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- XIX -


El colorín de Filis

ArribaAbajo   Miraba Filis un día
entre las doradas redes
de la jaula, por romperlas
su colorín impaciente.
   Filis, que amable y sencilla  5
desde niña gustó siempre
de avecitas, y en sus juegos
aun casada se entretiene,
   miraba al pobre cautivo
llorar su mísera suerte  10
con los píos más agudos
y los trinos más dolientes,
   morder el sonoro arambre,
y de alto a bajo correrle,
pugnando su débil pico  15
si los hilos doblar puede,
   sacudirlo enardecido,
de un lado y otro volverse,
y avanzar cabeza y cuello
por la abertura más leve,  20
   descansar luego un instante,
y con ímpetu más fuerte
saltar, volar, agitarse,
y hacia sí airado atraerle,
   tal que en su empeño y delirio  25
con uña y pico inclementes
batiendo la jaula entera,
a su esfuerzo la estremece.
   «¡Ay!», dijo la bella Filis
y suspiró dulcemente,  30
«¡qué mal, jilguerito, pagas
lo mucho que a mi amor debes!,
   ¡qué mal tan sañosa furia
con tu placidez se aviene,
con tu delicia, esos ayes  35
que agudos mi pecho hieren!
   Mas pues entre grillos penas,
por fina que te festeje,
no hayas miedo que te culpe
tu esquivez ni tus desdenes,  40
   que me olvide de tus gracias,
ni tu ingratitud increpe,
ni tu cólera castigue,
ni de mi lado te aleje.
   ¿Qué sirve que en tu cariño  45
solícita me desvele,
que la comida te ponga,
que el bebedero te llene,
   que dadivosa mi mano
regalos mil te presente,  50
ni mi dedo te acaricie,
ni con mi boca te bese?
   ¿Qué sirve que mis finezas
tus donosuras celebren,
ni en tus suavísimos trinos  55
embebecida me lleves,
   pues encerrado y esclavo,
sin esperanza de verte
jamás con tu dulce amiga,
no es posible estar alegre?  60
   No es posible, ave querida,
por más que en fingir te esfuerces,
que no maldigas la mano
que así entre hierros te tiene,
   y en cada mimo encubierto  65
algún lazo no receles
con que tu bárbaro encierro
más ominoso te estreche;
   que de todo cautelosos
la injusticia al fin nos vuelve,  70
y a los ojos que así miran
la amistad misma es aleve
   Yo también cautiva lloro;
y aunque de rosa y claveles
es mi cadena, en su peso  75
el corazón desfallece.
   Huérfana y en tiernos años,
que aun no cumplí diez y siete,
abandoné mi albedrío
al gusto de mis parientes.  80
   Cúpome un amable dueño
que galán me favorece,
cual amigo me respeta
y como hermano me quiere;
   pero aunque humilde me sirva  85
y por gran dicha celebre
que su señora me llame,
ni me engaña ni envanece,
   que yo también, jilguerito,
me valgo de estos juguetes,  90
cuando con graciosos quiebros
armonioso me enloqueces.
   También hijito te llamo
si a mi voz piando vienes,
y tus alitas me halagan  95
y tu piquito me muerde;
   y aun más que tú ardiente y tierna,
tomándote blandamente
te estrecho contra mi seno,
te beso mil y mil veces;  100
   y nada ya dulce hallando
con que mi fe encarecerte,
«¡Ay!», clamo, «¡si con mis besos
mi vida darte pudiese!»
   Otro tanto hace mi dueño  105
cuando mi amor le enloquece,
que no hay fineza que olvide,
ni obsequio a que no se preste.
   Él pasatiempos me busca,
oros y galas me ofrece;  110
y en su casa y su albedrío
mis voluntades son leyes;
   pero en medio este embeleso
una voz mi pecho siente
acá interior que me dice:  115
«Nada a una esclava divierte».
   Este pensamiento amargo
mancilla todos sus bienes,
y cual ominosa sombra
mi corazón obscurece,  120
   así como mis cariños
tú, avecilla, pagar sueles
con un pío, en que me increpas
la soledad en que mueres.
   Aun ahora elevada y triste,  125
con un suspiro elocuente
la libertad me demandas
y a volar las alas tiendes.
   No las tenderás en vano,
que el corazón me enternecen  130
tu expresión y tus quejidos;
y así en paz, donoso, vete.
   Vete en paz», la jaula abriendo
dijo Filis, «no te niegue
mi amor lo que tanto anhelas,  135
y tan fácil darte puede.
   Vete en paz, colorín mío,
pues esclavo de las leyes
que a mí bárbaras me ligan
en tu inocencia no eres.  140
   Vete, y venturoso goza
la libertad que ya tienes
y que yo alcanzar no puedo
sino, ¡ay triste!, con la muerte».
   Soltole, voló; y el llanto  145
brotó involuntariamente
de sus ojos, que se anegan
con las lágrimas que llueven;
   y mirando a su avecilla,
que ya en los aires se pierde,  150
con un suspiro que lanza
seguirla ilusa pretende.




