de un ausente

ArribaAbajo   Tras aquel ceñudo monte
que a las estrellas levanta
su erguida frente, de nubes
y de nieves coronada,
   está la mansión dichosa  5
de mi Clori, la zagala
que es gloria de estas riberas
y embeleso de las Gracias.
   Fina el alma me lo anuncia,
pues no cabiendo agitada  10
ya en mi lastimado pecho,
en tiernos ayes se exhala.
   Con violencia irresistible
de la otra parte se lanzan
de la alta cima mis ojos,  15
o el duro monte traspasan.
   Mil cuidados van con ellos,
penas mil y quejas vanas,
y mil finezas y ardores...
¡Ay, que la ilusión me engaña!  20
   Yo aquí en soledad me aflijo;
de la otra parte, mi amada;
opuesta a nuestros deseos,
esta invencible muralla.
   ¡Rudo monte!, tú me privas  25
volar adonde me arrastra
mi dulce amor... Ni aun me dejas
ver su pacífica estancia,
   la estancia que fue algún día,
en mi suerte afortunada,  30
confidente de mis glorias,
testigo fiel de mis ansias.
   Allá extático la busco;
y en su impaciencia de hallarla
la vista allí se la finge,  35
y allí corren vida y alma
   en pos de Clori. ¡Bien mío!,
sólo a tu nombre en mil llamas
arde el pecho, mi ser todo
en gozo y delicias nada.  40
   ¡Clori!, ¡Clori!, ¡quién me diese
esta importuna distancia
rápido pasar!, ¡quién, ciego
precipitarme a tus plantas,
   estrecharte entre mis brazos,  45
y así en sorpresa tan grata
ver tu tímida inocencia
cuál con tu pasión luchaba,
   y las lágrimas de gozo
con que tu seno inundaras,  50
mezclándolas con las mías,
en mis ayes inflamarlas!
   ¡Quién tierna te oyese a solas
por mí anhelar, y en tu cara
ya la inquietud retratarse,  55
ya plácida la esperanza,
   ya de un infeliz dolerte
que en su soledad amarga
mil y mil veces sin seso
nombra a su Clori adorada!  60
   Clori mi labio articula,
Clari, lisonjera el aura,
y Clori el eco repite
por la selva solitaria;
   y mi Clori no me escucha...  65
¡Rudo monte!, de tu falda
hasta tu frente te cubra
la esterilidad infausta,
   ni a tus árboles el mayo
vista jamás de sus galas,  70
ni tus desnudas laderas,
de flores y de esmeralda;
   tus arroyuelos no corran;
los veneros que brotaban
bullendo tus ricas fuentes,  75
cierren sus venas de plata;
   las aves de ti se alejen,
ni entre tus áridas ramas
o al tierno amor sacrifiquen
o sus blandos nidos hagan;  80
   ni en fin los amantes fieles
honren tus sombras ingratas
buscándolas por terceras
de sus finas confianzas.
   Esto sea, odioso monte,  85
pues con aspereza tanta
te opones a mi ventura,
mi ardiente pasión contrastas.
   Ver, si no, a mi luz me deja;
deja a mi ligera planta  90
doblar tu escarpada cumbre,
volar hasta su cabaña,
   sorprenderla en su retiro,
feliz un instante hablarla,
y deshacer sus temores,  95
y alentar sus esperanzas,
   clamándole: «Vida mía,
mantenme la fe jurada,
y otra y mil veces recibe
la que mi pecho te guarda;  100
   y que nuestro amor, venciendo
hados, tiempos y distancias,
de firmeza ejemplo sea
hasta en la edad más lejana!»
   Da, oh monte, este corto alivio  105
a mis súplicas ahincadas,
o al solícito deseo
de mi Clori, que me aguarda.
   Y si el ruego y la inocencia
el mármol rígido ablandan,  110
cede, ¡oh!, cede a su ternura
y sus lágrimas acalla;
   y sus lluvias te dé el cielo,
y eternas duren tus hayas,
y huya el ardiente solano  115
de tus umbrosas moradas.
   ¡Ah, si yo al menos tuviera,
pues que a su aspereza clama
sin fruto mi amor, del viento
o de las aves las alas!  120
   Más rápido que la mente,
Clori mía, a ti volara;
viera si de mí te acuerdas,
y viera cuán fina me amas,
   y si mis ternezas partes,  125
y si mis zozobras pagas,
si enajenada me buscas,
si como loca me llamas;
   y en nudo estrecho enredado
de tu nevada garganta,  130
con ardiente sed bebiera
tus lágrimas regaladas.
   Arrastrárate a mi pecho;
y allí en mi pasión insana
en ti, Clori, mi ser todo,  135
y el tuyo en mí trasladara;
   moviérante mis gemidos,
callárante mis palabras;
y envidiara el Amor mismo
nuestras celestiales ansias.  140
   Así deshechas las dudas
que ausente de ti me asaltan,
tú ardieras en mi fineza,
yo me embriagara en tus gracias.
   ¡Quién esto, mi bien, hiciese...!  145
¡Ay!, una sola mirada,
una lágrima, un suspiro,
todas mis dichas colmara.




