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ArribaAbajoHabitaciones separadas




ArribaAbajoHabitación 219


ArribaAbajoSon las puertas cerradas de un pasillo de hotel
lo que fueron los sueños, lo que será la vida.

Ella se atreve a preguntar. Parece
la habitación 217
una isla con sol en el Caribe,
como un naufragio donde sólo llega
el tiempo de la luz,
el día de mirarse en el espejo
desnudo de las sábanas.
Son preguntas los ojos y las manos
y hasta el silencio vuelve la cabeza
para verlos brillar,
tomar los sueños como se toma el sol,
jóvenes y tendidos en la cama.

Sus armarios no tienen equipaje.

Tal vez puedes oírlos. Pero cuida
tu firma de viajero,
porque en otra ventana, y pared con pared,
el sol de la 218
tiene la luz ambigua de los días nublados,
recuerdo y porvenir, piel de noviembre
entre la claridad o la tormenta.

El viajero está solo. Mira el televisor
como se miran las fotografías
en una casa extraña,
como se buscan rostros conocidos
entre la multitud de una ciudad.

¿Quién abrirá las puertas del invierno,
en qué mano la llave
de la 219?
No existen las ventanas
y la cama vacía está dispuesta
para que el derrotado
mire a su alrededor, se sienta, se desvista
y se tumbe a esperar,
a navegar la noche
embarcado en sus propios pensamientos,
cuando el mundo no sea
sino ruido de pasos y de voces,
al otro lado de la puerta,
en el pasillo de un hotel.




ArribaAbajoDedicatoria


ArribaAbajoSi alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.




ArribaAbajo Life vest under your seat


A Dionisio y José Olivio


ArribaAbajo Señores pasajeros buenas tardes
y Nueva York al fondo todavía,
delicadas las torres de Manhattan
con la luz sumergida de una muchacha triste,
buenas tardes señores pasajeros,
mantendremos en vuelo doce mil pies de altura,
altos como su cuerpo en el pasillo
de la Universidad, una pregunta,
podría repetirme el título del libro,
cumpliendo normas internacionales,
las cuatro ventanillas de emergencia,
pero habrá que cenar, tal vez alguna copa,
casi vivir sin vínculo y sin límites,
modos de ver la noche y estar en los cristales
del alba, regresando,
y muchas otras noches regresando
bajo edificios de temblor acuático,
a una velocidad de novecientos
kilómetros, te dije
que nunca resistí las despedidas,
al aeropuerto no,
prefiero tu recuerdo por mi casa,
apoyado en el piano del Bar Andalucía,
bajo el cielo violeta de los amaneceres de Manhattan,
igual que dos desnudos en penumbra
con Nueva York al fondo, todavía
al aeropuerto no,
rogamos hagan uso
del cinturón, no fumen
hasta que despeguemos,
cuiden que estén derechos los respaldos,
me tienes que llamar, de sus asientos.




ArribaAbajo Garcilaso 1991


ArribaAbajo Mi alma os ha cortado a su medida,
dice ahora el poema,
con palabras que fueron escritas en un tiempo
de amores cortesanos.
Y en esta habitación del siglo XX,
muy a finales ya,
preparando la clase de mañana,
regresan las palabras sin rumor de caballos,
sin vestidos de corte,
sin palacios.
Junto a Bagdad herido por el fuego,
mi alma te ha cortado a su medida.

Todo cesa de pronto y te imagino
en la ciudad, tu coche, tus vaqueros,
la ley de tus edades,
y tengo miedo de quererte en falso,
porque no sé vivir sino en la apuesta,
abrasado por llamas que arden sin quemarnos
y que son realidad,
aunque los ojos miren la distancia
en los televisores.

A través de los siglos,
saltando por encima de todas las catástrofes,
por encima de títulos y fechas,
las palabras retornan al mundo de los vivos,
preguntan por su casa.

Ya sé que no es eterna la poesía,
pero sabe cambiar junto a nosotros,
aparecer vestida con vaqueros,
apoyarse en el hombre que se inventa un amor
y que sufre de amor
cuando está solo.




ArribaAbajoEl poder envejece


ArribaAbajoElla me besa, marca la sonrisa
y viaja por los labios al pasado
con el adorno de sus sentimientos,
lujosa y encendida como un árbol
de navidad, paloma
de amistades difíciles
que abriga con recuerdos lo que duele
por demasiado frío en el presente.

Ayer te vimos por televisión,
no vas a cambiar nunca.

