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ArribaAbajoNavegando contra Leteo. La memoria transterrada: Constancia de la Mora y Clara Campoamor

Neus Samblancat. Universitat Autònoma de Barcelona


Gritar es de necios; llorar, da vergüenza... Más vale escribir.


María de la O Lejárraga.                


A P. R. S.

Dentro del panorama de la narrativa de postguerra, la literatura del exilio cuenta, por su mismo carácter de 'literatura emigrada', con un número considerable de memorias, recuerdos o testimonios de la guerra civil y del destierro. Un breve repaso a la nómina de obras aparecidas en la década inmediatamente posterior a la guerra civil, e incluso en los primeros años de la segunda década, revela ya desde su onomástica -identificadora, en algunos casos, de la Pasión de Cristo con la del combatiente republicano- el dolor, la pérdida, y, en ocasiones, la posible esperanza que yace en las historias que reflejan una Historia rota que intenta reconstruirse a través de la memoria616. En este proceso de reedificación de un pasado personal y colectivo que, en último término, apuntaría a una suerte de salvación de un modelo de comportamiento humano -cuando menos en el terreno de las ideas-, se inserta el género autobiográfico, horma de unas voces transterradas que intentan consignar 'otra Historia' a través de la palabra.

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De entre ellas, elegimos en esta ocasión las voces de Constancia de la Mora y de Clara Campoamor, reflejada la primera en su vibrante autobiografía, Doble esplendor, y la segunda en su análisis político de urgencia, La revolución española vista por una republicana.

Estas voces no pueden desligarse, sin embargo, del conjunto de memorias de mujeres que, desde el exilio y desde una posición políticamente comprometida, narran sus experiencias de la guerra o su actuación durante el periodo republicano. A los títulos de memorias, en algún caso noveladas, de luchadoras tan significativas como Dolores Ibárruri617 o Federica Montseny618, se suman los nombres de María de la O Lejárraga619, María Teresa León620, Victoria Kent621 o Constancia de la Mora y Clara Campoamor, entre otros.

Nos enfrentamos a un conjunto de obras que, debido a la circunstancia de su composición -el exilio- y a la militancia política de sus autoras, ya sea en filas anarquistas, comunistas o socialistas, se convertirá en memorias de combate, generadas a partir de una experiencia de «conmoción», e incluso a veces de «conversión». Mas, a la par, son memorias de un combate perdido, de unas vidas socialmente derrotadas; autobiografías de perdedoras, desde un punto de vista histórico, que intentan a través de la palabra liberar de la derrota una trayectoria personal y colectiva.

Cuando la mujer exiliada -o su compañero- toma la pluma para contar su vida, lucha desde la barricada de la memoria para ganar la guerra. Éste sería el caso de Constancia de la Mora y Maura, autora de una única obra de envergadura: su autobiografía. Un aire de combate -de lucha no acabada- recorre las páginas de estas memorias, aparecidas a los pocos meses de finalizada la contienda. Su carga espoleadora, ayudada por un tono emocional y expresivo, se sintetiza en el epílogo de la obra titulado: ¡VIVA LA REPÚBLICA! En él, con inquebrantable fe, se dice:

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Ahora, más que nunca, continúo convencida de que el amor a la libertad y a la justicia no ha perecido en el pueblo español, que este amor vive y seguirá viviendo622.


Las memorias, fechadas en Nueva York en julio de 1939 y publicadas originalmente en inglés con un título ligeramente diferente al actual623, cuentan con una segunda edición en Londres en 1940, también en inglés, y una tercera en ruso en 1943, antes de ser publicadas en castellano por la editorial mexicana Atlante en 1944. Posteriormente, Doble Esplendor merecerá en 1977 -fallecida ya la autora- una reedición a cargo del Grupo Editorial Grijalbo624.

La autobiografía, aparecida primero en inglés, factor que facilita la aparición de ese «yo creado en la experiencia de la escritura» superpuesto al «yo que ha vivido», establece un diálogo continuo entre andadura personal e histórica, tendente a una búsqueda de sentido personal y colectivo. El hilo del relato surge, se detiene o acelera en función de la autoconcienciación política de la narradora, imagen paralela de la progresiva concienciación histórica de un pueblo. Pero, además, emergen en el relato las plurales funciones de «autoexplicación, autodescubrimiento, autoclarificación, autoformación, autopresentación o autojustificación»625. Sumándose a todas ellas la función de autoafirmación.

Si escribir es, en parte, navegar contra Leteo e iluminar el 'yo', Constancia de la Mora ilumina, paso a paso, a través del relato, a una nueva mujer que acumula la suficiente sabiduría y amargura como para saber romper en un momento determinado con un destino prefijado. Y esta ruptura con el pasado coincide políticamente con la proclamación de la República en 1931. En realidad, las Memorias parten de esta fecha emblemática para estructurarse en un «antes» y un «después». El «antes» se corresponde con los periodos de Monarquía y Dictadura, coincidentes con los dos primeros capítulos de la autobiografía; el «después» con los de Guerra Civil y Exilio, capítulos cuarto y epílogo. El tercer capítulo es el gozne vital y político divisor de la autobiografía.

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Como María Teresa León en su Memoria de la melancolía, Constancia de la Mora recrea en los dos primeros capítulos, o partes, de Doble Esplendor su infancia en la España tradicional y su frustrado matrimonio en los años de la Dictadura de Primo de Rivera. La linealidad del relato, presente en Constancia de la Mora, no en María Teresa León, se remansa en numerosas ocasiones para dar paso a unas jugosas descripciones de ambiente familiar. Son los ojos de la intimidad los únicos que pueden relatar, a través de una retina infantil, las relaciones que mantenía el político conservador de más prestigio del momento, Antonio Maura, con sus hijos o sus nietas, una de ellas, Constancia; o la aversión que sentía la niña 'Connie', apodada así por sus institutrices anglófonas, cuando en el colegio de las Esclavas del Corazón de Jesús la obligaban a la ceremonia de la hipócrita merienda: «Teníamos que ser 'buenas' y 'caritativas' con las niñas pobres, pero no tenía que ocurrírsenos jugar con ellas...» (45).

Es la infancia recordada de clase privilegiada y ociosa, cuidada por 'otros', aburrida de sus largos veraneos en el norte, en donde Constancia comienza a sentir los primeros síntomas de rebelión:

El mortal aburrimiento que aplastaba las vidas de las clases privilegiadas españolas se extendía como una manta sobre Zarauz.

Y mientras jugaba por las mañanas en la playa, por las tardes en los jardines de las villas, con los niños que ostentaban los nombres más sonoros de España, yo sentía ya algo inexplicable e indecible que me impedía estar a gusto entre ellos, ser uno de ellos (...). Es muy posible que no recordase esa incómoda sensación de mi infancia, si no me hubiese perseguido después toda la vida, hasta que me hice mujer y ciudadana consciente de España


(10-11).                


Esta memoria personal no olvida la presencia de una continua memoria crítica que, a la par que recuerda fragmentos de vida, evalúa, desde un presente comprometido, la Historia. Es sin duda el hábil engarce entre lo vivido y el marco sociopolítico una de las calidades más estimables de esta autobiografía. La luz del recuerdo entrelaza memoria e Historia estableciendo relaciones de interdependencia. El doble placer de la lectura del relato va unido sin duda a ese fácil acceso a la Historia que proporciona la memoria autobiográfica privilegiadora, a medida que avanza, de la función de autoafirmación. Por ello, en la tercera parte de la autobiografía el despertar de las libertades políticas se asocia al despertar de una nueva vida.

Con un poder notarial que le asegura la tutela de su hija, consigna Constancia de la Mora: «Llegué a Madrid en marzo de 1931, para empezar una nueva vida y me di cuenta de que España entera se disponía a hacer algo muy parecido» (141).

Este proceso de autoafirmación implica sobre todo un proceso de autoformación y autodescubrimiento, además de una ruptura con el pasado; es la mujer nueva la que se está gestando al calor de los acontecimientos políticos, la que percibe una   —361→   realidad profundamente injusta, la que espera ansiosa las elecciones del 31 -aunque aún no pueda votar-, la que, indignada, oye su nueva voz ante el acoso de los miembros de su clase:

-¿No puedes contestar?, me preguntó Miss Wall, en tonos severos y de reprimenda.

Sentí como si una ola de indignación me arrastrase, ante semejante injusticia.

-Claro que puedo contestar, oí que decía yo misma, casi gritando, si desear que cambien las cosas en España, es ser republicana, entonces soy republicana; si el querer que haya justicia, es ser republicana, entonces sí que soy republicana; si...

-No nos eches discursos (...); pero yo no podía ya contenerme; acababa de hacer un descubrimiento maravilloso: no habría nadie que me hiciese callar


(152-153).                


