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Miguel Delibes

Apunte biobibliográfico de Miguel Delibes

Miguel Delibes nace en Valladolid el 17 de octubre de 1920. Era el tercer hijo del matrimonio formado por Adolfo Delibes, Catedrático y Director de la Escuela de Comercio, y María Setién; después nacerán otros cinco hermanos. Tras realizar sus estudios en el Colegio de La Salle, se matricula en 1936 en la Escuela de Comercio y, a la vez, en la Escuela de Artes y Oficios, pues muestra especiales facultades para el dibujo. En 1938 se alista como voluntario en la Marina, en el bando nacional, y es destinado al crucero “Canarias”. El propio Delibes explicará posteriormente esta decisión, motivada por el temor a ser llamado a filas y destinado a infantería; parece que le aterraba la idea de luchar cuerpo a cuerpo; la Marina le parecía un tipo de combate más despersonalizado. Sus experiencias de ese año pasado en el mar se reflejarán muchos años después en su novela Madera de héroe (1987). En uno de los permisos, conoce a Ángeles de Castro, su futura esposa. Tras la guerra civil, regresa a Valladolid, donde termina la carrera de Comercio.

En 1941 se presenta ante el director del periódico El Norte de Castilla, mostrándole una serie de dibujos de personajes locales, y es contratado como caricaturista. Enseguida empieza a escribir también pequeñas críticas cinematográficas, acompañadas de caricaturas de actores. En 1943 realiza en Madrid un cursillo intensivo, con el que consigue el carnet profesional como periodista y pasa a ser redactor de El Norte.

Gana por oposición la Cátedra de Derecho Mercantil de la Escuela de Comercio de su ciudad natal, en 1945, lo que le permitirá contraer matrimonio el 23 de abril de 1946 con Ángeles de Castro. Empieza a redactar su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, que presenta al Premio Nadal en su tercera edición, de 1947. El 6 de enero de 1948, obtiene dicho premio, lo que supondrá un impulso a su vocación de escritor. En su primera novela, prevalecen los planteamientos existenciales y se deja notar demasiado la voz autorial. No obstante, y a pesar de que el propio Delibes fue muy crítico con ella, tiene momentos intensos y está escrita con una prosa que anuncia ya el personal estilo del autor, especialmente en la primera parte, que narra la infancia del protagonista en la ciudad de Ávila. Al año siguiente publica Aún es de día, que participa del mismo defecto que la anterior, aunque también es muy apreciable el estudio sicológico del protagonista.

Su tercera novela, El camino, publicada en 1950, marca su madurez literaria. En ella se mantienen algunos temas ya transitados, como la infancia, la muerte, el destino personal…, pero se introducen otros nuevos, como el drama del éxodo rural, en este caso motivado por el deseo del padre del protagonista de que vaya a estudiar a la ciudad para labrarse un porvenir. Pero el gran valor de esta obra está en el planteamiento general: aunque está narrada en tercera persona, la voz autorial va diluyéndose en la de los personajes, que cobran vida propia. El marco temporal se ha reducido y se concentra en la víspera de la partida, en la que el niño evoca su vida, en su pueblo, con referencia a múltiples anécdotas, entre otras, la muerte de su amigo.

En 1953 Delibes publica su cuarta novela, Mi idolatrado hijo Sisí, en la que regresa al marco urbano y se revela como un agudo cronista de la ciudad de provincias y de la burguesía. El punto de partida temático es la oposición al malthusianismo, es decir, la opción por el hijo único, que Delibes considera fruto del egoísmo. Pero más allá de la tesis implícita, la novela se convierte en un profundo análisis psicológico del protagonista, Cecilio Rubes, personaje mediocre y egoísta, cuyo drama personal (la muerte de su hijo en la guerra civil), no obstante, conmueve al lector.

Paralelamente a la redacción de sus novelas, Delibes va escribiendo diversos relatos, cuya primera recopilación la constituye La partida, de 1954. En su siguiente novela, Diario de un cazador (1955), aflora ya de manera explícita el conflicto campo-ciudad. El protagonista, Lorenzo, es un joven de pueblo que ha tenido que emigrar a la ciudad y que añora que llegue el fin de semana para poder regresar al campo a desarrollar su afición preferida, la caza. La autonomía del protagonista, que había iniciado Delibes en El camino, se consigue aquí plenamente, puesto que la voz que se impone es la del personaje, que plasma sus experiencias e impresiones en un diario. Esta autonomía se manifiesta también en el lenguaje, perfectamente coherente con el protagonista y la historia: estilo ágil, lenguaje coloquial, diversos registros… La novela mereció el Premio Nacional de Literatura y tuvo un gran éxito de público, lo que propició una segunda parte, publicada en 1958 con el título Diario de un emigrante.

