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Portal Nacional Venezuela

Discurso de Lord David Eccles*

Por Lord David Eccles
(Paymaster General, Ministro Británico a cargo de las Artes)

Veredas de la historia venezolana

Ustedes y sus buenos amigos de Latinoamérica y Europa están a punto de conmemorar una de las batallas decisivas de la historia, y en esta jubilosa ocasión considero un gran honor el que se me haya invitado a representar el Gobierno de Su Majestad la Reina Isabel. La satisfacción de mis colegas, de que nuestro país esté representado aquí por Lord Balniel, Ministro de Estado para la Defensa, y por mí mismo, es tanto mayor cuanto que oficiales y soldados británicos a las órdenes del General Bolívar, participaron en la batalla. Compartieron con los patriotas de Venezuela los peligros, los reveses y el triunfo final de hace 150 años. Esta semana renovaremos su camaradería y rendiremos nuestro homenaje al gran hombre que los condujo a la Victoria.

Me siento profundamente emocionado por la amabilidad de esta docta sociedad al pedirme que me dirija a ella. Pero es considerable el riesgo que ustedes corren, pues no estoy muy altamente calificado para esa tarea. No soy general ni doctor en leyes: ni hombre de capa y espada, ni de toga y birrete. Y es posible que corra yo más peligro en esta distinguida compañía del que hubiera corrido en el propio Campo de Carabobo. 

Retrato anónimo de Simón Bolívar (c. 1832)

Algunos de ustedes saben que lo que me ha servido de pasaporte para este viaje es mi colección de libros, formada a lo largo de los últimos cuarenta años, relacionada con los albores de la historia de su país y, en particular, con la vida y época del Libertador. Cuando yo era estudiante de la Universidad de Oxford concebí una admiración por Simón Bolívar, que se convirtió en uno de los grandes intereses de mi vida. De joven, en Londres, antes de la guerra, no había nadie que compartiera este entusiasmo. Mis amigos con frecuencia me preguntaban qué era todo eso de este general sudamericano, que sólo conocían por el retrato de las cajas de tabacos, y que había encendido mi imaginación. ¿Sería su alargado y distinguido rostro de grandes patillas, o tal vez su noble carácter, su genio militar, su visión constitucionalista, su talento de propagandista, su éxito con las mujeres? Bolívar tenía, en toda su extensión, las cualidades que hacen un gran hombre, pero -les decía yo a mis amigos- había algo más en él, algo misterioso y angustioso y era esto su capacidad para soñar sueños universales que estaban igualmente dentro de la realidad de la situación y en la fatal imposibilidad de cumplirse. Tragedia entretejida con su gloria espectacular; tragedia no hecha por los propios acontecimientos, sino por la inevitabilidad con que los acontecimientos iba al fracaso. Con qué angustia se contempla la inevitable destrucción del más bello sueño de Bolívar por la falta de imaginación y egoísmo de algunos de los que tuvo que tratar. El final de su vida fue obscurecido por la sombra de las grandes empresas que el hombre ordinario no se atreve a acometer. Ha sido éste el destino del héroe tanto en la historia como en la más grande literatura dramática. ¿Quién puede dejar de reconocer en Bolívar un hombre de la forja de Shakespeare y Racine? No le hacemos justicia si sólo celebramos sus triunfos militares; era también magnífico en sus reveses políticos.

Si estoy en lo cierto al ver en él un hombre demasiado profundo y multifacético para ser comprendido por sus contemporáneos, o por los hombres de cualquier otra época, ello explicará por qué no he descubierto todavía una biografía absolutamente satisfactoria de él. Todo lo que he leído sobre él me deja con una sensación de cierto vacío, y me devuelve al material contemporáneo publicado o escrito durante su vida, que he coleccionado entusiastamente desde 1930. Sólo en muy contadas ocasiones he rechazado algo relacionado con Bolívar que se me haya ofrecido en cualquier parte o idioma. El coleccionar, debo reconocerlo, se convierte en una pasión. No sé si los Ministros venezolanos tienen las mismas aficiones que los británicos. Desde que ingresé en el gobierno de Sir Winston Churchill como Ministro de Obras Públicas, he visto a todos mis colegas del gabinete entregarse a alguna distracción privada, a la cual se volvían para mantener la calma y cordura. Algunos, como el propio Churchill y otros miembros de su último ministerio, eran talentosos artistas aficionados. Otros, como nuestro actual Primer Ministro, se dedican a la música y a la navegación de sus propias embarcaciones. Otros aun leen novelas policíacas, juegan al ajedrez, o coleccionan estampillas de correos o recortes deportivos. Yo he encontrado mi manera de descansar en los catálogos de librerías, que se me envían de toda América y Europa. Son fáciles de llevar en un maletín lleno de papeles de Estado, y mucho más emocionante su lectura.

