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«Ars amicitiae», poesía y vida: el ejemplo de Cadalso

David T. Gies


(Universidad de Virginia)



  —[155]→  

Esa virtud sola haría feliz a todo el género humano.

Desdichados son los hombres desde el día que la desterraron o que ella los abandonó. Su falta es el origen de todas las turbulencias de la sociedad1.


¿Cuál será esta virtud de la que escribe Cadalso que, en su opinión, sirve de base a la felicidad universal y cuya ausencia precipita nada menos que «todas las turbulencias de la sociedad»? Es, claro, la amistad; esas palabras vienen de Tediato, hombre tan angustiado que expresa una opinión devastadora sobre aquella indispensable virtud:

¡Amigos! ¡Amistad! [...] Todos quieren parecer amigos; nadie lo es. En los hombres, la apariencia de la amistad es lo que en las mujeres el afeite y composturas. Belleza fingida y engañosa... Nieve que cubre un muladar... Darse las manos y rasgarse los corazones; ésta es la amistad que reina.


(NL, p. 324)                


Tediato es a veces el portavoz de Cadalso; podríamos por tanto preguntarnos si esta corrosiva actitud refleja una actitud que domina la vida y obra de Cadalso. Se repite con frecuencia el veredicto de que Cadalso era «buen amigo» y se nota, con razón, que habla de sus amigos en sus cartas   —156→   personales, que escribe sobre la base filosófica de la amistad en las Cartas marruecas y las Noches lúgubres, y que aparece el tema en sus poesías. Sin embargo, no se han contestado varias preguntas claves que se relacionan con esta temática y que pueden ayudarnos a entender mejor la complicada interrelación que existe entre la amistad cadalsiana como tema literario y como experiencia vital. ¿Cómo distingue nuestro autor entre la verdadera amistad y la falsa? ¿Es constante o sufre los mismos trastornos emocionales que otras relaciones humanas? ¿Cómo estetiza Cadalso esta amistad? ¿Qué significa dentro del contexto dieciochesco/cadalsiano? ¿Cómo se enfrenta Cadalso con los varios tipos de amigos y amistad que identifica? ¿Cómo cambia su actitud? Estas páginas intentan estudiar los varios aspectos de este importante tema para acercarnos hacia una comprensión más completa del «buen amigo» Cadalso2.

Desde tiempos antiguos la amistad ha sido una realidad filosófica, un veredicto de la existencia humana y un tópico literario. Ya para Aristóteles la amistad es una virtud que es indispensable a la felicidad3. Es más: es indispensable al bien político también porque es lo que une el estado. El buen ciudadano es buen amigo y por eso buena persona. Aristóteles subraya tres clases de amistad: 1) la basada en recíproco respeto y bondad, 2) la basada en la utilidad y 3) la basada en la diversión (Cadalso tendrá amigos de las tres clases). Esa convención aristotélica se extiende por la Edad Media (Tomás Aquino) y por los poetas renacentistas. Las amistades pastoriles de Sannazzaro, Ariosto, Tasso, Garcilaso, Montemayor y tantos otros combinan elementos de la verdadera pasión amistosa con elementos de juego literario4, juego que culmina unos siglos más tarde en las diversiones aristocrática/pastoriles encabezadas por María Antoineta en su Petite Trianon. En este siglo, el dieciocho, en locus amoenus se institucionaliza, adoptando la forma de la academia o de la tertulia.