En 1955 el Círculo de Periodistas de Santiago de Chile invita a Miguel Delibes a visitar su país. De las experiencias vividas en Río (donde hizo escala) y en Chile, derivan dos libros, Un novelista descubre América, primer libro de viajes (1956), y el citado Diario de un emigrante. Resulta curioso cotejar ambos y ver cómo la materia de la crónica se trasforma en materia literaria. En este nuevo diario de Lorenzo, el protagonista, ya casado, afronta la aventura de la emigración en un intento de mejorar su medio de vida; sin embargo, la no alcanzada mejoría y, sobre todo, la añoranza de su tierra harán que afronte el fracaso de su aventura y decida regresar a España.

Con su segundo libro de relatos, Siestas con viento sur, Miguel Delibes gana el Premio Fastenrath de la Real Academia, en 1957. Ese mismo año realiza un viaje por Portugal. Al año siguiente es nombrado Director de El Norte de Castilla, periódico en el que desarrolla una importante labor: por una parte, se rodea de un eficiente equipo de colaboradores (César Alonso de los Ríos, Francisco Umbral, José Jiménez Lozano...) y, por otra, impulsa la crítica política y social, planteando, por ejemplo, campañas de concienciación con los problemas del medio rural. En los años en los que fue director de este diario (1958-1966), Delibes sufre la presión de las autoridades, siempre atentas a cualquier postura discordante. Pero Delibes no se doblegó y, como pudo, mantuvo siempre una actitud crítica y revisionista. Posteriormente declarará al respecto: “Las ratas y también Viejas historias de Castilla la Vieja son la consecuencia inmediata de mi amordazamiento como periodista. Es decir, que cuando a mí no me dejan hablar en los periódicos, hablo en las novelas”.

En 1959, Miguel Delibes obtiene una beca de la Fundación March para escribir una novela sobre el tema de la vejez. El proyecto cuajará en La hoja roja, novela que aborda el tema de la soledad, la incomunicación y la amenaza de la muerte (el título alude a la “hoja roja” dibujada en uno de los últimos papeles de fumar, que avisaba del inminente final del librillo). El viejo Eloy, sumido en el abandono y el temor de la muerte, encuentra un asidero en la Desi, su criada pueblerina, también solitaria por un noviazgo frustrado. Se trata del encuentro afectivo de dos personajes, encuentro que no soluciona, pero sí mitiga, la soledad individual.

En 1962 se publica La ratas, drama rural en torno a las duras condiciones de vida en la Castilla rural. La novela se articula nuevamente en torno a la figura de un personaje infantil, el Nini, que sirve de engarce a las diversas anécdotas que se narran, distribuidas cronológicamente en torno a las estaciones del año. El Nini participa de esa crudeza, pues es fruto de unas relaciones incestuosas y vive con un padre asocial y primitivo; pero él es un personaje que posee una clarividencia que los otros personajes consideran casi sobrenatural, aunque la realidad es que procede de su íntimo contacto con la naturaleza y de la sabiduría ancestral que le trasmite el más anciano del lugar. Ese mismo año se hace la primera adaptación cinematográfica de una novela de Delibes: Ana Mariscal realiza El camino.

El 8 de junio de 1963 aparece en el El Norte de Castilla una notificación del cese de Delibes como director. El escritor dimitió por su enfrentamiento con el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne; sin embargo, Delibes seguirá dirigiendo dicho periódico en la sombra hasta 1966.

En 1964 Delibes obtuvo una beca Fulbright para una estancia de seis meses en la Universidad de Maryland; de esta estancia deriva su libro USA y yo, publicado dos años después, el mismo año en que aparece una de sus obras de mayor éxito de público: Cinco horas con Mario (1966). Esta novela desarrolla el tema de la crisis de un matrimonio de clase media, cuyas distantes vidas dejan traslucir, al fondo, el conflicto de las dos Españas: se rememoran episodios de la guerra civil, se denuncia la fuerte estratificación social, la falta de libertad bajo la dictadura, la censura, el abuso de poder de las fuerzas del orden, etc. No obstante, el gran mérito de la novela es que evita un maniqueísmo tajante, y esto lo consigue mediante la perfecta adecuación de técnica e historia. Para ofrecer esa visión reducida y tendenciosa de la realidad, que tan frecuente era en la España de los años 60, la mejor manera de hacerlo era a través de la visión de un solo personaje, negada además toda posibilidad de diálogo al estar muerto el interlocutor. A través de la mirada necesariamente subjetiva y parcial del único personaje vivo, a través del monólogo interior, primario y a veces inconexo, el autor consigue que conozcamos dos concepciones contrapuestas de la vida y de la sociedad, y consigue además que nuestra simpatía se incline, paradójicamente, hacia el protagonista privado de voz.

