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- XXXVII -


La libertad

ArribaAbajo   Ve, Delio, con qué delicia,
con qué agradable bullicio
ese ruiseñor canoro
se goza en el bosque umbrío;
   cuál salta de ramo en ramo,  5
cuál en su alegre delirio
va y vuelve y huye y se pierde
entre el verde laberinto.
   Al impulso de sus alas
y su revolar festivo  10
conmoviéndose, las hojas
bullen en grato ruido;
   y corriendo de su seno
aljofarado el rocío,
como una lluvia de perlas  15
parece del sol al brillo.
   Ve con qué indecible gozo
despliega el voluble pico,
y en su preludiar süave
se queda como embebido,  20
   abismándose sin duda
allá en repasar consigo
algún gravísimo trance
en que el infeliz se ha visto,
   hasta que soltando el lleno  25
de sus melodiosos trinos,
su primor nos ensordece
sabrosamente el oído,
   tan vario como sublime
en los quiebros infinitos  30
con que explica de su pecho
los sentimientos más vivos.
   Todo enmudece y le escucha;
sólo a su armónico silbo
la alondra allá de las nubes  35
responde en agudos píos,
   píos que dilata el eco;
y él más ardiente al oírlos,
hasta rendirla redobla
sus penetrantes suspiros,  40
   que el viento hinchendo incesantes,
cada vez más peregrinos,
alza el júbilo en sus alas
a las cumbres del Olimpo;
   y el valle todo es delicia,  45
y armonía el cefirillo,
vivas de triunfo las aves,
y embeleso los sentidos.
   Pues tantas salvas y cantos
obra son, Delio querido,  50
de la libertad felice
que ha logrado el pajarillo,
   cual rota la odiosa valla
que embarazó su camino,
se derrama el arroyuelo  55
por todo un valle florido,
   y bullendo entre las guijas
o adurmiéndose tranquilo,
es del ánimo y los ojos
distracción y regocijo.  60
   Yacía el mísero esclavo
entre los dorados hilos
y el encierro de una jaula,
pendiente de ajeno arbitrio,
   solitario y triste en ella,  65
sin hermosura ni aliño,
siempre el alma en sus amores,
siempre azorado y esquivo,
   acordando aquellas horas
cuando en el sagrado asilo  70
de su nido acompañaba
a su esposa y dulces hijos,
   o asentado en algún ramo,
orillas del manso río,
el murmullo de sus ondas  75
remedaba entretenido.
   En vano sobre él el tiempo,
para olvidarle benigno
de su esclavitud odiosa,
tornaba en plácido giro  80
   del mayo las lindas flores,
la blonda mies del estío,
o del sosegado octubre
la frescura y los racimos,
   pues siempre en su estrecha cárcel  85
mordiendo infeliz los grillos,
lloraba sus desventuras
sin mejorar su destino,
   cuando un acaso dichoso
o el cielo apiadado quiso  90
que a su libre ser volviese
y a morar su antiguo nido;
   y así bullicioso y loco
y en movimiento continuo
salta y bulle y trisca y canta,  95
todo júbilo y cariños.
   Otro tanto me sucede
después que exento me miro,
y que lancé de mi cuello
el yugo de Amor indigno.  100
   Que señor de mis deseos
y en gloriosa paz conmigo,
sin comprar un falaz gozo
con un siglo de martirios,
   siempre el sol claro me luce,  105
siempre alegre canto y río,
llenando mis faustos días
las Musas y mis amigos.




