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Villamartín


Volviendo los ojos a la ciudad, síguese Villamartín, en forma de mujer harto hermosa, con una basquiña colorada, y la ropa amarilla, la sobrerropa azul, caída al brazo izquierdo. Un plato de fruta y muchas espigas. Parece sobre su rubia cabeza tener una corona de oliva y torreada fortaleza; a sus pies, un toro y un carnero. Cuéntase en la banda morisca; es lugar moderno. Cerca della está el nombrado castillo de Matrera, que sirve de guarda del lugar; tiene por alcaide un regidor de Sevilla. Puede haber cincuenta años (poco más o menos) que el cabildo desta ciudad la hizo poblar; hase hecho muy grande, que tendrá más de setecientos vecinos. Es lugar propietario y solariego del cabildo de Sevilla, lo que no son los otros lugares, porque son realengos, y así todas sus tierras, que son muchas y muy buenas, son solariegas, que la ciudad las arrienda por sus caballerías, y tiene puesto un mayordomo, que cobra dellos la renta y tiene jurisdicción sobre el lugar, enviando secutor a él con vara, que cobre las rentas. Está engrosado mucho en la cosecha de pan. Hay aquí un beneficio, que es nombrado, y renta cada año más de tres mil ducados; y los vecinos no tienen más renta de la que el mayordomo les da en las caballerías.


Me rubicunda Ceres grauidis producit aristis,
    Ad magnos census diuitiasque tuas.
Aduentuque tuo crescent felicius arua,
    Laetius et segetes area nostra dabit.



«La bermeja Ceres me produce con preñadas espigas, para grandes rentas y riquezas tuyas, y con tu venida crecerán más dichosamente los campos, y nuestra Era más fértilmente dará panes».


Ceres blanca y colorada
    muestra aquí su lozanía,
    con la cual alegre cría
    de espigas tan gran manada,
    como se vee cada día.
Es no pequeña riqueza,
    muy poderoso señor,
    pero si con buen amor
    me mira vuestra grandeza,
   serálo mucho mayor.






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Manzanilla


Enfrente, a la banda del río, está Manzanilla, mujer con la basquiña amarilla y la ropa, azul, y la sobrerropa morada. Tiene ambas manos ocupadas con un plato de uvas, por haber muchas viñas en su tierra, y otros frutos que tiene el Aljarafe.


Extincta Semele, Nympharum exceptus in ulvas.
    Bachus memiro fecit amore suam.
Sic Thyrsos apto iam versi coloribus uvis,
    Rex, mihi si quid opis, dedita viuo tibi.



«Muerta Semele, Baco recibido en los brazos de las ninfas con maravilloso amor me hizo suya, y así ya aderezo los tyrsos con uvas de muchas colores. Rey, si algún valor tengo, vivo en tu servicio obligada».

Tócase aquí la fábula, que pone Ovidio, en el tercero de sus Transformaciones, cuando Semele pidió (por orden de Juno que la engañó) a Júpiter que viniese con toda su majestad, y él la abrazó con los rayos, y el niño fue sacado ardiendo del vientre de la madre muerta y entregado a las ninfas, que lo bañasen y refrescasen. Significando el aguar el vino cuando sea menester. Y Tyrsos eran lanzas sin hierro, revueltas en pámpanos verdes.


Cuando Semele murió,
    quedó Baco muy pequeño,
    y sin madre ni otro dueño;
    en este lugar durmió,
    claro Rey, el primer sueño.
Las ninfas lo recibieron
    en este prado florido,
    y así jamás ofendido
    mis ojos, Señor, le vieron,
    pero vos lo habéis vencido.






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Cala


Pintóse par de Villamartín, Cala, con una ropa azul y una basquiña morada. Tiene en la cabeza una guirnalda, y en la mano derecha un cordel con peces, que se pescan en un arroyo que tiene, y son bogas. Muestra en la izquierda un vaso de vidrio, y a sus pies otros, por haber en ella un horno de vidrio nombrado, cuya invención fue maravillosa y, si no se quebrara, mejor que de oro.


Sint licet argenti caelati plurima et auri
   Vasa tuis mensis, aurificumque labor.
Vitrea, quae nostris conflantur in ignibus. Heros
   Si manibus tractes forte, beata ferar.



«Aunque en tus mesas haya muchos vasos de plata labrada y oro, y se muestre bien el trabajo de los plateros, poderoso Señor, los vidrios, que se hacen en nuestros fuegos, si los tratas con tus manos, seré dichosa».


Aunque de plata y de oro
    de copas muy bien labradas
    tengáis las mesas pobladas
    que valen un gran tesoro,
    y por tal son estimadas,
aquí de metal más claro,
    y no de menos beldad,
    verá vuestra Majestad
    vasos de valor muy raro,
    si alcanzasen su amistad






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Pilas


Enfrente parescía Pilas, en forma de mujer con una ropa azul y la sobrerropa colorada, una fortaleza en la cabeza y, en la mano derecha, un chrisuelo o candil antiguo ardiendo, y, en la siniestra, un vaso de aceite para declarar cuán bastecida es de olivares. Y tiene mucho pescado, porque está al paso de Huelva y otros lugares marítimos. Llámanla los moros Pilias Largo.


Viuit inextinctus conspectu Pallados ignis
   In manibus semper, quem dat oliua mihi.
Tu vero praestas rex felicissime nobis
   Splendidius lumen, quod pietate nitet.


Vive sin apagarse el fuego ardiendo
en mis manos, y siempre, porque veo
a Palas, que la oliva da creciendo,
crece más en servirte mi deseo,
Señor, porque tú vas resplandeciendo
en más felice lumbre, do me empleo,
ofrézcome a tu larga y clara vida
que cielo y tierra tienen conocida.


El fuego de Palas vive
    aquí con lumbre inmortal,
    y con mi poco caudal
    procuro que no se esquive
    de mí su luz celestial.
Pero vos solo me dais
   más divino resplandor,
    aunque parece, Señor,
    Que casi no me mirais,
    Y es no justo disfavor.






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Zufre


Mostrábase, a la mano derecha, tras de Cala, un hombre con un sayo largo, pardo, la mano derecha levantada con un almocafre, o escardillo, y en la izquierda un plato de fruta de agro de limas, cidras y naranjas; a los pies, una canasta de lo mesmo, y una azada en el suelo, con algunas varillas (como espiguetas) para enjerir. Es lugar de la Sierra de Aroche éste, que se llama Sufre, muy fresco, de muchas huertas, las cuales todas se riegan de una fuente, que sale de una peña, que está en medio de la plaza, que mana en grande abundancia.


Si vacat, et virides tua lumina vertis ad hortos,
    Si Pomona placet, si nemus Hesperidum,
Assiduas operas tibi rex praeclare dicabo,
    Atque tuo vivam deditus obsequio.



«Si hay lugar, y vuelves tus ojos a los verdes jardines, si te agrada Pomona, si el huerto de las Hespéridas, yo, Rey excelente, consagraré en tu servicio mi trabajo y diligencia, y viviré rendido a lo que fuere en tu servicio».


Señor, si hubiere lugar,
   sobrándome a mí ventura,
   para que tanta frescura
    queráis un poco mirar
    como en esta tierra dura,
pondré todo mi cuidado
    en hacer muy bien mi oficio
    para que con mi ejercicio
    seáis muy bien regalado
    a costa de mi servicio.



Pomona era la que tenían los poetas por diosa de las frutas, según Ovidio en sus Fastos. Y el Jardín de las Hespéridas tenía aquellas manzanas de oro que eran naranjas y cidras. Y por la experiencia que se hizo contra la ponzoña eran de tanto valor como se puede leer en Ateneo.




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Aznalcázar


A La banda del río teníamos pintada Aznalcázar, en hábito de hombre, con un sayo amarillo, la ropa de encima morada, sobre la cabeza unos muros; en la mano izquierda, una fuente rústica, que sale de una peña, y a los pies un río (llamado Guadiamar) con una puente. Tiene una cerca antigua, por donde se ve lo que solía ser. En el río hay muchos molinos de pan; alrededor van pagos de viñas, donde se coge buen vino, con muchas olivares. Está en su jurisdicción en los libros del Rey un lugar, que se llama Villafranca del Condado. Hay también horno de vidrio, donde se hacen buenos vasos. En tiempo de moros, habrá quinientos y diez años, se repartía todo el Aljarafe en cuatro colonias o fortalezas, que eran Aznalcázar, Aznalfarache, Aznalcóllar y Solúcar de Albayde. Recogíanse allí los frutos que al rey de Sevilla pertenecían, y de allí salían a defender la tierra. Donde Aznalfarache, que ahora llaman San Juan de Alfarache, muestra una cerca y fortaleza, y de donde salían a defender el paso de los que por el río bajasen a Sevilla. Tenía lugares anexos a su jurisdicción, que eran Palomares, La Puebla, Coria, Mairenilla, y otros de su calidad, y es ahora cada uno por sí, que corresponde a Sevilla.


Fons hic perpetuis arridet limpidus vndis,
   Post oleos, vites et sata laeta boum,
Rex mihi laetitiam praesenti numine firma,
   Sic erit aeternum fertilitatis opus.


Esta mi limpia fuente da alegría
con las perpetuas ondas, que mantiene,
después de los olivos, cuantos cría,
las viñas y labranzas que conviene.
Rey, confirma el placer en este día
con el poder presente, que en ti viene.
Porque, si favoreces, será eterna
esta fertilidad, que me gobierna.


Una fuente dulce y clara
    y de olivas cantidad,
    y de Baco la amistad,
    que nunca me desampara,
    causan mi felicidad.
Mas si esa real presencia
    viese yo alegre algún día,
    creed, Señor, que sería
    tan grande la diferencia,
    que no me conocería.






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La Higuera


Estaba par de Zufre figurada La Higuera, de cerca de Fregenal (porque siendo de Sevilla solamente no se ha de llamar de Fregenal) como una mujer hermosa, con una basquiña colorada y la ropa morada; las manos ambas tenía ocupadas con un monte, de que descienden cuatro fuentes, que daban en una represa. Estaba coronada de hojas de Higuera con sus higos, y una fortaleza arruinada. En este lugar (que era de los Templarios) están en una puerta de piedra, en la iglesia, sus armas. De aquellas cuatro fuentes, y otras dos, que salen de la tierra, muelen treinta molinos, y los dos son de Su Majestad; parecen estar metidas en una huerta porque la cercan prados y huertas. En su Dehesa, que llaman del Caño, extreman cada un año más de veinte mil cabezas de ganado, que descienden de Castilla. Tiene otras muchas fuentes con edificios antiguos. Tratan allí en lencería, por el mucho lino que tienen. Demás de esto, es abundante de trigo, vino, miel. Habrá como ochocientos vecinos, porque la abundancia de los lugares de la sierra es tan grande, que basta formar ciudades cada uno. Y así es el Andalucía, más reprehendida por falta de cultivarla que por faltar en ella algo de lo que los hombres pueden desear, sin salir della.


Lux Inspanorum, terris clarisima nostris,
    sis bona sis felix, cuncta secunda fluant.
Triginta e liquidis, qui sunt sex fontibus, alme
   Trudo molas Cereri, censibus apta tuis.



«Luz de los españoles, clarísima para nuestras tierras, sé buena, sé dichosa, y todas las cosas te sucedan prósperas. Yo muelo treinta piedras en honra de la santa Ceres, de fuentes claras, que son seis, aparejada a dar la renta».


Clarísima luz de España,
   por todo el mundo esparcida,
    tu presencia nos convida
    a mostrar cuánto es extraña
    cualquiera otra luz de vida.
Seis claras y bellas fuentes
    tengo en diversos caminos,
   y en ellos treinta molinos
    movidos de sus corrientes,
    y dos de ser tuyos dignos.






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Salteras


Estaba enfrente Salteras, una mujer con una basquiña morada, la ropa amarilla y un plato de uvas, porque tiene campiña donde goza de aceite y vino. Que si bien miran las colores todas de las figuras, declaran también los frutos y tierra que tienen, porque se tuvo atención a que fuese todo igual, y corresponde la figura al lugar, la ropa al fruto, el color a la calidad, el sexo a su efecto, la postura a su obra, el color a la superficie y las palabras a todo.


Hispalis et virides colles, et Baetios undae
   Aduentu exultant clare Philippe tuo.
Laetitiae Bacchus dator, et Tritonia Pallas
   Ex hilarant agros tempus in omne tibi.



«Los verdes collados de Sevilla y las aguas de Betis se regocijan, oh claro Felipe, con tu venida. Baco, dador de alegría, y Palas Tritonia, alegran los campos en todo tiempo y para tu servicio».


Sevilla y su gran ribera
    se alegran con tu venida,
    l'alegría está esparcida,
    gran Señor, por donde quiera;
   nunca tal cosa fue oída.
Palas tomó con Lyeo
    del regocijo el cuidado,
    y tienen tan lleno el prado
    d'alegría, que no veo
    quien no esté regocijado.



Lyeo era nombre de Baco, porque desata de cuidados.




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Cumbres


Volviendo a la mano derecha está Cumbres Mayores, como una mujer bien dispuesta, y parece estar con cuidado de las telas que ha de hacer. Tiene una basquiña morada, la ropeta azul; en la cabeza, guirnalda de yerba y torreada. En la una mano, tiene un cayado, y en la otra una ochavilla de lino; a sus pies, un cordero. Represéntanse aquí las cumbres, que son las de San Bartolomé, las de En medio y las Mayores; son de la Sierra de Aroche.


Rex inuicte, meis in montibus omnia vitae
    Commoda nascuntur, vestio, poto, cibo.
Lina parant vestes triplici de culmine, vinum
    Faucibus inseruit, datque alimenta pecus.



«Rey invencible, en mis montañas nacen todos los provechos de la vida, visto, doy de beber y de comer. De las tres cumbres, el lino da lienzos, el vino sirve a la garganta y el ganado provee la comida».


Invicto Rey poderoso,
    de memorables costumbres,
    en estas mis altas cumbres
    jamás faltará reposo,
    si las ven tus bellas lumbres.
Ninguna cosa nos falta
    que para vivir convenga,
    lino y ganado no mengua,
    miel, vino no os hace falta,
   y aun tal, que traba la lengua.






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Huévar


Represéntase enfrente Huévar, en forma de mujer; tiene una basquiña morada, la ropa azul, y con ambas manos tiene un media arroba de aceite, midiendo sobre otro vaso grande. Es lugar nuevamente poblado. Tiene muchos olivares; es la mejor tierra dellos que hay en todo el Aljarafe. Hay molinos de aceite en grande número. Tienen muchos caballeros de Sevilla en ella sus casas y haciendas de antigua nobleza.