- XX -


El cariño paternal

ArribaAbajo   «No embaraces, dulce amiga,
el grato anhelo del niño;
deja que donoso pase
de tus brazos a los míos.
   Mira en sus blandos gorjeos  5
y en su incesante bullicio
cuál su tierno Amor explica,
gozándose en mis cariños.
   Él ya vivaz los entiende;
y en oyendo, «Dulce hechizo,  10
ven de tu padre a los brazos»,
se pierde en alegres brincos.
   Aun ahora mismo riendo,
¿no admiras cuán expresivo
presentándome los suyos  15
se impacienta por cumplirlo?
   Déjalo pues, Lisi amada;
da benévola este alivio
a la ternura de un padre,
y a los ruegos de un amigo.  20
   Ambos su encanto gocemos;
gocémosle, que uno mismo
es nuestro interés, las ansias
que en contemplarle sentimos.
   De los fuegos feliz fruto  25
que el casto Amor ha encendido
en nuestros pechos, pimpollo
que florece a nuestro abrigo,
   no la delicia me niegues
de que entre besos y mimos  30
yo le festeje en mis brazos,
y él me acaricie festivo;
   la delicia de en mi seno
regalarle adormecido
y bullirle y sustentarle,  35
cual veces tantas te envidio.
   Cédeme pues, blanda Lisi,
por ora este dulce oficio,
que así la feliz tarea
iguales los dos partimos.  40
   No más lo tardes avara,
si por un ciego capricho
no siente ya de su padre
celos tu amor con el hijo.
   Pues no, que ese sol hermoso  45
tiene por mitad su brillo
de ambos, Lisi, y en su oriente
los dos a par revivimos.
   Una flor es que al desvelo
y al amor que ardiente y fino  50
nos liga su pompa un día
deberá y su ámbar subido;
   un otro los dos, un centro
do se unen nuestros destinos:
tú hallas a tu fiel Aminta,  55
yo a mi amable Lisi admiro.
   Tú le llevaste en tu seno,
y con un blando suspiro
clamaste al nacer: «¡Oh esposo!,
recibe tu hijo querido».  60
   Estréchele yo en mis brazos;
y bañándole en benigno
feliz llanto, pecho y vida
sentí con él divididos.
   ¡Y hoy a estos brazos le niegas...!  65
¿No deben partir contigo
si es un gusto el que tú gozas,
y si es carga ser tu alivio?
   ¡Carga, idolatrada Lisi!,
¡carga!, el serafín más lindo,  70
que en sus graciosos fulgores
semeja al sol matutino,
   semeja a la misma gloria;
y en quien tú y yo embebecidos
parece que nuestras almas  75
con la suya confundimos,
   que ciegos en él hacemos
en nuestro amante delirio
un ser único, en su pecho
nuestros pechos derretidos.  80
   Cuando aplicándolo al tuyo,
y él premiándolo arterillo,
como que apurar anhela
su néctar más exquisito,
   los dos en grato embeleso  85
su empeño infantil reímos;
él viéndolo, el pecho deja,
y entre gozos y cariños
   soltándose en mil donaires,
ambos bracitos tendidos  90
consigo amoroso anhela
en uno a los dos unirnos.
   Yo cedo a su blando impulso;
pero al allegarme, asido
ya le torno a ver del pecho,  95
y el juego inocente río.
   Otras veces más donoso
pone su rostro divino,
de nuestros felices labios
ansiando un tierno besito;  100
   y al recibirlos, los suyos
con mil risas prevenidos
otro nos vuelven, tan dulce
cual lo diera el Amor mismo.
   Otras cual loco vocea,  105
se agita, salta, y esquivo
escápase de tus brazos
para venirse conmigo.
   Tal ora lo ves, que apenas
en ellos puede sufrirlo;  110
y mientras más lo retiras,
más crece su ardiente ahínco.
   Pues déjalo, idolatrada;
no tu Amor necio exclusivo
lo atormente más; mis brazos  115
tendidos ve a recibirlo.
   En ellos más bien a amarme
aprenderá, y divertido
con mis caricias, más dulce
le sonará el nombre de hijo.  120
   Hijo adorado y hermoso,
en quien mis venturas cifro,
esperanza de mi vida,
de mi ancianidad alivio,
   de tus venturosos padres  125
embeleso peregrino,
luz, clavel, fausto renuevo
de nuestros años floridos;
   ven, mi bien, ven a alegrarme,
gózate en el seno mío,  130
pues que sólo enamorado
para ti y tu madre vivo».
   Lisi, la sensible Lisi,
no pudo más resistirlo;
y dándole ardiente un beso  135
del almíbar más subido,
   «Cesen tus ansiadas quejas
y tu inquietud y martirio,
y no enojoso acrimines
lo que pasatiempo ha sido.  140
   Cesen», donosa riendo
a su fiel Aminta dijo,
«y toma la rica joya
de tu amor tierno y sencillo.
   Un juego fue, dulce esposo,  145
negártelo, no un desvío;
toma, que con él mi vida
en tus brazos deposito».
   Cogió el padre el feliz peso;
miró a Lisi enternecido;  150
y en suave llanto sus ojos
se arrasaron sin sentirlo.