No les sorprenderá oír que Londres siempre ha sido el mejor mercado de material relacionado con el descubrimiento e historia temprana de Norte y Sud América. Se debe esto a que durante el siglo XVIII y principios del XIX la aristocracia británica se apasionaba por la exploración del nuevo mundo al otro lado del Atlántico. Acumuló grandes bibliotecas en sus casas campestres, de las que todavía se ofrecen libros a la venta. De vez en cuando pueden hallarse cosas interesantes fuera de la Gran Bretaña, sobre todo en España, donde se descubren libros y panfletos poco conocidos, publicados entre 1810 y 1830, que dan la versión Realista de las revoluciones de Latinoamérica. Luego me referiré a este material español.

El coleccionista serio depende de los libros de referencia sobre este tema. Medina, Sabin y Moses me enseñaron mucho sobre los primeros libros, y tengo una deuda de gratitud con especialistas como Posada y Lecuna. Manuel Sánchez fue, según creo, el primero en intentar una biografía general que abarcase la vida de Bolívar. Sánchez debe de haber sido un hombre de gran encanto y cultura. Su libro, que me conozco casi de memoria, me fue obsequiado por don Alfredo Boulton, y nunca se me hizo regalo más útil. Sánchez estaba bien consciente de que sus registros eran incompletos y le dice a sus lectores que, a menudo, tenía que descubrir un libro que jamás había visto. Es, pues, natural que después de más de 50 años, los coleccionistas sienten la necesidad de una bibliografía más completa y precisa. Creímos que íbamos precisamente a conseguirla cuando la gran obra de Palau -ya han aparecido 22 volúmenes- empezó a revisarse. Por razones imposibles de entender, los actuales editores de Palau no están incluyendo todos los libros ya registrados por Sánchez o en otras bibliografías importantes. Tampoco han mencionado muchos otros libros que indudablemente se conocían en la época en que compilaban sus listas. ¿Qué podemos hacer ahora para remediar estos errores y omisiones? Apelo a sus instituciones y a sus lectores e historiadores, que han hecho una espléndida labor durante los últimos veinte años más o menos, sobre tantos aspectos de Bolívar: por favor, encarguen ahora una bibliografía definitiva de los períodos colonial y revolucionario de la historia de Venezuela. Semejante libro extendería a Sánchez hasta varios tomos y no sólo establecería un ejemplo para el resto de la América Latina sino que sería de inestimable valor para universidades y bibliotecas públicas de todo el mundo. La microfilmación de catálogos e índices se ha convertido en una cosa tan sencilla que no dudo de que las anotaciones pertinentes de todas las grandes colecciones de Latinoamérica podrían recogerse y procesarse en Caracas, y partiendo de ellas podría compilarse una bibliografía que traería el mayor de los créditos a sus redactores y editores.

Retrato anónimo de Francisco de Miranda (1806)