Dii faxint, bene sit, tua coepta secundet Olympus,
   Rex bone, nam facies te indicat esse bonum.
Me torrens olei foecundat, Bacca trapetis
   Assiduis teritur, tu venias placidus.



«Dios lo haga y sea en buena hora, el cielo prospere lo que comienzas, Rey bueno, porque el rostro da a entender que eres varón bueno. Un río de aceite me hace fértil. En mis molinos continuamente se muele aceituna. Ven ahora manso».


Seáis, Señor, bien venido,
    que en buena fe, que esa cara
    a mi parecer declara,
    que si habéis de ser temido,
    el amor no os desampara.
Yo tengo para serviros
    d'aceite algunos molinos,
    de cualquier cosa son dignos
    que los veáis quería deciros,
    mas temo que sean indignos.



Aquí se acaba el primer lienzo de una banda y otra, que contienen a ocho figuras. Y luego, en la pared de la ciudad viene una torre, que se blanqueó toda, de arriba a bajo, y en ella se puso por el lado que mostraba a los que entraban, un tarjón, con una empresa encima como relicario, y dentro dos letras S. C., para declarar la veneración y ofrecimiento que hacía la Sierra de Sevilla, con provisión del Senado y Cabildo desta ciudad. Estaba dentro una octava rima así en castellano:




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La Sierra



Aquí la fértil sierra de Sevilla,
magnánimo Señor, toda se ofrece,
que quieras con sus dones admitilla,
pues para tu servicio ella florece,
y con solo mirar puedes vestilla
de cuanto bien por todo el mundo crece.
En tal venida, en tal recibimiento,
no hay palabras que digan el contento.



Luego, en la frente de la torre, estaba un escudo de las armas reales muy grande, colorido, con la corona labrada de sus puntas, entre las cuales iban sentadas ciertas figuras como virtudes, haciendo hermosa obra, y un rétulo a los lados, que dice:

PHILIPPVS II HISPAN. REX. DEFENSOR FIDEI

PHILIPE SEGVNDO, Rey de Hespaña, defensor de la Fe



En el costado del Aljarafe, venían otras armas y otro tarjón en los mismos lugares, respondiéndose:




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Aljarafe



Alto Señor, de Betis, la ribera,
con torre, puente, naves adornada
de villas y de aldeas, hoy te espera,
por tu vista real regocijada.
La leche y fruta ahora la primera,
con olio, miel y vino está guardada,
para que tú, gran Rey, con tu venida
les des color, sabor, olor y vida.



Bien se puede decir esto al Rey, que con su justicia y gobierno se puede cultivar la tierra, que da estos frutos; porque de otra manera no los diera, ocupada con guerras y trabajos, que ellas traen.




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Aroche


Entrando por el segundo lienzo de muralla, lo primero que se ofrece, a la mano derecha es Aroche, como un hombre anciano, con una ropilla amarilla y sobre ropa azul, y un nudo al hombro izquierdo. Tiene con ambas manos una fortaleza hermosa y blanca, con sus torreones y rebellines; en la cabeza, su guirnalda y tocado antiguo; a los pies, una vaca y un buey. Tiene en abundancia este lugar colmenares, que hay muchos ricos por ellos, y ganado vacuno, y aquella fortaleza en la raya de Portugal de que es alcaide un regidor de Sevilla.


Si domine ad nostras perueneris inclyte turres,
   Lac tibi non deerit. Dulcis et Ambrosia.
Robur inest animis, moles operosior aret,
   Qua, si hostile parant, arceo finitimos.


Si, ínclito señor, en algún hora
    vinieres a mis torres y majada,
    leche no faltará, ni dulce ambrosía.
Tengo fuerzas, y brío y fortaleza,
    con que arriedro de mí los que en frontera
    están, si se atrevieran a dañarme.



Llamo Ambrosía a la miel porque se tenía por el manjar de los dioses y que conservaba en inmortalidad.


Señor, en esta aspereza
    que de lejos se parece,
    la dulce ambrosía florece
   ygual en gusto y belleza,
   y la blanca leche crece.
Los hombres son de gran fuerza,
   que yo la tengo conmigo,
   y así cuando mi enemigo
   a dañarme algo se esfuerza,
   hasta morir le persigo.






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Aznalcóllar


Está a la mano izquierda Aznalcóllar, en forma de hombre tostado del sol, a la morisca tocado, con un sayo colorado y sobrerropa azul; a sus pies tiene una cabra y en las manos un plato de presados, o requesones en sus palmas. Es lugar frontero de la sierra, y como dijimos, uno de los que guardaban el Aljarafe. Hay fama pública que la mayor parte de las minas de plata que los romanos tenían en España se hallaba aquí, porque se muestran en aquella parte pozos profundísimos hasta el abismo. Hay almártaga y alcohol; hácese allí mucho carbón de brezo para herrerías, y hay una en él. Es de mucha caza de perdices y conejos; tiene montes, donde se crían venados, cabras y muchas abejas.


Te Deus omnipotens seruet Rex optime, fausto
   I pede, fortunet quicquid in arma paras,
Exiguum munus, lactentes offero metas,
   Per me Vulcanus mollius aera domat.



«Rey muy bueno, Dios todopoderoso te guarde; ve en buen hora y él prospere cuanto ordenas para la guerra. Aquí te ofrezco unos presados, que es don harto pequeño. Por mi causa Vulcano doma los metales más blandamente».

Decían los poetas que Vulcano era el dios que tenía poder sobre la invención de ablandar y labrar metales, y el carbón de brezo es bueno para ello.


No os desdeñéis de serviros,
    Gran Señor, de mi pobreza,
    ni os ofenda mi bajeza,
    que no puedo recibiros
    conforme a vuestra grandeza.
Recebí este don pequeño
    de leche, que no es aceda,
    porque refrescaros pueda
    y el deseo de su dueño,
    que otra cosa no le queda.






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Cortegana


Vueltos a la muralla de la ciudad, estaba Cortegana en figura de mujer; la basquiña era azul, la ropeta morada, y con ambas manos ofrece un plato de panales, con algunas abejas, que por cima revolaban. En la cabeza tiene fortaleza y guirnalda de oliva; a los pies, una colmena que derrama gran cantidad de miel, y un carnero al otro lado.


Ingeniosus apum labor hos, dulcissime rerum,
    Iussit ferre fauos, vt tibi mela fluant.
Mons meus Actaeo nunquam concedet Hymeto,
    Si mea libaris munera; velle, sat est.



«Señor más dulce que cuantas cosas yo sé, el ingenioso trabajo de las abejas me mandó que te ofreciese estos panales para que corra miel en tu servicio; mi monte jamás dará ventaja a Himeto, el de la tierra de Atenas, si gustares de mis dones; y basta querer».

Es Himeto, según dice Stéfano, monte par de Atenas, abundosísimo de abejas, por las flores y aguas que tiene en grande cantidad; y así compara Cortegana su abundancia a él, y que lo sobrepujara, si su Rey gusta de lo que le ofrece.


El cuidado y la labor
    de la abeja diligente
    os envía este presente,
    Serenísimo Señor,
    como al Rey más excelente.
Si no os pareciere mal
    la dulzura desta miel,
    serviréis os della y dél,
    que en Himeto no la hay tal,
    si no os halláis vos en él.






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Escacena


Enfrente parece Escacena, una hermosísima figura con una basquiña amarilla, y la ropeta morada, y así mesmo la sobrerropa retocada de esmalte; en la mano derecha tiene una ciudad, que es la antigua Tejada, y en la mano izquierda un cetro; fue porque aquí en medio estaba antes una ciudad, que hoy día tiene cercas y puertas levantadas y, en medio, una iglesia. Fue reino, y el rey de ella tuvo competencias con el de Sevilla y, en tiempo de moros, el rey que estaba en ella (ayudándole un caballero llamado Ramiro de Guzmán) dio batalla al de Sevilla y lo venció. Quedó después esta ciudad arruinada, y della se poblaron Escacena, Paterna, Manzanilla, Castilleja del Campo porque se anega presto en el invierno todo aquel campo. Tiene un río, que el agua dél huele mal; es muy doliente sitio, especialmente junto a esta ciudad está un lago, que a la orilla tiene una higuera grandísima, y hay opinión que no se halla suelo en él. Es el agua tan verde y tan oscura, que apenas se puede ver algo en ella. Estos cuatro lugares comprendieron en sí toda la tierra que se llama el Campo de Tejada, o porque se llama ella Tejada o porque sea el vocablo corrupto de Trajana, que dicen el César Trajano haberle puesto nombre; porque los historiadores declaran que Ulpio Trajano nació en Itálica, que estaba cerca de Sevilla, lo que decían los Campos de Talca, aunque no sabemos lo cierto. Fue el primero de los Emperadores extranjeros, y así del Andalucía; dicen que desta ciudad era su mujer, Plotina, cuya prudencia y castidad ocupa alguna parte de la Historia Romana.

Tienen estos lugares muchas labores de pan; está acompañada de viñas y olivares. Sevilla tiene jurisdicción sobre estos lugares, y así es ahora suya, aunque la compraban.


Palladi Athenaeae, Tegiadae nata vetustae,
   Viuo, et quem Semele prodidit, acta Deo.
Sunt et oues, et rura mihi, sua dona capellae
   Vberius nobis, te veniente, dabunt.



«Yo, hija de la antigua Tejada, vivo en servicio de Palas Atenea, y soy llevada por el dios que parió Semele. Tengo ovejas y cortijos; las cabrillas darán sus dones más abundantemente en tu venida».

Digo aquí Palas Athenea, doblándole los nombres que tiene, no solamente por variar epítetos, sino para declarar este nombre escondido, y casi nunca puesto en latinos, sino en griegos, principalmente en el primero libro de la Iliada, tratando de la ira que recibió Aquiles de lo que Agamenón le demandaba; y teniendo la mano puesta en la espada para sacarla y matar a todos los que allí estaban, le apareció Palas, y tomándolo por la coleta rubia, le dio consejo que se reprimiese, lo cual tiene grande alegoría, según se verá en Plutarco y en Heráclides Póntico. Llámase Palas por diferentes nombres, y éste de Athena; y Athenea significa el puro entendimiento de la ciencia, que le atribuían. Es uso de poetas decir Palas Minerva, Febo Apolo. Autores para ello, Suidas, Hesichio, Nucerino, el Tesoro de la lengua griega. Y Servio, sobre Virgilio.


De cabras no una manada
    se apacienta en este prado,
    y de ovejas hay recado
    en la no alegre Tejada,
    porque no la habéis mirado.
Volvé los ojos a ella,
    que ya la miró Trajano,
    y sacó aquí de la mano
    una discreta doncella
    digna de un César romano.






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Aracena


En la sierra se pinta Aracena como mujer, con una basquiña colorada y una ropa amarilla, y la sobrerropa morada; con la cabeza torreada, la mano derecha con mucha caza de perdices y conejos y, en la mano izquierda, un manojo de cerezas. A sus pies tiene un pernil y un queso, y ciertos toques de plateros.

Es Aracena el segundo lugar, después de Fregenal, en la Sierra de Aroche. Tiene mucha fruta, caza, y lo más principal es lo que hay de salar tocinos, que es la mejor provisión que en las carnes muestra Galeno, tratando de los alimentos; y lo segundo, hacer buenos quesos, que es la segunda fuerza de los bastimentos mayores. Están en su jurisdicción muchas aldeas, y grandes, especialmente el lugar de Galaroza, que es de tanta frescura y verduras, que no hay otro que se le iguale. Dícese no haber entrado en ella contagión de peste por la frescura, y fragancia de las flores, que sobrepujan a cualquier corrupción de aire; y no es mucho que las yerbas y flores olorosas puedan tanto allí contra la peste, pues se dice de la montaña Etna (que es Mongibel en Sicilia) que son los sotos y bosques, que tiene, tan frescos y tan olorosos, que quitan el olor, y rastrear a los perros de caza. Y el adagio Aetnaeus venator, «cazador de Etna», quiere decir «hombre que trabaja en balde», porque aunque lleve muchos canes, no tienen sentido en entrando.

Por allí van Cortegana, el Almadén, Zufre, Real, Hinojales, Santa Olalla y Cumbres, de que tenemos dicho. Todos son lugares donde hay mucho lino, grandes colmenares y se hacen tocinos de la mejor sazón que hay en toda la tierra, de que se puede proveer la vida humana para el mar, en tierra, en guerra, en paz; y así tienen mantenimientos perpetuos, y fruta de todo el año, que es grande riqueza.


Splendide Rex, nostris conuiuia lauta parantur
   Deliciis, dabit hoc lactea massa, sues.
Cum ceraso perdix, dein mensis poma secundis,
   Argentum, atque aurum fert tibi fossus ager.



«Magnificentísimo Rey, los grandes banquetes se aderezan con mis regalos; esto dará el queso y los tocinos, la perdiz con la cereza y toda la fruta, que es para la segunda mesa. Si cavan mi tierra, da plata y oro».


De aquí se proveen, Señor,
    las comidas más sabrosas,
    leche y cerezas hermosas,
    perdices de buen sabor,
    y perniles y otras cosas.
Hallaréis plata, y aun oro,
    si el verde prado caváis.
    Sólo vos aquí faltáis,
    que sois el mayor tesoro.
    Suplícoos que me veáis.






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Paterna


Correspondía en el otro muro Paterna. Tenía la basquiña colorada y la ropa azul, con una canasta de uvas en el brazo derecho, y, a sus pies, un vaso de aceite (Ya tenemos tratado de ella).


Ancillor Diuae, quae doctas dixit Athenas,
   Et Bromio, vt manibus vina oleumque geram.
Pasco greges, tu Rex, tu pastor, tu pater adsis,
   Lacte, oleo, vino, rex, pater, auctor eris.



«Sirvo a las diosas que puso nombre a las sabias Athenas y a Bromio para traer en las manos vino y aceite. Apaciento ganado. Séasme tú el Rey, tú el pastor, tú el padre, y con leche, aceite y vino, serás Rey, padre y augmentador mío».

Llamaban los antiguos a Baco por muchos nombres; Bromio era uno, del bramar que hacían cuando los sacerdotes suyos lo invocaban.


A la virgen, que de Atenas
    fue la soberana gloria,
    a todo el mundo notoria,
    de cuya doctrina apenas
    se conserva la memoria,
sirvo, y a Baco sin alas,
    apacentando esta grey
    y obedienciendo su ley,
    mas si tú vieses mis galas
    Baco y Palas serías, Rey.