- XXI -


De la noche de los fuegos

ArribaAbajo   Nunca yo hallado te hubiera,
ni la noche de los fuegos,
nunca tú por mi ventura
salieras, Rosana, a verlos;
   y hoy mi infelice cuidado  5
no ardiera en ciegos deseos,
ni mi labio en mil suspiros,
ni en tiernas ansias el viento;
   que Amor, si esperanza falta,
sólo es un loco despecho,  10
la solicitud, martirio,
y agonía los desvelos.
   Vite afortunado entonces,
un acaso fue el encuentro;
mas el verte y adorarte  15
todo fue un instante mesmo,
   cual son en la hórrida nube
en un punto rayo y trueno,
y glorioso el sol inunda
de un mar de luz tierra y cielos.  20
   Tan bella en el llano estabas
cual en un vergel ameno
crece el alto cinamomo
de flores y hoja cubierto,
   tal cual fresca clavellina  25
despliega el virginal seno
salpicada de rocío
y en ámbares baña el suelo,
   tal cual la rubia mañana
entre purpúreos reflejos  30
abre las puertas al día
y en pos marcha del lucero.
   Yo te rendí el albedrío.
¿Pude, bien mío, no hacerlo,
siendo tan bella, y mis ojos  35
estándote, ¡ay de mí!, viendo?
   ¿Quién de tu voz al prestigio,
de tus miradas al juego,
a la gracia de tus pasos
y a las sales de tu ingenio  40
   esclavo no se humillara,
por más que con loco empeño
a su magia irresistible
pusiese un pecho de acero?
   ¿O quién no ofreció a tus plantas,  45
feliz en su rendimiento,
alma y libertad y vida,
haciéndote de ellas dueño?
   ¿Por qué a los fuegos saliste?,
¿por qué yo no estuve ciego?  50
¿Acaso adorarte es culpa?,
¿o acaso en servir te ofendo?
   ¿Quién puso tal ley? Mal haya,
mal haya el alma de hielo
que así pensó, profanando  55
de Amor los dulces misterios;
   mal el que tirano intenta
ahogar su plácido incendio,
y que el suspirar no sea
de la edad florida empleo.  60
   No, el amar no es un delito,
sino un suavísimo feudo
que grata naturaleza
pone a los sensibles pechos.
   Yo lo pago, y fiel te adoro;  65
benigna a mi ahincado ruego,
no a su yugo, que es de flores,
huyas indócil el cuello.
   Cede, adorada, a este yugo
que sustenta el universo,  70
y a que dóciles un día
los númenes se rindieron.
   Verás cómo siempre vivo,
un purísimo venero
de delicias inefables  75
sacia tu labio sediento,
   cuán fino tu seno hierve
en regalados afectos;
tu boca en cantos y risas;
el alma en dichas y anhelos;  80
   y en el fuego de sus aras
más y más sin fin ardemos,
para gozar y adorarnos
sólo felices viviendo.
   Así sin duelos ni afanes,  85
bajo su glorioso cetro
triunfaremos, vida mía,
de la fortuna y el tiempo.




- XXII -


La hermosura del alma jamás se acaba, y es la mejor belleza

ArribaAbajo   No me rindieron, bien mío,
ni tus ojuelos alegres,
que con su juego me encantan
y al Amor mismo enloquecen;
   no el frescor de tus mejillas,  5
batidas de grana y nieve
como dos tempranas rosas
que al sol modestas se encienden;
   no la nariz agraciada,
no la llena y alba frente,  10
ni tu boca muy más dulce
que son del Hibla las mieles,
   la bien torneada garganta,
que gracias tantas sostiene,
y ese seno de jazmines,  15
señuelo a mi anhelo ardiente,
   ese seno, Clori mía,
que para mejor perderme,
a par de tu suave aliento
concita Amor blandamente,  20
   donde ya artero se esconde
porque el cuidado lo encuentre,
y ya entre dos azucenas
cansado de herir se aduerme.
   Bellos son, y solicitan  25
el deseo a mil placeres;
empero no me arrastraron
a que tu cautivo fuese,
   que ya en cien otras hermosas,
por mil trances diferentes  30
entre el bullicio y las llamas
de mis alegres niñeces,
   por favorecido suyo
me tendió el ciego estas redes,
sin que en sus lazos falaces  35
tan dócil cual hoy cayese.
   Otros más excelsos dotes
me obligaron a quererte,
y otras gracias más divinas,
que el Amor vulgar no entiende,  40
   gracias, Clori idolatrada,
que sin cesar reflorecen,
y sólo el alma las goza,
cual ella sola las siente,
   ella sola; y su fragancia,  45
que a rosas y ámbares vence,
en el seno que la aspira
eternas delicias mueve.
   Así en la común belleza,
que con su esplendor fulgente  50
y el agrado de sus formas
los sentidos embebece,
   mi corazón mal contento
y la razón impaciente
un alma ansiaban; la hallaron,  55
y serán sus siervos fieles.
   Que los encantos del cuerpo
son vanos frágiles bienes,
flor de un día, que a la tarde
su pompa y matices pierde;  60
   llama que brilla un momento,
que luego eclipsada muere,
y al resplandor con que alumbra
sombras y dolor suceden.
   Un soplo, un sol la mancillan,  65
o anúblala el tiempo aleve;
pero del alma los dones,
cual ella, jamás fenecen.
   Jamás tu amable inocencia,
tu dulzor, y esa clemente  70
ternura, que abierto al triste
contino tu pecho tiene,
   ese pecho tan sensible
donde Amor rendido aprende
a saber amar, y el mundo  75
ni conoce ni merece
   en su prez inestimable,
dejarán, mi bien, de hacerme
la impresión encantadora
con que hoy todo me conmueven.  80
   No, jamás la llama pura
de amistad en que te excedes
a ti misma, previniendo
cuanto el deseo ansiar puede,
   ese solícito anhelo,  85
que siempre exhalado viene
a alzar con próvida mano
la humanidad indigente,
   y ese tu pensar divino,
en que oyéndote mil veces  90
extática queda el alma,
como si a un ángel oyese,
   o ese encanto delicioso
con que delicada ejerces
sin ofender el imperio  95
que sobre todos te adquieres,
   ni tu sencillez donosa,
y esa modestia celeste,
que amando, adorada, tanto,
nada a permitir se atreve,  100
   sentirán la acción del tiempo;
siempre en juventud perenne,
siempre ocupación dichosa
de mi pecho y de mi mente,
   que olvidando en ti lo humano,  105
te hallarán graciosa siempre,
celestial, amable, y digna
de los cultos que hoy te ofrecen.
   Así, aunque la edad caduca
llegue a escarchar nuestras sienes,  110
aún amaremos, que el alma,
Clori, jamás envejece.




