Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Sobre el amor en Rosalía de Castro y sobre la destrucción de ciertas cartas

Marina Mayoral Díaz





Se necesitan cada vez con mayor urgencia documentos que vengan a poner fin a las gratuitas teorías que se multiplican en torno a Rosalía de Castro. Cuando un poeta se ha convertido ya en un mito, es necesario apresurarse a aclarar aquellos puntos erróneos u oscuros de su biografía; so pena de que pasada la época de los misticismos Rosalía se vuelva a convertir en la perfecta desconocida que ha sido hasta hace muy poco tiempo. No es sólo que haya teorías contradictorias sobre su obra, lo que sería algo perfectamente admisible dada su complejidad, es que tales teorías se apoyan en unos supuestos tan endebles que cualquier base documental puede echarlas abajo.

En los estudiosos de Rosalía que no han tenido acceso a los escasos documentos conservados (o conocidos) las controversias son casi ridículas. (que no conocen los documentos de primera mano se ve clarísimo en que todas sus afirmaciones están basadas en la lectura de las obras de Rosalía -y ni siquiera en primeras ediciones-, y en que citan continuamente a los otros, a los privilegiados de que luego hablaremos). Javier Costa Clavell1 se burla de la opinión de Elvira Martín2, cuando ésta dice: «Su venida al mundo era un castigo de Dios. Nació sin derecho a la vida; no había lugar para ella, y hasta en el claustro materno se le negó espacio para desarrollarse. Allí sintió ya en su organismo, en formación, la opresión del implacable corsé del disimulo...». María Antonia Nogales de Muñiz3 critica la opinión de Sister Mary Pierre Tirrell4 sobre la interpretación del nacimiento de Rosalía. Y, en fin, a mí me parece que cuando María Antonia Nogales afirma que los dos temas dominantes en la obra de Rosalía son el amor desgraciado y la denuncia social5, se equivoca justo en un cincuenta por ciento. De todos los investigadores «indocumentados» el que ha abierto un camino que parece de mayor interés es Rof Carballo: basándose en el anómalo nacimiento de Rosalía ha sacado las posibles consecuencias que tuvo en su personalidad y en su obra, la falta de una imago paterna.

He citado esos nombres a título de muestra de tantos otros que trabajan exclusivamente o casi exclusivamente sobre las obras de Rosalía de Castro. Pero ¿qué sucederá con tanto estudio interpretativo y estilístico el día que salgan a la luz los epistolarios y los manuscritos, el día en que los que todavía pueden decir algo sobre su familia paterna se decidan a hablar?

También a título de muestra citaré entre los «documentados» a Victoriano García Martí, que, sin duda, por publicar las obras completas de la autora tuvo que mantener relación con la familia; a Juan Naya Pérez; amigo íntimo de la familia Murguía, que publicó algunas poesías inéditas y varias cartas; a Fermín Bouza-Brey, que posee un importante epistolario de Rosalía; a Carballo Calero, que, hoy por hoy, presenta el mejor estudio existente sobre la poetisa gallega. De todos ellos, el que más ha contribuido a esclarecer la figura de Rosalía es este último. Carballo Calero ha puesto en tela de juicio la pretendida religiosidad de Rosalía y la dulzura de su carácter. Y es que tan importante como el documento es el uso y la interpretación que se le dé. García Martí interrumpe una carta de Rosalía con estas palabras: «esto que sigue es puramente personal y sin valor. Habla de cosas familiares, sin importancia para el curioso»6. Naya Pérez sigue hablando de la dulzura angélica de Rosalía a la vista de unos textos que le han servido a Carballo Calero para descubrir el carácter «difícil» de nuestra poetisa. Antes de pasar a comentar las cartas a su marido, pongamos un ejemplo de cómo la devoción mítica puede nublar la interpretación del texto más claro:

Naya Pérez reproduce una carta de don Celestino Vidal a Murguía, en la cual le da cuenta de la intervención de su esposa ante un importante funcionario del Ministerio de Fomento. Se trataba de defender a su esposo de las acusaciones de un tercero. La carta dice así:

Rosalía se ha explicado acerca de este individuo con una claridad de calificaciones y un juicio detallado respecto de sus mañas y cualidades [los subrayados son míos] que les ha hecho efecto a Picatoste y Bañares, en términos que este último ha negado rotundamente, que le conoce...


