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Poetas del novecientos

Entre el modernismo y la vanguardia [Antología]

Tomo I: De Fernando Fortún a Rafael Porlán

José Luis García Martín



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  —IX→  

ArribaAbajoIncluir y excluir. La revisión del canon

En los últimos tiempos se ha puesto de moda la palabra «canon» para referirse a la inevitable jerarquización de los valores literarios. Su uso suele ir acompañado de un considerable componente polémico. ¿Quién decide los nombres que han de quedar como representativos de un siglo, de un movimiento literario, de una generación? ¿Hay valores eternos en el campo de la literatura o todo está sujeto a cambio y revisión continua? Las discusiones al respecto se dan en el ámbito universitario, más aparentemente propicio al contraste desapasionado de las ideas, y también en las páginas periodísticas como una batalla más, y no de las menos virulentas, de la guerra literaria, tan feroz en cualquier época.

De los casi trescientos poetas españoles nacidos entre 1890 y 1910 que llegaron a obtener algún renombre -publicaron en editoriales reconocidas y en revistas de amplia difusión o prestigio-, apenas suman una docena los que han conseguido ocupar un sitio en las páginas de la historia literaria. Al resto se les recuerda, cuando se les recuerda, porque destacaron en otros géneros literarios, o sólo se les menciona en la letra pequeña de los más minuciosos manuales.

A la aristocracia poética de los escritores nacidos aproximadamente entre esos años se la conoce con el nombre, muy discutido, de generación del 27. «Una "generación"? ¿Y del 27?», se pregunta Víctor García de la Concha en el prólogo a Poeta del 27, la enésima antología de esos autores. Otros prefieren hablar de grupo, un grupo casi mafioso que, con la colaboración de Gerardo Diego y una bien organizada campaña de bombos mutuos, logró ocupar el primer puesto del escalafón literario, desplazando a otros valiosos escritores dados a conocer en los años veinte, rezagados modernistas unos, adelantados de las diversas vanguardias otros1.

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De que hubo conciencia de grupo, exigente y selectivo, desde el primer momento entre quienes pasaron a la historia de la literatura como «generación del 27» no cabe la menor duda. Pero la canonización -para decirlo con el término de moda- de esos nueve o diez poetas no se debe a una única causa. Generalmente se alude al libro Poesía española. Antología 1915-1931, de Gerardo Diego, como el principal factor. Y ciertamente ahí está ya el núcleo de oro generacional: Salinas, Guillén, el propio Diego, Lorca, Cernuda, Aleixandre, Dámaso, Prados, Altolaguirre. Les acompañan los maestros: Unamuno, Manuel y Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, y dos poetas al margen, por diversas razones: José Moreno Villa y Juan Larrea.

La antología de Gerardo Diego -como Gabriele Morelli ha documentado minuciosamente- es una obra colectiva: el antólogo actúa como portavoz de un grupo que a lo largo de una década se ha ido consolidando a través de diversas actividades, las más conocidas de las cuales fueron el famoso homenaje a Góngora y la creación de múltiples revistas de pocas páginas y exigente colaboración2. Formar parte del núcleo duro de la generación no es una consecuencia de estar en la antología, sino una de las causas que llevan a ser seleccionado en ella. Por eso cuando, en 1934, cambia el criterio y se incluye a otros poetas de la misma época, e incluso de las mismas tendencias estéticas, el resultado no supone que se amplíe la nómina generacional.

Pedro Salinas, en una de sus intervenciones ocasionadas por la polémica que motivó la aparición de Poesía española, en 1932, distingue, muy acertadamente, contrapuestas concepciones de la labor antológica:

«Yo veo -"latu sensu"- dos criterios para hacer una antología. El primero, el histórico. Fidelidad a lo existente. Aspiración a presentar con propósito informativo y noticiario una producción determinada de una determinada época. Todo lo que ha alcanzado cierto rango de fama, de difusión, de influencia, hasta de venta, cabe y debe caber en   —XI→   ella. Tipo muestrario, repertorio abreviado donde conviven, como en la realidad, tendencias y grupos dispares. Existen libros de esa clase en todos los idiomas. Y otro criterio, el que yo llamaría de estilo. Parcial, pero de parte, no de partido. Se trata de recoger obras que respondan a una cierta concepción espiritual o formal del arte. (Por ejemplo, en Viena hay un museo barroco. Usted conoce la antología de poetas idealistas ingleses, o la de la poesía rítmica española.) Y admitido un punto de vista sobre la poesía, hay que aceptar las inclusiones y omisiones que de él se derivan y que no son sino obediencia, fidelidad al modo de ver inicial. Muy útil sería una antología de poetas modernistas de España, 1900-1930, y en ella nadie podría negar un puesto a Basterra y Bacarisse. Pero, en cambio, y haciendo las cosas bien, nunca se podría incorporar a este libro a un Miguel de Unamuno ni casi a un Antonio Machado tan externamente modernista, que, sin embargo, seguirán fuera de ella grandísimos poetas».