Él mide las palabras y me tiende la mano:
hubiese preferido no encontrarme.
Seguro como un pino del norte en su montaña,
vigila los recodos, las umbrías,
y sólo se interesa por el rumbo
que la vida nos marca.
Yo no pienso en traiciones, en el sucio
prestigio de sus manos.
Únicamente veo
estos ojos de halcón y me pregunto:
¿qué pensarán de mí?

Calle arriba, después, al despedirnos,
mi cuerpo reflejado se detiene
en los escaparates,
y con necesidad de asegurarse,
por encima de objetos de regalo,
abrigos, maletines de piel, televisores,
levanta el dedo y con temor me dice:
no vas a cambiar nunca, no vas a cambiar nunca.




ArribaAbajoEl insomnio de Jovellanos


Castillo de Bellver, 1 de abril de 1808



ArribaAbajoPorque sé que los sueños se corrompen,
he dejado los sueños.
El mar sigue moviéndose en la orilla.

Pasan las estaciones como huellas sin rumbo,
la luz inútil del invierno,
los veranos inútiles.
Pasa también mi sombra, se sucede
por el castillo solitario,
como la huella negra que los años y el viento
han dejado en los muros.
Estaciones, recuerdos de mi vida,
viene el mar y nos borra.

El mar sigue moviéndose en la noche,
cuando es sólo murmullo repetido,
una intuición lejana que se encierra en los ojos
y esconde en el silencio de mi celda
todas las cosas juntas,
la cobardía, el sueño, la nostalgia,
lo que vuelve a la orilla después de los naufragios.

Al filo de la luz, cuando amanece,
busco en el mar
y el mar es una espada
y de mis ojos salen
los barcos que han nacido de mis noches.
Unos van hacia España,
reino de las hogueras y las supersticiones,
pasado sin futuro
que duele todavía en manos del presente.

El invierno es el tiempo de la meditación.

Otros barcos navegan a las costas de Francia,
allí donde los sueños se corrompen
como una flor pisada,
donde la libertad
fue la rosa de todos los patíbulos
y la fruta más bella se hizo amarga en la boca.

El verano es el tiempo de la meditación.

Y el mar sigue moviéndose. Yo busco
un tiempo mío entre dos olas,
ese mundo flexible de la orilla,
que retiene los pasos un momento,
nada más que un momento,
entre la realidad y sus fronteras.

Lo sé,
meditaciones tristes de cautivo...
no sabría negarlo.
Prisionero y enfermo, derrotado,
lloro la ausencia de mi patria,
de mis pocos amigos,
de todo lo que amaba el corazón.

En el mismo horizonte
del que surgen los días y la luz
que acaricia los pinos y calienta mi celda,
surgen también la noche y los naufragios.
Mis días y mis noches son el tiempo
de la meditación.

Porque sé que los sueños se corrompen
he dejado los sueños,
pero cierro los ojos y el mar sigue moviéndose
y con él mi deseo
y puedo imaginarme
mi libertad, las costas del Cantábrico,
los pasos que se alargan en la playa
o la conversación de dos amigos.

Allí,
rozadas por el agua,
escribiré mis huellas en la arena.
Van a durar muy poco, ya lo sé,
nada más que un momento.

El mar nos cubrirá,
pero han de ser las huellas de un hombre más feliz
en un país más libre.




ArribaAbajoAdemás




ArribaAbajoEspejo, dime


ArribaAbajoDéjame que responda, lector, a tus preguntas,
mirándote a los ojos, con amistad fingida,
porque esto es la poesía: dos soledades juntas

y una experiencia noble de contarnos la vida.
Año cincuenta y ocho. Vine al mundo en Granada.
Mi carácter se hizo bajo una luz hendida

de calle estrecha, plaza, iglesia y campanada.
Pero ya la posguerra y el sueño provinciano
sufrían en los barrios la primera cornada

y crecí en la partida del constructor urbano,
barajadores, juego, apuestas y descarte,
ediles consentidos, juramentos en vano.

Esta ciudad ambigua me ha educado en el arte
de pasar mucho tiempo bajo la misma luna,
tal vez porque se vive de vuelta en cualquier parte,

tal vez porque no estuve jamás en parte alguna.
Un siglo, como todos, de víctimas y jueces
me ha tocado vivir. Mas tengo la fortuna

de ser como el otoño y he pagado con creces
el derecho a dudar de una flor en su rama.
También yo me he quedado desnudo muchas veces.