- XXXVIII -


Las vendimias

ArribaAbajo   «Ya dio alegre el fresco otoño
la señal de la vendimia,
y su voz redobla el eco
por los valles y colinas.
   Del peso dulce y opimo  5
de sus racimos vencida,
al suelo la vid pomposa
la frente encorvada inclina;
   y entre el desmayado verde
que su follaje mancilla,  10
cual encendidos topacios
las doradas uvas brillan,
   o como el negro azabache
que a la noche desafía,
agrupándose, el deseo  15
a su robo solicitan.
   Alzándose el sol radiante
en brazos del nuevo día,
de Baco los largos dones
a recoger nos convida.  20
   Las cestas, pues, se preparen,
ordénense las cuadrillas,
y al campo salid gritando:
«Honor al dios de las viñas».
   No haya escondido racimo  25
que se escape a vuestra vista,
que no corte vuestra mano
y el cuévano no reciba.
   Dadme una cesta, muchachas,
que quiero en tanta alegría  30
compañero ser dichoso
de vuestra dulce fatiga;
   y allá en las tristes ciudades,
dejad que míseros giman
revueltos en mil cuidados  35
los necios que las habitan,
   que yo en los campos me gozo
y en su soledad tranquila,
y el afán de sus labores
el pecho me vivifica.  40
   ¡Oh, cómo a la par por todos
vuelan el gozo y la risa,
y las picantes tonadas
nos entretienen y animan,
   hinchendo el plácido viento  45
su estrépito y gritería,
que a los más tibios inflaman
y la licencia autorizan!
   Ved cómo Felicio el lado
buscó de su amada Silvia,  50
y los racimos le toma
y en el trabajo la alivia,
   mientras entre Arcadio y Delio
se turba Nise indecisa,
y a sus chanzas y cantares  55
enmudece como niña.
   Daliso, allí más osado,
corre tras Filis la linda,
la de los divinos ojos,
y de voz muy más divina;  60
   y tomándola en sus brazos,
por más que resiste y lidia,
con el mosto de un racimo
le regó frente y mejillas.
   Y Enarda la bulliciosa,  65
allá con sutil malicia,
para su cesta se lleva
cuanto a la de Silvio quita.
   Todo es obra de las copas
que Baco jovial nos brinda,  70
y en placer nos enloquecen
y al Amor dan osadía.
   ¡Loor al dios, que en su triunfo
nos trajo allá de la India
con la vid el suave néctar  75
que sus racimos destilan!,
   ¡al de juventud perenne,
que en faz riente y benigna
ora estos dulces racimos
tan liberal nos prodiga!  80
   Seguid, seguid bulliciosos
con solícita agonía,
que el júbilo bien no hermana
con la flojedad indigna.
   Ved por las cumbres del cielo  85
cuál alzándose camina
rápido el sol, y sus pasos
culparán nuestra desidia;
   que él también reina en las vides,
fausto los racimos cría,  90
y hoy lo acerbo de sus granos
torna en delicioso almíbar.
   Pero con nueva algazara
los víctores se repitan,
que el carro en triunfo a la aldea  95
lleva las uvas cogidas.
   Órnanle a trechos, colgando
cual vencedoras insignias,
los vástagos más frondosos
que el viento ondeando agita;  100
   y su próspera llegada
con su bullicio anticipa
un tropel de alegres niños
que en torno corriendo gritan.
   Recíbelas la ancha troje,  105
que las macera y envía
do el lagarero enmostado
con membrudo pie las pisa
   y, remedando al beodo
que ya en sus pasos vacila,  110
ora titubeando marcha,
ora sobre un pie se libra,
   y ora al montón mal hollado
la altiva frente domina,
carga, lo derrama y vuelve,  115
y se hunde hasta la rodilla.
   Rueda el tórculo gimiendo,
y con inmensa ruina
desciende el molar enorme
en que su presión estriba.  120
   Corre en arroyos el mosto;
y Baco, la sien ceñida
de las hojas de sus parras,
desde una cuba lo mira.
   Los silenos de su corte  125
en torno danzando giran,
del licor sus tazas llenan,
y beben, y al dios lo liban;
   licor hoy de áspero gusto,
mas que hervido, será un día,  130
más bien que el néctar de Jove,
el bálsamo de la vida,
   el que alegre los banquetes,
dé al Amor nuevas delicias,
abra al misterio los labios  135
y en placer torne las iras.
   Y él corre y corre espumoso
hasta las hondas vasijas,
y en ellas cual un torrente
sonando se precipita.  140
   Todos batiendo las palmas
aplauden a su caída;
la taza en las manos rueda,
y a un dulce delirio incita:
   quién canta, o quién loco ríe,  145
balbuciente aquél se explica,
y hundírsele aquél la tierra
siente, y se afana en asirla;
   uno en fraternal abrazo
va, y con su rival se liga,  150
y otro, al beber, con el mosto
barba y pecho se rocía;
   y todo estrépito insano,
todo algazara festiva,
muy más ferviente con ellos  155
los brindis se multiplican.
   Así triunfa el dios del vino,
así su inmortal bebida
borra los cuidados tristes,
los ánimos regocija.  160
   En tanto, del negro ocaso
desciende la noche umbría,
y su manto de luceros
tiende a la atónita vista.
   Ábrese la alegre danza,  165
vivo el crótalo repica,
y el ruidoso tamborino
un nuevo delirio inspira.
   Los jóvenes, con mil pruebas
de destreza y gallardía,  170
ante sus bellas se ufanan,
sus lentos pasos aguijan.
   ¡Oh, qué mudanzas y vueltas!,
¡con qué donaire y medida
bate la planta la tierra,  175
los brazos se abren y animan!
   Delio a Nise estrecha ardiente,
Silvia a Felicio va unida,
Daliso a Filis rodea,
y con Silvio Enarda trisca.  180
   Todos aplauden y gozan,
todos bullen a porfía;
y en el calor con que Baco
las llamas de Amor atiza,
   no hay quien baile indiferente  185
ni vendimiadora esquiva,
alternando con las danzas
los brindis y ardientes vivas.
   Así el cansancio en los brazos
del regocijo se olvida,  190
y alegres nos ve la Aurora
correr de nuevo a las viñas
   a seguir con las tonadas
de labor entretenida
que, huye el sol, cesa, y la noche  195
con otro baile disipa.»
   Cuando yo estos dulces versos
cantaba a mi fácil lira,
en el ocio de mi aldea
en gloriosa paz vivía.  200
   Después, ominoso, el hado
me arrastró a las grandes villas;
vi la corte, y perdí en ella
cuanto bien antes tenía.
   Y así abrumado de afanes,  205
siempre en duelos y agonías,
«¡Quién», exclamo, «se volviese
a su aldea y sus vendimias!»