[Morelli, pág. 263]                


Las antologías de tipo histórico no suelen resultar discutibles cuando se refieren a un periodo efectivamente histórico: el tiempo ha propiciado un amplio consenso sobre quiénes son los principales poetas del barroco o del romanticismo; la inclusión o no de un poeta menor es lo que distingue a unas antologías de otras y no acostumbra a motivar polémicas. Pero ¿qué ocurre cuando la antología que quiere «presentar con propósito informativo y noticiario» toda la poesía de un determinado periodo se refiere a la época presente? Que inmediatamente será acusada de centón, de renunciar a la labor selectiva que caracteriza a las antologías. Jorge Guillén, en carta privada a Pedro Salinas, se refería con las siguientes palabras a la antología que en 1946 publicó César González-Ruano:

«Marina Romero me trajo ¡por fin llegó a mis manos! el libro de Laín Entralgo, la novela de Cela y la antología de Ruano. Éste es un libro curioso. El Ruano es un sinvergüenza conocido y profesional. Y sin embargo en la antología su actitud es infinitamente superior a la del purulento Domeinquina. Todo lo que en éste es saña, envidia, zarpazos y mordiscos, se le vuelve a Ruano tolerancia, moderación, halago y elogio [...]. Chico, para Ruano no hay poeta malo, y casi quiere decir que no hay español malo, porque pocos deben ser los españoles que no están en el libro. ¡Hasta Armando Buscarini, aquel célebre hampón de Madrid! Asusta el número. Tiene 870   —XII→   páginas y muchas para los novísimos. Él tiene el descaro de atribuirse 14 páginas, mucho más de lo que nos da a ti, por ejemplo, y a mí»


[Salinas-Guillén, pág. 404]                


«Para Ruano no hay poeta malo», afirma Guillén, quien llega a preferir esa actitud a la de antólogos con criterio -como Juan José Domenchina, «el purulento Domeinquina»- cuando ese criterio no coincide con el suyo. César González-Ruano, en el prólogo, justificaba así su gene rosa recopilación:

«Aquí se ha pretendido hacer ni más ni menos que una verdadera antología de poetas contemporáneos españoles en castellano, lo más amplia y completa posible, recogiendo, sin prejuicio alguno, todas las tendencias, todas las formas de expresión y de integración del mayor misterio literario: la Poesía [...]. La posteridad irá dando la razón a los verdaderos poetas, muchos de los cuales pasaron poco o nada observados en su tiempo, y no digamos compensados, sino ni siquiera vistos con la atención y el respeto que deberían ser fundamentales para aquellos que profesan la más severa y exigente regla de la religión de las Letras. Por eso, elegir conforme a nuestros gustos en lo contemporáneo tan próximo, tan mudable, tan impresionante y sometido a alucinación, me parece demasiado peligroso y opuesto a un criterio de formar una antología casi exhaustiva con todos los nombres posibles».


[González-Ruano, pág. 3]                


Con acierto señala unas líneas más adelante: «Me he permitido también, y creo que tal vez a la larga sea lo más interesante de este libro, citar muchos nombres, algunos raros y poco conocidos, que no era justo olvidar en un recuento de figuras y aun de sombras de la poesía española, y que forman, en diferentes partes de este estudio, una casi completa reseña de la totalidad de nuestra lírica contemporánea en todas sus tendencias y en todas sus posibilidades, enriquecida con epígonos, apariciones meteóricas y esperanzas fugaces». Y es precisamente por esa inclusión de nombres raros y poco conocidos por lo que compite con ventaja con otras más exigentes selecciones, por lo que sigue teniendo interés para el lector de hoy.