Roto el silencio, el divorcio moral con el pasado y el divorcio en la vida real -conseguido el año 32- aparece como el signo externo de una nueva personalidad, que pondrá al límite todas sus fuerzas con el estallido de la guerra. Es la parte final de esta autobiografía la que refleja con una sintaxis cortante, sincopada más de una vez, la lucha civil sostenida en España.

Si el despertar de las libertades republicanas encuentra su eco en las voces autobiográficas de Clara Campoamor y de María de la O Lejárraga, el juicio sobre la guerra guardará similitud con el de Dolores Ibárruri por su común afiliación al Partido Comunista626. Desde esta óptica se enjuicia la actuación de la CNT-FAI durante la guerra, los hechos de mayo del 37 en Barcelona, la presencia soviética, la farisaica postura del Comité de No-Intervención (¿no parece que hablemos de Bosnia?)627, la trayectoria de Azaña o de Negrín. Son las voces anónimas de un pueblo las que narran los bombardeos de Almería, Málaga, Guernica, Durango o Barcelona, el paso del Ebro, el camino del exilio. Son «los puentes de sangre» de la memoria los encargados de restañar el escozor de las heridas desde la palabra escrita.

El dolor de la guerra se combate en el epílogo del relato con una inquebrantable esperanza en un futuro mejor que se sueña libre. Desde este punto de mira, no importa que la pluma que sostiene la memoria sea anarquista, comunista o socialista. Federica Montseny, Dolores Ibárruri, María Teresa León, María de la O Lejárraga y, con gran énfasis, Constancia de la Mora testimonian en sus relatos autobiográficos   —362→   su continuada lucha por la libertad. Por ello estas memorias de mujer liberan de la derrota de la Historia con su doble esplendor: personal y colectivo.

De signo totalmente contrario es el análisis de urgencia que Clara Campoamor realiza de los dos únicos meses de guerra, de julio a septiembre de 1936, vividos en Madrid, en su obra La révolution espagnole vue par une republicaine. El texto, publicado en francés628 por la Editorial Librería Plon de París en 1937, se acompaña de un breve prólogo presentativo de la trayectoria política de Clara Campoamor, firmado por la traductora de la obra, Antoinette Quinche, abogada con la que posteriormente colaborará la autora en su último exilio suizo en 1955. La obra, dedicada «A los Republicanos Españoles», se encabeza con unos versos de Manuel Machado que dan cuenta del tono desesperanzado del texto: «Yo soy como los hombres / que a mi tierra vinieron. / Soy de la raza mora, / vieja amiga del sol. / Que todo lo ganaron, / y todo lo perdieron». Desde esta conciencia de perdedora, Clara Campoamor analiza en su obra, a través de un «nos» colectivo o de una tercera persona, formalmente objetiva, el caos, la desorganización, la división de las fuerzas republicanas y, en suma, la debilidad del propio gobierno para hacer frente a la rebelión militar. Además de pronosticar el probable final de la contienda: dictadura del proletariado o dictadura militar629.

Este análisis ocupa los XX primeros capítulos de la obra, está fechado en París en noviembre de 1936 y actúa a modo de preámbulo histórico de la última parte de la crónica, titulada Apéndice y compuesta por dos capítulos de los cuales el último, narrado en primera persona, incorpora, también, dos artículos de prensa que corroboran desde un punto de vista externo el relato autobiográfico630.

Si comparamos las dos obras, la mirada de ambas autoras no puede ser más diversa. Constancia de la Mora proclama en sus memorias su inquebrantable fe en   —363→   la República y en su futuro; Clara Campoamor pronostica su fracaso. En realidad, la comprensión del texto campoamoriano y su inflexible inflexión amarga no puede desligarse de su anterior obra publicada en junio de 1936, poco antes de estallar la guerra, Mi pecado mortal. El voto femenino y yo631. Memorial airado de la parlamentaria que defendió sola -y obtuvo-, en contra del criterio de su partido, el republicano Radical, y de las dos únicas diputadas de la Cámara, Victoria Kent y Margarita Nelken, el derecho al voto de la mujer, en las Cortes Constituyentes de 1931.

Defendí en Cortes Constituyentes los derechos femeninos. Deber indeclinable de mujer que no puede renunciar a su sexo (...). Defendí esos derechos contra la oposición de los partidos republicanos más numerosos del Parlamento, contra mis afines (...). Finada la controversia parlamentaria con el reconocimiento total del derecho femenino, desde diciembre de 1931 he sentido penosamente en torno mío palpitar el rencor


(7 y 8).                


Ese encono contra sus supuestos 'afines' lo conserva Campoamor -y lo aumenta- en el texto que analizamos. Si Constancia de la Mora, por su condición de militante recién afiliada al Partido Comunista, puede en su autobiografía aceptar determinadas acciones gubernamentales, Clara Campoamor, por su ya larga y comprometida trayectoria política, dentro y fuera de España, y por su condición de ex diputada, conoce muy de cerca las contradicciones y disensiones internas de los diversos partidos republicanos y las limitaciones morales y políticas de los hombres encargados de organizar la lucha. De ahí su amargo dictamen histórico preanunciador de su partida. Dictamen que, no obstante -y aquí radica la singularidad del texto campoamoriano y su nexo con Doble esplendor-, se convierte, en su desenlace, a través de la estrategia autobiográfica, en un tipo de discurso situado en un espacio genérico fronterizo entre la autobiografía y la crónica histórica, entre la confesión personal y el documento de guerra. Porque, en último término, el mayor interés de La revolución española vista por una republicana y su relación con el género testimonial reside justamente en su carácter de literatura de frontera y en su calidad de género mixto, a medio camino entre la memoria y la crónica, cuya finalidad no es otra que la autoexculpación personal ante una encrucijada histórica.

En ese Apéndice que cierra su crónica, Clara Campoamor, a través de su confesión última, defiende su legítimo derecho a la supervivencia y justifica, ante sí misma y ante la Historia, su partida: «Yo no quería ser -dirá- uno de esos detalles sacrificados inútilmente» (a la revolución) (229). De ahí su decisión de marchar:

He abandonado Madrid a comienzos de septiembre (de 1936). La anarquía que reinaba en la capital ante la impotencia del Gobierno, y la falta   —364→   absoluta de seguridad personal, incluso para las personas liberales -y quizá sobre todo para ellas- me impusieron esta medida de prudencia (...). No quise salir sin llevar conmigo a mi anciana madre de 80 años de edad y a mi sobrinita, únicas personas que estaban a mi cargo


(228-229).                


El texto, suficientemente revelador, aduce una serie de autoexculpaciones políticas, personales y filiales que, tras el eufemismo 'medida de prudencia', encubren ese legítimo derecho de la mujer Clara Campoamor a salvar su vida.

Como si de un texto autobiográfico se tratara, las funciones de autojustificación y autodefensa, presentes en la confesión final, aureolan la función autoexculpatoria de este memorial histórico.

Con lúcida desesperanza se suma, así, el discurso campoamoriano a ese conjunto de textos: autobiografías, memorias, recuerdos, impresiones o testimonios de la guerra civil y del exilio, pertenecientes a mujeres comprometidas políticamente, que, a pesar de estar escritos en tierra ajena -todos-, en lengua ajena -algunos- y desde el bando derrotado, intentan a través de la palabra desengañada, enfática, o doliente, acusar, autoexculpar, justificar o liberar el esplendor de una trayectoria personal y colectiva. «Gritar es de necios; llorar, da vergüenza... Más vale escribir».


Obras citadas

Campoamor, Clara, (1936) Mi pecado mortal. El voto femenino y yo, Madrid, Librería Beltrán, reeditado por la Sal, Barcelona (1981).

——, (1937), La révolution espagnole vue par une republicaine, París, Libraire Plon.

De la Mora, Constancia, (1944) Doble esplendor, México, Atlante, reeditado por Grijalbo, Barcelona (1977).

Ibárruri, Dolores, (1936) El único camino (Memorias de la «Pasionaria»), México, Era, reeditado por Bruguera, Barcelona (1979).

Lejárraga, María, (1952) Una mujer por caminos de España, Buenos Aires, Losada, reeditado por Castalia, Madrid (1989).

——, (1953) Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración, México, Gandesa.

León, María Teresa, (1970) Memoria de la melancolía, Buenos Aires, Losada, reeditado por Laia (1977), Barcelona y Bruguera (1979) y (1982).

Montseny, Federica, (1977), El éxodo. Pasión y muerte de españoles en el exilio, Barcelona, Galba.

——, (1978) Seis años de mi vida, Barcelona, Galba.

——, (1978) Mis primeros cuarenta años, Barcelona, Plaza y Janés.

Kent, Victoria, (1947) Cuatro años en París (1940-1944), Buenos Aires, Sur, reeditado por Bruguera (1978), Barcelona.

Weintraub, Karl J., (1991) «Autobiografía y conciencia histórica», en Suplementos Anthropos, 29, Barcelona, Anthropos.