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Cadalso, como otros escritores dieciochescos, siguió la ética aristotélica y también participó en los juegos pastoriles, juegos que se reflejaron en la poesía de Dalmiro, Flumisbo, Jovino, Arcadio y Batilo. Nuestro lamentado colega Joaquín Arce ha precisado muy bien la importancia de lo que él llama «la comunidad de afectos recíprocos»5 que con frecuencia dominó las relaciones entre los poetas ilustrados. La originalidad de Cadalso estriba en que integra esa convención en materia vital que, mediante una metamorfosis artística, se presenta renovada en sus obras. Un aspecto de este fenómeno ya lo reconoció Aguilar Piñal, en su excelente estudio sobre la influencia recíproca entre Moratín padre y Cadalso, a quienes denomina «dos amigos con idénticas aspiraciones literarias», dos amigos «como Boscán y Garcilaso dos siglos atrás, [cuyos] nombres deben ir siempre unidos en la historia de la literatura española»6. Grandes pretensiones, esa referencia a Boscán y Garcilaso; pero es verdad, y más aún: como señala Aguilar, la amistad entre Moratín y Cadalso no era una amistad convencional, mitológica, clásica ni pastoril, sino «una amistad real, entre hombres de carne y hueso, unidas íntimamente por el estro poético, como se dieron tantos casos entre los antiguos. Sólo que ahora la amistad se convierte en tema de la propia poesía»7.

Una de las innovaciones de Cadalso es no sólo integrar el tema de la amistad en sus poemas, sino ligarlo a la poesía misma; y es que Cadalso enlaza, a veces con impresionante sutileza, la amistad con la poesía. Comienza por señalar que la amistad, como la poesía, tiene un mágico poder consolador y curativo. En su égloga Desdenes de Filis Cadalso une los corazones de los amigos Dalmiro y Ortelio; Dalmiro está a punto de morir y Ortelio con él («¡Ya no hay tales amigos en el mundo!»8, pero la amistad le consuela:


Dalmiro abrió los ojos lentamente
y los fijó sobre su Ortelio amado,
y al punto que se vio, sintió consuelo,
—158→
esfuerzos hizo con su voz doliente
para contar a Ortelio su cuidado,
su llanto, su dolor, su desconsuelo,
hasta que quiso el cielo
que en tal amigo hallara
consuelo que bastara,
contándole con queja su quebranto.
En todo el mundo no hay consuelo tanto
como contar a su leal amigo
el motivo de su llanto,
sin arte, sin respeto, sin testigo.


(BAE, p. 254).                


El mismo sentimiento aparece en una carta a José Iglesias de la Casa -Arcadio- en mayo de 17759, y se repite a Batilo en el mismo mes:

Entre tantas intrigas de palacios, tantos horrores de la guerra, tantos deberes de la toga, tanta insolencia de la plebe, tanta soberbia de los próceres, tantas vicisitudes de la fortuna, locura de la mente, enfermedades del cuerpo físico, y otras calamidades nuestras, casi innumerables e indescriptibles, nada, nada en verdad, ofrece solaz a los desdichados hombres, excepto la amistad, la amistad, digo, que, aunque fingida por muchos, en ti y en otros (pocos, en verdad), puede encontrarse.


(EAE, p. 109)                


Incluso Tediato parece aceptar este dictamen: «El gusto de favorecer a un amigo debe hacerte la vida apreciable... nadie es infeliz si puede hacer a otro dichoso». (NL, p. 348)

Ese mismo poder curativo caracteriza a la poesía: no sólo la amistad sino también los versos suavizan el dolor, alivian los pesares de la tristeza y templan las frustraciones humanas. Una vez tras otra Cadalso repite esta idea en sus poemas y en sus cartas. La expresión más clara de esta creencia aparece en el romance A un amigo, sobre el consuelo que da la poesía donde Cadalso expresa la íntima relación que existe entre vida y verso:


Mi dulcísimo amigo,
a ti y a mí quitarnos
—159→
los versos con que alegres
esta vida pasamos,
era quitar la yerba
al fresco y verde prado,
el curso al arroyuelo,
y a las aves el canto.


(BAE, p. 272)                


El «dulcísimo amigo» es, claro, Moratín, y la falta de poesía aquí implica un trastorno cósmico donde el orden natural se interrumpe (prado sin yerba, arroyuelo sin curso, aves sin canto). En otro poema Cadalso liga directamente la poesía con el consuelo y la amistad:


Como se alivia el llanto si un amigo
de nuestras desventuras es testigo;
así los tristes versos que leía
templaban mi fatal melancolía.


