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Salvador Rueda

Biografía de Salvador Rueda

Salvador Rueda nació en Benaque, pueblo de la Axarquía malagueña, el 2 de diciembre de 1857, hijo mayor del matrimonio formado por Salvador Rueda Ruiz y María Santos Gallardo. Tuvo dos hermanos: José y Ubalda -aunque el matrimonio tuvo siete hijos, cuatro murieron prematuramente-, con los que siempre se mantuvo muy unido1.

Su infancia discurrió entre las montañas y los paseros de los campos malagueños, más entregado a los juegos y a las excursiones de chiquillos que a los trabajos que su padre le intentó enseñar. El niño Rueda fue, sin duda, un aprendiz de unos cuantos oficios, tales como labrador, carpintero, panadero, pirotécnico y acólito. Poco o casi nada sabemos de su educación, ya que él se declaraba autodidacta. Sin embargo, C. Cuevas señala la presencia del padre Robles, quien subía desde el pueblo cercano de Benajarafe a enseñarle latín y le inició en la lectura de los clásicos españoles, afición que mantuvo toda su vida.

Salvador Rueda tuvo desde muy temprana edad conciencia de su ser poético; se sentía y se asumía poeta y su fuente de inspiración era fundamentalmente la naturaleza que observaba y bebía como una nueva realidad. Sus primeros versos proceden de esa juventud en contacto con la naturaleza de Benaque o del descubrimiento del mar Mediterráneo que se extendía ante los ojos del joven arriero. El incipiente poeta se trasladó a la capital malagueña hacia 1870 y allí comenzó a publicar sus primeros poemas en los periódicos locales. De esta etapa malagueña procede la amistad con el abogado y escritor Narciso Díaz de Escovar, que perduró hasta el fallecimiento del poeta benaqueño. Decidido Rueda a triunfar en el mundo de las letras, hacia 1872 comenzó a publicar sus primeros sonetos y charadas bajo el seudónimo de Dos y medio, nombre que escondía a su amigo Gálvez, al propio Rueda y al muchacho que entregaba las charadas en la redacción del periódico. Así fue como Díaz de Escovar lo protegió y lo colocó en la plantilla del periódico malagueño El Mediodía. Fruto de estos inicios poéticos es la publicación de sus primeros poemarios: Renglones cortos (1880) y Dos poesías. Con una carta de D. Gaspar Núñez de Arce (1881).

A principios de los ochenta, Rueda se trasladó a Madrid en busca de la fama y el reconocimiento literario y allí fue protegido por el escritor Gaspar Núñez de Arce, quien le consiguió un empleo público y se convirtió en su maestro y mentor. En reuniones con el maestro, Núñez de Arce le corregía sus ensayos literarios, además de recomendarle en los periódicos madrileños, caso de la Gaceta de Madrid -con un sueldo de 5.000 reales al año-, así como destinos y ascensos en diversos ministerios. La protección de Núñez de Arce fue decisiva en su carrera literaria: le dio acceso a su biblioteca privada, donde Rueda conoció los textos antiguos y modernos, y le relacionó con destacadas personalidades: «Conozco, aunque no los trato a todos a Castelar, Echegaray, Campoamor, Zorrilla, Sellés, Leopoldo Cano, Clarín, Flores y García, Armando Palacio, Manuel del Palacio y muchos más»2. En 1883 publicó tres nuevas obras: Noventa estrofas, Cuadros de Andalucía y Don Ramiro.

