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Monseñor Romero

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Noticia sobre los funerales de Monseñor Romero en Diario 16

Funerales por la muerte de Monseñor Romero (30 de marzo de 1980)

Diario 16 (España). 31 de marzo de 1980

Clima de violencia en América Latina

Cuarenta muertos en El Salvador durante los funerales por Monseñor Romero

Alrededor de cuarenta cuerpos se amontonaban en la plaza de la Libertad de San Salvador, tras el tiroteo producido cuando se celebraban los funerales por el asesinado arzobispo Óscar Arnulfo Romero. Ya se habla de un inminente golpe de Estado militar, oficialmente para «restablecer el orden».

San Salvador (ALFONSO ROJO, enviado especial). -Unos cuarenta muertos y doscientos heridos se produjeron ayer en El Salvador durante el entierro del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, asesinado hace una semana por elementos de la extrema derecha.

La mayor parte de las víctimas se produjeron por aplastamiento, al precipitarse la multitud contra las verjas de la catedral, intentando refugiarse en su interior.

Varios de los muertos lo fueron también por efecto de los disparos que desde varios puntos efectuaban francotiradores no identificados.

Desde primeras horas de la mañana de ayer comenzaron a concentrarse en la plaza de la Libertad, situada frente a la catedral metropolitana de San Salvador, miles de salvadoreños llegados allí para rendir un último homenaje el arzobispo Arnulfo Romero.

INIESTA, A SALVO

Un poco después de las diez, una manifestación integrada por religiosas, sacerdotes y obispos, salió de la basílica del Sagrado Corazón, en la que todos los domingos, desde hace años, Monseñor Romero celebraba misa. Entre los obispos se podía ver a Monseñor Iniesta, obispo de Madrid; al arzobispo de Cuernavaca, Menéndez Arceo, y a la gran mayoría de los más destacados prelados latinoamericanos. Todos parecen estar a salvo.

Monseñor Obando y Bravo, arzobispo de Managua, había abandonado el sábado El Salvador en dirección a Managua para recibir al presidente de Venezuela, Herrera Campins, pero en su lugar estaba el padre Miguel de Escoto, ministro de Asuntos Exteriores nicaragüense.

Por una calle paralela a la utilizada por la manifestación religiosa para dirigirse a la catedral, comenzó a avanzar simultáneamente una enorme manifestación por el Bloque Popular Revolucionario, la más importante de las organizaciones de la izquierda salvadoreña.

Cuando ambas manifestaciones habían llegado a la plaza, y la misa había llegado a la homilía, se oyeron dos explosiones casi simultáneas e inmediatamente varios disparos.

La multitud, aproximadamente cien mil personas, se precipitó despavorida hacia el lado contrario al que sonaban los disparos y contra la verja de la catedral.

Nada más comenzar los disparos, varios sacerdotes introdujeron en el interior del templo el féretro de Monseñor Romero y fue suspendida la misa, que era concelebrada por el arzobispo Ernesto Corripio Ahumada, en representación del Vaticano; el padre Miguel de Escoto, ministro de Asuntos Exteriores de Nicaragua.

Durante más de media hora continuaron escuchándose disparos, explosiones de bombas, todo ello mezclado con los gritos de la gente y con las sirenas de un vehículo de la Cruz Verde, que comenzó a desalojar a los heridos.

Varios jóvenes pertenecientes a los grupos de autodefensa del Bloque Popular Revolucionario, tomaron posiciones en la plaza y armados de pistolas y de algunas armas largas, disparaban de vez en cuando contra los edificios en los que presumiblemente estaban los francotiradores.

Una vez finalizado el tiroteo, varios sacerdotes, muchachos boy-scouts y militantes del Bloque Popular introdujeron en la catedral los cuerpos de los muertos.

¿GOLPE DE ESTADO?

Numerosos vehículos resultaron incendiados en las calles vecinas. En el momento de redactar esta nota todavía no habían hecho acto de presencia en las calles las tropas del Ejército.

La idea más generalizada es que el Ejército puede dar un golpe de Estado y, con la excusa de restablecer el orden y poner fin a la anarquía, hacerse con el poder en las próximas horas.

Los disparos comenzaron en una de las alas de la plaza, inmediatamente después de oírse una explosión. Pocos segundos después, una segunda explosión tuvo lugar en otra esquina de la plaza, tras lo cual, la multitud, unas cien mil personas, comenzó a huir despavoridamente.

Por los altavoces, una voz de hombre comenzó a gritar ordenando a los asistentes al funeral que mantuvieran la calma y se echaran al suelo, sin que sus recomendaciones produjeran el más mínimo efecto.

Varios jóvenes, armados de pistolas, tomaron posiciones en las esquinas de la plaza y comenzaron a responder al fuego, con lo que la confusión llegó a extremos indescriptibles.

Mucha gente intentó refugiarse en el interior de la catedral, el acceso a la cual estaba bloqueado por una verja, que durante la misa separaba a los celebrantes y al ataúd de la multitud.

Poco a poco, la presión de los miles personas contra la verja fue aplastando a los que se encontraban más próximos a ésta y que, debido a su edad o a su condición física, carecían de fuerzas para intentar saltarla.

La montaña de cuerpos humanos almacenada en la misma puerta del templo impedía a los que venían detrás seguir avanzando, y a la vez la presión de los de atrás aplastaban más y más a los caídos en la tierra.

En medio de los disparos, de las explosiones y de los gritos, varios sacerdotes y numerosos jóvenes intentaban desesperadamente ayudar a los caídos, tirando de ellos y viendo horrorizados cómo morían ante sus ojos por asfixia.

Cuando, media hora después, cesaron los disparos, la plaza de la Libertad era un mar de zapatos, de bolsos y de sangre, en medio del cual más de treinta personas permanecían sin vida.

En las calles adyacentes, numerosos vehículos y dos autobuses ardían, llenando el cielo de la capital salvadoreña de un humo negro y acre.

En el interior del templo, el féretro insepulto de Monseñor Romero se alineaba con los cuerpos de más de veinte personas.

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