(BAE, p. 248)                


En una confesión sintomática, Cadalso revela que la conexión poesía -amistad puede tener una cara negativa. Según esta confesión íntima, otra vez dirigida a Moratín, la poesía, en vez de suavizar sus alivios, los causa- en este caso son los versos de Moratín que le provocan envidia en su amigo. Hablando de fantasmas, dice:


La envidia las conmueve
sacándolas del centro del abismo,
y con ardid aleve
en mi pecho las hunde
con fiero ardor contra mi amigo mismo,
porque mil celos funde,
cuando la fama te aclaró poeta
con el son inmortal de su trompeta.
[...]
Ardiose el pecho mío,
cual seca mies, del rayo en los ardores
vibrando en el estío;
tu nombre aborrecí con triste ceño,
cual esclavo la mano de su dueño.


(BAE, p. 264)                


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¿Se destruye, entonces, una valiosa relación si el poeta tiene que escoger entre su amigo y sus versos? No, por supuesto, y en efecto será la amistad misma lo que le salva:


Mas la amistad sagrada
con su cándida túnica desciende
de la empírea morada;
de virtudes un coro
la cerca y con su manto la defiende;
su carro insigne de oro
deslumbra y ciega el monstruo que me irrita,
y al centro del horror le precipita.


(BAE, p. 264).                


Como apunta Aguilar, «Nunca el efecto de la amistad había sido tan fulminante demoledor de celos profesionales, ni cantada con tal exaltación poética»10. Semejante emoción aparece en su poesía dramática cuando Solaya, en el recién-descubierto drama, sintiéndose castigada, abandonada y triste, no encuentra consuelo sino en la amistad de su fiel criada: «No me dejes, Casalia, en tanto llanto; / de tu amistad recibiré el consuelo / que me ha negado, por mi culpa, el cielo»11. Si fuera necesario confirmarla, la misma idea es subrayada en la Carta LI de Cartas marruecas, cuando una vez más Cadalso liga amistad y consuelo12.

Todo esto es más que mera convención. Si nos fijamos en el léxico empleado por Cadalso al hablar de la amistad, notamos que reserva unas palabras especiales para tratar de sus amigos y de la amistad: «dulce amigo» (para Ortelio y Moratín), «divino» (para Moratín) y «sagrada» (amistad) son las más frecuentes, y son adjetivos que Cadalso emplea sólo en casos excepcionales en su obra. Como ha señalado muy bien Russell P. Sebold, al hablar de Cadalso dentro de la escuela de Salamanca, «Quizá el rasgo que mejor caracteriza todos los miembros... sea su insistencia en el éxtasis, el carácter sagrado y el consuelo de la amistad: su poesía es poesía escrita por, para y sobre sus amigos»13.

Si éste es el testimonio que ofrece Cadalso en sus versos,   —161→   otras facetas del mismo aparecen en sus escritos autobiográficos, en sus cartas personales y en su obra en prosa. Las Cartas marruecas subrayan y amplifican lo que hemos notado en su poesía. Cadalso siempre tiene cuidado en no emplear la palabra «amigo» superficial o indiscriminadamente. Distingue entre «ciudadanos, conocidos y amigos» (CM, p. 52), y Gazel, casi sin excepción, refiere a Nuño como «amigo Nuño»14. El «amigo» llega a ser casi un título de respeto, de descripción identificadora, que sólo se le aplica a un número reducidísimo de personas. En las Cartas se reserva para Nuño, alterego cadalsiano.

Cadalso se ve a sí mismo como «amigo». Este proceso de «auto-amistad» se nota en la descripción burlesca que incluye en la Introducción, negando la autoridad de la obra que presenta y desarrollándose en autor y amigo. Se crea amigo y se cree lo mismo:

... pero mi amigo que me dejó el manuscrito de estas Cartas, según las juiciosas conjeturas, fue el verdadero autor de ellos, era tan mío y yo tan suyo, que éramos uno propio; y sé yo su modo de pensar como el mío mismo, sobre ser tan rigurosamente mi contemporáneo, que nació el mismo año, mes, día e instante que yo...