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ArribaAbajo7.- Editoriales

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ArribaAbajoUna aproximación al exilio chileno: la editorial Cruz del Sur

Juan Escalona Ruiz. GEXEL - Universitat Autònoma de Barcelona


Es usual referirse a la emigración republicana en Chile como la más proletaria de las americanas, en buena medida porque no hubo, por parte de sus principales responsables, una selección expresa ni, al parecer, distinción entre los trabajadores manuales y del pensamiento. Pablo Neruda, en colaboración con el SERE y apoyado -no sin dificultades- por el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, tuvo que superar los obstáculos que ponían a la acogida de los republicanos españoles las fuerzas conservadoras de la prensa, el parlamento y la legación de aquel país en Francia; justificándola con el argumento de que una emigración seleccionada por su cualificación profesional podría ayudar al desarrollo económico de Chile632.

Junto a los poco más de 2.000 refugiados del Winnipeg, que provenían de los campos de concentración franceses, hay que añadir aquellos que llegaron desde el continente y que, en mayor o menor medida, desarrollaron su actividad profesional e intelectual en Chile a partir de 1939. El propio Neruda recuerda a Vicente Salas Viu y a Arturo Serrano Plaja633; y Vicente Lloréns, además, a los periodistas Juan Guixé, Antonio de Lezama, Carlos Baraibar y Ramón Suárez Picallo; al crítico y profesor Eleazar Huerta, al actor y cineasta Leopoldo Castedo, al dramaturgo José Ricardo Morales, al filósofo José Ferrater Mora, y a los escritores catalanes -responsables en Santiago de Chile de la revista Germanor- Joan Oliver, Domènec Guansé, Francesc Trabal y Xavier Benguerel. Por último, Manuel Andújar citó en su momento a los colaboradores del periódico quincenal España Libre, publicado en Santiago de enero a diciembre de 1942, algunos de los cuales residieron en el país durante cierto tiempo634.

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A pesar del número de estudios generales, está todavía por elaborar la nómina definitiva del exilio intelectual en Chile.

Por otra parte, la labor de los exiliados en aquel país ha sido menos estudiada que la realizada en México, Argentina o la República Dominicana. También allí la emigración republicana influyó en la modernización de importantes sectores económicos o culturales, y aunque es cierto que los intelectuales españoles llegaron en menor proporción que a otros destinos, también lo es el hecho de que la mayoría se incorpora al país con el afán de reproducir la frenética actividad en España durante el periodo republicano.

Al igual que en otras naciones americanas, en Chile la difusión cultural cumplirá el doble papel de mantener los vínculos entre los recién llegados y establecerlos con quienes les acogían. Sin embargo, mientras que la industria editorial poseía en Argentina y México, en 1939, una estructura de producción y comercial en buena medida consolidada, en Chile la mayor parte del camino estaba por recorrer.

Junto a aventuras editoriales con mayor o menor fortuna -las chilenas Nascimiento; Ercilla, del argentino Laureano Rodrigo; la editorial Orbe, de Joaquín Almendros, también exiliado, o la catalana El Pi de les Tres Branques, vinculada al grupo de escritores y periodistas de Germanor-, destaca en Chile la editorial Cruz del Sur, de Arturo Soria y Espinosa, por lo ambicioso de sus colecciones pero, sobre todo, por ejemplificar una actitud en la edición de libros que se da con frecuencia en el exilio.

Si la figura del escritor-editor adquiere especial relevancia en los años veinte con la aparición de numerosas revistas literarias o culturales como forma de subvertir las imposiciones comerciales y de cuidar todas las fases del proceso de creación, durante el periodo republicano esta tendencia se consolida y enriquece con la creación de nuevas editoriales o colecciones de libros vinculadas a las revistas: así las publicaciones vinculadas a Cruz y Raya, a la Revista de Occidente, o a Litoral635.

Las primeras imprentas de la emigración también son continuadoras de este propósito. Comparten los objetivos de rescatar del olvido los mejores valores de la tradición literaria española -especialmente la poesía-; incluir en las colecciones los tratados filosóficos, de pensamiento crítico y científico; fomentar las relaciones entre los intelectuales exiliados y dispersos por América y Europa, y, en fin, prestar especial   —369→   atención en sus catálogos a las culturas hispanoamericanas. Son, éstas, líneas editoriales que podrían secundar la editorial Séneca de México, dirigida por José Bergamín; los libros editados por Manuel Altolaguirre; la labor de Alejandro Finisterre en Ecuador, Guatemala, México y España, o las publicaciones de la editorial venezolana Casuz, dirigida por José Manuel Castañón; a las que hay que añadir aquellas que se beneficiarán del impulso de los exiliados para consolidarse definitivamente en el mercado americano, como el Fondo de Cultura Económica o la argentina Losada, creadas antes de 1939.

Merece la pena, pues, detenerse en la figura de Arturo Soria, quien, junto a su mujer -Conchita Puig- y a su hermano Carmelo, supo convertir la editorial Cruz del Sur en un catalizador de iniciativas culturales que implicaron a españoles y americanos. Si su trayectoria se resiste a una clasificación al uso, no por ello parece que se deba seguir manteniendo oculta tan importante labor de difusión y compromiso cultural entre los transterrados de Chile y en España.

Arturo Soria fue creador de propuestas organizativas tales como los Comités de Cooperación Intelectual636, que tenían el propósito de «fecundar la vida cultural provinciana»; inspirador de la FUE madrileña, fundada en 1927 junto a Antonio María Sbert, y de sus diversas secciones: coros, deportes, teatro (La Barraca); promotor de la Universidad Extraoficial -con Ortega y Gasset-, y de la Sociedad de Interayuda Universitaria.

Arturo Soria estuvo también vinculado al grupo de escritores de la revista Cruz y Raya, y en 1934 fundó, junto al director de Luz, Corpus Barga, el semanario Diablo Mundo637. En 1936 es nombrado Secretario General del Ministerio de Propaganda, cuyos cuadros se nutrirán en buena proporción del Servicio Español de Información, organización que Arturo Soria había auspiciado con el objetivo de dar noticia verídica de la guerra en el extranjero y recabar, de esta manera, el apoyo de los intelectuales para la causa de la República638.

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Al finalizar la contienda se refugió en la Embajada de Chile en Madrid639, donde, como es sabido, se funda una de las primeras revistas literarias del exilio, Luna, revista manuscrita, y, por tanto, ejemplar único pero de lujosa presentación y cuidados contenidos640.

Arturo Soria llegó a Chile a principios de diciembre de 1939 y pronto emprendió una intensa actividad editorial que combinó, más tarde, con otras iniciativas, como la fundación de librerías -una en Santiago y otra en Valparaíso-; la producción de libros-discos; la organización de conferencias de personajes significativos del exilio641 o la creación de una red informativa que mantuviera el contacto cultural y político entre los transterrados.

En una carta enviada al penalista Luis Jiménez de Asúa con fecha de 21 de diciembre de 1939, es decir, dos semanas después de haber llegado a Chile, señalaba la voluntad de repetir los esfuerzos que propiciaron el advenimiento de la República, y el convencimiento de que el camino a seguir era la cooperación intelectual, las iniciativas culturales y la comunicación entre los diferentes ámbitos y destinos de la emigración. Más adelante continúa:

Pero en fin, todo esto pasó llevándose las mejores vidas y ahora, los que podemos, tenemos el deber de demostrar al mundo nuestras energías y nuestras aptitudes en empresas de paz. Ningún medio más adecuado [a] mi propósito que éste de Iberoamérica...

Inmediatamente me interesa poner en marcha un servicio de colaboraciones e informaciones periodísticas. Para lo primero espero contar con los españoles más aptos y punteros que viven en el destierro, para lo segundo espero establecer una red de corresponsales con todos los compañeros de los buenos tiempos de la FUE642.



Sin duda, en estos primeros momentos y con el telón de fondo de la Segunda Guerra Mundial, el enfrentamiento entre los bandos de la guerra española se traslada al terreno cultural y propagandístico en América del Sur. Arturo Soria pretende, desde su llegada a Chile, continuar la labor de difusión que hizo que, durante la contienda, la mayoría de los intelectuales de prestigio españoles y extranjeros estuvieran del lado de la causa republicana643.

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Las colecciones de Cruz del Sur

Un breve recorrido por las colecciones de la editorial Cruz del Sur puede ayudar a mesurar el alcance de estos propósitos iniciales. Arturo Soria cuenta en esta empresa con el asesoramiento de quien había sido tipógrafo de la Revista de Occidente, Mauricio Amster, que había llegado a Valparaíso en el Winnipeg poco antes, y que pronto se encargaría de la prestigiosa Editora Universitaria chilena. En el colofón de algunos volúmenes pueden apreciarse, además, agradecimientos a la colaboración esporádica de dibujantes, pintores e impresores como Santiago Ontañón, Manuel Altolaguirre, Arturo Lorenzo, Roser Bru o Jaime del Valle-Inclán, junto a la relación exhaustiva de todos los que participaron en la elaboración del libro.