- XXXIX -


El náufrago

ArribaAbajo   «¿Cuándo, inconstante Fortuna,
dejarás de perseguirme,
ni será blanco a tus tiros
mi corazón infelice?
   ¿No eran ya, dime, sobradas  5
tantas marañas y ardides,
y las traiciones y males
que hasta aquí, cruel, me hiciste?
   Desde los pasos primeros
que dio en la senda difícil  10
de la vida mi inocencia,
siempre enconada me afliges.
   Siempre, cuando más lumbroso
y en calma más bonancible
a resplandecer un día  15
empezó a mis ojos tristes,
   burlando al ciego deseo,
se alzaron a sumergirle
en caliginosa noche
cien tempestades horribles.  20
   Sembré trigo y cogí abrojos.
La vida ignorada y libre
que mi corazón ansiaba
llegó un instante a reírme.
   ¡Cuán rápido fue este instante!  25
Tú en él mis venturas viste,
y en tus redes engañosas
envolviéndome invisible,
   me arrastraste al mar ondoso
a arrostrar las fieras lides  30
de los enconados vientos
entre Escilas y Caribdis.
   ¿Cómo escapar del naufragio
pudiera mi leño humilde?,
¿o en las despeñadas olas  35
vagar, y en ellas no hundirse?
   Fue mi salud una playa
do a la envidia inaccesible,
de la bondad en el seno,
viví tranquilo y felice,  40
   do rotos los crudos lazos
con que atado antes me vide,
libre ante la faz del cielo
pude y honrado decirme.
   Tan alto bien, cual los sueños  45
que en los aéreos pensiles
de la ilusión embriagada
la imaginación concibe,
   voló fugitiva sombra
cuando a mí airada volviste,  50
Fortuna, y con férreo brazo
precipitando mi esquife
   de nuevo al agua, «La muerte,
la muerte, si lo resistes,
te aguarda cierta», gritaste;  55
y yo en medio un mar sentime.
   Pero, ¡qué mar!, ¡qué borrascas
y huracanes tan terribles!,
¡qué vértigos!, ¡qué a los cielos
sus rizas olas subirse  60
   y luego en inmensos tumbos
de violencia irresistible
estrellarse entre las rocas,
a tal ímpetu mal firmes!
   Velada la lumbre clara  65
del polo en un denso eclipse,
perdido el rumbo, y sin puertos
donde náufragas se abriguen,
   yo vi cien famosas naves
sin piloto que las guíe,  70
rotos ya timón y quilla,
súbito, ¡oh dolor!, hendirse;
   y vi sus ricos despojos
entre las vadosas sirtes
encallar, y con sus dueños  75
en los abismos sumirse.
   Doquier la espantable muerte;
el viento a sus iras sirve,
su brazo hiere incansable,
el ponto en sangre se tiñe;  80
   cuál nada y se agita en vano,
cuál pugna a una vela asirse,
a uno la ola hunde cayendo,
y otro se salva entre miles.
   Yo en la agonía, y temblando  85
irme cada instante a pique,
clamé fervoroso al cielo,
y el cielo se dignó oírme,
   que a la bondad jamás deja
que desvalida suspire,  90
y al que rendido le implora
siempre benévolo asiste.
   Al fin quebrantado y laso,
a tu ribera acogime,
oh Garona, do en mis males  95
hacer una tregua quise.
   ¡Ay!, en peregrinas playas
ninguno sus dichas cifre;
la desgracia es ominosa,
y del pobre todos ríen.  100
   Náufrago, extranjero, errante,
ni un pecho hallé que sensible
ni una lágrima vertiese
sobre el dolor que me oprime,
   ni uno que enjugase al menos  105
las que derramaba tristes,
ni uno en fin con. quien el mío
lograra amoroso abrirse.
   Así, desdeñoso, helado,
cuando todo cuanto existe  110
renace en vitales llamas,
me es su delicia insufrible.
   En vano ya primavera
de luz y de flores ciñe
su sien purpúrea, y del año  115
a los destinos preside;
   sus aromas deliciosos,
los riquísimos matices
con que engalana la tierra,
que de verde y gualda viste,  120
   me son de mortal zozobra,
pintándome otros países,
y otros tan prósperos días
cual son éstos infelices.
   Todo me abruma y desplace,  125
en mil inventos sublimes
que un tiempo indagar ansiara
nada hay que mi anhelo excite.
   Mi lira, a la mano indócil,