(CM, p. 5).                


Para Cadalso en las Cartas marruecas la amistad es un estado social, emocional y hasta espiritual. Es otra vez aquella «santa amistad» que se forma «entre dos corazones rectos» (CM, p. 109), pero contiene otros elementos ausentes de la amistad poética. El enfoque social es, como es de esperar en una obra como las Cartas marruecas, uno de los enfoques centrales. Cadalso se muestra muy de su siglo ilustrado cuando iguala el ser amigo con el ser «hombre de bien» y «hombre racional». El nivel personal (amigo) se liga perfectamente con el nivel político-social (hombre de bien). Las primeras palabras que Nuño escribe al mentor de su amigo Gazel confirman el alto lugar que tiene el concepto de la amistad en el mundo de Nuño:

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Según las noticias que Gazel me ha dado de ti, sé que eres un hombre de bien que vives en África, y según las que te habrá dado él mismo de mí, sabrás que soy un hombre de bien que vivo en Europa. No creo que necesites más requisito para que formemos mutuamente un buen concepto el uno del otro. Nos estamos sin conocernos; que a poco que tratáramos, seríamos amigos.


(CM, p. 100).                


Otra confirmación, si fuera necesaria, llega en la respuesta que escribe Ben Beley a Nuño:

Cada día me agrada más la noticia de la continuación de tu amistad con Gazel, mi discípulo. De ella infiero que ambos sois hombres de bien. Los malvados no pueden ser amigos. En vano se juran mil veces mutua amistad y estrecha unión; en vano uniforman su proceder; en vano trabajan unidos a algún objeto común: nunca creeré que se quieren.


(CM, p. 108).                


Esta estrecha amistad, como es de esperar, es difícil de alcanzar, pero entre «hombres de bien» o como apunta en la Carta LXXXVII, entre «hombres racionales» (CM, p. 193), puede existir. La anécdota que cuenta Ben Beley sobre la falsa amistad en la Carta XLVI sirve de contrapunto para algunas especulaciones filosóficas en cuyas palabras se oyen ecos de lo que expresó en forma poética unos años atrás:

El recíproco conocimiento de las bellas prendas que por días se van descubriendo aumenta la mutua estimación. El consuelo que el hombre bueno recibe viendo crecer el fruto de la bondad de su amigo la estimula a cultivar más y más la suya propia. Este gozo, que tanto eleva al virtuoso, jamás puede llegar a gozarle, ni aun a conocerle, el malvado. La naturaleza le niega un número grande de gustos inocentes y puros, en trueque de las satisfacciones inicuas que él mismo se procura fabricar con su talento siniestramente dirigido. En fin, dos malvados felices a costa de delitos se miran con envidia, y la parte de prosperidad que goza el uno es tormento para el otro. Pero dos hombres justos, cuando se hallen en alguna situación dichosa, gozan no sólo de su propia dicha cada uno, sino también de la del otro. De   —163→   donde se infiere que la maldad, aun en el mayor auge de la fortuna, es semilla abundante de recelos y sustos; y que, al contrario, la bondad, aun cuando parece desdichada, es fuente continua de gustos, delicias y sosiego.


(CM, p. 109).                


Creo también que es bien reveladora la famosa Carta LXIX, en la que Cadalso parece presentar a su hombre ideal (antes de presentar al verdadero «hombre de bien» en la Carta LXX) y donde, en la descripción, por parte del criado, de las riquezas espirituales de su amo, no hay ninguna mención de la amistad. Este señor tiene «el cariño de una esposa amable, la hermosura del fruto del matrimonio, una posesión pingüe y honorífica, una robusta salud y una biblioteca selecta...» (CM, p. 155), pero no tiene ese elemento social que le liga con el resto de la humanidad. Sabemos, al contrario, que la amistad es una de las mejores riquezas humanas, y que Cadalso incluye al amigo en la lista de las personas y las características que merecen su más alta estimación, una lista que reza: «Dios, padre, madre, hijo, hermano, amigo, verdad, obligación, deber [y] justicia» (CM, p. 133).