- XXIII -


La zagala pensativa

ArribaAbajo   ¿Tú triste, serrana bella?
¿Tus ojuelos cristalinos,
de llorar, mi bien, turbados?,
¿sin luz su amoroso brillo?
   ¿Tu rostro ajado?, ¿el gracioso  5
color de rosa marchito
en tus mejillas? ¿Tu pecho
lanzar ardientes suspiros?
   ¿Tú elevada y silenciosa?,
¿tú de tu zagal querido  10
el lado esquivar tres días?
¿Por qué tan crudo desvío?,
   ¿es éste el Amor eterno?,
¿éste el premio a mis martirios
y la fe jurada? ¡Injusta!  15
¿Me abandonas?, ¿soy perdido?,
   ¿qué niebla a tu luz se opone?
Por el corazón más fino
que el niño alado hasta ahora
hirió con sus dulces tiros,  20
   por un alma en que dominas
cual señora, te suplico
me digas tu mal, o acabes,
cruel, de una vez conmigo.
   Vivir no puedo en más dudas;  25
cuantos tristes desvaríos
teme mi desdicha, todos
presentes ahora los miro.
   Todos a azorarme vienen;
y desolado el juicio,  30
sin osar fijarse vaga
de uno en otro mal perdido,
   cual un mísero forzado,
que ansiando romper sus grillos,
mientras más sin fruto lidia,  35
mayor es su necio ahínco.
   Ya tu helada indiferencia
me hace temblar, ya el antiguo
ceño implacable; por otro
ya mi amor lloro en olvido;  40
   y abandonado... ¡Dejarme
su fe! ¡Su labio sencillo
torpe mentir! ¡Lejos, lejos
de mí, pensamiento indigno!
   Lejos de mí; y tú perdona,  45
perdona al ciego delirio
que me arrastra. ¡Oh, si algún día
mi llama hubieses creído!
   ¡Qué feliz, cuán sin zozobra
gozara el premio contigo  50
de mi afán! Ya no hay remedio;
tú, aleve, tú lo has querido;
   y yo, víctima infelice
de un error, en un abismo
de males sumido, al cielo  55
clamo en vano por alivio.
   ¡Causa infeliz de estos males!,
por tu obstinado capricho
feneció nuestra ventura,
y hoy los dos a par gemimos,  60
   yendo, los ojos vendados,
por un ciego laberinto,
do es tan vana la salida
cuan mortales los peligros.
   Mi estado mira, y piadosa  65
duélete de él; no mi esquivo
tormento inhumana dobles
con tu silencio, bien mío.
   ¿Qué te aqueja, o qué padeces?
Yo en tu seno deposito  70
mis crudas penas: ¿pues cómo
no te merezco lo mismo?
   ¿Puede haber ningún misterio
entre dos que tan unidos
estrecha Amor?, ¿tus pesares  75
son de mis males distintos?
   Unos mismos son, amada,
cual lo son nuestros destinos,
ya ominoso nos aflija,
ya el dios nos ría benigno.  80
   Tú misma entre sus trasportes
veces mil fina lo has dicho,
ahincada poniendo al cielo
de tu verdad por testigo.
   ¡Y hoy bárbara los separas!  85
¡Y así en tu silencio impío
obstinándote, los ruegos
huyes de tu triste amigo!
   ¡Y te complaces en verle
dudoso, ahogado, sombrío,  90
sospechar, temblar doquiera
desastres o precipicios...!
   Mi ardor, mis furores sabes,
y a todo estoy decidido,
menos a olvidarte. Ciego  95
será a tu voz mi albedrío.