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Alanís


Está luego Alanís, en la banda de la ciudad, después de Aracena, no porque esté cerca, sino por poner algunos lugares de la Sierra de Constantina.

Es dos leguas de Cazalla; tiene una fortaleza que, aunque está mal tratada y derribada, era de buena presencia; su asiento es llano. Tiene un buen templo y una plaza delante dél. Goza de muchas viñas donde se hacen buenos vinos. Es opinión que se llamó de los pueblos alanos, que descendieron del norte con los suevos, siendo capitán Gunderico, hijo de Modigisdo, rey de los vándalos, que reinó en Galicia cuarenta y seis años, y tomó a Sevilla, y en ella murió, habiéndose desacatado contra la iglesia. No es maravilla que de los alanos pueblos se diga Alanís. Y tiene por insignia dos Alanos.

Hizímoslo en forma de viñadero por el cuidado de sus vinas, con un sayo pardo y la ropa encima colorada, caída al brazo izquierdo; en la mano siniestra una lanza pequeña, en la derecha, una canasta de uvas embrazada; y a sus pies, otra para acarrerar uva a los lagares. Tiene en la cabeza un sombrero de palma y unos muros encima. Está muy tostado del sol y enojado; calzadas unas botas.


Siquid vina iuuant, Rex maxime, nostra Falernis,
   Aut Surrentinis cedere posse nego.
Namque meum nectar vario cum murmure linguas
   Nectit, et egregie tentat vtrunque pedem.



«Si da algún gusto el vino, Rey muy grande, niego yo que los míos darán ventaja a los de Falerno, o Surrento, porque mi dulce bebida Néctar, con vario tartalear traba las lenguas y escogidamente pone en danza el un pie y el otro».


Señor, si el vino aprovecha,
    que suele ser de provecho,
    aunque a veces con despecho
    el mío no se desecha.
    Desto estoy bien satisfecho.
Traba un poquito la lengua,
    distrae el entendimiento
    y un poco saca de tiento,
    pero si es para unos mengua,
    para otros es contento.



Otra:


Si los vinos algo aplacen,
   Rey muy alto y poderoso,
    ni el Falerno generoso,
    ni el Surrento mengua hacen.
No dan los míos ventaja,
    porque su bebida fina
    a las lenguas desatina
    y a los pies ambos ataja.






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Tomares


Está enfrente, a la parte del río, Tomares, un hombre anciano con un sayo azul y su sobrerropa morada, y en ambas manos un monte con sus casas. Declara la jurisdicción que tiene sobre algunos pueblos a la redonda, San Juan de Alfarache, la calle de Castilleja, Camas, una fuente que tiene muy buena.


Atque ego nequaquam minimus sum e pinguibus aruis,
   Quae Cereri, Baccho, Palladi sacra ferunt
Et mihi sunt populi, qui non parere recusent,
   Omnia sed pedibus Rex meus, apta tuis.



«Cuantis que yo no soy el menor en los gruesos campos, que sacrifican a Ceres, Baco y Palas, y aun también tengo unos pueblos, que no rehúsan de obedecerme. Pero, Rey mío, todo ello es bueno para poner debajo tus pies».


Señor, olio, vino y pan
    no menos que en otra parte
    aquí el cielo lo reparte,
    y fruta y flores nos dan
    el ingenio, industria y arte.
Y a vuestro servicio estoy,
   por señor de otros tenido;
    con esto todo os convido,
    y a eso vine aquí hoy.
    Sed, de aceptarlo, servido.






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Constantina


Par de Alanís levantamos a Constantina, una mujer hermosa con una basquiña amarilla, una ropeta azul, y la sobrerropa de tornasol amarillo; tiene a los pechos una medalla o joyel, en que está un rey a caballo, que es el rey don Alonso el décimo, que la ganó de los moros residiendo en Sevilla. Tiene también en la mano derecha un plato de mucha fruta y flores; sobre la cabeza una guirnalda de cerezas y otras frutas, un árbol acabado de cortar, y a los pies, dos canastas llenas de mucha abundancia de frutas, castañas, cerezas, guindas.

Es Constantina villa abundosa de aguas: pasa un río por medio della; y alrededor hay una fortaleza cercada, con un sitio en ella, que en tiempo de los moros no había más vecinos de los que allí se acogían, que eran ciento y cuarenta. Salían de allí a correr la tierra. Tenían grandes contiendas con otra villa y fortaleza, que no está lejos, llamada Montemolín. Tiene por esta parte más de tres leguas de término, en el cual hay grandes lagares y casas principales, heredades, viñas, castañares, de que se saca mucha madera y castaña; hay algunos pinos y mucha caza. Cercan la villa muy frescas huertas, de todo género de frutas, especialmente manzanas y camuesas. Está asentada en un cerro, y después un llano, que toma el río, por donde se ha extendido todo el lugar, en que puede haber más de mil y doscientas casas. El río va hecho todo acequia. Hay en la templanza de la tierra una cosa señalada, que puestos en medio del lomo o cerro della, es la tierra caliente tanto como el Andalucía, y por esto se crían allí muchos árboles de agro, cidras, naranjas, limas; y la otra caída, hacia el Monasterio de San Francisco, junto a Santa Constanza, es tan frío como lo más de Castilla la Vieja, y así no hay en aquella parte naranja, ni lima, ni otro árbol que en tierras calientes se suelen criar; así que, en un mesmo lugar, podrá el hombre pasar el rigor del invierno con mucho calor viviendo en la parte caliente, y mitigar el furor del verano con mucho fresco, yéndose a la parte fría. Lo cual está probado por muchos, que se han remediado del frío y del calor, en tan pequeña distancia de tierra. Por este lugar se llama toda la sierra de Constantina hoy. Habrá trescientos y cuarenta años, poco más o menos, que los cristianos la ganaron de los moros, después de asentado el Santo Rey don Fernando en Sevilla. Porque, habiéndola ganado, y queriéndose volver a Castilla, convidado por un loco en la torre de la iglesia mayor, le enseñó cuán llena de moros quedaba la ciudad; y así se quedó, y de allí ganó todos los lugares del Andalucía, y al rey de Granada hizo que le diese parias. Y este Santo es el que tenemos en la Capilla de los Reyes.


Hesperiae lumen, tua sum, tua dicar, oportet,
   Nam seruire tibi gloria summa mihi.
Herba, frutex, arbor vireant tibi. Mitia poma,
   Castaneas nuces sic mea sylua dabit.



«Lumbre de España, tuya soy, conviene que me diga tuya, porque servirte es Gloria, la más alta que puedo tener. La yerba, la mata, el árbol estén verdes en tu servicio, la fruta madura, y castañas así las dará mi bosque».


Claro sol y lumbre clara,
    vuestra soy y no conviene
    que esa luz se me enajene,
    pues a nadie desampara,
    que su maldad no condene.
Serviros, Rey, es mi gloria,
    y no he merecido pena;
    mi fruto y la yerba amena,
    cuya beldad es notoria,
    no permitáis que sea ajena.






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Valencina


A la otra parte de la muralla fingida, estaba Valencina, una mujer aldeana en hábito de cogedera, con una basquiña azul y ropa colorada, en la mano izquierda una cesta de aceitunas, con un delantal blanco y unos pollos. Según dice el cantar, es del Aljarafe. Tiene las particularidades que los otros. Viven en ella algunos caballeros de Sevilla.


Sunt oleae, sunt oua mihi, raucaque palumbes,
   Et valeo olaceas stringere, robur inest.
Paruula sum censu, sed amico magna Philippo
   Piam, Maiestas si mea rura perit.



«Tengo aceitunas, huevos y roncas palomas; puedo coger aceitunas y tengo fuerzas para ello. Pequeña soy en la renta, pero podré ser grande con el servir a Felipe, si la majestad viene por mis heredades».


Mirad vuestra servidora,
    que lo soy por vida mía,
    y de lo que aquí se cría
    recibid, que en tan buen hora
    tengo yo nueva alegría.
Pobre soy, pero muy rica,
    si vos, Señor, me miráis
    y del olio os contentáis,
    si con esta palomica
    y huevos no os enfadáis.



En muchas partes de estos epigramas procuré contrahacer la forma de las razones que diría cada uno de los pueblos a Su Majestad cuando le hablase, una más avisada de que otra, guardando el decoro cuanto mejor pude.




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Cazalla


Púsose Cazalla par de Constantina porque fue después poblada; era un lugar desierto, cuando se ganó la sierra del poder de moros, que la tenían sin título o nombre mas de que había una fortaleza antigua, toda derribada, y las paredes della levantadas. Dicen que yendo un día el Rey Don Pedro a caza (habrá doscientos años) en una laguna que allí estaba, en busca de una garza, dijeron los cazadores, que estaba allí una, y que dijo: «¿Garza hay? Pues cazalla». De cuya palabra se quedó el nombre que ahora tiene. Y así estuvo con sesenta vecinos, poco más o menos, hasta que (habrá cincuenta años casi) los moradores de aquel lugar comenzaron a poner viñas, y visto que aprobaban bien, y daban mucho fruto, los vecinos de Sevilla (como lugar de su tierra) fueron a poblar a ella y plantar viñas, de manera que es colonia hoy hija de Sevilla. Y suben en tanta cantidad, que ningún lugar hay en el reino que tenga tantas viñas. Habrá mucho número de vecinos ricos y casas bien labradas; de la parte de la fortaleza se ha hecho un templo grande. Tiene, a dos leguas, el Pedroso, que es lugar de muchos olivares, y viñas también. Hay caza de perdices y conejos. Es suyo un monte particular, a manera de dehesa.

Y la Puebla de los Infantes es lugar con fortaleza. Hay grandes montes. Cógese en él mucho vino. Llamóse de los Infantes porque se dio en un tiempo para ciertos infantes, hijos del rey de Castilla.

En la Sierra de Constantina pone Sevilla un alcalde de la justicia, que conoce de las causas criminales en sólo Constantina, El Pedroso y La Puebla, porque en Cazalla ni puede entrar, ni juzgar.

Está la figura de Cazalla hermosamente pintada, porque tiene el rostro alegre y mira a todas partes, según los ojos están puestos; con una basquiña azul y una ropeta morada. Tiene sobre su cabeza una fortaleza y guirnalda de parras con uvas. En la mano izquierda está sentado el niño Baco, coronado de pámpanos, con un racimo de uvas mollares en la mano; ayúdase con la derecha a tenerlo. A los pies, tiene una canasta con uvas y cerezas. Está muy rica, los dedos con muchos anillos.


Magne Philippe meis in collibus uva colorem
    Ducit et aeterno numine Bacchus adest.
Est puer in manibus semper, mea praela frequenti
    Voce sonant. Valles Euhye Bacche fremunt.



«Grande Philipe, en mis collados toman las uvas color y Baco se halla presente con perpetuo poder. Téngolo muchacho en mis manos siempre. Mis lugares suenan con voz continua. Y los valles braman dando gritos: Baco, buen hijo».


Gran Felipe, mi Señor,
    veis toda aquella alta sierra,
    pues no hay un palmo de tierra
    en todo aquel rededor
    donde a Baco hagan guerra.
Do quiera es obedecido
    este niño tan bonito,
    y así de mí no le quito,
    porque aunque no es comedido,
    es apacible infinito.






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Gerena


Gerena está de la otra parte, en forma de mujer; tiene la ropa morada y la sobrerropa azul, caída al brazo izquierdo, y una basquiña amarilla. Muestra un ramo de fruta en la mano, que son manzanas. Está cercada por una parte de campos para sembrar pan y, por la otra, de sierras, adonde hay mucha caza.


Me virides fingunt campi, rupesque superba,
    In quibus alma Ceres viuit et alma Pales.
Poma Philippe potens, qua felix purpura vestit,
    Ornabunt mensas, dona secunda tuas.



«Los campos verdes y las soberbias peñas me dan forma, del uno y otro lado en que la fértil Ceres y Palas viven. Poderoso Felipe, las manzanas que la dichosa púrpura viste (como fruta de postre) yrán a tus mesas».


Veis, Señor, el monte y prado
    y la levantada peña,
    pues no menos pan que leña,
    y aceite muy esmerado
    se coge en aquella breña.
Hay manzanas olorosas
    de la color de la grana,
    y otra fruta más temprana;
    si os parecieren sabrosas,
   dárseos han de buena gana.


El prado y alta sierra,
adonde fruto y flores,
con variedad de gustos y de olores,
Ceres divina por su parte encierra,
y a do Palas extiende sus favores,
de su beldad repartirá contigo,
y de su fruto se verá adornada
tu mesa, si te agrada.
Recíbela, Señor, que yo te digo
que no es en esta tierra despreciada.






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Fregenal


En la parte del muro antiguo, junto a Cazalla, estaba Fregenal, que aunque sea de la Sierra de Aroche, por ser pueblo tan principal, se puso en lugar más cercano a Sevilla, en figura de hombre anciano, las barbas largas a lo antiguo, y canas. La ropa colorada, la sobrerropa azul, anudada sobre el hombro derecho, con su espada ceñida y, sobre su cabeza, una fortaleza; en la mano izquierda una guirnalda, y en la derecha un instrumento que inventaron los curtidores para sacar los cueros. A sus pies tiene un toro. Todo esto tuvo razón porque es antiguo lugar, y el primero de la Sierra de Aroche; tiene por la parte de Portugal los campos de la contienda, que pretenden Portugal y Castilla que sean suyos. Sobre los términos ha habido disensiones y muertes de hombres entre los dos reinos; hubo acuerdo entre los reyes que se declarasen jueces definidores. Este campo es lleno de montería; hay espacios largos para sembrar y para criar ganado vacuno. Tiene una buena fortaleza. Hácense aquí todos los cueros de solería y curtiduría. Pusímosle espada por ser el lugar belicoso. Dímosle aquel instrumento o insignia de oficio, que tanto es menester para la vida humana, como los antiguos señalaban sus dioses con las cosas que habían inventado. Y es el curtir cueros provechosísimo para poder pasar en esta vida, y digno de loor quien lo ejercita, y tan ricamente. Pero ya ninguno se precia de su oficio, y hácelo mal, pues no puede alcanzar término de vivir el que huye de lo que ha menester la vida.

Dicen que Frenegal se dijo de un fresno grande, que tiene.


Vmbrosi colles et prata virentia molli
   Me cliuo attollunt divitiaeque beant.
Nil mihi de toto deerit Telluris honore,
   Si mea Rex fuerint munera grata tibi.



«Los collados sombríos y verdes prados me levantaban con un blando recuesto y las riquezas me hacen próspero; Rey, no me faltara algo de toda la honra de la tierra, si mis dones te fueren agradables».