Todo lo anterior, sin embargo, sólo son sus pronunciamentos públicos, esto es, lo que escribe con la intención de publicar. Tenemos que preguntarnos si éstos son también sus ideas privadas, si son las ideas que guían su propia vida. Aguilar nos ha dado indicios ya, y otra evidencia se encuentra en sus escritos autobiográficos y en sus cartas personales15. Quizá es significante que en la Memoria de los acontecimientos más particulares de mi vida no hace mención de ninguna amistad juvenil. En su internado en el Seminario de Nobles (una «cárcel» para él [EAE, p. 7]) no desarrolla las amistades que son de esperar de tal experiencia. La primera mención de amistad que tenemos es con Pedro de Silva, otro interno, pero evidentemente la amistad no se formó dentro de las paredes de aquella institución, sino después, cuando se encuentran en Cádiz en noviembre de 1760:   —164→   «Tardó [mi padre] mucho en responderme: en este trabé estrecha amistad con don Pedro de Silva, a quien ya había tratado en el Seminario» (EAE, p. 8). Esta supuesta «estrecha amistad» dura poco, y Silva no vuelve a aparecer en los escritos de Cadalso. Cadalso tenía diecinueve años en esa época. ¿Tuvo amigos en su primera infancia? ¿Gozó de algún amor amistoso en los importantes años de su formación? Según su propio testimonio, la respuesta es negativa. A Iriarte escribe en 1774: «Yo nunca tuve hermanos; ni amigos, sino los comunes»16.

La historia de la amistad entre Cadalso y Joaquín de Oquendo, apuntada en las páginas de su Memoria, es reveladora porque contiene muchos elementos de la actitud cadalsiana hacia el tema que tratamos y que ya hemos precisado. Al principio, Cadalso buscó la amistad de Oquendo nada más que por razones de utilidad. Oquendo, ocho años más joven que Cadalso, fue ayudante del conde de Aranda y Cadalso tenía gran interés en cultivar los favores del conde. Pero descubrió en Oquendo una sencillez y simpatía que aumentaron los sentimientos de bondad entre los dos nuevos amigos. Cadalso lo cuenta así:

Aquí [en Zaragoza, 1769], trabó más estrecha amistad conmigo Joaquín de Oquendo, y en su morada en Zaragoza no vi en él cosa que no fuese amabilísima: formó él también de mí un concepto superior al que no pude merecer. No se hallaba sin mí; todo me lo preguntaba; todo me lo confiaba; todo me lo consultaba; hízome una de aquellas declaraciones que entre los amigos verdaderos son más tiernas y más sólidas, y de más noble objeto, que las que se hacen los amantes. En fin, nos prometimos una amistad eterna, que yo no he quebrantado sino a su ejemplo y en mi daño.


(EAE, p. 16).                


Como indican las últimas palabras de aquella confesión, la amistad, tan «sólida» y tan «noble», pace las declaraciones en contra, no es en modo alguno «eterna». Pero estas son palabras retrospectivas, porque la amistad con Oquendo   —165→   continuaba en aquel entonces. Se hace más útil y más fuerte a la vez: más útil a causa de la relación con Aranda, y más estrecha porque Cadalso, en cuya opinión una de las manifestaciones más profundas de amistad consiste en compartir nuestros tesoros literarios17, muestra a Oquendo sus escritos. Afinales de 1770 escribe:

Me dediqué únicamente a cultivar la amistad de Oquendo, en quien hallé cada día más fineza, y junto esto al mucho favor que me manifestaba el Conde, me dieron total introducción en aquella casa, hasta el extremo de llevar mi papelera al cuarto de mi amigo, a quien empecé a enseñar la lengua inglesa.