En Madrid alternó sus trabajos de oficinista y archivero en organismos públicos con los trabajos literarios. Poco a poco fue introduciéndose en la vida cultural y publicó en los principales diarios nacionales: La Diana, La ÉpocaLa Ilustración Española y Americana, El Globo y El Imparcial, entre otros títulos. Sus poemas se leyeron en el Ateneo madrileño y sus publicaciones fueron refrendadas por la crítica del momento. Cuando en 1886 publicó El patio andaluz, Clarín le reseñó su trabajo en La América. En 1887 salió a la luz El cielo alegre, con una segunda edición en pocos meses, apareciendo a finales de ese mismo año una nueva colección de cuentos y poesías: Bajo la parra. En este periodo se afianzaron sus pilares poéticos: aparecieron Poema Nacional. Costumbres populares (1885), Sinfonía del año (1888), Estrellas errantes (1889) y La corrida de toros (1889). Asentado como poeta, se inclinó hacia el género novelesco y publicó El gusano de luz (1889), cuya segunda edición fue avalada por Juan Valera desde las páginas de Los lunes de El Imparcial. Al año siguiente publicó una nueva entrega de Poema nacional. Aires españoles e Himno a la carne, obra que escandalizó a parte de la crítica que, como Valera, le achacó su elogio a una sensualidad contraria al sentimiento religioso. Esta y otras censuras arredraron a Rueda, que giró de nuevo hacia el costumbrismo publicando Granada y Sevilla (1890), colección de relatos de viaje, y su segunda novela, La reja (1890). En 1891 publicó El secreto. Poema escénico y vieron la luz su colección de cuentos Tanda de valses y su poemario Cantos de la vendimia, con una carta prólogo de Clarín, en la que le elogiaba algunos aciertos, pero le censuraba, al tiempo, su estética revolucionaria. En 1892 llegó a España, con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América, Rubén Darío, y Rueda se esforzó por introducirlo en los círculos literarios, presentándolo como su compañero en la revolución poética. Darío le correspondió con elogios verbales y con el «Pórtico» a su obra En tropel (1892), poemario donde el nicaragüense lo proclamaba «joven homérida» y «gran capitán de la lírica guerra». Pero malentendidos personales y disputas sobre la primacía del Modernismo llevaron a que su amistad se rompiera y comenzara una rivalidad que duró siempre. Este mismo año publicó La gitana, novela andaluza que no alcanzó demasiado éxito de crítica ni de público.

En estos años Rueda ocupó diversos cargos como bibliotecario en la del Ministerio de Ultramar y del Museo de Reproducciones Artísticas, lo que le permitió cierta holgura económica para dedicarse a su literatura. En 1893 publicó Sinfonía callejera y La bacanal y desde junio a septiembre apareció por entregas, en La Ilustración Artística de Barcelona, su tratado poético El ritmo, que vio la luz como libro en 1894. Hasta final de siglo continuó con la publicación de sus poemarios El Bloque y Fornos (ambos de 1896), Flora, Camafeos (1897) y El César (1898). Con la llegada del siglo XX, colaboró en los principales diarios nacionales y americanos, se relacionaba con los escritores consagrados, como Villaespesa y Pellicer y recibía a un jovencísimo Juan Ramón Jiménez en la estación de Atocha, en la Semana Santa de 1900. Siguió publicando sus poemarios: Piedras preciosas, En la vendimia y Mármoles (1900), El país del sol (1901) y El clavel murciano (1902). Dedicado también al ámbito teatral, la compañía María Guerrero estrenó su obra La musa en el teatro Odeón de Buenos Aires en 1901, evento muy reseñado en la prensa nacional y que posteriormente se estrenó en La Coruña, Bilbao y Madrid en 1902 y al año siguiente en Sevilla, Barcelona y Murcia. En 1904 publicó en la revista Helios la comedia Luz y en 1907 La guitarra fue puesta en escena por la compañía de María Guerrero.

En estos años mostró su interés, apoyándose en Benito Pérez Galdós y Emilio P. Ferrari, por ingresar en la Real Academia Española, lo que finalmente no consiguió. En esta primera década del siglo XX, Rueda continuó publicando obras -pese a sus desigualdades cualitativas- que lo destacaban como uno de los escritores más leídos y populares del ámbito literario. Provocó al público y a la crítica con La cópula. Novela de amor, obra de la que se proyectó su traducción al italiano. Escrita desde 1906, no la pondría a la venta hasta 1908, «hasta que juicios altísimos de amigos leales y francos la han conocido y la han declarado, no solamente no pecaminosa, sino hasta casi, casi, un libro sagrado»3. Otras publicaciones de esta época son sus poemarios Fuente de salud (1906) -prologado por Unamuno-; Trompetas de órgano (1907), Lenguas de fuego (1908), La procesión de la naturaleza (1908) y el Poema a la mujer (1910); sin olvidar su novela El salvaje (1909) y las obras teatrales: Vaso de rocío. Idilio griego y El poema de los ojos, ambas de 1908.

La muerte de su madre en septiembre de 1906 provocó una profunda crisis en el poeta, que sentía deseos de abandonar una vida madrileña llena de envidias y desilusiones. Influido por Gabriel Miró, marchó a Alicante y en la isla de Tabarca encontró su puerto de descanso y retiro hasta que en 1919 se trasladó a su Málaga natal.