- XXIV -


La vuelta del colorín

ArribaAbajo   «¿Qué es esto, colorín mío,
revolando a mis ventanas
cuando yo te suponía
unido ya con tu amada;
   cuando en el umbroso bosque,  5
saltando de rama en rama,
debieras en dulces trinos
armonioso requebrarla;
   cuando con ala incansable
y en deliciosa inconstancia  10
de la libertad pudieras
gozar que tanto anhelabas?
   ¿Qué es esto, necia avecilla?»,
dijo Fili una mañana
que vio al abrir sus balcones  15
que su colorín la aguarda.
   «¿Qué es esto, avecilla necia?,
¿tan presto tu bien te cansa
que ya, ¡infeliz!, echas menos
la esclavitud de la jaula?  20
   ¿Te agrada el afán inútil
de batir con cruda garra
y morder con fiero pico
los arambres de tu guarda?
   ¡Y éste era el empeño ardiente  25
con que en romperlos pugnabas,
y éstos, tus tiernos suspiros,
tu soledad y tus ansias!
   ¿Valen más doradas redes
y el encierro de una sala,  30
que cruzar suelto y ufano
desde el prado a la enramada;
   posarse allí bullicioso
en la ramilla, que vaga
tiembla a tu peso, se inclina,  35
y alzándote tú se alza;
   concertar el lindo pecho,
acomodando con gracia
las plumas que el vivaz soplo
del cefirillo rizara;  40
   volar al pensil vecino,
y compitiendo en la gala
de tus subidos matices
con sus flores más lozanas,
   buscar la rosa más bella  45
y gozar feliz del ámbar
que exhalan sus frescas hojas,
libándolas sin ajarla?
   ¿Valen más mis cariñitos
que las ardientes piadas  50
de tu querida?, ¿o mis besos,
que los que su amor te guarda?
   ¿No es mejor en limpia fuente
bañarse y beber sus aguas,
que en estrecho bebedero  55
ni tan risueñas ni claras?,
   ¿y mejor con sutil pico
buscar mil sabrosas granas,
que el cebo y golosos mimos
con que mi amor te regala?  60
   ¿Allí entre flores y aromas,
al rayar riente el alba,
con deliciosos motetes
darle grato la alborada?
   ¿Allí, de tu gusto dueño,  65
cantar con libre garganta,
y querer con libre pecho
y volar con libres alas,
   y en pos de tu alegre amiga,
que en tus suspiros se inflama,  70
del valle al plácido nido
esposo feliz llevarla?
   Amado colorín mío,
¿no es esto mejor? ¿Iguala
a tan fausta independencia  75
esta sujeción amarga?,
   esta sujeción, que al tiempo
su rueda abrumando para,
y siempre y siempre la misma
a la eternidad retrata.  80
   ¡Y aun cariñoso me pías!,
¡y solícito te afanas!,
¡y revolando me pides
que presta el encierro te abra...!
   ¡Oh, cuánto, cuánto me enseñas!,  85
¡cuánto, donoso, me hablas
con los sentidos gorjeos
con que a mis balcones llamas!
   Tu lección y ejemplo sigo,
avecilla afortunada,  90
más que tu dueño discreta
en tu feliz ignorancia.
   Cesó mi necio delirio;
tu empeño me desengaña
de las torres que en el viento  95
mi vanidad encumbrara,
   y el tedio se hundió con ellas,
con que esquivé la fragancia
de las rosas que florecen
doquiera bajo mi planta.  100
   Tú vuelves, ave querida,
a la mano que te halaga,
al dueño, que te requiebra
y a la amiga que te ampara.
   Tú vuelves de agradecida,  105
tú vuelves porque criada
entre cariños y besos,
en ellos tus dichas hallas.
   También yo hallaré las mías
en querer con vida y alma,  110
esclava feliz, al dueño
que con alma y vida me ama.
   Yo le pagaré, avecilla,
yo le pagaré afanada
noche y día en su regalo  115
las finezas de su llama,
   como tú loca en tus juegos
con ellos mi afecto pagas,
y en suavísimas canciones
a mi voz sola te exhalas.  120
   Tú a mi lado hallas tu gloria,
y abandonas por gozarla
libertad, nido y querida;
y porque te encierre clamas.
   Yo sin tantos sacrificios,  125
en la inefable lazada
que con mi esposo me liga
vincularé mi esperanza.
   Centro a mis finos deseos,
él será la lumbre clara  130
que mis ojos ilumine,
que dirija mis pisadas;
   y así en su seno aliviando
la libertad que me cansa,
gozar sabré las delicias  135
que esquivé insensible y vana.
   Ven, pues, colorín precioso;
ven, que la prisión te aguarda,
y yo con dulce desvelo
cuidaré hacértela grata.  140
   Los dos seremos felices:
tú en su pacífica estancia,
y yo en servir a mi amado
y en celebrarte sus gracias».
   El colorín cariñoso,  145
batiendo alegre las alas,
voló a la jaula, y su suerte
con mil trinos ponderaba.
   Y Filis, la tierna Filis,
corrió a su esposo exhalada,  150
a jurarse entre sus brazos
su dichosísima esclava.