Del alto collado umbroso
    recibí el fruto escogido,
    que aquí donde estoy subido
    soy no menos abundoso,
    claro Rey, que habéis oído.
Si mi oferta, gran Señor,
    acierta a ser apacible,
    como sería posible,
    cosa no hay alrededor
    que no sea convenible.






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Bollullos


Estaba a la otra banda, enfrente, Bollullos, en figura de hombre simple, con un sayo grande pardo, burelado, unas redondas mangas con ruecas y cañones antiguos; su media calza parda y zapato vacuno; la caperuza parda, hecha a cuartos, andaluza, sobre la greña de las que dicen enhetradas; la barba y cabello espeso, las facciones de hombre criado en el campo, y él mostrando alegrarse. Tenía en las cuchilladas de las mangas y pecho muchas cintas encarnadas. En la una mano, una canasta de aceituna, que se va parando prieta, y a los pies otra de huevos.

Es lugar antiguo del Aljarafe que llamaban los moros Bollullos. Tiene algunas aldeas y casas en su Mitanza, o jurisdicción, a quien acuden. Hase conservado allí la simplicidad rústica, la cual cuánto sea loada por los poetas, quien lo quisiere ver lea a Virgilio en las Geórgicas, Horacio en sus Odas (y Garcilaso, que lo imitó), Policiano en la Silva, y no se desdeñará de tan quieta vida. Y en recibimiento de tal señor, el que procura mostrar más contento, se tiene por más servidor, y que más sencillamente se huelga, porque trae el corazón abierto, y que dé luego muestra de su bondad para ser amado, y que se confíen dél en sus servicios, y no le espantarán sus dobleces para dar el premio.


Omnia nunc rident, nunc formosissimus anulis,
   Pestis et ira Deum saena fames abiit.
Nescio, quid causae, nisi te videre Philippe,
   Es fugere, satur, sic ego et incolumis.



«Todo cuanto hay se ríe, y es ahora el año hermosísimo: la pestilencia y la ira de Dios con la hambre brava se fueron a casa del diablo. No sé, pardiós, qué sea la causa, sino que os han visto, Rey Felipe, y tomaron las de Villadiego. De esta manera quedo yo harto y sano».


Todas las cosas se ríen,
    y aun me parece que el año
    a osadas, si no me engaño,
    que de hoy más en él se críen
    cosas de bien poco daño.
La ira de dios se acabó,
   y la hambre es ya partida,
    todo esto aquí me convida,
    sino que me alegre yo,
    Rey mío, con tu venida.



No es poco de considerar el buen suceso de este año, después de las calamidades que han fatigado a Sevilla, tan espantosas y de tanto daño.




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Alcalá de Guadaira


Ofrécese, en las postreras figuras hacia la ciudad, Alcalá de Guadaira, en forma de hermosa y dispuesta ninfa, con una ropa azul y la sobrerropa morada, y un mando colorado, caído hacia el brazo izquierdo. Encrespados los cabellos, y una fortaleza casi al retrato de la que tiene, con su guirnalda de olivas, y un plato en la mano izquierda con algunos panes, que son las hogazas de Alcalá. A los pies, una pila de mármol para recoger agua, que manaba del pecho derecho, y con los dedos de la mano derecha estaba ordeñando en forma de una mujer que da leche a quien cría. En los pechos tenía un joyel de una piedra preciosa y dos ángeles dorados, que la tenían. Y para declaración desto es menester saber que Alcalá es lugar de un sitio alto y excelente para la salud. Su fortaleza, galana y polida; la cual dicen algunos escritores que era guarda y defensa desde Carmona hasta Sevilla. Entre las cosas que tiene de notar, es la fuente de los caños, que llaman de Carmona, no porque vengan desde Carmona, sino porque desde Torreblanca hasta Sevilla vienen por el mismo camino y calzada que van a Carmona. Hay una peña levantada en un cerro, con una profunda cueva, adonde bajan por sus gradas, y hállase siempre allí un manantial de agua tan grueso como un cuerpo de un buey, que de tiempos sin memoria a ésta nuestra edad, ante de romanos y después en todos los siglos, esta fuente ha estado con el golpe de agua que ahora tiene, sin apocarse o enturbiarse. Es de tan grande claridad, que mirándose por lo alto della, se parescen las arenas y suelo, con las menudas guijas. Ésta sale por una canal de piedra tosca. Tiene sus acequias, que duran más de legua y media, yendo algún espacio por dentro de los montes, llevando sus lumbreras a trechos, hasta que viene a dar en Torreblanca, do pasa un molino y después va por un lado del camino hacia la cruz, y allí vuelve a la mano izquierda y comienza a subir desde el suelo, por arcos de una vara y dos, y estado, hasta otro molino, donde se parte la tercia parte para la Huerta del Rey, y de allí van los caños levantándose todo lo que la ciudad tiene de baja, llegando al peso y sitio de Sevilla, subiendo por cima de la puerta donde está el repartimiento del agua, y de allí va por los muros que encaminan a la Puerta de la Carne hasta el Alcázar mucha de esta agua; en fin es un grande río que todo se consume dentro de la ciudad, sin salir gota, ni bastar Guadalquivir a no quitar la falta que estos caños hacen, cuando hay algún impedimento en ellos. El principio desta agua en Alcalá está con grande guarda, y tiene su llave; corre alrededor del lugar el río Ira, a quien los moros llamaron Guadaira. Va rodeado de grandes arboledas y frescuras, que es lo más fresco y deleitoso de toda esta tierra, por la hondura que aquella agua lleva y levantados árboles que le dan sombra. De allí, este río viene por toda Tablada con molinos, azacayas, huertas de grande fertilidad, puentes, tierras de pan, hasta Bellaflor, donde lo recibe la marea del Guadalquivir, y perdiendo el nombre, se queda encerrado en el padre de los ríos del Andalucía.

Bastece Alcalá a Sevilla de pan, en competencia con Utrera, aunque tiene cierta color morena y se llama hogaza. Hay aquí grande número de aceituna gordal, y tiene nombre por todo el mundo.


Optime rex nostro descendunt colle fluenta
   Iugis aqua, Hispalios quae tenes alta lacus.
Vbere parua meo genitricem filia lacto,
   Meque Ceres pascit, grata Minerua sonet.



«Rey bueno, de un collado que tengo descienden arroyos de perpetua agua, que puesta en alto posee las pilas de Sevilla y, aunque soy hija pequeña, doy de mamar a mi madre. Ceres me mantiene y la agradable Palas me regala».

Es imitación ésta de la hija, que cuenta Valerio Máximo haber dado vida a su madre, con sustentarla de su pecho por algunos días. Y lo mismo de Cimona con su padre, mostrando su piedad.


Yo humilde hija piadosa
    a mi madre doy el pecho
    bañando no a mi despecho
    de Sevilla la hermosa
    el verde y florido lecho.
De Ceres, y de Minerva,
    soy, Señor, favorecida;
    Minerva me da la vida
   y Ceres la espiga y yerba,
    con que ella es entretenida.






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Guillena


Enfrente estaba Guillena, en figura de mujer, con una basquiña morada y la ropa amarilla; tiene en la mano derecha un vaso de que sale agua, y sobre su cabeza tiene fruta. Es un lugar fresco, adelante de El Algaba. Tiene buenas tierras de pan, muchas huertas de extremada fruta de naranjas, ciruelas. Pasa el río Buerba par de las casas, por un prado que es muy fresco, porque viene por entre unas peñas altas y lugares solitarios y de mucha sombra. Péscanse en él muy buenos albures, y también lampreas. Viénese a juntar por El Algaba con Guadalquivir; y en los inviernos es grande.


Sorte fruor laeta, me flumen piscibus, horti
   Conspicuam reddunt, messibus arua nitent,
Quid mihi adhuc superest, nisi me Rex optime visas,
   Aut placido vultu sumere nostra velis.


Gozo de alegre suerte y gran ventura,
que el río con sus peces me enriquece,
las huertas dan sus frutas y frescura,
y con mieses el campo resplandece.
¿Y qué me falta ahora en cuanto dura,
si mi deseo algún premio merece?
Que me visites, o con buen semblante,
Gray Rey, aceptes lo que ves delante.


Si este prado y fresco río,
    de pescado y perlas lleno,
    el prado fértil y ameno,
    de frutas y espigas crío,
    sin ningún favor ajeno.
Algo más esto desea,
   invicto y claro Señor,
    es mirar vuestro valor.
    Vuestra Majestad me vea
    que lo merece mi amor.






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Utrera


Estaba Utrera la postrera en el muro de la ciudad para acompañar a Sevilla, hecha una hermosa matrona, con el semblante honesto y vergonzoso, la ropa de encima amarilla, y la de abajo azul. En la mano derecha tenía una taza con roscas, piñas y uvas; en la izquierda, también piñas y debajo del brazo, muchas espigas. A sus pies, un vaso antiguo con aceite. En la cabeza, una corona de oliva, y torreada. En los pechos, un joyel, y dentro la imagen de Nuestra Señora de Consolación.

Es Utrera la principal villa de la banda morisca, o campiña, modernamente fundada. Dicen que tomó nombre de utrera, que es novilla de tres años, y que los vecinos de aquella tierra, no habiendo lugar o villa (según ahora) contribuyeron cada uno con su utrera y fundaron aquella fortaleza y sitio de muros, por do está lo antiguo, para defenderse todos juntos los que vivían por aquellas casas apartadas, de los moros. Poblóse después aquella villa en la forma que ha venido a ser la más rica y noble de las que tiene Sevilla. En cuyo circuito está, dentro de unos olivares, el monasterio de Nuestra Señora de Consolación, que resplandece con muchos milagros, y que comenzó su devoción el año de sesenta, habrá diez años, con extraño fervor de toda España, que viene a su altar. Cuándo se halló y cómo vino a poder de los religiosos de la Victoria, déjolo para su libro. A contemplación desta Señora hice la obra que se llama Peregrinación de la vida.

Está cercado este lugar de extendidas vegas de grandes y espesos pinares, de huertas y de olivos siempre verdes, todo en grande abundancia; tiene viñas muchas; yerbas muy olorosas a su tiempo. Bastece a Sevilla del mejor pan que hay en España: las roscas y las demás formas. Es poblada mucho. Tiene iglesias y monasterios y hospitales grandes, donde se hacen honradamente los divinos oficios y se ejercitan obras de religión y piedad. Es tan aderezada en todo, y tan fértil, que a no estar Sevilla tan cerca fuera obispado. Hay en ella una hermosa fuente cubierta con una capilla, y su pila de agua, o abrevadero, que se llama el Alamedilla, camino de Lebrija. Aquí están cerca Los Molares, donde se hace una grande feria de paños y otras cosas por octubre.


Accipe dona meis innata patentibus aruis,
   Clara Deum soboles, Austriadumque decus.
Quamuis flaua Ceres det fruges, vina, Lyaeus,
   Detque oleum Pallas, lignaque det Cybele.
Plus tamen exhilarat me semper Virginis ara,
   Quo rex praesenti numine tutus eas.


Clara generación de héroes, honra
de la Casa de Austria, tú recibe
los dones, que en mis campos extendidos
nascen a la contina, y aunque frutos
me dé la roja Ceres, vinos Baco,
Palas olio, y de Cybele los pinos,
con más razón que todo esto me alegra
el altar de la siempre virgen nuevo,
que de Consolación tiene renombre
Gran Rey, con ella irás siempre seguro.


Divina Sobole, clara,
    de la Casa d'Austria gloria
    de tan felice memoria,
    que a sí sola se compara
    tu ilustre y felice historia,
Palas, Ceres y Lyeo
    y Cybele me enriquece,
    pero no me ensoberbece;
    una virgen, que en mi veo,
    es lo que más me engrandece.






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Alcalá del Río


En la parte del río, y enfrente, remataba la obra Alcalá del Río, en figura de mujer. Tiene la basquiña morada y la ropa colorada con sobrerropa parda; entre las dos manos desenvolvía un esparruel o atarraya, en que se traslucía algún pescado, y detrás por los pies se veía un grande sollo, con la cabeza y cola, que se suele pescar delante de la mesma villa. Es este lugar el primero donde el Rey don Fernando el Santo, que ganó esta tierra de los moros, puso cerco; es de mucho pan. Tiene el río Guadalquivir junto a las casas. Vienen los pescados a ser de otra calidad, pasando de Alcalá del Río arriba, porque la marea de la creciente, que viene de la mar, sube hasta Alcalá dos leguas más, y los pescados hasta allí desde Coria son fríos y húmidos, en medio de el primero grado, y los de Coria hasta Sanlúcar, que reinan en agua salada, son fríos y húmidos en principio del primero grado, y los de Alcalá hacia Córdoba están en fin del primero grado, y destos pescados unos hay naturales y otros accidentales.

Los pescados del agua dulce de Sevilla los más nombrados son diez, albures, robalos, sábalos, sollos, truchas, sabogas, camarones, lampreas y anguillas, bogas, barbos. Déstos, unos hay con escama y otros no. Los robalos desde Cantillana a Alcalá son menos fríos y húmidos que en otra parte y son sanos; los sábalos de Alcalá hasta Coria son mejores que los que se toman della a Cantillana, porque donde no llega la creciente son más gruesos y engendran fastidio, y no son tan livianos de digerir. Lo cual en los sollos es bueno, que son los mejores entre Cantillana y Alcalá. Las anguillas son mejores de Coria a Alcalá por muchas causas.

Vale mucho la pesquería de Alcalá. Pásase allí el río por barca y maroma. Está dos leguas de Sevilla. En su iglesia tiene un sepulcro de piedra antiguo de gran devoción de un santo llamado Gregorio, que hace milagros de más de mil años a esta parte, según paresce por su inscripción antigua. Vase por allí a Nuestra Señora de Aguas Santas, que está en término de Villaverde. De allí a media legua, en el camino de Sevilla, está La Rinconada, que es de su jurisdicción, junto al río que llaman Guadalquivir, con un brazo que entra por tierra. Y es collación de Sevilla. Tiene privilegio de meter sus vinos en ella y, si las puertas estuvieren cerradas, lo puede meter por encima de las cercas. Aquí vino Su Majestad, según dijimos al principio.


Alterno Baetis dum me pater alluit aestu,
    Aggredior pisces retibus, arte manu.
Maxime Rex salue, nam tu maioribus vndis
    Oceani instar adet, praesidiumque tuis.



«En tanto que el padre Betis me baña con su marea (que a veces vuelve) acometo los peces con redes, arte y mano. Poderoso Rey, estés en buen hora, porque tú con mayores ondas vienes, en forma del Océano, y para los tuyos traes favor mayor.