Son dos los periodos de mayor producción editorial. El primero corresponde a los años cuarenta, con más de sesenta títulos desde 1941 hasta 1948; el segundo, tras la vuelta de Arturo Soria a Madrid en 1959, se enmarca en la colección Renuevos de Cruz y Raya, donde aparecen 14 títulos -18 números-, dados a la luz entre 1961 y 1965.

Las colecciones anunciadas en 1943 demuestran la amplitud inicial del proyecto. Bajo el título general de Biblioteca del Nuevo Mundo se agrupaban una serie de colecciones específicas, dedicadas a la literatura chilena, argentina, peruana y boliviana, que venían a hacer efectivo el manifiesto propósito de lograr, a través de su editorial, la integración cultural entre los países americanos que, desde la independencia de España, se habían «separado» de América porque habían empezado a separarse políticamente entre sí, tal y como argumentaba el editor madrileño.

En la presentación de esta Biblioteca del Nuevo Mundo se señalaba la intención de dar acogida a «escritores de nuestro continente, cuya influencia en el orbe castellano, pese a la indudable calidad de sus obras, es nula o mínima por la escasez de ediciones anteriores» y, en definitiva, la de «ser un reflejo de las letras de América en la actualidad y en su historia».

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La Colección de Autores Chilenos, dirigida por el novelista Manuel Rojas, es la que primero culmina la edición de los libros programados inicialmente. De hecho, en 1943 se anuncia como «publicada y agotada» en los catálogos, de manera que bien podría considerarse el mayor éxito de ventas de la editorial. Se trata de diez títulos, aparecidos en 1942, de autores chilenos como José Santos González Vera, Juvencio Valle o Vicente Huidobro y cuya tirada rondaba los mil ejemplares644.

A esta serie de publicaciones se le añaden, en primer lugar, los diez títulos aparecidos entre 1943 y 1946 de la Nueva Colección de Autores Chilenos, que dirigía José Santos González Vera645.

Tres títulos son también los aparecidos a lo largo de 1944 en la Colección de Autores Argentinos, dirigida por Enrique Espinoza, de los nueve anunciados646, mientras que en la Colección de Autores Bolivianos, dirigida por Mariano Latorre, y en la Colección de Autores Peruanos, dirigida por Ricardo A. Latcham, no contemplan ningún volumen ni programado ni editado, a pesar de que ambas se anuncian como colecciones en los catálogos.

Si atendemos a las fechas de las publicaciones de esta Biblioteca del Nuevo Mundo podemos deducir que, tras un éxito inicial en 1942, el entusiasmo de Arturo Soria y sus colaboradores se desborda en 1943, proyectando un ambicioso programa panamericanista de publicaciones que abarcaba la poesía, la novela, la crónica, el costumbrismo, la narrativa breve y el ensayo. Todo ello reunido por países en sus colecciones correspondientes. Sin embargo, las más que probables dificultades económicas,   —373→   las necesidades de las otras colecciones de la editorial, que habían iniciado su andadura simultáneamente, y la escasa demanda prevista, detectada gracias al sistema de subscripciones, pudieron truncar el proyecto.

En cualquier caso, las dificultades no impiden que Cruz del Sur publique una de las primeras recopilaciones de la Obra Completa de Pablo Neruda en la colección Residencia en la Tierra, dirigida por Juvencio Valle. Se trata de un cuidado repaso en diez volúmenes de la obra del poeta chileno, desde La canción de la fiesta. Crepusculario hasta Himno y regreso, llevadas a la imprenta entre 1947 y 1948647.

En lo que atañe al resto de las colecciones, la presencia de los exiliados españoles es más que destacable, ya sea como directores de las mismas o publicando sus obras. De esta manera, Cruz del Sur se convierte en los años cuarenta en una editorial imprescindible para el estudio del exilio de los intelectuales que viven o pasan por Chile. Entre los colaboradores que participan en la iniciativa de Arturo Soria tiene especial relevancia José Ricardo Morales, quien combinó, en estos años, su actividad universitaria y teatral -dramaturgo y promotor del Teatro Experimental de la Universidad de Chile- con la de asesor literario y director de dos colecciones de Cruz del Sur: La Fuente Escondida y Divinas Palabras648.

La Fuente Escondida reunía en diez volúmenes, prologados por José Ricardo Morales, a poetas españoles de los siglos de oro «sumidos en las aguas del olvido», como reza la presentación de la colección; algunos de ellos no reeditados con posterioridad a su tiempo y la mayoría necesitados de una valoración crítica nueva. Así se indica en la presentación de la colección:

No nos mueve en nuestro trabajo un afán exhumatorio de antiguos restos, suerte de arqueología literaria al alcance de laboriosos eruditos. Lo pasado, pasado. Pero lo eterno, por vivo, debe ser revivido en cada época, reconquistándole su perennidad según el leal saber y entender que en ella se usen.



Los diez volúmenes de La Fuente Escondida se publicaron sin excesivo éxito de ventas entre 1943 y 1946649. Por otro lado, la arriesgada recuperación de clásicos como Josef de Valdivieso, Juan Boscán, Juan de Jáuregui o Pedro Espinosa tuvo su continuación en la colección Divinas Palabras, que ambicionaba recoger las mejores muestras de la literatura sacra:

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Nuestro lenguaje nunca conoció galas idénticas a las que luciera en los escritos religiosos de los siglos XVI y XVII; raras veces, también por el afán de unirse a la divinidad, se expusieron ideas de tan distintos orígenes y procedencias. Esa riquísima floración de actitudes y pensamientos diversos -desde el neoplatonismo de Fray Luis hasta el quietismo de Molinos- bien merecía una visión de conjunto donde pudiera apreciarse en toda su hermosura, las plurales virtudes y gracias del idioma y la fe.



Aparecieron allí las Poesías Completas. Aforismos. Cartas (1946) de San Juan de la Cruz, edición y prólogo de Pedro Salinas; El Cantar de los Cantares (1947) de Fray Luis de León, con prólogo y edición de Jorge Guillén; y Agonía del tránsito de la muerte (1948), del Maestro Alejo Venegas.

También José Ricardo Morales será el encargado de realizar una de las primeras antologías de escritores transterrados: Poetas en el destierro (1943), publicada en la colección Raíz y Estrella. Los poemas recogidos pertenecen a Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, León Felipe, José Moreno Villa, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Juan Larrea, Emilio Prados, Rafael Alberti, Luis Cernuda y Manuel Altolaguirre. La antología de José Ricardo Morales se une al esfuerzo de recopilaciones publicadas anteriormente: las de Enrique Díez-Canedo, aparecida en la editorial Nuestro Pueblo (1940), la de Juan José Domenchina en Atlante (1941), y la de Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, Emilio Prados y Juan Gil Albert de la editorial Séneca en 1941. Como José Ricardo Morales, Francisco Giner de los Ríos se referiría poco después, en un artículo publicado en la revista mexicana Cuadernos Americanos, a la necesidad de prestar atención a las creaciones poéticas del exilio como únicos continuadores representativos de la generación anterior a la guerra650. En la antología de Morales es patente también este propósito. Así, aparecen textos de libros publicados en el exilio, inéditos, o no recogidos en libro hasta entonces, como se indicaba en el prólogo, con imágenes que recuerdan la presentación de los editores de Cruz   —375→   y Raya651. Si la guerra precipitó a nuestros creadores hacia la muerte, el silencio o el destierro, son éstos últimos, los desterrados, los que tienen la responsabilidad de mantener la «llama de amor viva» de la poesía.

Poetas en el destierro será la segunda entrega de la colección Raíz y Estrella, en cuyo catálogo se reúnen las producciones de los intelectuales españoles del exilio:

Temas y autores de España aparecerán aquí unidos por la raíz de la preocupación española y guiados por la estrella de su liberación de toda servidumbre.



En esta reflexión, que parte de la alegoría de la cruz y la raya, la afirmación y la negación, tradición y libertad, árbol y río, se podría vislumbrar una de las claves para interpretar el nombre de la editorial. La «cruz» es la «raíz» de la tradición española y «la estrella del Sur» orientadora, en un juego de antítesis superpuestas que se reforzará con el nombre de la última colección de la editorial: Renuevos de Cruz y Raya.

En Raíz y Estrella se mezclan los libros de asunto jurídico y políticos de Luis Jiménez de Asúa con estudios de crítica literaria como el volumen de Joaquín Casalduero, Jorge Guillén. Cántico, (1946)652; la reflexión histórica que realiza Américo Castro en sus Aspectos del vivir hispánicos (1949) con dos tratados filosóficos de José Ferrater Mora: España y Europa (1942) y La ironía, la muerte y la admiración (1946), sin duda embriones de volúmenes posteriores. También en esta colección estuvo a punto de publicarse El embustero en su enredo, una de las primeras muestras del teatro de José Ricardo Morales, pero las dificultades económicas impidieron que este libro llegara a la imprenta, pese a que se llegaron a corregir algunas pruebas del mismo. José Ricardo Morales publicará en Cruz del Sur su obra Bárbara Fidele pocos años después653.