Otoño fugitivo, otoño que reclama
la tarea secreta de preparar la vida
y conmueve en penumbra la silenciosa trama

del futuro que busca una luz construida.
Hoy miro con prudencia las vueltas del camino,
ya me preocupa menos la tierra prometida.

No dudaré del mundo. Sólo me lo imagino
como una superficie de tintas. El dilema
es saber si los hombres controlan su destino,

igual que se controlan los versos de un poema.
Debería la historia corregir el diseño,
revisar galeradas, interpretar el lema

de los significados finales de su sueño.
Un sol menos herido, una ciudad más cuerda,
soledad en su justa medida y el empeño

de seguir trabajando para que no se pierda
lo que tienen de savia, redacción y presente
el adjetivo rojo y la palabra izquierda.

Volviendo a la poesía, os diré solamente
que procuro en mis versos sentir la melodía
de un bolero llamado final del siglo XX.

Me cansan los orfebres con su cristalería
y el irracionalismo que descansa en la hueca
vanidad de lo raro. Una sabiduría

más seca es la poesía. Busco el verso que peca
de impertinente y llama al corazón cerrado.
Es poco original, pero mi biblioteca

fue de Espronceda, Bécquer, don Antonio Machado,
Alberti y Luis Cernuda. He bebido en el agua
de Jaime Gil de Biedma y estuve fascinado

por Lorca, con su mundo del cuchillo y la enagua,
cuando el misterio hacía de íntimo enemigo
y la luna bajaba a mirarme en la fragua.

Y, claro está, poetas que vivieron conmigo
esos momentos en que la noche nos devora.
El hielo deshaciéndose, el alma de un amigo,

el reloj olvidado de marcarnos la hora.
Rafael, Ángel, Pepe, Álvaro, Paco, Jon,
Antonio, Luis Antonio, Justo, Javier, Aurora,

Abelardo y Felipe, Jesús, José Ramón,
Carlos y José Carlos, Jaime y José Agustín,
Fernando, Claudio, Fanny, Manolo, Sarrión,

Álex, Ramiro, Pere, Dionisio y Benjamín,
a vosotros que fuisteis conmigo partidarios
de la felicidad, en las noches sin fin,

con estos breves versos para mí necesarios
os quiero agradecer la compañía, el ciego
deseo de vivir y todos los salarios

de libertad que juntos gastamos. Desde luego
mis amigos poetas suelen ser gente honrada,
una moral que pone las manos en el fuego.

Y por lo que concierne a mi vida privada,
alguna vez quisiera que la temperatura
estuviese, verano por invierno, templada

para que el corazón descanse su espesura.
Imagino las horas de otoñal paseante
y un paisaje sacado de la literatura.

El castaño rojizo bajo el azul tirante
del cielo. Ya se ve nieve en la sierra. Estoy
junto a un río de aguas sin prisa. Por delante

corre Irene, camina Maricarmen. Yo voy
distraído en los versos finales de un poema
que pudiera ser este. Dudo, valoro, doy

sentido a las palabras. Con lentitud extrema
dejo que el verso vaya tejiendo sus preguntas,
procuro que los ritmos se acomoden al tema

y pienso en ti, lector, con amistad fingida,
porque esto es la poesía: dos soledades juntas
y una verdad que ordena tu vida con mi vida.




ArribaAbajoNocturno


A Ángel González


ArribaAbajoAplauden los semáforos más libres de la noche,
mientras corren cien motos y los frenos del coche
trabajan sin enfado. Es la noche más plena.
Ninguna cosa viva merece su condena.
Corazones y lobos. De pronto se ilumina
en su sillín con prisas la línea femenina
de un muslo. Las aceras, sin discreción ninguna,
persiguen ese muslo más blanco que la luna.
Pasan mil diez parejas derechas a la cama
para pagar el plazo de la primera llama
y firmar en las sábanas los consorcios más bellos.
Ellas van apoyadas en los hombros de ellos.
Una federación de extraños personajes,
minifaldas de cuero, chaquetas con herrajes
y el hablador sonámbulo que va consigo mismo,
la sombra solitaria volviendo del abismo.
Luces almacenadas, que brotan de los bares,
como hiedras contratan las perpendiculares
fachadas de cristal. Hay letreros que guiñan,
altavoces histéricos y cuerpos que se apiñan.
El día es impensable, no tiene voz ni voto
mientras tiemble en la calle el faro de una moto,
la carcajada blanca, los besos, la melena
que el viento negro mueve, esparce y desordena.
Yo voy pensando en ti, buscando las palabras.
Llego a tu casa, llamo, te pido que me abras.
La ciudad de las cuatro tiene pasos de alcohólica.
Desde el balcón la veo y como tú, bucólica
geometría perfecta, se desnuda conmigo.
Agradezco su vida, me acerco, te lo digo,
y abrazados seguimos cuando un alba rayada
se desploma en la espalda violeta de Granada.