- XV -


Los segadores

ArribaAbajo    «Segadores, a las mieses,
que ya la rubia mañana
abre sus rosadas puertas
al sol que de oriente se alza.
   Un vientecillo agradable  5
sigue su brillante marcha,
meciendo en volubles ondas
del pan las débiles cañas.
   ¡Ved cómo se pierde entre ellas!,
¡ved cuán susurrante vaga,  10
ora carga y las inclina,
ora raudo las levanta!
   Los desfallecidos pechos
su vital soplo repara,
y al trabajo interrumpido  15
con nuevo vigor nos llama,
   a par que las avecillas,
no bien despiertas, el alba
saludan con mil gorjeos,
trinándole la alborada,  20
   y huyen las lóbregas sombras
y el horizonte se inflama,
y el luminar de los cielos
en su inmenso ardor nos baña.
   A las hoces pues, amigos,  25
que el tiempo fugaz se pasa;
y miles de espigas de oro
nos provocan sazonadas.
   De ellas la frente ceñida
nos sonríe la abundancia,  30
para henchir nuestros graneros
y colmar nuestra esperanza.
   Vedlas en qué remolinos
de aquí y de allá se esparraman,
moviéndose turbulentas  35
como la mar por las playas,
   mientras las áridas hojas
con su sonido retratan
el que forma la mar misma
si se aduerme en suave calma,  40
   y en su plácido murmullo
haciendo en pos una pausa,
tornan rápidas a alzarse
y a ondear muy más livianas.
   No, pues, tan rico tesoro  45
la pereza desmayada
o la ingratitud lo pierdan,
seguid alegres mis plantas.
   Seguidlas; de un pobre anciano
ved cómo las manos flacas  50
os dan del trabajo ejemplo
y a las vuestras se adelantan.
   Cuando fui mozo, ninguno
logró sacarme ventaja,
ni en el afán de una siega,  55
ni con el bieldo en la parva;
   mas hoy los años me encorvan,
y así las fuerzas desmayan
cual la pajilla voluble,
que el viento a su antojo arrastra.  60
   Sus, pues; empezad festivos
de la siega la tonada
que vago nos vuelva el eco
desde la opuesta montaña;
   o en acento más sublime  65
y con voces alternadas
de la honrosa agricultura
resonad las alabanzas,
   santificada en Isidro,
gloriosa en el godo Wamba,  70
y allá en Edén por Dios mismo
al hombre aún sin culpa dada.
   El vicio es callado y triste;
la inocencia ríe y canta,
y el trabajo es pasatiempo  75
cuando el placer lo acompaña.
   ¡Oh, cómo aquél nos alegra
si la bendición alcanza
del cielo, que sus larguezas
ora por doquier derrama!,  80
   ¡cómo el corazón se goza
recordando las escarchas
y aguaceros con que enero
el ancho suelo inundaba!
   Aquellos hielos y lluvias  85
son las selvas erizadas
que hoy veis de doradas mieses,
y un Dios bueno nos regala.
   Éste es el orden que puso
con su omnipotencia sabia  90
al tiempo, que raudo vuela
con igualdad siempre varia.
   Así el sustento atesora
de esa infinidad que vaga
de vivientes por la tierra,  95
o tiende al viento las alas.
   Todos a su providencia
cual menesterosos claman,
y en sus manos paternales
piedad y alimento hallan.  100
   Hállelo el pobre en las vuestras;
si de ellas tal vez se escapa
quebrada la rica espiga,
guardaros bien de apañarla.
   Con negligencia oficiosa  105
dejadla, amigos, dejadla
a arbitrio de la indigencia,
que sigue vuestras pisadas.
   En ella su pan del día
de vuestra bondad aguarda  110
la inocencia desvalida
o la ancianidad cansada.
   Este pan es una deuda,
así la tierra nos paga
cuanto un día le fiamos  115
con usuras duplicadas.
   Así nos dan liberales
grato refrigerio el agua,
el aire vital aliento,
el sol su creadora llama.  120
   No, pues, cuando más profusa
de sus dones hace gala
y a sus hijos su ancha mesa
Naturaleza prepara;
   cuando la veis, que riente  125
de gavillas circundada
y de riquísimas frutas
en común a todos llama,
   o por árida codicia
o por vil desconfianza,  130
en nos solos vinculemos
los tesoros de sus gracias.
   De ellos vive el ave, y parte
la hormiga en sus trojes guarda;
téngala también el pobre  135
que humilde nos la demanda,
   y lleve con su hacecillo,
cual si un tesoro llevara,
el consuelo y la alegría
a su mísera morada,  140
   donde postrados acaso
sobre otras míseras pajas,
ya sus pequeñuelos hijos
de hambre transidos le aguardan.
   Así al buen Dios imitamos  145
que nos da con mano franca;
agradarle abrir las nuestras,
y enojarle es el cerrarlas.
   Abridlas, pues; y sus dones
entre todos se repartan,  150
que él los da a todos, y a todos
su inefable amor abraza».
   Esto Plácido decía
a la puerta de su granja
en medio sus segadores,  155
que como a padre le acatan;
   Plácido, en cuyo semblante
la inocencia de su alma,
y el respeto impresos brillan
en sus venerables canas.  160
   Alzando las corvas hoces
con bulliciosa algazara
todos al anciano siguen,
y él alegre les gritaba:
    «Segadores, a las mieses,  165
que ya la rubia mañana
abre sus rosadas puertas
al sol que de oriente se alza».




