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Arriba Capítulo quinto

El problema político



Introducción

A virtud de todo lo que tan extensamente llevamos dicho en el curso de esta obra, la resolución del problema político, en su conjunto y en las diversas cuestiones que comprende, se presenta con toda claridad.




División del problema político en dos partes: la relativa a la política interior y la relativa a la política exterior

Una gran división que separa en dos partes los hechos y las ideas, materia del problema que abordamos, se impone desde luego, y nosotros la hacemos sin vacilar: por una parte, hay que considerar lo relativo a nuestra política interior; y por otra parte, hay que considerar lo relativo a nuestra política extranjera. Entremos al estudio de nuestra política interior.




Circunstancias dominantes de la política interior

Tres circunstancias esenciales dominan todo el campo de nuestra política interior: es la primera, la de que la larga lucha sostenida por todos los elementos étnicos que componen la población nacional, ha elevado a la condición de predominante y al rango de elemento político director al elemento mestizo; es la segunda, la de que las condiciones especiales en que la expresada lucha ha tenido que hacerse, han conducido al país a aceptar y a exigir, como única forma estable de Gobierno, la forma dictatorial; y es la tercera, la de que las condiciones propias de esa forma de Gobierno exigen forzosamente en los gobernantes que deban presidirla, especialísimas circunstancias de educación y de carácter.




La base fundamental de la política interior

La base fundamental e indeclinable de todo trabajo encaminado en lo futuro al bien del país, tiene que ser la continuación de los mestizos como elemento étnico preponderante y como clase política directora de la población. Esa continuación, en efecto, permitirá llegar a tres resultados altamente trascendentales: es el primero, el de que la población pueda elevar su censo sin necesidad de acudir a la inmigración; es el segundo, el de que esa población pueda llegar a ser una nacionalidad; y es el tercero, el de que esa nacionalidad pueda fijar con exactitud la noción de su patriotismo. Todo ello hará la patria mexicana, y salvará a esa patria de los peligros que tendrá que correr en sus inevitables luchas con los demás pueblos de la tierra.



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El elemento mestizo, o sea el partido liberal, es el preponderante en la población

Está en nuestro concepto, fuera de toda disensión, el hecho de que a partir del Plan de Ayutla el elemento mestizo es, por su fuerza social, el elemento preponderante de la población, y como tal se ha constituido en la clase política directora. Para hacer más comprensible lo que afirmamos en este punto, recordamos a nuestros lectores que el elemento de referencia forma lo que, en nuestro lenguaje político corriente, se ha llamado partido liberal. A él están sujetos el grupo conservador y el moderado de los criollos señores; el grupo de los dignatarios y el de los reaccionarios de los criollos clero; y el grupo de los criollos nuevos, o criollos liberales, que hoy pudieran también llamarse criollos financieros. No creemos necesario recordar, en apoyo de lo que venimos diciendo, que el señor general Díaz es mestizo, es decir, liberal de los verdaderos, y que durante su gobierno han sido mestizos casi todos los ministros, gobernadores, jefes de zona, etc., etc.




Necesidad de que el elemento mestizo continúe en el poder

La necesidad de que el elemento mestizo continúe en el poder se impone por tres razones concluyentes: es la primera, la de que es el más fuerte; es la segunda, la de que es el más numeroso; y es la tercera, la de que es el más patriota.




El elemento mestizo es el más fuerte

Es indudable que el elemento mestizo es el más fuerte, puesto que en una larga carrera que ha durado más de tres siglos, a través de inmensas dificultades, y en lucha con los demás elementos, ha llegado a preponderar. Su fuerza le viene de su sangre indígena, y como está en contacto íntimo y en constante cruzamiento con el elemento indígena que es todavía numeroso, puede renovar y renueva de un modo incesante sus energías.




El elemento mestizo es el más numeroso

Es también indudable que el elemento mestizo es el más numeroso, puesto que representa el cincuenta por ciento de la población nacional, estando el cincuenta por ciento restante, representado por los indígenas en un treinta y cinco por ciento, y por los extranjeros y criollos en un quince por ciento, según hemos dicho en otra parte. Además, por su contacto y cruzamiento constantes con el elemento indígena va absorbiendo a éste y aumentando sin cesar su propio número. Desde la Independencia hasta nuestros días, el elemento indígena ha disminuido en la proporción en que el mestizo ha aumentado.




El elemento mestizo es el más patriota

Si afirmáramos que es igualmente indudable que el elemento mestizo es el más patriota, adelantaríamos una conclusión que debe ser precedida de premisas que no hemos asentado aún. El elemento mestizo es, en efecto, el más patriota de nuestro país; pero como es natural, los elementos que le son contrarios no comprenden su patriotismo, y en general, todos los elementos étnicos que señala como menos patriotas nuestra rotunda afirmación precedente, pueden querer saber los motivos de la apreciación que nos atrevemos a hacer de su sentimiento patrio. Vamos, pues, a fijar la noción del patriotismo.



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Definición de la patria

La noción de la patria es un concepto que todos creen tener, y que pocos, muy pocos, son capaces de definir. La patria, ha dicho el señor licenciado don Justo Sierra, actual ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes (Historia General, Manual escolar), es, en substancia, el altar y el hogar. La definición es exacta, pero es demasiado profunda. Nosotros, sin embargo, para explicar la verdad de esa definición, nos vemos en el caso de entrar en mayores profundidades; tenemos que hacer un nuevo y muy largo apunte científico, que por ser el más saliente de todos lo señalamos de un modo especial.




Apunte científico sobre los orígenes orgánicos de la patria

Es generalmente sabido que todos los organismos son agregados celulares; esos agregados tienen un período de actividad que se llama vida; y esta última se mantiene merced a un fenómeno bien determinado de combustión. La combustión de que se trata, y aquí nos referimos a los apuntes científicos anteriores, se hace por la combinación del oxígeno del aire aspirado por la respiración, y del carbono del suelo ingerido por la alimentación. Las dos funciones primordiales de la vida son, pues, la respiración y la alimentación. Como la primera es fácil y sencilla merced a la abundancia y a las condiciones químicas del aire atmosférico, no requiere esfuerzo alguno especial por parte del organismo; pero como la segunda, merced a la dispersión y a la variedad de composición de los elementos que necesita, requiere un trabajo inmenso y extenso, resulta de mayor importancia ésta que aquélla, y ante la significación de la última, o sea de la alimentación, la otra desaparece, pudiéndose decir con propiedad, que la función primordial del esfuerzo orgánico es la de la alimentación a que nos referimos. Los organismos mantienen su estado de agregados celulares mediante la ley de la gravitación universal, que sostiene el equilibrio mecánico de todo lo que existe, y que se traduce en esos agregados por la atracción mutua de las celdillas componentes, en razón directa de sus masas y en razón inversa del cuadrado de sus distancias respectivas, siendo determinado el estado susodicho por el juego de múltiples fuerzas que obran en múltiples circunstancias, y que han llegado a ciertas condiciones de equilibrio, equilibrio que la herencia se encarga de fijar y de perfeccionar; pero en esos mismos organismos obran fuerzas de otro género desarrolladas por la combustión vital, y éstas, por una parte, se traducen en la elaboración de nuevas celdillas con algunas de las substancias que la alimentación proporciona y, por otra parte, se traducen en una modificación incesante del estado de equilibrio anterior para dar espacio, lugar y acción a las nuevas celdillas. Tales fuerzas que en conjunto llama Haeckel (Historia de la creación natural) fuerza formatriz interna, van determinando el crecimiento del organismo durante su vida.

La acción combinada de las fuerzas llamadas con toda propiedad fisicoquímica, fuerzas de cohesión que son las que sostienen el agregado, y de las que tienden al crecimiento progresivo de ese agregado y son las que en conjunto llama Haeckel fuerza formatriz interna, produciría necesariamente el crecimiento indefinido del mismo agregado, o sea del organismo, si esas fuerzas, combinadas, no obraran en contra de las ambientes que son las de la atracción de la tierra, las de la presión de la atmósfera, las de la temperatura, etc., etc., y si su propia acción no determinara la acción de esas fuerzas ambientes en sentido contrario. Las fuerzas, pues, de estabilidad y de desarrollo por una parte, y las ambientes contrarias por otra, producen un equilibrio especial que determina lo que en otra parte hemos llamado la arquitectura   —273→   de los seres. Esa arquitectura explica la forma especial de los organismos; la homogeneidad y la continuidad relativas de las causas originales de esa arquitectura, explican las relativas homogeneidad y continuidad de las formas en las especies.

Cuando la fuerza que en conjunto, y siguiendo a Haeckel llamamos antes fuerza formatriz interna, crece, es decir, cuando domina a las ambientes contrarias, el organismo crece también; pero en cuanto aquélla llega al límite de su equilibrio con las otras, es decir, con las ambientes, el crecimiento orgánico se detiene. Dadas la complexidad, variedad y diversidad de las fuerzas sostenedoras del agregado y de las componentes de la formatriz interna, por una parte; y dadas, por otra parte, la complexidad, variedad y diversidad de las fuerzas ambientes contrarias, no se llega al equilibrio entre unas y otras, sino después de múltiples oscilaciones cuya intensidad y duración varían en cada caso. De todos modos, en esas oscilaciones, cuando las fuerzas ambientes se sobreponen y no están todavía extinguidas por compensación todas las componentes de la formatriz interna, aquéllas producen en algunas de éstas detenciones inevitables; esas detenciones que, como es natural, se ejercen de preferencia sobre las fuerzas que modifican incesantemente el estado de equilibrio anterior para dar espacio, lugar y acción a las nuevas celdillas, detienen el crecimiento total del agregado; pero dejan vivas las fuerzas productoras o elaboradoras de nuevas celdillas, supuesto que esas últimas fuerzas son interiores y están casi sustraídas a la acción de las fuerzas ambientes, por lo que dentro del organismo continúa el trabajo interior orgánico de la elaboración de nuevas celdillas. Ese trabajo determina, pues, por su labor, la producción de un exceso de celdillas que, a virtud de la detención del crecimiento que les daba salida, colocación y acción, las aglomera aparte, las comprime y, a virtud de la nueva naturaleza que a su conjunto da la condensación de masa y de energía que determina ese nuevo conjunto, es decir, ese nuevo agregado celular, se rompe la unidad cohesional del todo, y el agregado total, para no llevar una carga que le estorba en el proceso de su desarrollo, la expulsa, la separa de sí y la coloca aparte. Separado el estorbo, desprendido el peso que detiene momentáneamente el ascenso de su desarrollo, el agregado principal, como el globo que lucha con la presión atmosférica cuando arroja un poco de su lastre, vuelve a continuar dicho ascenso, que por lo mismo provoca una nueva reacción ambiente contraria, que da lugar otra vez a la formación, a la condensación y al desprendimiento de un nuevo agregado celular. Llega la vez en que el equilibrio se establece por completo, y entonces ha quedado muerta, supuesto que ha quedado compensada, la fuerza formatriz interna; cesa el impulso que se sobreponía a las fuerzas ambientes contrarias, y entonces el organismo prolonga su existencia sólo merced a la defensa que hace contra esas fuerzas que ya no domina; un poco más tarde, la acción persistente y siempre renovada de las fuerzas ambientes, obrando sobre un compuesto celular cuyas fuerzas no tienen ya acción, se sobrepone a estas mismas fuerzas, y entonces la combustión vital termina, la vida se apaga y comienza un movimiento inverso al de la vida, que es el de la acción de las fuerzas exteriores contra las orgánicas; ese movimiento desorganizador es la muerte.

La formación, condensación y desprendimiento de los excesos celulares que se forman en defensa del agregado principal, requieren la formación, el empleo y el desarrollo de fuerzas secundarias que nacen y se desenvuelven en el organismo, a paso y medida que se efectúa el proceso de su evolución. El trabajo de eliminación de los agregados celulares excedentes es enteramente semejante al de la expulsión de los desechos de la combustión, y en   —274→   general al de la expulsión de todo lo que estorba a la vida del organismo. El organismo se siente mal con lo que le sobra, y al expulsarlo experimenta una sensación de placer, tanto más intensa cuanto más le importuna lo que necesita eliminar y cuanto más esfuerzo le cuesta eliminarlo. Tal es la razón substancial del apetito genésico; éste tiene como impulso interior el deseo de expulsar algo que importuna, y tiene como incentivo el placer que se recibe al lograr la expulsión.

Todo lo que llevamos dicho es tan claro, tan evidente que no necesita comprobación; sin embargo, indicaremos algunas ideas confirmatorias. Cuando el agregado celular, por razón del desarrollo excesivo de las fuerzas de cohesión y de crecimiento, llega a alcanzar el equilibrio con las fuerzas ambientes sin oscilaciones de acomodamiento anterior, entonces el producto es un ser anormalmente grande; si es un hombre, es un hombre de estatura excepcional; pues bien, ese ser, ese hombre es siempre infecundo. Por el contrario, el ser, el hombre que por falta de fuerzas alcanza el equilibrio demasiado pronto, es infecundo también. Cuando un hombre prematuramente ejercita, por la acción de sus centros directores nerviosos, sus facultades genésicas, detiene su desarrollo; cuando el hombre que ha llegado a su pleno desarrollo, obliga a su organismo por un celibato antinatural a la absorción de los excesos celulares que ese mismo organismo forma, sufre trastornos orgánicos terribles, e imprime inevitablemente sobre su rostro las huellas de un vivo dolor.

La circunstancia de que la formación, la condensación y la expulsión de los excedentes celulares tienen en el organismo la importancia de actos de defensa vital, ha puesto esos actos, en conjunto, casi a la altura de los que, en conjunto también, hacen el trabajo de la alimentación. En efecto, las dos funciones primordiales de la vida son la existencia y la reproducción. Lógico es, por lo tanto, que la división del trabajo orgánico entre ellas, durante el larguísimo proceso de la evolución de todos los seres, haya acabado por separar esas funciones en órganos distintos y después, por dividir el organismo en dos, correspondientes a los dos sexos. Recorriendo la escala de los organismos, desde la amiba rudimentaria hasta el hombre, se nota primero la falta de división en las funciones de que se trata; después se ven nacer esas funciones; más adelante, se ven nacer los órganos correspondientes a ellas; luego se ve progresar la separación de esos órganos; y por último, se consuma la completa división de los dos sexos. La separación de los sexos supone, pues, la división de un mismo ser en dos partes encargadas de desempeñar funciones exclusivas, pero complementarias. Un hombre no es un ser completo, supuesto que le falta la facultad de reproducirse; una mujer no es un ser completo tampoco, supuesto que le falta la aptitud de mantenerse en una lucha desigual de trabajo con los hombres. El hombre, en la unidad humana, es el órgano llegado a la categoría de ser distinto, encargado de las funciones de provisión de la alimentación del organismo total; la mujer es el órgano llegado a la categoría de ser distinto, encargado de las funciones de reproducción. En el larguísimo proceso de división del organismo principal en los dos organismos correspondientes a las dos funciones orgánicas fundamentales, la disposición de la masa celular y las fuerzas que en ella actúan se han dividido en el sentido de la separación de los dos sexos, y aun en el de la elaboración separada de estos mismos, pero conservando y perfeccionando como necesaria consecuencia de dicha separación, puesto que ésta obedece a la ley de división del trabajo, las relaciones de integración que los unían. En conjunto, todas las masas celulares se han dividido en dos series que comprenden a los dos organismos sexuales,   —275→   y cada masa sexual distinta ha seguido las formas de la arquitectura general humana; pero en la del hombre es en la que han quedado las funciones activas de la provisión de alimentos, y es en la que ha quedado la fuerza principal del crecimiento, por lo que es en ella donde más se agranda el conjunto celular y donde tienen lugar la formación, la compresión y la expulsión del exceso, siendo estas razones las que explican el mayor tamaño, la construcción más sólida y más reciamente articulada, la mayor fuerza y la mayor acción sexual del hombre sobre las condiciones correlativas de la mujer; en la masa de la mujer han quedado las funciones de la eliminación de los excesos celulares. Como la masa de la mujer no tiene la parte correspondiente a las fuerzas de provisión de alimentos y de elaboración principal de las celdillas de crecimiento, no lleva poderosas energías de desarrollo, no requiere una construcción sólida y fuerte; por lo mismo, su masa dedicada a funciones inactivas ofrece la flojedad y la redondez que para nosotros constituyen su hermosura, y esa misma masa detiene su expansión en el punto en que se hace sentir la oscilación entre las fuerzas orgánicas y las ambientes, es decir, en el punto en que comienza la lucha de las últimas por detener a las primeras, razón por la cual es siempre más hermosa, más débil y más pequeña la mujer, y no tiene excedentes celulares. La dependencia entre los dos organismos sexuales es tal, que la mujer no puede proveer a su alimentación sino por la mano del hombre, y el hombre no puede expulsar los excesos celulares sino a través de la mujer. De esta dependencia mutua orgánica, resultado, repetimos, de un proceso larguísimo de correlación evolutiva, depende que cada organismo sexual busque, en su unión con el otro, la integración de su propio ser en los términos que admirablemente señala Schopenhauer (Las mujeres, el amor y la muerte). La expresión vulgar de media naranja con que un hombre o una mujer designa a su aspirado consorte, da una idea precisa de la dependencia indicada antes. Parece, sin embargo, a primera vista, que la independencia de cada organismo sexual es mayor de la que señalamos. Parece, en efecto, que la mujer no necesita del hombre para sostener su existencia; y parece también que, de ser cierto todo lo que llevamos dicho respecto de los excesos celulares, la expulsión de ellos no requiere la intervención de la mujer. Aquí necesitamos exponer otra serie de ideas.