Naya Pérez comenta: «A la vista de tal carta parece adivinarse el habla cantarina y persuasiva de la poetisa; la suavidad infinita que prestaba a sus palabras, la dulzura angélica (este subrayado también es mío) y la convención que llevaría a todos los ánimos»7. De que era persuasiva no cabe duda, pero que fuese dulzura angélica lo que empleó para hablar del «individuo» en cuestión, parece un tanto exagerado.

Los fragmentos y cartas completas de Rosalía a su marido echan por tierra, como muy bien indica Carballo Calero, la imagen «da santiña». Rosalía en algunas de ellas no se nos aparece sólo como un temperamento rebelde y apasionado, sino que a veces queda claro a su deseo de herir a la «persona que más se quiere en el mundo»; parecen revelar un resentimiento, una insatisfacción que pueden ser producto de su espíritu, siempre inquieto y ansioso, pero que quizá sean indicio de algo, de lo que siempre se ha hablado como rumor, pero acerca de lo cual nadie ha sabido o se ha atrevido a descorrer el velo: las posibles desavenencias entre Rosalía y su marido.

De las cartas publicadas por Naya Pérez entresaco algunos párrafos:

No debía escribirte hoy, pues tú que me dices lo haga yo todos los días, escaseas las tuyas cuanto puedes ... te perdono sin embargo, aunque sé que no tendrías hoy otro motivo para no escribirme que el de algún paseíto con Indalecio, u otra cosa parecida.


Parece que los deseos de molestar son evidentes, y la misma Rosalía lo reconoce así: «tú ya sabes que cuando estoy en forma me pongo de un humor del diablo», lo cual no le impide continuar la carta en el mismo tono malhumorado. Pero más significativos respecto a las posibles dificultades del matrimonio nos parece el siguiente párrafo de otra carta:

Estando lejos de ti vuelvo a recobrar fácilmente la aspereza de mi carácter que tú templas admirablemente, y eso que a veces me haces rabiar, como sucede cuando te da por estar fuera de casa desde que amanece hasta que te vas a la cama, lo mismo que si en tu casa te mortificasen con cilicios. Entonces, lo confieso, me pongo triste en mi interior y hago reflexiones harto filosóficas respecto a las realidades de los maridos y a la inestabilidad de los sentimientos humanos. Pero a pesar de todo te quiero mucho y te perdono todo fácilmente, hasta que me digas que te gustan otras mujeres, lo cual es mucho hacer. Necesito, pues, estar a tu lado...


Por todas las cartas y fragmentos conservados parece evidente que Rosalía necesita a su marido, y que, al menos durante cierto tiempo, el amor fue una importante realidad en su vida.

La pregunta que se nos plantea, llegados a este punto, es ¿por qué Murguía destruyó antes de morir las cartas que su esposa le había dirigido a lo largo de años? En una nota que publica Naya Pérez en el libro citado, el propio Murguía nos da una explicación:

Siempre he creído que entrar la ajena curiosidad en los secretos de la vida de las que honraron su país con sus obras bajo el pretexto de conocer la vida interior de los infortunados, es casi un pecado mortal. ¿Para qué se necesita saber lo que debe callarse cuando ni se relaciona ni importa con su obra?


Y añade más adelante (corto para evitar las repeticiones de la retórica de Murguía):

(...) mas si se quiere penetrar en lo interior de las vidas (...) hágase, pero teniendo en cuenta la exactitud de los hechos (...) para penetrar en la vida de quienes si se les preguntara por sus interioridades, dirían seguramente: Cuando yo no quiero recordar ni mis horas de felicidad ni las de mis angustias, menos deseo que ni unas ni otras se hagan públicas, porque nadie tiene derecho a tanto8.


Hay, por tanto, en la vida de Rosalía cosas que deben callarse, «horas de felicidad y de angustia» que no deben hacerse públicas.