- XXV -


La visita de mi amiga

ArribaAbajo   «Permite, insensible amiga,
que en mis amargos pesares
la injusta ley que me has puesto
una sola vez quebrante.
   He callado, y no, no puedes,  5
no puedes, cruel, quejarte
de que mi labio importuno
con mis lástimas te canse.
   Guárdalas el hondo pecho;
y aun tímido de enojarte,  10
hasta sus tristes suspiros
mudos vuelan por el aire.
   Mas de esta feliz mañana
otro soy ya; no me caben
en el corazón las ansias,  15
y vado es forzoso darles.
   ¡Tú en mi casa!, ¡tú en mi cuarto!,
¡y entretenida y afable
gozando en él los primores
del buril y de las artes!  20
   ¡Tú de Angélica aplaudirme
el encanto inexplicable
con que a su Medoro mira,
cede, y en sus brazos cae;
   aquel suspiro de fuego  25
que parece ir a exhalarse
de su boca, el suave anhelo
de su pecho palpitante,
   el delirio con que estrecha
su cuello y a sí lo atrae,  30
y el ardor que la devora
se esfuerza comunicarle;
   la expresión del feliz moro,
que ya sus éxtasis parte,
su ahincado mirar do brillan  35
amor y placer triunfantes!
   ¡Y tú, con labio aun más tierno,
tú, Fili, a par celebrarme
de la infeliz Heloísa
la desfallecida imagen;  40
   aquellas lágrimas bellas
que cual perlas sobresalen
por sus pálidas mejillas,
que dos rosas fueron antes;
   aquellos ojos divinos  45
que amor desolado abate,
un amor que aun quiere al cielo
su esposa insano robarle,
   mientras ella en él los fija
con todo el fervor de un ángel,  50
el sacrificio ofreciendo
de sus horribles desastres,
   y por su lívida boca,
que agudo el dolor contrae,
en pos su Abelardo el alma  55
involuntaria se sale!
   ¡Esto encarecer...! ¡Oh cuántos,
oh cuántos en un instante
de encontrados pensamientos
con tu embeleso alentaste!  60
   Los vientos que las borrascas
consigo bramando traen
y la quieta mar concitan
en rápidos huracanes,
   menos turbulentos lidian  65
que en mi corazón amante
mil infelices cuidados
de entonces acá combaten,
   sin que haya un fugaz momento
en que su furor se calme,  70
en que la razón se escuche,
ni amor frenético calle,
   siempre en la idea indelebles,
cual si ora grata me hablases,
la languidez de tu acento,  75
la expresión de tu semblante.
   ¿Posible será que ceda
tu injusticia?, ¿que a mirarme
como a tu Medoro vuelvas,
yo mi Angélica te llame?,  80
   ¿que las delicias renueves
con que algún día galante
cual Heloísa en sus fuegos
mi loca pasión premiaste?
   Acuerda, acuerda estos días  85
de gloria y bien inefables,
en que tus dulces suspiros
con mis suspiros mezclaste,
   cuando ante la faz del cielo,
y en fe y en ternura iguales,  90
nos juramos, cruda Fili,
tú ser mía, yo adorarte,
   estrechándote en mi seno,
que aun ahora hablando me late,
y no pudiendo tú fina  95
de mis brazos arrancarte...
   No, en tu helada indiferencia
feneció el sentir, ni sabes
en mi ardiente fantasía
cuánto una mirada vale.  100
   No sabes con qué delirio
a mil sueños celestiales
me abandono, y el deseo
los imposibles combate.
   ¿Mas por qué estos imposibles?  105
Tuyos son, que el fatal arte
tienes de hacerte infelice,
y a mí, bárbara, acabarme.
   No los hay para quien ama,
para dos que tan constantes  110
sufren, merecen, anhelan,
y en las mismas llamas arden...
   Yo sueño, y Amor me burla.
De ilusiones agradables
el alma llena, en mi cuarto  115
y a tu lado vuelvo a hallarme.
   ¿Dime, mi bien, no me viste
embebecido, cobarde,
turbado, dudoso, inquieto,
y osando apenas hablarte?,  120
   ¿no viste en mi triste rostro
las dolorosas señales
de mi abandono?, ¿no oíste
decirte entre tiernos ayes:
   «Esta casa, su fiel dueño,  125
tuyos son?» ¡Oh, qué de males
con tus celos ominosos
a ti a par que a mí causaste!
   Hoy en ella soberana,
bajo tu imperio suave  130
fuera mi gloria rendido
como señora adorarte,
   recibir las dulces leyes
que tu labio me dictase,
y mirándome en tus ojos,  135
sólo en tu culto emplearme,
   haciendo así la cadena
que unió nuestras voluntades,
y hoy tu impia mano destroza,
de aroma y rosa inmortales.  140
   ¡Ay, Filis!, esta cadena,
por desdeñar tú escucharme,
en mi bárbaro despecho
será un dogal que me acabe.
   Contempla, cruel, la obra  145
de tu altivez, y si valen
ruegos en ti, no mis penas
dobles con nuevos ultrajes;
   que aun la esperanza... ¡Oh si un día...!
Ve, injusta, el horrible trance  150
en que me has puesto: «el bien veo,
y ni aun puedo desearle».
   Filis más sufrir no pudo
que así su amor la increpase,
pues aunque severa le huye,  155
jamás dejara de amarle.
   Suspiró profundamente,
y el sonrosado semblante
inclinó sobre su seno,
sin atreverse a mirarle.  160
   Él, dichoso que a sus ansias
la alcanzó tan favorable,
entre sus brazos la estrecha,
y exclamando, «¡Amor, triunfaste!»,
   «Filis, bien mío», le dice,  165
«baste de violencias, baste;
cesen tus falsos desvíos
y mis dudas infernales:
   tú serás mi eterno empleo,
tú, mi delicia inefable,  170
mi vida y mi gloria y cuanto
de más tierno en amor cabe.
   Que pues él feliz nos une
después de tormentas tales
y haber de su amargo acíbar  175
mi labio apurado el cáliz,
   ¿qué fuerza, adorada mía,
qué fuerza será bastante
ni a arrancarte de mi pecho,
ni a que tú dejes de amarme?»  180
   «Nada», la sensible Filis,
«nada», respondió anhelante;
y en lágrimas de ternura
cual nieve al sol se deshace.