Todo lo que llevamos dicho acerca de las condiciones en que el organismo humano se ha dividido en dos, y acerca de las condiciones propias de cada uno de los dos organismos sexuales, es bastante para indicar y para explicar la superioridad del organismo hombre sobre el organismo mujer. De esa superioridad se deriva necesariamente la incapacidad de la mujer para luchar con el hombre. Si en las condiciones de lucha en que se encuentran todos los pueblos constituidos por hombres encargados del trabajo y de mujeres encargadas de la maternidad, se formara una nación de mujeres solas, rápidamente desaparecería esa nación, porque las mujeres de ella no podrían sostener la lucha con los hombres de las otras. Si en un pueblo constituido por hombres y mujeres se invirtiera la función de las unas y de los otros, ese pueblo también desaparecería, porque las mujeres no podrían sostener la lucha por la vida para mantenerse ellas y mantener a los hombres, y para defenderse de los demás pueblos, y por su parte los hombres no podrían desempeñar las funciones de la maternidad, y la multiplicación por sucesión se detendría. En los pueblos naturalmente constituidos por un número aproximadamente igual de hombres y de mujeres, si la división de funciones de los dos seres se hace con regularidad, el pueblo se fortalece, se desarrolla y prospera, porque la carga de cada hombre   —276→   se reduce a su propia subsistencia y a la de su mujer, y la carga de cada mujer se reduce sólo a la maternidad; la carga de uno y de otro sólo se aumenta en la parte respectiva con la de los hijos; pero si el número de hombres excede al de mujeres, o si el número de mujeres excede al de los hombres, las circunstancias varían, porque en el primer caso, las mujeres sucumben al trabajo de su función, y en el segundo, sucumben los hombres al exceso de su trabajo. Por la construcción orgánica del hombre y de la mujer, los estados sociales en que existe la poliandria o la poligamia son estados patológicos. En ningún caso, ni en el de la monogamia, ni en el de la poliandria, ni en el de la poligamia, es posible la superioridad de la mujer sobre el hombre, ni siquiera la igualdad de ambos. Precisamente en el caso de la poligamia, que es en el que las mujeres son más numerosas, es donde son más débiles, más abyectas; la fuerza del hombre, al sustentar varias mujeres, se divide tanto en ellas que a cada una es poca la que le viene a tocar. En los estados sociales que se tienen por más adelantados, el feminismo es un verdadero absurdo. Quitar una suma considerable de mujeres de las funciones de la maternidad para emplearlas en compartir el trabajo de los hombres, es aumentar para los hombres la carga de su propia existencia, y la de sus esposas y familias, con la carga del sostenimiento de un número considerable de mujeres inevitablemente derrotadas en las luchas del trabajo, y es disminuir el número de las mujeres dedicadas a la maternidad. La sociedad se perjudica con el trabajo de las mujeres, tanto por el aumento de incapaces que tiene a la larga que venir a sostener, cuanto por la diminución de la multiplicación de sus unidades. Nada puede justificar la inversión de funciones que en la mujer supone el feminismo, ni aun la existencia de especiales circunstancias de malestar para la mujer, porque ese mal requiere un remedio que no debe buscarse en las condiciones de la mujer, sino en las del hombre. Si en una sociedad cualquiera, las mujeres se encuentran mal es porque los hombres no desempeñan debidamente su función. Es, pues, imposible que la mujer separe su existencia de la del hombre. El hombre, por su parte, no podría hacer la expulsión de los excesos celulares, de un modo natural, sin la mujer. El hombre y la mujer se completan orgánicamente como se completan de hecho en el abrazo de su conjunción.

La separación de los excesos celulares se hace, según hemos dicho, a virtud de la molestia que causan; mientras esa molestia dura, ella ahoga cualquier otro sentimiento; pero cuando desaparece, las cosas son distintas. La mutua dependencia de todos los órganos formados por las múltiples funciones combinadas de un organismo, y la creación en éste de órganos directores, establece entre todos aquellos órganos un sentimiento de unidad, y en éstos el cuidado de mantenerla. Así pues, se forma un sentimiento de defensa común; cuando algo lastima una parte cualquiera del organismo, el resto, por conducto de los órganos directores, acude inmediatamente a defender la parte herida y a impedir la continuación del daño. Precisamente de esa circunstancia se deriva el sentimiento de protección y de defensa que hace al hombre amparar a la mujer, supuesto que el sistema de los órganos directores y de los órganos de la fuerza, ha venido a formar el organismo sexual hombre; y de la misma circunstancia se deriva el sentimiento que hace a la mujer acogerse al amparo del hombre, supuesto que la mujer es un sistema de órganos dependiente del organismo total, cuya principal parte es el hombre. Mas cuando una parte cualquiera del organismo, por algún trastorno interior ocasionado por el mismo funcionamiento de él, produce dolor, entonces el deseo de separar ese dolor lleva al impulso   —277→   de separar toda la parte que lo produce. Cuando la gangrena corroe un pie, cuando el cáncer muerde alguna entraña, entonces la defensa del organismo consiste en la separación de aquel pie, o en la expulsión de esa entraña; una vez separado el dolor, el sentimiento de unidad de la integridad orgánica vuelve, y el organismo torna a considerar la parte separada como parte suya, sintiendo y lamentando su separación. No hay que decir que la existencia del sentimiento de la integridad orgánica supone un largo proceso de formación; pero es indudable que ella es cierta en el hombre. Ese sentimiento de la integridad es el que ha dado origen al abrazo, forma material y manera de atraer y de unir al organismo propio el organismo complementario. Ese mismo sentimiento ha dado origen también al beso, que generalmente acompaña al abrazo, y que no es más que la forma grosera y material de comunicar al ser complementario el aliento de la propia vida. Los excesos celulares producen una molestia inconsciente, pero intensísima; en los animales de ciertas especies se conoce con el nombre de brama, y coincide, por razón natural, según lo que hemos dicho antes acerca de los fenómenos de combustión de la vida, con las épocas del año en que el calor ambiente hace menos difícil el trabajo orgánico y más vivo por consiguiente su proceso. La molestia a que nos referimos produce la expulsión de los excesos celulares; pero una vez expulsados, el sentimiento de su dependencia al organismo total se hace sentir. Acaso ese sentimiento sería débil y momentáneo si la masa desprendida fuera inerte, si consistiera en materia muerta destinada a una rápida descomposición y a una desaparición inevitable; pero no lo es, es materia viva, es parte de la materia misma de que el organismo se compone, lleva comprimidas, pero latentes, todas las fuerzas de sostenimiento y de crecimiento del organismo total, y esas fuerzas llevan entre sí las mismas condiciones de correlación con que se encuentran en aquel organismo. No se necesita más que poner esa materia en condiciones de distender sus fuerzas comprimidas (toda germinación es un fenómeno de dilatación) para que continúe su desarrollo por sí sola, y para que merced a la igualdad de intensidad y de dirección de sus fuerzas latentes, reproduzca con fidelidad las formas generales de la masa celular del organismo original de que provino. El organismo total, pues, cuida del desarrollo de la masa segregada como cuida de su propia masa; cuida la materia de que se desprende como cuida la propia que en él vive, y la cuida por medio de un sistema especial de órganos que ha llegado a ser un organismo sexual: la mujer. La mujer, a su vez, formada de la masa misma del hombre, como con toda exactitud dice la tradición bíblica, para recibir y dilatar la masa celular segregada, la recibe con placer, sufre todos los efectos de la molestia que ella causa por sí misma y por el principio de su dilatación y de su desarrollo, y cuando ya está en condiciones de seguir una vida relativamente independiente la expulsa, a la vez, con el dolor de un arrancamiento y con la satisfacción de un alivio. Así, el organismo total, o sea la suma del organismo hombre con la del organismo mujer, encuentra en los mismos obstáculos que se oponen a su desarrollo los medios de continuar ese desarrollo indefinidamente. Esto pasa siempre con todas las fuerzas físicas; si al encontrar una resistencia no llegan a compensarse determinando un estado de equilibrio, no se pierden, supuesto que no se pueden perder; cambian solamente de dirección. Si en el cauce de un río se levanta un dique, se necesita que éste forme un lago que pueda contener todo el caudal y que pueda detener toda la fuerza de la corriente de ese río; de lo contrario, la corriente cambiará de dirección, abrirá nuevo cauce   —278→   y por él correrá el caudal, poco más o menos, como corría en el cauce anterior.

Una vez que el ser sucesor se desprende y deja de ser una molestia orgánica directamente para la madre e indirectamente para el padre, aquélla y éste reciben la sensación del sentimiento integral. El nuevo ser es una parte del organismo en conjunto, y la misma necesidad de protección y de defensa que siente el hombre, como órgano superior, por la mujer, como órgano inferior de sí mismo, sienten la madre primero y el padre después, considerando éste en lo sucesivo al órgano hijo como una derivación del órgano mujer. La familia queda así constituida y, mediante ella, el organismo humano se mantiene siempre vivo en la tierra y se dilata a través de las edades.

Constituida la familia, su evolución ha sido la consecuencia necesaria del desenvolvimiento natural de los sentimientos orgánicos que hemos indicado antes. Esos sentimientos constituyen al padre en jefe de la familia, a la mujer en persona subordinada al jefe, y a los hijos en derivación de la madre y sometidos como ella al jefe de la familia. Esos mismos sentimientos se encuentran en todos los pueblos primitivos, como se encuentran en todas las especies animales superiores. Causa verdadera extrañeza que en el campo de las ciencias sociales haya podido tener cabida la idea sostenida por muy respetables autores, de que el instinto social, considerando a éste como un atributo innato en los hombres, precedió a la familia y formó ésta primero y la sociedad después por virtud de circunstancias de acción exterior; hasta se ha formulado la singular teoría de que la familia es derivación de la propiedad. En los días que pasan no puede admitirse que haya en un ser orgánico, ni instintos ni tendencias que no tengan un origen plenamente orgánico también. El instinto social de por fuerza ha debido tener un origen orgánico, y ese origen es el que hemos indicado antes. Sin embargo, en toda la época que pudiéramos llamar paletnográfica, es decir, en toda la época corrida desde la aparición del hombre en la tierra hasta que comenzó a mostrar sus tendencias a fijar las huellas de su paso, abriendo los diversos períodos arqueológicos que prepararon los períodos históricos de los pueblos actuales, los lazos de la familia debieron ser de fuerza y de intensidad muy variables. Según que los elementos de subsistencia hayan sido abundantes o escasos, la familia ha podido permanecer compacta y aun dilatarse en la tribu, o ha tenido que dispersarse. En nuestro país la familia ha existido en los apaches, considerados por Reclus como verdaderos primitivos en el estado de bestias feroces; pero por razón de los escasos medios de subsistencia que proporciona la región que habitaban, esa familia no era sólida; los hombres y las mujeres se unían o se separaban según las apremiantes necesidades del momento, y los hijos se independían en cuanto podían atender a su propia subsistencia; los padres y los hijos en la necesaria separación de las luchas por la vida, acababan por desconocerse. Así tuvo que suceder en todas partes hasta que la agricultura permitió el aseguramiento de la vida común, e hizo posible el mantenimiento y, por con siguiente, el fortalecimiento y la dilatación de los lazos familiares. El encuentro de los cereales, punto de partida de la agricultura, fue el punto de partida verdadero de la vida social. Por eso el origen de los cereales es tan remoto, y por eso todos los pueblos enlazan el encuentro de los cereales a sus tradiciones de origen.

Los sentimientos de atracción orgánica familiar, que repetimos, hasta en los apaches pudieron existir, formaban ya de hecho la familia en Roma, cuando se hizo la redacción de la famosa ley de las XII Tablas. En Roma, como en todas partes, la multiplicación de los hijos en cada familia fue formando   —279→   la tribu, la gens. Ésta se iba dilatando merced a la atracción efectiva del organismo padre fundador, atracción que, por lo demás, de él a sus sucesores se iba debilitando como todas las atracciones físicas, en razón de la distancia.

En las mismas condiciones orgánicas de la familia se encuentran los orígenes, orgánicos también, de la sociedad. Ya hemos dicho que lo que se llama generalmente instinto social y se considera como un sentimiento innato en el hombre, es una consecuencia del funcionamiento orgánico de éste. Tratándose de la sociedad, causa también asombro que sea doctrina corriente en las ciencias sociales la de que en los tiempos primitivos, los seres humanos se exterminaban unos a otros, y que fue necesario que se presentaran ciertas condiciones de defensa común para que el germen de la sociedad llegara a formarse; ¡como si todas las especies animales no nos enseñaran que sus unidades no se exterminan entre sí a menos de mediar condiciones especialísimas! De no haber existido desde el principio lazos de familia, la especie se habría extinguido por la destrucción inevitable de los hijos durante la infancia. Lo natural es que los lazos orgánicos de la familia hayan tendido desde luego a formar sociedades; por mucho tiempo, esto no fue posible, como acabamos de decir, por la dispersión de los alimentos; pero cuando aparecieron los cereales, la sociedad pudo desde luego formarse y crecer. Cierto que en el hombre primitivo los instintos animales deben haber tenido una gran fuerza todavía; la familia constituida por la ley de las XII Tablas lo indica con claridad; pero para que existiera un verdadero estado de guerra entre los hombres fue necesario que lo determinara, o el agotamiento, o la reducción, o cuando menos la escasez de los medios de alimentación en la zona de la vida general, a consecuencia del excesivo crecimiento del compuesto social mismo, o de la acción de otro compuesto que se encontrara en igualdad de circunstancias; la guerra comenzó más bien por ser colectiva que individual. Veamos en detalle cómo la sociedad se fue formando.

El hombre, en su calidad de sistema de los órganos principales, tiene como función primordial la directora de todo el organismo; en esa virtud, como los órganos de su sistema propio, le están orgánicamente sometidos el sistema de órganos mujer, y los sistemas de órganos hijos; y tan le están orgánicamente sometidos los sistemas hijos y mujer, que puede someterlos de hecho merced a la superioridad física y material que sobre ellos tiene por esa circunstancia. El hombre también, en su calidad de sistema de los órganos principales, tiene las más importantes funciones de las funciones de relación del organismo total; por esa razón, tiene a su cargo la protección, el amparo y la defensa del organismo total, es decir, la protección, amparo y defensa del sistema propio; siempre la protección, defensa y amparo del sistema mujer que con él, poco más o menos, se extinguirá; y la protección, defensa y amparo de los sistemas orgánicos hijos, en cuanto por una parte la intensidad de las fuerzas orgánicas de éstos, y la lejanía en tiempo y en distancia a que vengan a colocarse con respecto al hombre, no compensen las fuerzas de este último. El hombre tiene asimismo, en su calidad de sistema de los órganos principales y de poseedor de las funciones generales de relación, la carga de la alimentación propia y la de la alimentación de los sistemas mujer e hijos. De su función primordial directora se deriva la autoridad que el Derecho Romano formuló y definió tan acertadamente con el nombre de patria potestad, autoridad que subordina a la mujer y a los hijos al poder del padre. Consecuencia admirablemente acertada del concepto orgánico de la familia, fue el lugar de hija que el mismo Derecho Romano   —280→   dio a la esposa. De las funciones generales de relación del organismo total, se derivaron de un modo natural, para el hombre, la obligación de proteger, de amparar y de defender a la mujer y a los hijos, como partes integrantes de su mismo ser; y para la mujer y los hijos, el derecho a obtener del hombre, protección, amparo y defensa. Aquella obligación y este derecho, como todo derecho y toda obligación, son dos fases de un solo sentimiento. Del mismo origen, del mismo modo y, por igual razón, se derivaron para el hombre, la obligación de atender a la subsistencia común, y para la mujer y los hijos, el derecho a recibir esa subsistencia.

Por otro lado, la condición de partes integrantes del mismo organismo total que los hijos venían a tener los unía entre sí, como se unen en un organismo cualquiera, los diversos órganos de que se compone. Las relaciones de simpatía, de atracción, de defensa y de interés comunes, que nacen y se desarrollan entre los diversos órganos de un organismo, tenían que establecerse entre los hijos, y tenían que persistir a pesar de su aparente separación. De esto se deducen dos consecuencias importantísimas: es la primera, la de que en la dilatación de la familia, esos lazos de simpatía, de atracción y de defensa e interés comunes vienen a ser los verdaderos orígenes de la cohesión que liga a todos los hijos en una misma familia, y a todos los sucesores de esos hijos entre sí; y es la segunda, la de que si accidentalmente esos lazos pueden extenderse a personas extrañas, como sucede en las personas agregadas por adopción, sólo son firmes entre las personas unidas por los lazos orgánicos o de origen orgánico, es decir, entre personas de una misma familia. Las adopciones sólo pueden ser posibles, por el acomodamiento obligado de los adoptados a la condición estricta de los familiares.

La autoridad llamada patria potestad por el Derecho Romano, al dilatarse la familia por la multiplicación de las sucesiones, fue a la vez, como todas las fuerzas físicas de atracción, regidas soberanamente por la ley de la gravitación universal, ejerciéndose sobre todos los sistemas orgánicos independientes, o sea, sobre todas las unidades de la gens romana, pero debilitándose en razón de la distancia a que venían quedando las unidades sucesivas respecto del punto de partida de la potestad. A aumentar ese debilitamiento venía a contribuir no poco, la necesidad de establecer el equilibrio entre las unidades sucesivas directas de la gens romana y las unidades venidas por los enlaces y las adopciones, y colocadas entre aquéllas. La muerte no pudo interrumpir el curso de la fuerza orgánica de la patria potestad. En lo de adelante, es decir, en el sentido de la sucesión de las generaciones, se venía reproduciendo con el matrimonio y la paternidad. En lo de atrás, la muerte del depositario de la patria potestad en cada familia tenía que producir, y produjo, la sensación orgánica del arrancamiento de una parte del organismo total familia, arrancamiento que necesariamente tenía que sentir más el organismo sexual mujer, esposa, directamente unida al organismo sexual hombre, marido, que los organismos hijos, y éstos más que los organismos sucesores nietos, etc., etc. Pero de todos modos, aunque con decreciente intensidad, lo sentían todos los miembros de la gens romana. En sentido contrario, el sentimiento de la protección y de la ayuda material, que desde los últimos miembros de la gens hasta el tronco de ella se venía desarrollando, difícilmente se podía contentar con la desaparición del punto de partida de ese sentimiento, y tenía que persistir como persistió a la desaparición del primitivo jefe común. En la incapacidad de comprender el fenómeno muerte, y a virtud de la persistencia de la aparición subjetiva del ser muerto, según lo han demostrado numerosos hombres de ciencia, la gens   —281→   se fue dilatando por sus antecesores a los que fue dando las formas materiales simbólicas que en la prehistoria de todos los pueblos se encuentran, pero a los que atribuyó los atributos fundamentales de su existencia material: la autoridad sobre sus sucesores y la protección para éstos, en las dos formas correspondientes a su doble derecho de defensa y de sustentación; todo mito ancestral tenía que tener poder sobre los vivientes, y tenía que dar a éstos, por una parte, la defensa contra el daño y, por otra, la subsistencia para la vida.