pulsada, el son no repite,  130
aunque sus himnos canoros
el mismo Apolo la inspire;
   y el ardor con que en las alas
del genio hasta los confines
me alcé del inmenso cielo,  135
en sueño eterno se extingue.
   Mis ojos, bien como al polo
fijo el imán se dirige,
así hacia España se vuelven,
y aun verla ilusos se fingen.  140
   Allí el nevado Moncayo
con las estrellas se mide,
y allá el yerto Guadarrama
las dos Castilla divide;
   derrámase undoso el Betis  145
regando allá sus pensiles,
y allí el Tajo a su alto dueño
en feudo su oro le rinde.
   En Madrid el regio alcázar
descollándose preside  150
a cien fábricas, y todas
acatan su planta humildes.
   ¡Ay!, este embeleso insano
ya llega tan vivo a herirme,
que el llanto mis ojos ciega  155
y es fuerza que los retire.
   Así de esperanzas sólo
mi llagado pecho vive,
sin que haya ni un breve instante
que de ti, España, me olvide.  160
   ¡Dulce patria!, mientras llego
contigo dichoso a unirme,
mis encendidos suspiros
como de un hijo recibe.
   Mi corazón vuela entre ellos,  165
que por honrado y por firme
tu amparo y favor merece,
y con el más fiel compite.
   Tú eres todo a mis deseos:
tú, si enconos me persiguen,  170
tú, si envidias me oscurecen,
todas mis penas redimes.
   Tu amor en mis venas hierve,
y con tus gloriosos timbres
me gozaré envanecido  175
mientra el seno me palpite.
   Necesidad imperiosa
me echó de ti; bien lo gime
mi bondad; y esta memoria
de crudo dogal me sirve.  180
   Mira, pues, cual madre tierna,
una desgracia imposible
de contrastar; y en tus ojos,
de mi paz mire yo el iris.
   Caiga la discordia impía;  185
no más en tu seno atices
su volcán, y hunda el Averno
odios y memorias viles.
   Húndalos, y de tus hijos
no más, ilusa, te prives;  190
no más sus votos desdeñes;
no más la virtud mancilles.
   ¡Oh!, ¿cuándo este ansiado día,
que con mil lágrimas pide
mi dolor al justo cielo,  195
fausto empezará a lucirme?
   ¿Cuándo en tu plácida orilla,
que ora abril de flores viste,
podrá, humilde Manzanares,
volver mi cítara a oírse?  200
   ¡Y mis lágrimas de gozo
se unirán con tus sutiles
claras linfas, y mis cantos,
con tu murmullo apacible,
   a par que de mis naufragios,  205
cual otro paciente Ulises,
las lamentables historias
repita seguro y libre!
   ¿Cuándo mis estrechos lares,
que hoy en soledad se afligen  210
sin su dueño, salvo y ledo
tornarán a recibirle,
   donde en venturoso olvido
reine y en pobreza humilde,
sin que ni celos ni enconos  215
contra su bondad conspiren?
   ¡Al ver mis dulces amigos,
ay, será que fino a unirse
mi pecho a su pecho llegue
y su ardor les comunique,  220
   hallando en sus tiernos brazos,
a mi eterno amor sensibles,
un puerto do al fin gozoso
por siempre y en paz respire!
   ¿Cuándo, cuándo, patria mía,  225
lograré feliz decirte:
«Ya te abrazo; el noble feudo,
grata, de mi amor admite?»
   Admítelo, y con tu nombre,
mi nombre, orgulloso, brille,  230
y con tu vida mi vida
por siempre se identifique,
   que jamás ni fuerza humana
de ti podrá dividirme,
ni hasta el último suspiro  235
cesaré, fiel, de servirte,
   siendo en él mi anhelo ardiente
que con gloria inmarcesible
brilles así entre los pueblos
y el cetro, augusta, sublimes,  240
   cual el sol, padre del día,
cuando descollando ríe
por oriente, que los astros
se hunden ante él invisibles.
   ¿Cuándo...?» Un náufrago, en desgracias  245
muy más que en cantar insigne,
así hablaba con su patria,
cual si ella cuidase oírle.
   De súbito mil recuerdos
el corazón le comprimen,  250
su lengua el dolor le anuda,
sus quejas el llanto impide;
   y a España vueltos los ojos,
«¡Ay, amada España¡» dice.
El eco, en torno vagando,  255
«¡España!, ¡España!», repite.




