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Capítulo III

El género de Don Quijote


Tanto autores como lectores inevitable y necesariamente usan el concepto de género literario; es imposible entender una obra sin situarla en un contexto genérico. El examen del género de una obra es, pues, un paso hacia su interpretación; como ha escrito E. D. Hirsch, «el desacuerdo en la interpretación de una obra es generalmente debida a un desacuerdo acerca de su género»248.

Es particularmente oportuno estudiar el género de Don Quijote porque a Cervantes le importaban los géneros. Tener interés por la teoría literaria, como evidentemente él tenía, significaba en su época sentir interés por los géneros, que tenían un papel importantísimo en la teoría literaria del Siglo de Oro (como también las clasificaciones tenían importancia fundamental en la lingüística y en la ciencia de la época). Las nociones genéricas eran requisito previo para la formulación de las reglas literarias por las que evidentemente Cervantes tenía un extraordinario interés. Aunque la clasificación de sus obras no está en ningún caso exenta de problemas, puede verse como cada una se ajusta a una categoría genérica existente. La Galatea es una égloga249, las Novelas ejemplares introdujeron en España y depuraron la novella italiana250, el Persiles es una épica en prosa y el Viaje del Parnaso un libro de viajes. Evidentemente Cervantes concebía a Don Quijote dentro de alguna categoría literaria.

Desgraciadamente, las categorías literarias no son eternas. Varían mucho de una época a otra, y peor aún, el significado de los nombres que se les dan tampoco es estable251. Rematando el problema, con una obra tan esencial e influyente como Don Quijote, la historia de la literatura cambia de dirección. Parece una cosa cuando se ve desde el presente, y algo distinto cuando se examina en su propio contexto. Igual que la Plaza de Cibeles no está en una sola calle, Don Quijote no tiene una sola categoría genérica, válida tanto en el siglo XVII como hoy.

Nuestro objetivo en este capítulo es identificar el género de Don Quijote en los términos del mismo Cervantes, como un paso para entender su interpretación de la obra y sus fines. Desde su punto de vista, no podía ser ni una novela ni un romance252, pues aunque estas palabras existían, su significado en el Siglo de Oro era completamente distinto del que tienen las categorías modernas descritas con estos términos253. Sin embargo, disponemos de una ayuda, que no es sólo una guía a la teoría genérica aurisecular, sino también el libro que influyó a Cervantes más que cualquier otra obra de erudición literaria: la Philosophía antigua poética de López Pinciano, el tratado sobre los géneros más completo que se ha escrito en español, y uno de los pocos tratados teóricos de conjunto que se publicaron en todo el Renacimiento. En contraste con las categorías modernas, que se basan en la forma, para López Pinciano el criterio clave para la clasificación literaria es la historia o el tema tratado, que es el «alma», mientras que la forma es simplemente el «cuerpo» (I, 239).

Podría pensarse que la cuestión del género literario de Don Quijote, tal como lo veía Cervantes, está resuelta con el término «historia», usado para describir el libro en el título y varias veces en el texto. Es ciertamente un punto de partida lógico para un examen del género de Don Quijote. ¿Qué quiso decir Cervantes al llamar Don Quijote una historia, más específicamente una verdadera historia?254

«Historia», parar comenzar, no era un género literario, aunque su sentido era más amplio que el del término actual «historia» y podía referirse a obras literarias. En su sentido más amplio significaba contar acontecimientos: «al cuento de mis sucesos», dice el Alférez, «se puede dar el nombre de historia» («Casamiento engañoso», III, 147, 2-4). «Cuenta la historia», «la historia cuenta», fórmulas corrientes en la prosa española de épocas tempranas, son usadas frecuentemente en Don Quixote255.

Una historia podía ser de dos clases. Podía ser verdadera, una narración histórica, que es la única forma en que López Pinciano usó el término; la Historia del Gran Capitán, llamada «historia verdadera» (II, 83, 32-84, 1) es un ejemplo citado por Cervantes. O puede ser fingida, en cuyo caso es literatura, lo que ahora llamaríamos ficción en prosa y que Cervantes también llama fábula256. Es más fácil entender la distinción entre los dos tipos de historia si imaginamos que una historia es como una pintura en palabras, comparación que se encuentra explícita en las obras de Cervantes257. Una pintura puede ser un retrato real o imaginario, pero para evaluarla se aplica el mismo criterio: si la obra refleja fielmente la realidad. Éste es el criterio tanto para la historia verdadera como para la fingida258: «las historias fingidas tanto tienen de buenas y deleitables quanto se llegan a la verdad o la semejança della, y las verdaderas tanto son mejores quanto son más verdaderas» (IV, 297, 11-15)259.

Se nos dice con frecuencia que Don Quijote es una «historia verdadera»260. Al final del libro se utiliza este término favorablemente y sin ironía; «mi verdadero don Quixote» contrasta con el falso de Avellaneda (IV, 406, 12). A veces sólo se nos dice que el libro es verosímil, como se discute más adelante. Sin embargo, la insistencia en que el libro es verdadero es a menudo irónica e insincera261.