El mismo Murguía aludió a muchos de los dolores que padeció Rosalía y a sus desdichas: la muerte de su madre, la de sus hijos, sus enfermedades continuadas, incluso aludió a su nacimiento irregular, cuando dice en Los precursores: «parecía llevar en su corazón los secretos terrores que sintió su madre todo el tiempo que la tuvo en sus entrañas». Teniendo en cuenta todo esto, no podemos por menos que preguntarnos ¿cuáles son esas angustias de su mujer que tan celosamente vela Murguía? ¿Cuáles son esas cosas que deben callarse?

Poco antes de morir, en una de las últimas notas conservadas, de su puño y letra (también reproducida por Naya Pérez, p. 19), dice Murguía:

Como ya se acercan los días de la muerte, he empezado por leer y romper las cartas de aquella que tanto amé en este mundo. Fui leyéndolas y renovándose en mi corazón alegrías, tristezas, esperanzas, desengaños... Verdaderamente la vejez es un misterio, una cosa sin nombre, cuando he podido leer aquellas cartas que me hablaban de mis días pasados, sin que ni mi corazón ni mis ojos sangraran. ¿Para qué? parece que me decían. Si hemos de vernos pronto, ya hablaremos en el más allá.


A mí esas palabras finales me recuerdan aquella rima de Bécquer (no hay que olvidar que habían sido amigos), que termina diciendo:


allí, donde el sepulcro que se cierra
      abre una eternidad...
¡todo cuanto los dos hemos callado
      lo tenemos que hablar!


Y recuerdan también aquellas palabras entrañables de Miguel Hernández al amigo muerto:


A las aladas almas de la rosa
del almendro de nata te requiero
que tenemos que hablar de muchas cosas
compañero del alma, compañero.


En definitiva, cosas que sucedieron y que no debían haber sucedido; palabras, ausencias, desvíos que hay que justificar, que hay que aclarar, que hay quizá que hacerse perdonar...

A Murguía tenemos que agradecerle el apoyo que desde el primer momento prestó a Rosalía; sin él, es muy posible que muchas de sus obras no se hubieran publicado, incluso que no hubieran sido escritas. Pero también es cierto que al destruir su correspondencia nos privó de conocer -y de esto él fue consciente- un aspecto muy importante de su personalidad. Leamos la continuación del texto que venimos citando:

Pero si las leí sin que mi alma se anonadase en su pena, no fue sin que el corazón que había escrito las líneas que acababa de leer, se me presentase tal como fue, tal cual nadie es capaz de presumir.


Esto por lo que respecta a las cartas de Rosalía. ¿Y las de su esposo a ella? ¿Se encontraban acaso entre los papeles destruidos por sus hijas Alejandra y Aurea a ruegos de la misma Rosalía poco antes de morir? ¿Hay algún testimonio «desinteresado» de que lo que se quemó fueran sólo obras de fantasía que la autora no juzgó dignas de ser publicadas? ¿Por qué consintió su marido esa destrucción? Pero todavía hay algo más que añadir, Murguía estuvo convencido desde muy pronto de la trascendental importancia que como poetisa iba a tener su mujer; Murguía era historiador, y como tal no podía despreciar el valor que para el conocimiento de una personalidad tienen sus cartas; y, por último, Murguía vivió hasta una época en la cual para interpretar la obra de un poeta se juzgaba de capital importancia el conocimiento de los hechos biográficos. Con todo esto, ¿no resultan incomprensibles, o mejor dicho extrañísima, esa medieval inmolación de documentos?

Ante la carencia de documentos nos atrevemos a lanzar una más de las antes denotadas «teorías indocumentadas». Para ello hay que hacer historia:

Rosalía, como ya dijo Rof Carballo9, carece de imago paterna. Ello va a ser, por lo menos, una de las causas que explican su inquietud, su ansia de otra cosa, su búsqueda de algo indefinible. Rosalía carece también de madre en sus primeros años (aunque no de imago materna, pues este papel puede desempeñarlo cualquier persona que se ocupe con cariño del ser infantil. También cabe la posibilidad de que un cambio frecuente o la multiplicidad de las personas que se ocupaban de ella creara complicaciones en la formación de esa imago materna, con el consiguiente incremento del desequilibrio). No sabemos la fecha exacta en que su madre se hizo cargo de ella, pero parece ser que Rosalía había dejado ya de ser niña, al menos en el sentido fisiológico. Sabemos que a los once años Rosalía escribió sus primeros versos y había entrado ya en la pubertad.