En 1968, Miguel Delibes visita las Universidades de Praga y Brno. Esta experiencia se plasma en su quinto libro de viajes, La primavera de Praga, y quizás también inspira su siguiente novela, Parábola del náufrago, obra kafkiana, de clima delirante, que narra el fracaso individual del protagonista, su desconfianza en el lenguaje como comunicación y el castigo (recibido solo por querer entender), que le conduce al “aborregamiento”. El título de “Parábola” orienta sobre la lectura que encierra la anécdota: la crítica al abuso de poder, a la despersonalización de la sociedad moderna, a la crisis de los derechos humanos, a la incomunicación. El tema requería una técnica adecuada: aunque el relato depende de un narrador omnisciente, en tercera persona, éste se distancia de la historia y de los personajes por varios procedimientos expresivos que retardan la comunicación. En cuanto al lenguaje, concebido no ya como medio de comunicación, sino como instrumento de conflicto, el protagonista propone su destrucción, materializada en el movimiento “Por la mudez a la paz”.

Un primer diario, que comprende de junio del 70 a junio del 71, ve la luz en 1972. Al año siguiente Delibes es nombrado miembro de la Real Academia para ocupar el sillón “e” minúscula. Ese mismo año publica su novela El príncipe destronado, en la que Delibes vuelve a ser fiel cronista de la vida familiar en una ciudad de provincias, ahora vista desde la perspectiva de un niño de tres años: “destronado” por el nacimiento de un hermano, Quico trata de llamar la atención de sus padres, mientras estos se ven envueltos en diversos conflictos, pues ven y viven la situación española de la posguerra desde perspectivas encontradas. La novela será adaptada al cine en 1977 por Antonio Mercero, con el significativo título La guerra de papá.

El conflicto irresoluble que parece enfrentar a España a lo largo de los tiempos es el leitmotiv de Las guerras de nuestros antepasados, publicada en enero de 1975. Se trata de una novela dialogada en la que el protagonista es un recluso condenado a muerte por homicidio que conversa con el médico de la prisión. Desde su visión se retrata una sociedad que parece ser incapaz de vivir sin enfrentamientos.

La entrada efectiva de Delibes en la Real Academia se vio empañada por la muerte de su esposa, fallecida prematuramente el año anterior; las primeras palabras de su discurso de ingreso, pronunciado el 25 de mayo de 1975, van dedicadas a ella. Delibes sorprendió con un texto titulado “El sentido del progreso en mi obra”, en el que reivindicaba un progreso “sostenible”, que respetara el medio ambiente y la cultura popular. El discurso fue contestado por Julián Marías. El texto fue publicado nuevamente el año siguiente, junto con otros dos breves textos, con el título S.O.S. (El sentido del progreso desde mi obra).

El conflicto campo-ciudad vuelve a plasmarse en su novela El disputado voto del señor Cayo, publicada en 1978. El candidato político (en las primeras elecciones democráticas de la transición), que ha visitado el pueblo del señor Cayo, descubre en este hombre de campo la sabiduría, la honradez y la paz de las que el hombre urbano adolece. La novela es una reivindicación de la cultura popular y una llamada de atención sobre el peligro que ésta corre ante el inexorable avance del llamado progreso. Ocho años más tarde la novela será llevada al cine por Giménez Rico y obtendrá la “Espiga de Plata” en la Semana Internacional de Cine de Valladolid (SEMINCI).

A finales de 1979 se estrena en el teatro Marquina de Madrid la adaptación teatral de Cinco horas con Mario, realizada por Josefina Molina e interpretada por Lola Herrera. La obra recorrerá toda la geografía española con gran éxito de público y de crítica.

