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ArribaAbajo- VI -

Poemas de Asunción


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ArribaAbajoDespertar en primavera


A Gisela


ArribaAbajo Entran, primaverales, mil reflejos
de unas luces verdísimas del patio,
hasta los vidrios que, aquí dentro,
      recubren los retratos.

En la muda penumbra de la sala  5
los retratos hundíanse en sus sueños:
soñaban con sus vidas terminadas
      como sueñan los muertos.

El fulgurar del patio los despierta,
y ellos -abuelos, padres, tíos-  10
vuelven a estar alerta.

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ArribaAbajoEn agosto de mil novecientos...


A Marganta Prieto Yegros


ArribaAbajo Brilla la aurora ya en el cielo oscuro
y se oye en el silencio el canto de oro

de un gallo, de diez gallos, de mil gallos.
Asunción amanece poco a poco.

Si no cantaran gallos, tantos gallos,  5
seguiría durmiendo.
(Este 15 de agosto,

15 de agosto del flamante siglo
cumple Asunción un nuevo aniversario

desde que la fundó don Juan de Salazar).
Pero Asunción está desmemoriada.  10

Los siglos que ha vivido se le olvidan.
Lo que en ella era antiguo, lo más viejo.

-El Fuerte, el templo, las humildes casas
de los conquistadores y sus mujeres indias-
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las lluvias torrenciales socavaron  15
y bajo las tormentas sucumbieron.

Lo único que Asunción no olvida nunca
y evoca día a día, melancólica.

es el dolor atónito del éxodo
de ancianos, de mujeres y de niños  20

que la dejaron silenciosa, muda,
como una aldea muerta, junto al río.

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ArribaAbajoCrepúsculos de antaño


A Soledad


ArribaAbajo Calles calladas de Asunción de antaño
por donde rara vez pasaban coches.

Calles tan silenciosas como calles
aldeanas, de viejos caserones.

Hacia el oscurecer, en un silencio  5
que se hacía más grave con la noche,

caía la ciudad en trance místico
bajo un cielo de rojos resplandores.

Cantaban las cigarras y sus cánticos
eran en el silencio desgarrones  10

en el cristal del aire atardecido.
¡Torva melancolía en los balcones

a los que se asomaban suspirantes,
esperando el amor, muchachas jóvenes!

De vez en cuando un carro de altas ruedas  15
y mulas cabizbajas, lastimadas,
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pasaba, y el carrero, hombre de látigo
y chiripá, las riendas agitaba.

Ya la lenta agonía del crepúsculo
se disolvía en sombras azuladas.  20

Y entonces terminaba la tristeza.
Volvían al silencio las cigarras.

Luces municipales se encendían
y arriba, el cielo todo se enjoyaba.

Mayo 6, 1985.

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ArribaAbajoAsunción, 1908


ArribaAbajo El Oratorio, sin revoque entonces,
la lluvia de septiembre ha vuelto rojo.

Ciudad toda de casas coloniales
ha visto levantarse este Oratorio

por sobre la chatura de los techos  5
para que fuera un corazón sonoro

de campanas loadoras de la Virgen.
Pero el templo quedó inconcluso y solo

y vacío y sombrío sin su Dueña.
Ahora la lluvia ha enrojecido el domo  10

y enverdecido en él los jaramagos.
Las calles este día son arroyos

cuyas aguas caminan hacia el río
sobre anchas piedras y con pies de lodo.

¿Qué pasa en el Palacio del Gobierno  15
en esta tarde gris del año Ocho?
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¿Conspiran los cuarteles? ¿Hay alarma?
¿Dormita la ambición y duerme el odio?
¡Hoy sueña la ciudad bajo la lluvia!
Al crepúsculo escampa. Un cielo de oro  20
se va haciendo turquí. Sube la luna
por el cielo estrellado, suntuoso.

Octubre 30, 1985.

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ArribaAbajoEl triciclo en el patio


A Cecilia


ArribaAbajoEl año es el año mil
novecientos veinticinco.
La casa una casa de
la calle llamada Wilson

Por el patio de esta casa  5
anda veloz un triciclo,
entre perlas y corales,
entre diamelas y lirios.