¿Iban a engañar a alguien las repetidas declaraciones de que el libro era verdadero? Creo que Cervantes confiaba en que no; los lectores sabrían que ningún Alonso Quijano manchego había dejado su casa para ser caballero andante, pues este suceso tan increíble se habría comentado por toda España. Desde la primera frase del prólogo, donde se llama a la obra «hijo del entendimiento», es evidentemente una historia fingida. Nadie se habría hecho una armadura de cartón, habría escogido a Sancho como escudero, y habría atacado a molinos de viento y ovejas. La reacción del lector es que eso no podía haber pasado. La postura que se le propone es que los libros de caballerías no podrían considerarse verdaderos. No importa lo que hagan para fingir veracidad. No importa que haya un personaje llamado historiador, que se nos dé detalles de su manuscrito262, dónde se encontró, cómo fue traducido, incluso lo que se pagó al traductor (I, 131, 5-13). Todas esas cosas no significan nada. Alguien las ha inventado. No significan que Don Quijote realmente existiera; ¿por qué habrían de significar que Amadís existió? El «autor» incluso pide a sus lectores dar a su obra «el mesmo crédito que suelen dar los discretos a los libros de cavallerías, que tan validos andan en el mundo» (II, 402, 2-8).

Desde el reconocimiento de la ficción como un tipo legítimo de literatura, un autor puede afirmar que escribe una historia verdadera, aunque sea una invención. Los editores y libreros, y también los bibliotecarios, nos informan cuando un libro pretende ser verdadero, si realmente lo es, o si es simplemente una convención que el autor y el lector comparten, sin engañar a nadie. Sin embargo, en la época de Cervantes, estas ayudas no existían, y los autores que escribían «mentiras» y luego negaban haberlo hecho, podían engañar a los ignorantes; los lectores eran crédulos hasta el punto de creer que todo lo que estaba impreso era verdadero263. ¿Cómo se podía, pues, en aquella época distinguir lo verdadero de lo falso, y determinar si un libro describía acciones y personajes imaginarios o verdaderos? En Don Quijote este problema no se plantea nunca directamente, pero sí indirectamente. Si se me permite mi propia formulación del argumento de Cervantes: ¡Piensa! ¡Usa la cabeza que Dios te ha dado! ¿Puede una torre realmente navegar por el mar (II, 342, 8-10)? ¿Son todos los adornos evocadores de una historia antigua, encontrada en anales, archivos, en la memoria de la gente, enterrada en una caja de plomo, en un manuscrito escrito en árabe, una lengua de la Edad Media española, coherentes con una biblioteca que contiene libros recientes (I, 128, 20-27), y con las demás referencias a la España contemporánea?

El razonamiento de Don Quijote es especialmente falaz264. ¿A qué conclusión válida acerca de la existencia de Quintañona puede llegarse por la comparación hecha por su abuela (II, 366, 2-9)? (Generalmente se relacionaba a las mujeres viejas con las consejas, cuentos falsos y a veces lascivos265.) ¿Podía vivir el rey Arturo, en forma de cuervo?266 ¿Podían las personas estar encantadas, y hablar, sin tener funciones corporales?267 ¿Se podía llegar a un hermoso prado saltando a un lago lleno de serpientes, culebras y lagartos (II, 370, 24-371, 19)? Naturalmente que no; éstos son desaforados disparates (II, 341, 17). Solamente un bárbaro inculto, alguien «del todo bárbaro e inculto» (II, 342, 7-8), o un loco no pondría objeciones a tales cosas. Como los lectores de Cervantes no se identificarían ni con bárbaros incultos ni con locos, tendrían que admitir que no podían creer ni creían estos disparates. «Es verdad que no ha de aver alguno tan ignorante que tenga por historia verdadera ninguna destos libros» (II, 86, 27-30).

Don Quijote intenta constantemente ayudar a los lectores ignorantes a convertirse en lectores críticos, capaces de distinguir la verdad de las mentiras. El número de observaciones que se hacen es impresionante. El hecho de que todos digan que una bacía es un yelmo y una albarda jaez (capítulo 45 de la Primera Parte), o que Amadís existió (II, 365, 1-5), no lo hace cierto. Las pruebas físicas que no estén presentes para ser comprobadas no son fiables (la clavija de Pierres, II, 368, 16-30)268. Aunque parezca que las distintas partes de un argumento se apoyen mutuamente, formando una «máquina», una parte puede ser correcta, y el resto erróneo: el hecho de que hubiera caballeros andantes históricos no significa que los caballeros literarios existieran. Se tolera la publicación de sus historias, incluso las ficticias; la función de estos libros es entretener (II, 86, 1-27). Se anima al lector a examinar la credibilidad de un narrador (I, 132, 15-133, 5) y la coherencia de la narración, para ver si puede aceptarse todo (el «apócrifo» capítulo 5 de la Segunda Parte), y finalmente es llamado «prudente» por el traductor y se le da un ejercicio práctico: juzgar el relato que cuenta el veraz Don Quijote de sus imposibles aventuras en la cueva de Montesinos, y llegar a la conclusión que tuvo un sueño269.

Volviendo al torcido hilo de este capítulo, Don Quijote no es una historia verdadera, y aunque sea una historia fingida, ese término no es una categoría genérica; es demasiado general y alude a la forma más bien que al contenido270. Por lo tanto, si Don Quijote no era genéricamente una historia, ¿qué era entonces? Vamos a examinar las distintas propuestas que se han hecho acerca del género de Don Quijote271, y a añadir algunas nuevas, aunque sólo sea para refutarlas.