- XVI -


El convite

ArribaAbajo   Por entre la verde hierba
baja un arroyuelo al prado,
orlando de espuma y nácar
las flores que encuentra al paso.
   ¡Oh, en qué círculos se pierde!  5
Ora va riente y manso,
y ora hace un blando susurro,
las guijas atropellando.
   Limpísimos sus raudales
semejan al aire vano,  10
que trasparente nos muestra
los términos más lejanos.
   La arena en el fondo bulle,
como la del rico Tajo,
rodando el oro más puro  15
entre sus móviles granos;
   y resbalándose en ondas
cual las que de grado en grado
forman las fáciles aguas,
remeda su curso vago.  20
   Luego el fugaz paso enfrena,
y en el mullido regazo
de la espadaña y el trébol
que riega abundoso y claro
   hasta su murmullo calla;  25
y parece que, cansado
de tanto correr, se duerme
en un plácido remanso,
   do se ven los pececillos,
ora rápidos vagando  30
ir y revolver mil veces
por el cristalino lago,
   y ora en más alegre juego,
con impotente conato
lanzarse y sonando hundirse  35
en las ondas con sus saltos.
   Los árboles de la orilla,
en su espejo retratados,
dos veces la vista alegran
con la pompa de sus ramos.  40
   Sobre ellos los pajaritos
bullen en júbilo y canto,
o entre sus vástagos corren
lascivos y alborotados.
   Aquí el ruiseñor canoro,  45
al cielo su duelo alzando,
con los trinos embebece
de su melodioso llanto;
   y allí premiándola tierno
con mil piadas y halagos,  50
ardiente en pos de su amiga
sale un colorín volando.
   Allá la tórtola gime,
y al arrullo solitario
rendida su fiel consorte,  55
le vuelve un quejido blando.
   Solícitas las abejas
por el herreñal cercano
con ronco estrépito bullen
en torno el florido acanto,  60
   mientra en la opuesta ladera,
satisfechos ya del pasto,
al frescor de su enramada
se reposan los rebaños,
   y el valle en delicias arde,  65
y en ventura y gozo tanto
sólo Amor el pecho siente
y de Amor suspira el labio.
   Ven, pues, a la grata sombra
del álamo consagrado,  70
zagala hermosa, a tu nombre
desde que en él nos hablamos,
   y en cuya limpia corteza
ceñidas de un verde lauro
grabé atento nuestras cifras,  75
del Amor mismo guiado.
   Anúdalas -¡ay, por siempre
y en indisoluble lazo!-
florido un mirto, y en torno
de Clori dichoso esclavo.  80
   Sus, pues, ¿qué nos detenemos?
Ven a su umbroso descanso,
que ya del sol y tus ojos
no puedo llevar los rayos.
   Ven, y a mis ruegos te inclina;  85
dame, donosa, la mano,
que bien este don merece
quien su corazón te ha dado,
   quien meses tantos de ausencia
sufrió infeliz suspirando  90
por este lumbroso día,
término a mis ansias grato,
   en que en brazos del deseo
los dulcísimos regalos
disfrute con que me brindan  95
tu ternura y tus encantos.
   ¡Oh, cuál tus miradas brillan!,
¡cuán lánguidos son tus pasos!
Y en tu acento y en ti toda,
¡qué nuevas delicias hallo!  100
   Ven, ven, adorada Clori;
un instante no perdamos,
que Amor nos ríe, y propicio
tiende el misterio su manto.
   Celebrarán nuestra gloria  105
las avecillas cantando,
murmurando el arroyuelo,
y balando los ganados.




- XVII -


El velo

ArribaAbajo   «Quita, quita, Clori mía,