Con redes y con la mano,
   no sin arte engañadora,
   soy, Señor, gran pescadora,
    entre el invierno y verano,
   do a Betis no dejo un hora.
Vos, Señor, con mayor brío
    bañáis la verde ribera.
    Paréceme, si no os viera
    venir con más señorío
    que por Océano os tuviera.






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Descripción de Sevilla


En las últimas torres (donde estaba el otro arco, de una grande apariencia) en las fronteras, había dos figuras, que representaban mucha majestad y hacían hermoso efecto, porque en la parte de la muralla antigua estaba Sevilla, en hábito de mujer como las otras, aunque muy diferente en grandeza, disposición, e insignias. Y antes que las pintemos será razón tratar della (aunque me atrevo a mucho). Y pues los extranjeros viniendo a ella, la describen, bien debemos dar una muestra de lo que mejor sabremos.

Andrea Navagero viniendo a Sevilla el año de 1526, cuando se celebraron los casamientos de los bienaventurados señores nuestros, Don Carlos y Doña Isabel, en esta ciudad, en una epístola a doce de mayo, describe a Sevilla. Pero aunque, en las cosas que dice, trate verdad, es tan diferente el tiempo de entonces al de ahora, en cuarenta y cinco años que han pasado, y está la ciudad tan de otra manera, han crecido los edificios tan ricamente y los tratos han subido tanto, que se espantara el mesmo Navagero. Dejo ahora de averiguar la antigüedad de Hispalis, que fuese Sevilla la vieja, que Itálica, que Constancia Oser; quién fueron los primeros fundadores, su nombre de ellos y della, el sitio, el muro y acrecentamiento dél. Solamente diré un poco del aire, sitio, grandeza y algunas particularidades que tiene.

El aire en Sevilla es caliente y húmido en primero grado a respecto de Córdoba y de los otros lugares de la frontera. Está Sevilla en treinta y siete grados y algunos minutos; llegada a la equinocial seis grados más que Toledo y uno más que Córdoba, y por eso es más caliente naturalmente, y por accidentales causas; también porque le hiere el sol más de derecho, por ser honda y baja, es llana y cercada de río y pantanos, y tiene algunos terraplenos más altos, que se hicieron de no buena tierra, tiene sus causas para ser húmida también. Fue en un tiempo más caliente y húmida que ahora; porque se ha enmendado esto alzando las calles y empedrándolas, quitando los perpetuos lodos que tenía en calles sombrías, haciendo muchos aposentos, limpiando las puertas de la ciudad, desaguándose las lagunas y pantanos, quitando los salidizos y todo lo que era causa de continas enfermedades y peste en esta ciudad hasta el año de veinticuatro.

Está situada Sevilla a la mano siniestra del río, como viene de Córdoba, y coge por allí la puerta del Almenilla, de San Juan, de Goles, de Triana, del Arenal, el Postigo del Aceite, del Carbón, hasta la Torre del Oro, y aun ve la de Jerez, que está a la vuelta, con la huerta del Alcoba, hasta la fuente de Calderón y el Postigo del Alcázar; y por aquí es lo que ve el río, dejando a la mano derecha el Aljarafe con Triana. Por la parte del nacimiento de el sol, va Tablada con los tres arroyos, Tagarete, Aritaña, Guadaira. Desde la puerta de la Carne, de Carmona, del Fosario, del Sol, de Córdoba, de Macarena, la puerta Nueva, que junta con el Almenilla, y haciendo de Sevilla tres líneas, hay unas partes más calientes y húmidas que otras, como estas dos líneas que habemos hecho de Poniente y Oriente. Irá luego otra desde la Puerta de Jerez hasta San Clemente, lo cual es negocio de mayor volumen. Esta mesma razón habrá en las calles, según más o menos occidentales o orientales fueren. También se debe mirar si están abiertas o cerradas las calles, las casas o plazas, si son bajas o altas, a do tienen las ventanas, si hay anchuras de corrales, patios o miradores. Y si en algún lugar hay reparos para los daños del calor y la humidad, es aquí, donde la riqueza y abundancia, destreza y comodidad suplen y facilitan todo cuanto parece imposible.

Es toda Sevilla cercada de murallas altas, con sus barbacanas y rebellines a las puertas, que en algunas se han desbaratado, como en las de Macarena, de Jerez, del Arenal y de Goles, que ahora es la Real.

Tiene veinticinco collaciones. Monasterios de frailes de todas órdenes, y de monjas, donde hay grande riqueza (y) bondad de vida. Edificios señalados. Cuidado extremado en el culto divino. Diligencia en el servicio de los beneficios. Cuentas de grandísimo número de misas, solemnidad de fiestas, infinitos jubileos, y en uno se halló los años pasados número de cuarenta mil hombres y noventa mil mujeres, sin los niños, viejos y criados, que quedarían en casa. Continuación de confesiones, devoción perpetua de Nuestra Señora y de los demás santos. Muchas cofradías de diversas insignias, donde clérigos, frailes y monjas, de noche y de día, se emplean en servir a Dios y aprovechar a su prójimo.

Si comenzamos del maravilloso templo de la iglesia mayor, con Santa María la Blanca y Santa Cruz, todo es de admiración. Tras dello San Salvador, iglesia Colegial, donde hay canónigos; San Niculas, la Magdalena, San Isidro, San Ildefonso, San Bartolomé, San Esteban, San Andrés, San Martín, San Miguel, San Vicente, que fue iglesia mayor en tiempos de godos, San Lorenzo, Omnium Sanctorum, San Juan de la Palma, San Pedro, Santa Catalina, Santiago el viejo, San Román, San Marcos, Santa Marina, Santa Lucía, San Julián, San Gil. Los monasterios de frailes: De los dominicos se hallan cuatro dentro de la ciudad, San Pablo, el Colegio de Santo Tomás, Regina, Montesión, y uno de fuera, que es Porta Coeli. Es de grande veneración y edificio el de San Francisco, y tiene ya en su hábito el monasterio que se llama del Valle, La Merced, el Carmen y los de Jesús. De monjas hay San Clemente, Santa Clara la Real, Nuestra Señora de Gracia, la Concepción de San Juan de la Palma, la de San Miguel, la Encarnación, el Socorro, Santa Paula, Santa Isabel, las Dueñas, Santa Inés, San Leandro, Santa María de Jesús, Madre de Dios, la Asunción, de nuevo en la calle ancha de San Vicente, las Recogidas, las niñas de la doctrina y algunos emparedamientos. Todo esto es dentro del cuerpo de la ciudad.

En Triana hay una iglesia de Santa Ana, rica y de grande vecindad, el monasterio de la Victoria, las Monjas de Consolación, la iglesia de San Jorge dentro del Castillo, el río arriba el gran Monasterio de las Cuevas y, una legua de allí, San Isidro extramuros, que está reducido a la orden de San Jerónimo, edificado por Alonso Pérez el Bueno y Doña María Coronel, progenitores de la Casa de Medina.

Están cerca las ruinas de Sevilla la Vieja, donde está el anfiteatro, las termas y señales de una buena ciudad. De estotra parte del río, está el Monasterio de San Jerónimo, que ya dijimos, el hospital de San Lázaro, donde están los enfermos recogidos y desde allí pasan al monasterio de la Santísima Trinidad, que es a la Puerta del Sol. En el Prado de Santa Justa está San Benito, que solían llamar Santo Domingo de Silos; y San Agustín a la Puerta de Carmona, donde está el devotísimo crucifijo. Detrás de la Huerta del Rey, Santo Domingo de Porta Celi, que es de dominicos, y adelante el barrio de San Bernardo, que dicen haber sido el cementerio de Sevilla, donde ha pocos años que se hallaron dos sepulcros de dos señoras cristianas, que parece haber más de mil años que fueron enterradas allí, dichas, Paula y Cerbella en memoria de la antigua cristiandad de Sevilla, y fuera de llamarlas clarissimae foeminae, que son muy ilustres, se intitulan siervas de Cristo; parecen del tiempo de San Leandro, arzobispo desta ciudad. A la Puerta de Córdoba está la ermita de nuestras protectoras y patronas de Sevilla, Santa Justa y Rufina, y encima de la puerta, la cárcel y torre do estuvo preso y fue martirizado el santo Rey Hermenegildo, porque no quiso ser arriano; lo cual tengo particularmente escrito, para exhortar a los vecinos de Sevilla al culto de su patrón. Es notable la devoción del Prado de Santa Justa, y la estación de la cruz con su humilladero y ermita en la Calzada, que adornan los arcos y caños del agua que dijimos venir de Alcalá de Guadaira. En el campo de Tablada está la ermita del bienaventurado San Sebastián, que es capilla de la Iglesia Mayor. Y, en Triana, Nuestra Señora de los Remedios.

Fuera desto hay encomiendas: de Santiago en Santiago de los Caballeros; de San Juan, en San Juan de Acre; de Calatrava, en San Benito, a la Puerta del Almenilla; otra, en San Antonio, otra, en el Spiritu Santo, en Triana.

Hay colegios: para estudiar Gramática, San Miguel; para Artes y Teología religiosos, el de Santo Tomás; y hay Colegio de Santa María de Jesús, Universidad de Sevilla, y otro en los de Jesús, la doctrina de los niños y otros estudios particulares.

Fuera desto, hay más de setenta hospitales, donde acogen pobres, y en que hay rentas para hacer fiestas a santos, y cantar misas y aniversarios por las ánimas de los difuntos. Hay algunos señaladamente, donde se ejercitan las obras de misericordia con los enfermos: el del Amor de Dios, del Cardenal, de las Bubas, de los Desamparados, de la Caridad, de las Tablas y de las Cinco Plagas, el grande que instituyó el Marqués de Tarifa que fue a Jerusalén; y la Casa que llaman de los locos. Decir los edificios, las rentas, los sacrificios, las limosnas, las fiestas y cuanto en todas estas casas tan devotas se hace sería libro en demasía excelente, donde tendría grande parte el Hospital de la Misericordia, que no hay año que no saca cien doncellas pobres, con sus ajuares, los cuales se representan cada un año en la Iglesia Mayor, jueves y viernes santo; y tras de esto la Capilla de las Doncellas y la del Obispo de Escalas y su alholí.

No hay parroquia que no tenga su cofradía del Santísimo Sacramento, que con su palio y cera acuden siempre a acompañarlo cuantas veces sale fuera de la iglesia.

Dicho habemos de los lugares públicos devotos; otros hay para negocios de República y justicia, los Cabildos, los juzgados y audiencias, cárceles. Luego, los servicios de toda la ciudad, que son carnicería, pescadería, matadero, edificios que tienen mucho que ver. Las boticas, las tiendas de todos los oficios, atahonas, o molinos de pan sin agua, más de mil bodegas y tabernas sin número, molinos de aceite, para comer y para medicinas, almacenes de aceite, de miel, de cera de cueros de pastel, de cuantas cosas ha menester la vida humana. Hornos de pan, de vidrio, de barro y, de fuera de la ciudad, de teja, de ladrillo, de cal. Hay casa de armas y munición. Halláronse para la entrada de Su Majestad más de ochocientas piezas de bronzo y algunas de hierro. Hay Casa de Contratación, de la Moneda, adonde en barras y en labrado es grande la suma de los millones de ducados que, de cuarenta años a esta parte ha sido registrada y labrada. Hay, para servicio desta ciudad, calles infinitas de oficiales. La Plaza de San Francisco, para la justicia; la Alcaicería para los paños, sedas, plata, oro, perlas y piedras preciosas, lienzo, telas de oro y brocados, todo debajo de sus puertas y alcaide. La calle de Génova para calzas, jubones y libros. La de Castro, para lancería y todo herraje. La de la Mar, para sombrerería y ballestería. Las gradas, para almonedas, plateros, bancos y boneteros de lana, de paño y seda, y para el calzado. La calle de Francos para cuantos regalos hay de vidros, brinquiños, adobos de diversos olores, mercería y todo el ornato que las mujeres inventaron, con la chapinería cerca, y la ropería, donde hay cuantas ropas quisieren hechas; y la calle de Escobas para lencería. La Carpintería y Cerrajería ella se lo dice, con la de la Sierpe para los oficiales de madera, hierro, acero, dorados y armas. Y gran número de molinos de yeso, que es muy grande provisión. Y así, desta suerte, las plazas son muchas y grandes: la de San Francisco, con su fuente, Audiencia, Cabildo, Tribunales y San Francisco. La plaza o barrio del Duque de Medina, la de las casas viejas a San Vicente, la de San Lorenzo, la Laguna, que es más capaz de gente que cuantas habemos dicho, que por una extraña ventura se hizo tan ancha. La Feria, que cerca la iglesia de Omnium Sanctorum; la de don Pero Ponce, la de Santa Catalina y casas del Duque de Arcos, la del Marqués de Tarifa y de don Pedro Puerto Carrero, la de Santa María la Blanca, la del Cardenal y la de San Leandro; la del Alfalfa, donde está la calle de la Caza; y luego la plaza de arriba y de abajo y cementerio donde se representa un bosque, una huerta, una isla de la Madera, unas despensas riquísimas de cuanto se puede imaginar de carne, caza, pescado, conservas, frutas verdes y secas, agro, dulce, pan y las golosinas que todos cuantos truhanes hay imaginan en sus comedias. Hay casas ricamente labradas, casi todas ya con mármoles, y altas, de tres, cuatro y cinco suelos, que en los tiempos pasados eran de uno. Hay pocas casas sin pozo y patio; muchas con fuentes dentro, y a la puerta. Hay muchos jardines y huertas dentro de los muros; aunque se van deshaciendo las huertas y labrándose buenas casas. Fue grande el ánimo del que le dio la cerca tan grande, que no se le ha añadido alguna más, sino en hacer arrabales, y ser la Iglesia Mayor tan grande, que parece haberse fundado para estos tiempos.