(EAE, p. 17)                


Sorprende, entonces, leer que un ambicioso Cadalso parece valorar más la protección de Aranda que la «eterna» amistad de Oquendo porque, cuando Aranda destierra a Oquendo a Valencia, Cadalso al principio se calla, y hasta se finge enfermo. Sin embargo, Cadalso pronto cambia y decide prestar toda la ayuda posible a su amigo. La historia de su viaje de rescate -en burro- por Aranjuez y Ocaña es conmovedora El acto mereció, por parte de Aranda, las palabras de más alto elogio que Cadalso pudo recibir: «Cadalso, Vmd. es hombre de bien y buen amigo». (EAE, p. 18).

Cadalso no podía prever que las relaciones con Oquendo terminarían por enfriarse. Oquendo, envuelto en una relación amorosa clandestina, pide a Cadalso una «última prueba de [...] hombría y amistad» (EAE, p. 18), alistándole como su mensajero con la misteriosa Margarita. Cadalso accede, pero al enterarse Aranda de lo que pasa, y al mostrar su desaprobación a Cadalso, Oquendo, el verdadero iniciador de la conspiración, se calla. «Me separé algo de él», escribe Cadalso, notando que «esta enemistad de parte de Oquendo fue muy absurda». (EAE, p. 19). La fragilidad de esta amistad queda patente y aunque después de la muerte de María Ignacia, Oquendo «me volvió no sólo toda su antigua amistad,   —166→   sino el favor de su amo...» (EAE, p. 21), llegó un momento en que Cadalso no pudo más y tuvo que abandonar este «amigo tan inconstante». (EAE, p. 21). ¿Forma esta experiencia parte del substrato emocional que lleva a Tediato a quejarse tan amargamente de aquella amistad fingida y engañosa que notamos al comenzar nuestra discusión?

Quizá Cadalso puede, en 1771, abandonar a un amigo inconstante porque ya ha trabado relaciones que sí son sólidas y (no obstante los momentos de envidia que le atacan, como vimos en su poesía) eternas -las que tiene con Moratín y con el grupo de la Tertulia de la Fonda de San Sebastián18. Las amistades que forma allí y pocos años más tarde en otra tertulia, la de Salamanca19, parecen ser, según la evidencia que deja el propio Cadalso, las más verdaderas y profundas de su vida. La evidencia más fuerte de estas amistades se encuentra en el epistolario, donde Cadalso revela lo más íntimo de su pensamiento20. Dejando aparte los saludos y referencias puramente convencionales vemos que en la primera mitad de los años 70, Cadalso ha descubierto la verdadera amistad. Ya no se preocupa tanto de las amistades calculadas a avanzar su carrera21, ya no se mete en las amistades sexuales que dejaron residuo de desengaño en su corazón (las con la marquesa de Escalona, con «la hija de un consejero llamado Codallos» [EAE, p. 12] y, claro, con Filis22). Sus pensamientos son dominados precisamente por aquellos amigos recién-descubiertos (menos Moratín, que había conocido hacía años, según Aguilar23) de Madrid y Salamanca. Al marcharse de Salamanca en octubre de 1774 confiesa al joven Ramón de Caseda:

Anoche llegué [a Montijo], y aunque muy cansado y con precisión de escribir muchas cartas a Madrid, no quiero dejar pasar este correo sin participar a Vmd. mi llegada, ofrecerle mi amistad desde este y cualquier destino [y] encargar dé mil abrazos a mis amigos de Salamanca...


(EAE, p. 93)                