Los dos tipos de antologías señalados por Pedro Salinas son igualmente necesarios. Las funciones de cada uno de ellos resultan contrapuestas: descartar, recuperar. Los poetas actuales son siempre legión; para escribir poesía no hace falta ningún título;   —XIII→   las facilidades para publicar, desde la invención de la imprenta, han ido creciendo progresivamente. ¿Cuántos libros de poesía se publican al año en España? Las estimaciones más restrictivas no bajan mucho del medio millar, y habrán de multiplicarse por diez si tenemos en cuenta los diversos países de lengua española. El antólogo, el buen antólogo de poesía contemporánea, reduce a términos accesibles para el lector interesado toda esa ingente producción.

Críticos, editores, antólogos, pretendiéndolo o sin pretenderlo, fijan poco a poco el canon de la poesía reciente: sobre un reducido número de poetas se van produciendo coincidencias significativas; a veces desde muy pronto, desde la publicación del primer libro, como ocurrió en los casos de Jorge Guillén o Claudio Rodríguez; otras, más tardíamente.

Cuando el tiempo pasa, la función del antólogo ya no es distinguir las voces de los ecos, señalar a los verdaderos poetas entre la confusa algarabía de quienes aspiran a conseguir la atención de los lectores, sino impedir que una única voz, o unas pocas voces, tapen a otras igualmente valiosas, aunque quizá no tan sonoras, luchar contra la inercia que limita la riqueza de un tiempo a unos pocos nombres, que son los siempre editados y estudiados.

Algo de eso ha ocurrido en la poesía española de la segunda y la tercera década del siglo en relación con el grupo del 27: el brillo de un puñado de poetas, ciertamente excepcionales, ha ocultado a otros que merecían más atención de la que se les ha prestado. No se trata de volver del revés la historia literaria. La nómina mayor del 27, esos nueve o diez poetas de los que habló Pedro Salinas3, sigue ocupando un lugar de excepción en la historia literaria, pero no son los únicos nombres de su tiempo, una época de rica complejidad que no se entiende del todo sin tener en cuenta a otros autores.

Son muchos los estudiosos que han querido ampliar la nómina generacional. La más abarcadora de las antologías dedicadas al 27 es la de Francisco M. Mota. Incluye en ella a cuarenta y cuatro poetas, a los que agrupa «en olas o grupos intergeneracionales» de la siguiente manera:

  1. Precursores y ultraístas: José Moreno Villa, Francisco Vighi, Rafael Lasso de la Vega, Juan José Domenchina, Mauricio Bacarisse, Isaac del Vando Villar, Adriano   —XIV→   del Valle, José Rivas Panedas, Rafael Porlán y Merlo, Fernando González, Antonio Espina, Humberto Rivas, Juan Larrea, Pedro Garfias, Juan Chabás.
  2. Un singular: León Felipe.
  3. Primera ola generacional: Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Luis Guarner, Pedro Salinas, Ramón de Basterra, José María Quiroga Pla, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Alejandro Collantes de Terán, Emilio Prados, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín.
  4. La segunda ola generacional: Luis Cernuda, José María Hinojosa, Max Aub, Fernando Villalón, Josefina de la Torre, Rafel Laffón, Vicente Aleixandre, Rosa Chacel.
  5. Los epigonales: Pascual Pla y Beltrán, Joaquín Romero Murube, Feliciano Rolán, Miguel Hernández, Juan Rejano

[Mota, t. I, págs. 43-44]                


La razón de esta ampliación de la nómina es que, a juicio del antólogo, «una Generación la componen todos los coetáneos golpeados por las mismas preocupaciones, inmersos en los mismos problemas y enfrentados a la misma realidad histórica»; por eso -añade irónicamente- no cabría «excluir a este o a aquel poeta porque no haya tomado té o manzanilla en casa de tal, haya publicado en la misma revista y no haya tenido el honor de conocer personalmente a los restantes miembros de la generación» [Mota, t. I, pág. 42]

Víctor García de la Concha, en Poetas del 27, suma «a los diez nombres canónicos [...] otros dieciocho», de modo que el conjunto refleje «a un núcleo generacional y a su constelación»; sólo así será posible la contemplación del «cuadro generacional en su sentido más propio y fecundo» [págs. 97-98].