Al dilatarse cada familia en el progresivo debilitamiento de la patria potestad primitiva, en la multiplicación de los que venían a tener el carácter de jefes nuevos, y en la confusión de los enlaces y de las adopciones tenía que perderse relativamente pronto la filiación completa, verdadera y efectiva, y tenía que suceder, como sucedió, que todas las unidades del grupo sólo tuvieran un determinado número de deidades comunes como resumen de sus antepasados y de las relaciones de éstos con la naturaleza incognoscible y con el universo sideral. De esas deidades se fue derivando, con el perfeccionamiento psíquico de las unidades sociales, el concepto de la divinidad superior, creadora de todo, todopoderosa y protectora de todas las criaturas humanas, a las que tenía a la vez que sustentar y que defender. Tal es la razón del altar. El altar significa, pues, en conjunto, nuestro origen, nuestro sentimiento de unión al principio creador que nos dio el ser, nuestra subordinación absoluta a ese principio, nuestra fe en la omnipotencia de ese mismo principio, nuestra súplica del pan de cada día, nuestra esperanza de defensa en todas las luchas. ¡Qué admirablemente expresado está todo ello en la inspirada oración -el padre nuestro- que enseñó Jesús a sus discípulos en los risueños campos de Galilea! En esa oración, las palabras responden a los sentimientos orgánicos con tanta fuerza, que parecen la voz misma de esos sentimientos. Llama Jesús en dicha oración a la divinidad, a Dios, padre nuestro; lo coloca en las regiones siderales; lo santifica, pagándole así el tributo de su cariño y de su reconocimiento filial; le pide para sí y para sus hermanos el pan del diario sustento; y por sí y sus hermanos le dirige una delicada súplica de protección, ofreciéndole, para merecerla, la esencia del sermón de la montaña, la emanación más pura que el corazón humano puede producir, el perdón de las faltas propias cometidas a los demás, y el ruego de que no permita que esas faltas se vuelvan a cometer.

Nótese que Jesús indica, desde las dos primeras palabras de su oración, el concepto de la divinidad como padre, y la noción de la sociedad como formada por los hijos de una familia, es decir, por hermanos. Eso es la sociedad original en efecto, una dilatada asociación de hermanos. La patria es una ampliación de la sociedad original. La palabra patria se deriva de la latina patria, que se deriva, a su vez, de la griega patros, que significa padre, lo cual supone la misma concepción del agregado social, como una familia derivada de un padre común, o sea, como una familia de hermanos unidos por la misma religión. No importa la forma especial de esta última. La de la propia Diosa Razón se puede referir a los mismos orígenes; en ella aparecieron la libertad, la igualdad y la fraternidad, correspondiendo a los sentimientos orgánicos generadores de la familia. La libertad en la Revolución es una reminiscencia lejana del deseo de independencia que anima a cada organismo sexual hombre por desprenderse de la subordinación de la patria potestad; no puede expresar jamás otra cosa la palabra libertad, porque es notoria la resonancia que encuentra en todos los hombres, y por sí misma no significa nada, o significa un absurdo, supuesto que a mayor libertad corresponde un estado social más bajo, y un estado individual más imperfecto. La   —282→   igualdad fue una reminiscencia del sentimiento de identidad de condición que todos los hijos guardan con respecto al padre en la familia; la palabra igualdad, aunque refiriéndose a una idea más práctica, tiene siempre menos resonancia en el ánimo humano que la de libertad. La fraternidad fue una reminiscencia del afecto que une a los hermanos en una familia. Aun perdidas toda noción de parentesco propiamente tal entre las unidades sociales, y toda relación efectiva entre el principio religioso y la cohesión social que agrupa a esas mismas unidades, la concepción de la sociedad como una familia persiste. En los pueblos que han llegado en estos días al mayor grado de desarrollo, se confunden la idea de un padre común y el sentimiento de reconocimiento y cariño a una madre, común también, con la existencia de la agrupación social misma, y se llama a ésta: la madre patria.

La unidad de origen, de condiciones de vida y de actividad, propias de una agrupación patria, de por fuerza se tenía que traducir en otras manifestaciones de identidad. El tipo físico, las costumbres, la lengua, ciertas condiciones provenientes del estado evolutivo, y los deseos, los propósitos y las tendencias generales tenían que ser, poco más o menos, iguales entre todas las unidades de una patria. El tipo físico como resultante de la igualdad y de la continuidad de las condiciones ambientes; las costumbres como resultantes de iguales esfuerzos en el sentido de la adaptación a esas mismas condiciones ambientes; la lengua como resultante de la comunicación necesaria entre todas las unidades; el estado evolutivo como resultante de la misma evolución común; y los deseos, los propósitos y las tendencias, como resultantes de una misma dirección total de las fuerzas vivas de las mismas unidades. Todo ello tenía que producir, y ha producido, una orientación de todas las fuerzas vitales orgánicas en el sentido de la integral de todas las unidades dichas, de la unidad de origen, de la unidad de religión, de la unidad de formas, de la unidad de costumbres, de la unidad de lengua, de la unidad de estado evolutivo, y de la unidad de deseos, de propósitos y de aspiraciones comunes; en suma, una orientación hacia lo que podría llamarse el ideal. La patria, pues, es en resumen, desde el punto de vista sociológico en que la venimos considerando, la unidad del ideal común.

La unidad del ideal común, como resumen de todas las fuerzas sociológicas derivadas directamente de las fuerzas orgánicas que rigen el organismo total humano, que debe ser considerado así, lo cual, dicho sea de paso, comprueba, a nuestro entender, la tesis que nuestro amigo, el inteligente sociólogo señor licenciado don Carlos Pereyra, sostuvo hace poco tiempo contra el señor licenciado don Genaro Raygosa acerca de que la unidad sociológica es la familia y no el individuo; la unidad del ideal común, decimos, precisamente porque determina, mantiene y desarrolla las fuerzas de unión fraternal entre todos los miembros de una patria, exige la integridad de ese mismo ideal. Dos son las consecuencias precisas del mantenimiento de esa integridad, y son la conservación del agregado patria por su compacidad propia o interior, y la seguridad de ese mismo agregado por su acción exterior contra los demás de igual naturaleza.

Es claro, desde luego, que si el ideal determina la unión social en una patria, porque los diversos sentimientos componentes de ese ideal son los lazos determinantes de aquella unión, es decir, las fuerzas componentes de la cohesión social, la disgregación de esos sentimientos y la pérdida de alguno o algunos tiene que producir el debilitamiento y la pérdida de las fuerzas correlativas de cohesión, determinando una mayor o menor disgregación social. Por consiguiente, importa no sólo conservar dichos sentimientos, sino desarrollarlos con los múltiples sentimientos secundarios que de ellos se pueden   —283→   derivar, a paso y medida que las condiciones generales de la vida y del progreso se vayan perfeccionando. Pero no sólo importa la conservación de los mismos sentimientos, para mantener el estado de agregación natural de todas las unidades sociales patrias en su mutua dependencia, sino que hay que desarrollar la fuerza integral que ellos producen, para determinar una agregación más estrecha, una integración más completa y firme de todas esas unidades, con el fin de derivar de la mayor integración así producida, una más perfecta diferenciación y un paso más activo de lo homogéneo a lo heterogéneo, en que consisten, según la fórmula de Spencer, la evolución y el progreso. Es decir, no sólo se necesita conservar las fuerzas de cohesión social para mantener el agregado patria en su natural estado, sino que hay también que desarrollar esas fuerzas para que el agregado se organice y se desenvuelva en una evolución progresiva. Esta evolución, pues, requiere la formación de una organización más o menos integral.

Dijimos en otra parte que, si en el conjunto orgánico de los individuos de una familia se generaba del padre hacia los hijos un deber de protección y de sostenimiento, se generaba inversamente de los hijos hacia los padres el derecho a exigir esos sostenimiento y protección; pero por la misma correlatividad que existe entre el deber y el derecho, si los padres tienen el deber de proteger y de sustentar a los hijos, han debido necesariamente tener el derecho de autoridad que ya estudiamos. Por su parte, los hijos al tener el derecho de reclamar de los padres protección y sustento, han debido tener el deber de la sumisión. En efecto, como necesaria consecuencia del poder efectivo de los padres sobre los hijos, ha tenido que existir la sumisión efectiva también de los hijos para con los padres. Dilatando la familia hasta constituir la patria, es claro que en ella existen esas dos corrientes de sentimientos contrarios, o mejor dicho, correlativos. La autoridad, pues, va de los padres hacia los hijos y sucesores; la sumisión va de los sucesores e hijos hacia los padres. Si la autoridad de referencia existe, se debe, como hemos podido ya comprobar abundantemente, a la mayor capacidad orgánica del sistema de órganos hombre, en que nació dicha autoridad, sobre la capacidad orgánica de los sistemas mujer e hijos. El ejercicio de la autoridad implica, pues, la capacidad para ejercerla y, por ende, la sumisión implica la incapacidad; pero esta misma, por la dependencia que supone a condiciones superiores orgánicas, implica el sentimiento de la confianza en esas capacidades. Por lo tanto, el ejercicio de la autoridad de los padres hacia los hijos y sucesores implica la capacidad de los unos sobre los otros; y la inferioridad de los sucesores e hijos con respecto a los padres supone la confianza de aquéllos en éstos. Mientras vivieron los padres o fundadores de una tribu, la autoridad y la sumisión se ejercieron de él y a él en el sentido que indicamos; pero, por una parte, la muerte de esos padres o fundadores, y por otra, la dilatación de la familia, así como exigieron la persistencia de la vida de aquéllos en el sentimiento de ésta, dando origen al culto ancestral primero, y a su dilatación después, hasta la creación de la divinidad, exigieron también la continuidad efectiva del poder patrio, y ello dio lugar a la formación de la autoridad que, por semejanza de los padres, se depositó en los ancianos llegados a ser padres también, ejerciéndose la autoridad y la capacidad de ellos, de arriba a abajo en el sentido de la sucesión, y la sumisión y la confianza, de abajo a arriba. Cuando los choques con otros agregados sociales requirieron el ejercicio de la capacidad real de la autoridad, los ancianos no pudieron ejercerla, y ella pasó, de un modo natural también, al individuo orgánicamente más capaz, constituyendo a éste en jefe y a los demás en súbditos. La autoridad de ese jefe y la sumisión de los súbditos han llegado a   —284→   formar los estados modernos, en los que la insigne penetración de Sieyés descubrió las dos corrientes fundamentales del poder público: la autoridad que se ejerce de arriba a abajo; la confianza que se ejerce de abajo a arriba.

La autoridad del patriarca primitivo, de los ancianos que le suceden, y del jefe que sustituye a éstos, según el grado de su agregación social, vienen a servir en todo conjunto patria, de centro, de núcleo de concentración, que, por una parte, equilibra los sentimientos de mutua atracción de las unidades componentes; por otra, impide la disgregación de éstas; y por otra, da compacidad y fuerza de acción y de resistencia al conjunto. Así constituido el cuerpo social, su marcha total, como la de los agregados orgánicos individuales, dependerá más que de la acción de sus fuerzas interiores, de las ambientes o exteriores. Si la región en que se desarrolla ofrece amplitud, y él no encuentra valladar alguno que lo detenga, la fuerza del jefe se irá debilitando a medida que aquél se vaya extendiendo, y fácil es que hasta se fraccione en diversas tribus que se dispersarán; si choca con algún obstáculo natural, se detendrá y transformará todas sus fuerzas sociales en fuerzas de selección interior; si choca con algunos otros agregados y éstos disponen de terreno libre, como debe haber pasado en la región que hoy ocupan los Estados Unidos, entonces se desalojarán y emigrarán; pero si la configuración geográfica no permite el desalojamiento y fácil acomodamiento de todos los agregados, éstos chocarán entre sí con fuerza y se exterminarán, o compenetrarán, formando agregados de agregados, totales o parciales, en los cuales todos aquéllos, o las fracciones en que se dividan, permanecerán con su coeficiente de cohesión y su orientación patriótica propias, hasta que se confundan en uno solo que, a su vez, seguirá el mismo camino. La mayor o menor acción y la mayor o menor resistencia de cada agregado en esos choques, como en los choques de los cuerpos físicos, dependerán de su mayor o menor fuerza de agregación, es decir, de la intensidad de su cohesión, o sea en el agregado, de la intensidad de los sentimientos orgánicos constitutivos del cuerpo social; y la intensidad de esos sentimientos dependerá siempre de la unidad y de la integridad del ideal patrio. En el choque de dos agregados, el de mayor cohesión romperá al otro y se asimilará rápidamente los fragmentos de éste; si los dos se rompen y se compenetran, los fragmentos que tengan mayor coeficiente de cohesión se unirán, vencerán a los otros y se los asimilarán. Los fragmentos de los vencidos resistirán la acción asimiladora de los vencedores, en razón de su propio coeficiente de cohesión social.




La palabra patria no es sinónima de raza, de pueblo, de sociedad, ni de estado

La palabra patria no es sinónima de raza, de pueblo, de sociedad, ni de estado. La palabra patria, como venimos diciendo, responde a la idea de agrupación familiar; la palabra raza, en su sentido amplio, responde a la idea de agrupación de unidades humanas de idénticos caracteres morfológicos derivados de la igualdad y de la continuidad de las condiciones generales de la vida; la palabra pueblo responde a la idea de individualidad colectiva, suficientemente diferenciada de las demás colectividades constituidas por unidades humanas; la palabra sociedad responde al concepto orgánico que la Biología ha dado a toda agrupación humana en que existe una mutua dependencia de vida y de funcionamiento en las unidades componentes; la palabra estado responde a la idea de organización política en que para la existencia social interior y para la acción exterior, las relaciones sociales han cristalizado en leyes escritas. Una patria puede ser una raza, un pueblo, una sociedad, un estado; pero un estado, una sociedad, un pueblo, una raza no son siempre una patria. Después de lo que acabamos   —285→   de decir, no creemos necesario hacer una comprobación especial de esta última afirmación. Sin embargo, la patria y la raza casi se confunden, hasta el punto de que en el lenguaje corriente pueden usarse las dos palabras raza y patria como equivalentes. Esas dos palabras se refieren a conceptos distintos como dijimos antes, pero las dos suponen un mismo origen, unas mismas condiciones de vida y un mismo estado orgánico y funcional; entre las unidades de un mismo tipo morfológico se supone el parentesco patriótico, como en las unidades de una misma patria se supone la igualdad de tipo. Por el mismo proceso evolutivo por el que una familia al dilatarse se convierte en una patria, se convierte en una raza; en ese proceso, la raza es el resultado material; la patria, el resultado -llamémosle así- moral. A pesar del necesario paralelismo que entre una y otra parece existir, pueden variar separadamente; el cambio de lugar, hecho por el agregado patria en conjunto, puede variar por el transcurso del tiempo el tipo de sus unidades y no los sentimientos determinantes de ese conjunto; por el contrario, pueden desaparecer esos sentimientos, desaparecer la patria y persistir los caracteres del tipo físico.

En uno de los apuntes científicos que hicimos al principio de esta obra, y en el curso de esta obra misma, hemos tomado la raza como resumen de la raza y de la patria, para no adelantar el estudio especial en que nos ocupamos ahora. Para demostrar que un agregado humano puede existir sin ser en conjunto una patria, tomamos del citado apunte, aun a riesgo de incurrir en repeticiones fatigosas, algunos párrafos que son los siguientes:

La naturaleza terrestre, si algo tiene de particular y característico es la diversidad de condiciones que en cada punto ofrece en relación con los demás. No se puede decir que las condiciones físicas de un lugar dado sean matemáticamente iguales a las de otro situado a cinco metros de distancia. Las condiciones de la vida, por lo mismo, no pueden ser de un modo general matemáticamente iguales en los dos lugares referidos. Sin embargo, la tierra presenta extensas zonas de relativa uniformidad, y entre una zona y otra se pueden marcar diferencias notables. Dentro de una misma zona es claro que hay la relativa igualdad de condiciones, que puede producir en los seres orgánicos cierta uniformidad de la acción que en cada uno de ellos desarrolla la fuerza formatriz interna, y cierta uniformidad de las fuerzas ambientes; lo natural es que en esa zona haya como hay, la uniformidad de seres orgánicos que constituyen en conjunto lo que se llama una especie. Entre los seres de esa zona y los adaptados a las condiciones de vida de otra zona, por fuerza tiene que haber diferencias profundas. Así pues, considerando solamente los seres humanos, ya que en las clasificaciones científicas se les considera a todos como miembros de una sola especie, claro es que la igualdad de condiciones de vida tiene que producir formas y tipos determinados con funciones determinadas también, y que la desigualdad de esas condiciones tiene que producir formas y tipos diversos, con diversas funciones. Las uniformidades y diversidades que por esa razón se forman, dividen la especie en los grandes grupos que se llaman generalmente razas; pero los caracteres raciales, como simple consecuencia de las circunstancias de la adaptación de los grupos humanos a la zona territorial en que viven, no tienen ni pueden tener una fijeza absoluta, ni por sí mismos representan otra cosa que una mayor o menor continuidad en la igualdad relativa de las condiciones del medio, y un mayor o menor grado de adelanto de un grupo humano en el trabajo de adaptación a esas condiciones. De modo que una raza no es, en suma, más que un conjunto   —286→   de hombres que por haber vivido largo tiempo en condiciones iguales de medio, han llegado a adquirir cierta uniformidad de organización, señalada por cierta uniformidad de tipo.

Si cada uno de los grupos humanos que se forman en las zonas de relativa igualdad de condiciones que presenta la tierra, no saliera jamás de su zona correspondiente, no haría en ella otro trabajo que el resultante de su propia selección. Al tratar de las relaciones de todos los seres orgánicos con el territorio que ocupan, dijimos que esas relaciones pueden agruparse en tres series: las que unen a cada uno de dichos seres con los progenitores de que se deriva, por necesitar durante un período más o menos largo de la protección de éstos o, cuando menos, por necesitar vivir en las mismas condiciones en que ellos han vivido; las que produce la gravedad sujetando a cada uno de los propios seres al lugar en que le tocó vivir, por exigirle aquélla para su desalojamiento un trabajo orgánico siempre de gran intensidad; y las que se derivan de la necesidad que cada uno de los propios seres tiene de buscar en el lugar en que vive los elementos de su alimentación. Todas esas relaciones hacen que, a medida que un grupo social se va multiplicando, vaya colocando sus unidades unas después de otras en la zona común hasta que llegan a los límites de ella. Entre tanto no tocan esos límites, no hay entre dichas unidades una activa competencia, si no es para ocupar los mejores lugares; pero tan luego que la expansión general choca con los referidos límites que a menudo son mares, montañas o desiertos, entonces se hace entre todas ellas un trabajo de activa selección que produce, como es sabido, por la supervivencia de los más aptos, el mejoramiento general del grupo, pero en el sentido de que sus unidades estén mejor adaptadas a las condiciones de vida que su zona les ofrezca. En ese sentido, el progreso sólo conduciría a producir individuos cada vez mejor adaptados al medio, sin que su conjunto fuera ofreciendo en lo general, a paso y medida de la multiplicación de sus unidades, otra circunstancia apreciable que una densidad progresivamente mayor, como sucede en el campo de la ciencia física con las sustancias que sufren los efectos de la compresión progresiva. Pero la selección de tal modo perfecciona a todos los organismos, como lo demostró Darwin (Origen de las especies), que las unidades de un grupo van saliendo de su zona propia, y en luchas porfiadas con sus vecinas las ocupantes de otras zonas, acaban muchas veces por vencerlas y por dilatar su dominio en el territorio de las últimas, no sin sufrir en sí mismas profundas modificaciones. Con los grupos humanos sucede lo mismo. Cuando la selección avanza dentro de una misma zona, las unidades del grupo llegan a adquirir tan poderosas condiciones orgánicas que les es dable hacer el esfuerzo de traspasar los límites naturales de esa zona, para invadir las zonas adyacentes.