El extraordinario cariño que Rosalía demuestra a su madre puede parecer exagerado al que conozca los datos de su biografía: la niña no pasa a la inclusa por hacerse cargo de ella la familia paterna, la madre se desentiende de ella durante los primeros años, no asiste a su boda (de esto último ignoramos los motivos)... Sin embargo, el cariño apasionado de las hijas naturales hacia su madre es un hecho fácilmente comprobable en la realidad cotidiana. Y el de Rosalía no deja lugar a dudas. En el subconsciente de Rosalía debió haber, además, una gran admiración por su padre. Me explico: educada durante sus primeros años por doña Teresa Martínez Viojo, hermana de su padre, es inevitable que la niña oyese hablar -y suponemos que no mal- del hermano ausente. Estos recuerdos infantiles, unidos a las inevitables sospechas y rumores que debieron llegar lo más tarde, cristalizarían en la idealizada figura del padre, cuya ausencia llora Rosalía encubiertamente en algún poema de juventud10.

Pues bien, enunciado esto, la teoría a la que nos referíamos es la siguiente:

Rosalía siente desde muy pronto la vivencia de la soledad y de la angustia. Citemos, a falta de otros testimonios, algunos de sus primeros versos publicados:


Y buscando un apoyo, una caricia,
el eco «soledad» me respondió...


(Obras completas, p. 221.)                



Qué es este miedo aterrador que siento
y esta congoja inalterable y fría...


(Obras completas, p. 223.)                


Para evadirse de estas penosas vivencias, Rosalía concentra su deseo y su necesidad de compañía y de cariño en dos personas: su madre y su marido. Su madre muere en 1861, cuando Rosalía tiene veinticuatro años. Lleva tres años de matrimonio y hace ya dos que en la dedicatoria de La hija del mar ha escrito: «A Manuel Murguía. A ti, que eres la persona a quien más amo, te dedico este libro, cariñoso recuerdo de algunos días de felicidad, que como yo querrás recordar siempre.»

Si juzgamos por los versos de Rosalía, hay algo de lo que no cabe duda, el amor pudo aparecer ante sus ojos como el objeto capaz de saciar el ansia que sentía en su espíritu. Pero pronto esa ilusión se desvanece. En Cantares gallegos oímos ya:


Q'os amores xa fuxiron
as soedades viñeron...
de pena me consumiron.


(Obras completas, p. 229.)                


En Follas Novas, escrito, según nos dice Murguía, entre 1870 y 1971, en Simancas (aunque publicado en 1880), encontramos numerosos ejemplos de ese vagabundaje espiritual de que habló Rof Carballo11; hay una inquietud sin objeto, una búsqueda de algo inalcanzable, una ansia que nada puede saciar. Citemos sólo algunos ejemplos:


Xa nin rencor, nin desprezo,
xa nin temor de mudanzas
tan se un-ha sede... un-ha sede,
d'un non sei qué, que me mata.


(Obras completas, p. 426.)                



N'acouge cun-ha inquietude
que non me deiza vivir,
quero, e non sei o que quero,
qu'é todo igual para min.


(Obras completas, p. 542.)                


Este mismo sentimiento, vivido cada vez de forma más desgarradoramente lúcida, lo encontramos en su última obra:


Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en, el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco, pero es algo
que perdí no sé cuándo y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.


(Obras completas, p. 627.)                


Hay un momento que no podemos situar con exactitud, pero cuyos frutos vemos ya en Follas Novas, en el cual Rosalía se hace consciente de que el objeto de su inquietud, su dolor más hondo, no lo puede curar el amor, ni la compañía, ni la tierra tan añorada:


Alguns din: ¡miña terra!
Din outros: ¡meu cariño!
Y este: ¡miñas lembranzas!
Y aquel: ¡os meus amigos!
Todos sospiran, todos,
por algún ben perdido.
Eu so non digo nada,
Eu so nunca sospiro
qu'o meu corpo de terra
y o meu cansado esprito
adondequer qué eu vaya
van conmigo.