Permítanme hacer una pequeña digresión para mostrarles cuán encantadoramente honrado era Sánchez, y cómo podemos concluir sin temor que él quisiera que revisáramos y completáramos su bibliografía. Mi ejemplo se refiere a la expedición de Miranda, de 1806. A pesar de que haya tan cuidadosos estudios como el de Delencour, es casi imposible estar seguro de lo que aconteció a su malhadada expedición. ¿Tuvo Miranda muy mala suerte, o fue inexplicablemente lento? Mucho de lo que se ha escrito sobre sus preparativos para la expedición y su conducta es injusto, si no deliberadamente deformado, siendo los historiadores, como ustedes y yo sabemos, menos de fiar aun que los estadísticos. Por lo tanto los relatos testimoniales de cómo se comportó Miranda son de interés más que usual. Dejando a un lado el conocido libro de James Biggs -cuya segunda edición no está precisamente catalogada por Sánchez ni Palau- tengo en mi colección dos relatos de ciudadanos de los Estados Unidos de Norteamérica, quienes pretenden que se les enroló engañosamente en la expedición al aseguráseles que el Gobierno de los Estados Unidos respaldaba más o menos oficialmente a Miranda. Si les interesa a ustedes este problema político, me permito señalarles el hermoseante ilustrado libro de C. W. Janson, A Stranger in America, publicado en Londres en 1807, y que ilumina considerablemente las negociaciones de Miranda en Washington.

Volviendo a los dos libros escritos por los voluntarios estadounidenses John Sherman y Moses Smith, que zarparon con Miranda en el Leander y fueron hechos prisioneros y maltratados por los españoles: el libro de Sherman, A General Account of Miranda's Expedition, muestra a Miranda como un Comandante bastante bueno, mientras Smith, por su parte, dice que escribió su relato para poner las cosas en claro. Son éstos, pues, dos libros clave para recoger información directa sobre la expedición. ¿Y Sánchez, qué dice sobre ellos?

Después de dar el título, la fecha (1808) y el lugar de publicación (Nueva York), dice, refiriéndose al libro de Sherman: De tan rara obra no se ha podido consultar ningún volumen para su puntual descripción. Palau copia su anotación no de Sánchez sino de Sabin.

Sánchez también sabía que existía el libro de Smith, pero nunca había visto un ejemplar. Lo catalogó como sigue (n.º 785) Historia de las aventuras y sufrimientos de Moses Smith, durante cinco años de su vida; desde principios del año 1806, cuando fue traicionado en la Expedición Miranda, hasta junio de 1881, cuando fue absuelto en un juicio que duró tres años y medio. A los cuales se añade un bosquejo biográfico del General Miranda. Brooklin 1812. Añade luego esta nota: Existen otras ediciones de este libro; pero no se ha tenido a la vista ninguna para la redacción de presente nota. La descripción que da Sánchez no encaja con la de la edición de Brooklin, que no contiene ningún bosquejo biográfico de Miranda. Pero es, no obstante, la transcripción correcta de la portada de la edición publicada en Albany, Nueva York, en 1814. Tengo ejemplares de ambas ediciones, y no puedo decirles si existe otra más. Palau, para vergüenza suya, no registra el libro de Smith en ninguna edición.

El esbozo que de Miranda hace Smith añade gran interés a lo que él y Sherman dicen sobre aquel en el curso de su narrativa. Cuenta que era difícil lograr que Miranda hablase de sí mismo, que le gustaba posar como hombre misterio, pero que tenía el poder de levantar el entusiasmo de sus seguidores deleitándolos con historias de héroes, estadistas, patriotas, conquistadores y tiranos curas y profesores. No puedo resistir a la tentación de leerles un corto extracto de lo que Smith dice sobre Miranda como persona. Sube a cubierta envuelto en una bata roja y calzando zapatillas, y su fisonomía muestra que no es de nuestro país. Mide aproximadamente cinco pies diez pulgadas. Es de contextura corpulenta y activa. Tiene la tez obscura, colorada y saludable. Tiene buena dentadura, que mantiene limpia con gran esmero. La nariz es grande y elegante. Pecho ancho y prominente. Tiene fuertes patillas grises que crecen en los bordes exteriores de las orejas, tan grandes como las que la mayoría de españoles tienen en las mejillas... Duerme siempre unos momentos después de cenar y luego camina hasta la hora de acostarse, que, para él, es alrededor de la medianoche. Es un eminente ejemplo de sobriedad. Una comida escasa o mala no es nunca para él materia de queja. No usa bebidas ardientes; apenas vino. El agua endulzada es su bebida común. Dulzura y calor, dice él, son los dos más grandes atributos físicos; y el ácido y frío son los peores males físicos del universo.