quítate ese odioso velo
que los rayos oscurece
de tus ojos hechiceros.
   Deja que la lisa frente  5
luzca en todo su despejo,
de los rizos coronada
de ese tu blondo cabello;
   que tu boca y tus mejillas
y tu garganta y tu seno,  10
a par que arrastren mis ojos,
electricen el deseo;
   que esa flor de colorido
de rosa y jazmín deshechos
y tantas gracias y dotes  15
que te dio pródigo el cielo
   brillen en toda su gloria
y hagan el feliz empleo,
sin esa importuna nube,
de mil corazones tiernos.  20
   ¿Los tienes para ocultarlos?
¿No ves cuál ostenta Febo
su luz profuso, y la noche
miles de ardientes luceros?
   Ni la noche ni el sol hacen  25
de su hermosura un misterio,
ni de su oriente la perla,
ni el diamante de sus fuegos.
   Todo, todo cuanto existe,
mientras más gracioso y bello,  30
quiere Amor, el cielo ordena
que brille cual brilla él mesmo,
   en muestra de su grandeza
y ornato rico del suelo,
y ocupación de la mente,  35
y de los ojos recreo.
   Deja, pues, embozos tales
a la inquietud de los celos
o a la beldad que ya sufre
la ruda mano del tiempo.  40
   Tú, empero, que airosa creces
de perfecciones modelo
como la temprana rosa
en medio un pensil ameno,
   tú que cual la blanca luna  45
de las estrellas en medio
esclarece el bajo mundo,
y hermosea el firmamento,
   así cuando te presentas
de tus gracias en él lleno,  50
eres, mi bien, de estos valles
la delicia y el contento,
   ¿a qué negarte a los ojos
que en su cariñoso anhelo
gozar quieren cuanto admira  55
de bello en ti el pensamiento?
   Si es arte para que oculto
haga el delicioso empeño
de hallarlo en los corazones
más poderoso su efecto,  60
   a vulgares hermosuras
deja ese falaz manejo,
de que el desengaño ríe
si hace ilusión un momento.
   Deja a esas flores sin vida  65
para fascinar a necios,
que ostenten lo que no tienen,
disfracen lo que perdieron.
   Caigan ellas, porque vistos
pierden su rostro y su cuello,  70
el velo hasta la cintura,
y escondan su árido pecho.
   Guarden de la luz sus ojos,
por si en su ingenioso juego
crece por la gasa el brillo  75
de sus lánguidos reflejos;
   y a esfuerzos de un vil engaño
hagan, en fin, que de lejos,
de su hermosura se luzcan
los desmoronados restos;  80
   no tú que por tus donaires
y tu mirar halagüeño
y tu bullicio y delicias
y tus sales y tu ingenio,
   esas formas de una diosa,  85
ese aire noble y esbelto
de tu cabeza, esos pasos
que envidia la misma Venus,
   igual en los corazones
mantienes tu dulce imperio,  90
martirio de las hermosas,
de los hombres embeleso».
   Así yo a Clori rogaba;
y ella donosa riendo
alzó, arcando su alba mano,  95
el velo a mi ardor molesto;
   y «Ya tus gustos cumplidos
tienes, mi querido dueño»,
dijo. «Gózate en mis ojos,
que mi alma toda está en ellos.  100
   Velos, y hallarás tu imagen,
que del corazón saliendo,
fiel sabe y contarte puede
sus más íntimos secretos».
   Yo en mi impaciente delirio  105
embebecido, sin seso
mirelos, y ellos se fijan
en mí lánguidos y tiernos.
   Las delicias inefables
que a aquel instante siguieron,  110
si es posible, Amor las diga,
que yo a explicarlas no acierto.