Se trata, pues, en la mayoría de los casos, de libros que dan cuenta de una progresiva   —376→   conciencia de expatriados al hilo de los acontecimientos internacionales, o que intentan abordar las causas de la reciente historia del país. Matices, éstos, que ediciones posteriores pudieron desvirtuar, por situarlas en la asepsia de la colección científica.

En este sentido, la colección Tierra Firme, dirigida por José Ferrater Mora -que residió en Chile de 1943 a 1947-, pretendía «destacar del pensamiento universal de todas las épocas aquellas obras en las que se defienden esas cosas frágiles que están constantemente zozobrando y que en nuestros días bracean desesperadamente para no hundirse: el respeto a la verdad, la tolerancia, la libertad de la persona». José Ricardo Morales glosaba recientemente654 el sentido del título de esta colección. Comentaba el dramaturgo la condición de «infirme» del desterrado; enfermo por la distancia de la tierra perdida y por la extrañeza con que se percibe en la nueva. Al componente mítico del «paraíso perdido» -común en todas las culturas- se le suma, en el caso del exiliado, un segundo destierro. Morales se refería al exilio como

un nuevo extrañamiento al que le es consustancial; como 'infirme' que es, requiere de determinada tierra firme, aunque sea en arribada forzosa, para establecer así su vida y asentarla sobre ella. Por otra parte, el terreno seguro que corresponde al desterrado, en cuanto a ser presente, lo constituyen sus ideas, de modo que sólo puede recobrarlo cuando puede expresarlas libremente.



Confiado en las posibilidades de la Universidad, tras las noticias de un cierto aperturismo que llegan de España, y convencido de que los intelectuales podrían de nuevo asumir la responsabilidades del retorno de las libertades democráticas, Arturo Soria vuelve de su destierro en 1959, no sin ciertas dudas. Su exilio exterior se convertirá, entonces, en un exilio interior, físico y espiritual. El testimonio de sus cartas a Luis Jiménez de Asúa no dejan espacio a la esperanza. Sirvan como ejemplo estos fragmentos de una carta fechada el 2 de febrero de 1962:

Madrid es una ciudad invadida; está preferentemente ocupada por todos los que alcanzaron méritos para participar en el botín. Se pretende, y se logra en gran parte, borrar toda huella de su próximo pasado. La deformación falsificadora llega hasta el idioma...



Y, más adelante, agrega:

La conciencia de fracaso de que esto carece de herederos es general. Las nuevas generaciones son víctimas preferentes, y, de modo muy especial, los hijos de los mayores responsables de esta situación en la que no pueden encontrar otro quehacer solvente o remunerador que no sea el uso particular   —377→   de los privilegios. La importancia de la emigración radica no sólo en su carácter político, sino en la universalidad de la verdadera vida española que representa. Para mí, la vida territorial española es vida colonial, y la verdadera es la que se desarrolla fuera de las fronteras, y no sólo en el aspecto cultural y político, sino en el del trabajo de los asalariados, los cuales, y crecientemente, sólo fuera de España tienen remuneraciones y derechos suficientes.



La publicación de libros de la editorial Cruz del Sur se reduce ostensiblemente en los años cincuenta. En 1961, en Madrid, Arturo Soria inicia las publicaciones de una nueva colección, junto a José Bergamín y Antonio Espina: Renuevos de Cruz y Raya. En la presentación de la misma se vuelve a utilizar el símil metafórico del árbol truncado655 para ilustrar el objetivo de la colección: reeditar algunos escritos aparecidos en la revista Cruz y Raya, o en los suplementos de la colección Árbol:

Cruz y Raya inició una serie de publicaciones separadas con el título editorial de Árbol. Tanto la revista como sus publicaciones están hoy enteramente agotadas, haciéndose cada día más difícil encontrarlas. Creemos oportuno poner al alcance de los lectores ahora, entresacados de los números de la revista o de sus publicaciones separadas, algunos de sus textos mejores; añadiendo otros nuevos, como en el renuevo de un árbol vivo656.



Entre los «renuevos», dos libros de ensayo de José Bergamín y dos libros de poemas del mismo autor, además de recopilaciones de ensayos de Ramón Gómez de la Serna, Manuel Abril, Antonio Espina, Heidegger o Jean Paul Landsberg, entre otros657.

  —378→  

La imprenta peregrina tiene en Arturo Soria uno de sus mejores valores. Este editor, que se autodefinía en su juventud, «en lo físico escuálido, y en lo moral consecuente», gran conversador, convencido del poder de la universidad, republicano, escritor -aunque desconozcamos su obra- y, con probabilidad, filosóficamente religioso, hubo de sufrir, en 1976, el secuestro y asesinato, por la policía política de Pinochet, de su hermano Carmelo, hecho que le desencadenó una trombosis que acabaría con su vida en 1980. Sus obras de mayor prestigio son los libros que ayudó a publicar, muy pocos de los cuales se encuentran hoy dispersos por las bibliotecas de su país.





  —[379]→  

ArribaAbajoContinuidad y subsistencia cultural en dos editoriales del destierro republicano en México: Séneca y Biblioteca Catalana

Teresa Férriz Roure. GEXEL - El Colegio de Jalisco (México)


«Tarde o temprano la historiografía mexicana descubrirá que no se puede hacer la historia de la cultura en México sin hacer la historia de sus editores, como empresarios culturales, como líderes intelectuales o como artistas mayéuticos». Así se expresaba Gabriel Zaid en la ceremonia de entrega del Premio Alfonso Reyes a Joaquín Díez-Canedo658, planteando la necesidad de estudiar a quienes han hecho públicas buena parte de las obras literarias, científicas, artísticas, didácticas o informativas determinantes de la historia cultural mexicana contemporánea; en especial desde los años treinta, momento en que España empieza a perder la hegemonía editorial en favor de una industria latinoamericana cada vez más autosuficiente659. La tarea, tan sólo esbozada en trabajos puntuales como los de Daniel Cosío Villegas y el dedicado al Fondo de Cultura Económica por Víctor Díaz Arciniega660 o en estudios más generales sobre la historia de la lectura o de la educación en México661,   —380→   dista mucho de haberse completado hoy, cuando más que nunca advertimos cómo son las editoriales, las dictaminadoras de gusto, las difusoras de modas (efímeras muchas veces), las santificadoras de autores noveles y las revivificadoras de escritores clásicos662.

Esta falta de interés se puede rastrear también en la historiografía española contemporánea, cuyos investigadores muy pocas veces se han interesado por reflexionar en torno al papel que las casas editoras han tenido en la conformación de la cultura nacional de los últimos cincuenta años663. La innegable significación de trabajos de esta índole, aun a pesar de la poca importancia que se les da en los medios académicos, nos impulsó a investigar en un campo de estudio prácticamente inédito en la crítica española: el de la obra editorial de los republicanos exiliados en América. A nuestro juicio, ésta resulta de capital importancia para la comprensión de la obra intelectual del destierro en toda su complejidad, así como para la integración real de los españoles en el espacio americano.

Cuando nos propusimos iniciar este análisis, tan sólo conocíamos el intento de sistematización de las empresas editoriales impulsadas en la Argentina664, así como breves artículos que estudiaban, parcialmente, alguna de las muchas casas editoras dispersas por toda América. Faltaba recuperar, pues, de forma global, la obra realizada en México, el país receptor de un mayor número de exiliados y donde se promovió su integración en una industria cultural que emergía gracias a una favorable coyuntura social, política y económica. Una coyuntura, paradójicamente, beneficiada por la crisis de la industria española del libro que siguió a la guerra civil.

Un primer repaso de las aportaciones críticas realizadas en torno a la cuestión resultó un tanto desalentador. La mayoría de las referencias que hallábamos en historias del destierro español o monografías en torno a la obra cultural impulsada en México se limitaban a resaltar la significación del proyecto editorial exiliado y, a lo más, incluían cifras aproximadas tendentes a reafirmar esta importancia. Así, desde   —381→   los años cincuenta, encontramos monografías como Crónica de una emigración de Carlos Martínez, quien, aparte de ofrecer una lista de editoriales iniciadas por exiliados, señala cómo «los negocios editoriales experimentaron con la llegada de los refugiados españoles a América un fuerte impulso, pues aparte de que fundaron un buen número de ellos, especialmente en México y Buenos Aires, dieron vida más activa como orientadores, traductores y organizadores, a otros ya existentes»665. Otros trabajos posteriores reiteran una y otra vez, sin ampliarla ni ofrecer sino una larga lista de nombres, esta influencia de los desterrados en la articulación de la cultura mexicana, a partir de su papel de «puente» entre México y la cultura europea666, así como de estímulo de los propios escritores mexicanos667.

