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CORR., 240 y 563: Nunca faltan rogadores para eso y cosas peores. (N. del E.)

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Síguense los hechos que ve ser buenos agüeros para ella. Juan en castellano es el buenazo y el bobo, que a nada pone embarazo y aun sufre todo bondadosamente. Buen agüero, pues, para Celestina (son cornudos). Lena, 4, 2: Los juegos de pasa pasa, que suelen las que tienen algunos Juanes por maridos. Ahí están, que no me dejarán mentir: Juan el tonto, Juan Lanas, Juan de buen alma, Juan Parejo, Juan Zoquete, Juan Paulín, Juan Zane o Zanana, Juan de la Torre, a quien la baba le corre; El tío Juan Díaz, que ni iba ni venía; Juan Flor, que se curaba para estar mejor; El pobre tío Juan, a quien se lo comen a cucharadas; Juan de Espíritus, que andaba a la carnicería por verdolagas; Juan de la Valmuza, que no tiene capa ni caperuza; Juan Topete, que se metía a luchar con siete; El buen Juan, que se contenta con lo que le dan, etcétera, etc. CORR., 526: Es un buen Juan. Ídem, 293: Dos juanes y un Pedro hacen un asno entero. Ídem, 256: Si bien, Juan es; si no, Pedro, como antes. Y las frases hacer el Juan, fingirse y obrar como sencillo; a lo Juan, sencillamente; Casa de Juan, donde entran muchos sin reparo y hacen lo que se les antoja; juanearse, bromearse y burlarse como de Juan Lanas o del bobo (Arag.). (N. del E.)

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El tropezar era mal agüero, y al revés, hasta entre los romanos. El cuervo, tordo y las aves nocturnas y negras eran de mal agüero. Prometeo dicen que fue el que inventó los agüeros o auspicios, aunque otros se lo atribuyen a Cara, rey de Caria. Así del primero dice Esquilo: «Deslindó las aves derecheras y las siniestras.» Cuentan de Demócrito que no sólo entendía todos los agüeros, sino que conocía ciertas aves, de cuya sangre, mezclada, nacía una culebra, de la cual, el que comiese, entendía el idioma de las aves, como dicen lo entendía Apolonio de Tiana. Pueden verse en las Vidas de Plutarco infinitos augurios. En las de Demóstenes y Cicerón cuenta cómo los cuervos, graznando estruendosamente, se posaron en las antenas de la nave en que llegaba Cicerón, al aportar a tierra, y se pusieron a picotear la jarcia, «lo cual todos tuvieron por mal agüero». Entrado Cicerón en su quinta, fuéronse los cuervos a su ventana, y hasta se metió uno dentro, llegose a la cama y quitó a Cicerón del rostro el velo con que se había cubierto. Entre tanto venían en su busca los que le habían de asesinar. El mismo Plutarco, en sus Quaestiones Romanae (78), trata del por qué las aves indican felicidad o desgracia, según se presenten a la derecha o a la izquierda. De esto y de los agüeros he tratado en el Tesoro de la lengua castellana (t. A, 138) y fue institución antiquísima. «Canta, ¡o pájaro!, al salir derecho de casa, para traernos la dicha y bendiciones», dice el Rigveda (2, 42). Y en el Hiranyakeçin (G, I, 17, I, 3): «Vuela en torno del lugar de izquierda a derecha trayendo la dicha, o búho.» El cuervo, como animal profético, aparece con la paloma como mensajero de Noé para enterarse de si las aguas del Diluvio, habían bajado. No volvió, de donde se dice La vuelta del cuervo. Dicen que se abatió sobre los cadáveres. Esto y su color, que lo hizo ser emblema del mal y del diablo, fueron las causas de tenerle por mal agüero. Eliano dice (De animalib., l. I, c. 48): ko/raka o)/rnin fasi\n i(ero\n )Apo/llwnoj kai\ a))ko/louqon, kai\ mantikh=j sumbo/loij a)gaqo/n [kóraka órnin phasìn hieròn apóllonos kaì akólouthon, kaì mantikês symbólois agathón]. En cambio: «Cornices et corvi, si exercitui circuinvolitassent, mala omina credebantur. Alexandri Babylonem subeuntis et Ciceronis ab Antonii facie fugientis, mors corvorum crocitatione praedicta traditur.» (JOAN. POTTERI, Archaeologia graeca, l. 2, c. 15.) Véase el agüero en este ensalmo para el dolor de cabeza. (L. RUEDA, Armelina, I): «En el nombre sea de Dios, que no empezca el humo ni el zumo, ni el redrojo ni el mal ojo, torobisco ni lentisco ni ñublo, que traiga pedrisco. Los bueyes se apacentaban y los ánsares cantaban. Por ahí pasó el cuervo prieto por tu casa, de cabeza rasa, y dijo: no tengas más mal, que tiene la cabeza en su nidal. Así se aplaque este dolor, como aquesto fue hallado en banco de tundidor.» (N. del E.)

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Del ladrar los perros como augurio, en Virgilio (Georg., I, al fin): «Obscoenique canes, importunaeque volucres / signa dabant.» (N. del E.)

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Lucrecia, parece inspirado este nombre, más que por el de las matronas romanas, «por la reciente lectura del libro de Eneas Silvio» (MENÉND. PELAYO, Oríg. Nov., III, XLVII). (N. del E.)

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Haldeando. CERV., Viaj. Parn., 7: Haldeando venía y trasudando / el autor de la Pícara Justina. (N. del E.)

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CORR., 462: Meter aguja y sacar reja. (Cuando se da poco para sacar mucho.) Ídem, 277: Dar aguja para sacar reja. (Antes que el otro queda declarado del todo: dar aguja, por los que dan poco, porque les den mucho.) (N. del E.)

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Alisa, «nos trae a la memoria cierta fábula de la ninfa Cardiama, convertida en fuente por amores del gentil Aliso, que trae Juan Rodríguez del Padrón en el Triunfo de las donas» (MENÉND. PELAYO, Oríg. Nov., III, XLVII). (N. del E.)

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Cuchillada. Los demoniógrafos dicen que el diablo imprime una señal de reconocimiento en los que van al aquelarre: una media luna o un cuerno. Se habla de ello en los procesos de la Inquisición. Rojas quiso que su Celestina no careciese de este sello, y tenía un chirlo. (N. del E.)

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Incógnito, latinismo. (N. del E.)

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