Esta ciudad tan hermosa, tan rica, tan noble, tan leal a sus reyes, tan devota de S. M. demanda, que si queremos decir algo, callemos, pues nos dicen los extranjeros que la alabamos poco y la encarecemos menos de lo que merece, y para llamarnos cortos, se suben a la torre de la Iglesia Mayor, y representando aquel río y aquel campo y aquel pueblo en medio, dicen que todo cuanto tiene Sevilla es grande. Fortifica esto la común aprobación y refrán antiguo «A quien Dios quiso bien, en Sevilla le dio de comer». Es otra parte del mundo compuesta de lo mejor que las otras tienen. Donde hay tantos grandes señores, caballeros, letrados, mercaderes y gente rica, donde el común vestido de todos representa una corte natural, y de asiento, con excelencia de artes, con claridad de ingenios. Con sitio de tierra, con salud y templanza de aires, con serenidad de cielo, donde pocas veces o nunca se esconde el sol; y si hay calores en ella, que los de Castilla tienen por excesivos, hay casas fresquísimas y grandes en que repararse de todo ello. Sabíalo esto el rey católico Don Fernando el quinto, cuando decía que el verano se había de pasar en Sevilla y el invierno en Burgos, por haber reparos en cada una para los golpes del contrario. Ninguna cosa que haya menester la naturaleza, falta en esta ciudad y su tierra. Cuanto puede imaginar el apetito, desear el regalo, inventar la gula, demandar la salud y apetecer la enfermedad, se representa por agua y por tierra, puesta como dijimos en medio del Occidente y Oriente, con abundancia de sabrosas aguas, con hermosura de bosques, facilidad de cumbres y montañas, en que la fertilidad, la riqueza, la sanidad, tienen asiento. ¿Qué podrá imaginar el avariento, qué deseará el falto, qué se le antojará al enfermo, que no se halle fácilmente en esta ciudad? ¿En qué parte se han visto más metales? ¿Dónde más artífices para labrarlos? ¿Dónde más abundancia de perlas y piedras preciosas? ¿Dónde más especería, más drogas? De aquí se provee todo el mundo de vino, aceite, miel, lana, lino y de cuanta fruta en el Aljarafe y Lope se hace. ¿Qué diremos de las minas, pesquerías, salinas caleras, canteras y todo cuanto hay en toda su tierra, que viene a registrarse en esta Casa de Aduana? Que para parecer grande de veras Sevilla, no hay más que saber en qué precio están las rentas del Almojarifazgo. No hay hora del día que no entre provisión de todos los tiempos del año por las puertas, ni hay puerta, por apartada que sea del comercio, que no tenga grande trato y particular en su especie. No decía mal el que afirmaba que entraban en Sevilla seis ríos caudales de oro, aceite, vino, leche, miel y el de los Caños de Carmona, dándole a cada uno su puerta.


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El segundo arco


Sevilla, pues, como humilde sierva de su Rey, que a ella venía, se le presentaba en la forma que diremos ahora. Porque estaba en hábito de una matrona honestísima; la ropa que le cubría el cuerpo todo era de un tornasol azul claro, y un volante ceñido como manto amarillo claro, oscurecido en rojo. Estaban las ropas labradas ricamente, con el calzado honesto. Toda su composición modesta, la cabeza torreada, los cabellos apretados con un tafetán verde, con girasol, encarnado; en la mano izquierda, la torre de la iglesia mayor de la ciudad, por ser todo su cuidado la religión, y en los pechos un joyel donde parescía el retrato de Nuestra Señora del Antigua, que es la más antigua devoción de Nuestra Señora. Está en una pared, que de antes que el Rey Santo don Fernando tomase a Sevilla estaba pintada; y los moros procuraban deshacerla y jamás podían, hasta que vino el tiempo que se ganó esta ciudad, y el rey mandó hacer allí un altar y capilla, la cual se ha ido adornando con muchas lámparas de plata y ricos ornamentos; y tiene servicio de sacristía por sí. Sevilla, demás desto, mostraba sus pechos abiertos y el corazón partido, y en ambas partes dél, el nombre de PHILIPPVS, con letras de oro, señalando a él con la mano derecha, humillada con una gran reverencia, inclinado el cuerpo y el rostro suavemente humilde y alegre, mirando a Su Majestad que entraba. Había unos versos en el pedestal, que decían:




Sevilla


Ingredere o fausto mihi rex, o sidere felix
   Fernandi auspiciis numinibusque meis.
Diuitia viles mihi sunt prae Regis amore,
   Accipe cor famulae, sum tua, viuo tibi.



«Entra, Rey para mí dichoso, con próspera estrella, con los buenos sucesos de Fernando y con los santos que me favorecen. Tengo en poco las riquezas, en comparación del amor del rey. Recibe el corazón de tu criada; soy tuya y vivo en tu servicio».


Entra Filipe felice,
    goza alegre la ventura
    del Santo Rey, que procura
    do nadie vive infelice,
    tener tu silla segura.
Rica soy y poderosa,
    pero todo mi valor
    tengo en menos que tu amor.
    Toma, Rey, la mejor cosa
    de que puedes ser señor.



Ofrecía a Su Majestad el corazón, que es lo más que puede dar el hombre. Y así tenía, a los pies, un cuerno de la Copia, con grande multitud de frutas, que se derramaban por el suelo y, entre ellos, piezas de oro, y moneda labrada.




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Victoria


De la otra banda, estaba otra figura de la Victoria, armada la cabeza de una celada y hermosas plumas, con unas armas antiguas que eran una coraza moldeada, que relucía con oro. Los brazos mostraban unas mangas de malla. La ropa volante, que salía debajo de las armas, era encarnada, retocada en violado, y un tafetán amarillo, desde el hombro a la cintura; con la mano izquierda presentaba una corona triunfal de laurel verde y con sus frutos, y en medio unas letras: DE TVRCIS. Declarando la corona que le promete a Su Majestad en estos años que el Turco sucesor de Solimano ha quebrado con los venecianos, y están los negocios de la cristiandad en buen punto. En la otra mano mostraba dos llaves doradas. Esta figura tenía alas, hermosamente retocadas de lo negro con sus realces de oro, que muestra el águila. Entre la coraza y la basquiña, tenía una ropeta azul y blanca entremetida. Solían los romanos esculpir la Victoria de esta manera en sus monedas, encima de tierra o de popas de naos; otras en manos de figuras.




Victoria


Hispalis obsequio atque fide, quibus inclyta semper
    Viuit, ero felix Diue Philippe tibi
Omnes claues populorum. Martisque coronas
    Spondeo, ab aeterno Hispalis officio.



«Poderoso Felipe, a ti seré próspera, con la obediencia y lealtad de Sevilla, en que vive siempre señalada; yo te prometo las llaves todas de los pueblos y todas las coronas de la guerra, por el servicio que te hace Sevilla».


En nombre desta ciudad,
    que tan leal os ha sido,
    que sin fin ha obedecido
    a la real majestad,
    alto Rey esclarecido,
Estas llaves de Sevilla
    os ofrezco, do se encierra
    todo el valor de la tierra,
    con que ganaréis la silla,
    y coronas de la guerra.



(Las coronas de Marte, o de la guerra, eran: la triunfal, de laurel; la obsidional, de grama; la cívica, de encina; la mural y castrense y naval de oro, con diversas formas).

Entre estas dos figuras se hacía el otro arco, y desde el primero al postrero, que es éste, había ochenta varas de largo y treinta de ancho, que formaban un hermoso espacio. El arco era de obra dórica, adornado de esta manera para aprovecharse de las dos torres, de la muralla la una, y la otra de madera. Las figuras de Sevilla y la Victoria venían entre dos columnas dóricas, sobre sus pedestales, con los versos que dijimos y, sobre cada una, la cornija y pedestal para los santos que luego diremos. Entre estas dos torres venían dos columnas de cada lado, redondas de una parte y otra con sus estrías, sobre las cuales asentó su arquitrabe, friso y cornija, que venían a igualar con las torres, y sobre éstas movía un arco grande y hermoso, que se parecía sobre todos los muros y edificios cercanos, que tenía de diámetro veinte y cinco pies; y sobre este arco corría otra cornija y un frontispicio con las figuras que se determinaron para que se representase la mesma persona de Sevilla con sus santos, que los antiguos llamaban tutelares, y nosotros, patrones de la ciudad. Tenía el arco de alto sesenta pies hasta la cornija del frontispicio. Sobre la torre que estaba antigua, ya blanca, había un pedestal, en que se puso una figura del bienaventurado arzobispo de Sevilla, San Leandro, puestas las manos como rogando a Dios que la venida de Su Majestad fuese dichosísima para él y para sus vasallos, que con tanto amor lo aguardaban. En la otra torre estaba otro pedestal con San Isidro, Doctor de las Españas y sucesor de San Leandro, de la misma postura, con sus mitras, báculos y sus capas ricas de brocado. Fueron ambos hermanos, y hijos del Duque de Cartagena, Severiano y Turtura, de la noble sangre de los godos. Su hermana Teodosia estaba casada con Leovigildo, cuyo hijo fue San Hermenegildo. En las enjutas del arco hacia el campo, había dos figuras de bronzo, la una el Santo Hermenegildo Mártir, Rey de España, con la cabeza partida con un hacha y sus rayos de la gloria que tenía, puestas las manos hacia el cielo, y una palabra que decía: PERFICE. De la otra banda estaba el rey católico Recaredo, su hermano, mirando atentamente con mucha piedad, y otra palabra que decía: AUDIO. Significan ambas el principio que dio el santo hermano mártir contra los arrianos, y le dice «Acábalo», y el fin que dio Recaredo a la mala secta, respondiendo «óyolo». Ayudándole San Isidro y los santos prelados de aquel tiempo, cuando se juntaron en el Concilio Toletano setenta y dos prelados, que fue en el año décimo de su reinado y en el de Nuestro Redentor de quinientos y setenta y seis. Los arzobispos que se hallaron fueron Eladio de Toledo, Leandro de Sevilla, Mansonio de Mérida, Arsenio de Tarragona, Magicio de Narbona, Parchado de Braga.

En lo más alto se mostraba el rey Don Fernando el Santo sentado, armado, con la espada en la mano y una bola limpia en la otra y su ropa de capitán y corona; miraba alegremente al descendiente, que entraba en la ciudad, que tan poderosamente había ganado. A los lados del tabernáculo tenía la fe, con un cáliz y una cruz, y la justicia, con sus insignias de espada y peso. Letras para todos estos santos y virtudes no se pusieron, por estar en alto y la brevedad. Bajando a la entrada de este arco, entre las columnas, estaban hechos dos altares, y encima de cada uno una de las santas que tenemos por patronas de la ciudad, las cuales fueron martirizadas en Sevilla por el pretor Diogeniano, cuyo martirio tengo escrito en verso latino y castellano, porque es justo que, habiendo dado Dios a Sevilla estas santas por patronas della, y declaradas por visión al santo obispo de León, Alvito (cuando vino por el cuerpo del Santo Isidro, Doctor de las Españas, el año del señor de mil y sesenta y tres) todos traten en honrarlos con las partes de ingenio que tienen.

Eran de la grandeza de las otras figuras, vestidas a la antigua de ropas hermosas y convenientes a sus personas. Santa Justa estaba a la mano derecha, en la una mano tenía una palma y en la otra un vaso lleno de aceite, con unas letras que decían «CLEMENTIA», y unos versos en el pedestal, que era el altar.


Hispalis en fidum populum fidumque senatum,
   Felici aduentu gaudet uterque tuo.
Vt seruire queat, sis clementissimus illi,
   Et meus et tuus est. Rex bone vtrique faue.


Mira el pueblo leal de tu Sevilla,
y el senado leal, que hoy te espera,
con tu venida, y nueva maravilla
su alma goza siempre la primera.
Declara tu clemencia en recebilla,
porque pueda servirte toda entera.
Buen Rey, al uno y otro favorece,
por mío y tuyo cada cual se ofrece.


Mira, Señor, el Senado
    y pueblo vuestro que os mira,
    que justamente se admira,
    y goza de haber mirado
    lo que tanto ha que sospira.
Para que os pueda servir
    usa de real clemencia
    que, aunque a mi me da obediencia,
    a vos toca ahora regir
    vuestro reino con prudencia.



De la otra banda, entre las dos columnas que tenemos dicho, estaba Santa Rufina, con otro vaso, y era de vino, y en él esta letra: «LAETICIA», «alegría».


Hispalis ecce tuo aduentis, aut laeta frequenteis
   Clamores tollit, suspicit aut Dominum,
Illos ex hilara Rex, clementissimus intra
   Vrbem, quae semper laeta fidem coluit.


Mira que con tu próspera venida
alza la voz Sevilla alegre en verte,
o con sólo mirarte detenida
gasta toda su vida en entenderte.
Alegra, Rey, a quien es tan rendida
para sacrificarse en toda suerte;
éntrate en la ciudad regocijado,
pues pone en te servir sólo el cuidado.


Sevilla, claro Señor,
    para mostrar su alegría,
    clamores al cielo envía,
    agradeciendo el favor,
    que Dios le hace este día.
Ayudadle Vos también,
    y entrá con bien en Sevilla
    a sentaros en la silla
    do nunca se sentó quien
    no mereciese cubrilla.



Desde allí, entraban a una grande capilla, que se hacía, aderezada de paños de carmesí, y un altar en la frontera, con un dosel de brocado. No fue pequeño trabajo hacer cuadrado este espacio en tan breve tiempo, quitando una casa que estaba allí, y muralla fortísima, que se rompió y limpió todo brevemente, levantando las paredes de ambas partes y encalándolas; en las cuales se pensaban pintar otras figuras, que fuesen las más sustanciales, y juntas a la puerta, pero húbose de cubrir prestamente de seda, ya que faltó lugar para más invención. A la mano derecha estaba la puerta, que ya llamamos Real, dorados los clavos y cuanto hierro tenía, así mismo las armas reales, acompañadas de virtudes, que se pintaron en las enjutas, y abajo una inscripción de letras romanas:

D. PHILIPPO II, HISPAN. REG. FIDEI DEFENSORI OB FELICEM IN HANC VRBEM ADVENTVM, ANNO SERVATORIS NOSTRI MDLXX. S. P. Q. H. PORTAM REGIAM D D.



«El senado y pueblo de Sevilla dedicó la Puerta real a don Felipe Segundo, Rey de las Españas, defensor de la fe, por su bienaventurada venida a esta Sevilla, en el año de nuestro Salvador de mil y quinientos y setenta».

Estaban a los lados dos insignias de su horóscopo o nacimiento; El sol resplandeciente de oro y dos niños abrazados que eran Géminis, los dos hermanos Cástor y Pólux, en cuyo sino Su Majestad nació.

