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Conferencia inédita: «Literatura y libertad», s. d.

 

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Las novelas publicadas por Daniel Moyano son: Una luz muy lejana (1966), El oscuro (1968), El trino del diablo (1974), El vuelo del tigre (1981), Libro de navíos y borrascas (1983) y Tres golpes de timbal (1989).

 

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Consideramos que a la mayor parte de la producción literaria de Daniel Moyano podría caberle la siguiente afirmación de Francine Masiello, que si bien se circunscribe al período del llamado Proceso Militar, nos sirve para introducirnos en este aspecto de la obra estudiada: «La literatura argentina durante el Proceso, escrita tanto en el exilio como en el país, refleja el problema uniforme que consiste en cómo ordenar las experiencias dentro de la historia. ¿Desde qué lugar puede desplegarse el poder? ¿Quién controla los lugares del poder? ¿Y podemos organizar una historia personal que se oponga al discurso oficial?» («La Argentina durante el Proceso: Las múltiples resistencias de la cultura», en Daniel Balderston y otros, Ficción y política, Buenos Aires, Alianza, 1987, p. 25).

 

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Afirma Olga Steimberg de Kaplan, en «Realismo y alegoría en Libro de Navíos y borrascas de Daniel Moyano» (Revista Iberoamericana, n.º 155-156, abril-septiembre 1991): «Daniel Moyano forma parte de una corriente destacada en la novelística latinomericana: aquélla que, insertada en un realidad económica, social y política, la convierte en sustrato de la historia ficticia. La dialéctica ficción/realidad da lugar en ese caso al imbricamiento y superposición del plano histórico y del declaradamente literario» (p. 617).

 

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No es irrelevante considerar estas cuestiones en relación con la obra de Daniel Moyano, entre otros críticos Ana María Amar Sánchez destaca la preocupación del autor por la realidad en que está inserto: «El sistema narrativo de Moyano registra un mayor interés por la representación del referente externo, a la vez que una cierta distancia de los recursos formales de la vanguardia...» («Juan José Hernández: la constitución de un nuevo referente», Revista Iberoamericana, n.º 125, octubre-diciembre 1983, p. 920).

 

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«El estudiante herido es Santiago Pampillon», carta de Daniel Moyano a la Licenciada Esther Lombardo, 31-12-84.

 

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Los años de publicación de las novelas de Moyano abarcan el período correspondiente a la llamada «Revolución Argentina» (1966-1973), el gobierno peronista de Cámpora, Perón y M. E. Martínez, el posterior «Proceso de Reorganización Nacional» (1976-1983) y la presidencia constitucional de Raúl Alfonsín.

En dicho período histórico surge y se impone la llamada «Doctrina de la Seguridad Nacional». De este modo la describe José Pablo Feinmann, en «Política y verdad. La constructividad del poder»: «La verdad de la Seguridad Nacional parte de la concepción del enemigo interno. [...] Se parte de la división del mundo entre Occidente y Oriente. La Argentina pertenece a Occidente. Sus fronteras exteriores están resguardadas por los pactos estratégicos que ha realizado con el Pentágono. El temor está adentro. El enemigo está adentro. Es la subversión. Es todo lo que atenta contra el "estilo de vida" argentino, contra la civilización "occidental y cristiana". Queda en claro lo siguiente: para la Seguridad Nacional el oponente político debe ser aniquilado, no incorporado. Se trata, para esta ideología, de una guerra. No es eufemismo: es una guerra. Una guerra en la que no cuentan incluso sus medios de realización. La ética ha quedado absolutamente de lado. Por eso la guerra es calificada de "sucia"» (Sosnowski, 1988: 91-92).

 

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Fernando Reati afirma: «La obsesiva metáfora militar del cuerpo social que debe ser curado y desinfectado del "virus" subversivo se traslada a los códigos lingüísticos empleados, que abundan en términos relacionados con la medicina y la higiene: si el país está "infectado", es necesaria una guerra "sucia"; "limpiar" a alguien significa matar, en la jerga de los grupos operativos; y las salas de tortura son conocidas en muchos centros de detención como "el quirófano" o la "sala de terapia intensiva"» (Reati, 1992: 44-45).

 

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«[...] desde siempre la pintura se ha propuesto hacer visible, en lugar de reproducir lo visible, y la música hacer sonoro, en lugar de reproducir lo sonoro» (Deleuze y Guattari, 1988: 350).

 

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Beatriz Sarlo, señala: «el invasor construye un panóptico e impone una visión reglamentarista de lo cotidiano, destruyendo los espacios y sus funciones tradicionales...» (Balderston y otros, 1988: 55).