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La caída de Constantinopla

La capital bizantina en 1453

«Ya no hay dinero en ninguna parte. Las reservas se han agotado, las joyas imperiales han sido vendidas, los impuestos no producen nada porque el país está en la ruina.».

Juan VI Cantacuzeno, emperador (1347-1354)

Mapa de Constantinopla en 1422, según el cartógrafo florentino Cristoforo Buondelmonti, en «Liber insularum Archipelagi» (1824).Sin ningún temor a equivocarnos, podemos afirmar que la más bella ciudad de la Edad Media estaba en el año 1453 en estado lamentable, ocasionado por una multiplicidad de factores que harán que ese estado sea el peor en toda su larga historia. Los relatos de los viajeros son realmente asombrosos, porque cuando hasta 1204 solo hablaban del inmenso lujo, las casas hermosas, las avenidas, los puertos, los edificios públicos, los palacios, las iglesias y los monasterios. Luego de esa fecha y cada vez más seguido relatarán sobre casas abandonadas, calles desiertas, barrios destruidos, abandono, suciedad, pobreza y muerte.

En 1453 Constantinopla estaba sitiada mucho antes de que el ejército del sultán se acercara a sus murallas. Durante todo el año se impuso por parte de los otomanos un bloqueo que limitó la posibilidad de visitar la ciudad, así como también dificultó su abastecimiento, que no podía ser más problemático con los barcos y los soldados turcos ejerciendo una continua vigilancia por orden de Mahomet II. Por lo tanto, ya era difícil conseguir comida, bebida y ropa, por hablar solamente de elementos indispensables para la vida de una ciudad.

Sabemos por los relatos mencionados que en pleno centro de la ciudad había terrenos cultivados para la subsistencia de los ciudadanos, tal como si fueran granjas, pero en medio de los edificios públicos y de las iglesias más grandes y hermosas como la de Santa Sofía. Los escombros estaban por toda la ciudad, los edificios se estaban viniendo abajo constantemente y dejaban en ruinas barrios enteros, y los terrenos que se podían limpiar se utilizaban como pequeños huertos de cultivo para paliar el hambre. Sin embargo, los terrenos baldíos y las casas abandonadas eran las estrellas de la nueva ciudad, ya que donde habían vivido más de 500.000 almas con toda seguridad, ahora, luego de que una trágica peste azotara la ciudad en 1448 (por si tuviera pocos males que soportar), habría apenas poco más de 40.000, dando lugar al abandono de gran cantidad de barrios que antes eran populosos y bulliciosos y donde ahora solo vivía el recuerdo de lo que había sido una urbe maravillosa.

El Gran Palacio, que había sido reemplazado por el palacio de las Blaquernas, descuidado y transformado en cárcel en época de los Comneno, a fines del siglo XI, era ahora una especie de campo donde había vacas pastando y también se utilizaba como cementerio improvisado. Las avenidas, que solían estar llenas de estatuas y adornos, y con magníficos pórticos que proporcionaban protección contra el calor y los temporales, repletas de negocios y tabernas bulliciosas y con gran cantidad de gente paseando y tratando de hacer negocios o pasar simplemente un buen rato, ahora se veían con un aspecto desolador, desiertas, con los pórticos destruidos o simplemente desaparecidos, y adornados solamente con los pedestales de las antiguas estatuas. Las tabernas eran regentadas también en su mayoría por comerciantes italianos, pero a esa altura no eran más de diez o doce en toda la ciudad.

Por si todo esto fuera insuficiente, los pocos bizantinos habitantes de Constantinopla en 1453 eran absolutamente miserables, vestían lo que podían encontrar, porque el bloqueo y la indigencia se habían hecho una costumbre, y la población puramente bizantina solamente podía alcanzar cierta dignidad si eran cambistas (pequeños, nada que ver con los de origen italiano) o escribanos, y la mayoría se dedicaba a la pesca, a ofrecer servicios como marineros o a ser pequeños comerciantes, mucho más pequeños si se los compara con los comerciantes genoveses de Pera.

Constantinopla. Exterior de Santa Sofía, iluminada de noche.La Corte estaba en la miseria total, y con una corte en bancarrota, los potentados, los nobles, los aristócratas, que los había en el país, y muy ricos, escaparon de la ciudad ya desde mitad del siglo XIV, o poco después, y las últimas ciudades que vieron nobles o potentados griegos en territorio libre fueron las ciudades del Peloponeso o Trebizonda, feudo de la familia Comneno.

Era por lo tanto Constantinopla una ciudad abandonada a su suerte por propios y extraños, donde los bizantinos que la habitaban soportaban estoicamente a los genoveses, venecianos o pisanos, que eran los dueños de todo lo que podía dar un cierto bienestar, y a los turcos que los bloqueaban e impedían la salida o la entrada a la ciudad de las mercaderías, el dinero o de las personas que deseaban hacerlo.

En los huecos enormes, en su estructura edilicia, abandonados completamente los terrenos y edificios o utilizados para plantar hortalizas que satisfagan el hambre producida por los frecuentes sitios y bloqueos, había casas de madera precariamente construidas para albergar a los infortunados habitantes de la ciudad cristiana por excelencia. A pesar de todo esto, la angustia de su gente y los males que soportaban sin embargo no fueron bastantes para que se avale la unión de las iglesias realizada formalmente en Santa Sofía en 1452, y la población seguía concurriendo a los templos en los cuales se realizaba el rito bizantino como la tradición lo determinaba.

Es este un gran ejemplo que nos da un pueblo que hasta la muerte se aferra a sus creencias, hasta la muerte cree que será salvado, hasta la muerte pelea por sus convicciones, aún cuando ese valiente soldado que era su emperador, Constantino XI Paleólogo, intentara una unión con la iglesia latina una vez más, solamente para ver que el pueblo no lo acompañaba por primera y única vez, igual que a sus predecesores que intentaron lo mismo. Solo que ahora el Imperio era un pequeño conjunto de unas miles de personas, ya incapaces de generar una revuelta, pero suficientes para decir que no a esas pretensiones que siempre vieron como ajenas a su real sentimiento.

Como conclusión final podemos decir que Constantinopla en 1453 era una ciudad casi fantasma, pero con un pueblo decidido a enfrentarse en soledad a los turcos, sin ayuda de los insufribles y odiados latinos (salvo honrosas excepciones que ya destacaremos), y que se apoyaba firmemente en sus creencias religiosas para tener fe en un futuro salvador. A los turcos los esperaban, entonces, con un cierto optimismo basado en su fe religiosa, con muy pocos medios y hombres disponibles, pero con el corazón hinchado por una gran fe, la fe de ser los últimos ciudadanos, aunque solitarios y desprotegidos, de lo que había sido la ciudad más hermosa, lujosa y poderosa del mundo conocido, y de pensar que su Dios no los abandonaría nunca.

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