En primer lugar examinaremos la propuesta de Anthony Close, de que Don Quijote pertenece al género burlesco (burlesque)272. Aunque la naturaleza burlesca de la obra es evidente, el problema de «burlesca» como etiqueta genérica para Don Quijote es que burlesca, como historia, no era una categoría genérica en la España del Siglo de Oro y no es mencionada por López Pinciano; Close reconstruye un punto de vista inglés del siglo XVIII. «Burlesca» no es siquiera un sustantivo en español, ni se puede usar como si lo fuera. En el Diccionario de autoridades, por ejemplo, encontramos comedias, romances y sonetos burlescos, pero no burlesca a solas. Cervantes no podía haber llamado Don Quijote «una burlesca».

López Pinciano menciona la parodia como una clase de literatura: «La Parodia no es otra cosa que vn poema que a otro contrahaze, especialmente aplicando las cosas de veras y graues a las de burlas» (I, 289). Sin embargo, López Pinciano considera que la parodia se basa en una obra, no la ve como género como los libros de caballerías; el ejemplo que da («el poema de Matrón, el qual aplicó los metros de Homero graues a las burlas de la cozina», I, 289) implica que la parodia toma una obra seria, distinguida y famosa como base. Éste no es el caso de Don Quijote.

La parodia también es un tipo de literatura que es esencialmente respetuoso, y no intenta rebajar su objeto. Homero no fue menos respetado porque Matrón lo parodió, ni tampoco lo es Shakespeare a pesar de las numerosas parodias del soliloquio de Hamlet. La parodia es incompatible con la discusión seria y franca de los defectos del objeto de la parodia, y con la intención de proscribirlo. Don Quijote no es una parodia.

También podemos descartar la sátira como el género de Don Quijote, pues una sátira ataca y nombra a unas personas determinadas, «en el qual siempre suele hablar el poeta reprehendiendo a quien le parece»273. La obra contiene ataques contra unas personas determinadas; a todos los modelos vivos de los personajes mencionados les hacía falta ser reprendidos. Entre ellos están el bandido Roque Guinart274, Diego de Miranda, basado en un adúltero del mismo nombre, encarcelado con Cervantes y exiliado de la Corte275, Ginés de Pasamonte, cuyos delitos son tan grandes que no se nos dice cuáles eran276, Ricote, que no es del todo cristiano (IV, 194, 28-32), está en España ilegalmente, y está a punto de cometer otro delito: el de sacar metales preciosos clandestinamente277,y quizás la prostituta Maritornes, el mesonero Juan Palomeque, y Angulo el Malo, director teatral278. Todos ellos, no obstante, son personajes secundarios; la crítica está, como mínimo, amortiguada; Cervantes dijo en su Parnaso (55, 11-13) que nunca había escrito sátira, y ataca repetidamente este tipo de literatura279.

¿Es Don Quijote, quizás, una comedia?280 No es una sugerencia tan absurda como podría parecer; se han observado similitudes entre las obras dramáticas de Cervantes y su prosa281. El prólogo de la continuación de Avellaneda282 empieza con la observación de que «casi es comedia toda la historia de don Quixote de la Mancha»283, y llama su propia obra «la presente comedia», que, continuando con la terminología dramática, va a «entremessar» con las ridículas observaciones de Sancho. Si una época puede escribirse en prosa, ¿por qué no una comedia? (véase López Pinciano, II, 221). Avellaneda, igual que Suárez de Figueroa284, llamó las Novelas ejemplares de Cervantes «comedias en prosa» (I, 12, 2-3).

Durante mucho tiempo se ha considerado que los comentarios acerca de la comedia en el capítulo 48 de la Primera Parte son enigmáticos cuando se aplican a las obras de teatro contemporáneo y a las del mismo Cervantes (las cuales, como he dicho antes, creo anteriores a Don Quijote)285. Inducen a que se atribuyan a otros tipos de literatura, y en el mismo capítulo (II, 347, 3-6 y 349, 2-5) se establece un paralelismo entre la comedia y los libros de caballerías. Ambos pueden «admirar», «alegrar» y «suspender» (II, 348, 6-7; II, 342, 21-26), y así neutralizar los peligros de la ociosidad, proporcionando «honesta recreación». Para conseguir estos fines, ambos deberían guiarse por «arte y reglas»; ambos deberían ser verosímiles y libres de «absurdos» y «disparates», sin embargo muchos autores fracasan en este aspecto. Por esta razón se recomienda un crítico oficial; la misma persona podría juzgar los dos tipos de obras.

Los comentarios de López Pinciano sobre la comedia, que se examinarán con más detalle en el capítulo siguiente, también son pertinentes en el caso de Don Quijote. La comedia no debería atacar a unas personas determinadas, sino más bien a la «especie de hombres malos y viciosos» (III, 16), enseñando «con sus risas, prudencia para se gobernar el hombre» (III, 17). La comedia es «imitación actiua hecha para limpiar el ánimo de las passiones por medio del deleyte y risa» (III, 17). Como Don Quijote, la comedia trata de personas «comunes», no «graues» (III, 19), y aunque hay más cosas que provocan risa que lágrimas (III, 29), la principal causa de la risa es «lo feo» (III, 33), «alguna fealdad y torpeza» (III, 43). Es fascinante ver que el ejemplo que da López Pinciano de una acción ridícula es una caída, en especial una caída de caballo (III, 34-36), de la que encontramos numerosos ejemplos en Don Quijote.