En 1934, año de la publicación ampliada de la antología de Gerardo Diego, está fechada la monumental Antología de la poesía española e hispanoamericana de Federico de Onís (aunque en su elaboración influyó muy decisivamente Juan Ramón Jiménez4).   —XV→   En ella no se utiliza todavía el término «generación del 27»; la nueva poesía es denominada «ultramodernismo (1914-1932)» y caracterizada de la siguiente manera:

«Ésta es la poesía rigurosamente actual, la que por de pronto ha logrado alejar de nosotros el modernismo a un pasado definitivo y clásico; el postmodernismo, a la no existencia. También es verdad que este poder de anular lo anterior lo ejerce sobre sí misma porque su historia aparente y anecdótica consiste en la súbita aparición de nuevos grupos literarios con sus nombres, teorías, manifiestos, revistas y actos colectivos -todo el aparato del modernismo y el romanticismo-, que sucesivamente se lanzan a la conquista definitiva de las últimas trincheras artísticas para acabar en la dispersión o el aniquilamiento, fenómeno que caracterizó el modo militar de la última guerra. Literatura de postguerra y literatura de vanguardia se ha llamado a ésta en todo el mundo: porque es también, como el modernismo, un hecho de extensión universal, que sigue teniendo en Francia para los autores hispanos, si no las únicas, las principales fuentes de inspiración y de influencia, aunque los resultados ofrezcan el mismo carácter de independencia, involuntaria o no [...]. Se trata, según todos los indicios, del acabamiento de una época y el principio de otra; pero, durante este proceso, quién puede decir cuáles de las nuevas manifestaciones son producto del esfuerzo de la agonía o del de la germinación; cuáles son, en una palabra, un principio o un fin?».


[Onís, págs. XIX-XX]                


Federico de Onís rescata el término «ultraísmo» -lo único que ha quedado de esa escuela literaria, en su opinión- para referirse a poetas que tuvieron escasa o nula relación con tal movimiento: Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Rafael Alberti. Como formando parte de la «transición del modernismo al ultraísmo» considera a otros poetas: José Moreno Villa, Juan José Domenchina, Mauricio Bacarisse, Antonio Espina, Francisco Vighi, León Felipe, Ramón de Basterra y Fernando Villalón.

En 1936, Juan Chabás concluye su Breve historia de la literatura española con un capítulo dedicado a «La nueva literatura». El rótulo de generación del 27 sigue todavía sin aparecer. «La poesía moderna» es caracterizada con las siguientes palabras:

«Entre la generación de poetas epígonos de los del 98 y la nueva generación que inaugura su vida literaria entre 1920 y 1925, prodújose en España un movimiento llamado   —XVI→   ultraísta, última secuencia del simbolismo, que nos llegó con los primeros influjos franceses de Max Jacob, Cocteau, Apollinaire, etc., y que entre nosotros no consigue destacar a ningún poeta de primer orden, pero produce una serie de revistas y de intentos que luego han de influir, ya que no directamente, al menos por contagio, sobre la poesía actual [...]. Los nuevos poetas jóvenes [...] han recibido en parte la influencia de ese movimiento; pero otras influencias son en ellos más patentes: se han formado en la enseñanza de nuestros poetas clásicos -Góngora, principalmente- y en la admiración de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez».


[Chabás, págs. 301-302]                


Al frente de esos nuevos poetas, sitúa a Federico García Lorca y a Rafael Alberti. Les siguen Gerardo Diego, Pedro Salinas, Jorge Guillén y Dámaso Alonso. Tras referirse sumariamente a estos poetas, que «a pesar de su diversa edad constituyen una generación literaria», enumera otros «que inmediatamente les siguen en tiempo y en tendencia»: Aleixandre, Altolaguirre, Prados, Cernuda, Quiroga Pla, Ernestina de Champourcín, Concha Méndez, Josefina de la Torre, Quadra Salcedo, Gutiérrez Gili, Fernando González, Jurado Morales, Pérez Clotet, Pemán, Díaz de Vargas, Seral y Casas, Rafael Laffón, Pla y Beltrán, Morón, Palacios, Marqueríe, Muñoz Rojas.

De acuerdo con la escala generacional de Ortega-Marías5, a la llamada generación del 27 -ha recibido otros nombres, pero este es el que se ha generalizado a partir de los años cuarenta- pertenecerían los escritores nacidos entre 1894 y 1908. Al igual que cualquier otra generación literaria, no sólo estaría integrada por poetas: también forman parte de ella dramaturgos como Max Aub, Edgar Neville o Alejandro Casona, novelistas como Francisco Ayala, Rosa Chacel o Samuel Ros, ensayistas como Antonio Marichalar, José Bergamín o Antonio Espina.