(Obras completas, p. 423.)                


En este clima va a desarrollarse todo su último libro: no hay en él resignación ni justificación; sólo la amarga aceptación de un destino de radical y absoluta soledad. El primer poema de la primera edición de En las orillas del Sar acaba así:


Ya que de la esperanza para la vida mía
triste y descolorido ha llegado el ocaso
a mi morada oscura, desmantelada y fría
      tornemos paso a paso
porque con su alegría no aumente mi amargura
      la blanca luz del día.
Contenta, el negro nido busca el ave agorera;
bien reposa la fiera en el antro escondido
en su sepulcro, el muerto; el triste, en el olvido
y mi alma en su desierto.


(Obras completas, p. 581.)                


Llegados a este punto podemos preguntarnos: está evolución hacia una progresiva vivencia de la soledad ¿era inevitable o hubo circunstancias que la favorecieron? Quiero decir: dado el carácter de Rosalía, ¿el amor no bastó para colmar su vida, o hubo fallos concretos en ese amor que contribuyeron a sumergirla en su soledad?

Para contestar a esta pregunta tenemos que releer una vez más los versos de nuestro poeta. Pero podemos adelantar una afirmación que no pondrá en duda ningún lector asiduo y atento de Rosalía: esta mujer, de tan extraordinaria sensibilidad, no ha sido nunca un gran poeta amoroso. Su mejor poema de amor: «Tecín soya a miña tea» (Follas Novas, Obras completas, p. 536) es fundamentalmente un poema de soledad. Comparándolo con una cantiga de amigo, a la que se parece bastante (en ambas una mujer recuerda al amado ausente), sobre todo al final («anduriña que pasache / con él ás ondas d'o mar / anduriña, voa, voa / ven e dime en ond'está». Obsérvese el parecido con la cantiga de Martín Codax: «Ondas do mar de Vigo / se sabedes novas do meu amigo»...) se aprecia la diferencia entre la auténtica canción de la enamorada que rebosa de amor por el ausente y el sentimiento de honda soledad que respira el poema de Rosalía.

En La flor no puede hablarse de poemas de amor: hay leyendas, narraciones, historias sentimentales con todos los tópicos del Romanticismo menos profundo. El único poema de carácter amoroso que puede considerarse autobiográfico -el titulado «Un recuerdo»-, he señalado ya en otro lugar que se trata muy probablemente de un «recuerdo encubridor» de algo muy distinto.

En Cantares gallegos abundan los poemas de temática amorosa: unos llenos de gracia y picardía, otros que recogen el despecho o la tristeza del amante desdeñado u olvidado. Pero en ninguno notamos esa vibración íntima, que en «Airiños, airiños, aires» o en «Campanas de Bastabales» nos indica que Rosalía no está sólo glosando unos cantares populares, interpretando el sentir de un pueblo, sino que en ellos está poniendo su propia intimidad. Y es precisamente en «Campanas de Bastabales» donde encontramos la primera alusión, ya citada, a los amores idos.

Hay que hacer una aclaración: Rosalía tenía una especial capacidad para identificarse con el dolor ajeno. Múltiples anécdotas y sus mismas palabras nos dan prueba de ello: «Por eso iñoro o que haxa n'o meu libro d'os propios pesares, ou d'os alleos, aunque ben podo telos todos por meus, pois os acostumados a desgracia, chegan a contar por suas as que afrixen os demais»12. Una de las personas con quien Rosalía se identifica indudablemente es con su madre, y muchos de sus poemas amorosos (de amor desgraciado) surgen de esta identificación. Creo que deben interpretarse así todos aquellos en los que habla de un amor «que mancha», que envilece. Citemos sólo como ejemplo algunas estrofas de algunos poemas de este tipo:



Por montes e campias
caniños e expranadas
vei un-ha pomba soya
soya de rama en rama.

Trai manchada-las prumas
qu'eran un tempo brancas;
tras murchas e rastreiras
y abatida-las alas.