ArribaAbajoCompletamente viernes




ArribaAbajoHombre de lunes con secreto


ArribaAbajo Este lunes de abril templado y diligente,
muy de mañana, sin haber dormido.
Por la cafetería cruza el buitre
de los horarios laborales,
entre tazas, tostadas y periódicos
se discuten las últimas noticias,
y el hombre del secreto
se sumerge en el túnel de una nueva semana.
Deshoja el bienestar de su café,
sonríe a quien le mira, se consuela,
porque tiene un secreto.

Los cuerpos juveniles son presente,
pero nos llega impuesta del pasado
la inocencia arbitraria de sus conversaciones.
El hombre del secreto lo comprende
camino del trabajo,
cuando los estudiantes llenan el autobús
y un tumulto de cuerpos con la cara lavada
se apodera del lunes.
Los ve crecer, observa
como un brillo de incógnita en sus ojos,
una inquietud después desvanecida
por usura del tiempo.
Vivir es ir doblando las banderas.

El hombre de los ojos encendidos
se hiere con las rosas académicas,
consigue entre saludos, puñales y cipreses
cruzar el campus universitario,
recorre los pasillos en busca de su aula,
da su clase,
pero tiene un secreto
y el tema diecinueve se convierte
en materia de asombro,
poemas que se escapan de la página,
versos que llegan a la cima
de una mirada en vilo,
alguien que deja los apuntes
y los libros de texto,
para cerrar las manos hasta herirse
con otra rosa viva
mucho más inclemente,
la rosa de un secreto en el alma de un lunes.

Abre la puerta del despacho
y los libros sonríen como cómplices viejos.
En ellos ha leído lo que siente,
sólo literatura descentrada.
Pero esta vez no,
porque esta noche no,
esta mañana no,
y el hombre del secreto al levantarse
se miró en el espejo,
y descubrió el enigma
de sus extraños ojos encendidos,
y se dijo que no,
esta vez no.

¿Y la ciudad? Abierta
de luz, cuerpo tendido,
ha cambiado de piel en la ventana.
Ya no será paciencia, ni callejón nocturno,
ni día laborable de tráfico dudoso.
Así que va al teléfono,
busca la tinta azul del número apuntado
en el carné de conducir,
la condición de un lunes
que ya no tiene voluntad de fecha
sino de fruta, de sabor en los labios.

El hombre del secreto marca y dice:
«Buenos días, soy yo, he terminado».




ArribaAbajoPoética


ArribaAbajoHay momentos también en que dejamos
las palabras de amor y los silencios
para hablar de poesía.
Tú descansas la voz en el pasado
y recuerdas el título de un libro,
la historia de unos versos,
la noche juvenil de algunos cantautores,
la importancia que tienen
poetas y banderas en tu vida.
Yo te hablo de comas y mayúsculas,
de imágenes que sobran o que faltan,
de la necesidad de conseguir un ritmo
que sujete la historia,
igual que con las manos se sujetan
la humedad y los muros de un castillo de arena.
Y recuerdo también algunos versos
en noches donde comas y mayúsculas,
metáforas y ritmos,
calentaron mi casa,
me hicieron compañía,
supieron convencerme
con tu mismo poder de seducción.

Ya sé que otros poetas
se visten de poeta,
van a las oficinas del silencio,
administran los bancos del fulgor,
calculan con esencias
los saldos de sus fondos interiores,
son antorcha de reyes y de dioses
o son lengua de infierno.

Será que tienen alma.
Yo me conformo con tenerte a ti
y con tener conciencia.




ArribaAbajoMerece la pena (Un jueves telefónico)



Trist el qui mai no ha perdut
per amor una casa

(Joan Margarit)                



ArribaAbajoSobre las diez te llamo
para decir que tengo diez llamadas,
otra reunión, seis cartas,
una mañana espesa, varias citas
y nostalgia de ti.
El teléfono tiene rumor de barco hundido,
burbujas y silencios.