Si tuviera tiempo me hubiera gustado comparar los relatos de Sherman y Smith para dejarles juzgar a ustedes cuál es el más valioso y preciso de los dos. Pero debo continuar.

Quisiera decir ahora unas palabras sobre dos aspectos algo descuidados de la historia de la revolución en Venezuela. Sus propios historiadores se han preocupado más, naturalmente, de los relatos escritos por el lado patriota que por aquellos escritos en nombre de los Realistas. Pero aquí estamos, en Caracas, en 1971, a punto de visitar el campo de batalla que puso fin a la dominación española de Venezuela. Los participantes de Latinoamérica y Gran Bretaña, que lucharon juntos en el lado vencedor. Vamos a tener el placer de la compañía de Ministros del Gobierno Español. Siguiendo este precedente, me permito señalarles algunos libros escritos por españoles sobre las causas y conducta de la revolución. La gran mayoría de este material se publicó en España, mucho de él en Cádiz, durante el período en que se desarrollaba la lucha por la independencia. Un par de libros y artículos interesantes también se publicaron en Londres en respuesta a la brillante propaganda que a favor de los Patriotas hicieron hombres como López Méndez, Andrés Bello y Blanco White.

Durante los años iniciales de la revolución los escritores españoles no entendieron los motivos básicos de los Patriotas. Parecen haber estado sinceramente perplejos ante una situación que veían salirse de cauce rápidamente. Sospecho que el Gobierno del Rey Fernando VII estaba dividido en cuanto a lo que debía hacerse. En todo caso, había un grupo que creía que si se ofrecía a las Colonias libre comercio con todas las naciones, se someterían de nuevo a la dominación de la monarquía española. Esta gente no alcanzaba a darse cuenta de que, si bien las restricciones impuestas al comercio habían sido una grave injusticia, no eran en modo alguno la razón de ser de la revolución. El empeño de los patriotas de continuar la lucha hasta el fin nacía del amor a la libertad del individuo y de la patria; la misma pasión que había inspirado a las Colonias norteamericanas a romper con Inglaterra, y a Inglaterra a derrotar a Napoleón. Los españoles acababan justamente de luchar con la mayor bravura para sacar a los franceses de su propio territorio, pero nunca aplicaron este mismo amor a la independencia a su modo de ver el futuro de sus tan lejanas Colonias de América. Los españoles, como puede decirlo cualquier inglés, son la gente más consistentemente atractiva de Europa. Tenían su buena presencia, su estilo y su valor, pero cuando un imperio colonial da señales de descomposición lo que se requiere es habilidad política. En el caso que nos ocupa, esta habilidad faltaba predecible y conspicuamente. En el más ponderado de los libros españoles sobre este tema, el autor comprende que de nada serviría ofrecer libre comercio a cambio de la sumisión a Madrid. Pero -y he aquí lo desastroso- los españoles no hicieron ningún intento para hallar alguna otra forma de arreglo político, a no ser que llamemos hábil enfoque de un arreglo al Armisticio de 1820. Pensando únicamente en términos militares llegó a obsesionarles la piratería en el mar, que no era cosa nueva y había obstaculizado el comercio durante años. Una y otra, y otra vez se quejaban de barcos piratas disfrazados, que enarbolaban una variedad de banderas nacionales. Cuando la suerte les sonreía, estos barcos se detenían y apoderaban de la carga o del propio barco, fuera de quien fuera, pero parece indudable que la mayoría de ellos simpatizaba con los Patriotas, y fueron muy perjudiciales para la autoridad de España. Algunos comentaristas Realistas midieron esta situación y concluyeron que, de no reforzarse rápida y substancialmente la Marina Española, los Patriotas estaban destinados a triunfar. Pero es increíble que quienes aceptaban este punto de vista no se dieran cuenta también de que el gobierno de Madrid no tenía ni la voluntad ni el dinero para vigorizar la Marina hasta el punto necesario. Por consiguiente, se cerró el único camino de reconquistar las colonias, de modo que si los ministros españoles hubieran tenido alguna habilidad política, hubieran buscado un arreglo político.