Ya toda la gente y caballería había pasado la calzada de los dos arcos, cuando los veinticuatro, regidores y jurados, entre los cuales habían repartido el palio y sus veinticuatro varas, que eran plateadas y él todo limpio sin alguna labor, de tela de oro frisada, con sus goteras y azanefas de lo mesmo cerraron las puertas esperando a Su Majestad, que venía al medio de la calzada, volviendo sus reales ojos a las figuras, que como vasallos suyos se le presentaban en el mejor ornato que podían, con alegría en rostro y ropas, y fertilidad en manos y pies señaladamente. Llegaron a él Melchior Maldonado y Don Francisco Manuel, veinticuatros, Gaspar Zunres y Hernán Pérez, jurados, haciendo saber a Su Majestad que los Reyes pasados, de gloriosa memoria, habían consentido que Sevilla levantase dos mazas de plata, con el sello y armas de la ciudad, que delante el regimiento se llevasen para honra de aquella su ciudad, y representación de lo que aquel senado valía por la merced de los Reyes, que Su Majestad tuviese por bien de consentir que los llevase la ciudad en aquel solemne recibimiento. Respondióseles que el caballerizo mayor les diría lo que se debía hacer y así se recogieron adonde estaba el palio. El Asistente, el Duque de Arcos y los demás regidores, vestidos como arriba dije, estaban a pie, puestos en orden, los más antiguos primero. Llegando Su Majestad con su caballo cerca del altar, que sobre una peana alta estaba armado, salió el Asistente, don Fernando Carrillo, adelante y, con grande cortesía y buenas razones, dijo que Sevilla suplicaba a Su Majestad jurase los privilegios, buenos usos y costumbres que tenía, y por sus antecesores los reyes de buena memoria le habían sido guardados, y principalmente por el invictísimo emperador Don Carlos Quinto, su felicísimo padre. Respondió Su Majestad con muy alegre semblante: «Pláceme de muy buena voluntad porque lo merece Sevilla». Y luego llegó Tomé Sánchez Doria, teniente del escribano de Cabildo, con un libro misal encima de una fuente abierto, y sobre él una cruz de esmeraldas dorada, y le tomó el juramento, que se suele proponer en forma, y todo lo juró Su Majestad teniendo la mano puesta sobre la cruz. Esta es una solemnidad en que se verifica la benignidad de los reyes que Dios nos ha dado, que llevan tan alegremente la costumbre de las ciudades, aborresciendo el odioso nombre de los tiranos, que muy apartados están destos comedimientos.

Acabado esto se dio principio a muchos géneros de música, que sobre los muros a un tiempo declaraban la merced que Su Majestad hacía a Sevilla. Y el Asistente le presentó las llaves de oro, que tenía aparejadas en la mano en señal de la nueva posesión de la ciudad, y abierta con grande estruendo de la música, y deseo de los que aguardaban, tanto había, ver a su Rey, se entró debajo del palio, que alzaron el Asistente, el Duque de Arcos, que en aquel día se mostró verdadero vecino de Sevilla y agradable servidor de Su Majestad. Renovóse con esto la solemnidad por la música de menestriles altos, trompetas y atabales. Iba su Majestad debajo del palio, los regidores a los lados llevando con grande reverencia las varas, y delante el Prior don Antonio, con el estoque desnudo sobre el hombro. Ya estaban por él avisados los de las mazas, que las llevasen sobre el brazo algo inclinadas a la parte de fuera. Seguían el palio bien cerca los Serenísimos Príncipes, yendo el mayor en medio del Cardenal y el menor. Iban luego la guarda de los archeros.

Con esta orden entraron por la Puerta de Goles, que entonces cobró el nombre de Real, como se dice de una puerta de Anvers, que en acabándose de hacer entró el Emperador por ella, y se llamó desde entonces Cesárea, y fue el año de mil y quinientos y cuarenta y cinco. Entrando S. M. por la Puerta Real se renovó la salva, que estaba en el Altozano, y en acabando de disparar, le respondieron las naos, y las piezas que estaban en la banda de Triana, y luego las de la Torre del Oro.

En ningún tiempo ha tenido esta ciudad tan general alegría, ni la ha mostrado con tan grandes señales de contento, porque toda Sevilla estaba repartida en un círculo de lugar, que rodeaba por la ciudad en aquellas calles que estaban señaladas y el Río. Y, como luego se ofrecía la calle de las Armas, que fue la primera, que paresció con aquel descanso del espacio ancho, que tiene delante, mostróse, al abrir de las puertas, una hermosa presencia de calle toda adornada de brocados, telas de oro y plata, seda mucha de diferentes colores y guarniciones riquísimas, que en ella no había un tapiz por muy rica estofa que tuviese. Estaban abiertas infinitas ventanas en las paredes, y muchas puertas nuevamente hechas, las cuales estaban (después de bien toldadas) llenas de muchas damas aderezadas tan bien, que pusieron espanto, fuera de las señoras, que en hermosura y riqueza se mostraban liberalmente. Y tiénese por una cuenta fácil haber costado sola la vista de las ventanas, puertas y miradores más de doce mil ducados. Encarecer yo la hermosura de las que había para llevar ventaja a las otras tierras, no se me sufrirá, por ser mi patria Sevilla, pero el aderezo en todas común y igual, no pudo dejar de mover admiración. Porque cuatro cosas se tuvieron a maravilla a aquellos tiempos, en esta ciudad: La muchedumbre de la gente fue una, y que ninguna pareciese de aldea, ni menos que bien vestida, y que los vestidos eran los que comúnmente usan sin haber Corte; y toda está repartida por las azoteas, ventanas, tejados, puertas y plazas, tan apretada y tan junta, que no había lugar para más. El vestido en las mujeres tan honesto y tan bizarro, ellas tan galanas y tan modestas, de las cuales quiero advertir una sola cosa: que si algunas fueron liberales en mostrarse por ver a Su Majestad y los cortesanos, fueron tantas las que blasfemaron de la soltura déstas, que en cierta manera quisiera que las que son hermosas no fueran por entonces tan graves y avarientas por ganar la palma de hermosura, como de riqueza, que cierto hay personas tan hermosas, que pretenden más salir con el intento de favorecer poco que ganar mucho loor, cuando sean vistas, y las que se humillaron a Su Majestad hallaron en él aquel real acogimiento que esperaban, quitándose el chapeo algunas veces, saliéndose un poco del palio.

El ornato de las calles era riquísimo, y bien dispuesto, porque ya todos tienen en sus casas salas aderezadas de muchas maneras de costosas redes, sedas y de cueros, que con la pintura suplen el no ser de telas de oro, donde la obra sobrepuja a la materia.

Y lo cuarto fue la entrada del Río, que fue tan acertada en darse entrada a S. M. por tan buena parte, que no torciese más de una calle para ir a palacio, y las calles fuesen tan anchas y con dos plazas en que se reparase la multitud de la gente, que por todas las bocas de las otras calles trabajaba por tomar buen lugar, y el bueno era ver a Su Majestad.

Al medio de la Calle de las Armas, mandó al Duque de Arcos dejase la vara del palio, y tomase caballo, lo cual hizo mudando la ropa en su capa negra, yéndose con los otros grandes.

Estaban en la ciudad, antes que S. M. viniese, los que eran vecinos de Sevilla: el Duque de Arcos, el Duque de Medina Sidonia, el Marqués del Algaba, el Conde de Olivares, don Fernando Enríquez, sucesor del Duque de Alcalá. Los prelados que vinieron con S. M. fueron: El Nuncio; don Fray Bernardo de Frezneda, Confesor de S. M. y Obispo de Cuenca; el Obispo de Cádiz. Los grandes que iban, de más de los dichos, en este alegre recibimiento y que vinieron con la corte, fueron el Príncipe Ruy Gómes de Silva, el Prior Don Antonio, el Duque de Feria, el Duque de Nájara, el Marqués de Mondéjar, el Marqués de Aguilar, el Conde de Chinchón, mayordomo; el Conde de Buendía, de la cámara; y más el Conde de Cifuentes, el Conde de Fuensalida, el Marqués de Velada, el Marqués de Cerralbo; embajadores: Dietristán, ayo de los serenísimos príncipes y embajador del Emperador. El del rey de Francia y el de Portugal, el de Venecia y de otras señorías de Italia. Presidentes había el Ilustrísimo Cardenal, el de órdenes, el de Italia, y algunos oidores del Consejo de Cámara, y de Inquisición, y del Consejo Real de Indias. Y caballeros de la Cámara, don Pedro Manuel, don Rodrigo de Mendoza, don Diego de Acuña, don Alonso de Zúñiga. Venía también Miguel de Antona, a quien la ciudad (llegado Su Majestad al toldo) mandó dar una librea de terciopelo morado forrada en tafetán blanco, toda chiada con pasamanos y franjones de oro, y una caperuza de la mesma seda y guarnición, y un caballo morcillo guarnecido a la brida, de terciopelo morado y plata, para que fuese general alegría a cuerdos y locos.

Pasó Su Majestad adelante, por la Plaza del Duque de Medina, y dio vuelta a la Calle de la Sierpe, que es una de las largas y más acompañadas de oficios, y al cabo está la cárcel nuevamente labrada por Sevilla, siendo asistente el Conde de Monteagudo, don Francisco Hurtado de Mendoza, de lo que hay una piedra con una inscripción latina, que está puesta en el frontispicio la justicia y rematan los lados las figuras de la Fortaleza y Templanza. Llegado allí Su Majestad, dieron las presas grandes gritos, pidiendo misericordia a su remedio, que por la puerta les pasaba; y de allí se dio el orden, que después hizo tan grande provecho en hombres y mujeres, que estaban por deudas y por causas criminales que no había parte, y así de todo fueron sueltos hombres de más de diez mil ducados de deudas líquidas por mil ducados que Su Majestad mandó gastar allí la víspera de la Pascua del Espíritu Santo, que cierto fue milagro para muchos, que pensaban morir sin remedio en aquellas cárceles, habiendo más de un año que estaban en aquella desesperación, hasta que Dios les abrió aquel nuevo resplandor para salir de aquellas tinieblas.

De allí se sale a la Plaza de San Francisco, donde dijimos que está la Audiencia y casa del Regente, los asientos de los alcaldes y tenientes, y oficios de escribanos; la casa de Cabildo, con unos miradores de mármoles para ver las fiestas que allí se suelen hacer, donde están pintadas las Armas Reales doradas, y sus Reyes de Armas que las tienen; está el juzgado de los Secutores, y luego el Monasterio grande de San Francisco. Ya estaban en la mesma plaza más de cuatrocientos frailes de la mesma orden, sentados en sus escaños por orden, hecha una ancha calle, que recibieron a Su Majestad con devotas oraciones y bendiciones, proponiendo todos, ya que lo habían visto de rogar a Dios por su vida y prósperos sucesos, de que depende toda la cristiandad. Luego entró por la calle de Génova, dejando a la mano izquierda la pila, que es hermoso incensario de una piedra blanca, despidiendo por de fuera mucha agua, por unos caños de bronce, que a trechos van puestos, saliendo de bocas de animales y esfinges de piedra artificiosamente hechas. El aderezo de la Calle de Génova era de la mesma suerte, que en ninguna fiesta ha parecido tan rica ni tan desembarazada, por tener quitadas todas las compuertas, que sobre las puertas suelen tener.




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La Iglesia Mayor


Parescíase la Iglesia Mayor, aquel suntuoso edificio, que es todo de piedra, alta y soberbiamente levantado, sin haber en todo él un madero que lo sustente, ni una teja que lo cubra, por ser todo de piedra, con anchos pilares cuadrados puestos por esquina. Tiene cinco naves, siendo la de enmedio, que corre de poniente a oriente, más alta y con sus andenes de piedra por donde se puede ver toda. Las capillas son grandes, con sus rejas coloradas, y ahora se van mudando en doradas y de más costa y arte, como en la Capilla del Obispo de Escalas. Tratar del coro, del altar mayor y retablo de las capillas de los Reyes, vieja y nueva, del Antigua y de la Sacristía déjolo para obra particular, y lo que Su Majestad quiso ver y notar singularmente otro día. Cercan esta iglesia por las tres partes unas gradas altas, cercadas de mármoles y cadenas. Aquí, en la Puerta del Perdón vieja, tenían aderezado a Su Majestad lo que se pudo, por la brevedad del tiempo, que ciertamente, aunque se pensaba que el estado eclesiástico tuviera grandes aparatos para la demostración de tanta alegría, mirándolo bien, faltaban muchas cosas que podían adornar aquel solemne recibimiento, porque viniéndoles semejante ocasión a las manos, que pocas veces suele segundar, no era mucho salir de su paso ordinario mostrando la grandeza que de tal iglesia se pregona; pero el tiempo, que dañó a los de la ciudad, ocupó a ellos, y la riqueza de los unos no hallaba disculpa en los otros, faltándoles comodidad para desenvolver lo que en ellas hay. También hizo falta grandísima haber enviado la iglesia todo el aderezo del altar, plata y doseles, menestriles y cantores, con su maestro Francisco Guerrero, en servicio de su prelado, para traer a la serenísima reina nuestra señora; y así todo fue para servir a Su Majestad.

Ordenóse en la Puerta del Perdón, que es la más grande que tiene la iglesia, y que cae a poniente, enfrente del coro y altar mayor, un arco de verdura con flores y yerbas olorosas, ramos de cidras y naranjos, que cubrían el arco de la mesma puerta, y por los lados se adornaba la mitad de la cantería y se hacían dos órdenes de ventanas -o más verdaderamente nichios- en las cuales estuviesen de pies los músicos; había, de la una parte, seis menestriles vestidos con ropas largas de raso azul, bordadas de oro y sombreros de lo mismo; y a la otra mano, siete músicos con vihuelas de arco, vestidos con ropas de raso carmesí de la misma suerte, bordadas de oro y plata, y sombreros de lo propio, representando figuras antiguas. Todo lo demás de la puerta se adornó de doseles de brocado, y junto al pilar de la puerta, por de fuera, se puso un altar con su cruz y candeleros, y delante un sitial de brocado, con almohadas de lo mesmo y otras a los lados.

Ya Su Majestad salía de la calle de Génova, cuando todas las dignidades, canónigos y racioneros de la iglesia mayor estaban vestidos con las capas más ricas que había en la iglesia, como salen en la procesión del día de Todos los Santos. El deán salió vestido de preste, con una capa riquísima y el lignum crucis en las manos, en una cruz de oro engastado, y con grandísimo número de clérigos que acompañaban la procesión, y veinte y cinco cruces grandes de plata, doradas y esmaltadas, con velos ricos de todas las iglesias parroquiales de la ciudad; los culaes, como sean grandes y abultados con borlas de oro y seda pendientes, y bordadas muchas historias de sus santos al propósito de cada una iglesia, parescían hermosamente. Y la de la iglesia mayor, con sus dos cruces de aquella piedra preciosa colorada, y el velo más rico. Llegados los clérigos y las cruces a la calle de Génova quedaban los beneficiados en las gradas, donde parescían muy bien las sobrepellices blancas, las cruces y velos altos, las capas resplandescían con los bordados y oro que tenían, y en medio de la procesión diez y seis niños, los ocho cantando, y los otros ocho bailando, vestidos todos de raso carmesí y turquesado, y sombreros de lo mismo bordados, todo lo más era oro y plata con muchas franjas y antorchados por guarnición, con bandas de tafetán blanco y borceguíes colorados, que ligeramente revolvían por toda la procesión, regocijando con el canto y el baile, mezclado a buen tiempo los aires, y vista de tan gran solemnidad. Duraba esta procesión desde la Sacristía Mayor hasta que llegaba S. M. a la pila del hierro, y entrando por medio de las hileras de los clérigos, llegó a la puerta, donde se apeó, y los que venían con él, y se hincó de rodillas delante del altar, y los serenísimos Príncipes se pusieron a los lados algo inclinados. Allí se le tomó el juramento de guardar las inmunidades y privilegios de la iglesia. A este punto sonaron de todas partes los instrumentos y voces de los músicos y cantores acordadas.