Sobre las doce y media
llamas para contarme tus llamadas,
cómo va tu trabajo,
me explicas por encima los negocios
que llevas en común con tu ex marido,
debes sin más remedio hacer la compra
y me echas de menos.
El teléfono quiere espuma de cerveza,
aunque no, la mañana no es hermosa ni rubia.

Sobre las cuatro y media
comunica tu siesta. Me llamas a las seis para decirme
que sales disparada,
que se queda tu hijo en casa de un amigo,
que te aburre esta vida, pero a las siete debes
estar en no sé dónde,
y a las ocho te esperan
en la presentación de no sé quién
y luego sufres restaurante y copas
con algunos amigos.
Si no se te hace tarde
me llamarás a casa cuando llegues.

Y no se te hace tarde.
Sobre las dos y media te aseguro
que no me has despertado.
El teléfono busca ventanas encendidas
en las calles desiertas
y me alegra escuchar noticias de la noche,
cotilleos del mundo literario,
que se te nota lo feliz que eres,
que no haces otra cosa que hablar mucho de mí
con todos los que hablas.

Nada sabe de amor quien no ha perdido
por amor una casa, una hija tal vez
y más de medio sueldo,
empeñado en el arte de ser feliz y justo,
al otro lado de tu voz,
al sur de las fronteras telefónicas.




ArribaAbajoCompletamente viernes


ArribaAbajo Por detergentes y lavavajillas,
por libros ordenados y escobas en el suelo,
por los cristales limpios, por la mesa
sin papeles, libretas ni bolígrafos,
por los sillones sin periódicos,
quien se acerque a mi casa
puede encontrar un día
completamente viernes.

Como yo me lo encuentro
cuando salgo a la calle
y está la catedral
tomada por el mundo de los vivos
y en el supermercado
junio se hace botella de ginebra,
embutidos y postre,
abanico de luz en el quiosco
de la floristería,
ciudad que se desnuda completamente viernes.

Así mi cuerpo
que se hace memoria de tu cuerpo
y te presiente
en la inquietud de todo lo que toca,
en el mando a distancia de la música,
en el papel de la revista,
en el hielo deshecho
igual que se deshace una mañana
completamente viernes.

Cuando se abre la puerta de la calle,
la nevera adivina lo que supo mi cuerpo
y sugiere otros títulos para este poema:
completamente tú,
mañana de regreso, el buen amor,
la buena compañía.




ArribaAbajo La ciudad


ArribaAbajo Se hacen de hormigón y de cristal,
de lugares extraños y gentes ocupadas.
En todas crece un árbol
delante de la casa de un suicida
y hay niños que acostumbran a dormirse
soñando con un perro.
No faltan desayunos en hoteles lujosos,
ni tampoco familias con jardín,
pero son más frecuentes
los portales oscuros con pareja de novios,
el beso frío,
la rosa de cemento en la ventana.

Las calles desembocan en plazas descompuestas,
las tardes de domingo en las cafeterías
y el humo de los coches en los ojos del loco
que murmura sus años
y los cuenta sin fin
de metro en metro.
Al salir de los túneles sentimos
que los cielos de agua
son igual que una carta del pasado,
y suele comprenderse
que la vida es un arma lenta y de doble filo
en los pasos sin nadie,
en las noches vacías
o en la debilidad que tienen las ciudades
por los cines de barrio
y por las taquilleras muy pintadas.

A pesar de los plátanos, los olmos y los tilos,
a pesar de la hierba, si es que hablamos del Norte,
la gente que nos mira,
la gente que se salta los semáforos,
la que fluye delante de las tiendas,
necesita el amparo
de otra vegetación,
un sigilo de números y tarjetas de crédito
que extiende sus raíces por los sótanos
y busca soledad en los desvanes
como los muebles y las ratas viejas.

No es inútil viajar,
porque es cierto que todas las ciudades
amanecen de un modo parecido,
pero la noche llega en cada una
de manera distinta.
De día pueden verse
secretarias, conserjes, policías,
músicos callejeros y soldados,
dependientas que escuchan y sonríen,
oficinistas con olor a instancia,
conductores, extraños sacerdotes,
ejecutivos humillados.
Igual en todas partes,
porque a penas existen los kilómetros.
Pero existe la noche,
la soledad que borra los oficios
en un mundo habitado solamente
por hombres y mujeres,
confidencias de amarga valentía.

En las ciudades pueden encontrarse
relojes que se paran en la última copa,
la luna sobre un taxi
y todos los poemas que te escribo.