- XL -


Los suspiros de un proscrito

ArribaAbajo   Era la noche, y la luna
su carro al cenit subía,
el adormecido mundo
bañando en su luz benigna.
   Todo sin acción callaba;  5
su ala apenas fugitiva
batía el blando favonio,
bullendo en la selva umbría;
   o algún ave solitaria,
gritando despavorida,  10
el imperio de las sombras
más melancólico hacía,
   del fúnebre aciago canto
las cláusulas repetidas
en la voz del eco triste  15
por las opuestas colinas,
   cuando un infeliz proscrito,
a quien sus cuidados privan
del sueño, que a los dichosos
sólo plácido visita,  20
   sobre una escarpada roca
que el horizonte domina
y libre a los ojos deja
el paso a las dos Castillas,
   pensando en las dulces prendas  25
de su amor y sus delicias,
bañado en lágrimas tristes
así angustiado decía:
   «Volad, dolientes suspiros,
hasta mi esposa querida,  30
muy más que yo afortunados,
y llevadle el alma mía.
   Llevadle de este infelice
las lágrimas encendidas
y la indeleble memoria  35
de nuestras pasadas dichas.
   Id, suspiros, y llevadle
la fe inalterable y fina
de un esposo que la adora,
y vive porque ella viva.  40
   Id, volad, suspiros míos,
y a mi idolatrada hija
llevad el ósculo dulce
que un tiempo darle solía.
   ¡Ay!, ya no; que blanco triste  45
del encono y la mentira,
padre infeliz, ver no puedo
ni sus juegos ni sus risas,
   no gozar de su semblante
la sencillez expresiva,  50
ni una gracia, un solo halago
de cuantos locos le oía,
   ya si entre amables gorjeos
tendidas las manecitas,
que en mis brazos la tomase  55
solicitaba festiva,
   ya si en mis tiernos cariños
las bulliciosas pupilas
de sus ojuelos de gloria
se gozaban en mí fijas,  60
   o si de su hermosa madre
en el seno adormecida,
aun en su feliz reposo
a nuestro amor sonreía.
   ¡Oh, Dios!, todo ha fenecido;  65
todo una estrella maligna,
todo, lo trocó en las furias
que hoy mi espíritu atosigan,
   que en un horroroso caos
envolviéndolo me abisman,  70
y a mil altas esperanzas
por siempre el verdor marchitan.
   ¡Mísero!, rotos los lazos
que con la patria me ligan,
mi honor y pobre fortuna  75
a merced de la malicia,
   errante, en suelo extranjero,
en olvido a mi familia,
y a mis amigos falaces
ocasión de burla impía,  80
   ¿qué por apurar me queda?;
ni en tal colmo de desdichas,
¿dónde hallar quien de mis hados
benigno temple las iras?
   Sólo tú, adorada esposa,  85
tú eres sólo quien mitiga
con su constancia mis males,
y con tu virtud me animas;
   tú, en cuya bondad me apoyo,
que angelical dulcificas,  90
con tus cartas, de mis ansias
el insoportable acíbar.
   Así, la infeliz memoria
clavada en ti noche y día,
en este abismo espantoso  95
puedo soportar la vida.
   ¡Vida...! No así, esposa, llames
la lentitud infinita
con que sobre mi existencia
aherrojado el tiempo gira;  100
   este cavilar eterno,
este sin hallar salida
vagar en la incertidumbre
más dolorosa y sombría,
   hundiéndose así los meses,  105
siempre en la misma fatiga
de ansiar un fin que no llega
y en que el ánimo agoniza.
   ¡Oh horror!, ¡oh ultraje!, ¡oh despecho!
Las lágrimas mis mejillas  110
cual de dos fuentes inundan,
y el seno ahogado palpita.
   Todo mi ser se estremece,
y hasta mi existencia misma
me es en horror al sentirme  115
sin mi dulce compañía.
   ¡Yo no las veré...!, ¡por siempre
sin su amor y sus caricias,
hasta que la cruda parca
mi lazo mortal divida!;  120
   sin tener, ¡oh desconsuelo!,
tal vez ni una mano amiga
que mis apagados ojos
cierre en mi última agonía,
   ni quien en la humilde tumba  125
con entrañas compasivas
algunas lágrimas vierta
y el eterno adiós me diga.
   Y ellas en su inmenso duelo
vagarán llorando, heridas  130
del grito y los rudos golpes
que contra mí el odio vibra,
   pobres, míseras, holladas,
demandando a la codicia
el pan de dolores lleno  135
que la indigencia mendiga...
   ¡Ay!, guardad, queridas prendas,
con religión santa y pía
de un padre y un fino esposo
los ayes que hoy os envía;  140
   guardad, ídolos del alma,
la que entre ellos confundida
para vos se exhala ardiente,
y allá unánimes partidla.
   Vendrá un tiempo en que estas ansias,  145
en vuestra orfandad esquiva
recuerdos mil renovando,