Hasta la fecha, pues, los juicios en torno a la obra editorial del exilio en México, realizados tanto por españoles como por mexicanos, adolecen de vaguedad y aun de incorrecciones. Urge, por tanto, un monográfico sobre las editoriales del exilio español en México, así como una historia de la edición en este país donde la labor de los desterrados sea analizada en el contexto cultural en que surge.

El trabajo que hoy presentamos -fragmento de un estudio mucho más amplio en torno a la participación del exilio en la industria editorial mexicana- parte de una hipótesis inicial: los proyectos editoriales impulsados por los republicanos en sus primeros años pueden analizarse a partir de las preocupaciones y necesidades comunes del destierro intelectual. Esto es, la más temprana obra editorial exiliada -es decir, la que incluye todos los sellos que contaban con la financiación y una hegemonía numérica de los desterrados, así como con su orientación intelectual- responde, en buena medida, a las líneas rectoras que se sitúan en el origen de buena parte de las primeras obras literarias gestadas fuera de España, así como las que alientan el inicio de las más tempranas revistas literarias o de los centros culturales de carácter marcadamente español. Por tanto, su creación, desarrollo, impulsores e,   —382→   incluso, la concreción de las líneas editoriales que se deducen de sus catálogos aclaran el momento inicial del destierro y las orientaciones éticas y estéticas ligadas a él668.

Para explicar los propósitos iniciales de estas primeras casas editoras creadas por el exilio republicano vamos a centrarnos, a continuación, en dos editoriales, ambas creadas antes de 1945: Séneca (de principios de 1940) y Biblioteca Catalana (de 1942)669. Su aparición en la primera etapa del exilio español en América hace que las dos nazcan como consecuencia de la pérdida de las referencias inmediatas que lamenta el desterrado y del consiguiente intento de sustituirlas mediante la recreación de un espacio mental arraigado en el pasado inmediato. Ejemplifican, pues, entre otras muchas670, una de las primeras preocupaciones del republicano desterrado, ya antes apuntada: el afán de conservar y estimular la cultura del país perdido, en todos los campos del saber. Un afán de mantener la normalidad cultural que había guiado buena parte de las expresiones culturales republicanas durante los últimos meses de la guerra civil -caso de la Distribuidora de Publicaciones, dirigida por Rafael Giménez Siles671 o la publicación Hora de España- y que en el exilio, paralelamente a estas editoriales, orientará a revistas como España Peregrina o Romance.

Los republicanos, en efecto, traían a sus espaldas una derrota militar, pero, en esos primeros años -y muchos de ellos, aún, hasta el final del exilio, pero ésta es   —383→   otra historia-, ninguno de ellos podía aceptar que los ideales republicanos hubieran sido vencidos. «El alejamiento de la tierra necesitaba ser compensado por la intensificación de la entrega»672, comentaba Wenceslao Roces, y, en este sentido, las obras culturales emprendidas se aferraban al pasado con el convencimiento de que debía alimentar el presente y proyectarse hacia el futuro, para cuando pudiera reanudarse el proceso histórico revolucionario iniciado con la República.

Esta voluntad continuadora se presenta, pues, como primordial a la hora de analizar la primera editorial impulsada en América, Séneca, así como uno de los sellos que más eficazmente contribuyó a conservar la lengua y la cultura catalanas durante el franquismo: Biblioteca Catalana. Proyectos ambos que, cabe decirlo, se mantuvieron dentro de unos niveles de calidad más que suficientes, como muestran la excelente nómina de escritores editados y, sobre todo, la destacada influencia y nivel de discusión que produjeron muchos de sus textos -aspecto éste fácilmente reseguible en las revistas del destierro y, aún, en las mexicanas como Taller, Letras de México o El Hijo Pródigo673.

Las dos editoriales comparten, además de este fin continuador, una serie de rasgos comunes, comprensibles en la hora y el espacio en que nacen: son industrias pequeñas, de carácter casi artesanal, fundamentalmente reflejo de la sensibilidad de sus impulsores, un grupo poco permeable a las necesidades del público mexicano. Así, Séneca nace como propuesta de los intelectuales ligados al Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles que, bajo las indicaciones del gobierno negrinista, dirigía, en México, José Puche674. Biblioteca Catalana está, aún, más teñida de individualismo: surge del esfuerzo privado de un hombre, Bartomeu Costa-Amic, quien sólo consigue impulsarla cuando empieza a consolidar su trabajo de editor e impresor.

Del mismo modo, ambas se consideran mantenedoras de cultura y priorizan el beneficio intelectual a la ganancia económica; aspecto éste que las diferencia de   —384→   otras posteriores empresas editoriales impulsadas por los españoles que, conforme pasan los años y el exilio va adquiriendo carácter de definitivo, se convierten en negocios más prósperos o, si se quiere, menos ruinosos. De ahí la corta vida, teñida de dificultades, de Séneca y Biblioteca Catalana, y, al mismo tiempo, el destacado aporte científico-literario que supuso la publicación de unos textos que, sin ellas, difícilmente hubieran visto la luz, al menos en fecha tan cercana a 1939. Digno de destacarse resulta, también, el cuidado aspecto formal de las colecciones, realizado con el celo de quien considera estar llevando a cabo una gran empresa y que, tanto en la una como en la otra, supuso la incorporación de destacados pintores o dibujantes; caso de Manuel Rodríguez Luna en Séneca o de Josep Narro en Biblioteca Catalana675.

El propósito continuador antes enunciado -que, por un lado, aseguraba la pervivencia de la tradición y, al tiempo, promovía las nuevas creaciones culturales- hizo que en las dos editoriales convivieran, de igual modo, los autores clásicos con los contemporáneos: entre estos últimos, los más habituales, se encontraban varios escritores noveles, necesitados -más aún que los mayores- de unos mínimos canales de difusión676. La temática de estos sellos editoriales necesariamente debía ser diversa: heterogénea en Séneca, empresa de mayores medios y ambiciones; más centrada en la historia y la creación literaria en el sello catalán.


I. La propuesta continuadora de la editorial Séneca

La primera casa editora del exilio establecida en México, Séneca, ha merecido varios asedios interpretativos, donde se la ha historiado parcialmente, llegando a armarse, incluso, su catálogo677. Falta, no obstante, un estudio más detenido de su línea editorial, realizado a partir de su afán de continuar la cultura española, segada en la Península por la expatriación de un buen número de sus intelectuales.   —385→   Finalidad ésta que -si bien subyace en otras muchas editoriales impulsadas por el exilio- aquí se perfila como la primordial, habida cuenta de sus orígenes, iniciadores y de su financiamiento exclusivamente españoles.

La editorial Séneca -nombre muy evocador que nos sugiere resignación y, al tiempo, lucha, humanismo, pueblo, desarraigo, soledad; en fin: España678- se constituyó en la Ciudad de México el 12 de enero de 1940 bajo la dirección literaria y artística de José Bergamín. Ligada a la Junta de Cultura Española, a cuyo frente se encontraba el mismo escritor, pretendía, como ésta, «favorecer el natural desarrollo» de la cultura propia679, colaborando en la difusión de las obras contemporáneas o clásicas de los españoles y publicando, a su vez, textos europeos o americanos que garantizasen la universalización de aquélla.

Subyacía en este propósito, obviamente, la idea del retorno y, claro está, una resistencia que trascendía lo estrictamente cultural y adquiría una decidida posición política en defensa de la República. No podía defender otra cosa quien había sido presidente de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, José Bergamín: para él, como para sus compañeros, España -la verdadera España, como se encargarán de reiterar en los más diversos textos- estaba con los desterrados. De ahí que Séneca debiera hacer presente la tradición española de la Libertad y la Justicia reviviendo, en primer lugar, a todos los autores sobre los que la dictadura franquista había emprendido su santa cruzada680 y que no eran sino los inspiradores de la humanista vocación republicana.

En líneas precedentes hemos apuntado ya algunos rasgos iniciales de este sello:   —386→   la heterogeneidad de su catálogo y el afán de combinar nuevos títulos con los clásicos. Revisemos ahora con más detenimiento su catálogo para concluir los alcances de esta voluntad continuadora.

La primera de sus colecciones, Laberinto, pretendía ofrecer, a través de la relectura de los clásicos y la reflexión de los contemporáneos, un camino clarificador que permitiera deshacer la incertidumbre y la desorientación -el laberinto, en puridad- del hombre enfrentado a un momento histórico extremadamente complejo y, aparentemente, falto de salidas. Con la «guerra de liberación» perdida y una conflagración mundial en ciernes, se consideraba que tan sólo las palabras revividas de El Quijote o Antonio Machado (ambos símbolos y, a la vez, guías del desterrado), la relectura de los pensadores de habla española contemporáneos o la voz de los nuevos poetas españoles e hispanoamericanos podrían mudar la desesperación en esperanzada búsqueda. La inclusión de estos autores americanos resultaba, asimismo, coherente con las líneas directoras de la editorial: evidencia no solamente la necesidad de apertura al nuevo medio intelectual inherente a cualquier destierro, sino, ante todo, la convicción de que la cultura española contenía en sí visos de universalidad y compartía los mismos anhelos de justicia e igualdad vigentes en las repúblicas hispanoamericanas, a las que la España republicana se sentía unida en una compartida comunidad de cultura.