No obstante, debe rechazarse la clasificación de Don Quijote como comedia. Avellaneda vio diferencias entre el Quijote de Cervantes y la comedia, pues califica su descripción con el adverbio «casi», y aplica esta etiqueta sin reservas sólo a las Novelas ejemplares, que son más cortas. Incluso si concluyéramos que al Quijote de Cervantes le falta, para ser una comedia, solamente el humor que Avellaneda reclama para su propio libro, su poco interés por la teoría literaria le convierte en una fuente menos fiable.

López Pinciano (III, 19-20) cita algunas características de la comedia que Cervantes no sigue en Don Quijote; la comedia, por ejemplo, tiene que «enseña[r] la vida... que se deue seguir», mientras que Don Quijote, de acuerdo con su concepto de la tragedia, enseña «la vida que se deue huyr». La comedia requiere un estilo bajo, y Don Quijote tiene varios estilos; la comedia no debería tener «tristes y lamentable fines» (III, 19), pero Don Quijote, en ambas partes, los tiene. También, a pesar del énfasis teórico en el contenido, los ejemplos de las comedias que se dan en el capítulo 48 de la Primera Parte, y todos los que Cervantes publicó, son ejemplos de lo que llamaríamos teatro, y todos son mucho más cortos que Don Quijote.

L. D. Salingar y Luis Murillo286 han relanzado recientemente otra propuesta sobre el género de Don Quijote, antes muy discutida287: que Don Quijote es una obra épica. Evidentemente cae dentro de la categoría general de poesía heroica de López Pinciano, tema de su undécima epístola, igual que el Bernardo, según los argumentos del capítulo anterior. Sin embargo, tenemos que contestar la misma pregunta con respecto a Don Quijote que con respecto a Bernardo: ¿es Don Quijote un poema épico en prosa o una subcategoría, un libro de caballerías? También puede aplicarse uno de los mismos argumentos: ya que Persiles pertenece a la épica, y era costumbre de los escritores escribir sólo una, es poco probable que Don Quijote, que era totalmente distinto, también lo fuera.

¿Se parece Don Quijote a las obras épicas de López Pinciano, Heliodoro, Aquiles Tacio, Homero y Virgilio (III, 165 y 180), o a libros como Amadís, Belianís y Cirongilio? Claramente, las semejanzas con los libros de caballerías son mucho más acusadas. Las acciones, la filosofía y en ocasiones los discursos de Don Quijote están inspirados en los libros de caballerías, no en los poemas épicos. Él mismo, como Diego de Miranda, clasificaría una obra acerca de sus hazañas como un libro de caballerías288, y los lectores contemporáneos lo consideraron como tal289.

Hay, naturalmente, características épicas ocasionales en Don Quijote, como las listas de combatientes que constituyen los rebaños, la historia de Cardenio y Dorotea290, y la bajada a la cueva de Montesinos291 y su eco, la caída de Sancho en una sima. En un libro de caballerías, observa el canónigo, «el autor pued[e] mostrarse épico, lírico, trágico, cómico» (II, 345, 4-5), aludiendo a las cuatro categorías generales de la literatura (I, 239; III, 100); el uso ocasional de elementos épicos es, pues, lícito en un libro de caballerías. De hecho, la misma variedad de materiales, estilos y formas literarias que se encuentran en Don Quijote es por sí misma un poderoso argumento a favor de que sea un libro de caballerías. En contraste con la épica, en opinión de Cervantes, en un libro de caballerías se podía tratar material caballeresco de la forma que uno quisiera, consecuencia de la famosa afirmación del canónigo acerca de la libertad del escritor del libro de caballerías, de la cual se ha tomado la cita anterior292. Son, en el término de López Pinciano, (I, 285), «extravagantes»293. Las únicas reglas, además de la necesidad de deleitar aprovechando, son los principios literarios generales de verosimilitud y proporción; si se siguen, se puede escribir «sin empacho alguno» (II, 343, 28).

Don Quijote no tiene todas las características del libro de caballerías ideal del canónigo -aunque, como ya discutimos, creo que es la descripción de otro libro- pero tiene muchas. En su estructura «desatada» se ajusta a la descripción del canónigo. Ciertamente tiene «lamentables y trágicos sucessos», «alegres y no pensados acontecimientos» y muchas «hermosísimas damas», aunque -nótese- no son a la vez «honestas, discretas y recatadas294. El «cavallero christiano» es representado de manera burlesca por el protagonista, cuya religión se discute en el capítulo 5, y el «príncipe cortés» y sus vasallos por el gobernador Sancho. Don Quijote es en muchas ocasiones un «elocuente orador». Incluso hay, en el Ebro, una parodia de naufragio.

Pero limitándonos a los anteriores libros de caballerías, más que a la opinión que tiene el canónigo sobre uno ideal, vemos que Don Quijote se parece a ellos mucho más que a la épica. En primer lugar se parece a ellos por su forma. Como ellos, es una biografía ficticia, contada lineal y cronológicamente. Al igual que los libros de caballerías, Don Quijote es largo y complejo, con un gran número de personajes y de incidentes. La Primera Parte está dividida en cuatro partes, como Amadís, Belianís, Cirongilio y otros.

Don Quijote también se parece a los libros de caballerías por su función. Se dirige, en el prólogo de la Primera Parte, al ocioso lector, y es descrito como un pasatiempo295 y un entretenimiento296; en Don Quijote como fuera de él, eran los ociosos quienes leían libros de caballerías para pasar el tiempo297. (Nadie menciona esto como motivo para leer poesía épica.) Al igual que los libros de caballerías298, Don Quijote destierra la melancolía299.