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Los fuegos


La Galera


Está en el fin desta calle ancha de gradas la torre que llaman del Aceite, entre la iglesia y San Miguel, donde en lo más alto había dos escudos de armas reales dorados, y en medio pendía de una garrucha una galera de la grandeza que es un bergantín, levantada en buena proporción en el aire; y al punto que Su Majestad llegó, súbitamente se comenzó a abrasar la galera y, blandamente, a correr a unas partes y a otras la llama del fuego, haciendo un extraño sonido todo junto, comprehendiendo la materia aparejada para su violencia, peleando por salir todas de un golpe con una brava contienda, que entre las llamas y el humo se oía, y más escureciendo el aire con la noche, que venía también a dar buena muestra de aquellos fuegos. En esta pelea, salen por las partes más flacas unas grandes bolas ardiendo, que con grandísima ligereza volaban por diversas partes de aire, haciendo camino por donde jamás lo hay, despidiendo de grande abundancia de rayos, que con admirable discordia venían furiosamente a dar en el suelo, estrellándose en medio de la gente (que ocupada tenía su vista en ver a Su Majestad) y avisada con la braveza del fuego, se apartaba a diversos puestos, y no podían ser tantos, que los mismos rayos no los alcanzasen, cayendo algunas ollas enteras en el suelo, y aun una dio delante del caballo de Su Majestad, que ningún movimiento hizo, por estar enseñado a las bravezas de las arremetidas y asaltos de campos y ciudades, o bástale llevar a quien tan poco se le da de cuantas maravillas se le presentan, teniéndolo ya por visto mucho antes que los ojos lo gocen. Otros fuegos metidos en voladores iban buscando por la raridad del aire su compañía en la esfera del fuego, subiendo con tanta fuerza y dejándose tanto perder de vista, que los daban por asidos en la última región, y al cabo se remataban en una pequeña centella. Otros, revolviéndose por entre lo más cercano de la circunferencia de la torre, hacían revolver los ojos tantas veces al apacible fuego, que de cada uno nacían infinitos, volviéndose en diversas figuras al tronar, al romper, al relampaguear, al deshacerse; porque, en tanto que los unos bajaban a tierra, otros subían al cielo, otros revoleaban desasogadamente por las partes colaterales. Salían algunos a un tiempo despedidos del vigor de la encendida pólvora, derechamente, sin torcer a ninguna parte y a un compás por todos los lados iguales, con innumerables rieles de fuego, y continuándose así acababan su resplandor en una delgada pirámide de centellas y humo, rematándose invisiblemente. Era tan grande el estruendo, que dentro de la galera andaba la batería, que daba el un costado al otro, la priesa del fuego que la abrasaba, con espesos estrallidos y la mucha luz que despedía, alumbrando todas las partes más altas de la iglesia, que se creía no estar proveída de una vez de fuego y pólvora, que la encendían y movían eternamente, sino que por algunos artificiosos ingenios la cebasen para que perpetuamente (sin un punto descansar) disparase, ardiese y reventase en llamas de tan espesos voladores, hasta que con unos recísimos truenos se vino a pacificar el estruendo y dar fin en unos tardíos golpes, en unas amortiguadas luces, en un derramar a veces grande tropel de centellas, ennegreciéndose las más partes de donde salían, quedando un poco de fuego claro, que en breve tiempo volvió en ceniza la galera, quedando todo esparcido de muchas llamas y innumerables centellas, que poco a poco por su orden y donde les tomaba la voz del no poder más, se fueron todas muriendo. Ya iba la procesión adelante cantando lo que suelen, que es el Te Deum laudamus, y el deán se quedó cerca de S. M. hasta llegar al altar mayor, que estaba riquísimamente adornado con el mejor frontal que hay en la iglesia, candeleros altos de extraña labor y dorados, con ocho blandones de plata y, como el retablo es altísimo, y coge la pared toda y lados, de figuras grandes y pequeñas dorado todo, y estuviese la imagen de plata que es de Nuestra Señora con tanta claridad, y resplandecía mucho, estando las gradas del altar cubiertas de brocado, y desde las puertas de la capilla hasta ella otros doseles, y junto a ellas un sitial cubierto de un dosel con sus cojines de brocado, y al lado el cirio pascual que llaman, que es una pieza de notar, porque pesa más de ochenta arrobas de cera, y está todo dorado y labrado.

Estaba la iglesia primero cerrada y regada, y después que se abrió dio muestra de fresca y olorosa; hincóse de rodillas S. M. en donde estaba el dosel, y los serenísimos Príncipes, y besó la cruz tocando los menestriles, hasta que el deán dijo los versos y oración que, en semejantes entradas, bendicen a los reyes y ruegan a Dios por la vida y prosperidad del que al presente lo es. Estando S. M. humillado, llegó uno de aquellos niños de los que iban bailando, y con la licencia que en tales regocijos se toma, le demandó las espuelas, y alegando con lo que había jurado le dijo: «V. M. tiene perdidas las espuelas conforme a los estatutos de la iglesia». S. M. respondió que lo fuesen en buena hora, que él las enviaría. No contento de esto, replicaba el niño; fuele mandado que él y sus compañeros acudiesen a palacio y así fueron satisfechos con una cantidad de reales que después se les dio. Levantóse S. M. y saliendo por la puerta de la iglesia, que está junto al Antigua, tornó a tomar su caballo y entró debajo del palio, que después de haberlo dejado a la puerta del Perdón, habían pasado los veinticuatro con él por lo que había de gradas y el arco de San Miguel hasta aquella puerta donde estaba la nueva plaza, que habían desembarazado de los cantos, y da presencia al Alcázar.




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El alcázar


La cual es de grande sitio y de mucha frescura, y como asiento para que los reyes no se desdeñen de vivir en ella, porque aunque sea obra antigua, y se hayan mudado muchas partes, que están a lo moderno, pero siempre quedaron sus entradas y traza de aposentos sin hacer nuevo edificio, porque aunque tiene, según dicen, doce mil ducados de renta cada año, consumíanse en hacer otros alcázares que hay en el reino, y así pueden ser sus hijas, y también no se tenía pensamiento que S. M. la había de ver en algún tiempo; y desta suerte, faltando la presencia del señor que da vida y ser a los edificios y siendo el que tan artificiosamente lo sabe disponer por nuevas y antiguas plataformas y monteas, que en Vitrubio se llaman Ichnografías, y Ortografías, no dudo yo que si en Sevilla estuviera la corte, no se pudiera hacer a menos costa y con más hermosa vista el palacio, pues sobra campo y está acompañada de tantos jardines, huertas y prados, tiene tan buenas fuentes y tan perpetuas, tan admirable vista por todas partes abiertas, porque está en la mejor y más sana región de la ciudad junto a la iglesia mayor. Báñala el oriente, está fuera de pantanos y de los vapores del río, que ningún señorío tiene sobre ella, derrama su vista por más de ocho leguas de campo hacia Carmona, goza de más larga perspectiva en las Sierras Morena y la de Morón; no es el Aljarafe la menor de las vistas hermosas. Tiene siempre verde lo llano de Tablada y la tierra continuamente vestida para el pasto de los ganados que proveen esta ciudad; donde se ve ermitas, casas, puentes, torres, lugares, arroyos esparcidos por aquel extendido llano, no hay cosa que le pueda dar mal olor o la fatigue con la reverberación del sol; visítala la marca del río toda. Puédese salir por los muros encubiertamente hasta la Torre del Oro, que cae sobre el río y armadas, que siempre lo acompañan. Está cercada de dos muros, uno hacia la iglesia mayor y otro por la huerta del Alcoba.

Tratar de sus patios, de sus aposentos, el crucero de los cuatro huertos debajo de tierra, que sobre fuertes pilares forrados de azulejos, los pretiles dan hermosa frescura junto a la sala que llamaban del Maestre. El cuarto de los jardines, el real, media naranja y el de las muñecas, con el jardín del Príncipe, y el nuevo donde ahora posó Su Majestad, donde hay tantas piezas que se pierden en ellas, como en los Laberintos más famosos de Egipto y Creta. Los mármoles, la yesería con que están forradas las paredes y arcos, toda la menudencia de los mosaicos y piezas de azulejos entapizadas. Los pilares preciosísimos verdes de jaspe, en que están muchas piedras engastadas naturalmente. La talla de las puertas, las labores moriscas, los jardines que están entre la huerta del Alcoba y los aposentos nuevos, con grandes y espaciosos miradores, las leoneras que solía haber en tiempos de los Reyes Católicos. De estotra parte, los aposentos que mandó edificar el rey Don Pedro a la puerta de la Montería. No adorna poco aquella grande huerta del Alcoba, de sombras perpetuas de naranjos, donde está la justa que la sacra Majestad del Emperador don Carlos, nuestro señor, mandó hacer y el gracioso edificio, que llaman Alcobilla, donde muy pocos pueden entrar sin que salgan burlados de los innumerables caños de agua que súbitamente saltan del mesmo suelo, donde menos se piensa. Han acaescido en esta huerta maravillosos casos, cavando tesoros, no sin rastros dellos y no menos que encantamentos semejantes a la Gruta de Hércules en don Clarián he visto yo los pozos con ventanas y principios de aposentos por debajo de tierra; hanse hallado muchas urnas de cenizas, huesos y carbones, y una caja de piedra con la inscripción de un Nerva y algunas cenizas de plata fina. Ha menester el alcázar su descripción particular.




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Los fuegos


El Dragón


Bien junto a ella llegaba S. M. ya que la noche oscurecía, y traían por orden de la ciudad muchas hachas, cuando por el aire se oyó un espantoso trueno, y tras dél, volviendo todos los ojos, se vieron muchas formas de relámpagos, rayos y tronadores, que de muy alto descendían por la parte que la torre hace una frente al Alcázar, comenzó a arder un dragón grandísimo, que con escamas verdes, las alas tendidas y la cola enroscada, ardía bravamente, esparciendo por cima de todas aquellas casas de los vecinos grande copia de voladores, feneciendo cada uno su braveza en recio sonido. Era maravilla ver la braveza del dragón, que así entero, sin en algo deshacerse, despedía por la boca abundantemente fuego y rayos. Volvíase a unas partes y a otras, dando diferentes muestras de furiosas arremetidas, hasta que unas ruedas que estaban sobre las alas se asieron en fuego y comenzaron a dar grandes vueltas con toda la velocidad que la vista humana puede alcanzar, aunque entrase en ella la fabulosa de Linceo, el Argonauta. Revolviéndose unas sobre otras, y como estuviesen atados, y tan cerca, era una hermosa batalla la que el rechinar del uno formaba en el arder del otro, donde llamas y estruendo combatían, metiéndose unas por otras, acabándose con su mesma furia indignados en igual poder. Fue esto la causa de dar fin al dragón, porque ardiéndose por de dentro y calentándose por de fuera, comenzó a parescer el fuego que dentro estaba, trasluciéndose los hijares con el resplandeciente trasflor de las llamas y fuego, que dentro estaba, y así salió con el mayor ímpetu que se puede imaginar, buscando salida (por donde más vencidas partes se hallaron) en los abrasados costados, y así, siendo el lugar más alto que el de la galera pasada y más despejado de edificios, y teniendo espaldas en la torre, y más siendo oscuro, el aire hizo diferente muestra con mayor estruendo, y vista más espantosa, porque no salían uno a uno los rayos, sino grandes espadañadas de fuego, que se esparcía infinitamente por todas aquellas regiones aéreas, que comprendidas de la llama que el gran calor había engendrado, hallaban suficiente fuerza y alimento para sustentarse y renovarse, corriendo más ligeramente, y alumbrando con más resplandor, pensando los que estaban subidos en los terrados y miradores cercanos que verdaderamente llovía fuego, según la continuación de las ardientes llamas, el despedir de centellas, el romper de rayos por los aires rasgados, que furiosamente desmandados volaban por cima de los edificios, que sujetos están a la soberbia y levantada torre; que aunque los más tenían entendido, que era fuego artificial todo lo que veían, era tan demasiada y tan continua la fuerza de los cohetes, que por el aire quebraban con maravilloso estampido, que ya el artificio se les volvía en espanto, el ingenio de la obra en ira de cielo, y así se confirmó cuando se abrieron las entrañas de la espantosa sierpe, que rompieron bolas ardiendo por las partes, que mayor lugar tuvieron semejantes a las balas que van a derribar fortísimos muros, y de cada una se multiplicaban tantos rayos, que en cayendo en el suelo, con asigurar las casas cercanas, ponían terrible temor en los de la plaza haciéndoles lugar para que tocando en la tierra envueltas en polvo, diese fin a tanto pavor y braveza, que tan sin podella remediar iba arando todo aquel espacio que debajo tomaba con espesos ríos de fuego, hasta que su mesmo poder lo acabó y así en breve se deshizo aquel espanto, no apartada significación y excelente presagio de la braveza del turco y enemigo universal de la cristiandad, que en tiempo de tan venturoso rey se debe acabar con sus mesmas llamas de soberbia, para levantar los muros y torre de Jerusalén.

Desta manera llegó Su Majestad al Alcázar, donde él y los Serenísimos Príncipes fueron aposentados, por la buena disposición del lugar, habiendo aquella noche muchas luminarias, así en la torre como en todas las partes altas de la iglesia. Estuvo la ciudad regocijada toda la noche con lumbres y música, que declaran el lustre y alegría de Sevilla con la presencia de su deseado señor, el día felicísimo de los bienaventurados San Felipe y Santiago.










Laus Deo

Fue impreso en Sevilla, en casa de Alonso Escrivano, en la calle de la Sierpe. Acabóse a veinte y nueve días del mes de Agosto. Año de mil y quinientos y setenta.






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