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Encontramos en sus cartas numerosos ejemplos de semejantes expresiones pero nos interesa sobre todo mostrar que el momento álgido en su preocupación por la amistad tiene lugar en los años 1774 y 1775. Es entonces cuando con más frecuencia escribe a sus amigos e insiste en la importancia de la amistad. Es, sobre todo, en una carta a José Iglesias de la Casa, «Arcadio», con quien tiene una «particular amistad estrechísima» (EAE, p. 101), donde desarrolla más extensamente, y de forma más explícita y característica, sus ideas sobre el tema. Parece al principio que la carta subraya una actitud negativa, semejante a la de Tediato, porque Cadalso escribe: «Oigo cada día y leo a cada instante mil quejas y declamaciones contra los hombres, porque entre ellos [...] no hay amistad» (EAE, p. 99). Incluso cita el mismísimo comentario de Tediato de la primera noche cuando pronuncia las palabras que citamos al comenzar nuestra discusión: «Esa virtud sola haría feliz a todo el género humano [...] Todos quieren parecer amigos; nadie lo es», etc. ¿Es ésta, entonces, su verdadera actitud, no sólo escrita con miras a su publicación sino también incluida en una carta personal a un íntimo amigo? Ciertamente refleja lo que piensa sobre la amistad que encontramos en la Corte, aquella amistad de conveniencia y ambición que ya había rechazado (a Iglesias en 1774 había declarado que «entre otros amigos menos brillantes y magníficos [que los de la Corte] pero más sencillos y verdaderos daré mi último aliento cuando muera» [EAE, p. 94]). Rechaza también Cadalso las declaraciones de Tediato, indicando que la actitud de éste sólo se aplica a aquellas relaciones superficiales de los palacios. Pero al rechazar esas actitudes propone otra en términos de profunda sencillez y sinceridad. Las citas son extensas, pero las palabras de Cadalso sintetizan su actitud mejor que las mías:

Pero no dice bien sino muy mal, si habla de la amistad que nace, crece y vive siempre entre unos hombres honrados,   —168→   algo filosóficos, propensos a la lectura, y que limitan toda la ambición a pasar su juventud adquiriendo noticias de literatura para tener una vejez llena del consuelo que da la medianía, la instrucción y la jovialidad. En este caso no tiene razón el Sr. Tediato.


(EAE, p. 99).                


Si esto no fuera bastante para convencernos de cómo Cadalso, por lo menos en esta etapa de su vida, ve la amistad, continúa:

De esta especie tengo unos pocos amigos, cuyas prendas me han hecho panegirista del género humano, tan maltratado por otros, y me mantienen en la firme creencia de que hay verdadera amistad en el mundo, y que la encontrará el que la busque. La dificultad está en buscarla y en quererla hallar donde se halla. Contemplando a Batilo y a Vmd., hombres de tan buenas entrañas como yo mismo, creo que tendrían al recibir mis cartas el mismo gusto que yo guardo cuando abro las suyas. Las expresiones que en ellas veo, de estimación hacia mí, me serían odiosas como lisonjeras si viniesen de parte de unos amigos cuales se usan; pero, viniendo de Vmds., me deleitan porque las considero hijas de una tierna amistad, la cual, siendo como es entre nosotros finísima, produce delirios así como el amor, porque anima carent sexu.


(EAE, p. 108)                


Es una actitud que confirma meses más tarde cuando confiesa a Batilo, «nada me importa tanto como mis amigos» (EAE, p. 103).

Es evidente que lo que al principio parece ser una serie de contradicciones sobre la amistad -es verdadera, es falsa, es eterna, es efímera, no existe, es noble, es imposible, es regalo, es fuente de tristeza, es consuelo, es salvación, es perdición, etc.- resulta ser un desarrollo orgánico de su pensamiento. Cadalso, que coqueteó con amistades palaciegas, calculadas, juveniles, encontró amistades maduras en Moratín, Meléndez, Iglesias y sus círculos. Sufrió las desilusiones de las amistades falsas, y creyó que la falta de buena amistad «es el origen de todas las turbulencias de la sociedad».   —169→   Pero su fe en el poder civilizador de la amistad fue tan intensa que, cuando quiso expresar su ideal de la más alta forma de vida humana, lo incorporó en la imagen de «una aldea saludable y tranquila, con buenos libros y un criado o dos fieles, en la vecindad de amigos verdaderos, a quienes visitaré en su casa o recibiré en la mía: siempre alegres, sociables, comunicándonos todas las especies que nos ocurran...»24. La inoportuna muerte que conmemoramos con este coloquio impidió que Cadalso llegara a su deseada aldea, pero la declaración que le hizo el conde de Aranda todavía tiene vigencia hoy y puede servirle de epitafio: «Cadalso, Vmd. es hombre de bien y buen amigo». (EAE, p. 18)25.





 
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