Don Quijote también se parece a los libros de caballerías en la presentación de la naturaleza como fuerza benévola. La fantasía que tiene Don Quijote acerca de cómo se describirá el amanecer en un libro que trate de sus hazañas (I, 58, 20-59, 1) se parece a la bella descripción del amanecer en el propio libro de Cervantes (III, 250, 4-9; III, 443, 10-19). Aunque el protagonista emprende el viaje en pleno verano, «uno de los calurosos [días] del mes de julio» (I, 57, 13-14), y más tarde hace todavía más calor («el calor... era... del mes de agosto, que por aquellas partes suele ser el ardor muy grande», I, 388, 26-29), hay pocos comentarios acerca del clima. Sancho se queja porque no come, o porque duerme en el suelo, pero no se queja del tiempo, y sólo llueve una vez en todo el libro (I, 281, 6; I, 283, 19-20). El sol brilla; los pájaros cantan; se encuentra fácilmente agua pura; los árboles proporcionan sombra300. No sorprende que Don Quijote, como los caballeros andantes literarios301, prefiera estar en el exterior.

Sin embargo, el criterio clave para la clasificación literaria es la historia o el tema tratado. El tema de Don Quijote son las aventuras caballerescas, no los «casos amorosos» de la Historia etiópica y del Persiles, ni las «batallas y victorias» de los poemas de Homero y Virgilio (López Pinciano, III, 180). La vida del protagonista es la de un caballero andante, y nos es narrada por el sabio encantador e historiador Cide Hamete, imitando a los historiadores ficticios de los libros de caballerías. Después de su primera salida, Don Quijote, como los caballeros andantes literarios, únicamente está solo cuando quiere estarlo. Vaga sin destino por el mundo en la Primera Parte302, y con uno no más concreto en la Segunda Parte que termina, finalmente, en Zaragoza303. Don Quijote, como los héroes de los libros de caballerías304, se va de su casa en secreto, es armado caballero, y escoge un escudero, una dama, un símbolo heráldico y un nombre por el que ser conocido. Intenta ganar fama y honor, y ser útil en general. Envía presentes a su dama; cuando ella es víctima de algún encantamiento, debe liberarla. Encuentra otros caballeros y lucha con ellos; pasa la noche en castillos, o cree que lo hace.

Ésta es, naturalmente, la clave, que la vida caballeresca de Don Quijote es una burla, y su libro es un libro de caballerías burlesco. Los dos sentidos en que Cervantes usa la palabra «burla» ayuda a entender un aspecto central de Don Quijote305. Las «burlas» eran, primero, lo contrario de las «veras»306. Algo «de burlas» era «fingido» y «contrahech[o]» (I, 359, 26-27; IV, 42, 23), y eso es lo que es la vida caballeresca de Don Quijote. Su «figura» está «contrahecha» (I, 62, 11; I, 63, 25); contrariamente a sus afirmaciones no se da «verdaderas calabaçadas» (I, 360, 9-10), sus «tristezas» no son «verdaderas» (III, 134, 6), no es realmente un caballero, Dulcinea es una invención suya, etc.

Una burla era también algo que provocaba la risa, con la cual se asocian repetidamente las burlas del texto. El duque y la duquesa «en el estilo cavalleresco... hizieron muchas burlas a don Quixote» (III, 420, 16-19; adaptado), y las burlas provocaron a los que las hacían risa «no sólo aquel tiempo, sino el de toda su vida» (IV, 46, 1-2); la jabonadura de Don Quijote, dispuesta por sus doncellas, es una burla, al enfrentarse con la cual «fue gran maravilla y mucha discreción poder dissimular la risa» (III, 396, 3-5). El manteamiento de Sancho, causa de risa (I, 228, 12-14 y 21), es también una burla (I, 250, 13; I, 286, 24-25), como lo es su burla de las palabras de Don Quijote después de la aventura de los batanes (I, 276, 29); todo el encuentro con los batanes, después del cual Don Quijote ríe y Sancho «tuvo necessidad de apretarse las hijadas con los puños por no rebentar riendo» (I, 276, 13-15), es una «pesada burla» (I, 281, 9). La «duda del yelmo de Mambrino y de la albarda» es una «burla pensada» (II, 309, 12), «materia de grandíssima risa» (II, 307, 31-308, 1; véase también II, 305, 15-16). Incluso en la «mala burla» (III, 142, 6; también III, 412, 1) del encantamiento de Dulzinea, «harto tenía que hazer el socarrón de Sancho en dissimular la risa, oyendo las sandezes de su amo, tan delicadamente engañado» (III, 141, 7-9).

Una obra burlesca, llena de falsedades, pretende hacer reír a los lectores, proporcionándoles pasatiempo (I, 286, 25; IV, 141, 11). Una obra de burlas, en contraste con una parodia, es compatible con el propósito de atacar algo; el objeto de una burla es humillado, puesto al descubierto o menospreciado307. «Haz[iendo] burla de... tantos andantes cavalleros» (IV, 405, 31-32), creando un libro de caballerías burlesco308, Cervantes podía llegar a los lectores a los que quería llegar, los que leían los libros de caballerías. Estos lectores, que buscaban entretenimiento, no habrían leído ningún tratado sobre los errores de los libros de caballerías. El hecho de que no se procurara atraerlos directamente era un motivo por el que las discusiones anteriores sobre los defectos de los libros habían fracasado309.