A un lado limita al patio
un murallón de ladrillo.  10
Al otro lado se ven
habitaciones: son cinco.

Mi cuarto es el cuarto verde.
Mi cama bronce amarillo.
(Los hermanos somos cuatro.  15
Me tocó ser el más chico).

Sobre el patio, angosto, el cielo,
es muy azul y benigno.
Es un cielo recortado
como al tajo de un cuchillo.  20
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¡Qué diamelas, qué jazmines,
florecen en este abismo!
(Si es visto desde un terrado
el patio parece hondísimo).

Al atardecer se escucha  25
un concierto en que mil grillos
y cien cigarras compiten
en aturdir los oídos.

Anochece. Yo conduzco
entre plantas mi triciclo.  30
El patio huele a jazmín,
huele a diamelas y lirios.

(El año es el año mil
novecientos veinticinco.
La casa una casa de  35
la calle llamada Wilson).

Mayo, 1995.

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ArribaAbajoVerso a verso el pasado y el presente


ArribaAbajo ¡Ay, si pudiera recobrar mi nido!
tras la tormenta el pájaro gemía.
Y yo, tras tanta ruina y tanto olvido
de igual manera me lamentaría.

A la memoria ciega en vano pido  5
una clara visión de lo que había
en el barrio y el pueblo en que vivía
en delicioso ámbito hoy perdido.

En vano espero un luminoso sueño
para en él recobrar lo que me empeño  10
en dar color en un poema mío:

el poema más mío y más urgente,
y así poder unir a mi albedrío
verso a verso el pasado y el presente.

Junio, 1989.

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ArribaAbajoLa lluvia y el lago


ArribaAbajo Mansa es la lluvia. Las calles
de tierno césped y charcos
tienen senderos en marcha
convertidos en regatos.

Senderos de roja tierra  5
y minúsculos guijarros
ahora van corriendo, frescos,
ansiosos de huir al campo.

El pueblo se ha adormecido
sumido en arrobo plácido:  10
los senderos aprovechan
para escapar desbandados.

Unos huyen hacia el monte,
otros corren hacia el lago,
y otros van hacia la plaza  15
rumbeando cuesta abajo.
¿Golondrinas? Hoy no vuelan.
Están quietas en lo alto
posadas en negros cables
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que cruzan un ancho espacio.  20
¡Ah golondrinas! ¡Quién sabe
qué sueños están soñando!
Nosotros que somos chicos
-hace de esto muchos años-

marchamos bajo esta lluvia  25
de inolvidable verano.
¡Cómo olvidar aquel día
bajo un cielo azul y blanco!

Somos cuatro. Delantero
marcha el mayor de los cuatro.  30
Cuatro hermanos. Tres han muerto
y el menor de pelo cano,
hoy marcha bajo la misma,
la misma lluvia de antaño.
Marcha con pies aún pequeños  35
y se aproxima al barranco.

Abajo la playa suena
entre macizos peñascos.
El oleaje Incesante
murmura augurios del lago.  40

Julio, 1995.

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ArribaAbajoEl tajamar del parque


ArribaAbajo Entra la tarde en la noche
y el tajamar se ennegrece.
Tristes sauces sobre el agua
sollozan calladamente.

Un ronco croar de ranas  5
todo el paisaje estremece.
El cielo de oscuras nubes
tiene presagios de muerte.

Un muro resbaladizo
cubierto de musgo verde,  10
represa el agua profunda
que ningún hálito mueve.

El muro cierra un extremo
del tajamar. Agua aleve.
Traicionera en su apacible  15
masa líquida sin peces.

Ese muro que separa
un césped del otro césped,
es frecuentado, de noche,
por negros trasgos, por duendes.  20
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Yo lo sé. Pero me atrevo
a pasar por ese puente.
Y yo resbalo y me caigo
y el agua me hunde y sumerge.

Y me traga. No hago fondo.  25
Me deja asomar tres veces,
pero yo ya estoy perdido
y ya me ahogo. Es la muerte.

¿Quién con manos poderosas
me arrebata de repente  30
e iza mi cuerpo a la orilla,
mi cuerpo ya casi inerte?