- XXVI -


La injusta desconfianza

ArribaAbajo   Basta de enojoso ceño;
no dudes de mi cariño,
que te agravias y me ofendes
con tus desvelos, bien mío.
   ¡Yo faltar a mis promesas!,  5
¡yo indiferente!, ¡yo tibio!,
¡desdeñar tu amable lado!,
¡llamarme y haberte huido!
   ¡Yo, que ciega mariposa,
con más bulliciosos giros  10
que ella la luz do fenece,
rondo tus ojos divinos!
   ¡Yo, que cuando lejos peno,
Filis, de ti, sin sentido,
cual si presente me oyeras  15
tu dulce nombre repito!
   No, donosa, nada temas
de un corazón que sencillo
te idolatra y es tu esclavo
por elección y destino.  20
   La constancia fue su gloria;
y orgulloso hoy en sus grillos,
nombre, libertad, fortuna,
todo a tus pies lo ha rendido;
   y por ti sola de todos  25
olvidado en su retiro,
no demanda en tantos suyos
ni el más leve sacrificio.
   ¿No lo ves, celosa mía?,
¿no ves con qué ciego ahínco,  30
gozoso en obedecerte,
todas mis venturas cifro?
   ¿Hay gusto tuyo, hay deseo
que no halles siempre cumplido,
ni paso en mí que no sea  35
del amante más sumiso,
   siempre en ti y de ti pendiente,
y ora como en el principio,
de tus ojos recibiendo
la ley que inviolable sigo?  40
   Escogite por señora,
y entre mil tiernos suspiros
eterna fe me has jurado;
yo alma y vida te di fino.
   Nuestros labios cariñosos,  45
los votos con los gemidos
mezclando, que solo hacemos
ya un ser veces mil se han dicho,
   y crecer sintiendo ardientes
su embeleso y desvarío,  50
extáticos nuestros pechos
mil veces más se han unido.
   ¡Oh, qué instantes, Filis mía!,
¡qué abandono!, con qué hechizo
contemplándome exclamabas:  55
«¡Tuya soy, y tú eres mío;
   y en ello cuantas venturas
el gusto más exquisito
soñarse y delicias puede,
y aun más, si es posible, miro!»  60
   ¿Quiénes, adorada, entonces
más felices: uno mismo
el querer, gozar, y cuanto
puede embargar los sentidos?
   ¡Y aún dudas y te desvelas!,  65
¡y víctima de un capricho
te atormentas! O amas poco,
o yo soy de amarte indigno.
   ¿Qué?, ¿te has trocado de aquélla
que veces tantas me ha visto  70
suspirar loco a sus plantas,
de la lira al dulce trino?
   ¿Quién osará, amada mía,
ni de tu beldad el brillo,
ni contrastar de tus ojos  75
el encanto peregrino?
   ¿Quién, apagar en mi pecho
el volcán que hierve activo,
ni la impresión indeleble
turbar que en mí tu amor hizo?  80
   ¿Quién de aquel entre mil ayes
«Triunfaste al fin: ya me rindo»,
en mi oído y mi memoria
jamás borrará el sonido;
   de tierno y tímido llanto  85
llenos y en el suelo fijos
tus ojos, feliz trofeo
de un rigor aun mal vencido?
   Cesa pues, cesa en tus quejas;
caiga ya ese ceño umbrío,  90
y alegre en tu rostro ría
de sus gracias el bullicio.
   Cesa, cesa, y más amemos;
crezca el celestial prestigio
que nos ciega; nuestro fuego  95
arda cada vez más vivo.
   Amemos y amemos siempre,
sin que celos ni desvíos
a turbar amargos vengan
las delicias que sentimos,  100
   delicias inexplicables
en que ebrios, embebecidos,
al Amor mismo enseñamos
con nuestros dulces delirios.
   Mundo y hombres olvidemos,  105
que así más y más perdidos,
vivirás para mí solo,
como yo para ti vivo.




- XXVII -


El otoño de la vida


A mi amigo D. Manuel María Cambronero, del Consejo de S. M.