Las fechas indicadas, del mismo modo que cualquier parcelación en el campo de la cultura, son meramente indicativas: entre ellas se sitúa el nacimiento de la mayor parte de los nuevos creadores que dieron coherencia artística a los años   —XVII→   veinte. Pero antes y después nacieron escritores que, por su tardía incorporación a la vida literaria o por su precocidad, se agrupan junto a ellos; constituyen lo que Julián Marías llama una «constelación»6. Pedro Salinas es de 1891, Jorge Guillén de 1893: son los hermanos mayores de la generación, ya catedráticos universitarios cuando otros poetas son todavía alumnos (Salinas, profesor de Cernuda en la Universidad de Sevilla).

A partir de 1909 comienzan a nacer los poetas que luego integrarían la llamada «generación del 36», como Leopoldo Panero. Bastantes de los autores más jóvenes de esa nueva promoción giran todavía en la órbita de la generación del 27 («epígono genial del 27» se ha llamado a Miguel Hernández).

Para acotar el campo que abarca esta antología, hemos tomado como fecha convencional de inicio la de 18907, año en que nacen Fernando Fortún, Rafael Lasso de la Vega, Alfonso Camín y Francisco Vighi. Todos ellos se inician en el modernismo, que es el movimiento literario triunfante cuando comienzan a escribir. Alfonso Camín continuará fiel a esa escuela a lo largo de más de medio siglo, repitiendo con monótona insistencia los tópicos modernistas. A Fernando Fortún su temprana muerte -a los veinticuatro años- le privó de la oportunidad de evolucionar. Pero ya en su breve obra dejó constancia de la voluntad de buscar caminos propios en las sendas iniciadas por Rubén Darío y fatigadas por incontables discípulos. Juan Manuel Bonet le ha relacionado con un grupo -el de los crepuscolari españoles- del que también formaría parte Pedro Salinas (quien en 1913 colaboró como traductor en la antología de La poesía francesa moderna, preparad a por Fortún y Díez-Canedo). Los poemas de Fortún buscaban una salida al más caduco modernismo -el de Villaespesa- en una línea interior que alía prosaísmo, cotidianidad y nostalgia del ochocientos.

  —XVIII→  

Rafael Lasso de la Vega, tras una prolífica etapa modernista (resumida en sus dos primeros libros), formará parte muy activa de la aventura del ultra: su firma es habitual en todas las revistas del movimiento, Tristan Tzara lo incluyó en su lista de présidents Dada; luego se convertirá en un mixtificador que falsifica su bibliografía para tratar de presentarse como el precursor y el maestro de todos los vanguardistas.

Francisco Vighi llegó a la vanguardia desde el humor. Así lo ha declarado en su respuesta a una encuesta de La Gaceta Literaria (núm. 86, 15 de julio de 1930, pág. 4):

«En 1918 (ó 1919) perpetraba yo mis versos en la inolvidable revista España. Allí, Antonio Espina, Guillén, Bilbao, Lorca, Salinas, Bacarisse, León Felipe, los prosistas J. Caballero y Jarnés.

»Un día se me presentó Vando Villar preguntándome si lo que yo escribía era en serio o en broma.

»-Yo no soy un hombre grave, pero soy un hombre serio -respondí.

»-¿Palabra?

»-¡Palabra!

»-Entonces puede usted colaborar en nuestra revista Grecia, próxima a editarse en Madrid; porque usted es vanguardista, se lo digo yo.

»-Palabra?

»-¡Palabra!

Y con aquella credencial otorgada por el simpático Vando Villar, y con el visto bueno de Guillermo de Torre, uní mi nombre al de Gerardo Diego, Garfias, Domenech, Larrea, Iba, Comet, etc.; firmé manifiestos, tomé parte en veladas tumultuosas y escribí en Grecia, Ultra, Reflector, Tableros y tantas otras revistas donde, según Cejador, nos habíamos refugiado los tontos de toda España».


El año de cierre de nuestra selección es 1910, fecha de nacimiento de Luis Álvarez Piñer y Ramón Gaya (también de Miguel Hernández y Luis Rosales, a los que no antologamos por tener ya claramente su sitio en otro capítulo de la historia de la literatura española). Ramón Gaya es algo más que un pintor que escribe; muy precoz, participó en buena parte de las actividades generacionales, como las Misiones Pedagógicas, y compartió el exilio con poetas como Luis Cernuda. Su ensayismo es de una   —XIX→   rara finura, muy 27, y su poesía, no excesivamente abundante, tiene una vibración propia junto a un cierto deje entre guilleniano y cernudiano.