¡Ay probe pomba, un tempo
tan querida e tan branca!,
¿onde vai e teu brilo?...
¿O teu amor end'anda?


(Follas Novas, Obras completas, p. 469.)                



Fue cielo de su espíritu, fue sueño de sus sueños,
y vida de su vida, y aliento de su aliento;
y fue, desde que rota cayó la venda al suelo,
algo que mata el alma y que envilece el cuerpo.


(En las orillas del Sar, Obras completas, p. 611.)                



Sed de amores tenía, y dejaste
que la apagase en tu boca,
¡piadosa samaritana!
Y te encontraste sin honra,
ignorando que hay labios que secan
y manchan cuanto tocan.


(En las orillas del Sar, Obras completas, p. 652.)                


Pero junto al desprecio que le inspira ese amor, es patente también en estos poemas la compasión por la mujer deshonrada y su intento por comprenderla; veámoslo en un ejemplo de En las orillas del Sar:


¡Ah! Cuando amaba el bien, ¿cómo así pudo
hacer traición a su virtud sin mancha,
malgastar las riquezas de su espíritu,
vender su cuerpo, condenar su alma?
Es que en medio del vaso corrompido
donde su sed ardiente se apagaba
de un amor inmortal los leves átomos,
sin mancharse, en la atmósfera flotaban.


(Obras completas, p. 590.)                


Aparte de estos poemas encontramos otros en los que podríamos afirmar que Rosalía está expresando su propia experiencia amorosa. Tengo que hacer necesariamente una selección de estos poemas, «autobiográficos», so pena de convertir este estudio en una antología.

Es difícil apreciar este carácter íntimo en los versos de Cantares gallegos, porque en casi todos la glosa se ajusta perfectamente al cantar o refrán popular, y los sentimientos expresados podemos pensar que estaban en cierto modo latentes en la breve estrofilla popular y que Rosalía lo desarrolló. Pero en algunos de ellos encontramos indicios de que el poeta no ha reproducido el sentir del pueblo, sino que ha añadido a él unas notas típicamente suyas. Pongamos algún ejemplo de estos versos. Uno de los cantares dice:


O meu corazón che mando
c'unha chave par'a o abrir
nin eu teño mais que darche
nin tí mais que me pedir.


Rosalía comienza así el poema que desarrolla esa estrofa:


Nasín cando as prantas nacen
no mes das froles nacen
nunha alborada mainiña
nunha alborada d'abril.
Por eso me chaman Rosa,
mais a do triste sorrir.


(Obras completas, p. 274.)                


(Rosalía firmaba Rosa en casi todas las cartas a su marido, y así la llamaba éste.) Esta «Rosa do triste sorrir» no encaja con la joven nacida bajo tan buenos auspicios del poema -alborada en calma, mes de las flores- y más me parece un retrato de la autora que hace suyos así los versos populares.

Algo parecido observamos en el cantar XXII:


Mais ó que ben quixo un dia
si a querer ten afición,
sempre lle queda unha mágea
dentro de seu corazón.


Observemos la naturaleza típicamente rosaliana de esa «mágea»:


Eu ben sei d'esos secretos
que s'esconden nas entrañas,
que rebelen sempre inquietos,
baixo mil formas extrañas.


Ejemplos más claros de poesía amorosa encontramos en Follas Novas:


Cando' era tempo d'inverno
pensaba en dond'estarias
cand'era tempo de sol
pensaba en dond'andarias.
¡Agora... tan soyo penso
meu ben, si m'olvidarias!


(Obras completas, p. 428.)                


Este poema parece responder a sentimientos muy parecidos a los de la carta que hemos reproducido anteriormente: añoranza del amado, duda de la constancia de sus sentimientos...

Si en Cantares gallegos encontrábamos una alusión a los amores idos, en Follas Novas son abundantísimas:


¿Por qué, corazón,
porqu'hera non falas
falares d'amor?
¿Por qué xa non bates
con doce batido
que calma os pesares?


(Obras completas, p. 439.)                