Los viajes fueron una constante en la dilatada biografía de Rueda, quien recorrió tanto España como los estados americanos. A lo largo de su vida realizó un total de seis viajes a América y Filipinas desde 1909 a 1917, más uno que no llegó a culminar en 1918 y que tenía como destino Chile. Los destinos fueron Puerto Rico, Cuba, Argentina, Brasil, Méjico, Estados Unidos y Filipinas. En todos ellos, el escritor enarboló la bandera de la unificación y el hermanamiento de la metrópoli española con América y Filipinas. Para él, el español era la base de dicha unión, una lengua que era el elemento configurador de la literatura y la cultura. Por su ideario, en pro de la Hispanidad, fue aclamado como el «Poeta de la Raza» y, como tal, coronado en el Gran Teatro Nacional de la Habana el 4 de agosto de 1910. Fruto de sus viajes por América y de su idea de exaltación de los Estados Unidos Castellanos son sus libros La Escala. A la República argentina (1913), Cantando por ambos mundos (1914) y El milagro de América (terminado en 1918 y editado en 1929), además de multitud de poemas publicados en la prensa española y americana, artículos y cartas tanto en los periódicos americanos, El Demócrata, El Universal, El Excélsior de Méjico; como en los españoles, El Liberal y El Heraldo de Madrid. Sus poemas son una reivindicación del concepto de Hispanidad, que se constituye sobre la base de la sangre, la religión, la cultura, el ademán y, sobre todo, la lengua. El aplauso lo consiguió también en su patria, donde le tributaron homenajes en Cartagena (1906), Alicante (1908), Málaga -no sin haber sufrido ataques y sinsabores desde 1908-, Murcia y Elche (1912).

Pese a sus triunfos, el poeta se sentía abatido y solo en Madrid. Se había hecho viejo con sesenta y dos años y buscaba ansiosamente su traslado al sur, lo que consiguió con fecha de 31 de enero de 1919. Y así, el 1 de marzo volvió a Málaga como Jefe de Primer Grado de la Biblioteca Provincial, con un sueldo de 10.000 pesetas anuales. En su ciudad natal disfrutó de una existencia tranquila, viviendo en su modesta casa de Haza de la Alcazaba, recibiendo la visita de los poetas locales -Hinojosa, Souvirón, Altolaguirre- y publicando algunas obras como Donde Cristo dio las tres voces (1919), La Virgen María (1920), La vocación (1921) y El poema del beso (1932).

El patetismo de la vejez se moldeaba en sus textos donde expresaba sus deseos de una vida retirada. Pese al tono de sus palabras y la letra deformada de sus cartas y poemas finales, Rueda se mostraba interesado por el monumento a él erigido en el Parque de Málaga en julio de 1931, por sus pedidos de libros y por multitud de asuntos cotidianos. Resultado lógico de su personalidad vitalista-pesimista son las frases en las que deseaba descansar en el sueño eterno de la muerte:

«Desde hace unos cuatro meses, estoy recluido en mi casa, ya con renunciación de la vida. Ayer que tuve necesidad forzosa de salir un momento, tuve que volver acompañado de un amigo. Este cuerpo se disgrega: mis átomos se vuelven un revoloteo de pájaros que emigran a lo desconocido. A mi corazón se le acaba la cuerda; a mi lámpara cerebral, se le acaba el óleo sagrado. Mi pulso es una guitarra loca. Mis manos y mi boca están ya para enterrarlos en las raíces de un rosal»4.

Se acercaba el final. El sábado 1 de abril de 1933, rebasados ampliamente los 77 años, la muerte vino a llamar a su puerta. Fue enterrado en el Cementerio de San Miguel de Málaga el domingo 2 de abril.

[1] La biografía más completa del escritor malagueño ha de verse en Cuevas García, C., «Ensayo introductorio», a Salvador Rueda. Canciones y poemas, Madrid, Fundación Ramón Areces, 1986, pp. XIX-CLI y en M[aría] R[osario] C[uevas], «Salvador Rueda Santos», en Diccionario de escritores de Málaga y su provincia, Madrid, Castalia, 2002, pp. 833-844.

[2] Carta a Narciso Díaz de Escovar, fechada en Madrid, el 26 de junio de 1882. Cfr. A. Quiles Faz, Epistolario de Salvador Rueda. Ciento treinta y una cartas autógrafas del poeta, Málaga, Arguval, 1996, pp. 48-50.

[3] «Epístola íntima», Renacimiento, n.º 8, 1907, pp. 490-495. Carta publicada en A. Quiles Faz, Salvador Rueda en sus cartas (1886-1933), Málaga, Aedile, 2004, p. 158.

[4] Cfr. A. Quiles Faz, Epistolario de Salvador Rueda, cit., p. 165.

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