ArribaAbajoEl pasado


ArribaAbajoDespués de atravesar
por las últimas casa humilladas
y de sufrir el vaho
de los desmontes y los vertederos,
la carretera sube al aire limpio
en favor de la luna interrumpida
hace ya mucho tiempo.
Cuando los faros doblan
por los estremecidos olivares,
se encienden todavía imágenes de guerra,
las ametralladoras en sus nidos de rata,
los camiones nocturnos,
y más arriba,
sobre los días y las fechas,
un rumor de palabras,
un tiempo de poetas y república,
de voluntad civil en las pizarras
y dignidad, una melancolía
de golpe traicionada,
cerca de Víznar,
en la fosa común de este barranco.

A los antepasados se regresa
por los mares carnívoros de los limones secos
y la historia es en ellos
un afluente de la geografía.
Hay quien busca ciudades,
la balada del bosque y la montaña verde,
el armario vacío de una casa,
la bandera o el himno.
Yo regreso a esta luna suspendida
sobre los olivares y tu coche.

Aquí viven mis muertos,
éstas son mis raíces,
y su calor se extiende
como ramas al borde del camino,
alambres oxidados por la lluvia,
que sirven todavía para tender mi ropa.

Mira, déjame que te enseñe
el eco de tu piel cuando te beso.
La ciudad está en llamas, tiene el frío
de los años cobardes.
Una muchacha dobla
la guerrera vencida de un soldado.
No sabe si la esconde o si la guarda.
Quizás encuentre un día,
en el cajón de los limones secos,
una oportunidad.




ArribaAbajoLa intimidad de la serpiente




ArribaAbajoCuarentena


ArribaAbajoCon qué ferocidad y a qué hora importuna
salen tus veinte años de la fotografía
para exigirme cuentas.
En los ojos heridos por la luz
sostienes la mirada de mis sombras,
en el descaro de tus profecías
desdeñas la lealtad de mis recuerdos,
en la piel transparente
anegas el cansancio de mi piel
y defines mis años por traiciones.

No escandalices más,
hablemos si tú quieres,
elige tú las armas y el paisaje
de la conversación,
y espera a que se vayan
los invitados a la cena fría
de mis cuarenta años.
Por evaporaciones,
como las aguas sucias de los charcos
se acercan a las nubes,
caminaré contigo
hasta la plaza de tu juventud.
Allí están los magníficos
árboles de las ciencias y las letras
con sus palabras en el mes de mayo,
y el orden de los números
a la orilla del tiempo,
más cerca de las sumas que de las divisiones.

Imagino tu voz, supongo el aire
—porque a veces regresa hasta mis labios
en noches de espesura—
con el que afirmarás
que toda libertad es una roca,
que no faltan el viento y las razones,
sino la voluntad en el timón,
para gritar después que mi conciencia
es ya ropa tendida,
palabras puestas a secar.

Tendrás razón. No digo
ni la mitad de lo que siento.
Pero recuerda que mi soledad,
la que arde en mi lámpara de desaparecido,
es el silencio de las causas públicas.
Y puedes comprenderme:
mis mujeres dormidas,
el cajón de los barcos indefensos,
un teléfono antiguo...,
todas las tachaduras se parecen
a la inquietud que sufres
ante la vida en blanco.

Ya que fuerzas mis sombras con tu luz
comprende mi silencio en tus exclamaciones.
Porque sabes que sé
el lado frágil de la impertinencia,
lo que hay de imitación en tu seguridad,
la certeza que llega de los otros
para empujarte
por el afán de ser el elegido,
por el deseo de gustar,
hasta vivir de oídas en muchas ocasiones.

Aceptaré las quejas, si tú me reconoces
la legitimidad de la impostura.

Ahora que necesito
meditar lo que creo
en busca de un destino soportable,
me acerco a ti,
porque sabías meditar tus dudas.
Cuando tengas la edad que se avecina,
admitirás el tiempo de los encajadores,
la piel gastada y resistente,
el tono bajo de la voz
y el corazón cansado de elegir
sombras de pie o luz arrodillada.

Después de lo que he visto y lo que tú verás,
no es un mal resultado, te lo juro.
Baja conmigo al día,
ven hasta los paisajes verdaderos
en los que discutimos,
y me agradecerás
la difícil tarea de tu supervivencia.




ArribaAbajoCanción suicida


ArribaAbajoNo obedece el futuro,
ni el pasado obedece,
ni siquiera los días
contables del presente.

Tampoco las palabras
escritas obedecen.
Son un destino al margen,
unas canciones débiles,

como las caracolas
tocadas de cipreses
que dejan en el viento
las verdades sin suerte.