Rosalía alude claramente al desengaño amoroso, a la pérdida del amor, como consecuencia inevitable del tiempo:


Lévame a aquela fonte cristaiña
onde xuntos bebemos
as purisimas augas qu'apagaban
sede d'amor e llama de deseyos.
Lévame pola man cal n'outros dias...
Mais non, que teño medo
de ver no cristal líquido
a sombra d'aquel negro
desengaño sin cura nin conselo
qu'entré os dous puro o tempo.


(Obras completas, p. 443.)                



Un verdadeiro amor é grande e santo.
D'os encantos encanto
Y é doce... doce antr'as dozuras todas,
-Seica por eso tanto
Tras d'unhas y eutras modas,
Dalle por empachar, anque ben sabe.
-¿Por máis qu'acabe en bodas?
-Anqué en bodas acabe;
Pois coma todo doce. miña vida,
Y esta ó cousa sabida
Como que queima o fogo,
Canto máis com'un d'el, repuna logo.


(Obras completas, p. 460.)                


En estos dos poemas encontramos separados el dolor y el sarcasmo que suelen ir juntos en las composiciones en que Rosalía habla de su amor. En ellos el amor aparece siempre como algo inevitablemente pasajero. Pero aquí hay que hacer una aclaración. En esto, como en otras cosas, Rosalía establece una clara distinción entre los seres felices; aquellos capaces de olvidar, de sufrir y de gozar, y aquellos otros predestinados a una continua pesadumbre. Aunque alude a ellos en multitud de poemas;, la descripción más exacta de esos seres desgraciados aparece en la composición titulada «Los tristes» de su último libro. También en el aspecto amoroso hay seres felices y seres «tristes», los que olvidan y los que definitivamente renuncian a las dulzuras del amor. No hace falta decir entre cuáles se contaba Rosalía. Veamos ejemplos. Hay uno especialmente interesante (el que ocupa desde la página 618 a la 622 de las Obras completas), una especie de leyenda o historia en la que se mezclan narración de la autora y diálogo de los protagonistas: una joven enamorada e ingenua y un amante también enamorado, pero incrédulo en las promesas de amor. El joven resulta ser profeta porque, efectivamente, muerto él, la joven se enamora de nuevo. Véase el comentario de Rosalía:


¿Que cuándo le ha olvidado?
¿Quién lo recuerda en la mudable vida,
ni puede asegurar si es que la herida
del viejo amor con otro se ha curado?


(Obras completas, p. 621.)                


Dejando aparte la fantasía romántica (el amante muerto se aparece a la joven para mostrarle su «incrédula sonrisa»), y recordando que es muy frecuente en Rosalía el empleo de personajes masculinos para expresar sus propias ideas, veremos que esa idea de la inestabilidad del amor, de «los sentimientos humanos», como dice en su carta, es algo muy frecuente. Examinemos ahora un poema especialmente interesante:


Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;
ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.
Ya no brota la hierba, ni florece el narciso,
ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.
Sólo el cauce arenoso de la seca corriente
le recuerda al sediento el horror de la muerte.
¡Mas no importa! A lo lejos otro arroyo murmura
donde humildes violetas el espacio perfuman.
Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas,
tiende en torno del agua su fresquísima sombra.
El sediento viajero que el camino atraviesa
humedece sus labios en la linfa serena
del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,
y dichoso se olvida de la fuente ya seca.


(Obras completas, p. 605.)                


Rosalía alude en este poema, bajo la forma de esos símbolos tan transparentes (fuente, caminante, arroyo), a realidades muy hondas de su vivir. Rosalía se siente fuente seca, agotado manantial, y Rosalía sabe -¡siempre esa terrible lucidez!- que el viajero tiene sed..., y que más lejos hay rumorosos arroyos de frescas aguas. Hay un doble dolor: el de sentirse incapaz de saciar la sed de ese viajero («ya el viajero allí nunca va su sed a apagar»), y el dolor, quizá mayor, de sentir que el viajero «dichoso se olvida de la fuente ya seca»: Lo más conmovedor de este poema es quizá su implacable lucidez: la fuente está seca, y Rosalía comprende el horror que inspira ese cauce arenoso al caminante sediento, y comprende la tentadora hermosura de arroyo fresco, sombreado, que murmura a lo lejos... Hay dolor, pero sólo en el último verso el dolor se hace amargo y sangriento: «Y dichoso se olvida de la fuente ya seca».