Fuerzas sociales de origen plenamente orgánico, que estudiaremos en otra ocasión, establecen las afinidades y atracciones mutuas que determinan entre todas las unidades de una zona lo que hemos llamado la cohesión social, que determina a su vez con todas, la formación de un conjunto en que nacen y se establecen esas relaciones de armonía que hacen del todo un organismo y que forman el objeto preciso de la Sociología; relaciones de armonía que, por lo demás, se encuentran en todo lo creado, lo mismo en la distribución de los órganos minúsculos de los microorganismos que en la distribución de los sistemas siderales, como que rige a todo lo que existe en el universo la ley de la gravitación; y a virtud de las relaciones que determinan el conjunto social, se establece una diferenciación de funciones que permite a muchas unidades, según vimos en otro lugar, alejarse del centro general de sustentación,   —287→   con arreglo a la fuerza productora de ese centro de sustentación, a la cohesión social que une a todas las unidades, y a los medios de comunicación y de transporte que las unidades viajeras se pueden proporcionar. La dilatación, pues, de un grupo por las unidades de él, que se alejan del centro y traspasan los naturales límites de su zona propia, encuentran como es natural, la resistencia de las que en las zonas adyacentes viven, en igualdad de condiciones de armonía sociológica, y se establecen de grupo a grupo luchas más o menos intensas y prolongadas que acaban por producir la mezcla de los unos con los otros. La ficción que por semejanza a la colocación de las capas geológicas, nos permite considerar los compuestos sociales como divididos en capas superpuestas unas a las otras, según la función que algunas unidades desempeñan y que se diferencian de las desempeñadas por otras, nos permite también comprender que en el choque de un grupo, digamos ya, de un pueblo con otro, o los dos se exterminan, o uno extermina al otro, o los dos se compenetran, íntegramente, o mezclando sus girones, haciendo su compenetración o su mezcla en circunstancias diversas de colocación y en capas distintas, según las facilidades y resistencias por uno y otro encontradas y opuestas, llevando cada pueblo o cada jirón de él, su coeficiente propio de cohesión social y, por lo mismo, de densidad en conjunto. La misma armonía a que antes nos referimos, sin perjuicio de las luchas que se provocan y se mantienen de pueblo a pueblo de los compenetrados, o de jirón a jirón, o entre cada uno de éstos y el cuerpo social general, hace nacer y establece ciertas relaciones de mutua dependencia que permiten la vida del todo. Nuevas condiciones de expansión en otros pueblos producen nuevas invasiones, y la mezcla de nuevos pueblos o de nuevos jirones de pueblos distintos, aumentan la complexidad de los elementos componentes del resultante total. Ahora bien, en éste, la mezcla de elementos distintos produce necesariamente diferentes condiciones de colocación y, sobre todo, corrientes diversas de integración.

Ya hemos dicho que dejamos para otro lugar el estudio del origen orgánico de las afinidades y atracciones mutuas que determinan entre los individuos que componen un grupo determinado, lo que se llama la cohesión social. Por ahora, nos bastará con decir que esas afinidades y atracciones se producen, o bien por identidades de origen, de parentesco y de condiciones de vida, determinantes de lo que en lo material se llaman razas, o bien por intereses accidentales creados al nacer y formarse nuevas condiciones de armonía entre los pueblos y jirones de pueblos que se han mesclado al chocar. Hay, pues, en cada compuesto social, dos sistemas de fuerzas latentes: las que convergen a producir la reincorporación de las razas, y las que convergen a mantener y a perpetuar los nuevos compuestos, formados por los intereses nacidos y desarrollados por la existencia armónica de elementos de raza distintos, unidos por la acción y la presión mutua de todos los pueblos. Cuando las fuerzas del primer sistema dominan, se forman Estados como el Imperio alemán o como el Reino de Italia; cuando dominan las fuerzas del segundo, se forman Estados como la Gran Bretaña y como el Imperio austro-húngaro.



Como consecuencia de la relación que existe entre la vida humana individual y colectiva, y el suelo en que ellas se desarrollan, llegamos a la conclusión de que la primera condición necesaria para que esa vida sea posible, es que se desarrolle en una superficie determinada de ocupación. Una patria, un pueblo, una sociedad, un estado, formas todas de la vida humana colectiva, necesitan, ante todo, el dominio del territorio que ocupen. La relación entre la vida de una comunidad humana y la ocupación de un territorio   —288→   determinado es tan estrecha que aquélla no puede existir como tal, sin ésta última. Todos los judíos esparcidos por la tierra están unidos por una unidad y por una integridad de ideal, que en lo moral realizan plenamente la concepción de la patria como una familia y, sin embargo, no pueden existir como comunidad, no forman una patria, un pueblo, una sociedad, ni un estado, porque no ocupan un territorio propio y especial. De tal manera es íntima la relación entre la colectividad patria y el territorio de ella, que se confunden, y en el lenguaje corriente (el Diccionario de la Academia Española dice que patria es el lugar donde se nace) se entiende por patria de una persona la demarcación territorial en que ha nacido.

Como ya hemos tenido ocasión de demostrar, las relaciones entre el agregado social y el territorio que él ocupa son muy variadas, y comenzando por la simple ocupación sin noción alguna de derecho territorial, hasta el derecho de propiedad desligado de la porción territorial misma, forman toda la escala de la propiedad territorial jurídica. Sobre este particular, dijimos en uno de los primeros apuntes científicos que pusimos en la presente obra lo siguiente:

La existencia de todos los seres orgánicos en la creación está enlazada estrechamente con la naturaleza del territorio que ocupan. Muchos de esos seres, como sucede con todos los del reino vegetal, están inmediatamente sujetos al suelo. En el reino animal, aun los que parecen estar más desprendidos del suelo, están ligados a él por tres series de relaciones. La primera, es la de las relaciones que unen a cada uno de dichos seres con los progenitores de que se deriva, por necesitar durante un período más o menos largo de la protección de éstos, o cuando menos, por necesitar vivir en las mismas condiciones en que ellos han vivido; la segunda, es la de las relaciones que produce la acción de la gravedad que sujeta a cada uno de los mismos seres al lugar en que lo colocan sus progenitores, por exigirle aquélla para su desalojamiento un trabajo orgánico siempre de gran intensidad; y la tercera, es la de las relaciones que se derivan de la necesidad que cada uno de los propios seres tiene de buscar en el lugar en que vive los elementos carbónicos de su combustión vital, ya que el oxígeno se encuentra en todas partes. En realidad, en las relaciones de la última serie están comprendidas las de las otras, y se puede decir que lo que principalmente hace a los seres depender del suelo es la necesidad de tomar de él los elementos de la alimentación. Como los elementos substanciales de la alimentación de los grupos humanos están concentrados en los cereales, fácilmente se puede comprender por qué todos esos grupos están ligados a las zonas que dichos cereales producen.

La más ligera observación conduce a la plena comprobación de la afirmación precedente. Todos los pueblos de la tierra que han logrado multiplicar rápidamente sus unidades, extender dilatadamente el círculo de su acción y desarrollar ampliamente sus facultades, cualquiera que haya sido la época de la humanidad en que han vivido, han ocupado zonas ricas en la producción de alguno de los cereales y han debido a esa producción su engrandecimiento. Los grandes pueblos europeos pueden ser referidos a las zonas de producción del trigo; los grandes pueblos asiáticos pueden ser referidos a las zonas de producción del arroz; y los grandes pueblos americanos pueden ser referidos a las zonas productoras de maíz. Algunos pueblos americanos, en estos últimos tiempos, deben su vida a la producción combinada del trigo y del maíz.

Por supuesto que aunque la vida de los pueblos que merecen ese nombre dependa necesariamente de la zona agrícola productora de cereales, lo que pudiéramos llamar propiamente su zona fundamental de sustentación, la localización   —289→   de esos mismos pueblos puede no coincidir exactamente con la de dicha zona. En efecto, el juego de las otras dos series de relaciones que unen a los organismos humanos con el suelo, pueden hacer dilatar o restringir la distribución de la masa social sobre la zona fundamental de sustentación. Las relaciones que se derivan de los lazos orgánicos que enlazan a los organismos derivados con los progenitores, determinan por virtud de múltiples circunstancias, que no son del caso en este momento pero que estudiaremos más adelante, la fuerza de agregación de todas las unidades componentes de los cuerpos sociales que se llama cohesión social, y cada pueblo como agregado social puede crecer y engrandecerse hasta donde la cohesión social pueda unir a sus individuos. Las relaciones que se derivan de la acción de la gravedad que fija a todos los organismos humanos al lugar en que viven, por cuanto a que para cambiar de lugar tienen que desarrollar una fuerza considerable, si de un modo general impiden que la libertad orgánica de las unidades componentes del cuerpo social supere a la cohesión y produzca la disgregación de ese cuerpo, pueden sin embargo ser vencidas en parte y permitir la dilatación del conjunto, merced a medios artificiales de vencer la acción de la gravedad y de reducir el esfuerzo orgánico del desalojamiento. En nuestro libro titulado La reforma y Juárez, asentamos la siguiente observación: «En todos los grupos humanos sucede, que su población y su dominio se desbordan del territorio á cuya producción están sujetos y se extienden en todos sentidos, avanzando más ó menos, según la resistencia que van encontrando, pero aunque ese movimiento de expansión no encuentre resistencia alguna, al llegar á cierta distancia se detiene, porque de seguir avanzando, las unidades que lo determinan se desprenden del centro común, si encuentran otros lugares de producción, ó perecen si esos lugares de producción no existen. Ahora bien, la proximidad ó lejanía del límite de expansión, depende de la función combinada de tres factores: es el primero, la amplitud que puede alcanzar la producción que sustenta á todo el grupo social: es el segundo, la fuerza de cohesión de ese grupo social: y son el tercero el número, la naturaleza y la eficacia de los medios de comunicación y de transporte». En ampliación de las anteriores ideas sólo agregaremos que el movimiento de expansión obedece a muchos y muy complexos impulsos, pero entre ellos los principales son, por el orden en que se manifiestan, el que produce la localización de las industrias que son consecuencia forzosa de las necesidades del grupo social y que se desarrollan y crecen a medida que se desarrolla y se integra ese cuerpo; el que le produce el trabajo de llevar el exceso de la producción agrícola sobre el consumo interior a los lugares en que puede hacer el cambio de ese exceso por los productos agrícolas e industriales que él no alcanza a tener; y el que le produce su deseo de dominar a otros pueblos para extender su producción y su consumo. En todo caso, el movimiento de expansión depende principalmente de la amplitud que puede alcanzar la zona de producción de los cereales y de la intensidad de producción de éstos.






Lo que es en suma la unidad del ideal de patria

Todo lo que llevamos expuesto acerca de la patria, nos autoriza para formular las siguientes conclusiones: primera, las condiciones orgánicas de la vida humana conducen, en todos los agregados humanos, a cierta identidad de hechos, de sentimientos y de ideas que generan lo que hemos llamado el ideal; segunda, el ideal responde en sustancia a la unidad de origen, de religión, de tipo, de costumbres, de lengua, de estado evolutivo, y de deseos, de propósitos y de aspiraciones; tercera, no puede existir la comunidad social patria sin la plena comunión del ideal; cuarta, la fuerza interior de la organización social, la fuerza exterior del conjunto y la fuerza de resistencia contra los impulsos sociales   —290→   extraños, dependerán siempre de la integridad del ideal, por lo que la pérdida de algunos de los varios componentes del ideal debilitará correlativamente dichas fuerzas; quinta, en un pueblo, en una sociedad, en un estado, pueden coexistir algunos agregados patrias completos, y algunos grupos de agregados patrias divididos, pero aquellos agregados, mientras conserven su cohesión propia, conservarán su propio ideal, y estos grupos, mientras conserven también su propia cohesión, tendrán la orientación del ideal correspondiente al ideal de su patria respectiva; y sexta, un pueblo, una sociedad, o un estado, no llegarán a ser en conjunto una patria sino hasta que, entre todos los grupos y unidades componentes, exista la unidad de ideal.




El ideal no es todo en la patria; la patria es también el hogar

Sin embargo, de cuanto hemos expuesto anteriormente no todo es en la patria el ideal. No todo en ella es el altar, según la definición del señor licenciado Sierra; el altar debe estar integrado por el hogar. Fatigaríamos mucho a nuestros lectores si volviéramos a tratar con extensión de las relaciones que se forman entre la vida humana, tanto individual cuanto familiar y cuanto social, y el territorio en que se sostiene y de que se sustenta. Todo cuanto llevamos dicho en esta obra conduce a establecer, a fijar y a definir en abstracto, y en concreto con referencia a nuestro país, esa relación. Sin embargo, para no dejar aquí sin la debida precisión un solo punto de cuestión tan importante, tomamos del capítulo titulado «Los datos de nuestra historia lejana», las líneas siguientes:

Dada la estrecha relación que existe en todos los pueblos de la tierra, entre las condiciones de producción de los elementos que proveen del carbono necesario para la combustión vital a todas las unidades de esos pueblos, y el grado de desarrollo que éstos logran alcanzar, según indicamos en el apunte científico que hicimos en otra parte, resulta claro que a medida que los pueblos van avanzando, van haciendo más firmes, más precisas y más complicadas sus relaciones con el terreno que ocupan; van echando, digámoslo así, más y más dilatadas y más profundas raíces en ese territorio, y va siendo por lo mismo más difícil desprenderlos de esas raíces y desalojarlos. Los apaches en nuestro país, sin ocupación determinada territorial, sin fijeza alguna sobre el territorio que ocupan, fácilmente pueden ser expulsados del lugar en que se encuentren; basta para ello el envío de algunos soldados. Los pueblos de alta civilización dejan matar a casi todas las unidades que los componen, antes de consentir en perder su dominio territorial. De las relaciones del territorio con la población que lo ocupa se desprenden todos los lazos jurídicos que se llaman derechos de propiedad, desde los que aseguran el dominio general del territorio hasta los que aseguran el dominio de la más insignificante planta nacida en un terreno. [...] Empero, todos los derechos territoriales a que venimos refiriéndonos, pueden colocarse en los diversos grados de dominio que comprende el sistema jurídico de la propiedad. Más aún, todas las sociedades humanas pueden clasificarse por la forma substancial que en ellas revisten los derechos de dominio territorial, lo cual es perfectamente explicable si se atiende a que, como hemos dicho antes, existe una estrecha relación entre las condiciones de producción fundamental de los elementos carbónicos de la vida humana, o sea entre las condiciones de la producción agrícola fundamental, o mejor dicho, entre las condiciones en que el dominio territorial permite esa producción, y el grado de desarrollo que dichas sociedades alcanzan. Con los diversos grados que marca el progresivo ascendimiento de los derechos de dominio territorial, desde la falta absoluta de la noción de esos derechos hasta la   —291→   propiedad individual de titulación fiduciaria que, a nuestro juicio, representa la forma más elevadamente subjetiva del derecho territorial, se puede formar una escala en que pueden caber todos los estados que ha presentado la humanidad, desde el principio de su organización en sociedades hasta el estado actual de los pueblos más avanzados. Los diversos grados de esa escala pueden marcar, con muy grande aproximación, los diversos grados de desarrollo evolutivo de todas las sociedades. La escala referida pudiera ser la siguiente:

Escala de la naturaleza de los derechos territoriales y de los estados evolutivos correspondientes
Períodos de dominio territorialEstados de desarrollo
1.º Falta absoluta de toda noción de derecho territorialSociedades nómades
Sociedades sedentarias, pero movibles
2.º Noción de la ocupación, pero no la de posesiónSociedades de ocupación común no definida
Sociedades de ocupación común limitada
3.º Noción de la posesión, pero no la de propiedadSociedades de posesión comunal sin posesión individual
Sociedades de posesión comunal con posesión individual
4.º Noción de la propiedadSociedades de propiedad comunal
Sociedades de propiedad individual
5.º Derechos de propiedad territorial, desligadosde la posesión territorial mismaSociedades de crédito territorial
Sociedades de titulación territorial fiduciaria



Consecuencias lógicas de lo que venimos exponiendo son las tres siguientes: primera, que la existencia de un agregado patria es tanto más firme y segura, cuanto más dilatadas y profundas son las raíces que ha echado en el territorio que ocupa; segunda, que la forma tangible de las raíces de que se trata es la de los derechos de propiedad; y tercera, que las raíces de los derechos de propiedad son tanto más dilatadas y profundas, cuanto más perfectos son esos derechos en su grado de evolución jurídica.

Ahora bien, es claro que tanto más fuerza de adhesión al territorio tienen que representar los derechos de propiedad, cuanto son más numerosos. Esos derechos encaminados a la conservación y al perfeccionamiento de la vida orgánica consisten sustancialmente en la ocupación del campo, que el organismo sexual hombre labra o recorre en busca del sustento necesario para sí y los organismos complementarios que constituyen su familia, y en el lugar en que da abrigo a todo el organismo conjunto familiar para sustentarlo con los elementos carbónicos recogidos, y para defenderlo de la acción de las fuerzas ambientes. Ese lugar viene a ser, pues, el centro de toda la actividad orgánica familiar, y del hecho material de que en él se congregan, en torno del fuego, esencia y símbolo de la vida, todos los organismos integrantes del   —292→   organismo total, o sea la familia, ha derivado su nombre, admirablemente adecuado: el hogar. Cuanto más perfectas son las condiciones de la vida orgánica familiar, tanto mayor es el bienestar en los hogares, y tanto más dulces son al calor de ese bienestar, los sentimientos de cariño que atan a los organismos componentes de la familia. Una patria, por lo mismo, es tanto más sólida, cuanto mayor número de hogares contiene y cuanto mayor bienestar conforta la vida en cada hogar.

Perdónenos nuestros lectores las largas digresiones que hemos hecho para definir la patria, en gracia de lo bien precisa que la definición ha quedado. Vamos a ver ahora lo que como patria es, en realidad, nuestro país.




Nuestro país considerado como patria. El ideal de patria en nuestro país

Desde luego, se puede afirmar, que en nuestro país la unidad de ideal no existe. No hay, en efecto, entre todas las unidades que componen la población que ocupa nuestro territorio, la unidad de origen, la unidad de religión, la unidad de tipo, la unidad de costumbres, la unidad de lengua, la unidad de desarrollo evolutivo, ni la unidad de deseos, de propósitos y de aspiraciones que determinan en conjunto la unidad del ideal. La expresada población, por razón de haber sido formada por la compenetración y la incorporación de distintos agregados humanos en muy diversas condiciones, se divide en varios elementos generales que hemos llamado de raza y que presentan, desde luego, muy grandes diferencias de separación. Esos elementos son: el indígena, el criollo y el mestizo; el negro es insignificante. El extranjero, por su calidad de tal, lo consideramos aparte y de él nos ocuparemos cuando sea oportuno.