ArribaAbajo   ¿Ves cuán benigno el otoño,
Fabio, a nuestros ojos ríe?;
¿con qué majestad tranquila
sus horas el sol preside?;
   ¿cuán plácidas son las noches  5
y, hermosa alzando entre miles
de soles Febe su carro,
con el día en luz compiten?
   ¿Ves cuán profuso sus dones
nos ostenta?, ¿qué sutiles  10
las auras bullen, las vegas
de nuevas galas se visten?,
   ¿en los árboles mecerse
la verde pera?, ¿en las vides
la uva de oro con que Baco  15
lagares y cubas hinche?,
   ¿la abundancia por doquiera?,
¿y en deliciosos convites
la alma paz, que a la esperanza
colmada riendo sigue?  20
   Nada en vanas apariencias
ni en melindrosos matices
de flores, que un día apenas
al rayo del sol resisten.
   El hombre respira y goza;  25
dondequier se torne o mire
hallará un bien, un alivio
a las penas que le afligen.
   Trabaja el áspero invierno,
y a par que él domina horrible  30
entre nieves y aguaceros,
su esteva encorvado oprime.
   En la estación de las flores
con nuevo anhelo repite
la labor, y en sus barbechos  35
más honda la reja imprime.
   Luego cuando el Can fogoso
sus vivas llamas despide
sobre la agostada tierra,
que ahogándose en ellas gime,  40
   él en medio de sus mieses
contrasta con pecho firme
la congojosa agonía,
y el trillo y bieldo apercibe.
   Hoy goza, sus largos dones  45
grato el otoño le rinde,
y su afán galardonando,
su sien de pámpanos ciñe.
   Los árboles le dan sombras,
los céfiros apacibles  50
frescura, embeleso el cielo,
frutos la tierra felices.
   Así es, Fabio, nuestra vida:
de su otoño bonancible
son los rápidos instantes  55
los únicos que se vive.
   Sólo en ellos siente el hombre
su noble ser, y el sublime
don de la razón divina
todo su esplendor recibe;  60
   este don de infaustas nieblas
lleno en los años viriles,
que en la ancianidad se apaga,
y la niñez no apercibe;
   las enconadas pasiones,  65
que en ímpetu irresistible
su pecho hasta allí agitaban,
ya en plácida unión le asisten,
   despertando en él honrosas
aquel fuego que invisible  70
yacía, y con que a la gloria
y a la humanidad se sirve,
   aquel que de monstruos fieros
purgó el mundo con Alcides,
dio a Grecia leyes, y alienta  75
de Helicón los claros cisnes.
   Entonces al cielo inmenso
se encumbra, los pasos mide
de los astros, y adivina
las órbitas que describen;  80
   sigue en su carro a la luna;
de ella y del sol los eclipses
o la vuelta de un cometa
tras largos siglos predice;
   baja observador al suelo;  85
del átomo imperceptible
del Ande a la excelsa cumbre
corre con ojos de lince;
   cálase al abismo oscuro;
ve al oro entre escorias viles,  90
informe roca al diamante,
aún en masa al amatiste;
   y admirando el vivo anhelo
que arrastra imperioso a unirse,
perfeccionándose, a cuanto  95
doquier la mente concibe,
   calcula, pesa, compara,
y en su tesón invencible
halla al fin las altas leyes
con que ser tanto se rige.  100
   Búscalas luego en el hombre,
sonda las causas, los fines
de sus obras; y ¿qué encuentra,
Fabio? Abismos infelices:
   a la honradez en las pajas,  105
sobre pluma a la molicie,
y al orgullo que en los brazos
de la opulencia se engríe;
   en triunfo al error y al vicio,
al favor inaccesible,  110
y al ciego interés hollando
a la verdad que proscribe.
   ¡Oh, dichoso quien del cielo,
cual tú, alumbrado, consigue
de virtud la fausta senda  115
seguir, de ilusiones libre!,
   ¡dichoso el que en el otoño
de sus días se redime
de la ley común, y goza
dulce paz en vida simple!  120
   En la alegre primavera
todo es galas y pensiles,
todo músicas y ardores
con que el alma se derrite;
   sólo se respira y siente  125
el placer, sólo se existe
para querer; en delicias
nada el pecho, el labio ríe.
   De ilusión vaga el deseo
en ilusión, insensible  130
al pesar que a las espaldas
aguija, aunque airado grite.
   ¡Loca edad, en que sin norte
se pierde el débil esquife
de la vida en rumbos ciegos,  135
siempre amenazado a hundirse!
   Sucede el fogoso estío:
la ambición punza insufrible
al corazón; la codicia
lo sume en ansias ruines,  140
   para que con su tesoro
su fin trágico anticipe,
o con diez llaves cerrado
del sueño y la paz le prive,
   si embriagado en loco orgullo,  145
en bandos no lo dividen
y partes mil, odios, celos,
temores, envidia triste.
   Con tan ásperos verdugos,
el ciego interés dirige  150
sus pasos; torres de viento
crédulo el error le finge:
   tras un fantasma engañoso,
que al lograrlo se percibe
amargo ya, un otro anhela  155
que en su lugar le fascine;
   alcánzalo y se fastidia,
y en su ansiar incorregible
entre el tedio y el deseo
su mísero ser maldice.  160
   Por fin el plácido otoño
viene a calmar estas lides,
siendo en tan recias borrascas
de serenidad el iris.
   Viene de frutos colmado:  165
los desengaños le siguen,
caen las hinchadas pasiones,
y la razón logra oírse,
   igual al fanal del día
cuando en el cenit sublime  170
deshace la opaca nube
que el paso a su llama impide,
   y a su luz en grata calma
a un tiempo se burla y gime
de tanta inútil zozobra;  175
y el yerro al aviso sirve,
   cual convaleciente aún débil
que en gesto y acento tristes
su congojosa dolencia
alegre a todos repite,  180
   o navegante, en el puerto
libre de náufragas sirtes,
temblando sus largos rumbos
y tempestades describe.
   Nuestro otoño, pues, gocemos,  185
Fabio mío, en paz felice,
que el tiempo vuela; la vida
es un vapor insensible,
   y así pasa; el yerto invierno
al blando otoño persigue,  190
y en pos la muerte y la tumba
serán nuestro eterno eclipse.

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