Con referencia a toda esta controversia, un libro en particular, que no aparece en las bibliografías, merece la atención de ustedes. El título reza así: Observaciones sobre el estado presente de la América Española; y sobre el modo más eficaz de terminar las conmociones de ella. Por un español, amante de su Patria. Publicado en Londres por E. Wilson, en 1817.

Retrato de Andrés Bello por Raymond Quinsac Monvoisin (1844)

El autor es desconocido. Debe de haber sido muy inteligente, y me agrada imaginar que discutió su libro con Andrés Bello. Y es probable que así haya sido. Esa gran autoridad sobre Bello que es Su Excelencia el Presidente de Venezuela, creo que nos diría que Bello mantenía contacto con los españoles en Londres y estaba siempre deseoso de oír los dos lados de una controversia.

Otros libros publicados en España muestran cuán mal equipadas estaban las tropas Realistas, y cuán difícil era mantener las rutas de suministro a las guarniciones de Venezuela. Me pregunto si alguien habrá escrito algo sobre la escasez de municiones, en ambos lados, durante la mayor parte de la Revolución. En un momento determinado, Bolívar ofrecía un real por cada bala de cañón recogida, al modo del golfista cuidadoso que da una propina a su caddy para que encuentre las pelotas perdidas en la maleza. Me pregunto también si la batalla de Junín se habría librado sin dispararse un tiro si cada uno de los hombres de caballería hubiera tenido un par de pistolas cargadas en su silla.

Quiero darles ahora un ejemplo de los relatos españoles sobre las condiciones de vida en Venezuela cuando el polvo de la batalla empezó a posarse. ¿Le es conocido el nombre de don Pedro Tomás de Córdoba? Este caballero se identifica como Secretario del Gobierno Español. Debe de haber sido un funcionario de algún Gobierno Español. Debe de haber sido un funcionario de alguna importancia pues fue Secretario Honorario de la isla de Puerto Rico durante una serie de años. Allí publicó, en 1831, el primero de sus seis tomos de memorias1. Los tres primeros versan exclusivamente sobre Puerto Rico, y si miré los otros tres fue por casualidad. En cada uno encontré informes de inteligencia sobre la situación en Venezuela, e imagínense mi sorpresa al leer que el autor de estos informes era el tristemente famoso Coronel George Flinter. Ustedes recordarán con disgusto el primer libro de Flinter, A History of the Revolution in Caracas, publicado en Londres en 1819. Este relato es venenosamente hostil a Bolívar, y se dice que éste dio órdenes a sus agentes de Londres de comprar y destruir todos los ejemplares que pudieran conseguir. No sé si esto se hizo o no, pero lo cierto es que el libro de Flinter es actualmente muy difícil de encontrar. Poco después de 1819 Flinter se separó del servicio británico y entró al servicio de España, con su cuartel general en Puerto Rico, durante la época en que don Pedro de Córdoba era Secretario General.

Como es de suponer, los informes de este agente sobre los acontecimientos de Venezuela están fuertemente parcializados en contra de la nueva República, pero es muy interesante ver cuán agotado estaba el país después de una Guerra Civil tan terrible. Tenemos que intentar comprender la extensión de las dificultades internas que los triunfadores de Carabobo tuvieron que confrontar para poderles dar suficiente crédito por lo que lograron.