No obedecen las cartas.
La escopeta obedece
el enigma que sufren
los relojes de nieve.

Porque el tiempo es un curso
sin corazón ni leyes
que olvida las historias
y jamás obedece.

Obedeció el disparo
del suicida en la frente.
Allí, junto a sus cosas,
le obedeció la muerte.




ArribaAbajoRealismo


ArribaAbajoAl levantar los ojos de aquel libro,
leyó el amanecer en un campo de nubes
que incendiaba la luz. Era el final del viaje,
casi el final de la novela,
un destello de paz y de cansancio,
porque las azafatas
retiraban con prisa las últimas bandejas
del desayuno,
y el avión se acercaba,
sobre las rosas y los crisantemos,
a dos ciudades con el mismo nombre:
Madrid decimonónico
de corralas y brumas de café,
y Madrid desbordado del siglo XXI,
cuando la realidad
traza caminos en el aire
y la ficción
mueve su mano azul a ras de suelo.

Toda la noche oyó correr caballos
porque cruzaba el mar
y había descubierto
gentes de antiguo oficio,
señores de una turbia inconsistencia,
feligreses, busconas y cesantes
en un pasillo largo de viajeros dormidos.
Las calles de Galdós y la penumbra
de los vuelos nocturnos,
la lentitud del aire
a más de mil kilómetros por hora
y el mantón humillado
de la pobre muchacha que quiso ser un ángel.

Las nubes y la luz al confundirse
forman mundos extraños
muy cerca de la yema de los dedos.
La misma paradoja de un nombre y un destino,
la mirada infeliz de Fortunata.

Qué sorprendió sus ojos al borde del vacío,
ya no lo supo nadie.
Fue apenas un segundo
entre la oscuridad y el resplandor,
entre los gritos y el silencio.
El labio de la nada.

Tampoco supo nadie
el misterio de aquella aparición,
un cuerpo entre las víctimas
desconocido por los documentos,
sin tarjeta de embarque,
y con ojos de nieve y de jazmín,
extrañamente limpios en medio de la muerte.




ArribaAbajoCanción pornográfica


A Benjamín



ArribaAbajoEl agua pide orillas donde apoyar la frente,
la noche busca sueños para entrar en las casas,
la luz se hace murmullo
y los países juegan a las cartas.

Juegan
como el silencio con sus ruidos
para pensar que existen en un orden certero.
Como los rayos de la luna,
porque cantan su número y se van deshaciendo.

Juegan como los dioses sin castigo,
suplican el color de una bandera
y la sombra de un himno.

Necesitados de soberanía,
los desnudos no son papel de plata.
Ya no hay sombras detrás de los abrazos
y los países juegan a las cartas.




ArribaAbajoNochevieja (1940, 1970, 2000)


A Joaquín,
y pongamos que hablo de nosotros


La serpiente que mordió a tu padre
ciñe hoy la corona

(Shakespeare)                



ArribaAbajoLa ciudad sospechaba de sí misma.

Al volver la cabeza,
el invierno de entonces
sorprendía en la calle la fuga del invierno,
los ojos de los puentes vigilaban el río,
las mesas a las mesas,
el pasado al pasado,
y las palabras iban
midiendo sus palabras
por las enfermedades de los cuartos,
como madres que temen a la tuberculosis.

¿Quiénes somos nosotros?, preguntaba la nieve
hasta quedarse en blanco
y demostrar que los tejados eran
una interrogación sin horizontes,
una inquietud de llaves
que han perdido sus puertas.
El aposento de los humillados
pertenece a las órdenes del humo.
No viven en la paz, tampoco en la derrota,
tal vez entre las alas del insecto
que se quemó en la luz,
al comprender, urgido por la muerte,
que la verdad es un lugar vacío
pisado por el miedo y por los vencedores.

También estaba el mar, pero no quiso
salir de las botellas de aguardiente.
Cuando la noche del invierno
puso el mantel y colocó las sillas,
fingiendo la intención
de recibir un año
exactamente igual al que dejaba,
cayeron las canciones
como una herencia suprimida,
porque no se abrazaron solamente
los que estaban allí,
metidos en la piel de cada casa.

Los que estaban allí no estaban solos.

También bajó una estrella
herida con las puntas de los nombres borrados,
y se quedó en silencio
para escuchar los ruidos de las habitaciones.
Alguien sube. Tal vez una amenaza
o tal vez un hermano que volvió de las sombras.