En Don Quijote se da mucha importancia a la imitación de modelos: «quando algún pintor quiere salir famoso en su arte, procura imitar los originales de los más únicos pintores que sabe». Para que nos demos cuenta de la aplicación literaria de este principio (véase la nota 255, supra), Don Quijote añade que «esta misma regla corre por todos los más oficios o exercicios de cuenta que sirven para adorno de las repúblicas» (I, 351, 30-352, 3)310. Cervantes vio que Don Quijote no tenía precedentes, una «nueva y jamás vista historia» (II, 402, 2)311, y por tanto difícil de prologar (I, 30, 17-29). Sin embargo es lógico que usara un modelo para su obra, como lo hizo para otras. Hay otro libro de caballerías cómico mencionado en Don Quijote, un libro que es también «un tesoro de contento y una mina de passatiempos»: Tirant lo blanc (Tirante el blanco), un libro que Cervantes creía castellano y del siglo XVI312. Es sólo un precedente parcial, pero es el más importante, y vale la pena detenerse a examinarlo313.

El famoso pasaje314 en el que el cura expresa su aprecio por Tirant se ha convertido en el tema de una controversia que en muchos aspectos es una miniatura de la controversia sobre Don Quijote. Aunque como ha señalado Margaret Bates, «este "oscuro pasaje"... difícilmente podría expresarse más claramente»315, se le han hecho enmiendas textuales gratuitas e interpretaciones forzadas basadas en oscuros significados de algunas de sus palabras. Ninguna ha tenido una aceptación general, y muchas ya han sido refutadas316. El sentido claro y totalmente inteligible del texto tal como reza es que Cervantes encontró que Tirant era un libro divertido, aunque a diferencia de Don Quijote, creía que su humor no era intencionado. Sus «necedades» no estaban escritas «de industria», o, en los términos que usó en el Parnaso, tiene «desatinos», pero no «hechos de propósito»317.

Los comentarios del cura indican los numerosos elementos de Tirant que llamaron la atención de Cervantes y en los cuales pudo haberse inspirado. El libro está lleno de caballeros cobardes y mujeres poco virtuosas. «El valiente de Tirante» lucha con un perro, como Don Quijote «luchará» con ovejas. El cura también destaca al «valeroso cavallero» Quirieleisón, la alabanza del cual también es irónica, puesto que en todo el libro no lucha una sola vez; cuando debería hacerlo, al haber desafiado a un duelo para vengar la muerte de su señor, muere de ira (capítulo 80). Los caballeros luchan con escudos de papel (capítulo 65), que quizás inspiraron la celada de cartón de Don Quijote (I, 53, 29-54, 2).

Las mujeres de Tirant no son mejores que los hombres. La emperatriz se enamora de una persona por debajo de su condición, como Don Quijote de Aldonza Lorenzo318. El cura destaca los dos personajes femeninos más licenciosos, Placerdemivida y la viuda Reposada, incongruente con la caballeresca, esta última quizás reflejada en Doña Rodríguez de Grijalba, y la primera en Altisidora o Maritornes.

El cura también comenta los nombres de los personajes; Fonseca sólo podía haber sido mencionado debido a su nombre, jocosamente «ordinario» para un caballero. Placerdemivida, Reposada, Quirieleisón de Montalbán, incluso Tirante el blanco319: los nombres que se encuentran en Tirant son «peregrinos y significativos» (I, 56, 27-28; adaptado), tan hilarantes como los nombres inventados por Cervantes, como Micomicona, Mentironiana, Caraculiambro, Alifanfarrón y Antonomasia.

Además, el cura señala que en Tirant, «comen los cavalleros, y duermen y mueren en sus camas, y hazen testamento antes de su muerte, con otras cosas, de que todos los demás libros deste género carecen». Pasa a calificar las características del libro que ha enumerado de «necedades» y a condenar a su autor a galeras, por lo tanto podemos estar seguros de que no se presentan de forma positiva; quizás puede apreciarse el humor si intentamos imaginar a Lanzarote o a Roldán haciendo testamento320. En lugar de soportar los rigores de la caballería andante, de lo que Don Quijote presume y con lo que disfruta321, los caballeros de Tirant son, en palabras de Don Quijote, dados a «el buen passo, el regalo y el reposo», «blandos cortesanos» (I, 167, 1-3). De todos los protagonistas de los libros de caballerías, Tirant es calificado el más «acomodado» (III, 46, 16-17), término que es definido por el Diccionario de autoridades como «el que es muy amigo del descanso, regalo y conveniencias». Los personajes de Tirant son divertidos porque actúan de forma poco caballeresca; hay un contraste, pues, entre el contexto caballeresco y las acciones poco caballerescas, que el libro tiene en cantidad, por ejemplo el desfile de las prostitutas de Londres (capítulo 42), el emperador persiguiendo un ratón inexistente por su palacio (capítulo 233). Ciertamente existe la posibilidad de que Cervantes se inspirara en Tirant para crear humor por medio de contrastes, en su caso entre la conducta caballeresca y un contexto mundano322.