Diferencias entre los tres elementos generales de nuestra población, desde los puntos de vista del ideal patrio

Entre los referidos elementos no existe, ni puede existir en lo presente, plena comunidad de ideal. De un modo general, entre el elemento indígena y el criollo, hay una completa separación de origen, hay una completa diferencia de tipo, hay una completa oposición de costumbres, hay muy grandes divergencias de lengua, hay una enorme distancia evolutiva, y hay una verdadera contradicción de deseos, de propósitos y de aspiraciones; sólo hay entre ellos de común, y eso bajo formas diversas, la religión cristiana católica, y en parte la lengua. Entre el elemento indígena y el mestizo las diferencias son menores, pero también profundas, y son las de origen por la sangre europea de las unidades del último, de tipo por la misma razón, de costumbres, en parte porque las unidades mestizas participan de las indígenas en mucho, de lengua, en parte también, porque los mestizos no hablan lenguas indígenas, sino por excepción, y de distancia evolutiva; tienen, sin embargo, de común la religión, aunque en formas diversas también, los deseos, los propósitos y las aspiraciones en contra de los criollos, en parte las costumbres y en parte la lengua como antes dijimos. Entre el elemento mestizo y el criollo las diferencias son menos profundas que entre el criollo y el indígena, pero más que entre el indígena y el mestizo, y esas diferencias son las de origen, por la sangre indígena de las unidades del último, las de tipo por la misma   —293→   razón, las de deseos, propósitos y aspiraciones que los mestizos comparten con los indígenas contra los criollos, las de costumbres, en parte porque los mismos mestizos participan de las costumbres criollas, y las de distancia evolutiva; tienen, sin embargo, de común la religión, aunque en formas diversas, la lengua, aunque en diversas condiciones también, y en parte las costumbres. El elemento indígena y el mestizo consideran, en cierto modo, al criollo como extranjero, y repugnan al elemento propiamente extranjero que les recuerda la dominación colonial. El criollo y el extranjero simpatizan por cierta comunidad de sangre y de intereses.




Estado del ideal patrio en el elemento indígena

En particular, el elemento indígena, compuesto de tribus y pueblos muy diferentes entre sí, carece por completo de unidad. Cada tribu y cada pueblo de los que lo componen es, por al mismo, una individualidad sociológica especial. Posible es que todos esos agregados hayan tenido, si no un mismo origen, cuando menos orígenes muy cercanos; pero a causa de haberse formado en la extensa región septentrional no llegaron a mezclarse y confundirse, sino que en ellos las mutuas expansiones produjeron la corriente de emigraciones que los trajo a nuestro territorio. Dadas las condiciones de su atraso evolutivo, lo largo del camino que tuvieron que recorrer exigió tanto tiempo que, cuando llegaron a reunirse en las estrechas zonas favorables de nuestro territorio, las diferencias que los separaban eran ya demasiado profundas. Esas diferencias eran de todo género, pero a virtud de la presión colonial que, como dijimos en otra parte, acercó mucho a todos los agregados indígenas, algunas se colmaron, y quedan en la actualidad las de origen, de tipo, de costumbres, de estado evolutivo y de lenguas en parte. La multiplicidad y confusión de las tradiciones de origen, las diferencias de tipo, las divergencias de costumbres, las diversidades de lengua y las distancias evolutivas, que entre sí los distinguen y separan, son tan evidentes que pertenecen al campo de los hechos públicos y notorios. Lo que más pronto pierden los agregados humanos en su contacto con otros más fuertes es la lengua, y en nuestro país, el inteligentísimo etnólogo señor doctor don Antonio Peñafiel ha podido comprobar en los trabajos oficiales del último censo, la existencia de más de cincuenta lenguas indígenas. Precisamente a la infinita diversidad de los indígenas, se debió en parte que éstos hubieran podido ser sometidos por un grupo pequeño de blancos; a ello se ha debido, en parte también, que no hayan representado ni durante la dominación colonial, ni en la época que llevamos de independientes, fuerza política alguna; a ello se deben asimismo las dificultades de su tratamiento en la actualidad, pues ese tratamiento, como hemos dicho repetidas veces, no puede ser general sino particular. Lo único que ha comenzado a determinar su unión ha sido, por una parte, el cristianismo católico que les ha sido impuesto; y por otra, el sentimiento de su sumisión a los grupos superiores, determinando ese sentimiento un principio de deseos, de propósitos y de aspiraciones comunes, que no pocas veces se ha hecho sentir. Cada grupo indígena es, por consiguiente,   —294→   una patria especial, y las unidades de él así lo consideran en realidad. Sólo por excepción en los casos de supremo peligro, cuentan esos grupos con los demás; generalmente se atienen a sus propias fuerzas, y cuando son atacados, si no pueden vencer, se resignan a morir. Tienen sin embargo de bueno las múltiples y pequeñas patrias indígenas, que son autónomas. Son patrias completas y no fragmentos de patrias. No tienen, pues, orientación alguna exterior. Los indios no serán jamás deliberadamente traidores a la patria en beneficio de una patria extranjera.




Estado del ideal en el elemento criollo

El elemento criollo presenta una unidad relativa de ideal. No se notan entre los diversos grupos que actualmente lo componen, y son: el de los criollos conservadores, el de los criollos dignatarios clero, el de los criollos reaccionarios, el de los criollos moderados y el de los criollos nuevos o criollos liberales, más que unas ligeras diferencias de origen, de tipo, de costumbres, de lenguaje, de edad evolutiva, y de deseos de propósitos y de aspiraciones, con diferencias transitorias de interés. Las diferencias de origen separan a los criollos conservadores, dignatarios clero y reaccionarios de los criollos nuevos o liberales de origen no español; pero los criollos moderados de origen español también, por su educación especial, sirven de lazo de unión entre unos y otros. Las diferencias de tipo entre los criollos de origen español y los nuevos han quedado anotadas en otro lugar. Las diferencias de edad evolutiva apenas se notan. Las diferencias de intereses transitorios son las que separan a cada uno de los grupos referidos de los demás. Las diferencias de costumbres, de lenguaje y de deseos, de propósito y de aspiraciones merecen una especial atención.




Desde los puntos de vista del ideal, la patria de los criollos no es la patria mexicana

Todos los grupos criollos son desprendimientos de patrias extrañas, y tienen una orientación patriótica perceptible a sus patrias originales respectivas, o por lo menos a la agrupación continental europea que consideran como la patria común. Nacen y viven en México; pero desde que tienen uso de razón vuelven la vista a Europa con el deseo, más o menos preciso y manifiesto, de poderse ir a establecer en ella alguna vez. Muchos son los que se van, y de entre ellos muchos se olvidan, cuando no se avergüenzan de México, como pudo comprobarlo de vista el señor licenciado don Alejando Villaseñor. En estos días un miembro de la familia Rincón Gallardo, que es, sin disputa, una de las más apegadas a México, si no la más, nos ha ofrecido un ejemplo evidente de lo que venimos diciendo. En El Imparcial del día 30 de mayo del año corriente (1909), se publicó el párrafo que sigue: «El Sr. Rincón Gallardo renuncia su cargo. Deja de ser Ciudadano Mexicano y agregado á nuestra Legación en París.- Últimamente causó gran sensación en México la noticia de que Don Alfonso Rincón Gallardo había aceptado el título español de Conde de Regla, lo que se hallaba en pugna con el carácter que tenía como agregado de la Legación Mexicana en París. Cuando nuestro Gobierno tuvo noticia de tal hecho, se indicó en lo particular al señor Rincón Gallardo, que debía renunciar   —295→   el título de Conde Regla, ó el puesto de agregado á la Legación Mexicana en París. Contestó el señor Rincón, en lo privado, que optaba por el título nobiliario, renunciando el cargo diplomático que desempeñaba. En contestación oficial se le dijo que debía desde luego presentar la renuncia de su cargo, por los conductos debidos, por lo que el señor Rincón Gallardo dejará de ser agregado a la Legación Mexicana. Al tomar el acuerdo citado, el Gobierno tomó en cuenta el artículo 12 de la Constitución, que declara: no hay ni se reconocen en la República, títulos de nobleza; y el artículo 37 que establece la pérdida de la calidad de ciudadano al que las acepta». Los que se quedan no hacen más que suspirar por Europa y tratan ridículamente de pasar en México por europeos, o cuando menos, de pensar, sentir y de vivir a la europea, manifestando un desprecio y hasta un odio irritante por todo lo que es nacional.

Uno de los hombres más vigorosos, más enérgicos, más activos y más patriotas del mundo actual, el ex presidente de los Estados Unidos del Norte, mister Roosevelt, se ha quejado en su país de la tendencia que se manifiesta en muchos de sus compatriotas, a preferir la vida europea a la nacional. De los que solamente manifiestan sus tendencias europeas, sin ir a pretender convertirse en europeos, ha dicho con la energía de estilo que le es propia (El Ideal Americano) lo siguiente:

Aun no cometiendo ninguna traición, se puede ser un ciudadano inútil. El que se europeisa, haciéndose incapaz de desempeñar su misión como hombre de aquende el océano, lo mismo que el que pierde el amor á su país natal, no es un traidor, pero es un ciudadano sin valor ni utilidad alguna, y en nuestro cuerpo político resulta un elemento tan pernicioso como el inmigrante que conserva su espíritu extranjero. Nada obra tan rápidamente ni influye con tanta seguridad para hacer á un hombre incapaz de cumplir con sus deberes en la sociedad, como ese estado de ánimo inconsciente, llamado cosmopolitismo por los que lo poseen. No es solamente preciso americanizar á los inmigrantes que se establecen entre nosotros: es más necesario todavía para aquellos que son americanos por nacimiento y por familia, que no abandonen sus derechos, que no se humillen, con una ceguedad tan incomprensible como despreciable, ante los dioses extranjeros que nuestros padres desdeñaron. Nadie creería que fuese preciso hacer notar á los americanos, que al esforzarse en imitar otras civilizaciones, se convierten en objeto de burla para todas las personas razonables, y sin embargo, tal advertencia es necesaria para muchos de nuestros conciudadanos que se enorgullecen de la importancia que han alcanzado en el mundo de las letras y de las artes, y aun acaso por lo que llamarían su acción directiva de la sociedad. Es siempre preferible producir un original que una imitación, aun cuando la cosa que se imite sea superior al original, y nada hay que decir con respecto al insensato que se satisface imitando un modelo inferior.

Aun llegando á suponer que los seres débiles que procuran no ser americanos, tuvieran razón al considerar otras   —296→   naciones como superiores á la nuestra, es sin embargo, cincuenta veces preferible ser un americano de primera fila que la mediana imitación de un francés ó de un inglés. Es un hecho evidente que los compatriotas nuestros que creen en la inferioridad americana, padecen alguna debilidad orgánica en su constitución moral, sea cual fuere el arado de cultura de su inteligencia, y la masa del país, que es vigorosamente patriota y tiene un espíritu sano y robusto, hace muy bien en mirar á los débiles con un desdén entre indignado y sonriente. [...] No cabe duda de que á pesar de todas nuestras faltas y errores, ningún país ofrece en tan alto grado como el nuestro, probabilidades de triunfo para el que esté en condiciones de aprovecharlas; pero es también cierto, que nadie puede realizar aquí una obra de verdadero valor, si no ve las cosas desde el punto de vista americano. Algunos elementos nacionales no consiguen hacer lo que deberían, porque conservan un espíritu de dependencia colonial y tienen consideraciones exageradas hacia la opinión europea. Nótese que hemos obtenido los mejores resultados en aquellos ramos en que hemos trabajado con la más completa independencia, y que en las profesiones en que hemos acertado á aprovechar prudentemente la experiencia extranjera, sin someternos á ella de un modo servil, ha sido en las que contamos nuestros más grandes hombres. Nuestros soldados, estadistas y oradores, nuestros exploradores, conquistadores de territorio y fundadores de Repúblicas, los que han elaborado nuestras leyes y velado por su cumplimiento, aquéllos cuya energía é ingenio, han creado la maravillosa prosperidad material que nos rodea, han fundado sus conocimientos en las enseñanzas de todas las épocas y de todos los países, pero no obstante, han pensado y trabajado, han vivido y han muerto únicamente como americanos. Puede decirse en general, que han hecho un trabajo superior al realizado en todos los demás países durante el corto período de nuestra vida nacional.

Por el contrario, en las profesiones en que más nos hemos esforzado por imitar el convencionalismo europeo, es en las que menores ventajas hemos obtenido, cosa que sigue siendo un hecho todavía en los presentes momentos.



Refiriéndose a los americanos que marchan a vivir a Europa, el mismo presidente mister Roosevelt dice en la obra citada, lo siguiente: «Este fracaso -el de los profesionistas que imitan el convencionalismo europeo- se nota más aún, cuando uno de nuestros conciudadanos se establece en Europa; entonces se convierte en un europeo de segunda fila, porque es sobradamente civilizado, sensible y refinado, y en cambio ha perdido la resistencia y el ánimo viril que le son indispensables en la ruda lucha de nuestra existencia nacional. No olvidemos que el que se coloca en este caso, no llega á ser nunca un verdadero europeo, y deja en cambio de ser americano para convertirse en nada; abandona un gran bien con la esperanza de adquirir otro menor, y acaba por no tener ninguno. El pintor que va á París, no con el objeto de procurarse dos ó tres años de completa instrucción artística, sino con intención de establecerse allí, decidido á seguir las sendas por   —297→   donde pasaran ya millones de caminantes, en lugar de lanzarse abiertamente para triunfar ó estrellarse de una vez en un camino nuevo, lo que hace es acabar con todas las probabilidades de llegar á hacer un trabajo superior, no pudiendo aspirar á otra cosa que á esa especie de mediocridad que consiste en hacer de un modo aceptable lo que otros hicieron mucho mejor, sin conseguir en cambio, por lo general, llegar siquiera á vislumbrar lo grande que se ofrece á los ojos de los que pueden leer en el libro del pasado y del presente de América.- Y lo mismo sucede al literato adocenado que huye de su país porque á su sentimentalismo delicado y afeminado y parecen harto groseras y rudas las condiciones de vida en la parte de acá del Océano, ó en otros términos, porque no pudiendo desempeñar su papel de hombre entre los hombres, procura ponerse al abrigo del viento que endurece las almas bien templadas. Ese emigrado, podrá escribir versos bonitos y agradables, artículos, novelas, pero no hará nunca una obra comparable á la de cualquier colega suyo que haya sido bastante fuerte para no apoyarse en nadie y trabajar como un americano.- Lo mismo puede decirse respecto al sabio que pasa su juventud en una Universidad germánica, y que desde entonces no puede trabajar más que en los campos en que cincuenta veces abrieron surcos los arados alemanes; y con respecto al padre -y este es el caso más absurdo de todos- que hace educar á sus hijos en el extranjero, ignora lo que ha sabido todo hombre medianamente ilustrado, desde Washington hasta Jay, y es que un americano que quiera hacer camino en su país, debe educarse entre sus compatricios. Esta manera de pensar, este espíritu provinciano de admiración hacia todo lo que es exótico, esta impotencia para obrar por cuenta propia, es sobre todo censurable entre los que se consideran á la cabeza de la alta sociedad, particularmente en las poblaciones del Nordeste. Admitimos todos los goces honestos y legítimos, con tal que proporcionárselos no sea la única ocupación del hombre, y creemos firmemente en que pueden hacer mucho bien los ociosos, si ocupan el tiempo en trabajos serios: política, filantropía, literatura, artes; pero una clase que se entrega únicamente á la ociosidad, es una maldición para el país, y en tanto cuanto más se distinga imitando lo malo y no lo bueno de los países de Ultramar, se convierte no ya en ridícula, sino en perjudicial».

¡Qué poco tenemos que añadir a lo dicho por el insigne estadista norteamericano! Por la misma razón que entre nosotros existe en los Estados Unidos la orientación europea. Todos los americanos son criollos; pero los criollos americanos descendientes de unidades europeas resentidas con la Europa, separados después de la Europa por profundas diferencias de interés, y orgullosos en la actualidad de la prosperidad asombrosa que han logrado alcanzar por sí mismos, poco tienen de común en cuanto al ideal, con los pueblos de su origen. Los criollos de México, por el contrario, descienden de unidades europeas que vinieron no disgustadas de su país natal, sino por virtud de un vivo sentimiento de amor por él; los de origen español,   —298→   tan se consideraron españoles durante la época colonial, que sus diferencias con los verdaderos peninsulares provinieron de la resistencia de éstos a considerarlos como iguales; los criollos nuevos refieren, como es natural, la igualdad de condiciones en que se encuentran, con respecto a los de origen español, a su propio origen europeo. Y como forman grupos relativamente numerosos, compactos, separados de los indígenas y de los mestizos, a los que comprenden en una misma repugnancia, y esos grupos son verdaderas clases sociales en nuestro país, y las clases, si no predominantes, sí por desgracia las más elevadas, se consideran en lo íntimo tan europeos como los nacidos en Europa. Piensan con el pensamiento europeo, siguen las costumbres europeas, consumen objetos europeos, y se desesperan porque los mestizos y los indígenas no permiten hacer de México una nación servilmente copiada de las europeas. Si la orientación europea de los criollos de México fuera igual a la de los americanos a que se refiere el presidente Roosevelt, por mucho que fuera censurable y hasta perjudicial, no llegaría a tomar las proporciones de un peligro para la patria; pero en nuestro país sí toma esas proporciones, porque hasta ahora, cuando menos, los criollos son las clases más cultas de la nación. Nuestra experiencia no puede equivocarse sobre el particular. Cierto es que por el lugar del nacimiento y por la comunidad de trato con los demás elementos de la población nacional, se consideran mexicanas y patriotas, y aun parecen demostrar que lo son, pero en los momentos supremos, descubren sus sentimientos íntimos, marcan sus inclinaciones esenciales, y desarrollan su actividad en la dirección de sus ideales verdaderos. Los criollos de origen español han mostrado sus verdaderas tendencias en el Plan de Iguala, que llamó al trono de México al rey de España Fernando VII o a un príncipe de su familia en las negociaciones diplomáticas entabladas con el mismo fin por Santa-Anna, cuando había desesperado ya de los criollos y de los mestizos entre los que siempre osciló en las negociaciones que con igual fin comenzó a entablar Miramón, y en las repetidas apelaciones que hicieron a Europa para determinar la Intervención francesa. En ésta fueron igualmente culpables los conservadores y dignatarios eclesiásticos que la negociaron y la trajeron, que los reaccionarios que la sostuvieron con las armas, y que los moderados que pretendieron afirmarla con su adhesión. Los criollos nuevos o criollos liberales no tomaron una parte muy activa en la Intervención, por el interés de conservar lo que habían adquirido con la Reforma; pero después, mostraron su orientación extranjera en la forma activa de las finanzas que han determinado en el país la reaparición del peligro norteamericano en condiciones de suprema gravedad. La fusión de los dos grandes grupos criollos ha creado el Scyla y el Charibdis entre los cuales boga la nave nacional, que si escapó del peligro del Scyla europeo de la Intervención, no escapa todavía del peligro del Charibdis americano.