Árbol es otra de las colecciones de nombre muy significativo y viene a ampliar -tal como apunta el propio Bergamín- «en su misma dirección y sentido, a la colección Laberinto»681. A partir de la evocación de una metáfora recurrente en los años iniciales del destierro (el exiliado es un árbol trasplantado), se crea «una especie de laberinto vivo»682 donde alternan obras de poesía, narrativa y filosofía, clásicas y contemporáneas, españolas y americanas. A pesar de que -muy al estilo de Bergamín- no llegaron a editarse todas las obras prometidas, en Árbol se editó un poemario tan significativo, y no menos polémico, como Poeta en Nueva York de Federico García Lorca, escritor éste convertido en una suerte de emblema republicano cuya edición constituía un acto más de resistencia. Aquí aparecieron también La arboleda perdida, de Rafael Alberti; una nueva edición ampliada de La realidad   —387→   y el deseo, de Luis Cernuda; Disparadero español, del propio Bergamín, y un estudio sobre un poeta de honda resonancia en la obra lorquiana: Walt Whitman.

Junto a las voces del destierro y una antología compilada por García Bacca, Filosofía de la ciencia, de la misma colección Árbol, se reeditaron varios textos clásicos bajo el nombre genérico de Primavera y Flor, que retomaba el nombre de la homónima colección de preguerra nacida al amparo de la editorial Signo683. En México, de nuevo de la mano de quien había sido, junto a Dámaso Alonso, su director en España -Pedro Salinas-, aparecieron una antología de la Introducción al símbolo de la fe, de Fray Luis de Granada, Baraja de crónicas castellanas y las Poesías líricas de Gil Vicente. Estos últimos libros se inscribían dentro de una corriente revalorizadora de lo popular que había guiado muchos de los trabajos filológicos españoles de preguerra. Después de las experiencias compartidas con el «pueblo» durante la República y, especialmente, la guerra civil, esta valorización se había convertido en necesidad hondamente sentida del intelectual republicano en el exilio.

Otras tres colecciones se incluyeron en Séneca: Lucero, Estela y El clavo ardiendo. La primera se propuso editar «los libros de más vivacidad literaria, histórica y política. Aquellos que expresan más directamente nuestra vida contemporánea», con la finalidad de presentar «una luminosa pulsación del tiempo presente, verdaderamente anunciadora del día, como la del lucero del alba»684. Se incluyeron, fundamentalmente, libros destinados a reflexionar en torno al «problema español», desde las más variadas perspectivas: varios ensayos del propio Bergamín o su maestro Unamuno, textos de crítica literaria (aquí se publicó Literatura española siglo XX de Pedro Salinas), y estudios históricos como el de Julio Álvarez Vayo, La guerra empezó en España (Lucha por la libertad) o Espejo de alevosías (Inglaterra en España) de Eleuthére Dzelepy. Paralelamente, hallamos las más tempranas propuestas poéticas y narrativas del exilio español: José Herrera Petere, por ejemplo, saca a la luz su novela de la guerra civil: Niebla de cuernos; Josep Carner reedita su fundamental poema Nabí, y Emilio Prados, Memoria del olvido.

La ciencia española, que había producido tan importantes frutos en las primeras décadas del siglo XX, no podía olvidarse en una editorial que promovía la difusión de la cultura en todos sus campos. De ahí la inclusión, en Séneca, de la colección Estela, que ofreció tratados de divulgación científica escritos, en buena parte, por miembros de la Junta de Cultura Española. El afán pedagógico republicano encuentra, en estos libros, un fructífero campo de realización a través de la larga lista de textos que exponen, de forma amena y sencilla, los avances de los más variados campos: medicina, astronomía, física, biología, geografía, matemática, psicología, etcétera.

  —388→  

Finalmente, hemos de referirnos a la colección El clavo ardiendo, cuya denominación no aparecía en el catálogo inicial, pero bajo la cual se publicaron, a partir de 1942, obras clásicas del humanismo occidental, de breve extensión, dirigidas a la reflexión, casi necesariamente polémica. Gide, Rimbaud, Heidegger, Hölderlin, Kierkegaard, Blake, Novalis o Pascal, son traducidos tanto por españoles como por mexicanos, ofreciendo un amplio abanico del pensamiento contemporáneo685. Junto a ellos, aparecen los españoles Francisco de Aldana y Gustavo Adolfo Bécquer, de quien se reeditan las Cartas literarias a una mujer. Justo es recordar -puesto que explica la presencia becqueriana en este catálogo editorial- la reivindicación del poeta decimonónico realizada en los años anteriores a la guerra civil, a partir de la cual Bécquer dejó de ser un romántico trasnochado para convertirse en voz que abogaba por la libertad, del pueblo en general y del individuo en particular.

Obviamente, podría abordarse el estudio de Séneca desde muchos otros ángulos: la controvertida dirección de Bergamín -inicio de varias polémicas que pueden rastrearse en las revistas mexicanas de la época-, las similitudes con los precedentes proyectos editoriales del escritor, los problemas internos que condujeron a su final, la personalidad de sus distintos impulsores, entre ellos José María Gallegos Rocafull... Pero, en estos comentarios, pretendíamos tan sólo destacar el sentido primero de su línea editorial que -tal como hemos ido mostrando- podría resumirse en el término continuidad. Continuidad con una tradición y, al tiempo, continuidad de una cultura que, a pesar de la negación que se hacía de ella en la Península, seguía más allá de sus fronteras políticas reafirmándose a través de las primeras (y muchas de ellas, excelentes) creaciones del destierro.




II. Biblioteca Catalana o la subsistencia cultural

También continuidad y, más aún, subsistencia encontramos en la génesis de la Biblioteca Catalana que dirigía Bartomeu Costa-Amic en la Ciudad de México; una subsistencia que implicó, sin ninguna duda, un esfuerzo considerable del editor y sus colaboradores más cercanos como Joan Vila y Joan Sales686; esfuerzo importante si tenemos en cuenta que nació en un país de cultura lingüística distinta y se dirigió, de entrada, a un público proporcionalmente muy escaso687. Estas limitaciones,   —389→   a pesar de todo, no impidieron que Biblioteca Catalana se convirtiera, durante años y conjuntamente con otras empresas dirigidas por catalanes como Avel·lí Artís o Fidel Miró, en la única posibilidad de presentar a Catalunya como un país con una historia y una cultura propias a través, fundamentalmente, de la reedición de obras importantes de su tradición; obras que -a juicio de autores tan destacados como Joan Sales- ayudarían al escritor catalán a reconocerse, haciendo que éste -cuanto más novel e inexperimentado fuera- trabajara con rigor y seguridad, huyendo de la «carrinclonería» o del folklorismo. En este sentido, el mantenimiento de la tradición se configura como rechazo y, a la vez, afirmación. Afirmación de vida, de comunidad y de pervivencia a pesar de los obstáculos del destierro; rechazo contra el exilio inmóvil y el franquismo castrante, que podían hacer olvidar el valor intrínseco de la cultura catalana, reduciéndola a su mera supervivencia lingüística. Tal como afirmaba, en su tono habitual, Ferran de Pol: «L'editor Bartomeu Costa-Amic acaba de publicar tres obres antològiques d'una patent oportunitat. En primer lloc, vénen a recordar als catalans exiliats que no tot són poetes i prosistes de flor natural, viola i copa artística en la nostra literatura -cosa que, si per a molts resultarà sobrera, no deixarà de fer bé a d'altres»688.

De igual modo, la Biblioteca Catalana propició -aunque las limitaciones fueran, verdaderamente, insalvables- la continuación de la brillante labor cultural emprendida en Catalunya durante los años previos a la guerra civil, favoreciendo la difusión de aquellos experimentados autores que seguían escribiendo en una lengua perseguida tenazmente por el franquismo, y la de otros escritores que tuvieron en el exilio su definitivo proceso creativo -caso de Agustí Bartra- e, incluso, el canal de expresión de quienes daban sus originales, a veces un tanto testimonialmente, por vez primera a la imprenta. Biblioteca Catalana, pues, como otros sellos de igual propósito u otras iniciativas del propio Costa-Amic, sirvió de compensación de ese doble exilio que implicaba, además del destierro político, la negación de la comunidad catalana689.