El humor de Don Quijote será tratado con más detalle en el próximo capítulo; el tema de ahora es su género. Don Quijote es un libro de caballerías burlesco, pero primero es un libro de caballerías (nombre), y después burlesco (adjetivo). La validación de la clasificación de Don Quijote como un libro de caballerías puede verse en el hecho de que Cervantes evita los defectos que el canónigo encuentra en los anteriores, y en la conformidad de Don Quijote con sus sugerencias para la composición de uno mejor. Parte del ataque de Cervantes a los libros de caballerías consistió, como en el Bernardo, en escribir una obra superior, que pasara el escrutinio del examinador propuesto en II, 353, 11-20. Nadie diría que Don Quijote es «en el estilo duro, en las hazañas increíble, en los amores lascivo, en las cortesías mal mirado, largo en las batallas, necio en las razones, disparatado en los viajes, y ageno de todo discreto artificio» (II, 343, 6-11; adaptado). Al contrario, tiene un estilo admirable y placentero, es contenido en sus actos, honesto en el amor (como nos informan tanto Don Quijote como el narrador), «bien mirado» en las «cortesías», breve en las batallas, inteligente en las razones, verosímil en los viajes, y muy bien dotado de «todo discreto artificio». Don Quijote, a diferencia de los libros de caballerías anteriores, trata sólo de una generación de protagonistas y no termina en medio de una acción323. ¿Quién negaría que tiene «un cuerpo de fábula entero con todos sus miembros» (II, 342, 32-343, 1)?

Sin embargo, la característica teórica más significativa de Don Quijote responde al mayor fallo de los libros de caballerías. No sólo está repleto de cosas que son «possible[s]» (II, 342, 21), es además una obra que «tir[a] lo más que fuere possible a la verdad» (II, 344, 28-29). En este sentido Don Quijote es verdadero, y por esta razón va a «dexa[r] atrás y escurece[r]... los Amadisses, Esplandianes y Belianisses»324. Cervantes evita no sólo los imposibles mencionados por Juan Palomeque (II, 84, 21-85, 15), por el canónigo (II, 341, 23-342, 14), y por el mismo Don Quijote325, sino también los detalles que únicamente dan una «apariencia de verdad». Como explica Don Quijote, éstos son típicos de los libros de caballerías326; también forman parte de las historias caballerescas burlescas de Micomicona, Trifaldi y Doña Rodríguez. No se habla de los padres de Don Quijote, su lugar de origen también es ocultado, e incluso su nombre exacto es objeto de duda, «pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad» (I, 50, 9-11)327.

Los libros de caballerías están llenos de detalles, pero «huye[n]... de la imitación», que es lo que hace buena a la literatura (II, 342, 29-30). Para atacarlos, según su amigo del prólogo328, Cervantes «sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escriviendo; que quanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escriviere»329. Como señala el canónigo, sólo con verisimilitud e imitación se puede crear una obra de literatura que, «facilitando los impossibles, allanando las grandezas330, suspendiendo los ánimos» (II, 342, 23-25), pueden «admirar, suspender, alborozar y entretener» (II, 342, 25-26; adaptado).

Aquí -en el propósito de atacar a los libros de caballerías- también tenemos la explicación de una de las características del Quijote más atractivas y complejas: su retrato de la España contemporánea y su gente, lo que vagamente se llama el realismo de la obra. Aunque no existen los medios para evaluar el realismo de Don Quijote de modo global, nunca se le ha atacado en serio, y diversos estudios han mostrado la exactitud de Cervantes al tratar la geografía, plantas, caballos y asnos, medicina y otros aspectos del mundo natural331. No hay motivos para pensar que no habría seguido el mismo principio en sus imitaciones del lenguaje y la conducta de la gente332.

La teoría literaria no explica el realismo de la obra; que la literatura debería representar la realidad era y es un tópico. Tampoco sus elementos cómicos lo explican por completo333. Una parte considerable debe de haber sido inconsciente y expresa la personalidad del autor; hay un tono realista en todas sus obras, incluyendo el Persiles y las menos leídas de las Novelas ejemplares334. Sin embargo, Don Quijote es, junto con algunas Novelas ejemplares y entremeses, el mayor logro de Cervantes al respecto. Puede explicarse, como se ha indicado, como respuesta a los libros de caballerías. Éstos estaban llenos de gente y lugares increíbles, fantasías, magia; Cervantes intentó combatirlos y sustituirlos descubriendo su falsedad, y ofreciendo en su lugar verdad, realidad, o por lo menos verosimilitud.

Más que reyes y nobles, típicos de los libros de caballerías, Don Quijote nos ofrece un corte de la sociedad española, otra vez aprovechándose de la libertad que Cervantes encontró en la forma de los libros de caballerías. La deslumbrante variedad de personajes en Don Quijote, con un verosímil predominio de la clase baja, es uno de los aspectos en que más difiere de las obras que ataca. Los vivos diálogos, que dan la impresión de una conversación real, también se explican por este principio.

El uso de estos personajes puede también atribuirse al deseo de mostrar los efectos de los libros de caballerías en distintos lectores contemporáneos. Pero es al mismo tiempo parte de un intento consciente de mejorar estos libros, y de exponer sus excesos como innecesarios. Mientras los libros de caballerías estaban situados en tiempos vagos y remotos (Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 56), y en lugares que ni siquiera estaban en el mapa (I, 294, 2), Don Quijote está situado en la España contemporánea, el país y la época que Cervantes podía describir mejor. Cerca de casa puede haber encuentros espantosos (el cuerpo muerto y los batanes), así como cosas maravillosas, producto de la naturaleza (las lagunas de Ruidera) o del hombre (los toros de Guisando). También pueden encontrarse lugares relacionados con la caballeresca, como la cueva de Montesinos.