de consuelo y paz os sirvan;
   cuando yo en eterno sueño
descanse en la tumba fría,  150
do se extinguirán las teas
que hoy ciego el error agita;
   que allí la envidia no muerde,
el engaño no fascina,
ni con su tósigo abrasa  155
la calumnia fementida.
   ¡Infelices! ¿Por qué estrella
se ve con mi suerte unida
vuestra suerte, y a los cielos
un amor tan santo irrita?  160
   Dichosas sin mí vosotras,
yo sin las dos me reiría
de cuantos con necio encono
en mi perdición conspiran.
   Los hombres herirme pueden;  165
pero mi honor sin mancilla
brillará como el sol claro
cuando un instante se eclipsa,
   que luego muy más lumbroso,
su frente alzando divina,  170
las nieblas que le oscurecen
al abismo precipita.
   Vendrá un día en que imparciales
la razón y la justicia
me honrarán cual hoy me infaman  175
la impostura y la perfidia;
   en que los gritos falaces
con que hoy el vulgo alucinan,
la verdad los enmudezca,
la religión los proscriba,  180
   adornando el triunfal lauro
la frente que ora, abatida
cual marchita flor, apenas
en su oprobio al cielo mira.
   ¡Oprobio...! No, amada esposa,  185
el oprobio es la injusticia,
la virtud es noble y fiera,
el delito sólo humilla.
   ¡Ay!, ¡si yo verte alcanzase!,
¡si en mi proscripción indigna  190
me diesen gozar tu lado
y el de esa adorable niña!,
   ¡si yo vuestro llanto triste,
y el que mis ojos destilan
enjugaseis vos, en uno  195
nuestras lástimas fundidas,
   como tres débiles plantas
que abrazándose se afirman
de los recios vendavales
contra las hórridas riñas!  200
   Mi ansiar fuera entonces menos;
mas lejos de vuestra vista
no hay mal que el alma no tiemble
de cuantos fiel imagina,
   yendo en alas del cuidado  205
con incesante corrida
donde el amor y el deseo
su bien y su gloria cifran.
   Allí, prendas adoradas,
os oigo, os hablo, y perdidas  210
viéndoos por mí, con vos lloro
en vuestra inmensa ruina.
   Apoyadas en mi seno,
en el vuestro se reclina
mi dolor, en uno unidos,  215
cual lo están las almas mismas;
   y así vuestros blandos ayes
mi labio anheloso aspira,
y vuestro llanto y mi llanto
en uno se identifican.  220
   O bien, ya plácido el cielo,
los pesares se me olvidan,
gozo mis ansias se vuelven,
mis lágrimas, dulce risa,
   soñándome que el encono  225
y la calumnia homicida
deshechos, sus impías tramas
ya la verdad ilumina;
   y volando a vuestros brazos,
en celestial alegría  230
me anego yo; entre los míos
os perdéis en mis caricias;
   y en pos me aclaman los buenos,
y mis méritos se estiman,
tierna la patria me abraza,  235
y mis amigos me abrigan...
   Pero ¿qué míseras quejas,
qué plegarias doloridas
mi oreja afligen...?, ¿qué sombras
llorosas a mí se inclinan?  240
   Desaliñado el cabello
y las ropas mal ceñidas,
sin aliento en las tinieblas
su planta débil vacila.
   ¡A gemir tornan de nuevo...!  245
Mi azorada fantasía
me finge las formas tristes
de mi esposa y de mi Elisa;
   las formas, ¡ah!, no las gracias
que un tiempo me embebecían:  250
de la madre el gentil talle,
tu inocencia, infeliz hija.
   Ellas son... Ellas son... ¡Cielos!,
ya vuestra piedad benigna
oyó mis fervientes ansias  255
y mis dolores se alivian.
   Venid, venid a mis brazos,
hija, esposa, fiel amiga;
llegad, amparo y consuelo,
y mitad del alma mía.  260
   Ya soy feliz con vosotras;
abrazadme, y que indivisas,
nuestra vida y nuestra suerte
una por siempre se digan.
   Aquí será nuestra patria:  265
lejos aquí de la envidia,
un nuevo Edén plantaremos
para los tres de delicias;
   un Edén do inaccesibles
a las viles arterías  270
de la traición, al engaño
que cuando halaga asesina,
   respiremos ya dichosos,
y en inefable armonía
la inocencia y paz gocemos  275
de que los hombres nos privan...»
   Acercábanse las sombras;
y él, ambas manos tendidas
a abrazarlas cariñoso,
recibiéndolas corría;  280
   empero al querer tocarlas,
horrísono el viento silba,
las sombras desaparecen,
y la ilusión se disipa.
   Cayó desmayado. El alba,  285
sumido en su inmensa cuita
le halló otro día, en su llanto
bañándole enternecida;
   mas vuelto en sí con sus fuegos,
la vista en el cielo fija,  290
y de nuevo, «¡Ay, dulce esposa...!
¡Ay, hija infeliz!», suspira.