No lo sé. Pero alguien, mudo,
sin adiós, desaparece.
Yo en tanto vuelvo a la vida  35
tiritando sobre el césped.

El parque, lleno de noche,
es noche llena de duendes.
De esto hoy hace muchos años
y mis años eran siete.  40

Mayo, 1995.

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ArribaAbajoIglesia y plaza de San Roque


(1930)


A Montserrat


ArribaAbajo Esta plaza tiene iglesia
y su iglesia tiene plaza.
En el barrio silencioso,
silenciosas se acompañan.

En armonioso concierto,  5
la una verde, la otra blanca,
son destinos diferentes:
la una es baja, la otra es alta,

pero de alguna manera
son las dos buenas hermanas:  10
la plaza la necesita
porque la iglesia la ampara;

la iglesia la necesita,
según dicen las campanas...
La plaza no tiene césped,  15
sólo tierra apisonada;
pero sus árboles lucen
un verdor, una elegancia,
que hacen de ella paraíso
de palomas y calandrias.  20
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Abundan las flores de oro
y las flores escarlata,
en árboles que celebran
primaveras embriagadas.
La iglesia tiene un San Roque,  25
un santo de hermosa talla,
con su perro que lo cuida
y que gruñe, aunque no ladra.

El escudo nacional
decora la alta fachada  30
con su león melenudo
entre la oliva y la palma.

De arriba, del campanario,
caen graves campanadas
que, como frutas de música  35
se refugian en las ramas.

Allí se quedan muy quietas,
redondas, pulimentadas,
hasta que el Viento del Sur
zumbando las arrebata:  40
el Viento del Sur las roba
creyendo que son manzanas.

Mayo, 1995.

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ArribaAbajoEl árbol de oro


A Marina


ArribaAbajoEn el centro del patio cavé un hoyo
que al césped hurta un círculo bien hondo.
Y allí planté yo un árbol de hojas de oro
y tronco de oro y flores de oro y sombra

de oro, y ésta más áurea que su tronco.  5
Es el árbol la cosa

más melodiosa y más maravillosa:
me hizo un jardín de un patio indiferente.

Y aún hoy magnánimo, me dora
con radiante fulgor la casa toda.  10

Le di al árbol el nombre de Marina
una noche de abril en que fulgía

como un ascua. Gustole al árbol de oro
este nombre tan dulce y tan sonoro
de verde mar y de olas rumorosas:  15
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Y por eso ha silbado desde entonces
apenas brilla el alba:
me silba una dorada melodía
que sólo cesa cuando es blanco el día.

Abril, 1988.

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ArribaSan Roque en la iglesia de San Roque


(Saint Rochefut découvert par un chien...)



I

Arriba San Roque junto a su perro
tiene en la diestra un cayado.
Seis siglos hace que juntos
están el perro y el santo.

Cuando entra gente en la iglesia  5
él cuida el lugar sagrado:
prohibido hablar en voz alta
prohibidos gestos profanos.

Dicen que si las muchachas
llevan vestido escotado,  10
San Roque frunce las cejas,
y el perro se pone bravo.

Nunca lo oyeron ladrar,
sólo gruñir al escándalo:
San Roque lo hace callar  15
con un toque de cayado.


II

Hoy es fiesta patronal.
Gran gentío llena el atrio.
Mujeres viejas y jóvenes
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caminan hacia el sagrario.  20

De pronto una meretriz,
la que es Reina del Pecado,
cruza el umbral de la iglesia
toda vestida de blanco.

¡San Roque, cierra los ojos  25
o mira hacia el otro lado!
¡San Roque no la golpees,
San Roque no le hagas daño!

(Siete angelitos obscenos
que sin duda envía el Diablo,  30
forman cortejo invisible
hediendo a tufo malsano).

¿Qué hará San Roque? San Roque
con un silencioso rayo
fulmina a la meretriz  35
y su séquito satánico,
mientras el perro, en dos patas,
aúlla todo erizado.

Espantada huye la Reina
con un pecho en cada mano  40
y oliendo a azufre su séquito
huye detrás blasfemando.

1995.