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691

Cf., t. I, págs. 379-381.

 

692

BAE, t. LXIII, pág. 212.

 

693

Ibid. págs. 77 a 82, cartas de 18 de octubre de 1777, 2 de enero de 1778, 14 de agosto de 1778.

 

694

«La création du monde, oratorio entrois parties, traduit de Fallemand, mis en vers français par Joseph-A. Ségur, Musique d'Haydn, arrangée pour le piano et exécuté au théâtre des Arts, 13 nivôse an IX (en realidad el 3), precio 24 fr. a Paris, chez M.lle Erard, rue du Mail, n., 37; à Lyon, chz Garnier, place de la comédie» (autógrafo de Meléndez).

 

695

Seguimos muy de cerca en este resumen a H. E. JACOB: Haydn, son époque, son art, sa gloire, París, ed. Correa, 1950, páginas 234 y ss. Como prueba de la resonancia de este «estreno», se hizo diseñar por Gatteaux una medalla que llevaba esta inscripción: «Los artistas franceses reunidos en el teatro de las Artes para escuchar la inmortal. obra de la Creación del Mundo, compuesta por el célebre Haydn, penetrados por una justa admiración, le suplican reciba aquí el homenaje del respeto y del entusiasmo que les ha inspirado y la medalla que han acuñado en su honor» (Ibid.).

 

696

«Haydn había traído consigo de un viaje a Londres un pequeño volumen, que contenía, en forma de diálogo, una historia de la creación, inspirada en el Paraíso perdido, de Milton, y redactada por un tal Luidley; Haydn entregó el libreto a Gottfreid von Surieten, bibliotecario de la corte de Austria, quien lo tradujo al alemán y lo adaptó al gusto de la época; él mismo aconsejó frecuentemente al compositor durante la elaboración de su obra» (Ibid.). Este texto se inspira muy de cerca en el canto VII de Milton.

 

697

BAE, t. LXIII, págs. 230-231, oda filosófica XVIII.

 

698

Estamos muy lejos de las observaciones abstractas sobre la belleza de Eva en los cantos IV y VIII del poema inglés. El enternecimiento del primer hombre ante su compañera nos parece indiscutiblemente menos poético en Milton: «... I now see I bone of my bone, flesh of my flesh...» (ed. cit., París, 1838, pág. 350).

 

699

En Milton, la profecía de San Miguel, que revela a Adán el misterio de la Redención, adquiere un tono claramente protestante y termina con una violenta diatriba antipapista. La emprende con los «lobos crueles que harán que los sagrados misterios del cielo sirvan para sus viles designios de codicia y de ambición y corromperán, mediante supersticiones y tradiciones engañosas, esta verdad que no fue depositada más que en los libros sagrados». Lanza invectivas contra la infalibilidad pontificia, las persecuciones religiosas y las pompas exteriores y formales del culto.

 

700

Hacia esta época, Meléndez experimentó en su retiro una viva satisfacción al comprobar que la minoría intelectual de su país no lo olvidaba. Quintana, reconociendo que el exiliado había tenido en otro tiempo «un cuidado casi paternal por su educación, que le había dado las primeras lecciones de buen gusto e inspirado esta viva inclinación por la poesía... que ha conservado hasta hoy», le dedica los tres volúmenes de sus Poesías Selectas Castellanas. En la dedicatoria, fechada en 15 de octubre de 1807, rinde homenaje, no solamente al talento poético, sino también a las cualidades humanas de su maestro: «¿Y dónde, pregunto yo a mi vez, estará mejor el nombre de Meléndez, que al frente de unas poesías que él ha sabido tan diestramente imitar, y tan freqüentemente vencer? ¿A quién dedicarse mejor las obras de nuestros líricos antiguos, que al primero de los líricos modernos; al que ha dexado tantos modelos de perfección, y al que tiene viviendo la satisfacción de ser citado y reputado como un clásico dentro y fuera de su país? Estos motivos ya no son particulares a mí sólo; son comunes a quantos aman y honran las Musas españolas; y todos aprobarán, creo yo, el homenaje que hago aquí, no sólo al eminente poeta, sino al hombre amable y bueno que ha sido amigo, hermano, elogiador de todos sus compañeros en el arte, y jamás se ha mostrado detractor e envidioso de ninguno» (dedicatoria reproducida en el t. I del Tesoro del Parnaso Español, Perpiñán, Alzine, 1817, y de las Poesías Selectas Españolas, 2.ª ed., Madrid, 1829-1830, 4 vols.; el último volumen, añadido entonces, está dedicado a Meléndez y a los poetas de su generación.