En 1981, Delibes se decide a publicar Los santos inocentes, novela comenzada en la década de los 60, bajo unas circunstancias político-sociales muy diferentes. Esta novela muestra la vida de una familia campesina, sometida a las arbitrariedades del señorito para el que trabajan. Se denuncia la actitud autoritaria y abusiva del patrón, pero también el servilismo y la falta de coraje de los campesinos. La técnica también es novedosa: el narrador omnisciente parece solidarizarse hasta tal punto con los personajes que narración y diálogo se suceden entremezclados, sin las marcas convencionales que distinguen a éste, y, a la vez, el lenguaje del narrador se ve impregnado del lenguaje popular de los personajes, de forma que a menudo es difícil distinguir la voz del narrador y la de los personajes. Los santos inocentes fue llevada al cine, en 1984, por Mario Camus, con gran acogida por parte de la crítica y del público. Sus protagonistas, Alfredo Landa y Francisco Rabal, consiguieron el premio a la mejor interpretación en el Festival de Cannes.

En 1982 Delibes recibe el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, compartido con Gonzalo Torrente Ballester. El 28 de enero del año siguiente es nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid. Ese mismo año publica Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso: como su título indica, se trata de las cartas escritas por un periodista jubilado, solterón y egoísta, dirigidas a una viuda, que ha puesto un anuncio para establecer una relación afectiva. El principal valor de esta novela es que dichas cartas consiguen trasmitir mucho más de lo que el propio protagonista pretende y dejan traslucir su personalidad y sus defectos. En suma, gracias a un acertado uso del lenguaje y de la ironía, el protagonista dice mucho más de lo que querría decir.

Delibes vuelve a plantear el conflicto campo-ciudad, esta vez motivado por un hallazgo arqueológico, en El tesoro (1985), novela que fue llevada al cine en 1988 por Antonio Mercero y presentada en la SEMINCI. En 1987 aparece 377A, madera de héroe, que posteriormente verá reducido su título, por voluntad del propio autor, suprimiendo 377A, que era el número asignado a Delibes cuando se alistó en la Marina. Este dato orienta sobre el fondo autobiográfico (recuerdos de impresiones personales y de anécdotas) que alimenta la ficción. El protagonista parece tener una tendencia al heroísmo, que se verá contradicha por la realidad de una guerra terrible y absurda, que le marcará para siempre.

También se adivinan vivencias personales en Señora de rojo sobre fondo gris (1991). El protagonista, un viejo pintor en crisis creativa, evoca escenas de su vida, centradas en dos experiencias traumáticas: el encarcelamiento de su hija y yerno por motivos políticos y la enfermedad y muerte de su esposa. Los fieles lectores de Delibes supieron apreciar la obra como un desahogo afectivo del escritor, al evocar el episodio más triste de su vida. La novela recibió el Premio Nacional de la Crítica.

El hereje (1998) es la última novela de Miguel Delibes, su testamento literario, como él mismo anunció. Resulta curioso que un autor tan comprometido con su tiempo, cierre su carrera literaria con una novela histórica: Cipriano Salcedo busca, en la España del siglo XVI, la verdad y la fundamentación de su fe. Sus inquietudes le llevan a entrar en contacto con los círculos reformistas. La intransigencia de la España contrarreformista le lleva a tener que elegir entre conservar la vida o mantener sus creencias. La fidelidad a su verdad le llevará a la hoguera. Es obvio que, más allá de la anécdota, distanciada por cuatro siglos de historia, la novela plantea un tema que mantiene toda su actualidad y resulta una reivindicación de la libertad de conciencia y una abierta censura a los dogmatismos y a la intolerancia.

Desde mediados de la década de los 80 hasta el final de su vida, los premios y reconocimientos se suceden: en 1984 Miguel Delibes recibe el Premio de las Letras de Castilla y León. En 1986 es nombrado hijo predilecto de la ciudad de Valladolid. En el 87 es investido Doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid; en el 90, por la Universidad de Sarre (Alemania); en el 96, por la Universidad de Alcalá de Henares; y en 2008, por la Universidad de Salamanca. En 1994 recibe el Premio Cervantes, el más prestigioso galardón del ámbito hispánico, de manos del Rey. En 2001 la Diputación Provincial de Valladolid le concede el Premio Provincia de Valladolid a la trayectoria literaria del siglo XX. En 2006 los Reyes de España le entregan, en su propio domicilio, el Premio Vocento a los valores humanos. En 2009 recibe la Medalla de Oro de Castilla y León. Pero quizás el mayor reconocimiento público a Miguel Delibes es el que le tributaron su ciudad y sus conciudadanos tras su fallecimiento, el 12 de marzo de 2010. Miles de personas desfilaron durante todo un día ante su féretro para darle un último y emocionado adiós, signo evidente de que sentían que había muerto no solo un gran escritor, sino también un gran hombre.

Pilar Celma Valero

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