La falsedad de la literatura caballeresca, sin embargo, se demuestra constantemente por su contraste con la realidad del mundo. En el mundo real los caballos no vuelan (Segunda Parte, capítulo 41); el yelmo de Mambrino no existe, y es ridiculizado por el uso de la bacía del barbero en su lugar. La cueva de Montesinos lógicamente está llena de murciélagos y cuervos (III, 283, 3-6), y sus residentes encantados no son más que personajes en el sueño de Don Quijote335. Puede verse que la «magia» que no tiene una explicación fisiológica no es más que el falso producto de la mente de la gente. La gente afirma que la magia existe por varios motivos: para obtener un beneficio económico (el mono de Ginés), «para entretenerse y suspender a los ignorantes» (la cabeza parlante de Antonio Moreno, IV, 291, 22-23), para aprovecharse de la credulidad de Don Quijote, para divertirse (la aventura de la Dueña Dolorida, Segunda Parte, capítulos 36-41) o para su provecho (la historia de Micomicona, Primera Parte, capítulos 29-30), y para disimular lo que han hecho (la desaparición de la biblioteca de Don Quijote, atribuida a Fristón, I, 108, 1-109, 19), o lo que no han hecho y no pueden hacer (el encantamiento de Dulcinea, III, 132, 8-133, 2). Los únicos que son engañados por estas fantasías son los ignorantes y los locos.

Debido a que es verdadero (verosímil), Don Quijote puede proporcionar placer al lector, más que el que proporcionaban los anteriores libros de caballerías. Cervantes aceptaría que distintos tipos de lectores quisieran distintas clases de placer336. El canónigo desea el placer que deriva de la apreciación de la belleza: «el deleite que en el alma se concibe ha de ser de la hermosura y concordancia que vee o contempla en las cosas que la vista o la imaginación le ponen delante» (II, 341, 18-21). Cervantes naturalmente quería la aprobación de los lectores que, como el canónigo o el mismo Cervantes, eran discretos337. Éstos podían haber apreciado el arte de su libro, las aventuras cuidadosamente construidas y verosímiles. Pero el prólogo de la Primera Parte da a entender que escribía para todos338, así que la mayoría de sus lectores iban a pertenecer, sin que se implique condición social, al vulgo (I, 31, 5-7)339. Eso es debido en primer lugar a que era principalmente el vulgo quien leía los libros de caballerías (II, 346, 30-347, 2), pero también porque «es más el número de los simples que de los prudentes» (II, 346, 26-27); de hecho, «stultorum [lectores de la Primera Parte] infinitus est numerus» (III, 70, 28). Estos lectores eran incapaces de apreciar la belleza literaria. Para poder instruirlos, tiene que ofrecer lo que los libros de caballerías proporcionan: «gusto y maravilla» (II, 373, 28), o como dice el canónigo, «admiración y... alegría» (II, 342, 27)340.

Los elementos que en Don Quijote producen estos efectos son naturalmente distintos de los de los libros de caballerías, pero el texto frecuentemente nos avisa cuando produce admiración y alegría. Don Quijote, y ocasionalmente Sancho u otro personaje, causa admiración mostrando locura o ignorancia, o combinando esas cualidades con inteligencia y sabiduría. El texto nos dice, por ejemplo, que Diego de Miranda sintió «admiración» por los actos y palabras de Don Quijote (III, 221, 18-20), y la duquesa «n[o] dexó de admirarse en oír las razones y refranes de Sancho» (III, 414, 14-15). Don Quijote y Sancho, creo, todavía causan admiración. Es el humor, causa de alegría, lo que más se ha deteriorado con el paso del tiempo, «devorador y consumidor de todas las cosas» (I, 128, 17-18), aunque sea señalado más frecuentemente (por la risa) que la admiración. Debido a que los libros de caballerías se han perdido para siempre -nadie los lee antes de leer Don Quijote- nunca podremos leer Don Quijote como lo hicieron los primeros lectores, y gran parte del humor de la obra se pierde. Para intentar corregir esto, intentaré reconstruir el humor tal como lo habrían visto esos primeros lectores.

Pero antes hay que aclarar otro punto. Un ataque a los libros de caballerías no tenía que suponer necesariamente la composición de una novela. Tampoco tenía que suponer la composición de un libro de humor; hay otras clases de «gusto» que podían haber sustituido al de los libros de caballerías. Es posible que Cervantes escogiera esta estrategia, la composición de un libro cómico, porque a él le gustaban los libros cómicos y pensó que el mundo necesitaba más341. Hay motivos para creer que Cervantes apreciaba el humor en general -las historias graciosas en sus obras muestran su interés por el humor oral- y los libros cómicos en particular; dos de ellos, aunque no son cómicos a propósito, son elogiados en el escrutinio de la librería, y salvados de la destrucción342. En el prólogo del Persiles, Cervantes se despidió de las «gracias», «donaires» y «regozijados amigos» (I, lix, 27-28). En el de las Novelas ejemplares, dijo que estos amigos eran numerosos, y que los había conseguido no por su ingenio, sino por su condición (I, 20, 8-9). Su condición, gracias a la cual habría conseguido esos amigos, era alegre, reflejada en sus ojos (Novelas ejemplares, I, 20, 20), que revelan el alma343. Esta disposición suya, y su gusto por el humor, no es incompatible, sino que está en armonía, con la melancolía que también formaba parte de su carácter, como se ve en algunas partes de Don Quijote, Segunda Parte, y en el «Coloquio de los perros».



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