Era el año de mil novecientos cuarenta,
y llegó como siempre, con doce campanadas,
aunque un viento de hambre y de banderas
ya le había pedido
la documentación.

En aquel universo de soldados de plomo,
el mundo daba vueltas
—con una lentitud de canción oxidada—
a la Puerta del Sol,
mientras que en los relojes
las lluvias de un abril inevitable
se llevaron la nieve de las horas vacías,
extraña nieve negra donde cuajó el silencio.

Otro aire
empezaba a limar las uñas de la luz.

Y el caso es que los humos de diciembre
ya no marcaron sólo el destino de España,
sino también mi historia,
el rumor del presente y del pasado
que corre como el agua por mis ojos,
el agua que lavaba,
el agua de los ríos y de las lavadoras,
el agua que cumplió
esas sustituciones del recuerdo
que primero se llaman la victoria
y más tarde la vida.

Hay manteles más limpios en la mesa,
y en la calle los coches
que vienen de Alemania o Barcelona,
y en los labios palabras
que cuelgan de otra luz y de otra música,
igual que los adornos navideños,
para encender la rueda de los días,
aquello que se siente y que se dice
con el mar en la copa
por la celebración del oleaje
y de los años nuevos.

Las cenizas vivían
como lobos cansados en el televisor.
Allí estaban los himnos,
los santos y el Caudillo,
tras su mundo imperial de la espada y la bruma,
enfermos y apoyados
en la fragilidad de una madera inútil.
Por un momento rotos, pareció
que se habían quedado sin país.

Porque la libertad
era una forma de sabiduría
y el amor una fecha sin anillo
desde los horizontes a los labios.
Casi una historia trágica,
con un final feliz.

Aquel sueño vivió
lo que duran las noches sorprendidas
entre la dignidad de la pobreza
y el precavido corazón del lujo.

Salimos al balcón. Las doce campanadas,
espuma limpia de cristales rotos,
cayeron a las plazas de los años setenta.

¿Qué empezaba a romperse?
Más que el espejo sucio de las comisarías
y las salas de espera,
en el que se arreglaron sus trajes de domingo
las pobres gentes de la dictadura.
Mucho más que el silencio,
el cristo de la alcoba,
las fotos de familia numerosa
y el orden de los hijos
que deben ir a la universidad.

Mucho más... He llegado a saberlo
al contemplar la luz de los amaneceres
en los ojos de un cisne
con mirada de hiena.

Y la serpiente que mordió a mi padre
hoy ciñe la corona.
No la serpiente del jardín que tuvo
el árbol de la vida y la sabiduría,
sino la que acechaba en la vegetación
de las felicidades y los números,
para infectar el tiempo
hasta paralizarlo.

Sólo la realidad
necesita en sus días y en sus noches
la ley menesterosa de la imaginación.
Por eso quien intenta suprimir
las imaginaciones
debe privarnos de la realidad.
Y nos hemos quedado sin mentiras,
al existir, más bellos y más rubios,
en un mundo de pura inexistencia.

Gaviotas a la orilla de los ríos,
que se contentan con el agua dulce
y no preguntan por el año nuevo.

Porque la nieve
jamás es inocente,
y la nada tampoco,
la nada sucia
que cubre los jardines y las mantelerías,
aunque no se deshiele,
aunque borre las cúpulas y las conversaciones,
debajo de su amparo,
aunque deje ciudades y deseos
hundidos en las plumas de las águilas.

Rueda la libertad
por un mundo que fue deshabitado.
Son las doce en el viento
de las verdades frías. El servicio,
que retiró la mesa y preparó las uvas,
nos ofrece en un plato la voz de las campanas.

¿A quién puede dañar la perfección del viento?
Difícil preguntarlo
con palabras que sienten más vergüenza que amor
y tapan su desnudo sin mirarse a los ojos.

Difíciles violetas,
si lo que tuvo ayer no busca la mañana.




ArribaLa primavera de la Esfinge


ArribaOlvídate de mí si estás conmigo.

Podemos permitirnos este lujo
de abandonar los nombres,
porque el nombre es razón de los ausentes,
y nosotros estamos en la luz,
en el aire que corta
las dulces siluetas,
en el tiempo que orden las palabras
y en los escalofríos del jardín.
Incluso en la memoria que quiso ser presente.

Después vendrá el otoño
y volverán los nombres a los labios.

Apágame, viajero,
la luz cuando te vayas.
Recuérdame, lector,
al doblar esta página.





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