Quizá a este caminante capaz de olvidar tan pronto la fuente donde antaño ha bebido vayan dedicados estos otros versos:


Y vosotros, en fin, cuyos recuerdos
son como niebla que disipa el alba,
¡qué sabéis del que lleva de los suyos
la eterna pesadumbre sobre el alma!


(Obras completas, p. 591.)                


Naya Pérez protesta indignado contra el rumor de las desavenencias entre el matrimonio; este «rumor» ha llegado hasta hoy. También parece que no faltaron almas caritativas que informaron a Rosalía de las «actividades» de su esposo en sus prolongadas ausencias del hogar. ¿No habría en las cartas destruidas nada sobre estos «rumores»?

Finalmente, reproduciremos un poema, que es como el resumen de la vida amorosa de Rosalía. Este poema no aparece en la primera edición de En las orillas del Sar, pero no creemos, como Alonso Montero13, que puesto que ella no dispuso su edición, no deba incluirse en este libro. Los dos grandes errores de la edición de 1909 que preparó Murguía fueron el poema preliminar, que es insulso y, sobre todo, el último que, por ser de tema religioso y por su situación, parece la palinodia, del resto de la obra de tono absolutamente distinto. Como contrapartida entre los otros poemas añadidos están algunos de los más bellos de toda la obra de Rosalía: llevan su sello inconfundible (aunque puedan tener pequeños retoques), y son tan desgarrados, amargos y doloridos y, sobre todo, tan hermosos que bien pueden figurar como final del último libro de nuestro poeta.

Sin duda -y seguimos con hipótesis- Murguía en 1909 era ya demasiado viejo y los tiempos habían cambiado bastante como para que los prejuicios que impidieron en 1884 publicar versos demasiado transparentes se hubieran desvanecido.

El poema, al que nos estábamos refiriendo es éste:




I

Tú para mí, yo para ti, bien mío
      murmurabais los dos
«es el amor la esencia de la vida,
      no hay vida sin amor»
¡Qué tiempo aquel de alegres armonías!
      ¡Qué albos rayos de sol!...
¡Qué tibias noches de susurros llenas,
      qué horas de bendición!
¡Qué aroma, qué perfume, qué belleza
      en cuanto Dios crió,
y cómo entre sonrisas murmurabais
      «no hay vida sin amor!»


II

Después, cual lampo fugitivo y leve,
      como soplo veloz,
pasó el amor... la esencia de la vida...
      mas... aún vivís los dos.
«Tu de otro y de otra yo», dijisteis luego
      ¡Oh mundo engañador!
Ya no hubo noches de serena calma,
      brilló enturbiado el sol...
¿Ya aún vieja encina resististe? ¿Aún late,
      mujer, tu corazón?
No es tiempo ya de delirar; no torna
      lo que por siempre huyó.
No sueñes, ¡ay!, pues que llegó el invierno
      frío y desolador.
Huella la nieve, valerosa, y cante
      enérgica tu voz.
¡Amor, llama inmortal, rey de la Tierra!,
      ya para siempre ¡adiós!


(Obras completas, p. 657.)                


Ironía, dolor, desesperanza, soledad. No sabemos cuándo fue escrito este poema, pero sí está claro que el amor fue para Rosalía una ilusión más desvanecida, uno más de sus recuerdos dolorosos, un fracaso más en su búsqueda de algo que diese sentido a su existencia. «Tú de otra y de otro yo» (¿las escribió Rosalía en este orden? Casi no importa): palabras que dicta el dolor, quizá el resentimiento o el despecho. Pero, como siempre, de los dos hay uno, que «dichoso» olvida, y otro que lleva de sus recuerdos «la eterna pesadumbre sobre el alma». Por eso las estrofas finales del poema no hablan de dos, sino de una «vieja encina», de una «mujer» que se despide para siempre del amor. Quizá él está bebiendo ya, «dichoso», en otro arroyo...

¿Hablaban de esto las cartas de Rosalía, o mejor dicho las cartas de «Rosa»?...





 
Indice