Otro grupo de libros dignos de coleccionarse son aquellos en que se hace referencia directa al propio Bolívar. Se pensaría que todos estos testimonios deberían de ser bien conocidos, y sin embargo, algunos son casi desconocidos porque sus autores sólo visitaron a Venezuela o el Perú incidentalmente, durante una vida de aventuras en distintas partes del mundo. El resultado es que los títulos de estos libros de memorias no dan ninguna indicación de que contienen pasajes referentes a Bolívar. Estoy seguro de que los miembros de esta Academia conocerán ya los relatos de primera mano sobre el Libertador, su aspecto, su modo de hablar, su manera de disciplinar las tropas y la clase de hombres que lo rodeaban, dados por Alexander Alexander, soldado de muchas campañas; por Mr. Thompson, el maestro de Lima; y por el Reverendo Hugh Salven, tutor de los niños del Comodoro Maling. Maling, como ustedes recordarán, estaba constantemente en contacto con Bolívar, y a petición de éste intentó, después de la batalla de Ayacucho, convencer al General Rodil de que entregase la fortaleza de El Callao. Es probable que ustedes hayan visto estos tres libros, pero quizá no conozcan el más interesante de todos, que es obra del Teniente W. Bowers, de la Real Marina Británica. Este libro se publicó en Londres en 1833 bajo el anodino título de Naval Adventures during Thirty-Five Years' Service (Aventuras navales durante treinta y cinco años de servicio). Bowers nació en Liverpool en 1784 y se hizo a la mar a la edad de once años. Después de servir en la Marina se convirtió en capitán por contrata de navíos de cualquier rumbo, pero muy frecuentemente con el de la costa oeste de América. Siempre estaba en dificultades. Se le engañó en tierra y capturó en la mar. Los españoles lo encerraron en la fortaleza de El Callao, de la cual hizo una huida escalofriante en 1806. No conoció a Bolívar hasta mucho más tarde, cuando le pidió a O'Leary que le concertara una entrevista con el fin de poder reclamar el pago de un barco que había vendido a la Marina Colombiana. Su relato de la conversación que sostuvo con Bolívar es muy divertido. Después de un mal comienzo logró poner al gran hombre de buen humor, y terminó en posesión de una carta personal dirigida a Santander, en la cual se recomendaba el pago que reclamaba. Se encontró con Bolívar dos o tres veces más y, al igual que otros testigos británicos, quedó muy impresionado por la capacidad del Libertador para bailar todo la noche, y hacerlo excelentemente bien, y por sus arranques, como el de subirse de un salto en la mesa de cenar y pronunciar un discurso del más alto brillo oratorio. Se podría hacer un librito muy agradable reuniendo todos los testimonios sobre Bolívar que se encuentran en los escritos de extranjeros que lo conocieron ya sea por negocio o casualmente.

Espero haberles dado una idea del placer que derivo de mi colección de libros sobre Venezuela. Cada año se hace más difícil encontrar material contemporáneo relacionado con Bolívar y la Revolución. Un joven que empezase a coleccionar hoy no podría reunir la amplia biblioteca que he tenido la suerte de formar. Pero no tiene por qué desalentarse. Lo fascinante del mercado de libros antiguos es que siempre aparece algo desconocido en alguna parte.

El mes que viene tendré el privilegio y el gusto de develar una placa en la casa londinense donde vivió Bolívar. Gracias a los esfuerzos combinados del Instituto de Estudios Históricos Mirandino, el Embajador de Venezuela en Londres y mi colega el Ministro de la Vivienda, la casa de Miranda en Londres también ha sido salvada de la demolición en la propia raya. De modo que, en el espacio de un año, estaremos rindiendo honores tanto al Precursor como al Libertador, de un modo que mantendrá vivo su recuerdo en Londres para las generaciones venideras.

Mi esperanza es la de que algún día, alguien nos dé un libro sobre Bolívar del cual podamos decir: «¡Por fin tenemos un retrato satisfactorio!». No sería otra biografía cronológica, sino una obra maestra del arte, un gran cuadro de los que hubiera pintado Rembrandt, sacándole al hombre todo lo que lleva por dentro. Supongo que este libro sólo podría escribirlo alguien que conociera de cabo a rabo a Shakespeare y Racine, y que pudiera imaginar, aunque no los hubiera experimentado en carne propia, el delirio y las decepciones del poder supremo. Semejante autor podría hacer justicia al genio de Bolívar y darnos un retrato total del más grande hombre que haya aparecido en la escena de la historia latinoamericana; un hombre que nos mostró cómo la naturaleza humana puede trascenderse a sí misma y, al mismo tiempo, cuán trágicamente está limitada por la brevedad de la vida y las circunstancias de la época.

1. Memorias geográficas, históricas, económicas y estadísticas de la isla de Puerto Rico, Puerto Rico, en la oficina del Gobierno a cargo de don Valerino de Sanmillán, seis tomos, 4.º, 1831-1833.

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