No puede pasarse por alto, aunque en realidad éste no fue nunca el propósito primordial de Costa, su labor como promotor de traducciones inéditas al catalán. Las traducciones, si bien son importantes en cualquier mercado normalizado, todavía   —390→   tienen mayor importancia en el exilio a causa de la estricta censura del libro en catalán existente en la Península: éstas fueron las que imprimieron un talante más universalista a las nuevas generaciones del destierro, mostrando caminos renovadores y reforzando una lengua literaria de calidad, producto, en buena parte, de las excelentes traducciones de hombres como Josep Carner o Ferran de Pol.

Impulsada en 1942 por Bartolomé Costa-Amic gracias a una ayuda económica de 1.000 pesos del entonces presidente del Orfeó Català de Mèxic, Enrique Botey, resultó ser, con el tiempo, la más productiva de las editoriales catalanas creadas en México, llegando a editar casi una cincuentena de títulos. Costa parecía no acobardarse ante las dificultades prácticas que le supondría el impulso de este sello en catalán -«Cuando quise empezar a publicar en catalán, fui a ver imprentas de México pero nadie tenía los signos para hacer las cosas en este idioma, quizás tenían alguno pero muy poca cosa. Entonces yo tenía unos amigos con los cuales estuve en Nueva York cuando iba de regreso a Barcelona por lo de la cosa de Trotsky, ellos eran los dirigentes del Sindicato Dress Makers, donde hice un mitin en el 37, de regreso a España; ellos tenían muchas facilidades para publicar. Entonces les mandé una carta urgente diciendo que necesitábamos ciertos tipos para linotipo. Y a los ocho días o nueve recibí todas las matrices para publicar en catalán»690-, y tampoco se amedrentó ante la previsible escasa recepción de sus libros dentro de la cada vez más acomodada comunidad catalana, asumiendo las pérdidas económicas que podía causarle su nuevo proyecto editorial691. De ahí que durante más de veinte años -en 1962 aparece la última obra editada bajo el sello de Biblioteca Catalana (Tres, de Rafael Tasis)- publicara libros en catalán, con una progresión realmente asombrosa durante los primeros años: en julio de 1945 la Biblioteca Catalana ya llevaba editados dieciocho títulos; en abril de 1947, ya eran veinticinco los libros impresos692.

La mayor parte de los textos salieron bajo el rubro de las siguientes colecciones: Biblioteca Catalana, Clàssics Catalans, La Nostra llengua, Petites Antologies,   —391→   Antologies poètiques mínimes -donde aparecieron selecciones de Joan Maragall, Joan Alcover, Josep Carner, Josep M. Guasch, Teodor Llorente y Joan Salvat-Papasseit693-, Documents, Monografies d'Art (dentro de la cual se editó el tan cuidado libro de Pompeu Audivert, Gravat català al boix694) y Temas Ibéricos -esta última dirigida a difundir la realidad catalana entre el público de habla española; aspecto éste fundamental para un hombre que ha mantenido su catalanidad, implicándose de manera decisiva en la vida mexicana695.

La tradición, en los términos que hemos expuesto anteriormente, define a los títulos englobados bajo estos nombres genéricos. Tradición, en cuanto Costa-Amic reitera su afán de mantenimiento cultural y, por ende, de resistencia política reimprimiendo obras como el Diccionari ortogràfic abreujat y Les principals faltes de gramàtica del normalizador del catalán, Pompeu Fabra, con el propósito de incentivar el uso de la lengua y, aún, su aprendizaje por parte de las nuevas generaciones -propósito pedagógico éste que subyace también en otra colección, Els infants catalans a Mèxic, la cual ofreció cuentos en catalán inéditos, destinados a los lógicos continuadores de la savia de la catalanidad696. También tradición en tanto se publican   —392→   algunos de los mejores clásicos catalanes, sean éstos medievales como Francesc Eiximenis, Jaume I, Ramon Llull, Ausiàs March, Bernat Metge o más modernos, caso de Jacint Verdaguer (definido por el propio Costa como el gran padre de la Patria)697, Josep M. de Sagarra698 o Guimerà. Respecto a los más recientes, las colecciones Petites Antologies y Antologies poètiques mínimes contribuyeron a fijar con claridad a los poetas clásicos más cercanos temporalmente, aquellos que servirían de guía durante los difíciles tiempos de la posguerra: «...una batalla serà donada a l'exili, i per obra d'en Costa-Amic, contra aquesta ineptitud dels catalans a assimilar i apreciar la pròpia poesia i el propi geni. En una sèrie de volums successius, els catalans emigrats podran trobar poesies escollides de tots els nostres grans poetes dels segles XIX i XX, des dels primers romàntics fins al desastre nacional del 1939»699.

La primera obra publicada en la Biblioteca Catalana, la reedición de El comte Arnau del último autor citado, Sagarra, ejemplifica con claridad este propósito de continuidad característico de las primeras obras culturales del exilio. El libro -tal como recuerda Costa- era muy admirado por el maestro Fabra, quien lo consideraba una obra capital en las letras catalanas: casi -había dicho a sus discípulos- no puede conocerse la lengua catalana sin leerlo, tal era su riqueza700. Con este título Costa quería implicar en su proyecto de subsistencia cultural a una comunidad todavía permeada por la voluntad y las ilusiones de la preguerra. Se había perdido la guerra, pero, evidentemente, no debía renunciarse a la propia lengua. Ésta, a pesar de estar perseguida en su tierra, podía conservarse en México; y tarea de todos los catalanes era contribuir a su mantenimiento.

Pero donde más claramente advertimos este propósito continuador es en la reflexión sobre la historia y la cultura de Catalunya que Biblioteca Catalana propicia. La amplia gama de estudios históricos editados evidencia una preocupación común a los desterrados catalanes: el reconocimiento de unos rasgos culturales propios y una   —393→   evolución histórica particular. Muchos de estos libros pretenden, asimismo, explicar las causas del exilio, y proponen unas claras líneas de actuación de cara al retorno.

En este sentido, Costa-Amic reedita obras tan fundamentales como La nacionalitat catalana de Enric Prat de la Riba y saca a la luz, por vez primera, estudios sobre los primeros románticos de la literatura catalana, la presencia de los catalanes en el descubrimiento y colonización de California, la etimología de la palabra Catalunya, el futuro de los llamados Países Catalanes o los deberes políticos de la emigración. La polémica nacionalista, tan arraigada durante los años de la República, encuentra su espacio a través de la ya citada colección Temas Ibéricos que, desde 1944, se publica en lengua española. Aparece en ella la Breve historia de Catalunya, de Pineda y Fargas, al tiempo que se edita el libro de homenaje Pau Casals. Un hombre solitario contra Franco. Con todo, el éxito editorial de la colección llegó de la mano de una traducción del alemán titulada España frente a Catalunya, de A. Siereber, cuyo propósito era el de continuar la antigua polémica peninsular entre centralistas, federalistas y separatistas701.

Paralelamente a todo este trabajo reivindicador, Biblioteca Catalana se convierte en una editorial que proporciona una tribuna privilegiada a los creadores literarios noveles, quienes pudieron publicar en sus colecciones los más variados géneros con el fin de garantizar la continuidad de la cultura catalana. Entre aquéllos, predominan los ejemplos de lo que Joaquim Molas ha denominado «prosa narrativa no imaginativa» -es decir, autobiografías, memorias, dietarios, libros de viaje y retratos literarios-, tendentes, sobre todo, a continuar la reflexión -no exenta de nostalgia, en muchos casos- en torno a la Catalunya contemporánea (sobre todo el análisis de los años correspondientes al periodo republicano). Al mismo tiempo, estos textos muestran los inicios de una maduración del mismo proceso colectivo e individual del destierro, presentando los testimonios iniciales del exilio: el paso por los campos de concentración franceses -caso de Diari d'un refugiat, de Roc d'Almenara- o los primeros avatares de un largo periplo -Terres d'Amèrica, de Josep M. Poblet. Junto a estos textos de difícil clasificación, en Biblioteca Catalana se imprimen las primeras novelas y poemarios escritos en el exilio. Baste citar, entre los segundos, Oda a Catalunya des del tròpic, Màrsias i Adila y L'evangeli del vent de Agustí Bartra o las Poesies de Pere Matalonga. En cuanto a la narrativa, Biblioteca Catalana edita también las primeras novelas de Bartra, Rafael Tasis o Pere Foix, donde la reconstrucción del pasado más o menos inmediato adopta perspectivas diversas: desde el análisis psicológico hasta el relato realista, no exento, claro está, de la sublimación del país perdido que produce la añoranza.

Hasta aquí un rápido repaso de dos de las editoriales iniciales del exilio republicano   —394→   en México. Esperamos que el breve comentario de sus catálogos haya servido para comprender un poco mejor el proyecto editorial emprendido por los desterrados y, sobre todo -sin que, por eso, se niegue la cada vez mayor voluntad de integración en el nuevo entorno cultural presente en las empresas editoriales impulsadas por el exilio-, la que fue una de las preocupaciones iniciales del destierro: la voluntad de mantener y propiciar la continuación de la propia cultura, en tanto su mantenimiento suponía resistencia, estímulo y esperanza.