En el presente momento histórico, las tendencias de los criollos, vistas en detalle, corresponden perfectamente a su historia anterior. Los criollos conservadores   —299→   siguen siendo los mismos de siempre; los que pueden, viven en Europa en calidad de europeos de tercera o cuarta fila; los que no pueden, viven en el país, apegados a sus grandes propiedades, dividiendo su tiempo entre el cuidado de éstas y el ocio de su Club. Éstos, al menos, desengañados de la posibilidad de una nueva intervención europea, y preocupados con el fatal estado económico de sus grandes propiedades, no tienen acción política militante, pues no puede tomarse como tal el conjunto de esfuerzos que, dirigidos a sostener el régimen de la gran propiedad, hacen, ya en la forma de representaciones para disminuir los impuestos, ya en la forma de manifestaciones de interés por la agricultura nacional para obtener ventajas como la de la irrigación, ya en la forma de congresos y asociaciones de estudio como las semanas católicas, para resolver las rebeldías del peón que se niega a trabajar por el jornal de hace cincuenta años, ya, en suma, por su complacencia a servir de figuras decorativas en todas las simulaciones democráticas que las necesidades del poder exigen, por una parte, para tener al poder siempre dispuesto a oírlos y a favorecerlos en sus intereses territoriales, y por otra, para satisfacer su deseo de figurar, que es uno de los rasgos más salientes de su especial condición. Los criollos dignatarios de la Iglesia, desengañados también de la posibilidad de una nueva intervención europea, no tienen tampoco acción política militante, y se contentan con no ser perturbados en su ministerio, y con recibir en lo privado los homenajes correspondientes a su dignidad. Los criollos reaccionarios, no menos desengañados que los criollos conservadores y que los criollos dignatarios de la Iglesia, respecto de la acción europea, no tienen más acción militante; pero éstos, que en otro tiempo fueron los de mayor acción efectiva, son los únicos que hacen oír francamente su voz, los únicos que discuten, los únicos que protestan. Los criollos de acción política verdadera son los criollos moderados y los criollos nuevos o criollos liberales.




Acción política de los «criollos moderados»

Los criollos moderados de origen español, a virtud de su educación política y de su favorable colocación entre los grupos criollos y los mestizos, hacen sentir poderosamente su acción. Dichos criollos, que por sus diferencias con el clero determinaron en otro tiempo la Reforma, se han llamado liberales como los mestizos, aunque liberales moderados, y a virtud de su condición de políticos, han tratado de unir a los mestizos con los criollos, siempre por supuesto, bajo la dirección de estos últimos, dirección que ellos se creen en el caso de asumir. Su obra en otro tiempo fue el Gobierno de Comonfort, y han tratado de rehacer esa obra en los tiempos que corren. El señor licenciado don Manuel Calero y Sierra, que a pesar de su juventud, desde hace algunos años, lleva la voz de los expresados criollos, o por su propia inspiración, o por el consejo de personas de autoridad en ese grupo, publicó en 1901, un folleto (La nueva democracia), en que bajo el pretexto de crear la democracia en nuestro país, expuso la idea de fundir los grupos criollo moderado y criollo   —300→   nuevo, reduciendo a éstos la acción política nacional. Tomamos de ese folleto el capítulo sustancial, y lo insertamos a continuación.

XII

En el país cuyas instituciones políticas han servido de patrón á las nuestras, se admite el principio de la limitación del derecho de votar, á beneficio de aquéllos que realmente están calificados para desempeñar la de cada misión del elector. Numerosos Estados de la Unión Americana han adoptado leyes electorales que privan del sufragio á las clases totalmente iliteratas y miserables, al grupo analfabeta y que, por consecuencia, vive aislado en medio de la civilización, sin nociones precisas de justicia, ni de ley, ni de patria.

Si en algún país se hallaría justificada la aplicación del principio del sufragio restringido, sería en el nuestro, donde no coexisten ni han coexistido jamás, como nuestra historia lo comprueba, la libertad y el orden, sino que para alcanzar éste, hemos tenido que aceptar el sacrificio de la libertad.

Y no podía ser de otra manera: nuestro estado político, teórico y escrito, no es el resultado de una evolución de la nación considerada en su conjunto, sino el producto de encarnizadas luchas entre las clases superiores para hacer triunfar sus sendos ideales. En cambio el sistema de gobierno del Gral. Díaz, sí es el resultado de una evolución nacional, en la que han sido y son importantísimos factores los intereses de orden económico. Efecto y consecuencia de una ley natural, nuestra situación presente demanda un estudio serio y sin pasión, para ver en ella la realidad desnuda, desembarazada de fórmulas y de convencionalismos.

No puede, física y racionalmente, ser libre un país que admite el sufragio en toda su amplitud y en el que sólo un millón sobre cinco millones de ciudadanos, sabe leer y escribir. Entre estos cuatro millones de varones mexicanos que no saben leer y escribir, y que, por lo tanto, apenas han salido de las negruras de la barbarie, hay cuatrocientos mil que hablan idiomas indígenas, es decir, que no son hombres civilizados, porque la lengua española es para nosotros el vehículo de la civilización.

Por otra parte, nuestro nivel intelectual es generalmente bajo, aún entre las clases acomodadas y ricas. Nótase todavía en muchos ramos de la administración pública, que puestos de grande importancia, son servidos á veces por hombres profundamente ineptos y de una ignorancia que irrita.

La condición de la masa popular es muy poco halagadora: el mestizo, cuyo origen más ó menos remoto es la unión del español con la india (puede decirse que nunca del indio con la española), posee á las veces, viva inteligencia, pero carece de cultura. Como elemento político es difícil de gobernar, por su natural turbulento y por lo torcido de sus nociones de moralidad. Frecuentemente el alcohol lo embrutece y lo degrada, y sus conceptos sobre la dignidad y el deber suelen estar de tal modo falseados,   —301→   debilitados ó pervertidos, que se queda impasible ante atrocidades que á los hombres menos incultos sublevarían. Y así, no es raro ver en nuestra policía, formada de hombres, hijos del pueblo, que un gendarme sea brutalmente apuñaleado por rijosos y marihuanos, delante de otros policías armados; y que en presencia de cien pasajeros de tercera clase, algún inhumano conductor arroje del tren en movimiento al mísero pelafustán que pretende viajar sin dinero ni billete.

El indio puro ó con escasa mezcla de sangre exótica, llega á tener, á veces, algunos rudimentos de espíritu público, como se observa en numerosos poblados de las serranías de la República, cuyos habitantes defienden con energía el self-government de su miserable comunidad; pero por regla general el indio, taimado, torpe y supersticioso, carece de condiciones para ser convertido en elemento político explotable en noble dirección. Á la perpetuación de su estado de embrutecimiento, concurren fuerzas de orden fisiológico, social y económico; y colaboran implacablemente en esta obra, la mujer perteneciente á la mejor clase social con el regateo sistemático; el comerciante, casi siempre español, con sus aguardientes venenosos, y el clero católico con sus prédicas de negras supersticiones.

No desconozco el hecho de que en algunas regiones de la república, el pueblo -mestizo invariablemente- está dotado de cierta cultura, y posee nociones de moralidad y principios de dignidad que lo levantan á un nivel superior al que han alcanzado las grandes masas populares del resto del país. En los Estados de la frontera del Norte y en algunos de la costa del Golfo, se observa este fenómeno. Para estos casos la ciencia aconseja, de acuerdo con lo que se practica en países más civilizados que el nuestro, que se permita á cada Estado darse la legislación electoral que cuadre á las condiciones de su pueblo, para que éste tenga la participación en la cosa pública que legítima y racionalmente debe tener, con las amplitudes ó restricciones que cada caso exija.

Mas este principio debe respetarse, sin quebrantamientos: el derecho del sufragio no puede otorgarse á las grandes masas estultas é ignorantes.

Todo ese numeroso grupo de ciudadanos -excede de dos millones-, cuyo oficio es el de peón de campo, cuya condición económica es la de miseria permanente (Raigosa), sujeto á una sumisión y á una tutela que confinan con la esclavitud, indiferente y escéptico, á las veces estúpido, pero en todo caso de limitado desarrollo intelectual y emasculado de toda aspiración hacia el progreso (Sierra), debe ser abajado al nivel político que legítimamente le corresponde.

Los remedios jacobinos á una situación como la de nuestro pueblo, se reducen á esta grosera utopía: todo lo puede el legislador, con la eficacia de su palabra, empleando una frase que aprendimos desde niños. Bien, esto ya es viejo y está desprestigiado, por impotente. Que hay que mejorar la condición de nuestro pueblo. ¿Quién lo duda? Que los elementos de progreso que del exterior nos vienen y se difunden en nuestro organismo social, y la fuerza poderosa de la instrucción y de la educación, cada vez más intensa, producirán   —302→   una mayoría de ciudadanos dignos de serlo, dentro de cuatro ó cinco generaciones. ¿Quién no lo cree? Pero mientras este resultado glorioso definitivamente se obtiene, y para acercarnos á él, es necesario facilitar el ascenso progresivo del pueblo hacia la libertad. El primer paso, en el orden político, no puede ser otro que el de buscar la efectividad del sufragio, quitándole su carácter de universal, y restringiéndolo, según las condiciones del pueblo en cada demarcación electoral, empezándose por las leyes que rigen las elecciones municipales, en las que primeramente corresponde hacer un ensayo de libertad política efectiva.

Sólo un partido político, fuertemente constituido, puede intentar la realización de estos ideales. En sus filas deben agruparse todos los liberales progresistas, que no tengan prejuicios, ni jacobinos, ni ultramontanos, y que estén ansiosos de prestar á la patria el más grande de los servicios, al dotarla de instituciones en consonancia con la condición del pueblo. ¡Oh! salir de este estado de mentira perpetua y de absurdo convencionalismo, es la aspiración suprema de todo espíritu práctico y superior.

Cierto que en México difícilmente se forma un verdadero partido de Gobierno, en esta atmósfera de instituciones caducas, cristalizadas en dogmas políticos inmutables. Los partidos de gobierno, verdaderamente eficientes, suponen instituciones políticas progresivas, y las nuestras podrían haber sido escritas el año de 1792, después de escuchar un discurso de Robespierre.

Por fortuna, el elemento clerical, como partido político, está definitivamente vencido; y fuera de algunos pujos vergonzantes para obtener ventajas de orden económico, limita su acción á un campo en donde es indiscutiblemente poderoso, pero en el que poco puede estorbar la acción del hombre de política.

El elemento jacobino militante es poco numeroso, pero activo; bien que su fuerza principal radica en la retórica, ya que no en el motín ó en el cuartelazo, pues estos medios son cada vez menos eficaces por la preponderancia de los elementos burgueses, crecidos al amparo de la paz y el progreso económico. El jacobino de esta especie, cuando no se somete y viste sin escrúpulos la librea imperial, vive provocando con sus excitaciones, con su ira desbordante é impía, los negros arrebatos de las multitudes; llama á los gobernantes, tiranos; á los defensores de la Administración, viles sicofantes; esbirros feroces á los que ejercen la policía: todo el que con estos anarquistas no comulga, es declarado devoto sometido á infectas aves agoreras de las sacristías, etc., etc. ¿Qué actitud tomar ante hombres de esta especie, que pretenden gobernar con vociferaciones á ciegas multitudes, haciéndolas creer que en ellas reside la soberanía, y que los gobernantes deben ser los mandatarios de la estulticia y la ignorancia? Y si toda esta doctrina política, contraria á la naturaleza, se predicara en paz, con moderación, compostura y seriedad, la acción de los jacobinos resultaría científicamente reprochable, pero moralmente digna de respeto.

Pero entre ese partido, cuya arma de convicción es el dicterio, y la sombra de fantasma del partido político clerical, debe surgir y   —303→   surgirá un partido nuevo, de orden, de paz, que estudie con independencia de espíritu los verdaderos intereses del país y que tenga por FIN SUPREMO LA SALVACIÓN DE NUESTRA NACIONALIDAD. Por todas partes, como átomos que flotan al acaso, vénse los elementos de ese nuevo partido, esperando el soplo que ha de precipitarlos para formar un solo poderoso conglomerado.

No se quiera ver en esto una resurrección de aquel memorable partido, cuya más genuina manifestación política fué el funesto golpe de estado. No: el partido nuevo será liberal y progresista, tenderá al aniquilamiento de todas las tradiciones que la ciencia haya desbaratado ya, y luchará, con la fuerza de la convicción, por el establecimiento de instituciones políticas progresivas, inspiradas en un conocimiento, tan completo como sea posible, de las condiciones reales del país. Será, ¡ah! sí, firme sostenedor de los fundamentales principios de la Reforma, y combatirá implacablemente á los promovedores de sacrílegos motines, que comprometan la independencia de la patria.



En el capítulo anterior, se nota el desdén con que el señor licenciado Calero y Sierra se refiere a los jacobinos -mestizos- y a los indígenas, que cree indignos de tomar parte en la política nacional.

Para mejor fijar sus opiniones, el señor licenciado Calero y Sierra ha escrito otro folleto reciente (Cuestiones electorales), del que copiamos dos párrafos, uno que muestra la orientación dé su autor, y otro, el objeto en síntesis de su obra. El primero dice: «Y si pensamos que en nuestro país, como todos los países del continente americano, necesita, para enriquecerse y prosperar, de la inmigración extranjera, debemos convenir en que no hay un solo incentivo que haga al presente estimable para el inmigrante la ciudadanía de nuestra patria. De la estadística oficial sobre naturalización, podemos inferir, con buena lógica, que á excepción de algunos hombres de raza amarilla, casi todos los extranjeros que solicitan carta de ciudadanía, obedecen sólo á una baja necesidad de orden mercantil, para poder ejercer alguna profesión que, como la de marino ó corredor, demanda la ciudadanía mexicana. El número de nuevos mexicanos que así adquirimos anualmente, forma una cifra verdaderamente irrisoria; setenta y cuatro en el año fiscal de 1906 á 1907; ciento cuatro en el año siguiente. Á los extranjeros en el país á quienes he preguntado por qué no adoptan la ciudadanía mexicana, les he oído invariablemente la misma contestación: ¿para qué, qué ventajas nos vienen con ello? Y, en efecto, la ciudadanía de un país de libertad política, es no sólo un título de honor, sino una fuente de derechos. La ciudadanía mexicana, no es, hasta hoy, por desgracia, nada de esto; por lo que el extranjero prefiere conservar su nacionalidad de origen, que á la postre puede significarle la protección de su bandera en un momento de conflicto. No comparemos nuestra situación á este respecto con la de los Estados Unidos, en donde anualmente se ciudadanizan millares y millares de extranjeros, que son nuevos elementos de vigor, de riqueza y de gloria para su patria de adopción. Mencionaré sólo lo que pasa en el   —304→   Dominio del Canadá, país libre y democrático, próspero como pocos y rico como el que más, cuya ciudadanía es tan valiosa para el extranjero, que los mismos americanos al emigrar al Canadá en busca de trabajo, la solicitan y adquieren, como uno de los preciados dones con que puede brindarles la nueva patria». El otro párrafo dice: «El presente ensayo tiene por objeto, someter á la consideración de mis conciudadanos, el siguiente problema político: Establecer el sufragio directo como el medio más eficaz de que se organicen en México partidos políticos dentro de la Constitución, y como el medio único de hacer efectivo el voto público. Reconociendo una verdad dolorosa que los constituyentes reconocieron, ó sea la profunda ignorancia de la mayoría del pueblo mexicano, adoptar una base de elección que proteja los más grandes intereses nacionales contra los peligros que trae consigo la acción política de las masas analfabetas».

Los criollos moderados, pensando con el pensamiento del señor licenciado Calero y Sierra, son ahora los mismos que eran a raíz del Plan de Ayutla, pensando con el pensamiento de Comonfort y de los hombres que lo arrastraron al funesto golpe de Estado, que fue su muerte política. Desean salir de las condiciones actuales que requieren un nuevo impulso de progreso; pero tiemblan por las ventajas criollas que ellos llaman, como el señor licenciado Calero, los más grandes intereses nacionales, ante la acción radical y reivindicadora de los mestizos y de los indígenas, a los que llaman, como el señor licenciado Calero también, las masas analfabetas.




Acción política de los «criollos nuevos»

Los criollos nuevos o criollos liberales, inspirados por el mismo ideal europeo, unidos por la igualdad de su condición elevada en el país, favorecidos por todas las demás clases sociales, obligadas a pagarles con una largueza sin medida el beneficio de haber traído el capital extranjero, y convenientemente preparados para la organización, por virtud del conocimiento heredado de las prácticas observadas en los países de que fueron originarios sus antecesores, son el grupo de mayor acción social que ahora tenemos. Sus ideas ampliamente desarrolladas en los periódicos de la casa Spíndola, y sus programas, precisamente formulados en los diversos intentos que han hecho para lograr su organización definitiva, organización que no han podido lograr merced al profundo conocimiento que el señor general Díaz tiene de nuestra población, pueden reducirse a siguiente: «... en todo país, sólo debe hacerse caso de los intereses: en el interior, el Gobierno debe estar en el grupo social que represente intereses más cuantiosos, y ese Gobierno debe seguir como única política, la dirección de dichos intereses: en el exterior, la conducta del país debe acomodarse á la armonía general de los intereses mundiales, y la política por seguir debe ser siempre la que le indique esa armonía». Los criollos nuevos para nada toman en cuenta la idea de patriotismo en el sentido de asociación familiar, y es natural que así sea, porque ellos no forman, ni pueden formar parte de esa asociación. En lo interior, son una clase privilegiada que odia y desprecia a las demás, como lo demuestran sobradamente   —305→   los aludidos periódicos de la casa Spíndola. Esos periódicos, en efecto, no tienen sino frases hinchadas de pasión y palabras empapadas de veneno para todo lo que es verdaderamente nacional. Para ellos los grupos de mestizos son asociaciones de bandoleros; los pueblos indígenas son hordas de salvajes; los periodistas que no pertenecen a sus redacciones son revoltosos; los individuos que siguen nuestras costumbres son imbéciles; los obreros de nuestras fábricas son perezosos e imprevisores; los peones de nuestros campos son viciosos; y así sucesivamente. Es, pues, a su juicio, necesario que el país sólo haga caso de ellos. En lo exterior, los mismos criollos nuevos encuentran muy lógica la idea de que nuestro Gobierno nacional necesite para existir la sanción expresa o tácita de los pueblos europeos, o cuando menos de los Gobiernos respectivos. Más aún, no debe elegirse en el país presidente antes de consultarse en el extranjero, si el candidato es o no persona grata. Sobre este particular no puede cabernos duda alguna, porque ese pensamiento se lee y se oye en todas partes. La idea de que los intereses extranjeros en el país deben estar hasta por encima de la vida nacional misma, es ya un dogma corriente. Apoyándose en ese dogma, como los criollos de origen español nos amenazaban antes con el peligro europeo, los criollos nuevos nos amenazan ahora con el peligro americano. Ahora bien, los criollos nuevos han intentado organizarse dos o tres veces. El primer intento fue la creación del Partido Científico; el segundo fue la convocación de la primera Convención Liberal; y el tercero fue la Segunda Convención en que ya obraban de acuerdo con los criollos moderados. Todos ellos han abortado, primero por la acción directa y patriótica del señor presidente general Díaz, que siempre ha comprendido que entregar el país a los criollos nuevos sería, casi tanto, como hacer traición a la patria, y después, por la manifiesta oposición de los mestizos.