El caso de Luis Álvarez Piñer es semejante al de otro poeta gijonés, Basilio Fernández. Ambos fueron discípulos de Gerardo Diego y participaron en la aventura de Carmen, una de las revistas más significativas del 27; la obra de ambos fue truncada por la guerra civil; durante la posguerra decidieron recluirse en un exilio interior y no volver a publicar. Su recuperación tuvo lugar muy tardíamente: en los ochenta, en el caso de Piñer, y ya póstumamente, a partir de 1991, en el de Basilio Fernández (a Basilio Fernández -«no sabemos si perdido», dice- lo incluye Ruano en su antología, especie de arca de Noé en la que intenta salvar del olvido a cuantos poetas raros y curiosos han llegado a su conocimiento).

¿Hay algo en común en este casi medio centenar de poetas que nacen entre dos siglos y han sido oscurecidos por uno de los grupos mayores de la poesía española de cualquier tiempo? En la mayoría de ellos, resulta muy evidente el sustrato modernista, que sería el plinto de la aventura vanguardista (recordemos el caso de la revista Grecia8). Luego, patente en los años cuarenta pero iniciándose desde mucho antes, en casi todos se da un regreso al orden, que se manifiesta no sólo en la forma -predominio del soneto-, sino sobre todo en la visión del mundo: religiosidad, tradicionalismo, conservadurismo político y estético.

La guerra civil, ciertamente, divide a estos poetas, como a toda la sociedad española: una parte de ellos, incluidos algunos de los más activos vanguardistas, colabora fervorosamente con el nuevo régimen (es el caso de Adriano del Valle): otros marchan al exilio o se refugian en un exilio interior, negándose a figurar en la sociedad literaria del franquismo (el caso de Miguel Valdivieso, junto a los ya citados de Piner y Basilio Fernández). Pero si las posturas políticas eran opuestas, las estéticas no lo fueron tanto: entre el monárquico José María Pemán y el comunista Juan Rejano hay coincidencias significativas, al margen de su andalucismo.

  —XX→  

Quedan fuera de esta antología, por razones editoriales -están en la mente de todos, desde hace más de medio siglo se reeditan continuamente- los poetas del grupo mayor del 27, los nueve o diez poetas a los que se refirió Pedro Salinas en el prólogo a Contemporary Spanish Poetry. El lector debe tenerlos en cuenta -su huella es indudable en alguno de los incluidos- ya que sin ellos resulta ininteligible la poesía del periodo que estamos considerando, pero conviene que no olvide -se suele subrayar menos- que sin los poetas que ahora antologamos tampoco esos grandes nombres pueden ser entendidos plenamente.

Se ha pretendido que la selección sea lo suficientemente extensa como para dar cuenta de la riqueza de una época, pero no es exhaustiva. Es posible que algunos lectores echen en falta algunos poetas, que han quedado fuera por imponderables diversos. También, junto a inclusiones en las que todos estarán de acuerdo, hay otras en las que quizá el aire de época difumina demasiado los valores estéticos. Pero esas posibles discrepancias del lector atento con el antólogo, que espero no resulten excesivas, corresponden al margen de subjetividad inevitable en cualquier selección.

Podría haberse aumentado el número de nombres reduciendo los poemas de cada autor. El resultado habría sido convertir la antología en un inane muestrario, en un inoperante centón. Se ha preferido ofrecer una muestra amplia de los poetas más significativos.

J. L. G. M.



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ArribaAbajoNota a la edición

La bibliografía sobre la generación del 27 es inmensa, casi inabarcable. Se señalan sólo aquellos estudios y antologías citados en la introducción que tienen especial interés en relación con los otros poetas del 27. La bibliografía específica sobre los poetas seleccionados va al frente de sus poemas, junto a una breve semblanza crítica.

La edición tomada como base para la reproducción de los textos de cada poeta es, salvo que se indique expresamente lo contrario, la más reciente. Se regulariza la ortografía -salvo en los casos en que tenga una función estética- y se corrigen algunas erratas obvias.



  —XXII→  

ArribaAbajoBibliografía general

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