- XVIII -


Clori enferma

ArribaAbajo   ¡Con qué dolor, Clori mía,
mi cariño fiel te deja!,
¡cuánto recela y se aflige,
y el decirte adiós me cuesta!
   Tú padeces; y yo, esclavo  5
de una bárbara decencia,
apenas preguntar oso
si el agudo mal se templa.
   Pero en tu mirar doliente
el corazón me penetras;  10
me lo dividen tus ayes,
y tu silencio me hiela
   tanto que el dolor partiendo
contigo mi amor, apenas
mi mano, si te levantas,  15
tímida en tu auxilio llega.
   Vaste al lecho, y abatido
te abandono a tus doncellas.
¡Ay!, ¿por qué el cuerpo se aparta
de do vida y alma quedan?,  20
   ¿por qué, mi bien, esta noche
sentado a tu cabecera
no he de velar y alentarte?,
¿no aliviaré tu tristeza?
   ¡Con qué piedad guardaría  25
tu reposo!, ¡con qué tiernas
dulces pláticas cuidara
tu vigilia hacer ligera!,
   ¡qué atenciones, cuánto esmero
no empleara, a todo atenta  30
con solicitud dichosa
mi entrañable diligencia!,
   ¡qué palabras, qué consuelos
te diría!, ¡en qué finezas,
a un ¡ay! tan sólo, en tu alivio  35
se desharía mi lengua!
   Pero no, el dolor agudo
no te aquejara; tus penas
templara el cielo a mi ruego,
y acabara la dolencia.  40
   El médico Amor sería,
con lágrimas mi terneza
el fuego apagando que arde
en tu seno y te atormenta.
   Tal vez sobre el pecho mío  45
puesta la hermosa cabeza,
tus ojos cerrara el sueño
con blandas adormideras;
   y el corazón palpitando
con carga tan halagüeña,  50
ni aun respirar osaría,
receloso de perderla.
   Solícito, el aire mismo
tu amable delicadeza
guardara; y su soplo mudo,  55
su vuelo insensible fuera.
   Despertaras, y mis brazos
en agradable sorpresa
te estrecharan, y los tuyos
mi cuello tiernos ciñeran.  60
   No, el dolor, Clori adorada,
no turbaría... ¡Cuál sueña
Amor! Tú sola, yo lejos,
¿quién oirá, mi bien, tus quejas?

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