La unión de los «criollos moderados» y de los «criollos nuevos»

La unión de los grupos criollos ha sido, y ha tenido que ser siempre, un verdadero peligro para la nacionalidad. Dos años después de que el señor licenciado Calero y Sierra escribió su primer folleto, es decir, en 1903, con motivo de la elección presidencial que entonces tenía que hacerse, la unión de los criollos moderados y de los criollos nuevos a que antes aludimos, fue un hecho; esa unión llevó el nombre de Unión Liberal. La Unión Liberal, con gran festinación y ruidoso aparato, convocó a una convención que llevó el nombre que ya citamos, de Segunda Convención Liberal. La palabra de esa convención la llevaron los señores ingeniero don Francisco Bulnes, y licenciados don Pablo Macedo, don Joaquín D. Casasús y don Carlos Robles. Todos estos señores marcaron bien la diferencia que existía entre los liberales de la convención y los mestizos, a los que llamaron, el señor Bulnes, facciosos, y los demás señores, jacobinos, estando todos de acuerdo en la incapacidad de esos jacobinos o facciosos para tomar parte en dicha convención. Ya hemos dicho en otro lugar que el esfuerzo de organización que significó la Unión Liberal, a que nos referimos, fracasó. Y cosa singular, la Convención Liberal convocada   —306→   por esa Unión, con motivo de la reelección presidencial, obtuvo -naturalmente porque lo imponía toda la nación- el triunfo de su candidato que lo era el señor general Díaz; pero no fue ella la que postuló al vicepresidente que resultó electo, precisamente cuando la elección de ese vicepresidente tenía una importancia capital. Nosotros, como han podido ver muchos lectores, aceptamos las cosas de nuestro país como son. Sabemos que el poder ha tenido hasta ahora que hacerlo todo, y si el señor general Díaz hubiera visto los intereses de la patria del lado de la Unión Liberal que convocó la Segunda Convención, la hubiera dejado hacer la elección de vicepresidente; pero como no vio que la Unión Liberal representara los verdaderos intereses de la patria, si la dejó hacer en lo que se refería a la elección presidencial, sabiendo como sabía el resultado que había de dar esa elección, no la dejó hacer más que eso, e hizo que la postulación del vicepresidente partiera de un pequeño y obscuro grupo nacionalista que por entonces funcionaba. No podía haber manifestado más claramente su pensamiento íntimo; pero no era llegada la hora de que ese pensamiento fuera bien comprendido por el grupo social a que se dirigía. Hemos oído referir que habiendo dirigido en esos días el señor licenciado Calero y Sierra al señor general Díaz una respetuosa interrogación relativa a las prácticas democráticas de nuestro país, el mismo señor general Díaz le contestó que creía morir antes de que el pueblo estuviera suficientemente preparado para ejercer sus funciones democráticas. Tenía razón. A la excitación producida por la Unión Liberal, la gran masa de la nación, la nación verdadera, mejor dicho, la patria propiamente tal, había permanecido inerte. ¡Qué inmenso dolor debe haber causado ese hecho al señor general Díaz!




Estudio del ideal patrio en el elemento mestizo

Los mestizos son el elemento étnico más interesante de nuestro compuesto social. En ellos sí existen la unidad de origen, la unidad de religión, la unidad de tipo, la unidad de lengua y la unidad de deseos, de propósitos y de aspiraciones. No es rigurosamente absoluta la unidad de origen, pero la circunstancia de ser todos productos híbridos, procedentes en lo general de un mismo período histórico y sin filiación definida, los hace considerarse como de un mismo nacimiento. La unidad de religión tampoco es rigurosamente absoluta, pero es tan propia y tan característica en ellos la forma de cristianismo que observan en lo general, y que estudiaremos de un modo especial más adelante, que esa forma es uno de los rasgos más salientes de unidad que presentan. La unidad de tipo, como la de origen y la de religión, no es en ellos rigurosamente absoluta, porque las razas de que proceden, presentan numerosas diferencias; pero es, sin embargo, bastante para que puedan ser reconocidos a primera vista por sus caracteres morfológicos. La unidad de lengua es mayor que las anteriores, aunque tampoco es absoluta, pues se notan algunas diferencias anacrónicas en la forma del lenguaje español que les es propio, y algunas diferencias de pronunciación. Las unidades que sí son verdaderamente absolutas son las de costumbres, la de edad evolutiva, y la de deseos,   —307→   de propósitos y de aspiraciones. El nacimiento de todos los mestizos dentro del territorio nacional, su igual régimen de vida en el mismo medio y en la misma condición de desheredados ansiosos del modesto bienestar que han podido tener a la vista, la reducción de su actividad a los horizontes de su propio país, y el deseo común de ascender a las capas sociales superiores les han dado una unidad completa de vida, de desarrollo, de deseos de satisfacción, de propósitos de conducta y de aspiraciones de perfeccionamiento. Todas las circunstancias de unidad antes expresadas se componen y traducen en un firme, ardiente y resuelto amor patrio. Entre todas las unidades orgánicas del elemento mestizo existe, de hecho, la comunidad de sentimientos, de actos y de ideas, propia de los miembros de una familia. Los mestizos todo lo hacen por sí solos y todo lo esperan de su propio esfuerzo. Ni Morelos, ni Guerrero, ni Gómez Farías, ni Ocampo desesperaron jamás de la patria, y pensaron en someterla a una nación extranjera. Juárez, que representó al elemento mestizo, no lo hizo tampoco. Tampoco lo ha hecho el señor general Díaz. En este punto, los mestizos se identifican con los indígenas, y unos y otros constituyen la población verdaderamente nacional.




El hogar como integrante de la patria en nuestro país

Expuesto todo lo anterior en cuanto al ideal de los elementos componentes de nuestra población, nos quedan por examinar las relaciones de esos elementos con el territorio que ocupan. Volvemos a decir aquí, como dijimos antes con motivo del mismo asunto, que todos los estudios de esta obra determinan con exactitud, las relaciones de la vida humana individual y colectiva con el territorio que la sustenta, y la naturaleza, en nuestro país, de esas relaciones entre los diversos elementos componentes de la población y el territorio nacional, bajo las formas que reviste la propiedad jurídica. Estudiando las expresadas formas de la propiedad en nuestro país, hemos visto que la única propiedad que tenemos en el estado evolutivo de la propiedad privada es la gran propiedad que se encuentra en manos de los criollos, y la escasa propiedad pequeña que, como consecuencia de la Reforma, vino a manos de los mestizos. Los derechos territoriales de los indígenas no han llegado al estado de propiedad individual. Esos derechos por falta de fijeza, como lo tenemos suficientemente demostrado, no constituyen raíces firmes de hogar. La gran propiedad individual, por el exceso de dilatación de los derechos que la forman, no da tampoco al hogar raíces firmes y profundas. El caso de Polonia, el de la Prusia del siglo XVIII y el de la Irlanda moderna no dejan lugar a duda alguna sobre el particular. Nosotros tenemos en nuestra historia una lección elocuentísima. Hemos tenido dos grandes invasiones extranjeras, que fueron la norteamericana y la francesa; la primera tuvo lugar antes de la Reforma; la segunda, después de la Reforma. En la primera hicieron la defensa nacional los criollos; en la segunda hicieron la defensa nacional los mestizos. La primera fue débil, momentánea y terminó con un gran desastre que estuvo a punto de hacer desaparecer la nacionalidad; la segunda fue enérgica, porfiada -duró años- y terminó con   —308→   un gran triunfo. Antes de la Reforma no había pequeña propiedad, y los mestizos eran desheredados; después de la Reforma, había algo de pequeña propiedad y los mestizos eran los pequeños propietarios. En la Intervención, los grandes intereses nacionales no fueron los de los criollos -atención señor licenciado Calero y Sierra-, sino las pequeñas fracciones de los liberales. Los salvadores de la patria no fueron los grandes propietarios, ni los grandes financieros, ni los grandes políticos, sino los rancheros. El inteligente sociólogo mexicano señor licenciado don Carlos Pereyra escribió, poco tiempo hace, en el prólogo que puso a un folleto (La defensa nacional de México), escrito por el súbdito alemán señor O. Peust, ya citado en otra parte, las siguientes palabras: «El capital industrial es imperialista ó cosmopolita; el proletario industrial es vehementemente internacionalista. Sólo la propiedad parcelaria, cultivadora directa, da base cierta á las patrias. Y mientras pasan los días en que los pueblos no pueden vivir sin defenderse, porque otros no viven, si no atacan, el que quiera prevalecer, ha de apoyarse sobre la propiedad agraria y hacer de su población rural un almácigo de riqueza y de virtudes. Sin una habilísima y sesuda política agraria, México no será para los mexicanos».




El patriotismo de los mestizos. En el elemento mestizo debe continuar el Gobierno nacional

¿Parece a nuestros lectores bastante lo que llevamos dicho, para probar que el elemento mestizo es el más patriota de los que componen la población nacional? Pues bien, si el elemento mestizo es el elemento más fuerte, más numeroso y más patriota del país, en él debe continuar el Gobierno de la nación; si en él está la patria verdadera, entregar la dirección de los destinos nacionales a cualquiera otro de los elementos de la población, es poco menos que hacer traición a la patria. ¡Qué bien lo ha entendido así el señor general Díaz!




Vuelta al punto fundamental de nuestra política interior

Volvamos al punto de la base fundamental de nuestra política interior. Para que nuestros lectores no pierdan el hilo de nuestras ideas, repetiremos aquí lo que en su tiempo y lugar dijimos sobre ese punto. La base fundamental e indeclinable de todo trabajo encaminado en lo futuro al bien del país, tiene que ser la continuación de los mestizos como elemento étnico preponderante y como clase directora de la población. Esa continuación, en efecto, permitirá llegar a tres resultados altamente trascendentales: es el primero, el de que la población pueda elevar su censo sin necesidad de acudir a la inmigración; es el segundo, el de que esa población pueda llegar a ser una nacionalidad; y es el tercero, el de que esa nacionalidad pueda fijar con exactitud la noción de su patriotismo. Todo ello hará la patria mexicana y salvará a esa patria de los peligros que tendrá que correr en sus inevitables luchas con los demás pueblos de la tierra.




Elevación de nuestro censo como consecuencia de la continuación de los destinos patrios en manos de los mestizos

No creemos necesario volver a tratar de cómo y por qué mediante la continuación   —309→   de los destinos nacionales en manos de los mestizos, llegaremos a elevar considerablemente el censo de nuestra población, porque ya dejamos demostrado en el «Problema de la población» que, por medio de las disposiciones agrarias que expusimos detenidamente en el «Problema de la propiedad», de las disposiciones correctoras del sistema de propiedad que expusimos en el «Problema del crédito territorial», y de las condiciones que indicamos para el fomento de la producción agrícola en el «Problema de la irrigación», puede elevarse el censo nacional sin necesidad de la inmigración extranjera, a la suma de cincuenta millones de habitantes. Remitimos, pues, sobre este particular, a nuestros lectores, al «Problema de la población».




La creación de la nacionalidad como consecuencia de la continuación de los destinos patrios en manos de los mestizos. Ideas generales sobre la unificación del hogar y sobre la unificación del ideal

El punto relativo a que la población desarrollada en los términos que acabamos de exponer, pueda llegar a ser una nacionalidad en conjunto, merece un amplio capítulo especial. Desde luego se comprende que la creación de una sola nacionalidad con todos los elementos de la población, tiene que ser obra de la unificación de la patria, y ésta tiene que ser obra, a su vez, de la unificación de las condiciones del hogar, por un lado, y de la unificación del ideal, por otro. Las condiciones de la unificación del hogar tendrán que resultar necesariamente de las medidas de resolución del «Problema de la propiedad», del «Problema del crédito territorial», del «Problema de la irrigación» y del «Problema de la población», supuesto que unificadas las condiciones de la propiedad y repartida convenientemente la tierra, todos los habitantes de la República vendrán a quedar en condiciones poco más o menos iguales de vida fundamental. Cuando así todos los habitantes de la República tengan hogar, necesariamente tendrán ese hogar que defender en caso de una guerra extranjera. La unificación del ideal tiene que hacerse por la unificación especial de cada una de las circunstancias que, en conjunto, lo forman, es decir, por la unificación especial del origen, de la religión, del tipo, de las costumbres, de la lengua, del estado evolutivo, y de los deseos, de los propósitos y de las aspiraciones.




La unificación del origen

Parece a primera vista imposible llegar a la unidad de origen en todo nuestro compuesto social. Lo es seguramente, si por unidad de origen se entiende la unidad orgánica y absoluta que la noción de patria supone. Empero, así como una familia se puede componer de personas unidas por parentesco y personas unidas por adopción, bastando para que esto último pueda ser conque las personas adoptadas confundan su origen con el de las adoptantes, aceptando el lugar jerárquico que entre éstas les toque, así en los pueblos se forma la patria con esas unidades ligadas por un parentesco real, y con las unidades en que ese parentesco se presume por su perfecta identidad con las otras. En nuestro país, por más que todos los pueblos indígenas tengan distintos orígenes,   —310→   la unidad del territorio en que han vivido y al que han reducido todo el horizonte de su vida, y la unidad de su esclavitud colonial que les ha hecho olvidar en mucho sus orígenes primitivos, les han hecho en cierto modo un origen común que, por las mismas razones, ha podido confundirse con el de los mestizos; por su parte, los mestizos ligándose a los indígenas, como sucede efectivamente, para que el mestizaje pueda avanzar como ha venido avanzando, confunden en uno mismo los orígenes de su sangre indígena propia con los de la sangre indígena original. Precisamente, las afinidades de origen que existen entre indígenas y mestizos explican su progresiva fusión. Del mismo modo, se habrían podido fundir el elemento mestizo y el criollo -cuando menos el criollo español-, si no hicieran esa fusión imposible, por una parte, la orientación patriótica europea de los criollos, que los inclina a buscar los enlaces europeos de preferencia -ya hemos señalado la aceptación de los españoles por los criollos de origen español, en su natural empeño de igualarse a las unidades de su verdadera patria-; y por otra, la condición de clase social superior, de aristocracia, que los mismos criollos, merced a circunstancias especiales, han podido lograr y conservar. Es, pues, bastante para consumar la fusión de los elementos indígena y mestizo que las cosas continúen como hasta aquí; para lograr la fusión del elemento criollo con el mestizo, en lo que a sus orígenes respecta, es indispensable que aquél pierda, ya que no sus propias orientaciones extranjeras, cuando menos la saliente unidad de esas orientaciones que resulta de la unidad misma de los grupos que lo componen. Mientras todos los criollos españoles permanezcan unidos, formando una clase social bien diferenciada y acorazada contra la acción de las demás clases por fuertes privilegios, es evidente que por pocos que sean esos mismos criollos, harán clara y perceptible su orientación, y esa orientación marcada por una clase social privilegiada y brillante, ejercerá una influencia poderosísima sobre las demás, ya que éstas por serle inferiores tenderán a imitarla en todo. Pero si su agrupación se disuelve y deja de tener acción colectiva, y las unidades componentes se dispersan entre las mestizas que son mucho más numerosas, entonces pasará entre nosotros lo que en los Estados Unidos con los muchos europeos que a ellos llegan, y es que perderán su orientación y su acción individuales en la inmensidad de las que sean comunes; si acaso entonces logran hacer sentir su acción individual, no será seguramente en el sentido de su orientación que no podrá luchar contra el de una inmensa mayoría, sino en el sentido de su superioridad evolutiva, porque en ese sentido encontrará la dirección de toda esa mayoría en su deseo de mejorar y perfeccionarse, y entonces producirá un avance más o menos apreciable, pero seguro sobre el conjunto total. Es cierto que la disolución de las clases que forman nuestra aristocracia actual, disolución que, en realidad, ofrecerá pocas dificultades como en otra parte veremos, producirá el inevitable efecto de rebajar un poco el nivel de cultura que México parece haber alcanzado con la cultura de los criollos; pero haciéndose esa   —311→   disolución a paso y medida de la incorporación de los indígenas a los mestizos, y del desenvolvimiento natural de éstos, estos mismos cuya energía es superior a la de los criollos, pronto ocuparán su lugar, con la circunstancia de que entonces ellos serán la masa homogénea y numerosa de la nación toda, y no como los criollos, un grupo de clases privilegiadas que en lo presente apenas suma el diez por ciento de la población general. Cuando la disolución de los grupos criollos se haya así logrado, es claro que perdida su actual orientación general europea, ella vendrá a quedar reducida a la manía de unos cuantos infelices, a los que habrá que aplicar los severos adjetivos del ex presidente mister Roosevelt; pero dejará seguramente de haber las diferencias profundas de origen que hay ahora, y que se traducen en tan grandes diferencias de criterio patriótico que, durante la Intervención, cuando los mestizos veían el interés de la patria mexicana en defender el territorio nacional contra los franceses, los criollos veían el interés de la patria mexicana en ayudar a los franceses contra los mestizos. La unidad de origen, pues, se logrará, sociológicamente por supuesto, con la disolución de los grupos criollos.