- XLI -


Mis desengaños

ArribaAbajo   Un tiempo en las dulces redes
del Amor viví cautivo;
canté alegre su embeleso,
lloré celos y desvíos.
   Las halagüeñas miradas  5
de unos ojos que, festivos,
cuantos miraban rendían
con su donaire y su brillo,
   a mí ciego me trajeron,
gozando en ellas los míos  10
gloria tal, que aún me enloquece
cuando a solas la imagino.
   Luego un habla y una boca
tan linda, de tal hechizo,
a tan altos pensamientos  15
y un talento tan divino
   se unieron, que cuanto cabe
en delicias y martirios
sufrir pude desdeñado,
disfruté favorecido.  20
   Sueño fugaz mis niñeces,
a sus ardientes delirios
la austera razón opuso
sus celestiales avisos.
   Lloré y dolime, y ansioso  25
de otros bienes, con altivo
pensamiento de las ciencias
sondar osé los abismos.
   La augusta filosofía,
sus tesoros peregrinos  30
ostentando ante mis ojos,
me arrebató embebecido.
   Una flor, un vil insecto,
el pintado pajarillo,
la planta, el viento, la lluvia,  35
del trueno el ronco ruido
   cuando, espantosa la nube
desgarrándose, del vivo
relámpago nos deslumbra
el rápido ardiente giro,  40
   el murmullante arroyuelo,
que saltando fugitivo
entre guijuelas y flores,
va a perderse en el gran río,
   mientras él sus ricas ondas  45
rueda con pasos torcidos,
regando cien largas vegas,
otro siempre y siempre el mismo,
   fueron mi incesante estudio;
viome entre su horror tranquilo  50
la noche, me halló la Aurora
mudo extático en mis libros,
   o bien con alas de fuego
perderme en vuelo atrevido
de la nada y del espacio  55
por el inmenso vacío,
   hasta topar con el trono
que en las cumbres del Olimpo
asentó Aquel que modera
la eternidad y los siglos.  60
   ¿Y con qué fruto? A las gratas
ilusiones que de niño
me embriagaban, sucedieron
mil tétricos desvaríos:
   dudar, cavilar, y nada  65
de cierto; vago, perdido
de encontradas opiniones
por un ciego laberinto,
   sin alcanzar quien me diese
de Ariadna el feliz hilo  70
para seguirle, o me alzase,
Natura, tu velo umbrío.
   Quise apurar de los seres
las esencias, el destino
que a ella señalarles plugo  75
en este todo infinito;
   de dó su hoguera alimenta
el claro sol; qué principio
concita el plácido viento
en rápidos torbellinos;  80
   por qué el inmenso Océano
va, y huye, y torna impelido
de una ley siempre constante
de la playa a sus dominios;
   por qué... Vendados los ojos  85
corrí, cual errado el tino
da el viandante en negra noche
de uno en otro precipicio.
   Entonces mi hidalgo seno
la ambición de mil prestigios  90
llenó, arrastrome a la corte,
y engolfome en sus peligros.
   ¡Oh, qué días!, ¡qué zozobras!
Siempre del ajeno arbitrio
colgado, aherrojado siempre,  95
cual vil esclavo entre grillos,
   de crímenes rodeado,
con labio y ceño sombríos,
aunque lo llorase el alma,
implorando su castigo;  100
   y de ellos y la inocencia
oyendo el mísero grito,
el crujir de las cadenas,
y del hambre los suspiros;
   ir, volver, buscando ansioso  105