Resistencias al trabajo de la unificación del origen

Como es natural, el trabajo de la unificación del origen, encontrará fuertes resistencias; las principales de esas resistencias partirán de los grupos criollos, pero presentarán no pocas también los mismos mestizos. Es claro que los criollos no se rendirán sin combatir. Si en realidad fueran patriotas mexicanos, harían su cuarto de hora de reflexión, buscarían el verdadero interés de la patria mexicana, y en caso de no estar de su parte, procurarían por una evolución que salvara, mediante convenientes modificaciones, sus grandes intereses -esos grandes intereses que son por cierto los pequeños intereses, como en otra parte hemos visto- y se alcanzaría el buen resultado propuesto; pero ¿es esto probable?; ¿será siquiera posible? Creemos que no. Como en realidad no son mexicanos de espíritu, no se detendrán a hacer consideración patriótica alguna, sino que resistirán con todas sus fuerzas cualquiera acción interior en ese sentido, y cuando se sientan incapaces de resistir, invocarán los grandes intereses extranjeros comprometidos, y apelarán de nuevo a la Intervención, si no de Europa, que ya casi no es posible, sí de los Estados Unidos. Respecto al triunfo interior, lo buscarán en el campo de las ideas y en el de los hechos; en el campo de las ideas, por medio de la ciencia y del talento de sus más selectas unidades, defenderán lo que llamarán con letras gordas, los intereses de la civilización, y se valdrán, en contra de los mestizos, para imponerles sus opiniones, de la polémica, del editorial periodístico, de la caricatura, de la burla social, si es que no da la conclusión suficiente, o del silencio majestuoso y despreciativo; y en el campo de los hechos buscarán, bajo la amenaza de su abstención o de su acción propia, o bajo la amenaza de la intervención extranjera, la acción directa de la autoridad para apagar las nuevas ideas, para callar la voz de sus propugnadores y para castigar lo que llamarán una llamada de regresión   —312→   a la pasada anarquía17. Respecto de la acción social misma de los criollos, ella no causará jamás inquietud alguna a los mestizos. Los criollos, como todas las aristocracias y todas las clases sociales que han gozado largo tiempo del bienestar, por razón de su alejamiento de las condiciones orgánicas de su adaptación al medio natural en que viven, son más débiles que las que están expuestas a la acción libre de ese mismo medio; y esto entre nosotros con tanta mayor razón tiene que dar el triunfo a los mestizos, cuanto que como dijo el agudo poeta español: Dios protege a los malos, cuando son más que los buenos. La fuerza de los criollos está en su nacimiento extranjero; en la palanca de los intereses extranjeros que creen poder mover para determinar una nueva intervención. Aquí necesitamos poner un punto y aparte.

No cabe duda alguna acerca de que los intereses extranjeros creados en el país, son un grave peligro para la nacionalidad mexicana, porque esos intereses, en el caso de ser comprometidos, si son europeos, se acogerán a la protección americana en nombre de la civilización, y si son americanos, obrarán por cuenta propia, lo cual quiere decir, en resumen, que todos los intereses extranjeros se harán sentir por la acción de los Estados Unidos. Ahora bien, que esos intereses están vinculados en los de los criollos, no puede tampoco dudarse, y es natural que temamos, y el señor general Díaz lo ha temido y teme aún (razón de sus reales complacencias con los Estados Unidos y de su aparente subordinación con los criollos) que éstos (extranjeros al fin) nos repitan el caso de Cuba o, cuando menos, el de Panamá. El peligro es cierto y palpitante, y parece hacer imposible todo trabajo interior de unificación de la nacionalidad, supuesto que ese trabajo tendrá que herir a los criollos como antes dijimos. Tan evidente es el apoyo que encuentran los criollos en los intereses que representan, que hemos visto, no hace mucho, al Ministro de Hacienda expedir una circular moralizadora en asuntos bancarios, y después, destruir él mismo los efectos de esa circular ante la actitud de los criollos nuevos; y hemos visto también al Ministro de Fomento indicar la nacionalización de las sociedades mineras en la República, y retroceder inmediatamente ante la grita que se levantó. Parecemos inevitablemente condenados a la suerte de Polonia o de Cuba y, sin embargo, algo hay que hacer. Precisamente en esta cuestión, encontramos la razón de las vacilaciones del señor general Díaz para abandonar el poder y elegir un sucesor. El bien quisiera, porque es un gran patriota, dejar el país en condiciones de no necesitar de su persona para vivir; pero, por una parte, no quisiera entregar la situación a los criollos y, por otra, no quisiera dejarla a los mestizos; a los primeros, porque teme que su orientación extranjera los lleve a entregar al extranjero los destinos patrios; y a los segundos, porque teme que su acción radical contra los criollos y los extranjeros, traiga   —313→   pronto la acción directa de estos últimos. Es, pues, indispensable salir de esta situación, de modo que se destruya la acción de los criollos sin tocar a los intereses extranjeros. Esto parece a primera vista imposible, pero no lo es en realidad. Bastan dos consideraciones para convencerse de ello. Es la primera, la de que los intereses, de un modo general, sólo se ligan a las personas cuando éstas los protegen o les sirven de garantía, pero estando siempre prontos a desligarse de ellas, cuando no pueden protegerlos ni garantizarlos, para unirse a las que más protección y más garantías les pueden dar; y es la segunda, la de que en nuestra historia no siempre esos intereses han estado vinculados en los criollos. Siendo así, como realmente lo es, si los mestizos deponiendo su actual actitud, se obligan a respetar y defender los intereses extranjeros ya creados, y logran comprometer intereses mayores, extranjeros también, a su causa, esos intereses ayudarán a los mestizos contra los criollos, y éstos perderán la última posibilidad de resistir a la unificación de la nacionalidad mexicana. Para que los mestizos contraigan el compromiso de respetar y de garantizar los intereses extranjeros ya creados, bastará conque incluyan para lo primero, en sus programas, la obligación de no tocarlos, y conque ofrezcan con toda buena fe y si es preciso, en la forma legal de las obligaciones privadas, para lo segundo, la garantía hipotecaria y efectiva de los bienes públicos y nacionales en general, o de los bienes privados que, en particular, puedan ser ofrecidos por los verdaderos patriotas y se consideren necesarios. Para que los mestizos comprometan a su causa mayores intereses extranjeros de los ya creados, bastará conque todo el capital indispensable para las reformas agrarias, para las reformas del crédito territorial y para las reformas de fomento a la irrigación, debidamente combinadas, se suscriba en el extranjero. No queremos entrar aquí en cuestiones de procedimiento, pero es seguro que cuando logremos emplear miles de millones de pesos de capital extranjero circulante, en crear treinta millones de verdaderos propietarios territoriales dentro de nuestro país, animados por un alto sentimiento patrio y unidos en una sola nacionalidad, esos miles de millones de pesos de capital extranjero no serán una amenaza para dicha nacionalidad, sino al contrario.

Fuera de la acción de los criollos, ofrecerán no pocas resistencias a la acción de los mestizos algunos mentecatos de estos últimos, que harán con los criollos lo que los criollos con los extranjeros, esto es, ayudarlos para asegurar y acrecentar los provechos que de ellos reciben. No poco encarnizados enemigos se mostrarán esos mestizos extraviados, que no dejarán de aparecer y que será indispensable combatir.




La unificación de la religión

La unidad de religión es la más importante de todas las que constituyen el ideal, como que, por una parte, representa una de las formas de la unidad de origen y, por otra, tiende a mantener, a estrechar y a dulcificar los lazos de dependencia orgánica, cuya dilatación forma y sostiene el agregado patria, que los sociológicos de todos   —314→   los países y de todas las escuelas suponen derivación del interés, y es en realidad, como ya demostramos, derivación del amor.

La unificación religiosa no es difícil en nuestro país, porque la unidad sustancial existe; basta para convencerse de esta verdad, ver lo refractaria que es nuestra población al protestantismo que, de tantas maneras y con tantos recursos, se le predica y se le proclama. La religión nacional es el cristianismo católico.

Estudiando profundamente los sentimientos religiosos de la población nacional, se advierte, desde luego, que esos sentimientos, dentro de los dogmas fundamentales cristianos católicos, existen en todos los elementos étnicos y en todas las clases sociales. La forma es la única que varía.

Desde luego, todo el elemento indígena puede considerarse como católico, porque pocos grupos de los que lo componen han dejado de sentir la influencia benemérita de los misioneros y ministros cristianos católicos, la mayor parte de los cuales, en la actualidad, son unidades de dicho elemento; pero el catolicismo indígena es de una forma especial, entre idólatra y cristiana, que puede llamarse, cuando menos para la inteligencia de las ideas que exponemos, catolicismo idolátrico.

Todos los criollos de origen español reflejan el catolicismo peninsular. Los criollos conservadores, lectores de El Tiempo, son católicos puros en lo que concierne a su fe, pero fueron los miembros del grupo laico de los conquistadores a raíz de la Conquista, católicos regalistas durante la época colonial, y enemigos de la Iglesia propietaria durante el primer período de nuestra historia independiente. Por razón de las cuestiones de intereses que han mantenido con la Iglesia, están separados en cierto modo de los criollos dignatarios de ella y de los reaccionarios, y están separados de los criollos moderados, por razón de la transigencia de estos últimos. Desengañados de la posibilidad de una nueva acción de su patria europea, y temerosos de la acción mestiza sobre sus grandes propiedades territoriales, se mantendrían en una actitud meramente pasiva, si por razón de su intransigencia religiosa no se sintieran heridos por la actitud norteamericana en nuestro país. La defensa de su gran propiedad y la protesta contra la falta de resistencia a esa actitud, son los únicos rasgos de vida colectiva que en ellos se nota. Cuando sus grandes propiedades sean divididas, se unirán a los demás grupos católicos en su empeño, patriótico en verdad, de contrarrestar la acción norteamericana en nuestro país.

Los criollos dignatarios de la Iglesia son católicos, más puros todavía que los conservadores, en cuanto a la limpieza y elevación de su fe; pero fueron los misioneros de la Conquista, los católicos sometidos por el patronato real más a los reyes de España que al pontífice romano en la época colonial, y los que en vano solicitaron de Roma, en el primer período de nuestra vida de independientes, el reconocimiento de la Iglesia mexicana en su estado propio. Son por lo mismo, sumisos a Roma en cuanto a las cuestiones de fe; pero son relativamente independientes en cuanto a disciplina, circunstancia   —315→   especial a la que deben su indudable capacidad para comprender nuestro estado social presente, y su loable tendencia a amalgamar, en una misma fórmula religiosa, todas las formas católicas que presenta nuestra población; y esto a pesar de haber atraído y empleado, como clase media del clero, numerosas unidades españolas.

Los criollos reaccionarios son los católicos ortodoxos por excelencia de nuestro país. Fueron los organizadores de la Iglesia en la época colonial, los defensores de ella y de sus bienes en todas las épocas y en todos los tiempos, los militantes de la Reforma, los absolutamente intransigentes, los que protestan aun en El País, contra todo menoscabo de la Iglesia medioeval. Son ya muy pocos.

Los criollos moderados, que fueron en la época colonial los católicos reformistas, en la primera época independiente los criollos políticos, y en la Reforma los autores de la ley de desamortización son católicos vergonzantes. No dejan de ser católicos por su origen, y son profesantes para no disentir de los conservadores; pero ocultan su catolicismo dentro de la vida privada para no chocar con los criollos nuevos y con los mestizos. Estos últimos criollos, ofreciendo en su débil espíritu religioso menos resistencia que los otros grupos criollos españoles, han sufrido más que ellos la influencia norteamericana.

Los criollos nuevos o criollos liberales, o mejor criollos financieros, reflejan el catolicismo indiferente liberal europeo. Son católicos por tradición, pero sin fe. En el país están asimilados a los mestizos, porque como éstos, no son profesantes.

Los mestizos son lo que pudiera llamarse católicos sublimados. El hecho de llamar a los mestizos, a los liberales, a los jacobinos, a los iconoclastas de la Reforma, católicos, causará no poco escándalo a éstos; sin embargo, es verdad que lo son. Bien pudiera decirse de ellos lo que el tribuno Mateos decía una vez en la Cámara de Diputados, hablando de los españoles: hasta los ateos son católicos. Lo que sucede es que lo son de una manera especial. Son católicos de la forma religiosa más elevada que haya podido alcanzar la humanidad, en su larga peregrinación a través de las edades por la superficie de la tierra. Cuando Jesucristo hablaba a la Samaritana en el brocal del pozo de Jacob, le decía con ese lenguaje que nadie ha tenido, ni tendrá jamás como él: Mujer créeme a mí; ya llega el tiempo en que ni en este monte, ni en Jerusalén, adoraréis al Padre; ya llega el tiempo en que los verdaderos adoradores, le adorarán en espíritu y en verdad. Con esas palabras expresó Jesucristo su concepto de la forma más elevada que en el mundo puede alcanzar la religión. Creemos que los cristianos de todas las Iglesias, y los católicos de todas las formas, están de acuerdo con ese principio que encierra la verdad más pura que ha podido y que podrá hacerse llegar a la inteligencia humana. Pues bien, esa alta forma de religión existe en México, en el elemento mestizo que, deslumbrado por el brillo transitorio de las conquistas humanas realizadas por la Reforma, no ha podido advertir el   —316→   brillo refulgente de la conquista casi divina que logró realizar, al depurar de toda escoria y de toda miseria terrenal y humana el oro inapreciable de su sentimiento religioso. Que en todos los mestizos existe el sentimiento íntimo de la adoración de Dios, y que ese sentimiento está encerrado en el cáliz del catolicismo romano, lo prueban suficientemente los documentos oficiales del último censo. Los mestizos con muy raras excepciones están bautizados, se enlazan por el sacramento del matrimonio, y bautizan a sus hijos conforme a las prácticas del catolicismo romano; cumplen con esos actos de rigor para estar dentro de la religión de sus padres; pero despojan a esa religión de sus demás formas materiales, y la guardan en lo más profundo de su conciencia para no mancharla de lodo en las agitaciones de la vida.

Existe pues, en nuestro país, la unidad religiosa del catolicismo romano en formas muy diversas, que comienzan con la idolatría de los indígenas y acaban con la religión sublimada de los mestizos; pero es seguro que la Iglesia mexicana, así como ha encontrado de hecho la manera de hacer caber todas esas formas dentro de sus principios de disciplina, sabrá encontrar la manera de hacerlas caber dentro de la comunión de sus principios, haciendo desaparecer toda diferencia religiosa en el país, o consumando, mejor dicho, la unidad religiosa que nos importa tanto, ya que esa unidad tiene que ser uno de los más activos factores de la constitución de nuestra nacionalidad, y una de las causas determinantes de la consolidación de ésta para lo futuro.




Resistencias a la unificación religiosa

La unificación religiosa encontrará no pocas resistencias. El elemento indígena no ofrece una sola; pero el elemento criollo y el elemento mestizo presentarán muchas. De un modo general, el grupo de los criollos conservadores tratará de buscar en la cuestión religiosa, una arma para defenderse de la división de sus grandes propiedades; el grupo de los criollos reaccionarios resistirá con todas sus fuerzas la admisión de los mestizos en la comunión católica, porque no son ni serán nunca profesantes; el grupo de los moderados que es católico contra los mestizos y despreocupado contra los demás criollos, tratará de combatir a los unos con los otros y de quedar en medio para adherirse a los vencedores oportunamente; y el grupo de los criollos nuevos tratará de impedir su propia disolución, atribuyendo al elemento mestizo completa subordinación a los criollos de origen español. Gritará a voz en cuello: Los conservadores, los reaccionarios -para él son lo mismo unos que otros- se levantan; nosotros que con los veteranos -que ya no serán jacobinos ni facciosos- de la Constitución y de la Reforma, somos el verdadero Partido Liberal, debemos impedir una vergonzosa y lamentable regresión a lo pasado, etc. Los moderados les harán caso y dirán también: Nosotros los verdaderos liberales; pero no, ni los unos ni los otros son tales liberales, y si lo son, nada tienen de común con los liberales de la Constitución y de la Reforma, que fueron los mestizos; éstos son ante todo patriotas, y ni se adherirán a un Gobierno usurpador como los moderados, ni meterán en enredos al país como los criollos financieros, ni tratarán jamás   —317→   como éstos y aquéllos de comprometer los destinos patrios con el extranjero para salvar sus grandes intereses.

El elemento mestizo ofrecerá algunas resistencias, porque, por una parte, creerá faltar a las tradiciones de sus padres los reformistas; y por otra, temerá en efecto caer en brazos de lo que se llamaba antes indistintamente el Partido Conservador o el Partido Reaccionario. No, ni lo uno, ni lo otro. No tiene por qué, ni debe modificar en manera alguna su modo de ser especial; mientras no logre alcanzar la disolución de los criollos, no debe ceder una línea, porque, en efecto, toda concesión significaría una regresión, y ésta, una dificultad más por vencer. Hay que dar a todo su tiempo. Pero cuando no existan grupos criollos de acción social, sí será bueno que prescinda del sectarismo de escuela que hoy mantiene, y necesita mantener en la Instrucción Pública, para luchar con aquellos grupos, y que ya entonces será inútil.

El grupo criollo de los dignatarios de la Iglesia no resistirá, sino ayudará al trabajo de la unificación religiosa. Es de esperarse, cuando menos, que lo haga así.




La unificación del tipo

La cuestión de la unificación del tipo morfológico parece tener poca importancia; pero no es así en realidad. El tipo es, indudablemente, una de las causas que más obran para mantener las diferencias que separan los grupos sociales, porque es de las más fácilmente perceptibles; pero su modificación tiene que ser más obra de la naturaleza que de los propósitos humanos. Por lo mismo, no es necesario tomar medida alguna especial y efectiva para borrar las diferencias que se notan entre los distintos tipos que presentan los grupos sociales que componen nuestra población, con el fin de acomodar todos esos tipos al mestizo; bastará conque el elemento mestizo predomine como grupo político y como grupo social, y conque eleve su número hasta anegar a los otros, para que todos se confundan en él, como ha pasado en los Estados Unidos; pero bueno será, sin embargo, que siempre que sea necesario, por razones utilitarias o estéticas, reproducir las formas humanas en nuestro país, se imponga la obligación de elegir las de nuestra raza dominante, en cuanto ésta sea posible o, cuando menos, que se fije la orientación de las ideas en ese sentido. Es claro que cuanto más se acerquen las formas ideales a las de los mestizos, más comprendidas serán por el numeroso grupo de éstos, y mayor número de admiradores tendrán. Si nuestros pintores, en lugar de pintar tipos exóticos como grisetas parisienses, manolas sevillanas u odaliscas turcas, indudablemente mal observadas, si lo son efectivamente, o evidentemente mal interpretadas, si son vistas desde aquí, para que sólo interesen a los pocos que pueden haberlas visto o saber bien cómo son, pintaran nuestros tipos propios como Ramos Martínez lo hacía antes de su desdichado viaje a Europa, es seguro que alcanzarían mayor originalidad, que lograrían mayores provechos y que contribuirían a fijar bien los rasgos hermosos de nuestro tipo general.