la dulce paz, el desvío
de un cargo en que ahogarme tiemblo,
aun hoy que lejos lo miro.
   Llamábame con la aurora
ya su enojoso ejercicio;  110
era la noche, y gemía
del arduo peso oprimido.
   jamás a las dulces Musas
debí entonces ni un alivio,
o a la celestial Sofía  115
una mirada, un cariño.
   ¡Horas que perdidas lloro,
que a mi espíritu habéis sido
tósigo y dogal de muerte,
jamás volváis a afligirlo!  120
   Quien quiera puestos y corte,
por mí los goce; a los tiros
de la envidia oponga el pecho,
y llore mientras yo río.
   ¡Yo reír! No, que si el cielo  125
me salvó por un prodigio,
llevando a seguro puerto
mi zozobrante barquillo,
   no empero fui más dichoso
cuando, ¡oh dolor!, combatido  130
de la más fiera borrasca,
apenas hallé un amigo.
   Sufrila callado y solo;
y en su ominoso conflicto
llegó el santo desengaño  135
a alumbrarme, aunque tardío.
   Un fatal velo a mis ojos
se descorrió: en mi retiro,
solícito estudié al hombre,
y lloré habiéndole visto.  140
   Lloré y suspiré, aunque en vano,
tras un error que benigno
me aduló, sombra engañosa
que un rayo de luz deshizo.
   Sensible, indulgente y bueno,  145
juzgándolo por mí mismo,
lo creyera, y con los tristes
oficioso y compasivo;
   y no hallé en él sino engaño,
dureza, odioso egoísmo,  150
en el labio las virtudes
y en el corazón los vicios,
   llorando, pérfida hiena,
para devorar impío
al infeliz que a acorrerle,  155
crédulo a sus lloros vino.
   ¡Cuánto he trabajado, cuánto,
por salvarle, y ha gemido
mi razón siempre ocupada
en dorar sus extravíos!  160
   ¡Extravíos! Aun ahora
fascinarme solicito,
y a la luz cierro los ojos,
y a la verdad el oído.
   ¡Oh, verdad, verdad!, ¡qué amarga  165
me afliges! Mi ardiente ahínco
del bien déjame piadosa;
gozaré cuanto imagino.
   Déjame, idólatra ciego
de este bien, que en sus caminos  170
honre al mortal, y lo vea
cual su Autor formarlo quiso.
   Quien quiera mi engaño ría,
mientras yo en él embebido
la virtud adoro, y corro  175
tras su celestial hechizo.
   Mi ilusión es un consuelo,
el desengaño, un martirio;
más quiero soñar virtudes
que ver y llorar delitos.  180
   Ni busco ni huyo los hombres,
pero mi trato es conmigo,
que un Dios y sus pensamientos
bastan a un arrepentido.
   Con ellos solo en los campos  185
soy hombre y libre respiro;
y alzándome a un cielo inmenso,
de otras grandezas me río.
   Tranquilo y en paz con todo,
ni ajenas glorias envidio,  190
ni celos doy con mi suerte,
ni de ofensa a nadie sirvo.
   Trabajo en hacerme bueno;
busco en ánimo sencillo
la verdad, y para hallarla  195
naturaleza es mi libro.
   Ella es la regla segura
que en mi humilde vida sigo;
y a su voz dócil mis votos
y necesidades mido.  200
   Sus galas me dan los valles;
el bosque, encantados sitios;
las aves, canoro aplauso;
mi estrecha casilla, abrigo.
   Así, del ocio y los años  205
burlando el cansado hastío,
olvidado y muerto en éste,
un mundo mejor habito.



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